El film llega prácticamente con un año de retaso a los cines de la ciudad. O mejor dicho: al cine, porque sólo se puede ver en el “Verdi Park”. Tuve la primera noticia de “Cruzando el puente. Sonidos de Estambul” exactamente el mes de junio de 2005 por estas mismas fechas, en el blog de Erkan a quien tuve el placer de conocer en esa misma ciudad, pocos días después. La verdad es que una de las razones por las que me hacía ilusión ver el film era porque imaginaba que iba a ser un retrato de cierto tipo de joven turco. Parecido, precisamente, a Erkan Saka: familia de origen tártaro, de aquellos que escaparon de Crimea hace decenios, licenciado en Antropología y profesor en Bilgi Universitesi, antiguo estudiante en Rice University. Intrépido tesinando lanzado a un proyecto tan audaz como el estudio etnográfico del papel de los periodistas turcos como receptores y emisores del discurso UE en Turquía. En fin: Erkan como “individuo fussion” o más propiamente, como intelectual turco contemporáneo, producto de la aculturación.
Pues bien: “Cruzando el puente” falla en ese planteamiento, que hubiera sido precisamente el más interesante. Y no es por falta de materia prima, como puede atisbarse a lo largo del film Lo más posible es que en eso la película sea víctima de un montaje un tanto lineal, producto de la ordenada mentalidad germánica del tándem Akin-Hacke.
El recorrido musical que nos propone el director parte del extremo más “vanguardista-ahora” al “vanguardista-de-entonces” pasando por los estilos tradicionales. Durante los primeros minutos el espectador cree estar en los puntos más calientes de los Estados Unidos. Ese Duman con su punk metal forjado en Seattle parece tener muy poco de turco, aparte de la lengua en la que canta el vocalista Kaan Tangöze. Replikas es un asunto más trabajado, una banda de músicos adultos y sofisticados. Y como reconoce un miembro del grupo, sólo con el tiempo comenzaron a prestarle alguna atención a la música turca de su entorno cultural. Con Ceza y sus colegas raperos del barrio de Kadiköy ya estamos a muchos más kilómetros de Estambul, aunque aparezca por el local alguna bandera turca con Atatürk de propina y la portada de su blog no tenga desperdicio. Cierto: su rapeo ametrallado es de lo más original, hasta el punto de pensar que el turco es mucho más apropiado para esas lides que el castellano. Pero no dejar de ser pura traslación de Public Enemy. Y ya con los İstanbul Style Breakers pegamos el salto definitivo desde el barrio de Bakirköy al South Bronx, b-boying con los chavas rigurosamente uniformados: Tribal, Puma, boombox, tracksuits, Adidas o Kangools, quizás.
La experiencia está bien, porque al menos le saca de la cabeza al espectador con mentalidad de turista que Turquía es sólo Sultan Ahmed, los derviches giróvagos, interminables conciertos de saz y tópicos similares. Pero con cierta rapidez, Fatih Akın da el viraje y nos lleva de regreso por agrestes senderos y panoramas musicales cada vez más tradicionales. Y además, con insistencia innecesaria en paisajes de fondo a base de mezquitas de Sinan. Mercan Dede tiene una tarjeta de visita gráfica de lo más sofisticado, pero su música electrónica –incluso con sus ocasionales derivaciones hacia el jazz- suena demasiado a adaptación de los tradicionales temas sufis. Está bien, es atractiva, pero la fusión debe ir más allá de la utilización de nuevas tecnologías. Con la canadiense Brenna MacCrimmon pasa algo parecido: es muy loable que cante (y hable) un turco que parece perfecto, que haya rescatado viejas melodías y hasta que editado un álbum (“Karsilama”) cuyo diseño de portada recuerda claramente un cuadro de Chagall. Pero eso no es cruzar el puente entre Oriente y Occidente, sino el caso de una investigadora extranjera entusiasmada con el objeto de su estudio en estado puro. Un fenómeno que ocurre desde hace mucho tiempo, en Turquía y todos los países del mundo. Muy significativamente, uno de los primeros inductores del nacionalismo turco en el Imperio otomano fue un antropólogo húngaro, Arminius Vambery en los años 60 del siglo XIX.
Ese giro en el film alcanza su momento culminante con la cantante kurda Aynur Doğan y el gitano Selim Sesler en la fasil de Kesan. Eso es puro arte local. Potente y grandioso, digno del mayor de los empeños en su rescate y preservación. Pero ahí no hay nada de “jazz gitano” ni “blues kurdo”. La evidente alusión al flamenco que se produce en relación a un virtuoso intérprete de laúd podría remontarse al siglo XVI o antes, y no vale como demostración de la fructífera aculturación musical turca de nuestros días. Algo similar ocurre con la “vieja dama” de Estambul, Müzeyyen Senar entrañable, indispensable; pero en cierta manera la anti-fussion por naturaleza.
El reportaje termina con dos grandes figuras. Orhan Gencebay es toda una institución en Turquía, un actor y músico, intérprete y compositor, ídolo de las masas en los años setenta. Pero Fatih Akın nos lo presenta en su faceta de renovador de otra época, cuando contribuyó de forma decisiva a fusionar elementos de la música árabe egipcia con la turca dando lugar al “arabesk”, ese género que incluso en nuestros días tiene miles de seguidores en la voz de Ibrahim Tatlisses, “Ibo Imperator” o simplemente, Ibo. Y esa musa de siempre que fue y es Sezen Akzu, querida y respetada por todos, incluso los raperos radicales de Kadiköy. En una muy rara intervención, la cantante actúa en el film y su nostálgica balada se mezcla con las extraordinarias fotografías del viejo Estambul en los 50 y los 60 debidas al maestro Ara Güler.
En definitiva: “Cruzando el puente. Voces de Estambul” es un hermoso retablo de la música turca en los últimos treinta años, incidiendo en las corrientes vanguardistas, aún vivas o en crecimiento. En algunos casos Fatih Akın y Alexander Hacke nos entresacan algunos ejemplos de esa apertura musical turca hacia Occidente y Oriente, desde el hip hop al arabesk. Por lo tanto y sólo por eso, film altamente recomendable para todos los públicos, siempre que posean alguna curiosidad intelectual; no apto para los cerrados de mollera. Pero no termina de convencer mucho la hipótesis que sugiere el título en el sentido de que se esté produciendo una aculturación musical real. Hay rock turco, si; y jazz, también. Y todas las nuevas formas de vanguardia procedentes de los Estados Unidos. Pero en la mayoría de los casos lo que se detecta es la persistencia de una forma esencialmente turca (y un poco iraní, todo hay que decirlo) de hacer música que no termina de dar como resultado algo nuevo. En algunos casos se roza el logro: por ejemplo cuando suena la pieza ethno-techno “İstanbul” del grupo Orient Expressions. Vale: no es un sonido sorprendente, pero funciona; y no cabe duda de que el saxo del americano Richard Kramer ayuda bastante. Sin embargo, a la que se pinchan otros temas no incluidos en el film, como “Ehmedo” el peso de lo puramente turco domina la pieza. Quizá todo esto pueda parecer una crítica demasiado purista; pero atravesada la mitad del metraje, el espectador comienza a pensar que el puente no se ha cruzado del todo. Y por cierto: no parece casualidad que en la red exista una cierta curiosidad internacional por los músicos callejeros de Siya Siyabend, unos tíos majetes y muy ingenuos pero que logran improvisar interesantes niveles de fusión y aculturación en el amplio y duro, pero real, asfalto de Estambul.
Tres piezas de prensa que conjugadas una con la otra hacen sonreír. Primera, en “La Vanguardia” del domingo 18 de junio, pag. 11, crónica de Ricardo Ginés, servicio especial desde Estambul. Título: “No habrá miel turca para Winnie”. Caramba, se masca la tragedia. ¿De qué va esto? Subtítulo: “La TV pública turca censura unos dibujos animados porque aparece un cerdito”. Al parecer, la TRT ha censurado la serie de dibujos animados de Winnie Pooh porque su “cariñoso amigo” (Ginés resalta la adjetivación) es el cerdito Piglet. Ya saben que el islam califica al cerdo de animal impuro y dado que el gobierno de Erdoğan es islamista, se considera que “los cerdos resultan problemáticos” [comillas del reportero].
Es evidente que la medida resulta en sí misma desproporcionada y por lo tanto, grotesca y según nos explica la crónica, ha levantado ampollas entre todo el amplio sector laico de la prensa turca. De todas formas, la difusión de la cosa por tierras occidentales parece proceder de la AFP, es decir de la Agence France-Presse (cómo no) y ya ha sido negada por la TRT. Es sabido: como estamos en pleno periodo final de la actual legislatura turca, cualquier incidente, banal o no, es utilizado como munición por los partidos de oposición. O por la clase media laica contra la verde o viceversa. Por otra parte, hace pocos días que se celebró la Conferencia Intergubernamental en Luxemburgo (12 de junio) y en ella, Turquía pareció superar algunos de los problemas que se venían ventilando desde hace meses. Por lo tanto, los sectores que en Occidente militan en contra del acceso de ese candidato a la UE, aprovechan cualquier detalle para hincharlo y “demostrar” cuán escasamente europea es Turquía. Por supuesto, escogen asuntos de carácter emocional, que puedan encender con facilidad al ciudadano común y corriente. ¿De verdad que el simpático y cariñoso Piglet es visto como una amenaza por los musulmanes turcos? Fundamentalismo a la vista, mal asunto. Luego resulta que la noticia es un puro rumor. Pero difama, que algo queda, como dice el refrán
Además, el ciudadano corriente y moliente de cultura baja o media, no tiene muy en cuenta que Walt Disney es una multinacional, que a veces impone reglas muy duras en la distribución de sus productos y que la realidad no siempre coincide con la hermosa y tierna ficción de sus producciones animadas. Hubo un tiempo, allá por los años 60, en que el mismo Walt Disney fue denostado por la progresía occidental como activo macarthista, y perseguidor poco simpático de comunistas (supuestamente) agazapados en la industria USA del star system. Más tarde, en Suecia estuvieron prohibidos o censurados los dibujos animados de la factoría Disney bajo la suposición –también grotesca- de que aquellos animales que hablaban y se comportaban como personas no resultaban beneficiosos para la formación de los niños. Amén de las escenas de persecuciones, golpes y simpáticas torturas que para los censores suecos resultaban demasiado crueles. Ya ven: unos por progres y otros por conservadores, los personajes Disney se han llevado algún moco que otro a lo largo y ancho de este mundo
En cualquier caso, “La Vanguardia” es un diario conservador y resulta coherente con la postura de la derecha europea esa oposición a que la “musulmana Turquía” acceda al cristiano club de la UE. Y de ahí el gritito de alarma en defensa de Winnie Pooh y su cerdo amigo. Otro asunto bien distinto es la turcofobia de “El País”, cada día más incontenible, y que ha llegado a echar mano de vates procedentes de la derecha conservadora para llevarle la contraria al gobierno actual, el de ZP, de su misma cuerda política. En su edición del domingo 18 de junio el rotativo publicaba una pieza de opinión de Ignasi Guardans. Al final del artículo se consigna que “es diputado por CiU en el Parlamento Europeo”. Qué alivio. Verán: Guardans es un turcófobo de considerable intensidad, y a finales del pasado mes de septiembre, muy poco antes de que tuvieran lugar las negociaciones del 3 de octubre, “El País” le publicó un artículo de opinión en el que se recogían los tópicos más elementales contra la integración de Turquía. Eso sí: por parte alguna se reseñaba que el político en cuestión militaba en Convergencia i Unió, es decir, en la (teórica) oposición de derechas al PSOE en el poder y por lo tanto, a la línea informativa del mismo diario. Si cuela, cuela.
El caso de “El País” es incluso divertido por disparatado: cualquier asalariado de la casa niega con fruición que el periódico sea contrario a la candidatura turca, quía. Ni a Turquía en su inmenso conjunto. Pero a la que pueden, la meten doblada. Día 17 de junio, página 2: “La UE frena las futuras ampliaciones. Los Veinticinco condicionan las incorporaciones a su capacidad de absorción económica y política”. Tras un titular nulamente descriptivo de lo que en realidad transmite la crónica que viene a continuación, el autor pasa casi de puntillas sobre el principal perjudicado del supuesto frenazo: Turquía. La muy católica Croacia “podría incorporarse en los primeros años de la próxima década, mientras que para Turquía nadie se atreve a precisar fechas”. Luego hay un inserto en el que se anuncia que “Bruselas exige a Turquía que abra sus puertos a Chipre antes de fin de año”. Hasta aquí, nada muy llamativo. Pero en el editorial (“Europa, en pausa”) se ceban: “Ayer, el Consejo Europeo decidió que no habría nuevas ampliaciones, más allá de la ya firmada a Rumania y a Bulgaria, hasta que la Unión tenga la suficiente "capacidad de absorción" de nuevos miembros. Es algo que la UE tenía que haberse planteado hace años, antes de dar falsas esperanzas a un país clave en Eurasia como es Turquía, con quien abrió finalmente negociaciones de adhesión el pasado lunes, pero en cuyo seno se están produciendo graves retrocesos y un pulso nada disimulado entre partidarios del Estado laico e islamistas moderados en el Gobierno, mientras aparecen síntomas de agitación militar. Erdogan, a su vez, se niega a flexibilizar su actitud hacia Chipre mientras no se aclare un horizonte europeo, hasta ahora decisivo para la democratización política y modernización económica de Turquía”
¿Han captado la mala uva que respira el párrafo? “Un país clave en Eurasia [que no en Europa]... graves retrocesos [?]… síntomas de agitación militar [??]” Por la ligereza en la utilización de graves afirmaciones notablemente infundadas en todo un señor editorial y por esos enormes y farragosas frases rebosantes de subordinadas, parece claro quién pudo haber redactado la pieza. Otra pista es que de los cuatro grandes párrafos que componen el editorial, dedicado al malparado Tratado Constitucional comunitario, uno casi enterito está dedicado a echar pestes de Turquía
En fin: queda para otro día el análisis sobre las causas del navajeo turcofóbico que practica “El País”. Baste de momento un pequeño rebaje de humos a la prepotente prensa española en un tema que huele a cuerno quemado. Un dato: la organización “Transparency International” dedicada a luchar contra la corrupción a escala mundial, publica investigaciones sobre ese fenómeno en los más variados países, ricos y pobres. Hace un año y medio, presentó un amplio estudio cuantificado sobre la corrupción en 62 países, entre ellos, España y Turquía. La escala de calificaciones iba de 1 (menos corrupto) a 5 (más corrupto). En las diversas instituciones públicas, el segundo país estaba afectado por unos destacados niveles de corrupción institucional: cierto; esa es una lacra real que las autoridades turcas deberán esforzarse en combatir si desean entrar en la UE. Pero en otros aspectos, España y Turquía no estaban tan lejos una de la otra. ¿Cuáles? Partidos políticos: Turquía: 4,0; España: 3,8. Prensa: Turquía: 3,8; España: 3,6.
Si existen bellos rostros armenios, están todos filmados en “El color de las granadas”. Tocados con los característicos gorros cónicos, mantienen fijamente tu mirada desde la pantalla. Todo es lento, la gestualidad, hierática. Hay una clara influencia del teatro mimo en esta película; aunque posiblemente también del primer cine surrealista de Buñuel: un pie que pisa un racimo de uvas, poco a poco las chafa y el espectador puede recrear esa sensación. Viejos libros que rezuman agua tras la inundación; libros que abren sus páginas y muestran la escritura en viejos caracteres armenios. El protagonista, aún niño, ante decenas de libros secándose al viento, como si nerviosos lectores invisibles pasaran sus páginas.
Quizás hay demasiado simbolismo acumulado, como ocurre con todo el cine de autor del Este, incluyendo el ruso. Por supuesto, para entender la película más allá del puro intento de poesía fílmica que es, hay que conocer la vida de Sayat-Nova (Սայաթ-Նովա) es decir, el “Rey de las Canciones”, nombre artístico de Harutyun Sahakyan, el gran trovador armenio. Virtuoso del kamancheh o especie de violín de tres cuerdas de origen iraní, Sayat-Nova fue a la vez un influyente diplomático en la corte del rey georgiano Heraclio II, hacia mediados del siglo XVIII. Pero el amor interfirió en esa carrera en forma de cuento medieval y de hija del rey. Expulsado de la corte, se convirtió en un bardo itinerante que recitaba sus canciones y poemas en armenio, persa, georgiano y turco azerí.
Todo esto daría para un film biográfico con dosis de considerable densidad narrativa e incluso acción pura y dura. Pero el director, Sergei Parajanov (Sarkis Parajanyan en su versión armenia) dedica todo el film a recrear el universo poético de Sayat-Nova. A veces, basta con imágenes casi surrealistas. Uno, dos, tres peces; agitándose aún vivos sobre el mármol entre maderas flotantes. Pies frotándose sobre alfombras mojadas. Tres granadas rezuman sobre un blanco mantel de lino. Una daga caucasiana bajo la cual aparece ese zumo. Estrofa: “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. Música de fagot, notas de clarinete, viejos sonidos armenios. “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. En armenio suena impresionante.
El film tiene en sí mismo una historia torturada. Fue rodado en la República Socialista Soviética de Armenia (URSS) en 1969. Dicen que fue la mejor obra de Parajanov, pero también la más oscura. A partir de ahí, se le cayó el mundo encima. Hubo acusaciones para todos los gustos: homosexualidad, formalismo, desviacionismo ideológico, secretismo [sic.], nacionalismo. Por supuesto, el film contiene todo eso y más todavía, pero en la Unión Soviética de la época seguían siendo ingredientes indigeribles en una obra de arte. Parajanov casi se pasó el resto de sus días en la cárcel, antes de morir de cáncer en 1990, sin haber asistido a la independencia de Armenia.
“Mi agua es de una clase especial / No todo el mundo puede beberla / Mis escritos son de una clase muy especial / No todo el mundo puede leerlos / Mis cimientos no están hechos de arena / sino de granito sólido”. Las imágenes son realmente potentes, aunque el color sea desvaído. El director compone a veces curiosos retablos incalificables. Son historia, pero son futuro. Y es una película de trasfondo nacionalista, desde luego. Comenzando por los títulos de crédito en caracteres armenios y la insistencia en los símbolos étnicos. Al parecer llegó a exhibirse en algunos cines soviéticos, pero purificada de elementos nacionalistas. Y luego desapareció; pero fueron rescatándose copias. Una en la misma Armenia, a comienzos de los noventa, aunque también incompleta. Parece que otra llegó a los Estados Unidos.
¿Influyó en el cine posterior? Está incluida en el libro de Steven Jay Schneider, 1001 películas que hay que ver antes de morir (Grijalbo, 2005, 2ª edición) como una obra clásica. La escena inicial del monasterio recuerda el comienzo de “Before the Rain”, de Milčo Mančevski (1994). Al fin y al cabo, el film macedonio trata sobre los estragos del nacionalismo. Quien sabe. El cine tiene ese componente de cultura aglutinante y de gran consumo en el que cada obra heredera y lega.
Como cada año, como leíamos en la novela 1984, las estadísticas trompetean resultados excepcionales. Los últimos datos que recuerdo corresponden a mediados de marzo pasado: “Los ingresos por turismo en España alcanzaron los 37.792,7 millones de euros durante el año 2005, lo que representa un incremento del 3,89% en relación a la cifra acumulada en el ejercicio anterior”. Y suma y sigue. El oficialísimo “Balance del Turismo en España” publicado por el Ministerio y el Instituto de Estudios Turísticos también abunda en el mismo tono triunfalista. Todo son guarismos mareantes y al alza; todo va bien, más mejor que bueno.
Sin embargo, nada más salir del pulido templo de las evaluaciones oficiales, tropezamos con las primeras controversias polvorientas. No hace falta buscar mucho. Por ejemplo, un debate organizado por “Expansión” los pasados meses de agosto y septiembre, reproduce un buen puñado de quejas. Por bien conocidas no parecen alarmantes: la obsesión española por las bondades del turismo de costa, la explotación abusiva del turista-guiri, una calidad en el servicio más que cuestionable, nula renovación de las infraestructuras en décadas y suma y sigue. En todo caso, de entre los mails recogidos vale la pena destacar aquel que insiste en que, “desgraciadamente la débil credibilidad de los datos estadísticos hace que se puedan elevar conclusiones erróneas sobre el turismo”. Comenzando por los del propia Secretaría General de Turismo, que gozan de escasa credibilidad en el mismo sector hotelero.
Esto último es importante porque parece denotar una peligrosa manipulación del asunto. Francisco Muñoz de Escalona firma en la revista “Contribuciones a la Economía” un pugnante artículo de explícito nombre: “La resistible exaltación del turismo” en el que dice no comulgar con la “descomunal exaltación del turismo” que se lleva a cabo de forma interesada por un entramado empresarial-gubernamental-mediático en el que incluso las instituciones docentes especializadas. En sus propias palabras, desea “demostrar que dicha exaltación no se apoya en elementos objetivos sino en afirmaciones de calculada ambigüedad presentados como verdades científicas precisamente por quienes tienen el deber de comportarse de acuerdo con los criterios de independencia y distanciamiento que deben presidir la actividad científica (…) Porque el autor está convencido de que la exaltación del turismo es perfectamente resistible y evitable”.
El trabajo de Muñoz de Escalona no es la obrita de un chalado más de internet. Está documentado y sólo busca abrir públicamente la Caja de Pandora de un debate que, por otra parte existe desde hace años en los medios académicos de los turisperitos o expertos académicos en el sector. De hecho, ese artículo tiene una continuidad quizá más sistematizada en otro de Jafar Safari, profesor de Hospitalidad y Turismo en la Universidad de Wisconsin-Stout y titulado: “La cientificación del turismo”. El autor nos explica que las ideas y escritos sobre el turismo se agrupan en las denominadas cuatro plataformas: la “favorable”, la “desfavorable”, la “conciliadora” y la “científica”. El lector de este post que acuda al hipervínculo podrá ponderar por su cuenta la información que ofrecen Jafar Safari y Muñoz de Escalona, pero en general y comparando con las evaluaciones que se pueden leer aquí y allá en la red, la conclusión que se extrae es la de que los analistas pasan de lo “micro” a lo “macro” sin solución de continuidad. Pero falta la aplicación de los teórico a lo concreto. Por ejemplo, los supuestos beneficios socioculturales de la “plataforma favorable” incluyen extremos como la “eliminación de fronteras lingüísticas, raciales, políticas o religiosas” o “valoración de las diferentes culturas” . Esto puede resultar verosímil en aquellos países que se están lanzando a la explotación turística, pero no en España, que el año pasado encajó 55 millones de turistas –es el cuarto destino mundial-, y que sin embargo sigue siendo célebre internacionalmente porque sus habitantes apenas hablan algo más que el castellano y la lengua de la autonomía respectiva. Aquí, desde hace años, las ciudades turísticas tienen su “barrio de guiris” o incluso íntegros “resorts de concentración” (estilo Magalluf, en Mallorca) y la comunicación entre visitantes y locales es mínima y no buscada.
¿Creación de empleo? Una buena porción son trabajos estacionales pactados a base de contratos basura. Le viene de perlas a los políticos de turno en el poder para mezclar datos de otros sectores y fechas para “demostrar” que “globalmente” descendió el desempleo en tal periodo. ¿Construcción de infraestructuras? A eso ya se le llama “cementación de las costas”. Mira por dónde, tras varios días de cavilaciones y búsquedas para elaborar este post, alehop, esta misma mañana las principales cabeceras de la prensa estrenaban titulares referidos a un informe del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE): “España es el país más edificado de Europa. En 2005 se construyó más que la suma de Alemania, Francia y Reino Unido”; “Suelo insostenible” (“ADN”); “El suelo edificado crece un 40% en los últimos 18 años” (“El País”). Algunos resultaban un poco más explícitos sobre el trasfondo más peligroso del asunto: “La tercera parte del litoral del Mediterráneo está edificada”; “La costa de los ladrillos. El 34% de la franja de litoral está edificado” (¨La Vanguardia”). Es significativo que incluso ante circunstancias tan graves, “observadores” y periodistas pasen de puntillas sobre la responsabilidad del turismo en ese desmadre. Porque lo cierto es que no hay nada que pueda crecer con tanta desgarradora celeridad como los complejos turísticos a base de hoteles, piscinas y chiringuitos. En el otoño de 2004 tuve oportunidad de visitar Nessebar, en la costa búlgara, y era como para quedarse boquiabierto (y lugo echarse a llorar). En muy poco tiempo, los hoteles han crecido como champiñones, muchos de ellos copia exacta de lo que se puede ver en nuestras costas. De hecho, algunos eran de empresas españolas y hasta la decoración y la misma cerámica de revestimiento hacían creer que andabas por la Costa Blanca cuando enfrente estaba el Mar Negro.
Pero aunque estos días llame tanto la atención (no deja de ser una “noticia de verano”) la destrucción del paisaje es ya un tópico ineludible y por lo tanto, bastante viejecito él. Ahora se habla más del arrasamiento de sistemas ecológicos completos: por ejemplo, el problemón que tienen con el suministro de agua en las costas andaluzas. ¿De dónde creen que les viene la brutal sequía a los pueblos cmalagueños y gaditanos del litoral? Últimamente proliferan los estudios sobre “ecoturismo” y sostenibilidad y se llega a la conclusión espeluznante de que el avión es el medio de transporte con mayores emisiones y consumo de energía por viajero-kilómetro. Y así resulta que las “escapadas” de fin de semana en compañías de bajo coste están terminando de agujerear la capa de ozono; pero hay quien opina que peores consecuencias sobre el medio ambiente tiene el desplazamiento de millones de turistas por vía aérea a destinos supuestamente exóticos y, en cualquier caso, lejanos.
Frente al planteamiento buenista y algo ingenuo, la “plataforma desfavorable” de los turisperitos peca de truculencia en algunos puntos, pero llama la atención sobre peligros bien reales. Y uno de ellos, seguramente el que más nos afecta ahora mismo a todos, fue portada de algunos periódicos ayer mismo: vaya casualidad. Pero eso debe quedar, forzosamente, para otro post.
Un día apareció por mi despacho; había ido antes, consultó horarios, volvió y por fin nos conocimos. Una persona paciente y persistente, un buen investigador. Lo recuerdo como un hombre de mediana edad, se llamaba Javier Aguirre y había terminado un libro sobre la historia de los gitanos, basada en su propia tesis doctoral, leída en 1993 en la Universidad de Perpignan. En 2003, ese trabajo fue recomendado para su publicación por el Groupe de Recherche pour une Histoire Européenne des Tsiganes, de la Sorbonne. Université René Descartes, Paris V. El autor me habló de su trabajo y me prometió que me enviaría el libro. Cumplió su palabra: meses más tarde llegó un sobre que contenía el trabajo, titulado: Historia de las itinerancias gitanas. De la India a Andalucía, publicado este mimso años de 2006.
Hermoso título, ¿no creen? Incorpora ese vocablo tan bien escogido, que contiene en sí mismo un punto romántico: itinerancias. Un término que por no estar contemplado en el Diccionario de la Real Academia Española le un toque adicional de sofisticada audacia que acabo de incorporar a mi diccionario Word. Itinerancia: entiendo que es un viaje sin claro destino final. O una forma de vivir viajando, aunque un itinerario es, precisamente, una “ruta que se sigue para llegar a un lugar” (DRAE).
La obra es un volumen en cuarto menor de 570 páginas, en aromático papel cuché y agradable de leer. Se trata de historia factual, pero se agradece por estar bien documentada y porque no es tan fácil encontrar un libro de saber enciclopédico sobre un pueblo tan cercano a nuestra vida cotidiana pero del que tan poco sabemos en realidad. Precisamente, la obra de Javier Aguirre arranca de los orígenes de la lengua romaní y de las primeras noticias sobre doce mil músicos zott (o quizá luri) que el rey persa Bahram Gur mandó llevar a su reino desde la India, allá por el siglo V. A partir de ahí, la historia de los protogitanos (los lom) terminará entreverándose con la penetración de los selyúcidas en Asia Menor, los desplazamientos de población armenia y el azote de los mongoles, todo ese mundo que gira sobre sí mismo entre los siglos XI y XIII y que es la puerta de arranque de cualquier historiador interesado en la historia de los pueblos turcos. Es más: los gitanos herreros se especializaron en la manufactura de equipos para los guerreros montados de los diversos pueblos turcos nómadas del Asia Central, lo que también les convirtió en expertos de la cría y doma del caballo.
Calé proviene de kalé, plural de kaló, que en muchas lenguas de la India significa “negro”. De ahí el nombre de la Diosa Madre del tiempo y la noche suprema: Kalí. Pero en Europa se extenderá el mito de que el origen de ese pueblo estaba en Egipto; de ahí la denominación ejiftos (en griego) y evgité (albanés) de lo cual derivará gipsy en inglés (por ejemplo) o el mismo término “gitano” (de "egiptano"). Aguirre explica que su libro es el primero en dilucidar la persistencia de ese apelativo erróneo, que está relacionado con la creación de un eje comercial muy potente que unía al janato de la Horda de Oro -al norte del Mar Negro- con El Cairo a través de Constantinopla, y eso desde el siglo XIII en adelante. El motivo de este fenómeno había sido la llegada de los mongoles al Próximo Oriente, lo que interrumpió la comunicación comercial con Asia Central a través de Anatolia y el Cáucaso. Fue a lo largo de este periodo cuando llegaron los primeros contingentes importantes de gitanos a los Balcanes. Pueblo errante, de lengua desconocida, la vox populi y las autoridades eclesiásticas –que le daban una explicación bíblica al mito- expandieron el mito de su origen egipcio. “Si los gitanos no creyeron desde el principio en esa historia –escribe Aguirre- en el curso de unas décadas le prestaron crédito, sobre todo porque no podían dar mejor razón de sí. Sabiéndose errantes en Cercano Oriente, para ellos desde tiempo inmemorial, pues siendo de casta ágrafa no mantenían memoria de su pasado más allá de la de cuatro generaciones, les resultaría verosímil la fábula, que apenas respondía a su propósito, pues les integraba en el mito cristiano, lo que les daba cuando menos la posibilidad de encontrar acogida en Europa”.
Pero el libro no se queda en esas remotas historias. Javier Aguirre responde a preguntas tan interesantes como el por qué de que la actual Rumania sea pródiga en gitanos, hasta el punto de que en los Balcanes suela identificarse a válacos con romaníes. O el encuadramiento social de los gitanos bajo el Imperio otomano y cómo a través de su avance por Europa central, los troveros zíngaros reconstruyeron la música popular húngara en el siglo XVII. Y por supuesto, explica la historia de la llegada de los primeros gitanos a la Península Ibérica en fecha relativamente tardía, a lo largo del siglo XV.
El libro llega hasta mediados del siglo XIX, que es cuando la mayoría de las comunidades gitanas en Europa concluyen su larga historia itinerante y empiezan a diluirse en los medios nacionales predominantes. Sin embargo, para el caso de España el autor extiende su análisis un siglo más, incluyendo el comentario de algunas leyes específicas o la labor de la Iglesia evangélica gitana. No llega a describir los últimos ataques contra la comunidad gitana cometidos en Kosovo tras concluir la guerra de 1999, cuando acusados de colaborar con las autoridades serbias, fueron expulsados en masa por los nacionalistas albaneses: ese fue precisamente el tema de la conversación que mantuvimos aquella tarde Javier Aguirre y yo.
Javier Aguirre Felipe, Historia de las itinerancias gitanas. De la India a Andalucía, Institución Fernando el Católico (Diputación de Zaragoza). Colección: Estudios. Historia. Zaragoza, 2006. 570 páginas. Bibliografía comentada.
Algunas pistas adicionales:
La detallada reseña que se puede encontrar en el blog de Antón Castro.
De acuerdo: voy a decir unas cuantas tonterías. Por lo tanto, se arriesga usted a perder el tiempo leyendo esto. Voy a darle una oportunidad. Hago punto y aparte y usted levanta la vista y se dedica a algo más productivo. ¿De acuerdo? Pues venga: ya.
¿Por qué lo ha hecho?¿Por qué sigue?¿Cree que voy a hacer grandes revelaciones? Seguramente se arrepentirá cuando llegue al final.
Muy bien: la cosa va de turistas. Conversación oída hace unos días en los Ferrocarriles de la Genralitat, los "Ferrocatas": una mujer joven se queja de que con la llegada del calor comienzan en Barceloneta toda una constelación de fiestas populares, verbenas, jornadas continuadoras del espíritu Fòrum y mil actividades y juergas bienintencionadas. Eso está muy bien para el turisterío juvenil, pero el vecindario local tiende a pasarlas canutas, noche sí, y noche también. La Barceloneta es un barrio popular, tirando a económico. Pero ahora están haciendo ya su aparición tiendas de diseño y modernidades varias, destinadas a encandilar a los visitantes. Esos establecimientos tan monos (y caros) suelen ocupar el lugar dejado por negocios más tradicionales, que han cerrado sus puertas: un día desaparece la vieja droguería, luego el panadero de toda la vida se va… Eso ocurrió ya en el Borne y otros muchos rincones de la ciudad.
Mientras tanto, la ciudad está a reventar de turistas. Hasta el cementerio de Poble Nou ofrece su propia ruta (las lápidas de algunos escultores funerarios) y de vez en cuando te puedes encontrar a un par de despistados aguantado el sol que cae de plano entre las murallas de nichos. Por supuesto, de los barrios centrales casi ha desparecido la población habitual. El Borneglobal, las Dressn´globals, Correosglobal y toda esa galaxia de globulencias y barullo. Tomar el metro un sábado por la noche puede ser un espectáculo tirando a deprimente, a no ser que el pasajero local lleve unas cuantas copas encima, él mismo también. El turista, agrupado en manadas, adopta a veces gestos de zoombie. Entonces, resulta fácil imaginar lo que puede ser una ciudad tomada por un ejército conquistador, aunque a priori esté compuesto por soldadesca educada.
La biografía de Vincent Cronin sobre Napoleón Bonaparte le dedica un apartado muy interesante a los días de su estancia en la isla de Elba, que ilustran muy bien el verdadero trasfondo sicológico del Emperador. Leo divertido que fueron a visitarle un total de 61 turistas ingleses. Claro, no eran como los de ahora, todo chanclas, chándals y camisetas, sino los pioneros: gente con dinero y tiempo libre para dedicarse a los viajes de placer, todo un lujo para la época. Imaginen el atractivo que hubiera representado hoy en día visitar a Napoleón en Elba: las masas chancleteras hundirían la isla. O quizá no, porque constato que algunos turistas de la época gastaban una sensibilidad parecida a la de los actuales; por lo visto el turismo es un fenómeno de enorme capacidad niveladora. Uno de ellos anotó que el Emperador parecía “un sacerdote astuto e ingenioso” [sic.] Imagino al guiri de la época comentando con sus compañeros de viaje algo así como “My God, I can´t believe it!” o expresión parecida, antes de apuntar la aguda observación mencionada que resumía, según él, una de las décadas más agitadas de la historia de Europa.
Don Ramón María del Valle Inclán dijo en cierta ocasión que si el viajar ilustrara, los revisores de tren serían las personas más ilustradas de la sociedad. Supongo que hoy en día podría aplicarse a las tripulaciones de los aviones, que suelen tener mala fama por abusar de la botella y otros vicios, lo cual quizá no es cierto, pero a lo peor denota un escaso interés en las ofertas culturales de sus destinos. Hace muchos años mantuve amistad con una azafata y les puedo asegurar que se podía sacar más información de una postal que de sus experiencias viajeras. Algo así se puede aplicar a los turistas, la mayoría de los cuales apenas guardan algunas de tales postales en el recuerdo, fijadas en todo caso por el uso de la cámara fotográfica. Por desgracia, la enorme memoria de las digitales no siempre aporta más recuerdos. Y muchas veces, la interminable secuencia de megas cuyo visionado deben sufrir pacientemente los amigos y allegados, como trofeo incuestionable del viaje, se ve cortocircuitada por penosas lagunas de memoria: “¿Qué era esto?¿Qué hacíamos aquí?¿Cómo se llamaba esa iglesia?”
Todos hemos sido turistas, claro está. Muchos lo son cíclicamente, cada tres o seis meses. Sin embargo, solemos considerar a las manadas de visitantes que llegan a nuestra ciudad con un punto de menosprecio. Son los guiris, “que no se enteran”, despistados, perdidos, fuera de lugar. Cuando su presencia es masiva, los turistas se vuelven irritantes. Pero por algo pagan. Como nosotros, cuando viajamos por ahí, desde Cancún a El Cairo, ignorando las malas caras o expresiones despectivas de las buenas gentes del lugar. Que les den.
Con todo, las apreciaciones poco caritativas sobre la masa turística despersonalizada no suelen ir tan desencaminadas: "no se enteran", van de un lugar a otro en rebaño, eluden integrarse en la vida de los lugareños. Quizá comen los platos típicos un par de veces, por probar. Pero enseguida se decantan por lo más internacional y conocido, a veces lo más económico (o eso creen ellos): el macdonalds, la pizza, el kentuckypollo. Incluso la comida árabe o china de los chiringuitos más sospechosos les inspira mayor confianza que las especialidades locales. Claro está que los turistas no son estúpidos como personas, tomados individualmente. Insisto: usted ha sido turista, yo también. Pero a partir de nuestra propia experiencia, no me negarán que los mecanismos de la industria en cuestión despersonalizan considerablemente. A veces se asemejan a una cadena de montaje: los autocares traen a una masa lechosa y al cabo de unos días la retiran convertida en gambosa y resacosa.
Hasta aquí creo que no estoy escribiendo nada particularmente brillante o novedoso. Pero al menos creo que lo estoy planteando a la inversa, y eso es algo. Cada año ocurre lo mismo: cuando la campaña turística está a punto de concluir, salta el debate sobre si el modelo de sol y playa está agotado o no, y cómo debería afrontarse la reconversión del sector. Este tema es realmente vetusto: cosa de cada año de cada año, de cada año. Forma parte del rito. Pero nadie cuestiona el fenómeno turístico en su conjunto. ¿Es posible hacerlo?¿No resulta muy políticamente incorrecto?¿Es factible cuestionarlo desde una base puramente macroeconómica? Más en el siguiente post.
Hace un par de días, me encontré, casi por casualidad, con la noticia de que la policía turca había desbaratado un comando y un plan para atentar contra la vida del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan, en Ankara. El asunto era tratado, casi de pasada por “La Vanguardia”, pero apenas merecía más atención en “El País”. Ya se sabe: Turquía. ¿Y todavía hay quien se empeña en meterla en la Unión Europea? La consabida actitud supuestamente bienpensante de buena parte de la presna española.
Ayer, en cambio, se podía leer todo un extenso artículo de opinión en ese mismo “El País”, firmado por Orhan Pamuk (3 de junio, 2006, pag. 17). En la pieza, el egregio escritor turco pedía solidaridad internacional para Perihan Manden, una muy desconocida escritora turca que se ha metido en líos por defender el derecho de Mehmet Terhan a cumplir el servicio militar. Al parecer, el quinto es homosexual, pero se hubiera librado de la mili tras someterse a un examen médico: el Ejército turco considera la homosexualidad una discapacidad. Pero Mehmet Terhan ejerció su derecho a la objeción y a no pasar por un reconocimiento que considera degradante. Como la escritora Perihan Manden defendió su opción públicamente, un fiscal militar pide para ella tres años de cárcel.
Ya se sabe cómo son los militares, y más cuando les tocas el asunto de la homosexualidad en filas: en Turquía, en los Estados Unidos y hasta en España, donde hace seis años ya, el caso de un coronel que se declaró públicamente gay (¿lo recuerdan?) levantó un revuelo embarazoso que todos, uniformados y encorbatados, se apresuraron a meter bajo la alfombra, y aquí paz y allá gloria. Pero ya se sabe: “El País” adoptó a Orhan Pamuk a finales del pasado verano, en significativa coincidencia con la proximidad de las negociaciones en Bruselas para admitir a Turquía como candidato a la UE, que debían celebrarse el 3 de octubre. Desde las páginas del rotativo se hinchó todo lo que se pudo el asunto de la denuncia contra Pamuk por parte de dos fiscalías turcas, a raíz de unas declaraciones “antipatrióticas” realizadas por el escritor… siete meses antes. Uno de los juicios debía celebrarse en diciembre, pero la campaña emergió en Alemania un mes antes de que se debatiera el derecho de Turquía a la candidatura UE; vaya casualidad.
Como era de esperar, al final nadie le tocó un pelo al bueno de Pamuk. Pero la conclusión de la aparatosa historia de las acusaciones retiradas y el juicio suspendido ya no era digno de cobertura informativa. Pasó sin pena ni gloria.
Abro el diario “Zaman”, edición electrónica del 2 de junio, 2006. En cabecera una crónica titulada: “Quinta organización criminal en 7 meses”, firmada por Ahmet Donmez. El articulista se refiere a toda una serie de atentados o conspiraciones organizados por elementos de la extrema derecha, ligados de una forma u otra con círculos militares. Se puede datar que la oleada comenzó el 9 de noviembre último, con un atentado en el siempre crítico Sudeste turco (Semdinli, Hakkari) y continuó con el arresto de un coronel de la Gendarmería en Bursa; luego siguió la detención del “Gang de la Sauna” (febrero 2006) que acumulaba información sobre ministros y preparaba chantajes contra políticos. En todos estos operativos figuraban, de una forma u otra, miembros retirados o en activo de las fuerzas de seguridad turcas.
El atentado del pasado día 17 de mayo, en que un abogado intentó asesinar a cinco jueces del Consejo de Estado y terminó con la muerte de un magistrado, Mustafa Yücel Özbilgin, fue inicialmente atribuido por los nacionalistas laicos a círculos islamistas, instigados incluso desde el gobierno de Erdoğan. Pero luego resultó que el terrorista, Alparslan Aslan, militaba en un grupo de extrema derecha, el Partido de la Gran Unión, escisión islamista del Partido del Movimiento Nacionalista. Su líder, Alparslan (tomen nota del nombre) Türkeş, llamado Başbuğ (Führer) por sus seguidores, fue el mentor del neofascismo turco en el último medio siglo. Por si fuera poco, resulta que un militar expulsado del Ejército está detrás de la acción de Aslan y éste lo acusó ante el tribunal de haber participado en un reciente atentado contra el diario “Cumhuriyet”, diario de tendencias laico-izquierdistas-postkemalistas. Y ahora se descubre un grupo paramilitar denominado Atabey, que poseía armas de guerra y explosivos e integraba a miembros en activo y retirados de las fuerzas armadas, algunos de unidades especiales, así como un par de mandos. El Estado Mayor del Ejército intervino y los oficiales fueron dejados en libertad sin cargos.
En Turquía hay quien dice que los militares la están armando. Que desean dar un golpe o, cuanto menos, sacar al gobierno “islamista” de en medio. Que el objetivo final es torpedear la candidatura turca a la UE. Al parecer, en las fuerzas armadas existe toda una gama de motivaciones para reventar el proceso. Desde los ultras puros y duros, para los cuales las esencias patrias están amenazadas por los mercaderes occidentales, a los más pragmáticos que desean seguir “trabajando” con los padrinos USA más que con los amigos europeos. Supongo que otros ven peligrar en la UE el enorme (literalmente: enorme) sector de la economía militar en el seno de la economía turca.
En realidad las cosas han de ser forzosamente más complicadas, porque Washington es el principal valedor del candidato turco ante la Unión Europea. Por lo tanto, ya pueden ponerse como quieran los uniformados turcos: donde manda capitán, no manda marinero. El pasado 31 de mayo, el “New York Times” pedía que alguien les dejara bien claro que la actitud de Washington era de “tolerancia cero a las interferencias militares”. Pero… siempre hay grupitos aquí y allá, old boys networks, rancios hombres de acción y deteriorados comandos a base de pringaos de todo pelaje. Y no digamos si los servicios de algún país de la misma UE estuvieran detrás de la intentona; porque de todos es sabido que Turquía tiene poderosos enemigos en el selecto club europeo.
En cualquier caso, la situación está delicada. Es evidente que los viejos partidos laicos verían con deleite la caída en desgracia del Partido de la Justicia y el Desarrollo y del mismo Erdoğan. Porque a pesar de los pesares (y precisamente a ello es debido tanto complot) parece que a todas luces el actual partido en el poder volverá a obtener mayoría absoluta en las cercanas elecciones. ¿Significará eso el triunfo de los islamistas, la posibilidad de que Turquía se convierta en una república fundamentalista? Ni de lejos. El Partido de la Justicia y el Desarrollo tiene poco de islamista y mucho de tecnócrata. Agrupa a votantes y militantes de muy diversas tendencias, hartos de los politiqueos y el desgobierno de las mil y una coaliciones de gobierno en los últimos cincuenta años, que si Ecevit, que si Demirel, que si la Çiller y el estrafalario Erbakan de por medio. En parte, el partido del actual gobierno representa también a una amplia burguesía verde surgida en los años ochenta: profesionales liberales, empresarios de pyme´s, comerciantes, hombres de negocios. Gentes poco inclinadas al fundamentalismo, conservadores y ciudadanos de Turquía tan válidos y con tantos derechos como el sector de la burguesía laica, heredera histórica del kemalismo que ahora temen se le acabe el chollo. En todo caso, no ha lugar para planes de exterminio mutuo, ni nuevos golpes. Ha comenzado una nueva era para una nueva Turquía: es tiempo de reconciliación y modernidad, de trabajar unidos para integrarse plenamente en Europa.
Ese es el asunto gordo, lo que se está jugando en Turquía. La libertad de objeción es muy importante, sí. Los libros que gracias a su martirologio pueda vender Orhan Pamuk para consumo de intelos occidntales, también. Las guerritas montadas por tal o cual plumilla han de tener asimismo su rinconcito corporativo, ¿por qué no? Pero da la sensación de que nuestra prensa, y en especial “El País” no se enteran mucho de la copla. Porque al fin y al cabo, el régimen que dicen defender los militares turcos en sus soflamas neokemalistas (por llamarles algo) es una especie de socialdemocracia laica. Si los “expertos” de “El País” no se alinean con el partido de la Justicia y el Desarrollo (seguramente alguien se empeña en asimilarlo mecánicamente al PP) ni con el opositor Deniz Baykal y su Partido Republicano Popular (el CHP: un lejano resto kemalista, formalmente social-demócrata), ¿qué opción les parecería más aconsejable?. A lo mejor el despiste está en la raíz de lo que cada vez parece manifestarse más claramente como actitud turcófoba del periódico.
De cómo la şmecherie se convirtió en virtud nacional
Me llamaron hace un par de días desde el programa de Glòria Serra, anchorwoman de COM Ràdio para “una entrevista sobre Rumania”, así en líneas generales. En realidad, el asunto no tenía nada que ver con el gobierno de Basescu o lo complicado que se le está poniendo el acceso a la UE al candidato balcánico. El súbito interés por Rumania era por sus ciudadanos, los rumanos; y sobre todo, y de forma más o menos directa, con las decenas de miles que han ido llegando a España en los últimos años. Hasta el momento el fenómeno no llamaba mucho la atención en Cataluña, dado que la masa crítica de inmigrantes rumanos se concentra en Alicante y el Levante en general (donde ya ha dado lugar a episodios de xenefobia) así como también en Madrid. Pero la reciente detención de una banda de ladrones de pisos en Maspujols (Tarragona) ha disparado alarmas también por estos pagos.
Creo que a Serra no le encandilaron mis declaraciones. Posiblemente prefería la explicación que le ofreció una colaboradora rumana en ese mismo pograma, que según me pareció haber entendido, giraba en torno al alma rumana que no se encuentra a sí misma, o argumentos similares. El destino, la quiebra moral colectiva y esa especie de entelequia que es “el espíritu de los pueblos”, forman parte de un discurso muy usual en Europa oriental y que suele ser apreciado en los medios de comunicación catalanes. También parecía suficiente el argumento de la supuesta pobreza de la población, pobre gente, y tal. Hablábamos sobre uno de los principales problema de la Rumania actual: la corrupción. Para mí, el asunto tiene mucho que ver con el aparato administrativo del país, mal pagado por desmesurado en número. En parte es un problema generado por el desaparecido régimen comunista, que creó un estado muy burocratizado y plagado de controles y supervisores.
Pero en parte la cosa viene de atrás, porque la administración rumana que se construyó paralelamente al estado, desde el último cuarto del siglo XIX en adelante, siempre estuvo mal pagada. Esa situación es tan característicamente rumana que a comienzos de siglo XX el país poseía unas leyes muy extrañas: el campesino pagaba por exportar sus productos. La explicación de tan bizarras y antieconómicas disposiciones se debía a que los sucesivos gobiernos liberales intentaban evitar que subiera el precio de los productos básicos de alimentación, a fin de mantener los sueldos de la masa funcionarial lo más bajos posible. Aún así, el miserable funcionario se habituó a completar su magro salario a base del bacşiş, es decir la propinilla, la venta de favores o servicios. Fácil es comprender cómo en un país en el cual el común de la población veía cómo los numerosos representantes de la autoridad se dedicaban al mangoneo, todo el mundo terminara apuntándose a tales prácticas.
A ello deben añadirse los problemas de distribución que generó entre 1948 y 1989 un régimen comunista especialmente mal gestionado. Al bacşiş se unió el hurto y choriceo generalizados: había que vivir, y los productos de primera necesidad que no se encontraban en las tiendas durante semanas, se obtenían por los medios que fueran. Así fue como la inmensa mayoría de la sociedad se conjuró contra un sistema en el cual sus propios gobernantes formaban parte del robo universalmente perpetrado. Y no sólo eso: para terminar de arreglarlo, el régimen en tiempos de Nicolae Ceauşescu se dedicó a glorificar la proverbial şmecherie rumana. Éste es un término difícil de traducir, pero que es equivalente a nuestra hispánica picaresca. La coartada histórica consistía en lo siguiente: los rumanos (moldavos y válacos) habían sido vecinos, durante siglos, de enormes, poderosos y despiadados imperios. La única forma de sobrevivir había sido actuar con astucia; eso incluía negociar, maniobrar, fingir. Y cuando fue necesario, mentir y romper tratados, cambiar de bando por sorpresa y traicionar. De esa forma, los rumanos habían logrado burlar a los turcos, los rusos, los polacos, los austriacos, los alemanes.
Este tipo de argumentos se enseñaban en las escuelas y universidades, el rumano se los explicaba al visitante occidental y con todo ello se hacían films estilo espagueti western pero con heroicos voivodas (príncipes) moldo-válacos luchando con todas las armas y trapacerías contra el Imperio otomano. Por ejemplo, en “Miguel el Valiente” (Mihail Viteazul, 1970) de Sergiu Nicolaescu, que algunos canales españoles de televisión pasan todavía de vez en cuando en horarios poco frecuentados. Todo esto no sólo era posible verlo de forma palpable en la Rumania de los años setenta y ochenta. Está analizado en excelentes obras académicas como la de Katherine Verdery: Nacional Ideology Under Socialism. Indentity and Cultural Politics in Ceauşescu´s Romania (University of California Press, 1991)
Pero un país no puede tirar adelante de esa forma, al menos durante muchos años, y las cosas terminaron catastróficamente en 1989. Cuando desapareció el régimen comunista, el mal estaba ya hecho. Muchos rumanos (y no sólo ellos, sino también los albaneses, serbios, búlgaros…) se habían acostumbrado al trapicheo, a saltarse las reglas del orden social, a fingir que se trabaja, dado que el estado finge pagar. Cuando desapareció la unanimidad social, la cobertura generalizada que suponía la ética de la supervivencia, Occidente apareció en el horizonte: la cultura de la emigración hacia El Dorado aplicaba el todo vale con tal de triunfar y volver a Rumania, un día, como los antiguos indianos regresaban a España tras hacerse las Américas. El resto de la historia ya la saben o se la pueden imaginar. Bueno, en realidad, falta un factor complementario: la importante representación numérica de la minoría gitana en Rumania y sus relaciones con los payos locales. Pero eso es material para otro post.
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