NOTA: Acaparación genética del poder: galería de fotos
Desde Polonia llegan noticias de crisis política. Con muy pocos días de diferencia se produce una curiosa repetición de lo acontecido en Hungría: "Alguien" grabó en secreto un vídeo en el que se podía ver cómo Adam Lipinski, jefe político del gabinete del primer ministro Jarosław Kaczyński le ofrecía a una diputada de la oposición un alto cargo público a cambio de ingresar en el gobernante Partido Ley y Justicia. El vídeo se emitió por la cadena de televisión privada TVN y terminó de descoyuntar el panorama político polaco. La oposición ha forzado una moción para disolver el Sejm o parlamento, que se votará a partir del próximo 10 de octubre.
Esto podría ser el principio del fin para una de las experiencias políticas más bizarras de la historia contemporánea: la presidencia del estado y el gobierno acaparados por dos hermanos gemelos, Lech y Jarosław Kaczyński. El resultado ha sido una casi onírica galería de fotos en las que a veces resulta casi imposible distinguir al primer ministro del presidente.
ÚLTIMAS NOTICIAS [5 DE MARZO, 2007]: VARSOVIA (AFP) - Gracias a un simple juego los internautas polacos pueden intentar distinguir a los hermanos gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski, presidente de Polonia y primer ministro del país, respectivamente. El objetivo del juego es identificar correctamente 20 fotos donde figuran Lech y su hermano mayor por 45 minutos, Jaroslaw.
Titulado: "¿Sabes distinguir a los Kaczynski?", el juego está disponible en el sitio de internet: 'www.cda.pl/gry-online/3/kaczki.php'
El juego ha recibido la nota 7 sobre 10 en esta página 'web' especializada. "Contrariamente a lo que esperábamos, no es tan simple", remarcan sus autores. Los gemelos Kaczynski se parecen como dos gotas de agua, hasta el punto de que a menudo hasta sus colaboradores más cercanos les confunden. Los únicos puntos de diferencia están en que Lech tiene dos lunares, uno sobre la nariz y otro en su mejilla izquierda, y Jaroslaw tiene los ojos un poco menos redondos que su hermano.
Ambos juristas de formación, los hermanos Kaczynski entraron a la vez en la vida política uniéndose al movimiento anticomunista Solidaridad en los años 80.
"Polonia en español", lunes, 13 noviembre 2006
EL PARECIDO DE los hermanos Kaczynski, cuyo partido se llevó ayer un varapalo en las municipales polacas, ha traído consigo algunas cómicas confusiones. El Financial Times aseguró que el primer ministro polaco, Jaroslaw Kaczynski, estaba de visita en Londres para hablar con Tony Blair y visitar a la reina Isabel II.El problema es que… se trataba de Lech, su hermano gemelo. Lo mismo le ocurrió a un periodista de la BBC que, asumiendo que se trataba del primer ministro, le preguntó qué tal sus conversaciones militares con la canciller alemana, Angela Merkel. “Para ser exactos”, dijo su interlocutor, “fue mi hermano el que habló con Merkel. Aunque admito que nos parecemos”. Pero éste no fue el fin de los errores. Cuando le preguntaron por los inmigrantes polacos en Reino Unido, dijo que estaban indefensos al no hablar el idioma y que terminaban en la calle. Pero el intérprete tradujo mal y utilizó el calificativo feckless, ineficaces e irresponsables. Justo lo que estaban esperando los tabloides británicos, que lo llevaron al día siguiente a portada.
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El espacio ex otomano, origen de las crisis actuales (4)
Perfecta imagen épica de la aventura napoléonica en Egipto: Bonaparte y su estado mayor a lomos de camello
El 1º julio de 1798, Napoleón Bonaparte desembarcó en Egipto al frente de una fuerza de apenas 50.000 hombres. Por entonces, ese país era una provincia del Imperio otomano, que hasta el momento se había mantenido al margen de las guerras napoleónicas. Pero los tres años que duró la aventura francesa en Egipto pusieron patas arriba los tradicionales sistemas de alianzas en Oriente. El Imperio otomano fue zarandeado por los acontecimientos como nunca antes lo había sido. Los cambios de alineamiento se sucedieron en función de las victorias francesas en Europa y de la presión de británicos y rusos. Pero lo peor fue que, cualesquiera fueran los aliados circunstanciales, resultaba una ardua y peligrosa tarea evitar que aprovecharan su posición para hacerse con el control de porciones del imperio. Los rusos, a los que se concedió libre paso por los Estrechos para atacar a los franceses, intentaron establecerse en el Adriático y las islas Jónicas, lo cual llevó a convertir a estas islas en una República Septinsular bajo la protección de Alí Paşa de Janina, con San Petersburgo detrás. Los británicos intentaron quedarse en Egipto tras ayudar a expulsar a los franceses. En 1803, los rusos sacaron provecho de su posición de fuerza en los Principados y nombraron príncipes rusófilos en Moldavia y Valaquia. Dos años más tarde apoyaban abiertamente la insurrección serbia.
La expedición napoleónica en Egipto terminó mal. Aunque sus tropas obtuvieron una serie de fáciles victorias iniciales contra la caballería de los mamelucos que habían permanecido en la zona, la mayoría de esas fuerzas, apoyadas por las tribus beduinas, se retiraron al Alto Egipto, donde organizaron una resistencia más eficaz. Por lo tanto, los franceses no lograron llegar hasta el Mar Rojo para dañar al comercio inglés, objetivo real de la audaz operación. Mientras tanto, la flota británica al mando de Nelson hundió a la francesa en Abukir, a sólo un mes del desembarco. El cuerpo expedicionario de Napoléon se quedó aislado en tierra con un sola posibilidad estratégica: la huida hacia adelante. La conquista de Siria también fracasó tras las victorias iniciales: la ofensiva francesa se estrelló ante la resistencia otomana en Acre.
Vistos los acontecimientos en perspectiva, la expedición napoleónica a Egipto marca el comienzo de la carrera intervencionista de las potencias occidentales para quedarse con porciones enteras del Imperio otomano, en competencia con rusos y austricos. Sin embargo, y si bien ese fue el resultado el final, no fue la intención de Napoléon ni de todos los estadistas británicos y franceses hasta 1914. En realidad el juego imperialsita era más sutil, y hasta la Gran Guerra, las potencias occidentales iban a desarrollar sobre territorio otomano una doble estrategia: maximizar los beneficios económicos, bien controlando de forma directa provincias y recursos; o presionando e intentando manipular a la Sublime Puerta para que mantuviera la integridad del resto. La preservación de un “espacio otomano” bajo soberanía formal de Estambul, pero control exterior indirecto tenía un doble objetivo: a) Defender las inversiones hechas en él; b) Evitar un temible “vacío geoestratégico” resultante de la desaparición de la autoridad de Estambul que, o bien llevaría la anarquía a toda la zona de Oriente Próximo, el Magreb y los Balcanes, o caería bajo el control de una potencia rival. Esto era algo que Napoléon ya temió, y de ahí que en 1798, el Gran Corso sólo se planteaba utilizar a Egipto como plataforma para un ataque en profundidad contra el Imperio británico. Posteriormente, tampoco intentó implicar al Imperio otomano en sus guerras. Ese esquema se repitió a lo largo de todo el siglo XIX, pero complicado con la intromisión de una serie de fuerzas que iban a interactuar entre sí hasta el punto de rebelarse incontrolables por parte de las potencias intervinientes.
La contención de los intentos rusos por destruir al Imperio otomano durante el siglo XIX constituyó un éxito notable para la diplomacia occidental. El primer y brillante ejercicio fue la Paz de Adrianápolis, en 1829, tras una corta guerra en la que los rusos estuvieron más cerca de alcanzar su objetivo: sin los jenízaros, sin marina, con el resto del ejército en plena reorganización, sólo unidades provinciales y tropas irregulares intentaron una defensa imposible del Imperio otomano. Pero las tropas del zar avanzaron casi sin oposición. Por el este, los invasores atravesaron el Cáucaso y penetraron en Anatolia, con la colaboración activa de la población armenia. En el verano de 1829, la resistencia militar otomana colapsó, y los rusos alcanzaron Erzurum, en Anatolia, avanzando sin resistencia hacia Trabzon. Pero en los Balcanes lograron a tomar Edirne, la antigua capital imperial.
A pesar de que la situación llegó a extremos insostenibles, las potencias occidentales, y los británicos en particular, consiguieron evitar lo peor. Ex cierto que el zar Nicolás I no se atrevió a llegar hasta el final. Era lógico, porque Rusia aún formaba parte de las grandes potencias garantes del equilibrio europeo post-napoleónico, y la destrucción unilateral del Imperio otomano también se lo habría llevado por delante. Pero el Tratado de Adrianápolis instituyó de forma clara el principio de protección del Imperio otomano por las potencias occidentales y en especial por la Gran Bretaña, potencia que no estaba dispuesta en modo alguno a tolerar una expansión decisiva de Rusia que afectaría peligrosamente al propio Imperio británico.
Defendiendo al "amigo turco": fotografía de los altos mandos militares aliados en la Guerra de Crimea, de izquierda a derecha: Lord Raglan, que había perdido un brazo en la batalla de Waterloo, luchando contra Napoléon (1815); Osman Nuri Paşa, comandante otomano; y el general francés Pélissier.
La Guerra de Crimea (1853-1856) fue consecuencia de esa política. Lo que buscaron los británicos en ella fue destruir la potencia naval de un peligroso competidor comercial y estratégico tanto en el Imperio otomano y el Mediterráneo oriental, como en la temprana pugna por la expansión imperial en Asia Central. Para el Imperio otomano fue el gran espaldarazo. Los aliados occidentales le habían hecho un enorme servicio estratégico: habían anulado la amenaza rusa de forma perdurable por primera vez desde 1699. No es descabellado afirmar que la Guerra de Crimea contribuyó decisivamente a alargar la vida del Imperio otomano por más de sesenta años; pero la factura que iban a pagar a sus protectores iba a ser ciertamente onerosa.
Los supervivientes de las célebre carga suicida de la Caballería Ligera británica en Balaclava (1854) regresan como pueden del combate. Abajo, los personajes reales: fotografía de los gloriosos jinetes que pudieron contarlo: una de las instantáneas de Roger Fenton, primer fotorreportero de guerra de la historia.
El épico episodio, que ocupa un lugar central en la mitología militar británica, hace olvidar que la Guerra de Crimea buscaba un obejtivo muy preciso: inutilizar la base naval rusa de Sebastopol, tomada finalmente por los aliados en 1855 (fotografía inferior)
En 1877 Rusia se había recuperado y de nuevo se lanzó a una guerra en profundidad contra el Imperio otomano, con Estambul como objetivo final. Tras una muy dura lucha en Bulgaria, en enero de 1878 las fuerzas rusas estaban ya a pocos kilómetros de la capital. Es dudoso que los cansados ejércitos rusos pudieran tomar al asalto una urbe como Estambul, que estaba siendo fortificada y a la que acudían en masa entusiastas voluntarios para defenderla. Pero sobre todo, Londres estaba en el colmo de la exasperación. La guerra con los rusos parecía inminente y las multitudes enardecidas de patriotismo cantaban tonadillas que punteadas por la exclamación “by jingo!” dieron lugar al adjetivo “jingoísta”, similar a “chauvinista”. Ellos tenían los barcos, los hombres y el dinero para la salvar al Próximo Oriente y la India de los apetitos peligrosos. Así, aunque rusos y otomanos ya habían comenzado contactos y negociaciones a finales de enero, la flota fue despachada a proteger el Dardanelos y quizás incluso Estambul.
Buques otomanos, bajo el mando de Ateş Mehmed Paşa (retrato) bombardean la base de Sebastopol el 5 de septiembre de 1855. Pocos años más tarde, las modernas unidades de la escuadra británica acudieron a defender Estambul y los Estrechos. En la fotografía, sus barcos estacionados en Port Said, en 1878, a punto de zarpar para esa misión.
Una vez más, los rusos desistieron. Intentaron rentabilizar política y estratégicamente los frutos de su victoria haciendo firmar a los vencidos el Tratado de San Stefano. Éste daba carta de naturaleza a una Gran Bulgaria que comprendía incluso la actual Macedonia y que se convertía en base avanzada para un futuro ataque ruso contra el corazón del Imperio otomano. Pero una vez más intervinieron las potencias occidentales, ahora para rebajar incluso tales expectativas. Así fue como se reunieron en el Congreso de Berlín, que en 1878 intentó un primer reordenamiento de los nacientes estados soberanos de los Balcanes: es decir, de la primera porción amputada del Imperio otomano. Los representantes de la Sublime Puerta fueron unos meros convidados de piedra; cierto es que la conferencia se hizo para atajar las ambiciones rusas, pero el resultado revirtió, como en 1829 ó 1856 en la supervivencia del Imperio otomano, unos años más.
Momento final del Congreso de Berlín (1878) inmortalizado por el pintor Anton von Werner. Birmarck cierra el trato con el príncipe Gorchakov, de la delegación rusa, mientras el húngaro conde Andrássy asiente, obediente. A la derecha, detalle de los delegados otomanos, que el artista representa como un pequeño grupo apartado de la escena principal, con gesto desconcertado y hasta resentido. Es de hacer notar que en la delegación otomana tuvo un papel predominante el griego fanariota
Alexander Karatheodori PaşaEtiquetas: "espacio ex otomano", Congreso de Berlín, Egipto, Guerra de Crimea, intervencionismo, Napoleón Bonaparte, Serbia, Tratado de Adrinápolis, Tratado de San Stefrano
El circo del Este
Publicado en "El Periódico", 24 de septiembre, 2006
Ilustración original que acompñaba al artículo, por María Titos
Ni destino trágico del pueblo húngaro ni zarandajas por el estilo. Lo ocurrido en Hungría no deja de ser una secuela tardía de las denominadas "revoluciones de colores" que comenzaron con la Revolución de las Rosas en Georgia (noviembre de 2003) y sobre todo, con la Revolución Naranja en Ucrania al año siguiente. En ambos casos, el precedente casuístico había sido la denominada Revolución del Bulldozer en Serbia (octubre de 2000) que terminó con el régimen de Slobodan Milosevic. El último episodio de esta sarta tuvo lugar en Kirguizistán en marzo de 2005, con la denominada Revolución de los Tulipanes, aunque también fue llamada Revolución del Papel de Lija. En los sucesos acaecidos estos últimos días en Hungría se encuentran todos los trazos: la evidencia escandalosa de que el poder está corrupto, seguida de manifestaciones populares en la calle, con ocasionales asaltos de grupos radicales -normalmente de extrema derecha- a organismos públicos, todo ello generosamente desmesurado por la televisión. Desde Occidente se intentó presentar a las diversas “revoluciones de colores” como una repetición de la Revolución de Terciopelo checoslovaca, en diciembre de 1989: la mera presencia masiva de la población en las calles habría hecho caer a un régimen comunista, trayendo la democracia sin apenas violencia. En conjunto, revoluciones protagonizados por la derecha populista –o ultranacionalista- contra usurpadores presuntamente neocomunistas, dinosaurios o listillos atrincherados en el poder. Algo similar a la imagen del primer ministro húngaro Ferenc Gyurcsany, ya conocido con el poco honorable epíteto de “socialista en limusina”.
Sin embargo, y a diferencia de lo ocurrido entre 2000 y 2005, la variante húngara no se desbordó (todavía) por acaecer dentro de las fronteras de la Unión Europea. Ha sido una vergüenza propia y por ello ningún medio de comunicación ha jaleado lo sucedido, a nadie se le ha ocurrido hablar de “Revolución del vino Tokaji”, ni nada parecido. Aún así, no deja de ser inquietante. En 2004 entraron en la Unión Europea una decena de nuevos miembros desde la mitad oriental del continente. Fue una decisión política aderezada con la fanfarria literaria de Claudio Magris: la civilización danubiana, las grandes huellas de las pequeñas naciones de la Europa central y todo eso. Pues si: los recién llegados al club son ciertamente europeos, pero con una personalidad común similar, que no necesariamente es la de sus primos occidentales. En parte ello es debido a su propia trayectoria histórica y en algunos casos también a una transición desde el sistema comunista mucho más compleja de lo esperado. Y el resultado es una forma específica y un tanto gamberra de hacer política: ahí está esa Polonia con la experiencia casi onírica de un par de gemelos repartiéndose el poder con actitudes de un populismo derechista trasnochado. O una Letonia que se ha pasado por salva sea la parte las convenciones al uso en Europa sobre el respeto a las minorías. Hasta hace poco, el 42% de la población, de origen ruso, no poseía los derechos civiles que Bruselas considera normales y necesarios. Ahora parece que tampoco, aunque en junio Letonia ratificó la Convención Marco para la Protección de las Minorías Nacionales, del Consejo de Europa. Claro que, según Amnistía Internacional, “la definición de minoría utilizada por el gobierno suponía que, en la práctica, la mayoría de los miembros de la comunidad de habla rusa de Letonia no podían considerarse pertenecientes a una minoría”. Más al sur, y tras dinamitar en el último momento el denominado “Plan Annan” para la reunificación de Chipre, los grecochipriotas han descubierto que en el seno de la UE tienen poder de sobra para reventar cualquier iniciativa razonable con respecto a sus vecinos turcos. Lo que ha terminado por hastiar incluso a su antigua protectora, Grecia, interesada ahora en cerrar lucrativos acuerdos con Ankara para el tendido conjunto de oleductos. Y en Hungría, por último, ya no sólo se trata de las mentiras, sino también de las cintas: ¿Qué es eso de espiar con micrófonos ocultos a un jefe de gobierno y chivarse después a los medios de comunicación? Parece una de aquellas tétricas historias de los años soviéticos.
Cierto es que nadie está libre de pecadillos (¿quién no se acuerda del caso Roldán, por ejemplo?) pero en conjunto el escándalo húngaro debería enseñarnos algunas lecciones. Primera: Que los criterios de ampliación han de construirse sobre estudios técnicos y no en base a consideraciones románticas, historicistas o simplemente emocionales, a convenienciea de tal o cual potencia de la UE. Segundo: que debemos apechugar con lo que hay y procurar ponerle remedio; lo cual no implica detener la ampliación, sino aprender de los errores cometidos para que no se repitan con los que han de venir. Tercero: que las economías procedentes de regímenes comunistas no se adecúan tan fácilmente a la disciplina del capitalismo, por lo que no sería de extrañar que Turquía deviniera un socio técnicamente más viable que la misma Hungría, pongamos por caso. Curiosa paradoja, dado que los húngaros proceden de Asia Central, como los turcos, y su lengua posee interesantes similitudes sintácticas. Mal que le pese a Sarkozy, por cierto, con su luminoso apellido de origen magiar.
Nota: Véase, en similar línea argumental, el meritorio artículo de Ricardo Estarriol en "LaVanguardia" del 22 de septiembre, pag. 4: "De la planta baja al sótano"
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La dudosa infalibilidad papal
Imagen de "Popetown", la polémica serie de dibujos animados de la MTV cuya emisión en Alemania intentó vetar el Zdk o Comité Central de los Católicos Alemanes (así como la Conferencia Episcopal de ese país) el pasado mes de abril. La serie fue vetada en Gran Bretaña e Italia y el mismo Vaticano presionó para que no se llevara a cabo. Para información y un clip de YouTube, pincha
aquí.
En cuestión de un breve lapso de tiempo se han conjugado los diversos ingredientes que nos devuelven de golpe y porrazo al septiembre de 2004, justo por estas mismas fechas. En aquella ocasión, el entonces cardenal Joseph Ratzinger encendió la polémica al afirmar que la integración de Turquía en la Unión Europea debía ser rechazada por ahistórica, dado que la identidad turca se había forjado en la oposición a Europa y al cristianismo que “constituye la esencia europea”. En parecidos bailes andamos metidos ahora con el ya Papa Benedicto. Reincidencia en apreciaciones poco amistosas hacia el islam, afirmaciones de tinte historicista apenas respaldadas por datos históricos tomados a la ligera y como dato significativo, un polémico viaje a Turquía, que cobra perfiles de provocación. Empieza a quedar claro que Ratzinger está adoptando una línea política personal. Si su antecesor, Juan Pablo II pasó a la historia como el papa que derrotó al comunismo, él alemán parece estarse forjando su propia misión histórica: rechazar al islam –y otras religiones- de la identidad europea, hacer de la UE un UEC: Unión Europea Cristiana.
El joven Ratzinger en 1943, adscrito a la dotación de un cañón antiaéreo. En el pecho luce las alas de la Luftwaffeo o Fuerza Aérea, pero la insignia de la gorra corresponde a las Hitlerjugend o Juventudes Hitlerianas.
En medio de todo ello, el inesperado protagonismo hace su aparición en boca del presidente iraní Mahmud Ahmanideyad, quien declaró que las palabras del Papa había sido "modificadas" y lamentó que en ocasiones se den "informaciones incorrectas". Y a continuación añadió: "Nosotros respetamos al Papa y a todos quienes están interesados en la paz y la justicia". El presidente iraní hizo estas declaraciones durante su viaja por Venezuela, país de mayoría católica, pero como es habitual en el último cuarto de siglo, Irán se les escapa de las manos a los analistas occidentales.
Cuando Turquía era europea
Publicado en: “El País”, 5 de octubre, 2004
Pag. 16, Opinión
Turquía como candidata a ingresar en la Unión Europea: el momento crucial se acerca. Pero a la vez que se enfurece el debate, crece también la confusión sobre lo que se discute. Los argumentos a favor o en contra de un hipotético ingreso turco a muy largo plazo se reparten en tres conocidos ámbitos: el puramente político, el de su conveniencia económica y el de las posibles ventajas geoestratégicas. La verdad es que sólo un puñado de economistas especializados, con abundante documentación como respaldo, pueden tener la respuesta adecuada al debate sobre las ventajas e inconvenientes que ese paso representaría para el conjunto de la UE. De forma individual es más fácil entender los motivos del apoyo o rechazo de unos y otros. Es comprensible, por ejemplo, el recelo alemán, en momentos en los que se debate tan intensamente la situación interna del país. Quedan muy lejanos los triunfalismos de 1990, se supone que Alemania soportaría un porcentaje importante de los gastos que implicaría el ingreso de Turquía y todo eso en unos momentos en los que la ultraderecha está volviendo a levantar la cabeza. Por supuesto, el peso de la inmigración turca es un lastre importante en todo este asunto, es algo sabido.
Pero los análisis tienden a quedarse en argumentos de base política, cultural y supuestamente histórica. En la reciente ampliación de la UE, consumada el pasado mes de mayo, ese tipo de consideraciones jugaron el mismo papel –o superior- al de aquellas de tipo puramente económico. Llama la atención la dureza que puede desplegarse en relación a Turquía cuando sólo hace pocos meses las autoridades comunitarias digirieron las duras presiones de Polonia, pasaron por alto la muy escasa tolerancia de algunos gobiernos bálticos hacia sus minorías nacionales y perdonaron la arrogancia de los grecochipriotas. Lo importante era ampliar la integración europea hacia el Este por motivos eminentemente políticos. Y políticas están siendo ahora la decepción y las dudas.
Lo malo de todo ello es que por ese camino se desciende con gran rapidez hacia estilos populistas y por ello, sesgados. Diversos políticos alemanes argumentan que después de Turquía, tratarían de ingresar en la UE diversos países del norte de África. Eso es tener mala memoria voluntaria. Turquía accedió a la OTAN en 1952, sólo dos años después de que se celebraran en ese país las primeras elecciones democráticas de su historia. E hizo honor a la confianza depositada en ella durante la Guerra Fría. Mientras el resto del mundo musulmán comenzó a plantear problemas a Occidente ya desde los primeros años de la descolonización, y no digamos durante los setenta, el aliado turco evitaba las estridencias de los egipcios, los pakistaníes, los iraníes, los argelinos, incluso los marroquíes. Lo importante entonces era que los gobiernos turcos contuvieran a los extremistas de izquierdas y a lo largo de los años ochenta, barraran la expansión de la vecina revolución iraní. Tanto es así que ya en los 60 comenzó a discutirse el posible acceso de Turquía a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE). De hecho, se convirtió en miembro asociado en 1963, cuando sólo hacía tres años que los militares turcos habían dado un golpe y ahorcado a Adnan Menderes el primer ministro democráticamente elegido en 1950. Y en 1970, Ankara firmó el Protocolo Adicional para un ingreso eventual. Por lo tanto, ningún país musulmán cumplió como Turquía con los trabajos sucios que la “cristiana” Europa le encomendó durante la Guerra Fría, y ningún otro recibió las promesas que se le hicieron a Ankara. Por lo tanto, el “efecto dominó” de candidaturas a la UE sería totalmente inaceptable y evitable.
El cardenal Joseph Ratzinger, desde el Vaticano, opina que la adhesión de Turquía sería “ahistórica” y que la identidad turca se forjó “en la oposición a Europa y al cristianismo que constituye la esencia europea” –según recogía “El País” el pasado 25 de septiembre. No deja de tener su gracia que un cardenal tan encumbrado nos quiera confundir: la Sublime Puerta combatió, en todo caso, contra el catolicismo –dejando de lado la firme alianza con la católica Francia que se inició en el siglo XVI. Pero está ya muy demostrado que los ortodoxos balcánicos ayudaron a la expansión del turco contra los católicos. Y en cuanto a los protestantes, cabe recordar que Solimán el Magnífico estudió el conflicto que planteaba la Reforma y consideró seriamente la posibilidad de apoyar directamente a Lutero. De hecho, exhortó a los predicadores de las mezquitas de Estambul a que celebraran el auge del luteranismo. Pero sobre todo, los otomanos ayudaron activamente a los calvinistas húngaros y transilvanos a lo largo del XVII. En cuanto a los británicos, consiguieron acceso al comercio y relaciones diplomáticas con el Imperio otomano, ya a fines del XVI, en base a su carácter de anglicanos y, por lo tanto, enemigos de la católica España. De ahí arranca la actual simpatía que subsiste entre los británicos hacia Turquía.
Si todo un antiguo jefe de gobierno como José María Aznar sostiene que “los problemas de España con Al Qaeda” se remontan al siglo VIII, no es de extrañar que para otros muchos la batalla de Lepanto esté todavía a la vuelta de la esquina, las ideas de Carlos V tengan plena vigencia. Por lo tanto, la integración de Turquía en la UE sería deseable, entre otras muchas y más importantes razones, para pasar página de cierta concepción vetusta que tenemos en Europa sobre nuestra propia historia, entrando de una vez en el siglo XXI. Mientras tanto, y si se llegan a producir, las negociaciones con Ankara darán el margen de una larga década para controlar lo que de verdad importa: la adecuación de Turquía con el acervo económico, político e institucional de la Europa comunitaria.
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NOTA: ¿Hezbollah vs. Al Qaeda? Apuntes adicionales
En un corto periodo de tiempo, en el mismo periódico, y de forma aparentemente contradictoria, dos noticias recientes que parecen reforzar argumentos mantenidos en este blog (vid. post del pasado 8 de septiembre: “Más hipótesis sobre el Líbano e Irán”). Breve exposición y análisis de las mismas.
“La Vanguardia”, martes, 12 de septiembre, titular de primera plana: “Al Qaeda amenaza a las tropas de la ONU en Líbano”. La noticia se amplia en página 3, en los mismos términos: “Al Qaeda amenaza a la Finul. Zawahiri califica de `enemiga del islam´ la misión de la ONU en el Líbano”. La referencia al número dos en el mando supremo de la organización terrorista se situaba en el contexto de un vídeo difundido con motivo del aniversario del 11-S.
Al-Zawahiri en un característico vídeo reciente de Al Qaeda
La noticia parecía trascendente: surgía en un documento que Al Qaeda mostraba como destacado, al coincidir precisamente con el aniversario del ataque contra las Torres Gemelas y procedía directamente del estado mayor de la organización. Sin embargo, no todos los periódicos subrayaban con tanta insistencia la amenaza contra la FINUL. Cabe pensar que como periódico de la derecha política, “La Vanguardia” sugiere un cierto paralelismo de causa-efecto en relación a la extinta misión española en Irak: el gobierno actual podría estar renovando la inquina del terrorismo fundamentalista, aunque defina la presencia de las tropas españolas en el Líbano como misión de paz.
Sin embargo, la noticia tiene otra lectura, más jugosa. Fíjense que en el vídeo, al Zawahiri no amenaza sólo a las tropas de la ONU en Líbano, sino también a las monarquías petroleras del golfo Pérsico e Israel. Resulta llamativo que Al Qaeda nunca haya intentado lanzar un ataque directo dentro de las fronteras de Israel. Y ahora, amenaza con acudir a la zona: ahora, precisamente, cuando Hezbollah ha logrado reverdecer sus laureles poniendo en jaque al Ejército israelí en combate singular y campo abierto. Ahí les ha dolido a los de bin Laden. Por lo tanto, Al Qaeda desea hacer acto de presencia en Líbano buscando el apoyo pero también competir con los chiíes libaneses. ¿Tienen posibilidades de hacer algo?
Entrevista en el mismo diario: “La Vanguardia”, miércoles, 13 de septiembre. Se trata de “La Contra”, de Lluis Amiguet. Habla para el periódico Rachid Jamaly, alcalde la ciudad libanesa de Trípoli. Viaja por Europa en representación de todos los alcaldes de su país, en busca de ayuda financiera para la reconstrucción. Es un hombre cordial y optimista, pero sobre todo es un político libanés, que conoce bien el terreno que pisa. El entrevistador tercia: “Chirac confiesa su temor a Zapatero de que Líbano sea una ratonera para los soldados españoles y europeos”. Y la respuesta de Jamaly es contundente: “¡En abdsoluto! Estén ustedes muy tranquilos. Me consta, porque los conozco y los trato a diario, que Hezbollah no considera la fuerza multinacional un enemigo. No se ha opuesto a su despliegue. En cuanto a la población libanesa, ve con muy buenos ojos a esa fuerza multinacional y especialmente a los españoles. Son bienvenidos”. Lluis Amiguet no se queda muy convencido, e insiste: "¿Cómo lo sabe?". Y la respuesta del otro es bien lógica: "Le he dicho que represento a los alcaldes del Líbano. Conocemos nuestro pueblo".
El alcalde de Trípoli, Rachid Jamaly. Fotografía de Llibert Teixidó, publicada en la entrevista e "La Contra", diario "La Vanguardia", 13.09.2006
Por lo tanto y en conclusión, no parece que el Líbano vaya a convertirse en un nuevo Irak (quizás también buscaba eso el ataque israelí). Y si no es así y Hezbollah no permite o no respalda acciones de Al Qaeda en la zona, ¿qué sucederá entre ambas organizaciones? La pregunta se pone más interesante si tenemos en cuenta que tras la organización chií libanesa está Irán, y que precisamente ahora, parece que Teherán está logrando un terreno de entendimiento con la UE. En fin: si no se pierde de vista el contexto global, el pequeño Líbano promete seguir siendo un escenario muy interesante donde se jueguen bazas de gran alcance en los próximos meses.
Etiquetas: Al Qaeda, Al-Zawahiri, chiíes, Finul, Hezbollah, Irán, Líbano
Desarmados de información
Publicado en "El Periódico", 9 de septiembre, 2006. Título:
EL PELIGRO DE INTERVENIR A CIEGAS
El debate en torno al envío de fuerzas españolas al Líbano entre gobierno y oposición se ha terminado por reducir a los elementos esenciales que permiten salvar la cara a unos y otros. Para el Partido Popular, con enormes fantasmas internos de hace menos de tres años, todo se va centrando en "demostrar" que el operativo en curso es similar al de Irak, en terminos de misión de guerra o de paz. El gobierno, en cambio, está más preocupado por evitar un discusión en profundidad sobre el balance de los beneficios reales que supone para España el paso adelante dado en el Líbano.
En ambos casos se habla de riesgos, nadie lo niega. Pero a la hora de la verdad quedan bastante difuminados: se trata de una zona "muy conflictiva", donde ya fracasaron anteriores misiones de paz de las Naciones Unidas; las tropas de interposición podrían quedar atrapadas en el medio de los combates o ser víctimas de provocaciones, y argumentos de este tenor. De todas formas, tercia el gobierno, la unidad que se envía es militarmente robusta, capaz de defenderse a sí misma y no estará sola ni aislada en la zona. Se suele obviar que estas misiones no cuentan con la valiosa contribución de fuerzas aéreas propias, aparatos de ataque al suelo o reconocimiento, factor decisivo en cualquier operación militar actual, de paz o de guerra.
Pero el quid de la cuestión no está aquí; y lo peor es que por su misma esencia será difícil que se llegue a debatir, ni en foros políticos e institucionales, ni en la prensa. El talón de Aquiles en estas operaciones multinacionales de intervención suele radicar en la obtención y gestión de inteligencia, tanto estratégica como táctica. Dicho de otra manera: suele haber haber problemas con la información reservada que permite evitar atentados, provocaciones, encerronas y las mil y una perrrerías a las que puede quedar sometida una fuerza de interposición multinacional (esto es, básicamente desunida) aunque cuente con un mando temporal centralizado.
Hace unos años, este factor hubiera sido desestimado en cualquier análisis. Pero cabe recordar que en noviembre de 2003, el CNI cosechó en Irak uno de los fiascos más sonados de la historia de los servicios de inteligencia occidentales en las últimas dos décadas; y un precedente de tal calibre habría de tenerse en cuenta ante un esfuerzo logístico como el que supondrá el despliegue español en Líbano.
Situar una fuerza militar en el Próximo Oriente supone, ante todo, conocer el terreno político que se pisa. Tener buenos informadores, ser capaces de prever las intenciones de unos y otros y, llegado el caso, poseer discretos cauces de negociación. Eso puede resultar medianamente fácil de improvisar en un estado tan desestructurado como Afganistán. Y aún así, la situación se le está yendo de las manos a las fuerzas de la OTAN: a casi cinco años de la ocupación del país y la erradicación del régimen de los talibanes, el goteo de bajas aliadas se está haciendo intolerable para algunos miemboros de la coalición, mientras que el país está lejos de haber sido controlado y amenaza con irse "iraquizando". Sobre las dificultades de obtener información eficaz en Irak habla bien a las claras el inmanejable desastre delm teatro estratégico allí. Y en el Congo, destino de otro contingente destacado de fuerzas europeas, la volatilidad de la situación es muy superior a lo que se creía hace tan sólo un par de meses.
Fácil es imaginarse las dificultades que comportará obtener información sensible en el sur del Líbano, donde opera un Mossad que se las sabe todas, pero no tanto como para hacer que la ofensiva israelí del pasado mes de julio no deviniera un fiasco. Y por parte contraria, qué decir. Hezbollah es una caja fuerte, y sus contactos con Teherán o Damasco están igualmente blindados. Por si faltara algo, los iraníes tienen una bien ganada fama de astutos y hasta torticeros. Sólo cabe añadir un dato para ilustrar cómo juegan los protagonistas sobre el terreno. Según todos los indicios, el Estado Mayor israelí tenía preparada la ofensiva contra Hezbollah y sus rampas de misiles para estas fechas, quizá más tarde. Pero la milicia de los chiíes libaneses se lo venía oliendo, y de ahí la incursión del 10 de julio a fin de capturar algunos reclutas israelíes que dieran información sobre los preparativos. Estaba claro que los dos prisioneros que se hicieron en aquella operación desvelarían a Hezbollah detalles importantes que echarían por tierra los preparativos. De ahí que tras consultar apresuradamente con Olmert y Washington, el Estado Mayor israelí decidiera adelantar la fecha de la incursión. Y así empezó el lío.
En el escenario libanés, todos los actores están nerviosos y por lo tanto, inseguros. Si un fallo en los operativos de inteligencia israelíes dio un vuelco tan desastroso a la situación, es posible imaginar lo que puede suponer para una fuerza recién llegada, sin tradición de permanencia en la zona, improvisar sobre la marcha y en el terreno, un tinglado eficaz y suficientemente seguro para recoger información que evite bajas y posibilite cumplir los objetivos. Y no nos engañemos: sin una robusta capacidad de información propia, enviar tropas a escenarios exóticos puede ser tan irreal o innecesario como mover soldaditos de plomo sobre un mapa. O peor aún: ponerlos a disposición de los demás.
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Más hipótesis sobre el Líbano e Irán
La bandera de Hizbullah y el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad: dos iconos conectados entre sí, y de hirviente actualidad
Al parecer, la crisis de julio en el Líbano comenzó de la siguiente manera: según todos los indicios, el Estado Mayor israelí tenía preparada la ofensiva contra Hezbollah y sus rampas de misiles para estas fechas (septiembre) quizá más tarde, aunque no más allá de octubre. La milicia de los chiíes libaneses se lo venía oliendo, y de ahí la incursión del 10 de julio para capturar algunos reclutas israelíes que dieran información sobre el despliegue. Estaba claro que los dos prisioneros que se hicieron en aquella operación desvelarían a Hezbollah detalles importantes que echaban por tierra los preparativos. De ahí que tras consultar apresuradamente con Olmert y Washington, el Estado Mayor israelí decidió anticipar la fecha de la incursión. A los americanos, el adelanto de la ofensiva israelí les vino como anillo al dedo, porque entendían que la crisis serviría para presionar a Rusia y China a fin de que se unieran en la votación de sanciones contra Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, como así fue.
Todavía están frescos en la memoria los acontecimientos de la reciente guerra del Líbano hasta que se pactó el alto el fuego. "Israel no puede permitirse el lujo de perder una guerra": una frase que se repitió una y otra vez a lo largo de la crisis. Pero la perdió por no haberla ganado. ¿Y ahora qué? En realidad, Israel no puede permitirse hacer bobadas. Su gobierno decidió actuar antes de tiempo; adelantó sus planes sin contar con la preparación adecuada: cometió el mismo error que los norteamericanos y británicos en Irak. Y además lo hizo, en buena medida, a conveniencia de la política de Bush. La factura a pagar es cara, porque en estos momentos, Israel anda por ahí, a mitad de camino hacia ninguna parte. Justamente como el amigo americano. Y lo peor de todo, es que ha dado contundentes pruebas de debilidad militar: la intervención en el Líbano, en julio de 2006 ha sido para el Tsahal lo que fue para las tropas norteamericanas en Vietnam la ofensiva del Tet, en 1968: un claro punto de inflexión. Esto no es nuevo, en realidad. Viene ocurriendo desde la guerra del Yom Kippur, en 1973. Se ha percibido ese cansancio en la moral de combate israelí, después de casi sesenta años de guerras. Objetivos estratégicos confusos, tácticas inadecuadas, incapacidad de asumir bajas, pobre calidad de la infantería, obsesión por librar una guerra a base de tanques, artillería y aviación contra fuerzas irregulares, convirtiendo de paso a la población civil en objetivo militar; y para colmo, utilizando munición prohibida por las convenciones internacionales. El mismo error cometido por los rusos en Chechenia o por los serbios en Vukovar y Sarajevo. Como en 1973, a Israel le obsesionó en exceso la guerra contra los palestinos, que es la guerra primigenia, la de siempre en realidad, que viene librando desde 1948. Victor Ostrovsky [fotografía adjunta], uno de los muy escasos desertores del Mossad que se conocen, escribió en 1990 un libro titulado: Por el camino de la decepción (Planeta, 1991) en el que explicaba los entresijos más inconfesables del célebre servicio de inteligencia israelí. Pues bien: para el autor, los egipcios y sirios pillaron por sorpresa al Mossad en octubre de 1973 porque éste se había embebido en la lucha contra el terrorismo palestino, especialmente en la ardua tarea de vengar los atentados de la Olimpiada de Munich, el año anterior –Operación Cólera Divina. Algo así ha ocurrido en julio de 2006: para la tropa israelí, la guerra era liquidar a los activistas de Hamas en los territorios palestinos; la lucha en campo abierto contra unidades regulares de un ejército enemigo era algo que llevaba casi una generación sin producirse.
Por lo tanto, y regresando a la apresurada ofensiva de este verano, una conclusión: la "política del acelerador" no suele dar buenos resultados, y menos en una zona en la cual los entresijos de la política y el poder son tan enrevesados e impredecibles. Pero aún puede resultar más desconcertante si el intrincado escenario está conectado a su vez con otros de mayor envergadura. En el presente septiembre de 2006, ya se han volatilizado los beneficios que pudo haber obtenido Washington el 31 de julio, cuando en el Consejo de Seguridad se produjo la votación contra el programa nuclear iraní., que es lo que buscaba cuando dio luz verde o impulsó la ofensiva israelí. ¿Y ahora qué? La administración Bush bastante tiene ya con seguir manteniendo sus tropas en ese desastre sin remedio que es Irak. En Afganistan, lo dicho: la guerra antiterrorista global pierde gas, tras un lustro de presencia militar. La OTAN necesita más y más soldados allí, el apoyo de la población europea a la Alianza cae a ojos vista, en la provincia de Helmand se afianzan los talibanes. La daga israelí ha quedado mellada. Todo eso quiere decir que Washington no puede soñar con una nueva guerra en la zona, esta vez contra Irán. En el vecino Irak no se descubrió la receta para domeñar a un país musulmán invadido; por lo tanto, si en el mejor de los casos las tropas norteamericanas lograran ocupar sin grandes pérdidas a la vecina potencia iraní, la pesadilla vivida en Irak se multiplicaría hasta la enésima potencia. Mundo chií y sunní se unirian en la lucha contra el infiel. Pero si las cosas fueran mal y los Estados Unidos no lograran obtener una rápida victoria convencional, la mayoría de la población norteamericana le daría definitivamente la espalda a su presidente.
En este callejón sin salida, a Bush sólo le quedan los canales de la diplomacia y en ello los europeos juegan un importante papel. También rusos y chinos; pero éstos son a la vez serios competidores en el liderazgo mundial, y tienen unos intereses propios muy disociados de los norteamericanos. Canalizar todo ello a través de las Naciones Unidas se ha revelado muy limitado para los intereses norteamericanos. Y además tiene un punto de humillación, al asumir que no pueden permitirse más guerras. Pero al menos, ha servido para movilizar a los europeos y llevarlos al Líbano. Decir ahora que por primera vez estos se han implicado en los asuntos del Próximo Oriente es olvidar que franceses e italianos ya jugaron un papel muy destacado en la fuerza de pacificación de 1983 y que salieron zumbando del Líbano, junto con los marines norteamericanos, a raíz de que el 23 de octubre dos camiones suicidas de Hezbollah, cargados de explosivos, fueron lanzados contra los acuartelamientos de las tropas norteamericanas y francesas en Beirut. A consecuencia de la explosión murieron 222 marines y 58 legionarios.
Mapa con el despliegue original de las fuerzas FINUL en 1982. Los contingentes europeos incluían unidades francesas, italianas, británicas y hasta polacas.
Paracaidistas franceses del 3e RPIMa retiran cadáveres de sus compañeros tras el atentado del 23 de octubre de 1983
Ahora, más de veinte años más tarde, los europeos casi vuelven más como rehenes que como protagonistas. Al implicarse como barrera entre Hezbollah e Israel, los europeos intentan ser la garantía de que las negociaciones con Irán no se van a desestabilizar por el flanco libanés. Pero se han convertido en una pieza más en el intrincado tablero diplomático -en un sentido muy amplio, que incluye la guerra localizada- en el cual se juega la forma de hacerle un hueco a la nueva potencia iraní, que convenga a norteamericanos, rusos, chinos y a los propios europeos, muy interesados en el crudo y el gas del país persa.
Marcas de procedencia iraní en un lanzacohetes RPG-7T capturado a Hezbollah. El arsenal utilizado por los chiíes libaneses no parece de última generación. La razón de su éxito ha sido debida al entrenamiento, la organización y la moral de combate.
Hay otra carta escondida. Tanto Hezbollah como Irán pueden transformarse en la piedra de toque que contrarreste a ese extraño tinglado denominado Al Qaeda, pero que desde luego es de factura sunní. No es que chiíes y sunniés estén condenados a la mutua greña perpetua, ni mucho menos.
Osama bin Laden y Sayyid Hassan Nasrallah: ¿Dos figuras destinadas a enfrentarse?
En realidad, Hezbollah se ha convertido en un referente para las comunidades sunníes más anti occidentales o antisionistas. A diferencia de Al Qaeda, este movimiento ha desafiado a los odiados israelíes en el campo de batalla, en una guerra convencional que ha contado con e apoyo claro y sin fisuras de todo un pueblo. En conjunto, un modelo mucho más noble y digno de pública y abierta admiración que la lucha terrorista dirigida por unos señoritos medio integrados en la cultura occidental. Y que por tanto, y a pesar de su aparente fanatismo, no siempre suenan muy convincentes para los musulmane tradicionales arraigados en la vieja tierra.¿Qué los de Al Qaeda se autoinmolan? Puede. Pero ¿desde cuándo morir por una idea la hace más convincente a ojos de los demás?
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Crímenes de género, con honor o sin él
Un esfuerzo serio:
Violence in the Name of Honour. Theoretical and Political Challenges, ed. by Shahrzad Mojab and Nahla Abdo, Istanbul Bilgi University Press, 2004
A la que se ha calmado la tormenta en el Líbano y la aridez informativa ha ganado las páginas de los periódicos españoles, como si estuviéramos en medio y medio de agosto, las alusiones negativas destinadas a Turquía han aflorado de nuevo con mayor o menor fortuna. Que en muchas ocasiones son meros reflejos producto del aburrimiento y la sequedad de ideas propia de cualquier redacción, lo prueban las alusiones a los crímenes de honor. Se trata de un argumento supuestamente de grueso calibre que para el avispado plumilla pone en evidencia la antítesis esencial entre modernidad (es decir, europeidad) e islam (o sea: Turquía).
“El País”, sábado 26 de agosto de 2006. Desde Roma, Enric González cubre la noticia de una joven paquistaní degollada por su padre en las afueras de Brescia. El asesinato posee los ingredientes de un clásico crimen de honor. La víctima vivía con un italiano y se negaba a casarse en Pakistán con uno de sus primos, “como había decidido la familia”. Hasta aquí, la consabida crónica negra de verano, con los correspondientes detalles truculentos. Pero el reportero dedica un recuadro a los “Crímenes `de honor´ en Europa” y aquí es donde se mezclan churras con merinos como quien no quiere la cosa.
En los años 90, algunos caricaturistas turcos, como Çağçağ, pusieron en circulación la figura del maganda o "macho macarra" tripón, velludo, bigotudo, calzonazos y sobre todo, muy zafio. En la viñeta adjunta interroga brutalmente a su mujer: "¡Habla!¿Dónde están tus zonas erógenas?¿Dónde está el "clitorig"?¿Existe un punto-G? Dime dónde está o te rompo el brazo. Lo leí en la prensa" Fuente: Ayşe Öncü, "Global Consumerism, Sexuality as Public Spectacle, and the Cultural Remapping of Istanbul in the 1990s", en: Deniz Kandiyoti and Ayşe Saktanber, Fragments of Culture. The Everiday of Modern Turkey, Rutgers University Press, New Brunswick, New Jersey, 2002
El lector espera que Enric González deslice ahí un breve catálogo de los asesinatos de género cometidos por los europeos, blancos y cristianos. Quía: el autor pasa de puntillas sobre el asunto y se va directamente a los homicidios de honor realizados por emigrantes musulmanes en Europa. Esto es lo poco que le dedica a los muy castizos crímenes cien por cien italianos: “El honor familiar lavado con sangre no es ajeno a algunas comunidades italianas del sur: en este mismo año se han registrado al menos dos muertes de mujeres jóvenes en situaciones no muy distintas a las de Hina [la víctima paquistaní] en Calabria y Sicilia”. ¿Sólo dos? En todo caso y a partir de ahí, el autor da un rápido saltito: “pero la pesadilla que sufren muchas mujeres en los países islámicos en los que existe la práctica de los crímenes de honor se ha trasladado a los países europeos en los últimos años. (…) Es difícil calcular cuántos crímenes de honor se cometen cada año, las cifras varían según las fuentes. Sólo en Turquía se registran unos 200 casos al año. En Alemania han muerto unas 50 mujeres en los últimos diez años, la mayoría turcas”.
El arquetípico maganda Mevlüt en una actitud habitual con su esposa.
Para ser justos con Enric González y su crónica, la definición habitual que se hace de los denomiandos crímenes de honor, incluso en foros más o menos especializados, se asocia a un determinado abanico de culturas, casi siempre adscritas a la práctica de la religión musulmana: palestinos, kurdos, paquistaníes, árabes en general y turcos. Pero no siempre: a veces se incluyen pueblos en los límites entre la cristiandad y el islam. En todo caso, el resultado es el mismo: demostrar una repugnancia muy característica hacia esas culturas cuyos inmigrantes llegan incluso al crimen para no integrarse en las sociedades occidentales. El resultado es un mensaje subliminal muy peligroso: “esa gente” viene a Occidente tan sólo por interés material (o incluso por necesidad momentánea) pero su objetivo no es la integración y la convivencia. Luego, en realidad, son un peligro. El gran símbolo elevado a la categoría de estado es Turquía: quieren entrar en Europa pero no se convertirán en europeos, sólo lo hacen por interés, imponmdrán en las insituticiones comunitarias el peso de su demografía, etc.
La actitud sicológica esencial del maganda: Mevlüt naciendo de una concha, como la Venus de Boticelli, en pleno despliegue de sus atributos más característicos
Como muestra un pequeño botón: Enric González asocia los crímenes de honor casi exclusivamente con la cultura musulmana; y turca, de propina. De lo particular (el asesinato de una chica paquistání) se pasa a lo general: cultura musulmana turca como principal generadora de crímenes de honor. Aunque lleva ya un tiempo en Italia, el autor posiblemente ya no recuerda un reportaje publicado hace algunos años en su mismo periódico, y según el cual en Sicilia era una práctica no tan extraña que los padres violaran a las hijas como castigo, y en ocasiones con el consentimiento de la madre. Este escándalo lo denunció una joven siciliana, Lara Cardella, en una novela-reportaje que levantó ampollas en Italia: Volevo i pantaloni (1989).
Italia es sólo un caso más en la geografía de los abusos y violencias cometidos contra las mujeres por europeos, de piel clarita y religión cristiana. Recuerdo una anécdota estremecedora. Allá por enero del 2000, en un congreso celebrado en Paris coincidimos el entonces periodista albanés de Kosovo (hoy político y empresario de la comunicación) Veton Surroi y un académico griego experto en analista del área balcánica y Mar Negro, que es Dimitri Triandaphilou. A los tres nos unía el conocimiento de la lengua castellana, por lo que pronto hicimos corrillo aparte. El último día del evento, los organizadores nos obsequiaron con una cena y el albanés, el griego y el español ocuparon una mesa aparte en la que sólo se hablaba español. En un momento dado pasó cerca de nosotros un diputado albanés del Partido Democrático, un tipo enjuto y tristón pero cordial, que me había llamado la atención en días anteriores y con el que había conversado en algunas ocasiones. Como quiera que Triandaphilou le preguntó a Surroi por el estado de ánimo del albanés, me interesé por el caso. ¿Estaba enfermo nuestro colega de Tirana? Entonces, bajando la voz, el griego me explicó de qué se trataba. ¿Acaso no lo sabía? En algunas zonas del mundo social albanés no era extraño que las amenazas contra un adversario llegaran de la mano de una violación contra alguna mujer de la su familia. Eso le había sucedido al pobre diputado. ¿Motivos políticos?Algún asunto mafioso o de familia? ¡Ah! Quien sabe…
La historia central del film "Yol" ("El camino") dirigido por Şerif Görem y Yılmaz Güney (1982) versaba precisamente sobre un crimen de honor en el Kurdistán turco. Para esta problemática pinchar aquí.
Posiblemente, el lector con prejuicios pensará que, al fin y al cabo estamos hablando de pueblos más o menos “moros”, en el límite confuso de Oriente y Occidente, Mediterráneo musulmán y cristiano: turcos, albaneses y, en fin, haciendo de tripas corazón, sicilianos. Pero en ese caso, puede que se olvide de los españoles, por cierto, también en ese incómodo límite. ¿Cuántos casos llevamos acumulados de lo que aquí llamamos eufemísticamente “violencia de género”? Según el mismo periódico en el que escribe Enric González, en lo que va de año llevamos 52 mujeres muertas por sus parejas o ex parejas. Y de todas las nacionalidades: 27 españolas, cinco ciudadanas de la UE, ocho latinoamericanas, dos procedían del Este de Europa, dos africanas y seis, de nacionalidades desconocidas. El último suceso, por cierto, ha sido sido ese espanto crimen protagonizado por un albañil de Osuna, que tras matar a su esposa de un escopetazo, sino también a su hija, embarazada. Después, en el más rancio estilo carpetovetónico, llamó a sus hijos y les dijo: “¡Ahí tenéis vuestra herencia!”
Claro, repondrá el lector: pero no son crímenes de honor. ¿Seguro? Aparte de que a las víctimas esa distinción eurocentrista puede interesarles bien poco, lo cierto es que, de una forma u otra, sí se trata de “crímnes de honor”. Honor grotesco y deformado, claro que sí. Honor papichulo de machito celtibérico, que según los sicólogos, es “incapaz de aceptar que le dejen”. Según Sara Berbel, sicóloga y presidenta del Institut Català de la Dona, “su histórico ejercicio de poder sobre la mujer impide al hombre asumir el abandono”. Por lo tanto, hay un trasfondo de honor herido; y el resultado, de forma compulsiva, desordenada y menos explícitamente apoyada por los allegados es el mismo y bajo formas rituales igualmente crueles.
Una reacción mediterránea, argumentará el lector con prejuicios, cosa de latinos despechados. ¿Seguro? En un interesante artículo publicado en “La Vanguardia” el pasado 10 de agosto y firmado por Beatriz Navarro desde Bruselas, se recuerda que “las cifras sobre violencia doméstica arrojan resultados aún más dramáticos en el norte de Europa que en el sur”. Es más: Suecia es uno de los países en los que se contabiliza un mayor número de abusos de ese tipo. Anda en juego la cuestión de las definiciones y la valoración estadística, como explica Monika Olsson, experta del Departamento de Justicia e Interior de la Comisión Europa. Pero a pesar de los pesares, de que las definiciones de violencia doméstica y de género son muy diferentes según los países, se trata de “una lacra que castiga por igual al norte y sur de Europa, desde los nórdicos, en teoría más igualitarios, a los mediterráneos, más tradicionales”. Tanto es así que la Comisión Europea ha puesto en marcha un plan de acción que reune a un plantel de expertos para que, en el plazo de cinco años, se acuerden definiciones y actuaciones comunes entre los países socios. Este objetivo, que puede parecer un tanto academicista, es muy importante, porque busca lograr fórmulas para solucionar globalmente el problema de la violencia doméstica que, debe subrayarse con doble trazo, no es “turca”, ni “paquistání” o “mora”, ni tan siquiera “musulmana”.Por lo tanto, queda muy clara la amplitud y gravedad del fenómeno. Casi la mitad de las suecas mayores de 15 años admite haber sufrido malos tratos. Cada año, 27 mujeres mueren por violencia doméstica en Finlandia, país que sólo cuenta con cinco millones de habitantes. En el Reino Unido fallecen por la misma causa 90 mujeres anualmente; en Francia, 48. En España, ya lo hemos visto: 52 sólo en lo que va de año 2006. En resumen: la violencia de género y doméstica es, según un informe del Consejo de Europa, la principal causa de invalidez y muerte de las mujeres europeas de entre 16 y 44 años, por delante del cáncer y los accidentes de tráfico.Ante estas cifras, la simplicidad argumental de los numerosos periodistas europeos que abordan la cuestión de los “crímenes de honor” en las comunidades musulmanas, adquiere tonos tercermundistas en sí misma. “Ellos” son unas bestias; “nosotros” no haríamos esas cosas, como europeos, blancos y cristianos que somos. Pero no sólo eso: es de temer que denunciar una supuesta lacra específicamente islámica del mal trato a las mujeres, sea una forma más de tranquilizar las conciencias propias y concluir diciendo, al final, como glosa el célebre título del libro del Dr. Miguel Lorente Acosta: Mi marido me pega lo normal. Aquí pegamos o matamos a las mujeres a partir de instintos patológicos más aislados socialmente que los musulmanes. Es como más “normal”, ¿no?Para rematar el post, y para quien esté interesado de verdad en estas cuestiones, cabe recordar que en Turquía se está haciendo un esfuerzo consciente y sostenido para erradicar los crímenes de honor, que, dicho sea de paso, son más frecuentes en el ambiente culturamente más cerrado de la emigración –como pasa en todos las comunidades nacionales de emigrantes por todo el mundo. Valga como muestra el libro editado por Shahrzad Mojab y Nahla Abdo, Violence In The Name Of Honour. Theoretical And Political Challenges, publicado por las ediciones de la Universidad de Bilgi, en Estambul, el año 2004.El libro agrupa dieciocho contribuciones a cargo de sociólogas, criminalistas, trabajadoras sociales, antropólogas y activistas de los derechos humanos. Provienen de Canadá, Suecia –incluyendo la entonces ministro de Justicia de ese país, Lise Bergh- y Turquía. El libro está organizado en cuatro secciones: la primera, dedicada a la exploración teórica del concepto “crimen de honor”. La segunda se centra en la lucha de la comunidad contra esa lacra; la tercera pasa revista a la respuesta del estado; y la última aporta una lista de fuentes y recursos recomendados para el estudio en profundidad del fenómeno. En conjunto, un trabajo serio y sobre todo, útil. Está elaborado en un país en el, que se buscan soluciones científicas al problema –no meramente políticas- y que, aunque cueste creerlo, históricamente se adelantó a España en aspectos varios de la liberación social de la mujer. Por ejemplo, y sin ir más lejos, tuvo una primer ministro en los años noventa –Tansu Çiller, fotografía adjunta- cosa que por estos pagos y a estas alturas de siglo, parece difícil de concebir. ¿Por qué será? Etiquetas: Abdo, Albania, Cardella, cine turco, crímenes de honor, Enric González, feminismo, Finlandia, Görem, Güney, Kurdistán, Lorente Acosta, Mojab, Suecia, Surroi, Tansu Çiller, Turquía