jueves, septiembre 20, 2007

¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (y 2)















Los vencedores. Un carro de combate T-55 del Ejército rumano pasa ante la sede del gobierno y un grupo de civiles, una vez terminados los combates. Sin los militares de su lado, los contestatarios posiblemente no hubieran logrado derribar al régimen. Fotografía del autor © Francisco Veiga






1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]
Segunda parte y final


Se envió urgentemente [a Timişoara] a un selecto grupo de altos mandos militares, y estos organizaron la represión, con los tanques en la calle, como si estuvieran ante una contingencia bélica. El resultado fue una carnicería (unos setenta muertos en dos días), cuya autoría hay que atribuir en buena medida a los militares, y no tanto a las fuerzas de la Securitate. Pero esta vez, la indignación fue superior al terror: la población civil nunca llegó a pensar que el Ejército disparase contra ellos, y como consecuencia los obreros de todas las fábricas se declararon en huelga general.

Ante esa reacción, era difícil seguir arguyendo que aquello era un ataque exterior. Además, la revuelta del proletariado echaba por tierra toda la legitimación del poder de las autoridades. El Ejército se mantuvo a la expectativa, y la situación quedó en suspenso. Ceauşescu aún no había perdido la partida, y decidió cambiar de registro. Contra un desafío ideológico había que oponer una respuesta ideológica. Tomó la resolución de continuar con la represión enviando a Timişoara unidades de Guardias Patrióticos compuestas por obreros. Paralelamente demostraría su ascendiente sobre las masas proletarias organizando una gran acto de solidaridad. Ese fue el motivo de la manifestación organizada en pleno centro de Bucarest la mañana del día 21 de diciembre. Fue un acto temerario, pero no un error inducido por misteriosas fuerzas conspirativas. En la cabeza de Ceauşescu, donde el tiempo se había detenido, aquello tenía su lógica. Estaba actuando como lo había hecho en 1968, en el mismo escenario y en circunstancias que a él se le antojaban similares. Era un anciano mentalmente esclerotizado que salía de un mundo irreal y pensaba que los recursos de veinte años atrás seguían siendo válidos por sí solos, como una receta mágica.




















El último discurso. Nicolae Ceauşescu se dirige a una multitud de seguidores en la mañana del 21 de diciembre. Contrariamente a lo que pregonó la prensa occidental en aquellos días, la maniobra estuvo muy a punto de salirle bien. La multitud no se sublevó, el fallo consistió en interrumpir el discurso y cortar brevemente la emisión del acto

A pesar de todo, estuvo cerca de conjurar el peligro. Los trabajadores que acudieron a vitorearle ante la sede del Comité Central habían sido escogidos en la fábricas de la ciudad por los sindicatos, según un patrón establecido. Nunca interrumpieron el discurso de Ceauşescu silbándole e insultándole, como afirmaron la inmensa mayoría de los periodistas que escribieron libros o artículos con posterioridad repitiendo miméticamente unos lo que habían dicho los otros[1]. Como revela sin lugar a dudas la grabación videográfica del acto, la multitud gritó de miedo y desconcierto porque un muy reducido grupo de alborotadores se había infiltrado en el acto. Estos sí increparon al dictador, mientras otro, aislado, lanzaba un petardo navideño, provocando el pánico general. Parte de los asistentes huyó, pero con los que se quedaron Ceauşescu continuó su discurso hasta el final. Posteriormente, las televisiones occidentales emitieron la grabación alterada, dando la impresión de que Ceausescu había abandonado el escenario obligado por el disturbio. En realidad, el Conducător pudo haber salido triunfante de la prueba si no hubiera existido la televisión. Porque fueron los tres minutos de interrupción del programa, mientras se restablecía el orden en la plaza, los que hicieron salir a la gente a la calle, ansiosa por comprobar qué había ocurrido.

Con una multitud enorme deambulando por Bucarest, las fuerzas del orden público todavía quedaron más desconcertadas que en Timişoara. Intentaron disuadir a base de exhibir en las calles fuertes contingentes de efectivos. Pero sólo al caer la noche se decidieron a actuar. Se repitió el esquema de Timişoara: el Ejército disparando contra la multitud -entre ella muchos jóvenes y estudiantes- y al día siguiente, cuando la situación parecía controlada, huelga general de los obreros. Esta vez Ceauşescu había perdido la partida definitivamente. El ministro de Defensa, completamente abatido, se suicidó. Ese hecho y la torpeza de Ceauşescu al calificarlo de traidor en un comunicado oficial, sirvieron de excelente pretexto al Ejército para cambiar de bando. Con la sede del Comité Central rodeada por los manifestantes victoriosos, Ceauşescu escapó en helicóptero, sin saber hacia dónde, en un patético y desesperado intento por organizar la resistencia contra lo que él pensaba era un golpe de Estado.
















Fotografía histórica. Bulevar Bălcescu: la revolución triunfará en pocos segundos. Es la mañana del 22 de diciembre y una multitud de manifestantes se dirige contra el cordón de las fuerzas del orden. La policía antidisturbios huye, sólo los vehículos blindados permanecen, pero serán desbordados, sin disparar un solo tiro




El vacío de poder subsiguiente duró varias horas. En el edificio del Comité Central se intentaron formar varios comités de gobierno. El más exitoso estaba formado por algunos antiguos políticos del entorno de Ceauşescu, además de militares y manifestantes, esto es, trabajadores y estudiantes. Las interminables discusiones en aquel caos se prolongaron durante horas. De tanto en tanto, algunos personajes se asomaban al exterior, esperando obtener el apoyo de la enorme y amorfa multitud convocada bajo el balcón del edificio, que les silbaba o vitoreaba. Frente a esta alternativa revolucionaria "clásica", los que tuvieron la idea más "moderna" de ir a la televisión, obtuvieron el triunfo[2]. Primero acudieron un grupo de artistas, entre ellos un famoso poeta y un dramaturgo, ambos con un lógico sentido de la escenografía. Pero los militares no estaban muy dispuestos a aceptar un gobierno de "bohemios". De hecho, un campesino de la provincia de Dîmboviţa (cercana a Bucarest) que encendió casualmente la televisión creyó que se estaba representando una obra de teatro experimental[3].

Por fin, acudió a la televisión Ion Iliescu, una antigua personalidad del régimen, hijo de un viejo militante comunista y de formación científica, que había ido cayendo en desgracia durante los últimos años de Ceauşescu. En 1989 poseía fama de ser un hombre bastante íntegro y aperturista
[4]. Además, su decidida aparición en las pantallas de televisión contrastaba muy favorablemente con el caos amorfo de los revolucionarios que se agolpaban en los pequeños estudios televisivos. Junto a él se agruparon un antiguo general pro-soviético ya retirado (Nicolae Militaru), que podía lavar el honor del Ejército al haberse mantenido al margen de la represión. También formó en el nuevo poder Silviu Brucan, el politólogo impulsor del "Manifiesto de los Seis", así como un diplomático disidente que se había hecho famoso denunciando ante la ONU la situación de los derechos humanos en Rumania. Figuraba asimismo en el grupo un tal Petre Roman, joven ingeniero físico y profesor universitario. Era hijo de Valter Roman, un aguerrido comunista que había combatido en la guerra civil española y que posteriormente llegó a ser una personalidad en el régimen, ostentando diversos cargos ministeriales. De hecho, cuando en 1970 se creó la Academia de Ciencias Sociales y Políticas de la República Socialista de Rumania, destinada a ser una especie de universidad ideológica del régimen ceausista en su proceso de transformación, Valter Roman fue nombrado presidente de la Sección de Ciencias Políticas; también había dirigido la Editorial Política[5].



Otro momento decisivo: el helicóptero personal de Ceauşescu logra realizar un dificilísimo despegue desde la terraza del CC del PCR, llevándose al dictador y a su esposa. Al pie, los manifestantes contemplan la huida. Es el mediodía del 22 de diciembre












En torno a este núcleo, del cual saldría el Frente de Salvación Nacional (FSN) se aglomeraron militares, aventureros, oportunistas y extravagantes. Pero el grupo original constituyó una alternativa bastante lógica de poder civil. Provenía de la antigua elite política o intelectual, marginada por Ceauşescu, pero no ausente de los márgenes del poder. Habían permanecido dentro del ámbito de la "aristocracia del Partido", muy reducida, y de una manera u otra se conocían todos entre sí. Demostraban además claras tendencias tecnocráticas, quizá cultivadas a raíz de los debates internos que desde 1949, y sobre todo a comienzos de los años sesenta, tuvieron lugar en el seno del Partido Comunista Francés en torno a la relación entre ciencia y política. En conjunto poseían características que los hacían aptos para ser aceptados por todos los sectores sociales. Por entonces, los políticos exiliados de la oposición histórica aún no habían tenido tiempo de llegar a Bucarest, y hubiera sido imposible reunir en unas horas a un grupo de líderes anónimos extraídos de la multitud que ofrecieran algunas garantías de eficacia en la gestión política.














Comienzan los tiroteos, en la noche del 22 de diciembre. Nadie sabe muy bien qué ocurre ni contra quién se dispara. Las balas trazadoras pulverizan, de forma casi rutinaria, las ventanas del antiguo Palacio Real. Obsérvese la actitud despreocupada de los civiles y del soldado junto al tanque. Ningún carro de combate llegó a disparar su cañón contra un supuesto enemigo que no contaba con armas pesadas.






El recurso del método

Ese mismo 22 de diciembre por la noche una serie de confusos combates estallaron en Bucarest. La oposición al nuevo régimen tiende a explicar que formaron parte de una farsa organizada o consentida por los nuevos dirigentes para cimentar su poder sobre una victoria obtenida contra los fanáticos partidarios de Ceausescu. Ese tipo de explicaciones enraizó en Occidente y muchos de los que siguieron los acontecimientos aquellos días han conservado la firme convicción de que los hechos de 1989 fueron una especie de complot o autogolpe, a pesar de que las argumentaciones a favor que se ensayaron solían pasar de los pequeños detalles a la macroteorías dejando de lado cuestiones de bulto.

Una de ellas es que los combates no comenzaron en Bucarest, sino en la ciudad de Sibiu, en Transilvania, ya por la mañana del 22 de diciembre, para desconcierto de los revolucionarios bucurestinos que ocupaban la sede del Comité Central, tal como muestran las filmaciones en vídeo
[6]. Pero además, porque una vez tomado el poder, una puesta en escena a tiro limpio resultaba demasiado arriesgada: podía dar lugar a facciones armadas de la oposición. Además, las decenas de muertos y heridos que dejó tras de sí la revolución impidieron la transformación progresiva del régimen sin riesgos inútiles. Si se acepta que los nuevos dirigentes rumanos eran neocomunistas, hay que tener en cuenta que la hipoteca sangrienta de la revolución obligó a terminar con el Partido y a erigir un nuevo y tambaleante régimen en pocos días. No hubo posibilidad de transformar el PCR metamorfoseándolo con otras siglas, como ocurrió en Albania, Bulgaria, Serbia o Eslovenia. En realidad, el nuevo poder no tenía necesidad de la mini-guerra que siguió: la mayoría de los rumanos estaban hartos de Ceausescu, pero le veían ventajas al sistema social y político en el que vivían[7]. Según ellos, podía seguir funcionando si era remendado convenientemente. Eso quedó bien demostrado en la victoria de Iliescu a la presidencia y del FSN al gobierno en las elecciones de mayo de 1990, y octubre de 1992[8].














Cercanías de la sede del CC-PCR, por Calea Victoriei. La prensa occidental publicó esta foto explicando que el caído era un combatiente de la Securitate liquidado por las fuerzas revolucionarias. En realidad se trataba de un policía antidisturbios, seguramente muerto por error en los primeros momentos de la revolución: el escudo yace cerca de él. Hacía más de un día que la policía figuraba en el bando de los revolucionarios


Por otra parte, los francotiradores de la Securitate difícilmente hubieran podido recuperar el poder para Ceauşescu, tal como se explicó en un principio. De hecho, parece fuera de lugar que los presuntos securistas, o incluso mercenarios profesionales, calificados en su momento de verdaderos superhombres dotados de armamento altamente sofisticado[9] no utilizaran ni una sola vez algún tipo de arma contracarro, lanzacohetes portátil o incluso simples granadas para atacar a los tanques del Ejército, la mayor parte del tiempo inmóviles en los puntos neurálgicos de la capital[10]. En realidad, el origen de los combates parece haber respondido, en origen, a un intento de golpe militar impulsado por un grupo de oficiales del Ejército, incluso con el apoyo de parte de la Securitate. Quizá fue una reacción de desconfianza y no se fiaron de Iliescu para tapar las culpas de los militares en la reciente represión. O sencillamente, veían débil al nuevo núcleo de poder. Desde el punto de vista táctico, la forma en que se realizaron los hostigamientos (en una ocasión al menos desde un helicóptero del Ejército, en la zona de los estudios de la televisión) parecía responder al deseo de asustar a la multitud y limpiar las calles de manifestantes, sin provocar bajas indiscriminadamente. Una vez conseguido esto se podía lograr un cambio de líderes rápidamenter y sin presiones o interferencias populares. Pero el objetivo de separar a los manifestantes de los nuevos dirigentes no pudo realizarse. Y entonces, recurriendo a una interpretación totalmente opuesta a la que se ofreció por entonces, los tiroteos se convirtieron en una forma de presión sobre los sectores más moderados para forzar la ejecución del matrimonio Ceauşescu, un testigo demasiado incomódo como para hacerle un proceso regular[11]. De manera bien significativa, una vez liquidado el Conducător y su esposa cesaron rápidamente los combates[12].
















Un edificio literalmente acribillado y consumido por las llamas, muy cerca de la sede de la televisión. Al parecer, nadie estaba seguro de que alguien hubiera disparado realmente desde aquí. Tiene aspecto de fortaleza, pero en realidad es una de las muchas muestras de arquitectura racionalista años 30 que alberga Bucarest. Fotografía del autor © Francisco Veiga





En el proceso, registrado también en una cinta de video, actuaron como jueces un politólogo que había trabajado con la Securitate y que después sería nuevo jefe de los servicios de inteligencia rumanos (Virgil Măgurenau); un personaje extravagante, geólogo y adepto a las ciencias ocultas (Gelu Voican Voiculescu); y el general Stănculescu, futuro ministro de Defensa y hasta entonces jefe del complejo militar industrial. Él mismo había facilitado a Ceauşescu la huida de Bucarest en helicóptero intentando dirigirlo a algún lugar controlado por el ejército. Posiblemente para hacerlo prisionero y una vez a buen recaudo, negociar su destino con otros protagonista o grupos de presión. Sin menospreciar el protagonismo de militares y políticos en su ejecución, algunos recién llegados a la escena política demostraron un fanatismo que a veces resultó decisivo. El ya citado Gelu Voican Voiculescu, surgido literalmente de la calle para terminar convirtiéndose en ministro de Asuntos Exteriores, fue uno de los que más insistieron en ejecutar a Ceauşescu inmediatamente, en virtud de la "justicia revolucionaria". Tanto acudió a argumentos extraídos de la obra de Descartes referidos a la razón de estado, que la palabra clave para el proyecto de liquidación fue "Recurrid al método"[13].




Los civiles armados contribuyerona crear una enorme confusión en los desconcertantes tiroteos que tuvieron lugar en Bucarest. Algunos pertenecían a la milicia Apararea Patriotica (Defensa Patriótica) pero la mayoría fueron civiles que consiguieron armas con rapidez











Pero existe otra interpretación para los violentos enfrentamientos ocurridos en Bucarest entre el 22 y el 25 de diciembre, mucho menos alambicada que la expuesta. La clave estaría en la actitud despechada de los militares, que buscaron en todo momento borrar las trazas de su protagonismo en la represión de las multitudes de Timişoara y Bucarest entre el 17 y el 21 de diciembre. Exasperados por el hecho de que incluso la Securitate, o al menos el grueso de sus unidades se puso desde el mismo día 22 al lado de los sublevados, fueron los militares quienes inventaron un enemigo que no existía. Abonaría esa teoría la liquidación de unidades de la Securitate fieles a la revolución en Sibiu y Bucarest sin darles opción a defenderse o explicarse, hechos que posteriormente fueron presentados como errores trágicos. En cierta manera, Ceauşescu no fue el único ejecutado de aquellas Navidades para que no abriera la boca.




















Una fotografía simbólica del nuevo poder encarnaado en el Frente de Salvación Nacional: Ion Iliescu, veterano del Partido (izquierda) y un aventurero del que todavía se sabe poco: Gelu Voican Voiculescu, con su distintiva barba blanca






NOTAS

[1]La pretensión del periodistas Manuel Leguineche de que las multitudes gritaban "¡Draculescu!" es una invención pura y simple. Vid.: Manuel Leguineche, La primavera del Este. 1917- 1990: la caída del comunismo en la otra Europa, Plaza y Janés/Cambio 16, Barcelona 1990; vid. pags. 204-205. Este libro es un buen compendio de los disparates que propagó la prensa occidental en esa época.
[2] La transcripción de los confusos discursos emitidos por los revolucionarios desde la televisión constituye un documento excepcional. Vid.: Televiziunea Româna, Revoluţia româna în direct, Bucureşti, 1990. Sólo se ha editado el volúmen 1.
[3] Vid.: "Ţăranul român postdecembrist", por Petru Ionescu, en: "Dilema", anul I, nr. 2, 21-27.01.1993, pag. 5. Se trata de una entrevista con dos campesinos. El de la anécodta era el jefe de una pequeña granja colectiva.
[4] Ion Iliescu, nacido en 1930 es hijo de padre comunista "histórico", muerto en 1945. Activista desde los 14 años en las Juventudes Comunistas, terminó sus estudios en la URSS (Instituto Molotov de Moscú). Gran parte de su carrera política tendrá que ver con las juventudes del PCR: en 1957-60 preside la Asociación de Estudiantes Comunistas, y es nombrado ministro de la Juventud en 1967. Después pasará a ser Secretario del Comité Central para asuntos de Propaganda, cargo clave que aseguraba el interregno tras la muerte eventual del Primer Secretario. Enfrentado con Ceauşescu a lo largo de los años setenta, será enviado a la ciudad de Iaşi, capital de Moldavia, como primer secretario del Partido (1971-79). Luego ocupará los cargos reseñados en el texto. Esta biografía procede de fuentes diversas, pero de manera orientativa es interesante la publicada en "Le Monde", ("Un vieux routier du parti"), 28 février, 1990, pag. 4, que acompaña a una extensa entrevista al mandatario rumano. Para sus raíces políticas familiares, vid. la biografía oficial de su padre, Alexandru Iliescu, en: "Anale de Istorie", XVII, nr. 5/1971, pag. 164-168, art. de Titu Georgescu.
[5] Vid.: "Herald Tribune", 29.XII.1989, pag. 3: "Roman, a Party Aristocrat", por David Blinder. Este artículo es particularmente interesante: a pesar de estar escrito a los pocos días de la llegada de Petre Roman al poder, lo retrata, tanto en su faceta humana como política, de forma apenas superada en apreciaciones posteriores. También aporta una clave básica para entender la procedencia real del núcleo original del FSN y de su primer aparato de poder. Como complemento: Francisco Veiga, "Los Roman en sus épocas", en: "El País", 28 de abril de 1990.
[6] El libro de Ion Târlea Moartea pândeşte sub epoleţi. Sibiu '89 (Blassco 2000 & Mustang, Bucarest, 1993) es una de las poquísimas obras existentes sobre los poco conocido hechos de Sibiu. Desgraciadamente su estilo coloquial le resta autenticidad.
[7] A modo de paralelismo histórico, sin otro motivo que el de la reflexión, conviene recordar lo siguiente: durante la Segunda Guerra Mundial, tras la liberación de Paris por las tropas franco-americanas, la multitud jubilosa que desfilaba por las calles el 25 de agosto de 1944 fue tiroteada desde algunas azoteas y tejados. Se creó una situación de pánico y la reacción inmediata de las fuerzas de la Resistencia francesa fue disparar durante horas sobre los tejados de la capital. Apenas existen documentos sobre este incidente con datos sobre víctimas, detenidos o motivaciones (la mayoría de los francotiradores eran soldados alemanes rezagados). Pero es interesante destacar que Charles De Gaulle creyó por un tiempo que el incidente había sido creado o aprovechado por los comunistas para justificar el mantenimiento de un poder revolucionario y un estado de excepción. Posteriormente terminó asumiendo que la multitud armada y descontrolada había tenido la culpa de todo aquel desorden. Vid.: Pierre Bourget, "Ombres et légendes d'une semaine glorieuse", en: "Le Monde", dossier "Paris libéré", 25.08.1994, pags. VIII y IX.
[8] En los comicios de 1992, el FSN-pro Iliescu se transmutó en Frente Democrático de Salvación Nacional (FDSN), aunque más adelante pasaría a denominarse Partido Demócrata Social Rumano (PDSR) mientras el FSN de Roman (consumada la ruptura entre ambos líderes), se metamorfoseó en el Partido Demócrata.
[9] Durante un tiempo algunos periodistas occidentales siguieron manteniendo exageraciones tales como que los fantasmagóricos combatientes de la Securitate, eran unos verdaderos atletas robotizados, actuaban drogados, atacaban a con rifles dotados de rayos infrarrojos o armas más fantásticas y que cuando se quedaban sin munición recurrían a los golpes de kárate. Se dijo que existía una unidad formada con huérfanos supervivientes del terremoto de 1977, que habían sido educados como jenízaros en la obediencia más absoluta. Vid. Manuel Leguineche, op. cit., pags. 204-205.
[10] En la dotación de un batallón de tropas regulares de la Securitate entraban, además de las armas ligeras, 27 morteros de 82 y 120 mm., y 6 cañones sin retroceso de 82 mm., además de 15 transportes blindados tipo BTR-60 y BMP popularmente conocidos en Rumania como TAB. Vid.: Nicolas Peucelle, art. cit., pag. 15.
[11] Poco a poco, en Rumania van apareciendo documentos y testimonios sobre la ejecución de los Ceauşescu. Por ejemplo: Dorian Marcu, Moartea Ceauşestilor, Ed. Excelsior, Bucureşti, 1991 (con entrevistas a los dos personajes más importantes del tribunal: Gelu Voican Voiculescu y el general Victor Atanasie Stănculescu). Existe también la transcripción íntegra del juicio: Procesul Ceauşestilor, Ed. Excelsior, Bucuresti, 1991. Un compendio muy interesante de las últimas informaciones sobre la ejecución de los Ceauşescu fue ofrecido en el programa en lengua rumana de Radio Free Europe el 26 de diciembre de 1994.
[12] Vid. un intento de recopilar los sucesos más oscuros de la revolución en: Aurel Perva y Carol Roman, Misterele revoluţiei române, Rascruci de milenii ed., (1991).
[13] Ion Petcu, op. cit., pag. 352. Posteriormente, Voican Voiculescu no tuvo empacho en admitir repetidamente, incluso por televisión, que él había insistido ya desde el 22 de diciembre en la liquidación sumaria de Ceauşescu.




Todo ha terminado. Ceauşescu ha sido ejecutado. Los tiroteos han cesado. Un soldado se entretiene en alimentar a las palomas.

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lunes, septiembre 17, 2007

¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (1)





Cubierta del libro de Peter Siani-Davies reseñado en este post















Este mismo año ha sido publicado en edición rústica el libro de Peter Siani-Davies: The Romanian Revolution of December 1989, publicado en 2005, en edición tapa dura por la Cornell University Press. Es, sin lugar a dudas, uno de los libros de referencia básica para el lector no rumano, porque el autor pone sobre la mesa todo el material publicado sobre el tal acontecimiento, y como en un puzzle, reconstruye pieza a pieza cada uno de los avatares que configuraron aquella revolución que comenzó el 16 de diciembre de 1989 en Timişoara y concluyó, en una primera fase, con la ejecución de Nicolae Ceauşescu, el 25 de ese mismo mes. Siani-Davies no se queda en esos nueve días vertiginosos, sino que analiza las causas lejanas de la revolución de 1989 y describe sus consecuencias hasta el mes de febrero de 1990, cuando los vencedores lograron articular el Consejo Provisional de Unidad Nacional, un protoparlamento que alcanzó a reunir a las principales y recién nacidas fuerzas políticas del país.

La obra se lee con soltura, maneja una respetable cantidad de protagonistas de varios niveles y pretende responder a algunas de las incógnitas que ya por entonces y en año sucesivos, hicieron correr ríos de tinta: ¿Qué papel jugó exactamente la Securitate (policía política rumana) en los enfrentamientos armados que tuvieron lugar a partir del día 22?¿Qué protagonismo tuvo la Unión Soviética en el proceso revolucionario rumano?¿Estuvieron implicados combatientes árabes en los tiroteos que tuvieron lugar y que, supuestamente, eran parte de una contraofensiva para devolver a Ceauşescu al poder?¿Cuál fue la entidad del complot anterior a los sucesos revolucionarios, si es que existió realmente?¿Existió el Frente de Salvación Nacional con anterioridad a los sucesos de diciembre?
















En enero de 1990, recién concluidos los combates, Bucarest parecía una ciudad con los claroscuros de cualquier otra de Europa... en 1945. Fotografía del autor © Francisco Veiga




Siani-Davies pone todas las fichas sobre la mesa, y las ordena, una a una. Ofrece al lector el despliegue más completo que existe hasta ahora. Además, aporta el desapasionado distanciamiento que ese espera de un académico anglosajón y que hasta ahora no ha logrado exhibir ningún rumano. En The Romanian Revolution of December 1989 no hay trampa ni cartón: es un libro honesto.

Dicho lo cual, conviene pasar revista a los puntos débiles, algo necesario no tanto para evitar que el libro se venda, todo lo contrario: cualquier persona interesada en saber cómo y por qué Ceauşescu fue derribado del poder debería comprarse el libro de Siani-Davies. Pero es importante criticar algunos extremos para contribuir a que sucesivas generaciones de historiadores e investigadores no crean que todo está hecho. La obra que nos ocupa no pasa página, al contrario: da una base sólida para continuar.


















Pavel Câmpeanu, polémico líder inicial del Partido Liberal, posa para la cámara del autor en enero de 1990. Siempre fue un personaje muy accesible. Pero como la mayor parte de los líderes de los nuevos partidos políticos, no estuvo en el centro de los acontecimientos durante la revolución. Otros,llegaron directamente del exilio cuando todo había concluido © Francisco Veiga


En primer lugar, debe resaltarse que Peter Siani-Davies utiliza exclusivamente fuentes secundarias, es decir, material ya publicado. O casi: en la introducción nos dice que entrevistó a una serie de testimonios y analistas. Sin embargo, entre ellos no hay casi ninguno de los verdaderos protagonistas de aquellos días, personas que tienen las claves –todavía hoy- de algunos enigmas que el auor no logra resolver. No figura en la lista que hayan sido entrevistados Ion Iliescu o Petre Roman; no hay en ella ningún militar de los que todavía siguen vivos (de los generales que jugaron un papel central, Militaru murió en 1996 y Gusă en 1994). Eso por no hablar de personajes tan enigmáticos pero centrales como Gelu Voican Voiculescu, que el intelectual Andrei Pleşu –otro personaje con protagonismo en aquellos días- me dijo era un simple “prost” (tonto). Puede ser, pero Voican, que formó parte del tribunal que juzgó a Ceauşescu y que al parecer tuvo una gran responsabilidad en su ejecución, terminó dirigiendo los servicios de inteligencia del nuevo estado. Y nadie sabe de dónde salió el avispado personaje que, al parecer, era amigo de Petre Roman antes de la revolución.


Por lo tanto, los testimonios de Siani-Davies son, en algunos casos importantes, personajes que durante años han insistido en hacer oir su voz, en parte por el placer de explicar sus batallitas, pero también para ponerse medallas que a estas alturas de siglo ya no tienen mucho sentido, porque todo está partido y repartido desde hace casi dos décadas. Es el caso, por ejemplo, de Silviu Brucan el viejo “Tache” de sus tiempos de joven militancia, que desde hace mucho tiempo ha luchado por explicar a quien le quisiera escuchar, que había organizado una red conspirativa contra el régimen.

















Silviu Brucan [personaje de oscuro, en el centro] da una rueda de prensa en el Hotel Intercontinental, Bucarest, enero de 1990, cuando intentaba hacerse con un papel central en el Consejo Provisional de Unidad Nacional. Fotografía del autor © Francisco Veiga

Algo parecido ocurre con las fuentes, todas bibliográficas. No hay documentos oficiales, no se ve trabajo de archivo. Se entiende que no es fácil acceder a ese material, que en algunos casos está bajo siete llaves. Pero no así en Moscú, por ejemplo; y no parece que Siani-Davies haya hecho ese viaje para echar un vistazo a archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético o de la KGB de entonces, ahora consultables. En su momento se habló, por ejemplo, de que Iliescu había sido un agente de la KGB; el autor nos da la información, nos cita algunas fuentes de la época en las que se habla del asunto (de la BBC, sobre todo). Pero no resuelve el asunto. Claro, es imposible hacerlo con fuentes coetáneas. Por último, no consta que el autor haya consultado series completas de periódicos. Y lo cierto es que, aparte de los cuatro o cinco principales, hubo decenas de cabeceras que aparecieron y desaparecieron por entonces, con una enorme cantidad de detalles sobre la revolución de 1989.

Por lo tanto, los grandes enigmas de la revolución rumana de 1989, siguen ahí: ¿Contra quién se libraron los combates en Bucarest, entre el 22 y el 25 de diciembre? Siani-Davies no da una respuesta concluyente, sigue siendo un misterio. ¿Participaron de alguna forma Hungría y la Unión Soviética en los acontecimientos? Tampoco hay una respuesta clara; algunos datos, como los problemas que tuvieron algunas bases aéreas rumanas con sus radares, ni siquiera se mencionan. En cambio, sí se puede encontrar en el libro una interesante descripción de los sucesos acaecidos en Sibiu el 21 y 22 de diciembre, un momento y lugar que fueron claves pero que la literatura sobre este fenómeno histórico suele olvidar. Sin embargo, la tendencia de Siani-Davies es a quedarse en una narración factual. El autor no analiza a fondo el papel político del Ejército, no aclara qué ocurrió con la Securitate, falta una lectura social de la revolución, no se percibe una articulación convincente entre los grandes actores de aquellos días. Pero no como individuos –el relato habitual que suelen hacer los rumanos- sino como fuerzas operantes.















Una de las fotografías más "panchovillesca" de la revolución rumana de 1989. Dos suboficiales, al parecer del cuerpo sanitario, ocupan una estancia de lo que parece ser el Comité Central del PCR. Obsérvense los anticuados uniformes (el modelo de casco es el holandés de la Segunda Guerra Mundial) y la expresión de fatiga. El verdadero papel del Ejército rumano en la revolución aún está por clarificar

Siani-Davies no es un Joseph Rotschild, un Peter Sugar, un Mark Mazower o un François Fejtö. Es decir: no demuestra la capacidad de proyectarse un poco más allá del fenómeno histórico estudiado a fin de entenderlo mejor recurriendo a la comparación con sucesos similares en el tiempo o en el espacio. Por lo tanto, falta ese acercamiento del historiador veterano que hubiera explicado qué significó la revolución rumana en el contexto de las fichas de dominó que caían, una tras otra, en aquel otoño e invierno de 1989 en el Este de Europa. Pero sobre todo, el historiador británico no da respuesta a una pregunta clave: ¿Por qué la caída de los regímenes comunistas en los Balcanes (Rumania, si, pero también Albania y sobre todo, Yugoslavia) fueron tan violentos, por contraste con la revolución de terciopelo checa, la unanimindad nacional que imperó en Hungría o la transición “a la española” de Polonia en torno a la célebre “mesa redonda”?

En fin: como complemento a la lectura del libro de Peter Siani-Davies, se ofrece a continuación una interpretación propia de la revolución rumana de 1989 extraída de La trampa balcánica, edición de 2002, páginas 240 a 248. Por razones de extensión, se editará en dos pequeños capítulos.

















Un BTR-60 toma posición en plena Calea Victoriei. Las ventanas del edificio de enfrente ya han sido profusamente tiroteadas por los soldados y civiles armados en días anteriores. Fotografía del autor © Francisco Veiga






1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]


La tormenta que conmocionó a Rumania durante las Navidades de 1989 sigue siendo un fenómeno escasamente aclarado a pesar de que, paradójicamente, fue la primera revolución televisada en directo de la historia. Quizá por eso resultó tan desconcertante
[1]. Durante un cierto tiempo se mantuvo que se había tratado de un complot o un golpe de Estado, una explicación que convenía a los adversarios políticos de las nuevas autoridades y a los medios de comunicación -occidentales y rumanos-, que buscaban explicaciones rápidas para un fenómeno muy complejo. Fue, en definitiva, un reflejo característico, posterior a muchas revoluciones y bruscos cambios históricos, comenzando por la Revolución francesa, y terminando por la bolchevique. En realidad, un vistazo panorámico a la revolución rumana introduce serias dudas sobre la posibilidad de un complot. Los golpes de palacio y las conspiraciones (como ocurrió en Bulgaria) suelen ser procesos rápidos, dirigidos contra el centro neurálgico del poder, calculados para mover el menor número de piezas posible y sobre todo, para evitar la implicación popular.

En Rumania ocurrió lo contrario: los sucesos comenzaron con una revuelta popular en Timişoara, una ciudad de provincias. La represión se prolongó durante seis días sin que nadie se moviera en la capital. Por fin, casi "in extremis", los bucurestinos salieron a la calle y lograron provocar la huída de Ceauşescu. Sin embargo, lo que siguió fue un confuso combate en la capital que se prolongó durante cinco días más. Todo ello con miles de civiles armados, soldados locos de miedo y enemigos que en buena medida fueron imaginarios. Como remate, una parodia de juicio contra Ceauşescu, filmada y distribuida en el extranjero para vergüenza de sus autores. Si todo ello ha de entenderse como un complot de principio a fin, lo más piadoso que se puede decir de él es que dió un gran rodeo sin necesidad.

En realidad, la campaña orquestada por los húngaros en defensa de los supuestos abusos contra la minoría étnica magiar en Transilvania había logrado galvanizar al régimen rumano, más que debilitarlo. En parte porque las acusaciones de enormes campañas de resituación no eran ciertas, como demostró con toda autoridad el prestigioso Südosteuropäische Institut de Munich y publicó "Newsweek" en el último reportaje realizado sobre Ceauşescu antes de su caída
[2].

















Un soldado, aterido, se abriga con una manta en lo alto de la torreta de un tanque, Timisoara. El Ejército reprimió a la población civil duramente en esta ciudad, en la primera fase de la revolución

Las tensiones con Hungria crearon un ambiente de peligro inminente que Ceauşescu tuvo buen cuidado de alimentar. El Ejército, en especial, estaba muy sensibilizado ante la posibilidad de un ataque húngaro o soviético. El gran fantasma era la "invasión pendiente" de 1968. Los sucesivos desmoronamientos de regímenes comunistas a lo largo del otoño de 1989 terminaron por ponerle los nervios a flor de piel a los jerarcas rumanos. Sólo Ceauşescu parecía creer en la eficacia de una defensa numantina.

Hubo un intento de manifestación en la ciudad moldava de Iaşi, detenido "in extremis" por las fuerzas de seguridad. Pero en Timişoara, las unidades de la Securitate y la policía no tuvieron tiempo de utilizar su táctica: la disuasión. En realidad, los disturbios del 16 de diciembre habrían fracasado si las fuerzas de orden público hubieran estado preparadas para reducir a grupos de manifestantes decididos. Pero estaban deficientemente entrenadas y pobremente armadas, y sobre todo, nunca se habían tenido que enfrentar a tal contingencia. En Braşov, dos años antes, la multitud se había desmoralizado; en Timişoara fue la policía la que se derrumbó.

Ante las dificultades para controlar el orden público en Timişoara, ciudad a pocos kilómetros de la frontera húngara, cundió la alarma en Bucarest. Sencillamente, las autoridades creyeron que aquello eran los prolegómenos de una invasión, una provocación maquiavélica organizada por agentes secretos húngaros y soviéticos. Paradójicamente, la mitificación de la Securitate y el ambiente paranoico que existía en la Rumania de Ceauşescu habían llevado a una exagerada sobrevaloración de lo que unos servicios de información o grupos de agitadores podían llegar a hacer.


(Continuará)



















Aquí empezó todo: La Iglesia Reformada donde oficiaba el pastor László Tökés, en la str. Timotei Cipariu nr. 1 de Timsoara. En la pared, una placa recuerda el evento y la fecha: 15 de diciembre de 1989. Fotografía del autor © Francisco Veiga





NOTAS

(No actualizadas)

[1] Los libros más célebres sobre la revolución rumana son los siguientes: Michel Castex, Un mensonge gros comme le siècle. Roumanie, histoire d'une manipulation, Albin Michel, Paris, 1990; Radu Portocala, Autopsie du coup d'État Roumain. Au pays du mensonge triomphant, Calmann-Lévy, 1880; Nestor Ratesh, Romania: The Entangled Revolution, Praeger, New York, 1991; Martyn Rady, Romania in Turmoil, IB Tauris, London-New York, 1992. La obra de Edward Behr ya cit., suministra algunos datos sobre la revolución, aunque contiene errores. De todos los libros citados, los únicos fiables y honrados son los de Ratesh y Rady.
La interpretación ofrecida aquí sobre la revolución rumana de 1989 proviene en parte de un estudio realizado por el autor de estas líneas, basado en documentación y testimonios originales, prensa rumana y estudio de filmaciones en vídeo. También se incorporan elementos del análisis ofrecido por la televisión rumana en la serie "Revoluţia româna în direct", emitida mensualmente a lo largo de 1991, con quince capítulos de una hora de duración cada uno. Por ello se evitará el recurso a notas sobre bibliografía o documentos muy poco accesibles para el lector español. En todo caso, una primera interpretación fue publicada en la obra de Mariló Ruiz de Elvira y Carlo Pelanda (eds.), Europa se reencuentra. La difícil transición del Este al Oeste, El País-Aguilar, Madrid, 1991. Vid.: Francisco Veiga, "Rumanía o el desafío de las mil piezas que no encajan", pags. 243-262.
[2] Vid.: "Realm of the Last Stalinist", por Michael Meyer, en: "Newsweek", August 21, 1989; pags. 8-14. Sobre el mito de las demoliciones masivas de aldeas, vid., en especial, pags. 12 y 13. En el invierno de 1988, un equipó de la televisión catalana viajó a Corund, típico pueblo húngaro en el corazón, de Transilvania, que según la prensa magiar había sido ya demolido. "Romania: l'obsessió per un pla", en "30 minuts", reportaje cit.

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sábado, marzo 10, 2007

La balada de los Rhythm & Blues

Ciudadanos rumanos celebrando la entrada de su país en la Unión Europea, la pasada Nochevieja









El presente post está basado en un artículo de próxima aparición en la revista "Capçalera" del Col·legi de Periodistes de Catalunya



A fuerza de discutir sobre el binomio Rumania-Bulgaria durante las negociaciones de acceso a la Unión Europea se les acabó denominado “R & B” y alguien en Bruselas decidió llamarles los “Rhythm & Blues”. La broma tuvo tanto éxito, que en cierta ocasión un delegado búlgaro preguntó quejoso por qué ellos debían ser los “blues”, mientras los rumanos aportaban el “ritmo”. Esta desenfadada anécdota contrasta con la pomposidad que rodeó el ingreso de los miembros que accedieron a la UE en mayo de 2004. Por entonces, el evento conservó ecos de la trascendencia con la que se hablaba en 1990 de la “casa común europea” y de la deuda histórica hacia los países de la Europa central. Casi tres años más tarde, con la UE en plena crisis institucional, con duros debates sobre la conveniencia de continuar con el proceso de ampliación o no, y con molestos problemas planteados por nuevos socios como Polonia, Hungría o Chipre, la bienvenida a los “Rhythm & Blues” no ha sido entusiasta.

Un viejo automóvil "Dacia" (Renault 12 fabricado bajo licencia rumana en los años 70) cargado hasta los topes de productos agrícolas. Rumania es todavía un país marcadamente agrario con un bajo nivel de desarrollo rural. Fotografía procedente de Antena 3 Rumania


A lo largo del mes de enero, la prensa occidental se dedicó a debatir sobre la idoneidad económica de Rumania y Bulgaria: ¿Están realmente preparados para entrar en la UE? Las cifras macroeconómicas resultan inquietantes: ambos países están situados en la cola de Europa; aparentemente, Turquía está más preparada que estos dos para participar activamente en el proceso de integración europea. Pues aunque en el crecimiento de sus economías es acelerado (7,8% de Rumania y 6,3% de Bulgaria entre enero y noviembre de 2006) en realidad parece deberse a un incremento del consumo interior. Por otra parte, el gasto público se ha racionalizado con éxito: el déficit rumano es sólo del 2% y Bulgaria ha conseguido incluso un superávit fiscal del 3,5%, resultados ambos correspondientes al año 2006.

Por lo tanto, ambos países cumplen con las estipulaciones de Bruselas. Pero existen otros problemas bien conocidos. A escala de la microeconomía, los salarios siguen muy bajos, la producción continúa siendo de discutible calidad, el sector bancario aún es anticuado. La agricultura y la ganadería siguen poseyendo un papel proporcionalmente muy marcado en la economía: en torno al 20% del PIB en ambos países, abarcando al 23% del empleo en Bulgaria y hasta el 40% en Rumania, aunque el sector agropecuario sólo participa en un 12% de las exportaciones búlgaras y un 5% de las rumanas.

Pero el primer y principal problema en ambos países es el de la corrupción, que alcanza niveles preocupantes, tanto en el sector público como en el privado. Bruselas se muestra rigurosa y amenaza con cancelar pagos de fondos estructurales e incluso ayudas agrícolas si se sospecha de fraudes, irregularidades o corrupción. De entrada, sólo se va a entregar el 75% de los fondos europeos a lo largo del próximo trienio en espera de de que mejore la lucha contra la corrupción.

En medio de todo ello, la carga de ingenuidad que adorna las distorsiones sociales de estos países puede llegar a ser desarmante. Noticia del pasado 1 de febrero: Bill Gates viaja a Rumania para inaugurar un centro técnico mundial de Microsoft y en el discurso de agradecimiento, el presidente Traian Băsescu le explica al magnate de la informática, con toda la buena fe del mundo, que “la piratería del software de Microsoft ha ayudado a Rumania a construir una pujante industria tecnológica”. Gates, informan las crónicas, “no hizo comentarios”. Según los expertos, el 70% del software utilizado en Rumania es pirata. Para concluir, “el presidente rumano condecoró a Gates con la orden nacional de máximo prestigio, la Estrella de Rumanía en grado de comendador y destacó los valores de este empresario, como "el trabajo, el respeto a la ley y la responsabilidad social”.









Bill Gates, feliz tras haber sido condecorado con la "Estrella de Rumania" por el presidente Băsescu


Por supuesto, el futuro económico de los “Rhythm & Blues” es bien incierto: puede evolucionar mal -como está ocurriendo con Hungría- o con el tiempo despegar de forma imparable, como ha sucedido con miembros antaño pobres de la UE que han sabido aprovechar a fondo esa condición y han despegado de forma imparable: tal es el célebre caso de Irlanda, cuyo crecimiento económico ha sido espectacular en los últimos diez años. Todo dependerá, en buena medida, de cómo evolucione la estructura social y la situación política. En tal sentido, Rumania, que es un país sorprendente en muchos aspectos, debe hacer frente a problemas específicos, como por ejemplo, la exagerada tasa de emigración. Un fenómeno que en el caso de este país no parece estar en relación directa con su relativo nivel de pobreza, sino más bien con el hecho de que el emigrante es una figura de éxito social. Aparte de la fuga de cerebros y clases técnico-profesionales que acaban ejerciendo como trabajadores no profesionales en Occidente –y dos de cada tres científicos rumanos investigan y trabajan en el extranjero- la masiva emigración rumana ha propiciado que el país carece ya de suficiente mano de obra, lo que implica aceptar inmigración. De momento, la prensa rumana, muy “a la rumana” presenta el fenómeno como un posible negocio sólo apto para espabilados: exportar mano de obra cara e importarla barata. Pero lo cierto es que de momento las autoridades ya están dándole vueltas a la posibilidad de drenar población agraria muy pobre del campo a la ciudad (algo que recuerda alguno de los planes de Ceauşescu) y la forma de poner en marcha un programa de recuperación de emigrantes, a la manera de los que ya intentó Méjico o Polonia.

Ante esta situación, la prensa juega un papel social aún limitado en estos dos nuevos socios de la UE. En los últimos años, la calidad de los medias ha mejorado de forma notable. Hasta 1989 eran meros comparsas en manos de los regímenes comunistas. Broma común en Rumania era afirmar que el papel de la prensa consistía explicar por entregas "las aventuras del “haiduc” (bandolero) de Scorniceşti", pueblo natal de Nicolae Ceauşescu. La oferta de ocio era prácticamente inexistente, hasta el punto de que en Bucarest los rumanos solían pasarse por la Embajada búlgara para tomar nota de la programación de la televisión de ese país, porque a pesar de que el común de la gente no entendía nada de esa lengua eslava (el rumano es de raíz latina) al menos no incurrían en la reiteración sistemática del culto al líder y sus imágenes eran más entretenidas.












"Scînteia", órgano oficial del PCR en tiempos de Ceauşescu . Posiblemente, uno de los diarios más aburridos del mundo en su época


De esta uniformidad se pasó, en 1990, a la explosión de los medios de comunicación tras la caída del régimen comunista. Sólo los periódicos se contaban por decenas, algunos no pasaban del primer número. Se decía, de broma, que cada rumano equivalía potencialmente a un periódico. La calidad de tales medias era más que cuestionable. Su contenido no estaba controlado por ninguna agencia independiente, ni siquiera por los órganos de justicia, y solían incurrir fácilmente en la difamación o el mero artificio informativo, el puro invento. Incluso la tinta en la que estaban impresos desteñía en los dedos del lector. Hoy todo eso es ya historia. Los grandes rotativos, algunos de los cuales parecen haber tomado como modelo de formato la prensa italiana (sobre todo en Rumania), poseen una calidad reconocida y pueden ser consultados en internet.

Por otra parte, los diarios han ido dejando atrás un estilo especulativo poco profesional y en la actualidad se centran en informar detalladamente sobre cualquier asunto de la actualidad nacional o internacional por delicado que sea. De todas formas, uno de los problemas comunes a los medios de prensa búlgaros y rumanos tiene que ver con el hecho de que, aparentemente, todavía no son capaces de llevar a cabo periodismo de investigación serio, de envergadura y sobre todo, independiente. En un momento dado pueden producirse denuncias puntuales e irregularidades, pero no parece posible que, hoy por hoy, los medios de prensa sean capaces de destapar por su cuenta, por ejemplo, un affaire como el de los GAL en España. Y ello no es atribuible a la carencia de periodistas muy cualificados, que los hay y de gran calidad profesional. En parte podría deberse a que se trata de medios con escasa independencia, sujetos como están a la órbita de los grupos empresariales o incluso partidos relacionados con el poder. Por otra parte, investigar escándalos de corrupción o redes mafiosas puede ser todavía una actividad demasiado peligrosa en estos países. Y sin llegar a extremos tan dramáticos, juega también el hecho de que la política local posee un estilo muy personalista, de manera que en ocasiones una investigación sobre las actitudes de estadistas u hombres públicos puede desembocar en motivaciones pura y simplemente triviales.


Fotografía inusitada de la revolución rumana de diciembre, 1989







El problema sigue siendo que la prensa parece tener una limitada capacidad como agente de control social y político al servicio de la sociedad civil. En principio, la situación debería ser mejor en Bulgaria, donde al menos está más equilibrado el panorama político: existe una derecha pero también una izquierda con sus propios medios de comunicación. En Rumania, donde fue prohibido el Partido Comunista y en general la izquierda tradicional fue presentada de forma negativa por una buena parte de las nuevas autoridades y resaltado de forma un tanto histérica por la opinión pública, la capacidad equilibradora que podía haber ejercido esa parte del abanico político quedó muy cuestionada, incluso por los nuevos partidos definidos un tanto abusivamente como "socialdemócratas". Y sin embargo, incluso en Bulgaria han tenido que ser una serie de ONGs las que se han comprometido a investigar y controlar que antiguos agentes de los servicios de inteligencia y policía política del desaparecido régimen comunista no intenten ocupar cargos en Bruselas a partir de las inminentes elecciones al Parlamento Europeo.

En definitiva, el planteamiento informativo que se ha propuesto desde Occidente sobre los nuevos socios debería haber estado más centrado en aspectos políticos y mucho menos en los económicos, que son mejorables y en un lapso de tiempo más corto que los otros. En días pasados, la prensa rumana avisó del impacto negativo que estaba teniendo la crisis de gobierno que enfrentaba al presidente, Traian Băsescu y el primer ministro, Călin Popescu Tăriceanu, que podría minar las reformas en curso y ralentizar la lucha contra la corrupción. Y por supuesto, tales incidentes ponen en peligro la coalición de gobierno que forman el Partido Democrático (Băsescu) y el los liberales de Tăriceanu. A su vez, el FMI ha advertido del peligro que supone para las inversiones y la economía el peligro de desestabilización política en un momento tan delicado.

Pero las cosas van más allá. Con Rumania y Bulgaria han accedido a la UE un par de países que tienen problemas manifiestamente irredentistas, entre ellos y con otros socios comunitarios. Ahí están los viejos contenciosos entre por Transilvania (un conflicto húngaro-rumano) o el sur de la Dobrogea (entre Rumania y Bulgaria). Habrá que ver cómo aceptan los rumanos la libre circulación de ciudadanos comunitarios húngaros cuando lidian un sordo conflicto que dura décadas con su propia minoría magiar. Y desde luego, ni hablar con Sofia o Bucarest de una futura Europa federalizada. Todo esto es bastante nuevo para la UE y el impacto en sus estructuras puede ser impredecible. De momento ahí tenemos, por ejemplo, la creación de un grupo parlamentario de ultraderecha (Identidad-Tradición-Soberanía) en la Eurocámara, gracias a la llegada de cinco diputados del Partido Gran Rumania y el búlgaro de Ataka, Dimitar Stoyanov.

















Situación imposible: En una localidad transilvana sin especificar, los locales del Partido Gran Rumania comparten edificio que sus archienemigos de la Unión Democrática Magiar de Rumania. Fotografía de Antena 3 Rumania


La ultraderecha en la UE: éste es un fenómeno en desarrollo ya conocido: ahí tenemos la Polonia de los “Hermanos Patata”, Lech y Jaroslaw Kaczynski; la Letonia de Andris Berzins o las de Aigars Kalvïtis, la del caso Smits; la Austria de Jörg Haider. Por lo tanto, no es impensable que algún día Vadim Tudor o Siderov llegaran a la presidencia de sus respectivos países, aunque desde Occidente no se entienda el éxito de unos histriones como estos, cuyos discursos, órganos de prensa y programas televisivos no son sino retahílas de ataques, insultos e inventos dirigidos contra todos aquellos que consideran enemigos y traidores a la patria. Pero el hecho de que hayan accedido a la Eurocámara les ha supuesto una nueva popularidad entre sus compatriotas. De repente han dejado de ser unos gritones provincianos, especialistas en contar chistes groseros y hacer reivindicaciones de una xenofobia estrambótica, pasando a ser considerados unosrespetables europarlamentarios con un abultado sueldo y prebendas de todo tipo. Según datos aportados por Judith Argila: “Ya han conseguido fuerza política, punto a favor. Y ahora, ¿qué? En primer lugar, tendrán los mismos derechos que el resto de partidos del parlamento en lo que concierne a tiempo de palabra en el hemiciclo, así que ganaran en visibilidad (a lo mejor son lo suficientemente radicales como para que logren que se hable más de la UE, quién sabe). Además, podrán enmendar textos y disponer de funcionarios, y… también empezaran a llenarse los bolsillos: calculan que percibirán en torno a un 30% más de lo que recibían como no inscritos, lo que supone cerca de un millón de euros suplementarios”. De momento, es de prever que los votantes rumanos y búlgaros se limiten a guardar la carta de la ultraderecha en la manga. Necesitan a Europa y muchos de ellos suponen, erróneamente, que la UE viene a ser algo así como una enorme ONG de auxilio caritativo. Por lo tanto, creen que Bruselas les ayudará y no votarán a quién quiera destruir el espíritu europeo. No obstante, si no reciben de la UE lo que ellos esperan, el desengaño les podría conducir a inclinarse por un voto más nacionalista con el fin de defender con más fuerza sus intereses en este tira y afloja que es la negociación en los foros comunitarios.

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miércoles, enero 03, 2007

Se vende polonio 210 (1)

Insignia del MVR búlgaro en tiempos de la Guerra Fría



El mundo del espionaje (una suerte de periodismo de estado) del periodismo (al fin y al cabo, espionaje público, a un euro por cuadernillo de informes) y de la política (que tarde o temprano recurre o tiene muy en cuenta a las categorías profesionales mencionadas), es muy dado a aceptar la irrupción ocasional de todo tipo de charlatanes de feria. La explicación del fenómeno resultaría ardua, pero en su aspecto esencial quizá sirvacomo aproximación al asunto la vieja pulsión sicológica de que aquellas personas que tienen por norma engañar, suelen aceptar con cierta facilidad que les mientan. No se intenta decir con esto algo tan grosero como que espías, periodistas y políticos –tomados en su conjunto como profesiones o corporaciones- se pasen el día mintiendo. Pero al fin y al cabo la venta de información -en el caso de los políticos, de “imagen”, que es una forma de decir “confianza”- es la esencia de su negocio; y ya se sabe que muchas veces ese concepto no existe en estado puro. El oportuno “resumen”, la “vestimenta” de la noticia, el “ángulo” bajo el que puede contemplarse la realidad, las identidades "protegidas" (y silenciadas) de las fuentes: todo ello son prácticas profesionales que de forma muy sencilla pueden deslizarse hacia la tergiversación, y en determinados momentos de presión, un poco más allá todavía. “No dejemos que la realidad arruine una buena noticia” es una frase que se aplica burlonamente a los chicos de la prensa, pero que fácilmente podría encajar en muchos informes de inteligencia y, desde luego, en algún que otro discurso político.

La reflexión viene a cuento, por ejemplo, de personajes como Rocco Martino aquel ex carabinero y espía mercenario de tercera fila que se inventó un falso informe sobre la
importación de uranio de Níger por parte de Irak, en el año 2000. Enric González lo relató con mucho nervio informativo en una crónica publicada por “El País” en noviembre de 2005 y realmente impresionaba que existieran tipos como Martino, capaces de generar burdas intoxicaciones que se venden al mejor postor, si es que lo hay, para pagarse unos días de vacaciones. Como se sabe, el asunto tuvo una formidable trascendencia cuando esas mentirijillas fueron transformadas en informes dignos de todo crédito en base a los intereses puntuales de una serie de estadistas y políticos en Washington y Londres, hasta convertirse en una de las justificaciones documentales para la invasión de Irak en marzo de 2003.

Periodistas y espías se sienten muy atraídos por las teorías conspirativas. Permiten explicar fenómenos complejos de forma sencilla; y además, se puede forzar el encaje de todas las piezas del puzzle, por muy incongruentes que parezcan a simple vista. Las teorías conspirativas también permiten saltar de lo micro a lo macro: los pequeños detalles pueden cobrar una enorme importancia para explicar grandes sucesos, mientras que éstos se pueden deshinchar para ponerlos a la altura de las nimiedades presuntamente significativas. Las teorías conspirativas se convierten en un divertido juguete a prueba de tontos y por eso han tenido un gran protagonismo para explicar, durante los primeros años después de que acaecieran, fenómenos históricos apartentemente "desordenados" como son las revoluciones, en especial la francesa y la rusa. Por lo tanto, las teorías conspirativas se venden muy bien, son fácilmente digeribles por el gran público. Pero también, en muchos casos, por los apurados superiores jerárquicos, que deben dar explicaciones satisfactorias a los jefes y políticos.

Una vez lanzada, la teoría conspirativa posee mucha resistencia al desgaste. Por ejemplo, tuvieron que pasar casi diez años para que se desmontaran los rumores sobre maquinaciones de interés político en torno a la muerte de Lady Di. Pero en otros muchos casos, la teoría conspirativa nunca ha logrado ser desmontada, a pesar de que existan evidencias de su inutilidad. Otro ejemplo: el asesinato de J.F. Kennedy. Todavía se manejan turbias motivaciones políticas que lo presentan a la luz del crimen de estado, cuando hace ya años que el libro de John H. Davis, Mafia Kingfish.
Carlos Marcello and the Assassination of John F. Kennedy (New York, 1989) lo explicó de una forma muy coherente y convincente, sin necesidad de recurrir a turbios complots en las altas esferas de poder.

El mafioso Carlos Marcello, posible autor real del asesinato del JFK y su hermano Robert



En ocasiones aparecen en el teatro de la conspiración armas extrañas, de fuerte arraigo simbólico, capaces de impactar profundamente sobre la memoría histórica subsconsciente del gran público (y también sobre periodistas, espías y políticos) y entonces es el acabose. Hoy ya se ha olvidado el éxito mediático que tuvieron los, en su día, celebérrimos atentados con "carta-ántrax" en el otoño de 2001, a poco del 11-S. El suceso tuvo lugar en los Estados Unidos donde (al parecer) siete cartas con esporas de la bacteria de ántrax provocaron cinco muertes y afectaron en total a 22 personas. Esa, al menos, fue la explicación que se ofreció, que desde un punto de vista médico no fue tan diáfana. La histeria fue total, pero el asunto fue tan extravagante que no hubo manera de dar con el o los autores y, lo más grotesco, tampoco con las motivaciones. No está de más recordar este asunto en estos días en los que el obsesivo caso del plutonio 210 ha tocado el techo de las contradicciones y el absurdo.

El desproporcionado impacto mediático que ha tenido la muerte de Litvinenko se explica en parte porque contiene en sí mismo rasgos de diversas historias heredadas de la más pura y dramática Guerra Fría, combinadas con ya viejos temores folletinescos y fuertes dosis de teoría conspirativa. Por ejemplo, la historia de Alexander Litvinenko, agente secreto del FSB que recibió la orden de matar al oligarca Boris Berezovski, pero se arrepintió y en lugar de hacerlo le confesó a la víctima sus intenciones. Algo así ya sucedió en 1954, cuando el agente de la KGB Nicolai Jojlov fue enviado a Frankfurt para liquidar al agitador antisoviético Georgi Okolovich. Antes de partir para su misión, Jojlov se había convertido a la fe cristiana a través de su pía esposa. Ya en Frankfurt, el despiadado ejecutor cayó del caballo, arrepentido, y advirtió a Okolovich del plan para asesinarle. Lógicamente, Jojlov desertó y se llevó con él la cajetilla con un primitivo aerosol venenoso con el que sus superiores le habían provisto. Hoy, esa primitiva arma se ha convertido en el remoto antepasado de los modernos sprays de autodefensa que se pueden adquirir por pocos euros en las "tiendas del espía" que han aparecido hace algunos años en Madrid o Barcelona.


Víctima y verdugo: el ex agente Nicolai Jojlov saluda a Georgi Okolovich tras haber desertado. La historia de Litvinenko con respecto a Berezovski no es nueva



Y el "toque venenoso": en 1957, el oficial de la KGB Bogdan Stashinsky asesinó en Munich al disidente nacionalista ucraniano Lev Rebet utilizando una pequeña pistola de gas venenoso (18 cms. de longitud) escondida en un periódico enrollado. El ataque fue tan bien ejecutado que la muerte de Rebet se atribuyó a un ataque cardiaco. Dos años más tarde, el mismo Stashinsky se ocupó de liquidar al célebre nacionalista ucraniano Stefan Bandera, utilizando el mismo método. Esta vez, sin embargo, se descubrió cuál había sido la causa del fallecimiento. Bogdan Stashinsky desertó a Occidente y en pago de sus informaciones fue sentenciado a una corta pena por los dos asesinatos.

En 1978 se sumó a estas truculentas historias el siempre terrorífico "factor balcánico" con el conocido caso de los denominados "paraguas búlgaros". Georgi Markov, un disidente búlgaro que había escapado a Londres y trabajaba allí para los programas internacionales de propaganda de la BBC, fue asesinado con un punzón que le inyectó un veneno mortal en un muslo. El asesinato tuvo lugar en la vía pública, en pleno Puente de Waterloo, pues el
agente búlgaro (de hecho, un danés de origen italiano) llevaba el sistema inyector disimulado en la estructura de un paraguas. Markov esperaba el autobus, y todo lo que sintió fue un breve pinchazo; una diminuta bola de ricina terminó en tres días con su vida sin que los médicos británicos se apercibieran de lo ocurrido. Sólo tras la posterior exhumación del cuerpo se entendió lo sucedido.

Georgi Markov, el disidente búlgaro asesinado en 1978 con un sofisticado paraguas


En los años ochenta se produjo una nueva vuelta de tuerca hacia la configuración del "asesinato radiactivo" cuando se extendió el rumor de que en Rumania habían sido irradiados como represalia grupos de obreros que habían participado en las protestas de Braşov, en diciembre de 1987. El oficial de inteligencia rumano Ion Mihail Pacepa que ya por entonces había escapado a Occidente, le explicó con detalle a sus interrogadores de la CIA (o al menos eso contaba en su libro: Red Horizons, Washington, 1987) que Ceauşescu había desarrollado un sistema para liquidar disidentes en prisión por medio de elementos radiactivos, lo que en clave denominaba "aplicar Radu" y que ejecutaba un denominado Servicio K de la Securitate. Por entonces, la prensa occidental estaba muy predispuesta a creerse a pies juntillas cualquier fantástica perversidad del "tirano de los Cárpatos" y su Securitate, como quedó sobradamente demostrado durante las revueltas de 1989, por lo que la historia de Radu pasó a formar parte de la "memoria subconsciente" de los medias, que también existe.

Desaparecido Ceauşescu y hundida la Unión Soviética, los miedos apocalípticos relacionados con gases mortales y radiaciones letales anduvieron algo errantes. En marzo de 1995, la Verdad Suprema, que era una delirante secta japonesa, organizó un atentado social en el metro de Tokio utilizando gas sarín, que se saldó con el resultado de 12 muertos reales y miles de intoxicados imaginarios, tal fue el pánico que se desató. Lógicamente, el 11-S también aportó importantes dosis de paranoia colectiva, pues era de temer que tarde o temprano Al Qaeda intentaría algún ataque con armas de tipo químico bacteriológico o radiactivo, más sofisticadas y aterradoras aún que el puro explosivo, a la altura de su perversidad.


Ion Mihai Pacepa cuando todavía era un joven oficial de los servicios de la inteligencia exterior rumana. Actualmente ha reaparecido en varios foros acusando a Putin del asesinato de Litvinenko. El caso ha dado alas a todos aquellos que convirtieron su deserción a Occidente en un medio de vida


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Pero la vieja cantinela pronto volvió a los tradicionales cauces: las deliciosas historias de espías rusos, herederas a su vez de las conspiraciones venecianas y bizantinas: siempre el Este, siempre el Oriente pérfido. En un artículo firmado en "El País" por Cecilia Jan ("Nuevas (y viejas) formas de matar", domingo 3 de diciembre, 2006) se detallan los últimas proezas (reales, ficticias, imaginarias) de los maquiavélicos agentes rusos:

1995: el banquero ruso Ivan Kivelidi y su secretaria mueren, supuestamente, por efecto de un veneno colocado en el auricular de su teléfono. Posible veneno utilizado: cadmio.

2000: fuerzas especiales rusas asaltan el Teatro Dubrovka, en Moscú, para liberar a 800 rehenes tomados por un nutrido comando cecheno de 42 terroristas. En el ataque se utilizó, al parecer, un derivado del fentanilo, un gas anestésico potenciado.

2002: el guerrillero jordano e islamista al-Jattab, uno de los jefes de la insurgencia chechena, fallece tras recibir una carta envenenada (?)



El pintoresco guerrillero jordano ibn al-Jattab, luchador en Chechenia


2004
: el candidato a la presidencia ucraniana Viktor Yushenko, alega haber sido envenenado por dioxina por agentes del servicio secreto de su país partidarios de sus adversarios políticos.

Resultaría absurdo negar que durante la Guerra Fría y en años posteriores algunos servicios de inteligencia han recurrido al envenenamiento en sus variadas formas. Asimismo sería falso negar la evidencia de que el KGB, al menos inicialmente, experimentó y desarrolló formas imaginativas de asesinato basadas en venenos y sustancias químicas. Sus adversarios de entonces no tardaron en hacer lo mismo, y en nuestros días ya es un lugar común que con el arsenal existente se pueden generar enfermedes galopantes, paros cardiacos e incluso ataques de locura. Es un recurso para sacar de en medio de forma discreta -no lo olvidemos- a personajes comprometedores y no parece lógico utilizarla con enemigos de medio pelo. Puerstos en el caso, Berezovski hubiera sido un objetivo susceptible de justificar un asesinato rocambolesco pero "limpio" con supuestos venenos ultrasofisticados, pero no un individuo con una importancia tan cuestionable como Litvinenko.

Por ello cuando una acción ejecutiva resulta inútilmente compleja o desproporcionada en sus medios, si no queda claro el "qui prodest", si al final de todo ello el individuo eliminado no resulta un objetivo importante, si la coyuntura política de los países implicados no justifica lo ocurrido, entonces hay que empezar a considerar que alguna pieza no casa. Y si es así, la realidad resulta demasiado tozuda como para encajarla a martillazos, al menos durante demasiado tiempo. Llegados al punto en que el contradictorio montaje se descompone, surge la pregunta: ¿Valió la pena montar el engañoso tinglado? Se dice que los medios de comunicación poseen una memoria similar a la de un niño de cinco años. En realidad, periodistas y políticos son quienes generan y modulan la amnesia social. Por lo tanto, su respuesta a la pregunta anterior sería un rotundo y triunfante: "¡Si!"

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jueves, junio 01, 2006

De cómo la şmecherie se convirtió en virtud nacional

Me llamaron hace un par de días desde el programa de Glòria Serra, anchorwoman de COM Ràdio para “una entrevista sobre Rumania”, así en líneas generales. En realidad, el asunto no tenía nada que ver con el gobierno de Basescu o lo complicado que se le está poniendo el acceso a la UE al candidato balcánico. El súbito interés por Rumania era por sus ciudadanos, los rumanos; y sobre todo, y de forma más o menos directa, con las decenas de miles que han ido llegando a España en los últimos años. Hasta el momento el fenómeno no llamaba mucho la atención en Cataluña, dado que la masa crítica de inmigrantes rumanos se concentra en Alicante y el Levante en general (donde ya ha dado lugar a episodios de xenefobia) así como también en Madrid. Pero la reciente detención de una banda de ladrones de pisos en Maspujols (Tarragona) ha disparado alarmas también por estos pagos.

Creo que a Serra no le encandilaron mis declaraciones. Posiblemente prefería la explicación que le ofreció una colaboradora rumana en ese mismo pograma, que según me pareció haber entendido, giraba en torno al alma rumana que no se encuentra a sí misma, o argumentos similares. El destino, la quiebra moral colectiva y esa especie de entelequia que es “el espíritu de los pueblos”, forman parte de un discurso muy usual en Europa oriental y que suele ser apreciado en los medios de comunicación catalanes. También parecía suficiente el argumento de la supuesta pobreza de la población, pobre gente, y tal. Hablábamos sobre uno de los principales problema de la Rumania actual: la corrupción. Para mí, el asunto tiene mucho que ver con el aparato administrativo del país, mal pagado por desmesurado en número. En parte es un problema generado por el desaparecido régimen comunista, que creó un estado muy burocratizado y plagado de controles y supervisores.

Pero en parte la cosa viene de atrás, porque la administración rumana que se construyó paralelamente al estado, desde el último cuarto del siglo XIX en adelante, siempre estuvo mal pagada. Esa situación es tan característicamente rumana que a comienzos de siglo XX el país poseía unas leyes muy extrañas: el campesino pagaba por exportar sus productos. La explicación de tan bizarras y antieconómicas disposiciones se debía a que los sucesivos gobiernos liberales intentaban evitar que subiera el precio de los productos básicos de alimentación, a fin de mantener los sueldos de la masa funcionarial lo más bajos posible. Aún así, el miserable funcionario se habituó a completar su magro salario a base del bacşiş, es decir la propinilla, la venta de favores o servicios. Fácil es comprender cómo en un país en el cual el común de la población veía cómo los numerosos representantes de la autoridad se dedicaban al mangoneo, todo el mundo terminara apuntándose a tales prácticas.

A ello deben añadirse los problemas de distribución que generó entre 1948 y 1989 un régimen comunista especialmente mal gestionado. Al bacşiş se unió el hurto y choriceo generalizados: había que vivir, y los productos de primera necesidad que no se encontraban en las tiendas durante semanas, se obtenían por los medios que fueran. Así fue como la inmensa mayoría de la sociedad se conjuró contra un sistema en el cual sus propios gobernantes formaban parte del robo universalmente perpetrado. Y no sólo eso: para terminar de arreglarlo, el régimen en tiempos de Nicolae Ceauşescu se dedicó a glorificar la proverbial şmecherie rumana. Éste es un término difícil de traducir, pero que es equivalente a nuestra hispánica picaresca. La coartada histórica consistía en lo siguiente: los rumanos (moldavos y válacos) habían sido vecinos, durante siglos, de enormes, poderosos y despiadados imperios. La única forma de sobrevivir había sido actuar con astucia; eso incluía negociar, maniobrar, fingir. Y cuando fue necesario, mentir y romper tratados, cambiar de bando por sorpresa y traicionar. De esa forma, los rumanos habían logrado burlar a los turcos, los rusos, los polacos, los austriacos, los alemanes.

Este tipo de argumentos se enseñaban en las escuelas y universidades, el rumano se los explicaba al visitante occidental y con todo ello se hacían films estilo espagueti western pero con heroicos voivodas (príncipes) moldo-válacos luchando con todas las armas y trapacerías contra el Imperio otomano. Por ejemplo, en “Miguel el Valiente” (Mihail Viteazul, 1970) de Sergiu Nicolaescu, que algunos canales españoles de televisión pasan todavía de vez en cuando en horarios poco frecuentados. Todo esto no sólo era posible verlo de forma palpable en la Rumania de los años setenta y ochenta. Está analizado en excelentes obras académicas como la de Katherine Verdery: Nacional Ideology Under Socialism. Indentity and Cultural Politics in Ceauşescu´s Romania (University of California Press, 1991)

Pero un país no puede tirar adelante de esa forma, al menos durante muchos años, y las cosas terminaron catastróficamente en 1989. Cuando desapareció el régimen comunista, el mal estaba ya hecho. Muchos rumanos (y no sólo ellos, sino también los albaneses, serbios, búlgaros…) se habían acostumbrado al trapicheo, a saltarse las reglas del orden social, a fingir que se trabaja, dado que el estado finge pagar. Cuando desapareció la unanimidad social, la cobertura generalizada que suponía la ética de la supervivencia, Occidente apareció en el horizonte: la cultura de la emigración hacia El Dorado aplicaba el todo vale con tal de triunfar y volver a Rumania, un día, como los antiguos indianos regresaban a España tras hacerse las Américas. El resto de la historia ya la saben o se la pueden imaginar. Bueno, en realidad, falta un factor complementario: la importante representación numérica de la minoría gitana en Rumania y sus relaciones con los payos locales. Pero eso es material para otro post.

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