CK Way (4)
Pinchar sobre la fotografía de la isla de Akdamar para ampliación y localizar la iglesia de la Santa CruzPara los que se hayan sentido atraídos por la ruta CK Way, este próximo verano podrán disfrutar un atractivo inédito en decenas de años: la iglesia armenia de la Santa Cruz, en la isla de Akdamar, quedará abierta al culto un día al año, el 12 de septiembre.
25-03-2010
Turquía permite un día de oración al año en una histórica iglesia armeniaLa bizantina iglesia de la Santa Cruz, situada en la isla de Akdamar en el lago Van, en el sudeste del país, se inauguró en 2007 tras ser restaurada, con una gran ceremonia a la que asistieron representantes armenios debido a la importancia del templo para esa vertiente del cristianismo.
La Santa Cruz se "abrirá de forma simbólica a la oración el segundo domingo de septiembre de cada año", anunció a los medios turcos el gobernador de la provincia de Van, Munir Karaoglu, y agregó que los armenios eran bienvenidos para la oración el próximo 12 de septiembre.
La decisión de abrir las puertas del templo cristiano a la oración se enmarca dentro de la intención del Ministerio de Turismo y Cultura de Turquía de incentivar el "turismo religioso" en Van, explicó.
Karaoglu aseguró además que con esta medida se responde a la petición armenia de permitir la oración en la Iglesia, pero descartó la posibilidad de que el ahora museo se utilice para esa finalidad de forma permanente.
El patriarca armenio de Constantinopla, Mesrop Mutafian, solicitó tras la restauración que se le permitiera rezar allí como un gesto para la reconciliación entre ambos pueblos.
Los comerciantes turcos de la provincia de Van también solicitaron a Ankara que permitiera la apertura del templo a la oración ante la posibilidad de que fuera una forma de promocionar el turismo en la zona.
Pero hasta ahora las autoridades turcas habían argumentado que la basílica de Santa Sofía (Hagia Sofía) de Estambul tiene el mismo estatus que esta iglesia bizantina, también es un monumento y no está abierta para la oración.
La Iglesia de la Santa Cruz se considera como el lugar sagrado más importante de los armenios en Turquía y fue construida entre los años 915 y 921 por el rey armenio Gargik I. EFEEtiquetas: armenios, CK Way, Van
CK Way (3): de Doğubeyazıt a Van y Ahlat

Tres guerreros. La simplicidad de las lápidas del cementerio selyúcida de Ahlat tiene algo de la elegancia zen
A partir de Doğubeyazıt, el recorrido traza la otra mitad simétrica del arco de la "C". El camino abunda en paisajes naturales de gran belleza, sobre todo a lo largo de la costa del Lago de Van. Tienen razón quienes dicen que parece un mar interior: desde casi cualquier rincón, el horizonte es la línea azul del agua, aunque como es habitual en los lagos, la superficie es plana, tranquila. Van es un lugar para pasarse horas contemplando las diversas especies de pájaros, desde la orilla o desde alguna de las pequeñas islas.
Los tramos de soledad son amplios. Como dice una amiga nacida en la zona, es la nada, luego un poco de algo, y a continuación, más nada. Por el camino apenas hay bares o estaciones de servicio donde refrescarse. No abundan las aldeas. Sólo es habitual la presencia militar y de la gendarmería, así como las inscripciones patrióticas en las laderas de las montañas y colinas.
La ciudad de Van contrasta con todo eso. Es una población de nueva planta; recuerda a la misma Ankara, con su ajetreo y desorden. Una de las vías principales está de obras, y el caos automovilístico es total, con aparatosos embotellamientos, claxonazos a diestro y siniestro, y autobuses que circulan en dirección contraria, saltándose las señales habituales y las añadidas. De vez en cuando se escucha el altavoz de algún coche patrulla de la policía, dando instrucciones o llamando la atencióna a algún conductor. Primero suena una señal acústica y luego se oye la voz eléctrica y gutural, en tono apremiante.
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Estampa habitual en las orillas del lago de Van. Una pequeña aldea se refleja en las aguas tranquilas
Van es interesante para el viajero que conozca bien la zona o para quien busque elaborar un estudio sociológico de la vida urbana en Turquía. Pero como destino turístico es desdeñable. Antes de la Gran Guerra había sido una ciudad de importante presencia armenia (un tercio del total, según censo de 1914). Pero toda la zona del lago y muy especialemtne la ciudad, fueron teatro de fuertes combates entre las troaps otomanas, de una parte, y los insurgentes armenios apoyados por el Ejército ruso, de la otra. Van fue tomada por unos y recuperada por los otros en varias ocasiones. El forcejeo continuó durante la Guerra de la Indepedencia turca. El resultado final fue la destrucción total de la vieja ciudad de Van. Hoy pueden contemplarse algunos restos de la antigua población, de una horizontalidad que recuerda las fotos de Hiroshima tras el lanzamiento de la bomba atómica. Numerosos restos de la civilización armenia en la zona, como el monasterio de Narekavank, fueron también destruidos hasta la última piedra. Pero tampoco quedan muchos vestigios de la pretérita cultura musulmana. La soledad de los paisajes en torno al lago de Van, es un bello sudario para los recuerdos del horror.
La joya de la ciudad de Van es la masiva fortaleza que presidía el antiguo casco urbano, rodeado a su vez de murallas hoy desaparecidas. La urbe era uno más de los puntos fortificados de la zona, siempre en los límites fronterizos de uno u otro estadode. Para los interesados en la Historia Antigua, Van fue la capital del reino de Urartu: la fortaleza es testimonio de ello. Los restos arqueológicos se pueden contemplar en el pequeño museo local. Algunas guías hacen referencia a paneles sobre las matanzas de la Gran Guerra, pero culpando al otro, a los armenios. Sin embargo, a la altura de julio de 2009 habían desaparecido, quizá debido a la mejora de relaciones entre Ankara y Yerevan.
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Vista de la antigua ciudad de Van en 1893, presidida por el castillo
Otros atractivos de Van son más inocentes. Uno de ellos es el queso, que incluye yerbas aromáticas en su elaboración (otlu peynir) En general, los desayunos de Van, a base de olivas, tomate y queso de la región, tienen fama de abundantes y sabrosos.
Y además: los gatos de Van, célebres por tener un ojo de cada color y no demostrar rechazo alguno al agua. Al parecer, quedan ya muy pocos. Pero a la salida de la ciudad, en el centro de una rotonda, un enorme monumento, entrañablemente kitsh, recuerda al viajero la importancia sentimental de esos habitantes de la ciudad.

Un característico gato de Van, con un ojo de cada color. Además de ese extraño rasgo, la raza se distingue por dar unos animales excepcionalmente inteligentes y amigables (se ha llegado a decir que son algo así como "gatos perrunos") y amantes del agua (verdaderos "gatos nadadores"). Por su faltara algo, se dice que son gatos hipoalergénicos, a prueba de amos con problemas de esa índole. Debido al clima extremo de su región de origen, cambian completamente de pelaje entre verano e invierno. En Occidente se les ha confundido, durante siglos, con los gatos de Angora (Ankara, en la actualidad). Sin embargo, el gato de Van sólo comenzó a criarse en Gran Bretaña en 1955
En general, Van no es una ciudad pobre ni subdesarrollada, adjetivos corrientemente dedicados por la prensa occidental al conjunto de la Turquía oriental. Tiene ese característico punto desordenado y bullicioso, pero no faltan modernos hospitales, los transportes públicos son abundantes y rápidos, las tiendas están llenas de género y clientes, que tampoco están ausentes de los restaurantes; y sobre todo, muchas casas muestran en sus tejados grandes placas solares, lo que hace pensar por qué en España, con este sol despiadado, estamos tan a merced de las subidas desmesuradas en la tarifa eléctrica.
El viajero que no desee pasar todo un día o una tarde en Van, puede limitarse a visitar o fotografiar la fortaleza, pero desde el ángulo Oeste, desde la costa del lago; o subir hasta las mismas ruinas. Más al sur, le espera la iglesia armenia de Akdamar.
El templo es pequeño y es la única construcción en medio de una diminuta isla, a unos veinte minutos de navegación desde la costa. Hay un pequeño embarcadero, justo enfrente, desde donde se pueden tomar los transbordadores. El problema reside en que los transportistas no sólo atienden al beneficio en dinero, sino también en tiempo. La ecuación viene a ser: cuántos más pasajeros y menor tiempo de espera, mejor (lo cual no quiere decir que eso revierta en más pasajeros por día). El resultado es que los tipos de las embarcaciones sólo conceden media hora de visita, lo cual apenas deja tiempo para echar un vistazo y algunas fotos a la iglesia de Santa Cruz y sus bajorrelieves exteriores. Toca olvidarse de tomas más espectaculares desde el promontorio. Dado que hay un chiringuito en las cercanías del templo, cabe la posibildiad de almorzar (o lo que sería mejor: cenar) y disponer de más tiempo para admirar los paisajes, pero la información es un bien escaso en la CK Way.
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Contrapicado del cimborrio de la iglesia de Santa Cruz, en la isla de Akdamar. Las palomas y sus sombras se entremezclan con la fauna de los bajorrelieves exteriores: son los animales que Noé llevó en su Arca.
Aunque el recorrido hasta Tatvan está cada vez más explotado turísticamente, sigue siendo una constante la presencia de las fuerzas del orden, vigilando las riberas del lago. De todas formas, queda mucho por hacer hasta llegar a los niveles occidentales. El disfrute masivo de la costa parece reñido con la cultura popular musulmana. El litoral del lago de Van ofrece rincones muy hermosos para una zambullida o un rato de sol. Sin embargo, es algo que el viajero deberá organizarse por su cuenta. Ni pueblos ni ciudades suelen ofrecer facilidades. Nada de embarcaderos, chiringuitos, terrazas o playas acondicionadas. En Tatvan, un desolado paseo discurre a lo largo de unos rompientes de piedra que aprovechan los pescadores. Hay bancos públicos desde los que sentarse y observar el paisaje; pero las patatas fritas y la bebida refrescante (no alcohólica) la pones tú. En conjunto, "bajar a la costa" en la ciudad supone el mismo grado de comodidad que tomar el sol en un polígiono industrial.

Taysim, orgulloso de haber llegado con su taxi al cráter lacustre del Nemrut Daǧı
Sin embargo, como en otras ciudades de la zona, el viajero podrá encontrar en Tatvan un centro comercial moderno, las últimas pelis en cartelera, restaurantes de calidad a un precio muy asequible y hoteles con wi-fi en las habitaciones, cajeros automáticos en cualquier esquina e internet cafés a cada paso. Barrios tradicionales donde miran al turista con curiosidad, pero también calles de clase media donde el extranjero pasa completamente desapercibido. Esto es Turquía, desde el Egeo al Cáucaso.
Tatvan no merece mayor atención en sí misma; pero es la base desde la cual el viajero puede acceder al reputado Nemrud Daǧı. Ojo: no confundir el Nemrud Daǧı de Tatvan con el de Kahta, es decir el parque nacional del Nemrud Daǧı, con sus estatuas y enormes cabezas de piedra de los tiempos del rey Antíoco. El monte al que se hace mención aquí es puro paisaje natural: se trata de un antiguo volcán extinto que en su cráter contiene un lago. En las laderas, el viajero se puede topar con pobladores nómadas; y con un poco de suerte, las fotos pueden ser dignas del "National Geographic". La vista panorámica del Lago de Van es espectacular: garantizado.
El problema es, una vez más, el transporte. Lo mejor es alquilar un taxi en Tatvan o intentar integrarse en una excursión organizada. Pero los que no se manejen en turco o kurdo van a tener problemas de comunicación. Si se llega en automóvil de alquiler, atención a la resistencia del vehículo, porque los caminos y subidas no son aptos para todos los amortiguadores y neumáticos.
De regreso a la carretera comarcal 965 el viajero no debería perderse una excursión al pueblo de Ahlat. Es muy poco conocido que justamente aquí, a comienzos del siglo XI, se inició la turcificación de Anatolia, por entonces parte del Imperio bizantino. Aunque la batalla decisiva que derrotó a las huestes del emperador bizantino Romano IV Diógenes se libró más al norte, cerca de la actual población de Malazgirt (26 de agosto de 1071) el sultán selyúcida Alp Arslan estableció su base en la por entonces fortificada ciudad de Ahlat..jpg)
Usta Şaǧırt Kümbeti: elegancia arquitectónica que ha sobrevivido ocho siglos
Quedan algunos restos de aquella gloria y el tormentoso pasado de pugnas que vivió Ahlat. El viajero puede encontrar fácilmente el mausoleo (Kümbet) del Usta Şaǧırt, una fina construcción funeraria del siglo XIII. Es la mayor de su género en toda la región y totalmente selyúcida ("kümbet" es, precisamente, un término turco selyúcida). En el verano de 2009, la cancela de hierro estaba abierta y el visitante podía acceder a las mismas tumbas, en el misterioso sótano del kümbet.
Pero el plato fuerte de la visita a Ahlat es el cementerio selyúcida, en las afueras del pueblo. Si en toda la zona el turismo es escaso, aquí es inexistente. El monumento consiste en un romántico campo tachonado por decenas de estelas funeraria en toba volcánica, negra o rojiza. Se trata de las tumbas de la dinastía de los Ahlahshahs, descendientes de Sökmen el Kutbî, es decir, Sökmen el Esclavo, uno de los generales del ejército de Alp Arslan (en el islam, y sobre entre las tribus turcas, un esclavo podía llegar a general sin perder esa condición). Según la guía Lonely Planet dedicada a Turquía, "casi todas las tumbas están vigiladas por un cuervo, y entre las ruinas también se pasean tortugas". El viajero no observó mayor presencia de cuervos bajo las inmensas nubes, ni tortugas entre los juegos de luz que adornaban las altas hierbas. Pero las autoridades locales están haciendo esfuerzos para que el cementerio sea incluido en la World Heritage List (Patrimonio Mundial) de la UNESCO; lo cual, por cierto, estaría plenamente justificado.

Cementerio selyúcida en Ahlat. Los guerreros y notables de la dinastía Ahlahshahs-Sökmenli, descansan bajo el inmenso cielo protector
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CK Way (1): desde Trabzon a Kars

La mezquita está en una vaguada en el camino hacia Kars. Sólo sobresale el minarete
Se me ocurrió bautizarla como “ruta CK”, sin asomo de ironía, dado que no hace referencia a ninguna marca de colonia . Simplemente, el camino trazaba una “C” invertida que recorría Turquía oriental; y de hecho la zona estaba poblada mayoritariamente por kurdos: de ahí la “K”. En conjunto es un largo trecho de más de 1.600 kilómetros, ignorado para las agencias turísticas de Europa occidental. En la misma Turquía hay algunos operadores que prácticamente a título individual han organizado tours desde Kars hasta Diyarbakır, pero no resulta fácil dar con ellos; y además, eso denota que se trata de una zona en la que el turismo turco recién comienza a acudir tras los años del conflicto armado con las guerrillas del PKK. Pero no es todavía una zona de turismo internacional, lo cual resulta bastante extraordinario en pleno 2009.
El arco se puede iniciar desde el norte o desde el sur, lo cual resulta indiferente para el resultado final del viaje. Si se escoge la primera opción, se aconseja comprar un billete de avión Estambul-Trabzon. Cabe la posibilidad de llegar a la zona de forma más directa mediante la ruta aérea Estambul-Ankara-Kars (que tiene un minúsculo aeropuerto) pero eso supone saltarse la espectacular carretera que, procedente de Trabzon, recorre las estribaciones del Cáucaso. En todo caso, es una alternativa para aquellos viajeros más apresurados, o los que no hayan encontrado otra combinación terrestre que la de Trabzon-Kars por Erzurum, la más habitual. Por fin, el regreso se puede hacer desde el aeropuerto de Diyarbakır. Pero atención: en Turquía los vuelos interiores pueden sufrir retrasos, por lo que se aconseja no calcular enlaces ajustados para el vuelo de regreso a casa desde Estambul. Tomarse las cosas con calma y dedicar una horas a la escala en la antigua capital del Imperio otomano, es lo más realista.
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Ruinas de Ani. En el
CK Way abundan los paisajes de una belleza desolada. Historia en bruto
Cuando el avión se dispone a aterrizar, una breve mirada a las escarpadas montañas del entorno para recordar que fue allí donde se estrelló el Yak 42 con 62 militares españoles y 15 tripulantes ucranianos en 2003. Por lo demás, Trabzon es una ciudad con historia: durante unos pocos años fue la última capital del Imperio bizantino, tras caer Constantinopla en manos de los turcos otomanos, en 1453. Pero quedan muy escasas trazas de aquel esplendor. Hoy una ciudad comercial, ajetreada y con escasa personalidad para el turista. Eso sí: tiene fama de rumbosa en el contexto de Turquía oriental. Conforme se adentre en el corazón del CK Way, el viajero entenderá esa fama y hasta llegará a echarla de menos en algunos momentos.

La fortaleza de Kars, eterno objtivo estratégico en las inumerables guerras por los pasos del Cáucaso
Trabzon es también la capital de los lazis, objeto de numerosas bromas ente los turcos, similares a las que se hacen en España con los leperos. los franceses con los belgas, los estadonunidenses con los suecos, los argentinos con los gashegos, suma y sigue. Los lazis son un grupo étnico que habita en la costa turca del Mar Negro, con lengua propia relacionado con el megrelio, georgiano y svan. Originariamente cristianos ortodoxos, se convirtieron al islam en tiempos del Imperio otomano, en torno al siglo XVI y en su propio sanjak destacaron como agricultores especializados en te y maíz y también como pescadores, con la anchoa como parte central de su dieta.
Relativamente cerca de la ciudad (unos 50 kilómetros) se encuentra el monasterio greco ortodoxo de Sümela, fundado en el siglo IV y abandonado (e incendiado) en la década de los años 20 del siglo pasado, en tiempos del brutal intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia. Vale la pena la excursión, porque es uno de los principales monumentos reseñables en toda la costa turca del mar Negro: viene a ser un pequeño Monte Athos abandonado en plena Anatolia. Pero deben hacerse dos puntualizaciones. La primera: si el viajero es aficionado a la fotografía, vdebería llevarse un buen teleobjetivo. Hay dos vistas exteriores del impresionante monasterio incrustado en la ladera de una arbolada montaña. La primera, desde la carretera de acceso, en contrapicado, donde no se detienen los microbuses. La segunda es la que se obtiene desde una terraza panorámica, donde casi concluye el viaje; y aunque desde ahí se contempla todo el escarpado valle, la fachada del monasterio queda lejana y algo escondida. Segunda observación: ojo con la picaresca asociada a los transportes en Turquía; el interior del monasterio se puede ver en una media hora pero el microbús puede tardar hasta dos horas en regresar y recoger a los turistas; o no volver; o esperar a pie de la montaña, en un hotel y restaurante, al que se llega tras una buena caminata de casi media hora (y eso cuesta abajo).

Paisaje de montaña. Pueden pasar muchos kilómetros sin encontrar presencia humana
El recorrido Trabzon-Kars es el primer desafío importante del CK Way. El camino más pintoresco es el más largo y tortuoso, porque transcurre pegado a la frontera georgiana, por carretra de montaña. Pero los medios de transporte regulares brillan por su ausencia, e ir confiando en los microbuses que unen pueblos muy distantes puede suponer la pérdida de mucho tiempo en largas esperas a mitad de camino hacia la nada. La mejor solución consiste en contratar taxis para trayectos largos (una práctica nada extraña y no muy cara en Turquía y en el mundo balcánico y caucásico) o alquilar un coche.
De esa forma, camino de la lejana Kars, el viajero pasa de una soleada costa de aspecto mediterráneo (desolada y nada explotada turísticamente) a un paisaje alpino intensamente verde. Pero son más de 400 kilómetros de carretera llena de curvas y cuestas. La primera parte discurre por valles estrechos en los que se pueden ver, de tanto en tanto, arroyos de alta montaña y desvencijadas cabañas de madera, típicas del Cáucaso. Sin embargo, el último tramo antes de llegar a Kars son prados altos, intensamente verdes y desolados. En todos los paisajes están presentes los minaretes de las mezquitas: entre los abetos o surgiendo del horizonte de las praderas.

La antigua catedral armenia, tesoro arquitectónico en el desolado centro histórico de Kars
Kars forma parte de ese entorno geográfico, se percibe al primer golpe de vista. Pero hay algo más: tiene fama de ser una ciudad lúgubre, fría y apartada. La célebre novela tostón de Pamuk que transcurre en esa ciudad (“kar” significa “nieve”, en turco) terminó de remachar esa imagen. Ante tal imagen, lo único que se puede decir es que Kars posee un ambiente que tiene sus adeptos. El conjunto urbano está dominado por una poderosa y negra fortaleza aupada sobre un picacho. Allí pudo haber transcurrido el argumento del Desierto de los Tártaros de Dino Buzzati, pero dado que la ciudad perteneció a Rusia durante muchos años, también trae a la memoria el viaje de Tolstoi al Cáucaso y su estancia en el fuerte de Stari Yurt durante la Guerra de Crimea contra el Imperio otomano. En definitiva, Kars es ciudad fronteriza por antonomasia, campo de batalla en guerras eternas entre rusos, turcos, armenios y persas, punto de tratados internacionales y pieza de intercambio entre unos y otros. A lo pies de la oscura fortaleza, todavía en uso, la ciudad parece desordenada, inacabada: la abandonada y compacta catedral armenia, contribuye a esa impresión. Los viejos edificios administrativos rusos pasan desapercibidos por descuidados. Algunos bares y tiendas son el colmo de la decrepitud y la melancolía. Todo va en tonos de piedra oscura, a menudo bajo un cielo encapotado.
Más allá del barrio histórico, desolado y sucio, la arteria principal de Kars, conserva ese mismo ambiente, aunque esté llena de vida. Eso sí: aunque ajena a su abigarrado y violento pasado histórico, el ambiente anodino del centro conserva un punto de Far West. Abundan cafés internet, algo que el viajero encontrará en las ciudades de todo el CK Way, pero el visitante es toda una rareza y las miradas de los habitantes o los saludos de los niños se lo hacen saber a cada paso. .jpg)
San Gregorio, Ani
Ir a Kars significa acercarse a contemplar las ruinas de Ani, la que fue esplendorosa capital del reino armenio medieval, a la que se apoda “ciudad de las mil y una iglesias”. Cae un sol de justicia y pasear por la enorme extensión de Ani respirando nubes de insectos es una experiencia poderosamente irreal. El silencio lo puede todo –son escasos grupos de turistas y se pierden enseguida en la inmensidad del paisaje. El cielo aplasta los escasos restos de edificaciones, aquí y allá, surgiendo de la vegetación agostada y salvaje. Apenas se han hecho excavaciones y el horizonte es el de un cementerio abandonado. Es muy difícil imaginarse que hubo vida allí; más parece como si un genio de la escenografía hubiera construido aquellos restos a propósito, para empequeñecer al viajero.
En algunas tomas es imposible evitar que quede constancia del paso de gruesos insectos voladores antes el objetivo; de la misma forma, a veces aparecen, a lo lejos, las torres de vigilancia de los guardias turcos de fronteras. Los costados de la extinta ciudad de Ani pasan junto a gargantas por la que fluyen los ríos Ajurian y Tsalkotsajour, que marcan la frontera entre las actuales Turquía y Armenia, por lo que la fabulosa ciudad de Ani, por la que vivieron y pelearon armenios, georgianos, kurdos, turcos selyúcidas y hasta mogoles, sigue sin poder descansar en paz; continúa siendo símbolo de símbolos disputados, aunque ya nadie viva en sus desaparecidas calles. .jpg)
Torre de la Iglesia de San Salvador, partida por un rayo; al fondo, la Catedral. Ruinas de Ani
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El espacio ex otomano, orígen de las crisis actuales (3)

A la izquierda: soldado serbio con piezas de uniforme ruso. A la derecha: oficial serbio con uniforme completo de esa procedencia. 1809.
Acuarelas de
Pavle Vasić, 1808-1918 Yниформе Cрпске Boјске, Просвеtа, Београд, 1980
Hace pocos días, Andrés Mourenza se refería en su blog a los apuros sufridos por el embajador norteamericano en Ankara, Ross Wilson durante una conferencia de prensa ofrecida el pasado 17 de julio. El diplomático explicó ante la prensa turca que Washington apoyaba a Israel en las operaciones militares emprendidas “para defender su país”. Ante la aseveración, un periodista turco preguntó si el ejército de su país podría hipotéticamente hacer lo mismo: penetrar en el territorio de un estado vecino (Irak) para destruir las bases de un grupo guerrillero (el PKK) que atacaba territorio turco. La pregunta era más que previsible, pero pillado en pleno renuncio, el embajador sólo acertó a farfullar algo así como: “Eso no debería ocurrir”. La anécdota quedó rematada con un titular bien expresivo del diario “Vatan”, edición del 19 de junio: “İsrail’e öfke ve kıskançlık”: “Cólera y envidia hacia Israel”. Periódico cada vez más popular en Turquía, “Vatan” no rehuye temas delicados y el titular expresaba de un lado el rechazo de la población ante la exhibición de fuerza bruta que está desplegando Israel en el Líbano y Gaza; pero también las libertades que se toma ese país como protegido privilegiado de los norteamericanos.
No muchos días más tarde, el 2 de agosto, algunos díarios, siempre atentos a destacar y ampliar cualquier noticia negativa –real o imaginaria- procedente de Turquía, insertaban una breve nota en la que anunciaban que el general Yaşar Büyükanıt era el nuevo Jefe de Estado Mayor del Ejército de tierra turco en sustitución del también general Hilmi Özkök. Estos medios de prensa –“La Vanguardia” muy en especial- se apresuraron a remachar donde apenas les cupo en la breve nota informativa, que Büyükanıt es un “halcón”, “conocido por su defensa de la línea dura” del cual se espera que “lidere una gran operación militar contra los bastiones de la guerrilla kurda del PKK”. Dado que incluso en internet resulta difícil encontrar información sobre Yaşar Büyükanıt que no sea en turco –y los avezados reporteros españoles “especializados” no tienen ni remota idea de ese idioma- no deja de despertar dudas la procedencia de tal caudal informativo. Máxime teniendo en cuenta que el nuevo Jefe de Estado Mayor hizo unas declaraciones en octubre de 2000, en “Milliyet”, recogidas por Radio Free Europe, en las que afirmaba que “la completa integración de Turquía en la UE era una necesidad geoestratégica”.
Pero aún suponiendo que sí, que Yaşar Büyükanıt fuera un duro puesto al mando del ejército de tierra para lanzar una gran ofensiva contra el PKK –anunciada desde hace meses- ¿qué tendría de extraño, ante el espectáculo de aliado israelí entrando como un elefante en la cacharrería del sur de Líbano? Es, ni más ni menos, que la respuesta turca a la pregunta dirigida al embajador Ross Wilson.
Anécdota, noticia y “vestimenta” de la noticia no son sino un ejemplo más del bien conocido y grosero fenómeno del doble rasero informativo y argumental, tan caro a las grandes potencias y a nuestra prensa, de finos reflejos seguidistas. El fenómeno es antiguo, pero en su forma actual se puede decir que nació en torno a los conflictos que desagarraron al Imperio otomano a lo largo del siglo XIX. Uno de los ejemplos más conocidos es la actitud de Rusia ante sus protegidos en los Balcanes. Una cosa era proclamarse defensora de los pueblos cristianos supuestamente oprimidos por los turcos; otra muy diferente era tener en cuenta las necesidades y deseos reales de los protegidos.Existen tres ejemplos muy claros de esta actitud. El primero, durante la revuelta serbia de febrero, 1804. En septiembre, una delegación de rebeldes viajó a San Petersburgo y pidió ayuda a Rusia. El zar Alejandro no se decidió por un apoyo en fuerza porque en aquel momento no le convenía enemistarse con el Imperio otomano: el juego de alianzas y el equilibrio de poder era demasiado volátil. Pero la noticia del hecho llegó a Estambul, fue interpretada como una intolerable búsqueda de autonomía, y eso significó ya la guerra formal contra los insurrectos. Los serbios aguantaron como pudieron la represión de las fuerzas otomanas, gracias al genio estratégico de su líder militar y político, George Petrović, que pronto sería conocido como Karadjordje o "Jorge el Negro" [lámina adjunta]. Al año siguiente, tropas rusas invadieron
los Principados Danubianos y ofrecieron todo tipo de ayuda a los serbios: armas, dinero, equipos, instructores e incluso tropas de refuerzo. Gracias a ello, en junio de 1807, Karadjordje tomó las últimas fortalezas otomanas en suelo serbio. El 10 de julio de 1807, firmó un tratado de alianza con Rusia. Pero tres días más tarde, el zar Alejandro se entrevistó con Napoleón en Tilsit, se deshizo la Cuarta Coalición y se proclamó la paz continental. A continuación, el ruso firmó un tratado de paz con el Imperio otomano y el 24 de agosto retiró sus tropas de Serbia. Apoyándose en la incapacidad militar del Imperio otomano, los insurrectos lograron erigir su propio estado y resistir algunos años más, pero era evidente que para el zar las conveniencias de la política global eran mucho más importantes que el destino de un pequeño pueblo cristiano y eslavo.
Más lamentable fue la actitud rusa ante la insurrección nacional griega de 1821. La semilla del alzamiento había sido preparada por la Filikí Etería, o “Asociación de Amistad”, una sociedad conspirativa fundada en 1814 por comerciantes griegos en Odesa, en la línea de otras organizaciones similares –carbonarios, anilleros, comuneros, La Garduña- surgidas en los focos revoltosos al orden de la Restauración europea, especialmente en España e Italia. La que durante muchos años fue una “minoría consciente” terminó por cobrar una destacada presencia entre los griegos del imperio debido a dos factores. El primero, la gran movilidad de sus miembros; y además, la insistencia en que existía un compromiso por parte de Rusia para intervenir en apoyo de una insurrección griega que debería ser la punta de lanza para una gran revolución cristiana en todos los Balcanes contra el dominador musulmán. Ese argumento, que demostró ser totalmente falaz gozó de credibilidad a la vista del apoyo que había recibido los griegos por parte de Rusia en anteriores guerras de es apotencia contra el Imperio otomano, y también por el precedente de la insurrección serbia. Aunque había sido aplastada en 1813, siete años más tarde la situación había cambiado notablemente. En 1815 había estallado una nueva revuelta en Serbia, liderada por Miloš Obrenović, un nuevo caudillo que sumaba astucia diplomática a sus capacidades como dirigente militar. Dando una de cal y otra de arena, este hombre había obtenido una salida política a la insurrección militar, pactando en pocos meses con la Sublime Puerta su nombramiento como “Príncipe de la Nación Serbia”, logrando una considerable autonomía política para el país y conservando retener sus milicias como garantía del acuerdo. En parte, Miloš Obrenović había logrado todo esto jugando de farol con un supuesto apoyo ruso que estaba lejos de haber sido concretado.
Algo parecido intentaron los agentes de la Etería con su líder al frente, Aléxandros Ypsilantis [lámina adjunta] el cual había hecho su fortuna en Rusia, sirviendo como oficial en el ejército de este país. El plan consistía en desencadenar la insurrección en los Principados Danubianos, lindante con la frontera rusa. Además, era una plataforma ideal para lograr el apoyo de otras naciones cristianas
ortodoxas,
como los moldavos, los válacos o los serbios. Pero a la hora de la verdad todo ello resultó ser un trágico error basado en fantasías. El “Batallón Sagrado” de voluntarios griegos que cruzó la frontera de Moldavia el 6 de marzo de 1821, fue destrozado en tres semanas por las tropas otomanas, sin que los rusos movieran un dedo. De hecho, el zar Alejandro se tomó muy mal el plan y expulsó a Ypsilantis del ejército. Era comprensible: Rusia formaba parte de la Santa Alianza, garante del orden más conservador en la Europa de la Restauración, y no deseaba verse arrastrado a una guerra por iniciativa y conveniencias una sociedad secreta demasiado parecida a las que habían organizado liberales, masones y carbonarios en España e Italia. Por otra parte, las propuestas neobizantinas de un Rigas Feriaos chocaban frontalmente con los objetivos de Rusia en la Cuestión de Oriente: era Rusia la llamada a recomponer el Gran Imperio Romano de Oriente, no Grecia.
Un mortal doble rasero: los grandes gestos rusos hacia los súbditos cristianos del sultán no eran de matiz ideológico, sino estratégico. Los griegos obtuvieron su independencia gracias al apoyo inesperado de los voluntarios y apoyos políticos filohelenos desde Occidente; y sobre todo, de la escuadra anglo-francesa que en 1827 hundió a la flota otomano-egipcia en el puerto de Navarino. Pero la guerra que desencadenaron los rusos a continuación ya no estaba destinada a ayudar a los griegos, sino a destruir el Imperio otomano. Y para ello, esta vez, armaron a voluntarios armenios en el frente de Anatolia oriental. En 1877, las tropas rusas volvieron a repetir la mis a estrategia: distribuyeron armas a las comunidades armenias para provocar acciones de guerrilla o levantamientos insurreccionales que sirvieran de apoyo a su ofensiva en el Cáucaso y Anatolia oriental. El fomento del nacionalismo armenio no se basó sólo en ese tipo de acciones. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, la ingerencia exterior contribuyó a minar decisivamente el carácter religioso de los millets, la conocida institución otomana que desde 1453 constituía una muy flexible entidad administrativa de carácter autónomo para las principales confesiones religiosas no musulmanas del Imperio.
El resto de las potencias pronto aprendieron a aplicar el mismo doble rasero cínico que utilizaban los rusos con los súbditos cristianos del Imperio otomano, sin tener en cuenta las consecuencias para esos pueblos. Así, en 1878, el patriarca armenio de Constantinopla, Mgrditch Khrimian [lámina adjunta]
que inicialmente se había declarado leal al estado otomano e incluso había hecho un llamamiento para que los armenios tomaran las armas contra el invasor ruso, organizó una delegación que acudió al Congreso de Berlín para conseguir de las grandes potencias el apoyo necesario a fin de obtener lo que búlgaros, rumanos y griegos habían logrado. Ni los rusos ni las potencias signatarias del Congreso de Berlín atendieron las peticiones armenias porque estaban ante un caso más complicado que el de cualquier país balcánico: comenzando por el hecho de que los armenios no eran mayoría poblacional en ninguna de las seis provincias anatolias en las que se concentraban y resultaba imposible recrear sobre esas bases la realidad de cualquier nación balcánica.
Pero sobre todo, a los rusos les interesaba mantener en el corazón del Imperio otomano una minoría étnica persistente y crecientemente descontenta con Estambul. Esa situación se agravó con la llegada masiva de refugiados procedentes de las limpiezas étnicas de población turco-musulmana perpetradas por los nuevos estados balcánicos. En esa práctica también Rusia daba lecciones, pues a partir de 1861 comenzó a expulsar masivamente circasianos y abjazos en dirección a Anatolia. Los armenios se quejaban de que la presión demográfica y poblacional iba en su contra y que los recién llegados, extremadamente pobres, amenazaban sus tierras en los vilayets o provincias orientales de Anatolia, donde se concentraba la mayor parte de la población armenia. Ese problema alcanzó cotas dramáticas a partir de 1878, cuando decenas de miles de musulmanes fueron expulsados o escaparon de los Balcanes y Rusia y se establecieron en el Imperio otomano, en ocasiones vecinos a las tierras o propiedades de la población armenia en los confines orientales de Anatolia. Como cualquier otra minoría bienestante, los armenios pronto comenzaron a protestar contra lo que consideraban una maniobra del gobierno para presionarles o forzar un desalojo gradual.
Esta situación envenenó las relaciones entre la comunidad armenia y las autoridades otomanas a lo largo del último cuarto del siglo XIX. A ello contribuyó en no escasa medida la actitud de la política exterior rusa, que una vez más, ni quiso ni pudo apoyar a los nacionalistas armenios. La reacción de las grandes potencias a la paz de San Stefano y la creación de una Gran Bulgaria ya fue suficientemente enérgica como para que, pocos meses más tarde, se dignaran apoyar el surgimiento de una Gran Armenia independiente, fiel a Rusia. En tal sentido, la delegación de Khrimian se cavó su propia tumba política al acudir a la Conferencia de Berlín, en 1878: era virtualmente imposible que las potencias occidentales contribuyeran a una mayor influencia rusa en los destinos del Imperio otomano cuando precisamente se había reunido en Berlín para impedir eso. Por otra parte, los mismos rusos poseían una importante población armenia en su territorio y veían con desconfianza la posibilidad de crear un estado independiente al otro lado de su frontera.
Pero el principal problema terminó siendo que las mismas nacionalidades minoritarias del Imperio otomano se acostumbraron a demandar la intervención de las grandes potencias para dirimir sus diferencias con la sublime Puerta o entre ellos mismos. Los serbios en 1804 y los griegos en 1821 habían mostrado el camino: la llamada de auxilio podía funcionar desde un primer momento –como en el caso de los serbios- o fracasar, como le ocurrió a Aléxandros Ypsilantis. Pero si los insurrectos resistían y sobre todo, eran capaces de encajar pérdidas humanas durante algún tiempo, alguien terminaba llegando desde el exterior con la ayuda militar necesaria. Este mecanismo se repitió en los Balcanes en innumerables ocasiones, desde 1804 hasta 1999, haciendo de esa península uno de los territorios con mayor número de intervenciones militares y diplomáticas del mundo.
Pero en realidad, el fenómeno se extendió a todo el territorio del Imperio otomano, haciendo de sus restos el gran criadero de crisis irresolubles del siglo XX y comienzos del XXI: Líbano, Palestina, Irak, el Kurdistán o el Cáucaso configuran esa constelación de problemáticas en las que, junto con Bosnia, Kosovo o Macedonia se entrelazan enfrentamientos interétnicos más o menos reales, con intervenciones internacionales mal resueltas, disfrazadas de intereses geoestratégicos a veces un tanto anacrónicos. Es cierto que en la actualidad se mezclan en algunos de ellos nuevas y muy reales motivaciones, como el trazado de los oleoductos procedentes del Caspio. Pero no deja de ser sintomático el hecho de que incluso tales disputas se disfracen con los viejos ropajes emocionales de antaño: por ejemplo, la apelación al genocidio armenio de 1915 en medio de las negociaciones para el acceso de Turquía a la Unión Europea. Y más todavía, que tales planteamientos posean todavía un enorme tirón emocional en Occidente, maestro de mitos nacionales y nacionalistas para toda el área del desaparecido Imperio otomano.
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El espacio ex otomano, origen de crisis actuales (2)


A la izquierda, enseña de los barcos mercantes griegos en el Imperio otomano. A finales del siglo XVIII, era normal que utilizaran la bandera naval rusa, con la cruz de San Andrés (a la derecha). Fuente:
Flags of the World
Las concesiones que Rusia logró arrancar del sultán a favor de los súbditos cristianos tuvieron tres consecuencias de gran alcance para los destinos del Imperio otomano. En primer lugar, el acelerado enriquecimiento de la comunidad griega en el imperio otomano. Después, la degradación del sistema millet; a partir de ahí, la aparición de un nacionalismo fruto de la influencia ideológica europea pero lastrado por un ingrediente especial, característico del espacio ex otomano.
El siglo XVIII resultó trascendental para la población griega en el imperio. Aunque la mayor parte estaba constituida por campesinos, con el tiempo había ido surgiendo una clase acomodada de comerciantes y navieros. Gracias a los tratados de Küçük Kajnardia e Iaşi los súbditos griegos del sultán pudieron comerciar bajo la protección del pabellón ruso e incluso descubrieron bien pronto el enorme mercado que suponía el sur de Rusia. Así, pronto florecieron las colonias griegas en las costas del Mar Negro. Pero sobre todo, fueron las guerras anglo-francesas y las que acompañaron la Revolución Francesa y las contiendas napoleónicas las que impulsaron decisivamente el comercio griego, que rompió el Bloqueo Continental y desde las costas penetró hasta el corazón de Europa. En 1813, la flota mercante griega totalizaba 615 barcos, equipados con 5.878 cañones y tripulada por 37.526 marinos, cifras astronómicas para la época
Está claro que durante la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, los griegos no sólo habían entrado en activos contactos comerciales con Europa occidental: también habían sido intensamente bombardeados por las nuevas ideas revolucionarias que incluían la viva demostración de la energía que podía desarrollar una nación en armas: lo habían podido ver con sus propios ojos en Rusia, en España en la misma Francia. Además, los griegos tenían ya sus ideólogos nacionalistas, intelectuales que habían vivido en estrecho contacto con las ideas políticas occidentales, como Adamantios Korais o Rigas Feraios: el primero fue el constructor del moderno idioma griego, vehículo de una renovada identidad nacional; el segundo planteaba la posibilidad de una reconstrucción del Imperio bizantino, una vez que el Imperio otomano fuera destruido desde dentro por una rebelión conjunta de los pueblos cristianos.
Pero sobre todo, el resultado del peso económico y político que cobraron los griegos dentro del Imperio otomano contribuyó al rápido deterioro del millet, una de las instituciones administrativas más características del Imperio otomano. Como comunidades confesionales que eran, los millets poseían una destacada autonomía administrativa, fiscal y hasta jurídica pero siempre referida estrictictamente a los asuntos de la comunidad religiosa. Con el tiempo, se constituyeron tres millets que se correspondían con los tres grandes grupos religiosos musulmanes del Imperio: los judíos o Yahudi; los cristianos orientales, conocidos como Ermeni o armenios; y los cristianos ortodoxos o Rum. Sin embargo, de los tres, el de los greco-ortodoxos había conservado una preeminencia destacada gracias al hecho de que había sido el primero en fundarse –lo hizo el sultán Mehmed II en 1454- y debido a la posición detentada por una minoría altamente influyente, social y económicamente muy bien situada, conocida como los fanariotas, por el barrio de Estambul en el que residían: Fanar, en la esquina noroccidental de Estambul. A ella se añadían como parte de esta elite los prelados de la iglesia greco-ortodoxa; sin embargo, y aunque algunos Patriarcas intentaron resistir la influencia ejercida en la jerarquía eclesiástica por la aristocracia fanariota, ésta, por su riqueza e influencia política tendió a dominarla, y de hecho los orígenes de su poder estaban ligados a una temprana asociación con el Patriarcado.
La autonomía administrativa de que gozaban los millets hizo que las respectivas autoridades religiosas tuvieran campo para abusar de los fieles, sin que la Sublime Puerta actuara como juez o árbitro para impedirlo. Estimulados por la protección que Rusia brindaba y los beneficios obtenidos de ello, y al socaire de las ideas nacionalistas que llegaban desde Occidente, las autoridades de los millets pronto descubrieron la rentabilidad de desviar las quejas de la feligresía –debidas a la simonía o la corrupción- hacia la reivindicación nacionalista o la denuncia contra la supuesta opresión de las autoridades otomanas. Y por supuesto, los millets se convirtieron también en puertas traseras por las que se colaban las disolventes influencia occidentales. No sólo eran perfectas plataformas de penetración donde las grandes potencias volcaban su dinero, agentes y conspiraciones.
Algunas de las comunidades confesionales supieron aprovechar muy activamente las oportunidades políticas que ofrecían los millets. Así, en 1850 los armenios consiguieron de la Sublime Puerta el derecho a constituir un “millet protestante” a partir de 15.000 sujetos que misioneros americanos y británicos había convertido al protestantismo en el conjunto de todo el imperio. La novedad consistía en que el obispo que debía ejercer la autoridad debería estar asesorado por un comité religioso y otro laico, encargado éste de dirigir las "cuestiones seculares" del millet. Esto era abrir una puerta para la obtención de privilegios administrativos internos que iban más allá de la esencia de aquello que era el millet como institución: una comunidad meramente confesional.
Judíos y ortodoxos griegos no intentaron politizar sus respectivos millets de esta forma tan activa, pero la naciente burguesía nacional búlgara inició una verdadera campaña sistemática y bien organizada para obtener su propia iglesia autocéfala. En 1860 se produjo una seria ruptura interna entre la Iglesia búlgara de Estambul y el Patriarcado, a lo que siguió, una década más tarde, el reconocimiento oficial por la Sublime Puerta de un flamante Exarcado búlgaro independiente.
La Sublime Puerta aprovechó esta pugna para debilitar a los todopoderosos griegos del imperio, necesarios para la buena marcha del mismo pero que tantos quebraderos de cabeza políticos venían dando desde 1821 con el respaldo ruso. De hecho, la prolongada disputa greco-búlgara puso en apuros a San Petersburgo, que sentía simpatías hacia la causa búlgara, la cual además, era la de los eslavos, pero intentaba evitar alienarse al Patriarcado de Constantinopla. Ansiosos por sacar tajada y contrarrestar la influencia rusa, austriacos y franceses apoyaron a los búlgaros, lo que a su vez revirtió en la creación de una Iglesia uniate búlgara (1861) que reconocía la supremacía del Papa pero retenía el ritual y el dogma ortodoxos.
De esa forma, a lo largo y ancho del Imperio otomano, fue surgiendo una peligrosa confusión entre sentimiento nacional e identidad religiosa que con el tiempo devendría crónica y ayuda a entender ese carácter de fatalismo, fanatismo y extrema emocionalidad que son característicos de las crisis en el espacio ex otomano y que en Europa sólo y únicamente han tenido un equivalente en el conflicto entre católicos irlandeses y protestantes británicos: una excepción que confirma la regla. Por otra parte, durante estos días casi podemos seguir en directo los efectos e implicaciones que genera internacionalmente una crisis en el espacio ex otomano: el conflicto de Gaza y el sur del Líbano. En sus derivaciones exteriores, esa guerra ha generado en ccidente, pero también en España unas reacciones apasionadas muy similares a las ya vistas durante las crisis balcánicas, que incluso han prendido en la política interior.
(Continuará)
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EP [FF] “El País de las Filias y las Fobias” (2): Pajas, vigas y ojos, ajenos y propios
Nuevo artículo de Juan Carlos Sanz, contra Turquía, ayer a día 3 de julio. El fenómeno parece ya diario y destinado a promocionar al reportero hasta las mismas puertas del cielo, es decir, la directiva de la redacción, qué menos. Como ya casi no quedan revelaciones que exhumar, Sanz le da un repaso a “Los viejos tabúes que amordazan a Turquía”. Y como no, comienza resucitando a Orhan Pamuk, el asunto del pasado y repasado tema del juicio –que no juicios- que concluyó hace ya meses como parto de los montes anatolio. Orhan Pamuk, zarandeado a las puertas de un juzgado en Estambul, que según el autor de la crónica “disparó las alarmas de la UE sobre el escaso compromiso del Gobierno de Ankara con la libertad de expresión”. Hace pocos días, Sanz escribía sobre el zarandeo del patriarca de la iglesia ortodoxa armenia. Le ha dado por el asunto de los zarandeos como síntoma político, quizá porque nosotros sabemos bastante de eso, desde el zarandeo de Bono al de Arcadi Espada, con los escándalos subsiguientes.
Juan Carlos Sanz maneja informes de la UE con una envidiable versatilidad. Su artículo del pasado 26 de junio parece estar construido en buena parte sobre una conferencia de prensa de Olli Rehn, comisario europeo para la Ampliación, fechada a 20 de junio. Aunque el tono es severo, porque difícil está la negociación, Juan Carlos Sanz tergiversa el contenido –no demasiado hábilmente, no crean- para darle el cariz que a él o a su diario le interesan. Por ejemplo, escribe: “La falta de protección de la libertad religiosa de las minorías griega (unas 100.000 personas) y armenia (60.000) y los crecientes recortes de la libertad de expresión…” Pues bien, en el informe para la prensa de Rehn, el asunto no se plantea exactamente así, sino de esta otra forma:
“Another series of shortcomings relates to the lack of any progress in addressing the difficulties faced by Muslim and non-Muslim religious minorities and communities. The draft law on Foundations currently pending in Parliament will only address some of these difficulties, namely the property regime. We have repeatedly written to the Turkish authorities asking them to amend the draft law in line with the relevant European standards. But this not does replace the need for other more far reaching measures covering all remaining aspects, such as the training of the clergy, as well as the legal status and the internal management of the religious communities.”
Rehn no habla de la “falta de protección de la libertad religiosa de las minorías”, sino de las dificultades que afrontan “minorías y comunidades musulmanas y no musulmanas”, que es otra cosa. Se refiere al borrador de ley de fundaciones, que no sólo afecta a los dichosos griegos y armenios, muy microminoritarios por otra parte en la Turquía actual –las cifras que cita Sanz parece que están hinchadas y son sobre un total de 70 millones de habitantes. Tiene que ver, sobre todo, con los alevis, nurcus, nakşibendis, fetullahcı y toda esa constelación de cofradías y cemaats (asociaciones) musulmanas que viven o sobreviven entre dos aguas: la legalidad y la ilegalidad. Y no estamos hablando necesariamente de entidades arrinconadas en la miseria, perseguidas y en jaque perpetuo. En algunos casos se trata de cofradías poderosas, con medios propios e influencia política. Por lo tanto es un problema que cara a los estándares comunitarios debe definirse legalmente, pero que no resulta fácil y menos en la actual situación de crispación política a la que contribuye el largo periodo preelectoral que vive Turquía y la continuada pesca en río revuelto de aquellos que se oponen al acceso de ese país a la UE.
Dado que Juan Carlos Sanz está más interesado en disparar emociones a base de las vetustas imágenes de griegos y armenios perseguidos por turcos sanguinarios, también podría añadir algún paralelismo con la precaria situación de derechos humanos que viven numerosas comunidades islámicas en España. Porque mucho hablar de persecución de derechos religiosos o de minorías en países distantes y luego resulta que no hay manera de que los musulmanes de Badalona tengan su propia mezquita. ¿Recuerdan el escándalo? Cierre ilegal del templo existente, campaña vecinal en contra, ayuntamiento local –del mismo color que el periódico de Sanz- que hace mangas con capirotes para darles la razón, asunto metido bajo la alfombra y un algo etcétera muy, pero que muy desagradable para un país que se supone respeta el acervo comunitario. Si estas cosas pasan en el barrio de un ayuntamiento periférico, pueden imaginarse la que se armaría si el muy nutrido colectivo de musulmanes que viven en Catalunya pidiera una mezquita en toda regla en alguna calle céntrica de Barcelona.
Imaginemos entonces las reacciones a que daría lugar un hipotético Partido de los Marroquíes de España, o un Movimiento de los Subsaharianos. ¿Qué no puede ocurrir?¿Por qué? Ayer mismo, en un programa de TV3, varios inmigrantes, algunos de ellos expresándose en un más que correcto catalán, pedían el derecho a voto. Una mujer marroquí se quejaba de que su marido llevaba más de catorce años en Catalunya y todavía no podía emitir sufragio. Mientras tanto, en Europa, muchos inmigrantes tienen derecho a participar en las municipales. Pero incluso a escala continental: ¿Está la UE preparada para dar a sus minorías el trato que le pide a los candidatos? Al fin y al cabo han dejado entrar a Letonia sin que este país haya concedido los necesarios derechos a su enorme minoría rusa. Y han permitido a los grecochipriotas tirar abajo el plan de la ONU para la reunificación de la isla. Pero ese es otro de las trampas que diplomáticos profesionales manejan con maestría profesional y los periodistas agitan con la torpeza habitual. Queda para otro post sobre la incontinente campaña anti turca de “El País” este verano. Y sobre las cosas que Olli Rehn dice pero Juan Carlos Sanz no explica, ni bien, ni mal. Hay de sobras para post y más post. Etiquetas: armenios, Cataluña, cofradías, griegos, Juan Carlos Sanz, libertad de expresión, Orhan Pamuk, proceso de integración en la UE, Rehn, Turquía
Pura poesía fílmica
Si existen bellos rostros armenios, están todos filmados en “El color de las granadas”. Tocados con los característicos gorros cónicos, mantienen fijamente tu mirada desde la pantalla. Todo es lento, la gestualidad, hierática. Hay una clara influencia del teatro mimo en esta película; aunque posiblemente también del primer cine surrealista de Buñuel: un pie que pisa un racimo de uvas, poco a poco las chafa y el espectador puede recrear esa sensación. Viejos libros que rezuman agua tras la inundación; libros que abren sus páginas y muestran la escritura en viejos caracteres armenios. El protagonista, aún niño, ante decenas de libros secándose al viento, como si nerviosos lectores invisibles pasaran sus páginas.
Quizás hay demasiado simbolismo acumulado, como ocurre con todo el cine de autor del Este, incluyendo el ruso. Por supuesto, para entender la película más allá del puro intento de poesía fílmica que es, hay que conocer la vida de Sayat-Nova (Սայաթ-Նովա) es decir, el “Rey de las Canciones”, nombre artístico de Harutyun Sahakyan, el gran trovador armenio. Virtuoso del kamancheh o especie de violín de tres cuerdas de origen iraní, Sayat-Nova fue a la vez un influyente diplomático en la corte del rey georgiano Heraclio II, hacia mediados del siglo XVIII. Pero el amor interfirió en esa carrera en forma de cuento medieval y de hija del rey. Expulsado de la corte, se convirtió en un bardo itinerante que recitaba sus canciones y poemas en armenio, persa, georgiano y turco azerí.
Todo esto daría para un film biográfico con dosis de considerable densidad narrativa e incluso acción pura y dura. Pero el director, Sergei Parajanov (Sarkis Parajanyan en su versión armenia) dedica todo el film a recrear el universo poético de Sayat-Nova. A veces, basta con imágenes casi surrealistas. Uno, dos, tres peces; agitándose aún vivos sobre el mármol entre maderas flotantes. Pies frotándose sobre alfombras mojadas. Tres granadas rezuman sobre un blanco mantel de lino. Una daga caucasiana bajo la cual aparece ese zumo. Estrofa: “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. Música de fagot, notas de clarinete, viejos sonidos armenios. “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. En armenio suena impresionante.
El film tiene en sí mismo una historia torturada. Fue rodado en la República Socialista Soviética de Armenia (URSS) en 1969. Dicen que fue la mejor obra de Parajanov, pero también la más oscura. A partir de ahí, se le cayó el mundo encima. Hubo acusaciones para todos los gustos: homosexualidad, formalismo, desviacionismo ideológico, secretismo [sic.], nacionalismo. Por supuesto, el film contiene todo eso y más todavía, pero en la Unión Soviética de la época seguían siendo ingredientes indigeribles en una obra de arte. Parajanov casi se pasó el resto de sus días en la cárcel, antes de morir de cáncer en 1990, sin haber asistido a la independencia de Armenia.
“Mi agua es de una clase especial / No todo el mundo puede beberla / Mis escritos son de una clase muy especial / No todo el mundo puede leerlos / Mis cimientos no están hechos de arena / sino de granito sólido”. Las imágenes son realmente potentes, aunque el color sea desvaído. El director compone a veces curiosos retablos incalificables. Son historia, pero son futuro. Y es una película de trasfondo nacionalista, desde luego. Comenzando por los títulos de crédito en caracteres armenios y la insistencia en los símbolos étnicos. Al parecer llegó a exhibirse en algunos cines soviéticos, pero purificada de elementos nacionalistas. Y luego desapareció; pero fueron rescatándose copias. Una en la misma Armenia, a comienzos de los noventa, aunque también incompleta. Parece que otra llegó a los Estados Unidos.
¿Influyó en el cine posterior? Está incluida en el libro de Steven Jay Schneider, 1001 películas que hay que ver antes de morir (Grijalbo, 2005, 2ª edición) como una obra clásica. La escena inicial del monasterio recuerda el comienzo de “Before the Rain”, de Milčo Mančevski (1994). Al fin y al cabo, el film macedonio trata sobre los estragos del nacionalismo. Quien sabe. El cine tiene ese componente de cultura aglutinante y de gran consumo en el que cada obra heredera y lega. Etiquetas: Armenia, armenios, cine, Macedonia, música tradicional, Parajanov, poesía, Sayat-Nova