El espacio ex otomano, origen de crisis actuales (2)


A la izquierda, enseña de los barcos mercantes griegos en el Imperio otomano. A finales del siglo XVIII, era normal que utilizaran la bandera naval rusa, con la cruz de San Andrés (a la derecha). Fuente:
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Las concesiones que Rusia logró arrancar del sultán a favor de los súbditos cristianos tuvieron tres consecuencias de gran alcance para los destinos del Imperio otomano. En primer lugar, el acelerado enriquecimiento de la comunidad griega en el imperio otomano. Después, la degradación del sistema millet; a partir de ahí, la aparición de un nacionalismo fruto de la influencia ideológica europea pero lastrado por un ingrediente especial, característico del espacio ex otomano.
El siglo XVIII resultó trascendental para la población griega en el imperio. Aunque la mayor parte estaba constituida por campesinos, con el tiempo había ido surgiendo una clase acomodada de comerciantes y navieros. Gracias a los tratados de Küçük Kajnardia e Iaşi los súbditos griegos del sultán pudieron comerciar bajo la protección del pabellón ruso e incluso descubrieron bien pronto el enorme mercado que suponía el sur de Rusia. Así, pronto florecieron las colonias griegas en las costas del Mar Negro. Pero sobre todo, fueron las guerras anglo-francesas y las que acompañaron la Revolución Francesa y las contiendas napoleónicas las que impulsaron decisivamente el comercio griego, que rompió el Bloqueo Continental y desde las costas penetró hasta el corazón de Europa. En 1813, la flota mercante griega totalizaba 615 barcos, equipados con 5.878 cañones y tripulada por 37.526 marinos, cifras astronómicas para la época
Está claro que durante la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, los griegos no sólo habían entrado en activos contactos comerciales con Europa occidental: también habían sido intensamente bombardeados por las nuevas ideas revolucionarias que incluían la viva demostración de la energía que podía desarrollar una nación en armas: lo habían podido ver con sus propios ojos en Rusia, en España en la misma Francia. Además, los griegos tenían ya sus ideólogos nacionalistas, intelectuales que habían vivido en estrecho contacto con las ideas políticas occidentales, como Adamantios Korais o Rigas Feraios: el primero fue el constructor del moderno idioma griego, vehículo de una renovada identidad nacional; el segundo planteaba la posibilidad de una reconstrucción del Imperio bizantino, una vez que el Imperio otomano fuera destruido desde dentro por una rebelión conjunta de los pueblos cristianos.
Pero sobre todo, el resultado del peso económico y político que cobraron los griegos dentro del Imperio otomano contribuyó al rápido deterioro del millet, una de las instituciones administrativas más características del Imperio otomano. Como comunidades confesionales que eran, los millets poseían una destacada autonomía administrativa, fiscal y hasta jurídica pero siempre referida estrictictamente a los asuntos de la comunidad religiosa. Con el tiempo, se constituyeron tres millets que se correspondían con los tres grandes grupos religiosos musulmanes del Imperio: los judíos o Yahudi; los cristianos orientales, conocidos como Ermeni o armenios; y los cristianos ortodoxos o Rum. Sin embargo, de los tres, el de los greco-ortodoxos había conservado una preeminencia destacada gracias al hecho de que había sido el primero en fundarse –lo hizo el sultán Mehmed II en 1454- y debido a la posición detentada por una minoría altamente influyente, social y económicamente muy bien situada, conocida como los fanariotas, por el barrio de Estambul en el que residían: Fanar, en la esquina noroccidental de Estambul. A ella se añadían como parte de esta elite los prelados de la iglesia greco-ortodoxa; sin embargo, y aunque algunos Patriarcas intentaron resistir la influencia ejercida en la jerarquía eclesiástica por la aristocracia fanariota, ésta, por su riqueza e influencia política tendió a dominarla, y de hecho los orígenes de su poder estaban ligados a una temprana asociación con el Patriarcado.
La autonomía administrativa de que gozaban los millets hizo que las respectivas autoridades religiosas tuvieran campo para abusar de los fieles, sin que la Sublime Puerta actuara como juez o árbitro para impedirlo. Estimulados por la protección que Rusia brindaba y los beneficios obtenidos de ello, y al socaire de las ideas nacionalistas que llegaban desde Occidente, las autoridades de los millets pronto descubrieron la rentabilidad de desviar las quejas de la feligresía –debidas a la simonía o la corrupción- hacia la reivindicación nacionalista o la denuncia contra la supuesta opresión de las autoridades otomanas. Y por supuesto, los millets se convirtieron también en puertas traseras por las que se colaban las disolventes influencia occidentales. No sólo eran perfectas plataformas de penetración donde las grandes potencias volcaban su dinero, agentes y conspiraciones.
Algunas de las comunidades confesionales supieron aprovechar muy activamente las oportunidades políticas que ofrecían los millets. Así, en 1850 los armenios consiguieron de la Sublime Puerta el derecho a constituir un “millet protestante” a partir de 15.000 sujetos que misioneros americanos y británicos había convertido al protestantismo en el conjunto de todo el imperio. La novedad consistía en que el obispo que debía ejercer la autoridad debería estar asesorado por un comité religioso y otro laico, encargado éste de dirigir las "cuestiones seculares" del millet. Esto era abrir una puerta para la obtención de privilegios administrativos internos que iban más allá de la esencia de aquello que era el millet como institución: una comunidad meramente confesional.
Judíos y ortodoxos griegos no intentaron politizar sus respectivos millets de esta forma tan activa, pero la naciente burguesía nacional búlgara inició una verdadera campaña sistemática y bien organizada para obtener su propia iglesia autocéfala. En 1860 se produjo una seria ruptura interna entre la Iglesia búlgara de Estambul y el Patriarcado, a lo que siguió, una década más tarde, el reconocimiento oficial por la Sublime Puerta de un flamante Exarcado búlgaro independiente.
La Sublime Puerta aprovechó esta pugna para debilitar a los todopoderosos griegos del imperio, necesarios para la buena marcha del mismo pero que tantos quebraderos de cabeza políticos venían dando desde 1821 con el respaldo ruso. De hecho, la prolongada disputa greco-búlgara puso en apuros a San Petersburgo, que sentía simpatías hacia la causa búlgara, la cual además, era la de los eslavos, pero intentaba evitar alienarse al Patriarcado de Constantinopla. Ansiosos por sacar tajada y contrarrestar la influencia rusa, austriacos y franceses apoyaron a los búlgaros, lo que a su vez revirtió en la creación de una Iglesia uniate búlgara (1861) que reconocía la supremacía del Papa pero retenía el ritual y el dogma ortodoxos.
De esa forma, a lo largo y ancho del Imperio otomano, fue surgiendo una peligrosa confusión entre sentimiento nacional e identidad religiosa que con el tiempo devendría crónica y ayuda a entender ese carácter de fatalismo, fanatismo y extrema emocionalidad que son característicos de las crisis en el espacio ex otomano y que en Europa sólo y únicamente han tenido un equivalente en el conflicto entre católicos irlandeses y protestantes británicos: una excepción que confirma la regla. Por otra parte, durante estos días casi podemos seguir en directo los efectos e implicaciones que genera internacionalmente una crisis en el espacio ex otomano: el conflicto de Gaza y el sur del Líbano. En sus derivaciones exteriores, esa guerra ha generado en ccidente, pero también en España unas reacciones apasionadas muy similares a las ya vistas durante las crisis balcánicas, que incluso han prendido en la política interior.
(Continuará)
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El espacio ex otomano, orígen de crisis actuales (1)

El Imperio otomano en el cénit de su expansión: 1571, bajo Selim II, una vez conquistada la isla de Chipre. Matriz de crisis actuales, sus territorios incluían lo que hoy son Irak, Líbano, Palestina, Chipre, y los estados balcánicos.
Hace unos días me invitaron a una universidad de verano: ya no es aquel sarampión de hace diez años, hay cada vez menos y no se ven muy concurridas. Pero sobre todo, los políticos de moda y los periodistas de postín no pasan por allí a contarnos sus análisis de la actualidad, tirando a trillados o confirmarnos un secreto a voces. Tiempos aquellos del malogrado rector Villapalos, vanita vanitatis.
Mi experiencia en la Universitat Internacional de la Pau, con sede en Sant Cugat del Vallès fue muy agradable. Posee un cierto aroma clerical que no cuadra demasiado con mis preferencias, pero es de las que siguen impartiendo cursos de verano y manteniendo las aulas llenas, lo cual tiene su mérito. Allí es donde me tocó hablar el pasado viernes día 14 y expuse por primera vez en público la teoría del espacio ex otomano.
Sintéticamente, la presentación de la idea reza así: Las crisis más agudas de nuestra época, o al menos las que recogen con más pasión las primeras planas de los diarios occidentales, tienen su origen en el “espacio ex otomano”. Desde Bosnia a Kuwait, pasando por Kosovo, Palestina, Macedonia o Líbano, todos ellos fueron territorios y conflictos surgidos a raíz de la decadencia y descomposición del Imperio otomano. Es más: tales conflictos vienen rodeados de un aura de fatalismo muy característica, que no se emplea en otros. Parece como si hubieran de ser entre inevitables y eternos. ¿Alguien tiene la solución definitiva para lo que está sucediendo en Palestina y el Líbano?¿Y para tranquilizar y hermanar la península de los Balcanes? La respuesta, como se ofrece en el enunciado, podría estar en la forma bajo la cual se fue desmoronando el Imperio otomano por la presión de las potencias europeas.
Primera parte: el papel de Rusia. Cuando los otomanos tomaron Constantinopla en 1453, los rusos lo vieron como un castigo por los pecados de los bizantinos. Y el peor de todos ellos era la apostasía, el intento de reunir las iglesias de Oriente y Occidente. La verdad es que eso no pasó de ser un intento estratégico del emperador Juan VIII Paleologo para buscar apoyo de las potencias católicas de le época ante la creciente presión otomana. Pero la indignación rusa fue tal que el arzobispo unionista Isidoro, impuesto en su día desde Constantinopla, fue expulsado. Poco tiempo después, el metropolitano de Moscú proclamaría la primacía de la Iglesia ortodoxa rusa como defensora de la cristianada. "Han caido dos Romas -escribió el monje Filoteo en 1512- pero la tercera está en pie y no habrá una cuarta". Desde entonces, para muchos rusos, ciertamente, el destino de Rusia como continuadora del Imperio bizantino formaba parte de los planes de Dios.
Los primeros zares importantes, aquellos que convirtieron a Rusia en una potencia, se fijaron precisamente esa meta. Pedro el Grande (1689-1725) y Catalina II (1729-1796), la poderosa zarina modelo de los filósofos ilustrados franceses del XVIII, intentaron de forma muy seria y consecuente, la destrucción parcial e incluso total del Imperio otomano. Las guerras de 1768-1774 y 1787-1792 le supusieron dos golpes muy duros. Especialmente, la segunda contienda: en esa ocasión, Catalina la Grande había preparado detalladamente la expulsión de los turcos de territorio balcánico, demostrando fehacientemente que Rusia se disponía a demoler el Imperio ootmano pieza a pieza, con sistema y sin contemplaciones. En nombre del equilibrio estratégico en la zona, incluso se había pergeñado el denominado “esquema griego”, pactado en secreto con el emperador austriaco.
En virtud de ese plan, tras la victoria militar, los principados de Moldavia y Valaquia serían reunidos en un estado denominado Dacia, bajo directa influencia rusa, y del cual sería nombrado gobernante el príncipe ruso Potemkin. Pero lo más importante del proyecto era la restauración del Imperio bizantino con capital en la antigua Constantinopla, que reuniría los territorios de Tracia, Macedonia, Bulgaria y el norte de Grecia bajo la corona de un nieto de la zarina, nacido en 1779, y bautizado para la ocasión como Constantino.
Este detalle da idea de lo elaborado que estaba el proyecto de destrucción del Imperio otomano en la cabeza de Catalina la Grande. De hecho, el “esquema griego” se completaba con una serie de compensaciones a efectos de conservar el oportuno equilibrio de poder con las potencias de la zona, por lo que la expulsión de los otomanos venía a ser el complemento del reparto de Polonia. Que el “esquema griego” iba más allá del reparto de los territorios balcánicos lo demuestra el hecho de que incluso Francia sería resarcida por la destrucción de su protegido y aliado otomano, con la cesión de Siria y Egipto, territorios de gran importancia para su comercio del Levante. Por lo tanto, proyectos imperialistas que cobrarían plena vigencia a lo largo del siglo siguiente, e incluso del XX, tenían su origen en épocas bien anteriores.
Los rusos no estaban solos en esta empresa. Conforme el Imperio Habsburgo se afirmaba en el Centro y Sudeste de Europa, presionaba también sobre el Imperio otomano. Pero en todo caso, rusos y austriacos seguían unas pautas similares: con cada guerra perdida, comenzando con la austro-otomana de 1683-1699 –y el Tratado de Karlowitz- los vencedores imponían cláusulas especiales a favor de las minorías cristianas en el Imperio otomano. La culminación de la primera fase de imposiciones de ese tono se alcanzó con el Tratado de Küçük Kaynarca, en 1774, que concluyó la guerra con Rusia iniciada en 1768. En virtud de lo impuesto, el sultán debería otorgar a la zarina el derecho de edificar un templo ortodoxo en Estambul, un poderoso símbolo que parecía anticipar amenazadoramente el retorno de la cristiandad a Constantinopla, pero que también estaba relacionado con el derecho que adquiría Rusia de proteger a los cristianos ortodoxos del Imperio: una concesión que amortizaría a fondo durante los años venideros.
Además, apoyándose en el tratado, agentes disfrazados de observadores se dedicaron a atizar el descontento de las poblaciones cristianas ortodoxas, e incluso las actividades de corsarios griegos contra el tráfico marítimo de las naves otomanas en el Egeo. Tras una nueva guerra, el Tratado de Iaşi en 1792, completó al de Küçük Kaynarca: los súbditos griegos del sultán podrían comerciar bajo la protección del pabellón ruso. Pronto descubrieron el enorme mercado que suponía el sur de Rusia y florecieron las colonias griegas en las costas del Mar Negro.
(Continuará)
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EP [FF] “El País de las Filias y las Fobias” (2): Pajas, vigas y ojos, ajenos y propios
Nuevo artículo de Juan Carlos Sanz, contra Turquía, ayer a día 3 de julio. El fenómeno parece ya diario y destinado a promocionar al reportero hasta las mismas puertas del cielo, es decir, la directiva de la redacción, qué menos. Como ya casi no quedan revelaciones que exhumar, Sanz le da un repaso a “Los viejos tabúes que amordazan a Turquía”. Y como no, comienza resucitando a Orhan Pamuk, el asunto del pasado y repasado tema del juicio –que no juicios- que concluyó hace ya meses como parto de los montes anatolio. Orhan Pamuk, zarandeado a las puertas de un juzgado en Estambul, que según el autor de la crónica “disparó las alarmas de la UE sobre el escaso compromiso del Gobierno de Ankara con la libertad de expresión”. Hace pocos días, Sanz escribía sobre el zarandeo del patriarca de la iglesia ortodoxa armenia. Le ha dado por el asunto de los zarandeos como síntoma político, quizá porque nosotros sabemos bastante de eso, desde el zarandeo de Bono al de Arcadi Espada, con los escándalos subsiguientes.
Juan Carlos Sanz maneja informes de la UE con una envidiable versatilidad. Su artículo del pasado 26 de junio parece estar construido en buena parte sobre una conferencia de prensa de Olli Rehn, comisario europeo para la Ampliación, fechada a 20 de junio. Aunque el tono es severo, porque difícil está la negociación, Juan Carlos Sanz tergiversa el contenido –no demasiado hábilmente, no crean- para darle el cariz que a él o a su diario le interesan. Por ejemplo, escribe: “La falta de protección de la libertad religiosa de las minorías griega (unas 100.000 personas) y armenia (60.000) y los crecientes recortes de la libertad de expresión…” Pues bien, en el informe para la prensa de Rehn, el asunto no se plantea exactamente así, sino de esta otra forma:
“Another series of shortcomings relates to the lack of any progress in addressing the difficulties faced by Muslim and non-Muslim religious minorities and communities. The draft law on Foundations currently pending in Parliament will only address some of these difficulties, namely the property regime. We have repeatedly written to the Turkish authorities asking them to amend the draft law in line with the relevant European standards. But this not does replace the need for other more far reaching measures covering all remaining aspects, such as the training of the clergy, as well as the legal status and the internal management of the religious communities.”
Rehn no habla de la “falta de protección de la libertad religiosa de las minorías”, sino de las dificultades que afrontan “minorías y comunidades musulmanas y no musulmanas”, que es otra cosa. Se refiere al borrador de ley de fundaciones, que no sólo afecta a los dichosos griegos y armenios, muy microminoritarios por otra parte en la Turquía actual –las cifras que cita Sanz parece que están hinchadas y son sobre un total de 70 millones de habitantes. Tiene que ver, sobre todo, con los alevis, nurcus, nakşibendis, fetullahcı y toda esa constelación de cofradías y cemaats (asociaciones) musulmanas que viven o sobreviven entre dos aguas: la legalidad y la ilegalidad. Y no estamos hablando necesariamente de entidades arrinconadas en la miseria, perseguidas y en jaque perpetuo. En algunos casos se trata de cofradías poderosas, con medios propios e influencia política. Por lo tanto es un problema que cara a los estándares comunitarios debe definirse legalmente, pero que no resulta fácil y menos en la actual situación de crispación política a la que contribuye el largo periodo preelectoral que vive Turquía y la continuada pesca en río revuelto de aquellos que se oponen al acceso de ese país a la UE.
Dado que Juan Carlos Sanz está más interesado en disparar emociones a base de las vetustas imágenes de griegos y armenios perseguidos por turcos sanguinarios, también podría añadir algún paralelismo con la precaria situación de derechos humanos que viven numerosas comunidades islámicas en España. Porque mucho hablar de persecución de derechos religiosos o de minorías en países distantes y luego resulta que no hay manera de que los musulmanes de Badalona tengan su propia mezquita. ¿Recuerdan el escándalo? Cierre ilegal del templo existente, campaña vecinal en contra, ayuntamiento local –del mismo color que el periódico de Sanz- que hace mangas con capirotes para darles la razón, asunto metido bajo la alfombra y un algo etcétera muy, pero que muy desagradable para un país que se supone respeta el acervo comunitario. Si estas cosas pasan en el barrio de un ayuntamiento periférico, pueden imaginarse la que se armaría si el muy nutrido colectivo de musulmanes que viven en Catalunya pidiera una mezquita en toda regla en alguna calle céntrica de Barcelona.
Imaginemos entonces las reacciones a que daría lugar un hipotético Partido de los Marroquíes de España, o un Movimiento de los Subsaharianos. ¿Qué no puede ocurrir?¿Por qué? Ayer mismo, en un programa de TV3, varios inmigrantes, algunos de ellos expresándose en un más que correcto catalán, pedían el derecho a voto. Una mujer marroquí se quejaba de que su marido llevaba más de catorce años en Catalunya y todavía no podía emitir sufragio. Mientras tanto, en Europa, muchos inmigrantes tienen derecho a participar en las municipales. Pero incluso a escala continental: ¿Está la UE preparada para dar a sus minorías el trato que le pide a los candidatos? Al fin y al cabo han dejado entrar a Letonia sin que este país haya concedido los necesarios derechos a su enorme minoría rusa. Y han permitido a los grecochipriotas tirar abajo el plan de la ONU para la reunificación de la isla. Pero ese es otro de las trampas que diplomáticos profesionales manejan con maestría profesional y los periodistas agitan con la torpeza habitual. Queda para otro post sobre la incontinente campaña anti turca de “El País” este verano. Y sobre las cosas que Olli Rehn dice pero Juan Carlos Sanz no explica, ni bien, ni mal. Hay de sobras para post y más post. Etiquetas: armenios, Cataluña, cofradías, griegos, Juan Carlos Sanz, libertad de expresión, Orhan Pamuk, proceso de integración en la UE, Rehn, Turquía