Más hipótesis sobre el Líbano e Irán
La bandera de Hizbullah y el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad: dos iconos conectados entre sí, y de hirviente actualidad
Al parecer, la crisis de julio en el Líbano comenzó de la siguiente manera: según todos los indicios, el Estado Mayor israelí tenía preparada la ofensiva contra Hezbollah y sus rampas de misiles para estas fechas (septiembre) quizá más tarde, aunque no más allá de octubre. La milicia de los chiíes libaneses se lo venía oliendo, y de ahí la incursión del 10 de julio para capturar algunos reclutas israelíes que dieran información sobre el despliegue. Estaba claro que los dos prisioneros que se hicieron en aquella operación desvelarían a Hezbollah detalles importantes que echaban por tierra los preparativos. De ahí que tras consultar apresuradamente con Olmert y Washington, el Estado Mayor israelí decidió anticipar la fecha de la incursión. A los americanos, el adelanto de la ofensiva israelí les vino como anillo al dedo, porque entendían que la crisis serviría para presionar a Rusia y China a fin de que se unieran en la votación de sanciones contra Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, como así fue.
Todavía están frescos en la memoria los acontecimientos de la reciente guerra del Líbano hasta que se pactó el alto el fuego. "Israel no puede permitirse el lujo de perder una guerra": una frase que se repitió una y otra vez a lo largo de la crisis. Pero la perdió por no haberla ganado. ¿Y ahora qué? En realidad, Israel no puede permitirse hacer bobadas. Su gobierno decidió actuar antes de tiempo; adelantó sus planes sin contar con la preparación adecuada: cometió el mismo error que los norteamericanos y británicos en Irak. Y además lo hizo, en buena medida, a conveniencia de la política de Bush. La factura a pagar es cara, porque en estos momentos, Israel anda por ahí, a mitad de camino hacia ninguna parte. Justamente como el amigo americano. Y lo peor de todo, es que ha dado contundentes pruebas de debilidad militar: la intervención en el Líbano, en julio de 2006 ha sido para el Tsahal lo que fue para las tropas norteamericanas en Vietnam la ofensiva del Tet, en 1968: un claro punto de inflexión. Esto no es nuevo, en realidad. Viene ocurriendo desde la guerra del Yom Kippur, en 1973. Se ha percibido ese cansancio en la moral de combate israelí, después de casi sesenta años de guerras. Objetivos estratégicos confusos, tácticas inadecuadas, incapacidad de asumir bajas, pobre calidad de la infantería, obsesión por librar una guerra a base de tanques, artillería y aviación contra fuerzas irregulares, convirtiendo de paso a la población civil en objetivo militar; y para colmo, utilizando munición prohibida por las convenciones internacionales. El mismo error cometido por los rusos en Chechenia o por los serbios en Vukovar y Sarajevo. Como en 1973, a Israel le obsesionó en exceso la guerra contra los palestinos, que es la guerra primigenia, la de siempre en realidad, que viene librando desde 1948. Victor Ostrovsky [fotografía adjunta], uno de los muy escasos desertores del Mossad que se conocen, escribió en 1990 un libro titulado: Por el camino de la decepción (Planeta, 1991) en el que explicaba los entresijos más inconfesables del célebre servicio de inteligencia israelí. Pues bien: para el autor, los egipcios y sirios pillaron por sorpresa al Mossad en octubre de 1973 porque éste se había embebido en la lucha contra el terrorismo palestino, especialmente en la ardua tarea de vengar los atentados de la Olimpiada de Munich, el año anterior –Operación Cólera Divina. Algo así ha ocurrido en julio de 2006: para la tropa israelí, la guerra era liquidar a los activistas de Hamas en los territorios palestinos; la lucha en campo abierto contra unidades regulares de un ejército enemigo era algo que llevaba casi una generación sin producirse.
Por lo tanto, y regresando a la apresurada ofensiva de este verano, una conclusión: la "política del acelerador" no suele dar buenos resultados, y menos en una zona en la cual los entresijos de la política y el poder son tan enrevesados e impredecibles. Pero aún puede resultar más desconcertante si el intrincado escenario está conectado a su vez con otros de mayor envergadura. En el presente septiembre de 2006, ya se han volatilizado los beneficios que pudo haber obtenido Washington el 31 de julio, cuando en el Consejo de Seguridad se produjo la votación contra el programa nuclear iraní., que es lo que buscaba cuando dio luz verde o impulsó la ofensiva israelí. ¿Y ahora qué? La administración Bush bastante tiene ya con seguir manteniendo sus tropas en ese desastre sin remedio que es Irak. En Afganistan, lo dicho: la guerra antiterrorista global pierde gas, tras un lustro de presencia militar. La OTAN necesita más y más soldados allí, el apoyo de la población europea a la Alianza cae a ojos vista, en la provincia de Helmand se afianzan los talibanes. La daga israelí ha quedado mellada. Todo eso quiere decir que Washington no puede soñar con una nueva guerra en la zona, esta vez contra Irán. En el vecino Irak no se descubrió la receta para domeñar a un país musulmán invadido; por lo tanto, si en el mejor de los casos las tropas norteamericanas lograran ocupar sin grandes pérdidas a la vecina potencia iraní, la pesadilla vivida en Irak se multiplicaría hasta la enésima potencia. Mundo chií y sunní se unirian en la lucha contra el infiel. Pero si las cosas fueran mal y los Estados Unidos no lograran obtener una rápida victoria convencional, la mayoría de la población norteamericana le daría definitivamente la espalda a su presidente.
En este callejón sin salida, a Bush sólo le quedan los canales de la diplomacia y en ello los europeos juegan un importante papel. También rusos y chinos; pero éstos son a la vez serios competidores en el liderazgo mundial, y tienen unos intereses propios muy disociados de los norteamericanos. Canalizar todo ello a través de las Naciones Unidas se ha revelado muy limitado para los intereses norteamericanos. Y además tiene un punto de humillación, al asumir que no pueden permitirse más guerras. Pero al menos, ha servido para movilizar a los europeos y llevarlos al Líbano. Decir ahora que por primera vez estos se han implicado en los asuntos del Próximo Oriente es olvidar que franceses e italianos ya jugaron un papel muy destacado en la fuerza de pacificación de 1983 y que salieron zumbando del Líbano, junto con los marines norteamericanos, a raíz de que el 23 de octubre dos camiones suicidas de Hezbollah, cargados de explosivos, fueron lanzados contra los acuartelamientos de las tropas norteamericanas y francesas en Beirut. A consecuencia de la explosión murieron 222 marines y 58 legionarios.
Paracaidistas franceses del 3e RPIMa retiran cadáveres de sus compañeros tras el atentado del 23 de octubre de 1983
Ahora, más de veinte años más tarde, los europeos casi vuelven más como rehenes que como protagonistas. Al implicarse como barrera entre Hezbollah e Israel, los europeos intentan ser la garantía de que las negociaciones con Irán no se van a desestabilizar por el flanco libanés. Pero se han convertido en una pieza más en el intrincado tablero diplomático -en un sentido muy amplio, que incluye la guerra localizada- en el cual se juega la forma de hacerle un hueco a la nueva potencia iraní, que convenga a norteamericanos, rusos, chinos y a los propios europeos, muy interesados en el crudo y el gas del país persa.
Marcas de procedencia iraní en un lanzacohetes RPG-7T capturado a Hezbollah. El arsenal utilizado por los chiíes libaneses no parece de última generación. La razón de su éxito ha sido debida al entrenamiento, la organización y la moral de combate.
Hay otra carta escondida. Tanto Hezbollah como Irán pueden transformarse en la piedra de toque que contrarreste a ese extraño tinglado denominado Al Qaeda, pero que desde luego es de factura sunní. No es que chiíes y sunniés estén condenados a la mutua greña perpetua, ni mucho menos.
Osama bin Laden y Sayyid Hassan Nasrallah: ¿Dos figuras destinadas a enfrentarse?
En realidad, Hezbollah se ha convertido en un referente para las comunidades sunníes más anti occidentales o antisionistas. A diferencia de Al Qaeda, este movimiento ha desafiado a los odiados israelíes en el campo de batalla, en una guerra convencional que ha contado con e apoyo claro y sin fisuras de todo un pueblo. En conjunto, un modelo mucho más noble y digno de pública y abierta admiración que la lucha terrorista dirigida por unos señoritos medio integrados en la cultura occidental. Y que por tanto, y a pesar de su aparente fanatismo, no siempre suenan muy convincentes para los musulmane tradicionales arraigados en la vieja tierra.¿Qué los de Al Qaeda se autoinmolan? Puede. Pero ¿desde cuándo morir por una idea la hace más convincente a ojos de los demás?
Etiquetas: Ahmadineyad, Al Qaeda, Finul, Hezbollah, Irán, Líbano, Nasrallah
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