martes, junio 27, 2006

Un puente (aún) lejano

El film llega prácticamente con un año de retaso a los cines de la ciudad. O mejor dicho: al cine, porque sólo se puede ver en el “Verdi Park”. Tuve la primera noticia de Cruzando el puente. Sonidos de Estambul exactamente el mes de junio de 2005 por estas mismas fechas, en el blog de Erkan a quien tuve el placer de conocer en esa misma ciudad, pocos días después. La verdad es que una de las razones por las que me hacía ilusión ver el film era porque imaginaba que iba a ser un retrato de cierto tipo de joven turco. Parecido, precisamente, a Erkan Saka: familia de origen tártaro, de aquellos que escaparon de Crimea hace decenios, licenciado en Antropología y profesor en Bilgi Universitesi, antiguo estudiante en Rice University. Intrépido tesinando lanzado a un proyecto tan audaz como el estudio etnográfico del papel de los periodistas turcos como receptores y emisores del discurso UE en Turquía. En fin: Erkan como “individuo fussion” o más propiamente, como intelectual turco contemporáneo, producto de la aculturación.

Pues bien: “Cruzando el puente” falla en ese planteamiento, que hubiera sido precisamente el más interesante. Y no es por falta de materia prima, como puede atisbarse a lo largo del film Lo más posible es que en eso la película sea víctima de un montaje un tanto lineal, producto de la ordenada mentalidad germánica del tándem Akin-Hacke.

El recorrido musical que nos propone el director parte del extremo más “vanguardista-ahora” al “vanguardista-de-entonces” pasando por los estilos tradicionales. Durante los primeros minutos el espectador cree estar en los puntos más calientes de los Estados Unidos. Ese
Duman con su punk metal forjado en Seattle parece tener muy poco de turco, aparte de la lengua en la que canta el vocalista Kaan Tangöze. Replikas es un asunto más trabajado, una banda de músicos adultos y sofisticados. Y como reconoce un miembro del grupo, sólo con el tiempo comenzaron a prestarle alguna atención a la música turca de su entorno cultural. Con Ceza y sus colegas raperos del barrio de Kadiköy ya estamos a muchos más kilómetros de Estambul, aunque aparezca por el local alguna bandera turca con Atatürk de propina y la portada de su blog no tenga desperdicio. Cierto: su rapeo ametrallado es de lo más original, hasta el punto de pensar que el turco es mucho más apropiado para esas lides que el castellano. Pero no dejar de ser pura traslación de Public Enemy. Y ya con los İstanbul Style Breakers pegamos el salto definitivo desde el barrio de Bakirköy al South Bronx, b-boying con los chavas rigurosamente uniformados: Tribal, Puma, boombox, tracksuits, Adidas o Kangools, quizás.

La experiencia está bien, porque al menos le saca de la cabeza al espectador con mentalidad de turista que Turquía es sólo Sultan Ahmed, los derviches giróvagos, interminables conciertos de saz y tópicos similares. Pero con cierta rapidez, Fatih Akın da el viraje y nos lleva de regreso por agrestes senderos y panoramas musicales cada vez más tradicionales. Y además, con insistencia innecesaria en paisajes de fondo a base de mezquitas de Sinan.
Mercan Dede tiene una tarjeta de visita gráfica de lo más sofisticado, pero su música electrónica –incluso con sus ocasionales derivaciones hacia el jazz- suena demasiado a adaptación de los tradicionales temas sufis. Está bien, es atractiva, pero la fusión debe ir más allá de la utilización de nuevas tecnologías. Con la canadiense Brenna MacCrimmon pasa algo parecido: es muy loable que cante (y hable) un turco que parece perfecto, que haya rescatado viejas melodías y hasta que editado un álbum (“Karsilama”) cuyo diseño de portada recuerda claramente un cuadro de Chagall. Pero eso no es cruzar el puente entre Oriente y Occidente, sino el caso de una investigadora extranjera entusiasmada con el objeto de su estudio en estado puro. Un fenómeno que ocurre desde hace mucho tiempo, en Turquía y todos los países del mundo. Muy significativamente, uno de los primeros inductores del nacionalismo turco en el Imperio otomano fue un antropólogo húngaro, Arminius Vambery en los años 60 del siglo XIX.

Ese giro en el film alcanza su momento culminante con la cantante kurda
Aynur Doğan y el gitano Selim Sesler en la fasil de Kesan. Eso es puro arte local. Potente y grandioso, digno del mayor de los empeños en su rescate y preservación. Pero ahí no hay nada de “jazz gitano” ni “blues kurdo”. La evidente alusión al flamenco que se produce en relación a un virtuoso intérprete de laúd podría remontarse al siglo XVI o antes, y no vale como demostración de la fructífera aculturación musical turca de nuestros días. Algo similar ocurre con la “vieja dama” de Estambul, Müzeyyen Senar entrañable, indispensable; pero en cierta manera la anti-fussion por naturaleza.

El reportaje termina con dos grandes figuras.
Orhan Gencebay es toda una institución en Turquía, un actor y músico, intérprete y compositor, ídolo de las masas en los años setenta. Pero Fatih Akın nos lo presenta en su faceta de renovador de otra época, cuando contribuyó de forma decisiva a fusionar elementos de la música árabe egipcia con la turca dando lugar al “arabesk”, ese género que incluso en nuestros días tiene miles de seguidores en la voz de Ibrahim Tatlisses, “Ibo Imperator” o simplemente, Ibo. Y esa musa de siempre que fue y es Sezen Akzu, querida y respetada por todos, incluso los raperos radicales de Kadiköy. En una muy rara intervención, la cantante actúa en el film y su nostálgica balada se mezcla con las extraordinarias fotografías del viejo Estambul en los 50 y los 60 debidas al maestro Ara Güler.

En definitiva: “Cruzando el puente. Voces de Estambul” es un hermoso retablo de la música turca en los últimos treinta años, incidiendo en las corrientes vanguardistas, aún vivas o en crecimiento. En algunos casos Fatih Akın y Alexander Hacke nos entresacan algunos ejemplos de esa apertura musical turca hacia Occidente y Oriente, desde el hip hop al arabesk. Por lo tanto y sólo por eso, film altamente recomendable para todos los públicos, siempre que posean alguna curiosidad intelectual; no apto para los cerrados de mollera. Pero no termina de convencer mucho la hipótesis que sugiere el título en el sentido de que se esté produciendo una aculturación musical real. Hay rock turco, si; y jazz, también. Y todas las nuevas formas de vanguardia procedentes de los Estados Unidos. Pero en la mayoría de los casos lo que se detecta es la persistencia de una forma esencialmente turca (y un poco iraní, todo hay que decirlo) de hacer música que no termina de dar como resultado algo nuevo. En algunos casos se roza el logro: por ejemplo cuando suena la pieza ethno-techno “İstanbul” del grupo
Orient Expressions. Vale: no es un sonido sorprendente, pero funciona; y no cabe duda de que el saxo del americano Richard Kramer ayuda bastante. Sin embargo, a la que se pinchan otros temas no incluidos en el film, como “Ehmedo” el peso de lo puramente turco domina la pieza. Quizá todo esto pueda parecer una crítica demasiado purista; pero atravesada la mitad del metraje, el espectador comienza a pensar que el puente no se ha cruzado del todo. Y por cierto: no parece casualidad que en la red exista una cierta curiosidad internacional por los músicos callejeros de Siya Siyabend, unos tíos majetes y muy ingenuos pero que logran improvisar interesantes niveles de fusión y aculturación en el amplio y duro, pero real, asfalto de Estambul.

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