jueves, junio 15, 2006

Pura poesía fílmica

Si existen bellos rostros armenios, están todos filmados en “El color de las granadas”. Tocados con los característicos gorros cónicos, mantienen fijamente tu mirada desde la pantalla. Todo es lento, la gestualidad, hierática. Hay una clara influencia del teatro mimo en esta película; aunque posiblemente también del primer cine surrealista de Buñuel: un pie que pisa un racimo de uvas, poco a poco las chafa y el espectador puede recrear esa sensación. Viejos libros que rezuman agua tras la inundación; libros que abren sus páginas y muestran la escritura en viejos caracteres armenios. El protagonista, aún niño, ante decenas de libros secándose al viento, como si nerviosos lectores invisibles pasaran sus páginas.

Quizás hay demasiado simbolismo acumulado, como ocurre con todo el cine de autor del Este, incluyendo el ruso. Por supuesto, para entender la película más allá del puro intento de poesía fílmica que es, hay que conocer la vida de
Sayat-Nova (Սայաթ-Նովա) es decir, el “Rey de las Canciones”, nombre artístico de Harutyun Sahakyan, el gran trovador armenio. Virtuoso del kamancheh o especie de violín de tres cuerdas de origen iraní, Sayat-Nova fue a la vez un influyente diplomático en la corte del rey georgiano Heraclio II, hacia mediados del siglo XVIII. Pero el amor interfirió en esa carrera en forma de cuento medieval y de hija del rey. Expulsado de la corte, se convirtió en un bardo itinerante que recitaba sus canciones y poemas en armenio, persa, georgiano y turco azerí.

Todo esto daría para un film biográfico con dosis de considerable densidad narrativa e incluso acción pura y dura. Pero el director,
Sergei Parajanov (Sarkis Parajanyan en su versión armenia) dedica todo el film a recrear el universo poético de Sayat-Nova. A veces, basta con imágenes casi surrealistas. Uno, dos, tres peces; agitándose aún vivos sobre el mármol entre maderas flotantes. Pies frotándose sobre alfombras mojadas. Tres granadas rezuman sobre un blanco mantel de lino. Una daga caucasiana bajo la cual aparece ese zumo. Estrofa: “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. Música de fagot, notas de clarinete, viejos sonidos armenios. “Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”. En armenio suena impresionante.

El film tiene en sí mismo una historia torturada. Fue rodado en la República Socialista Soviética de Armenia (URSS) en 1969. Dicen que fue la mejor obra de Parajanov, pero también la más oscura. A partir de ahí, se le cayó el mundo encima. Hubo acusaciones para todos los gustos: homosexualidad, formalismo, desviacionismo ideológico, secretismo [sic.], nacionalismo. Por supuesto, el film contiene todo eso y más todavía, pero en la Unión Soviética de la época seguían siendo ingredientes indigeribles en una obra de arte. Parajanov casi se pasó el resto de sus días en la cárcel, antes de morir de cáncer en 1990, sin haber asistido a la independencia de Armenia.

“Mi agua es de una clase especial / No todo el mundo puede beberla / Mis escritos son de una clase muy especial / No todo el mundo puede leerlos / Mis cimientos no están hechos de arena / sino de granito sólido”. Las imágenes son realmente potentes, aunque el color sea desvaído. El director compone a veces curiosos retablos incalificables. Son historia, pero son futuro. Y es una película de trasfondo nacionalista, desde luego. Comenzando por los títulos de crédito en caracteres armenios y la insistencia en los símbolos étnicos. Al parecer llegó a exhibirse en algunos cines soviéticos, pero purificada de elementos nacionalistas. Y luego desapareció; pero fueron rescatándose copias. Una en la misma Armenia, a comienzos de los noventa, aunque también incompleta. Parece que otra llegó a los Estados Unidos.

¿Influyó en el cine posterior? Está incluida en el libro de Steven Jay Schneider,
1001 películas que hay que ver antes de morir (Grijalbo, 2005, 2ª edición) como una obra clásica. La escena inicial del monasterio recuerda el comienzo de “Before the Rain”, de Milčo Mančevski (1994). Al fin y al cabo, el film macedonio trata sobre los estragos del nacionalismo. Quien sabe. El cine tiene ese componente de cultura aglutinante y de gran consumo en el que cada obra heredera y lega.

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