sábado, septiembre 02, 2006

Crímenes de género, con honor o sin él


Un esfuerzo serio: Violence in the Name of Honour. Theoretical and Political Challenges, ed. by Shahrzad Mojab and Nahla Abdo, Istanbul Bilgi University Press, 2004


A la que se ha calmado la tormenta en el Líbano y la aridez informativa ha ganado las páginas de los periódicos españoles, como si estuviéramos en medio y medio de agosto, las alusiones negativas destinadas a Turquía han aflorado de nuevo con mayor o menor fortuna. Que en muchas ocasiones son meros reflejos producto del aburrimiento y la sequedad de ideas propia de cualquier redacción, lo prueban las alusiones a los crímenes de honor. Se trata de un argumento supuestamente de grueso calibre que para el avispado plumilla pone en evidencia la antítesis esencial entre modernidad (es decir, europeidad) e islam (o sea: Turquía).

“El País”, sábado 26 de agosto de 2006. Desde Roma, Enric González cubre la noticia de una joven paquistaní degollada por su padre en las afueras de Brescia. El asesinato posee los ingredientes de un clásico crimen de honor. La víctima vivía con un italiano y se negaba a casarse en Pakistán con uno de sus primos, “como había decidido la familia”. Hasta aquí, la consabida crónica negra de verano, con los correspondientes detalles truculentos. Pero el reportero dedica un recuadro a los “Crímenes `de honor´ en Europa” y aquí es donde se mezclan churras con merinos como quien no quiere la cosa.













En los años 90, algunos caricaturistas turcos, como Çağçağ, pusieron en circulación la figura del maganda o "macho macarra" tripón, velludo, bigotudo, calzonazos y sobre todo, muy zafio. En la viñeta adjunta interroga brutalmente a su mujer: "¡Habla!¿Dónde están tus zonas erógenas?¿Dónde está el "clitorig"?¿Existe un punto-G? Dime dónde está o te rompo el brazo. Lo leí en la prensa" Fuente: Ayşe Öncü, "Global Consumerism, Sexuality as Public Spectacle, and the Cultural Remapping of Istanbul in the 1990s", en: Deniz Kandiyoti and Ayşe Saktanber, Fragments of Culture. The Everiday of Modern Turkey, Rutgers University Press, New Brunswick, New Jersey, 2002


El lector espera que Enric González deslice ahí un breve catálogo de los asesinatos de género cometidos por los europeos, blancos y cristianos. Quía: el autor pasa de puntillas sobre el asunto y se va directamente a los homicidios de honor realizados por emigrantes musulmanes en Europa. Esto es lo poco que le dedica a los muy castizos crímenes cien por cien italianos: “El honor familiar lavado con sangre no es ajeno a algunas comunidades italianas del sur: en este mismo año se han registrado al menos dos muertes de mujeres jóvenes en situaciones no muy distintas a las de Hina [la víctima paquistaní] en Calabria y Sicilia”. ¿Sólo dos? En todo caso y a partir de ahí, el autor da un rápido saltito: “pero la pesadilla que sufren muchas mujeres en los países islámicos en los que existe la práctica de los crímenes de honor se ha trasladado a los países europeos en los últimos años. (…) Es difícil calcular cuántos crímenes de honor se cometen cada año, las cifras varían según las fuentes. Sólo en Turquía se registran unos 200 casos al año. En Alemania han muerto unas 50 mujeres en los últimos diez años, la mayoría turcas”.




El arquetípico maganda Mevlüt en una actitud habitual con su esposa.








Para ser justos con Enric González y su crónica, la definición habitual que se hace de los denomiandos crímenes de honor, incluso en foros más o menos especializados,
se asocia a un determinado abanico de culturas, casi siempre adscritas a la práctica de la religión musulmana: palestinos, kurdos, paquistaníes, árabes en general y turcos. Pero no siempre: a veces se incluyen pueblos en los límites entre la cristiandad y el islam. En todo caso, el resultado es el mismo: demostrar una repugnancia muy característica hacia esas culturas cuyos inmigrantes llegan incluso al crimen para no integrarse en las sociedades occidentales. El resultado es un mensaje subliminal muy peligroso: “esa gente” viene a Occidente tan sólo por interés material (o incluso por necesidad momentánea) pero su objetivo no es la integración y la convivencia. Luego, en realidad, son un peligro. El gran símbolo elevado a la categoría de estado es Turquía: quieren entrar en Europa pero no se convertirán en europeos, sólo lo hacen por interés, imponmdrán en las insituticiones comunitarias el peso de su demografía, etc.

La actitud sicológica esencial del maganda: Mevlüt naciendo de una concha, como la Venus de Boticelli, en pleno despliegue de sus atributos más característicos


Como muestra un pequeño botón: Enric González asocia los crímenes de honor casi exclusivamente con la cultura musulmana; y turca, de propina. De lo particular (el asesinato de una chica paquistání) se pasa a lo general: cultura musulmana turca como principal generadora de crímenes de honor. Aunque lleva ya un tiempo en Italia, el autor posiblemente ya no recuerda un reportaje publicado hace algunos años en su mismo periódico, y según el cual en Sicilia era una práctica no tan extraña que los padres violaran a las hijas como castigo, y en ocasiones con el consentimiento de la madre. Este escándalo lo denunció una joven siciliana, Lara Cardella, en una novela-reportaje que levantó ampollas en Italia: Volevo i pantaloni (1989).

Italia es sólo un caso más en la geografía de los abusos y violencias cometidos contra las mujeres por europeos, de piel clarita y religión cristiana. Recuerdo una anécdota estremecedora. Allá por enero del 2000, en un congreso celebrado en Paris coincidimos el entonces periodista albanés de Kosovo (hoy político y empresario de la comunicación) Veton Surroi y un académico griego experto en analista del área balcánica y Mar Negro, que es Dimitri Triandaphilou. A los tres nos unía el conocimiento de la lengua castellana, por lo que pronto hicimos corrillo aparte. El último día del evento, los organizadores nos obsequiaron con una cena y el albanés, el griego y el español ocuparon una mesa aparte en la que sólo se hablaba español. En un momento dado pasó cerca de nosotros un diputado albanés del Partido Democrático, un tipo enjuto y tristón pero cordial, que me había llamado la atención en días anteriores y con el que había conversado en algunas ocasiones. Como quiera que Triandaphilou le preguntó a Surroi por el estado de ánimo del albanés, me interesé por el caso. ¿Estaba enfermo nuestro colega de Tirana? Entonces, bajando la voz, el griego me explicó de qué se trataba. ¿Acaso no lo sabía? En algunas zonas del mundo social albanés no era extraño que las amenazas contra un adversario llegaran de la mano de una violación contra alguna mujer de la su familia. Eso le había sucedido al pobre diputado. ¿Motivos políticos?Algún asunto mafioso o de familia? ¡Ah! Quien sabe…

La historia central del film "Yol" ("El camino") dirigido por Şerif Görem y Yılmaz Güney (1982) versaba precisamente sobre un crimen de honor en el Kurdistán turco. Para esta problemática pinchar aquí.


Posiblemente, el lector con prejuicios pensará que, al fin y al cabo estamos hablando de pueblos más o menos “moros”, en el límite confuso de Oriente y Occidente, Mediterráneo musulmán y cristiano: turcos, albaneses y, en fin, haciendo de tripas corazón, sicilianos. Pero en ese caso, puede que se olvide de los españoles, por cierto, también en ese incómodo límite. ¿Cuántos casos llevamos acumulados de lo que aquí llamamos eufemísticamente “violencia de género”? Según el mismo periódico en el que escribe Enric González, en lo que va de año llevamos 52 mujeres muertas por sus parejas o ex parejas. Y de todas las nacionalidades: 27 españolas, cinco ciudadanas de la UE, ocho latinoamericanas, dos procedían del Este de Europa, dos africanas y seis, de nacionalidades desconocidas. El último suceso, por cierto, ha sido sido ese espanto crimen protagonizado por un albañil de Osuna, que tras matar a su esposa de un escopetazo, sino también a su hija, embarazada. Después, en el más rancio estilo carpetovetónico, llamó a sus hijos y les dijo: “¡Ahí tenéis vuestra herencia!”

Claro, repondrá el lector: pero no son crímenes de honor. ¿Seguro? Aparte de que a las víctimas esa distinción eurocentrista puede interesarles bien poco, lo cierto es que, de una forma u otra, sí se trata de “crímnes de honor”. Honor grotesco y deformado, claro que sí. Honor papichulo de machito celtibérico, que según los sicólogos, es “incapaz de aceptar que le dejen”. Según Sara Berbel, sicóloga y presidenta del Institut Català de la Dona, “su histórico ejercicio de poder sobre la mujer impide al hombre asumir el abandono”. Por lo tanto, hay un trasfondo de honor herido; y el resultado, de forma compulsiva, desordenada y menos explícitamente apoyada por los allegados es el mismo y bajo formas rituales igualmente crueles.

Una reacción mediterránea, argumentará el lector con prejuicios, cosa de latinos despechados. ¿Seguro? En un interesante artículo publicado en “La Vanguardia” el pasado 10 de agosto y firmado por Beatriz Navarro desde Bruselas, se recuerda que “las cifras sobre violencia doméstica arrojan resultados aún más dramáticos en el norte de Europa que en el sur”. Es más: Suecia es uno de los países en los que se contabiliza un mayor número de abusos de ese tipo. Anda en juego la cuestión de las definiciones y la valoración estadística, como explica Monika Olsson, experta del Departamento de Justicia e Interior de la Comisión Europa. Pero a pesar de los pesares, de que las definiciones de violencia doméstica y de género son muy diferentes según los países, se trata de “una lacra que castiga por igual al norte y sur de Europa, desde los nórdicos, en teoría más igualitarios, a los mediterráneos, más tradicionales”. Tanto es así que la Comisión Europea ha puesto en marcha un plan de acción que reune a un plantel de expertos para que, en el plazo de cinco años, se acuerden definiciones y actuaciones comunes entre los países socios. Este objetivo, que puede parecer un tanto academicista, es muy importante, porque busca lograr fórmulas para solucionar globalmente el problema de la violencia doméstica que, debe subrayarse con doble trazo, no es “turca”, ni “paquistání” o “mora”, ni tan siquiera “musulmana”.

Por lo tanto, queda muy clara la amplitud y gravedad del fenómeno. Casi la mitad de las suecas mayores de 15 años admite haber sufrido malos tratos. Cada año, 27 mujeres mueren por violencia doméstica en Finlandia, país que sólo cuenta con cinco millones de habitantes. En el Reino Unido fallecen por la misma causa 90 mujeres anualmente; en Francia, 48. En España, ya lo hemos visto: 52 sólo en lo que va de año 2006. En resumen: la violencia de género y doméstica es, según un informe del Consejo de Europa, la principal causa de invalidez y muerte de las mujeres europeas de entre 16 y 44 años, por delante del cáncer y los accidentes de tráfico.

Ante estas cifras, la simplicidad argumental de los numerosos periodistas europeos que abordan la cuestión de los “crímenes de honor” en las comunidades musulmanas, adquiere tonos tercermundistas en sí misma. “Ellos” son unas bestias; “nosotros” no haríamos esas cosas, como europeos, blancos y cristianos que somos. Pero no sólo eso: es de temer que denunciar una supuesta lacra específicamente islámica del mal trato a las mujeres, sea una forma más de tranquilizar las conciencias propias y concluir diciendo, al final, como glosa el célebre título del libro del Dr. Miguel Lorente Acosta: Mi marido me pega lo normal. Aquí pegamos o matamos a las mujeres a partir de instintos patológicos más aislados socialmente que los musulmanes. Es como más “normal”, ¿no?

Para rematar el post, y para quien esté interesado de verdad en estas cuestiones, cabe recordar que en Turquía se está haciendo un esfuerzo consciente y sostenido para erradicar los crímenes de honor, que, dicho sea de paso, son más frecuentes en el ambiente culturamente más cerrado de la emigración –como pasa en todos las comunidades nacionales de emigrantes por todo el mundo. Valga como muestra el libro editado por Shahrzad Mojab y Nahla Abdo, Violence In The Name Of Honour. Theoretical And Political Challenges, publicado por las ediciones de la Universidad de Bilgi, en Estambul, el año 2004.

El libro agrupa dieciocho contribuciones a cargo de sociólogas, criminalistas, trabajadoras sociales, antropólogas y activistas de los derechos humanos. Provienen de Canadá, Suecia –incluyendo la entonces ministro de Justicia de ese país, Lise Bergh- y Turquía. El libro está organizado en cuatro secciones: la primera, dedicada a la exploración teórica del concepto “crimen de honor”. La segunda se centra en la lucha de la comunidad contra esa lacra; la tercera pasa revista a la respuesta del estado; y la última aporta una lista de fuentes y recursos recomendados para el estudio en profundidad del fenómeno. En conjunto, un trabajo serio y sobre todo, útil. Está elaborado en un país en el, que se buscan soluciones científicas al problema –no meramente políticas- y que, aunque cueste creerlo, históricamente se adelantó a España en aspectos varios de la liberación social de la mujer. Por ejemplo, y sin ir más lejos, tuvo una primer ministro en los años noventa –Tansu Çiller, fotografía adjunta- cosa que por estos pagos y a estas alturas de siglo, parece difícil de concebir. ¿Por qué será?

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