martes, septiembre 12, 2006

Desarmados de información


Publicado en "El Periódico", 9 de septiembre, 2006. Título:
EL PELIGRO DE INTERVENIR A CIEGAS
El debate en torno al envío de fuerzas españolas al Líbano entre gobierno y oposición se ha terminado por reducir a los elementos esenciales que permiten salvar la cara a unos y otros. Para el Partido Popular, con enormes fantasmas internos de hace menos de tres años, todo se va centrando en "demostrar" que el operativo en curso es similar al de Irak, en terminos de misión de guerra o de paz. El gobierno, en cambio, está más preocupado por evitar un discusión en profundidad sobre el balance de los beneficios reales que supone para España el paso adelante dado en el Líbano.

En ambos casos se habla de riesgos, nadie lo niega. Pero a la hora de la verdad quedan bastante difuminados: se trata de una zona "muy conflictiva", donde ya fracasaron anteriores misiones de paz de las Naciones Unidas; las tropas de interposición podrían quedar atrapadas en el medio de los combates o ser víctimas de provocaciones, y argumentos de este tenor. De todas formas, tercia el gobierno, la unidad que se envía es militarmente robusta, capaz de defenderse a sí misma y no estará sola ni aislada en la zona. Se suele obviar que estas misiones no cuentan con la valiosa contribución de fuerzas aéreas propias, aparatos de ataque al suelo o reconocimiento, factor decisivo en cualquier operación militar actual, de paz o de guerra.

Pero el quid de la cuestión no está aquí; y lo peor es que por su misma esencia será difícil que se llegue a debatir, ni en foros políticos e institucionales, ni en la prensa. El talón de Aquiles en estas operaciones multinacionales de intervención suele radicar en la obtención y gestión de inteligencia, tanto estratégica como táctica. Dicho de otra manera: suele haber haber problemas con la información reservada que permite evitar atentados, provocaciones, encerronas y las mil y una perrrerías a las que puede quedar sometida una fuerza de interposición multinacional (esto es, básicamente desunida) aunque cuente con un mando temporal centralizado.

Hace unos años, este factor hubiera sido desestimado en cualquier análisis. Pero cabe recordar que en noviembre de 2003, el CNI cosechó en Irak uno de los fiascos más sonados de la historia de los servicios de inteligencia occidentales en las últimas dos décadas; y un precedente de tal calibre habría de tenerse en cuenta ante un esfuerzo logístico como el que supondrá el despliegue español en Líbano.

Situar una fuerza militar en el Próximo Oriente supone, ante todo, conocer el terreno político que se pisa. Tener buenos informadores, ser capaces de prever las intenciones de unos y otros y, llegado el caso, poseer discretos cauces de negociación. Eso puede resultar medianamente fácil de improvisar en un estado tan desestructurado como Afganistán. Y aún así, la situación se le está yendo de las manos a las fuerzas de la OTAN: a casi cinco años de la ocupación del país y la erradicación del régimen de los talibanes, el goteo de bajas aliadas se está haciendo intolerable para algunos miemboros de la coalición, mientras que el país está lejos de haber sido controlado y amenaza con irse "iraquizando". Sobre las dificultades de obtener información eficaz en Irak habla bien a las claras el inmanejable desastre delm teatro estratégico allí. Y en el Congo, destino de otro contingente destacado de fuerzas europeas, la volatilidad de la situación es muy superior a lo que se creía hace tan sólo un par de meses.

Fácil es imaginarse las dificultades que comportará obtener información sensible en el sur del Líbano, donde opera un Mossad que se las sabe todas, pero no tanto como para hacer que la ofensiva israelí del pasado mes de julio no deviniera un fiasco. Y por parte contraria, qué decir. Hezbollah es una caja fuerte, y sus contactos con Teherán o Damasco están igualmente blindados. Por si faltara algo, los iraníes tienen una bien ganada fama de astutos y hasta torticeros. Sólo cabe añadir un dato para ilustrar cómo juegan los protagonistas sobre el terreno. Según todos los indicios, el Estado Mayor israelí tenía preparada la ofensiva contra Hezbollah y sus rampas de misiles para estas fechas, quizá más tarde. Pero la milicia de los chiíes libaneses se lo venía oliendo, y de ahí la incursión del 10 de julio a fin de capturar algunos reclutas israelíes que dieran información sobre los preparativos. Estaba claro que los dos prisioneros que se hicieron en aquella operación desvelarían a Hezbollah detalles importantes que echarían por tierra los preparativos. De ahí que tras consultar apresuradamente con Olmert y Washington, el Estado Mayor israelí decidiera adelantar la fecha de la incursión. Y así empezó el lío.

En el escenario libanés, todos los actores están nerviosos y por lo tanto, inseguros. Si un fallo en los operativos de inteligencia israelíes dio un vuelco tan desastroso a la situación, es posible imaginar lo que puede suponer para una fuerza recién llegada, sin tradición de permanencia en la zona, improvisar sobre la marcha y en el terreno, un tinglado eficaz y suficientemente seguro para recoger información que evite bajas y posibilite cumplir los objetivos. Y no nos engañemos: sin una robusta capacidad de información propia, enviar tropas a escenarios exóticos puede ser tan irreal o innecesario como mover soldaditos de plomo sobre un mapa. O peor aún: ponerlos a disposición de los demás.

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