jueves, junio 08, 2006

Is this trip necessary? (1)

De acuerdo: voy a decir unas cuantas tonterías. Por lo tanto, se arriesga usted a perder el tiempo leyendo esto. Voy a darle una oportunidad. Hago punto y aparte y usted levanta la vista y se dedica a algo más productivo. ¿De acuerdo? Pues venga: ya.
¿Por qué lo ha hecho?¿Por qué sigue?¿Cree que voy a hacer grandes revelaciones? Seguramente se arrepentirá cuando llegue al final.

Muy bien: la cosa va de turistas. Conversación oída hace unos días en los Ferrocarriles de la Genralitat, los "Ferrocatas": una mujer joven se queja de que con la llegada del calor comienzan en Barceloneta toda una constelación de fiestas populares, verbenas, jornadas continuadoras del espíritu Fòrum y mil actividades y juergas bienintencionadas. Eso está muy bien para el turisterío juvenil, pero el vecindario local tiende a pasarlas canutas, noche sí, y noche también. La Barceloneta es un barrio popular, tirando a económico. Pero ahora están haciendo ya su aparición tiendas de diseño y modernidades varias, destinadas a encandilar a los visitantes. Esos establecimientos tan monos (y caros) suelen ocupar el lugar dejado por negocios más tradicionales, que han cerrado sus puertas: un día desaparece la vieja droguería, luego el panadero de toda la vida se va… Eso ocurrió ya en el Borne y otros muchos rincones de la ciudad.

Mientras tanto, la ciudad está a reventar de turistas. Hasta el cementerio de Poble Nou ofrece su propia ruta (las lápidas de algunos escultores funerarios) y de vez en cuando te puedes encontrar a un par de despistados aguantado el sol que cae de plano entre las murallas de nichos. Por supuesto, de los barrios centrales casi ha desparecido la población habitual. El Borneglobal, las Dressn´globals, Correosglobal y toda esa galaxia de globulencias y barullo. Tomar el metro un sábado por la noche puede ser un espectáculo tirando a deprimente, a no ser que el pasajero local lleve unas cuantas copas encima, él mismo también. El turista, agrupado en manadas, adopta a veces gestos de zoombie. Entonces, resulta fácil imaginar lo que puede ser una ciudad tomada por un ejército conquistador, aunque a priori esté compuesto por soldadesca educada.

La biografía de Vincent Cronin sobre Napoleón Bonaparte le dedica un apartado muy interesante a los días de su estancia en la isla de Elba, que ilustran muy bien el verdadero trasfondo sicológico del Emperador. Leo divertido que fueron a visitarle un total de 61 turistas ingleses. Claro, no eran como los de ahora, todo chanclas, chándals y camisetas, sino los pioneros: gente con dinero y tiempo libre para dedicarse a los viajes de placer, todo un lujo para la época. Imaginen el atractivo que hubiera representado hoy en día visitar a Napoleón en Elba: las masas chancleteras hundirían la isla. O quizá no, porque constato que algunos turistas de la época gastaban una sensibilidad parecida a la de los actuales; por lo visto el turismo es un fenómeno de enorme capacidad niveladora. Uno de ellos anotó que el Emperador parecía “un sacerdote astuto e ingenioso” [sic.] Imagino al guiri de la época comentando con sus compañeros de viaje algo así como “My God, I can´t believe it!” o expresión parecida, antes de apuntar la aguda observación mencionada que resumía, según él, una de las décadas más agitadas de la historia de Europa.


Don Ramón María del Valle Inclán dijo en cierta ocasión que si el viajar ilustrara, los revisores de tren serían las personas más ilustradas de la sociedad. Supongo que hoy en día podría aplicarse a las tripulaciones de los aviones, que suelen tener mala fama por abusar de la botella y otros vicios, lo cual quizá no es cierto, pero a lo peor denota un escaso interés en las ofertas culturales de sus destinos. Hace muchos años mantuve amistad con una azafata y les puedo asegurar que se podía sacar más información de una postal que de sus experiencias viajeras. Algo así se puede aplicar a los turistas, la mayoría de los cuales apenas guardan algunas de tales postales en el recuerdo, fijadas en todo caso por el uso de la cámara fotográfica. Por desgracia, la enorme memoria de las digitales no siempre aporta más recuerdos. Y muchas veces, la interminable secuencia de megas cuyo visionado deben sufrir pacientemente los amigos y allegados, como trofeo incuestionable del viaje, se ve cortocircuitada por penosas lagunas de memoria: “¿Qué era esto?¿Qué hacíamos aquí?¿Cómo se llamaba esa iglesia?”

Todos hemos sido turistas, claro está. Muchos lo son cíclicamente, cada tres o seis meses. Sin embargo, solemos considerar a las manadas de visitantes que llegan a nuestra ciudad con un punto de menosprecio. Son los guiris, “que no se enteran”, despistados, perdidos, fuera de lugar. Cuando su presencia es masiva, los turistas se vuelven irritantes. Pero por algo pagan. Como nosotros, cuando viajamos por ahí, desde Cancún a El Cairo, ignorando las malas caras o expresiones despectivas de las buenas gentes del lugar. Que les den.

Con todo, las apreciaciones poco caritativas sobre la masa turística despersonalizada no suelen ir tan desencaminadas: "no se enteran", van de un lugar a otro en rebaño, eluden integrarse en la vida de los lugareños. Quizá comen los platos típicos un par de veces, por probar. Pero enseguida se decantan por lo más internacional y conocido, a veces lo más económico (o eso creen ellos): el macdonalds, la pizza, el kentuckypollo. Incluso la comida árabe o china de los chiringuitos más sospechosos les inspira mayor confianza que las especialidades locales. Claro está que los turistas no son estúpidos como personas, tomados individualmente. Insisto: usted ha sido turista, yo también. Pero a partir de nuestra propia experiencia, no me negarán que los mecanismos de la industria en cuestión despersonalizan considerablemente. A veces se asemejan a una cadena de montaje: los autocares traen a una masa lechosa y al cabo de unos días la retiran convertida en gambosa y resacosa.

Hasta aquí creo que no estoy escribiendo nada particularmente brillante o novedoso. Pero al menos creo que lo estoy planteando a la inversa, y eso es algo. Cada año ocurre lo mismo: cuando la campaña turística está a punto de concluir, salta el debate sobre si el modelo de sol y playa está agotado o no, y cómo debería afrontarse la reconversión del sector. Este tema es realmente vetusto: cosa de cada año de cada año, de cada año. Forma parte del rito. Pero nadie cuestiona el fenómeno turístico en su conjunto. ¿Es posible hacerlo?¿No resulta muy políticamente incorrecto?¿Es factible cuestionarlo desde una base puramente macroeconómica? Más en el siguiente post.

Etiquetas: , , ,