lunes, julio 06, 2009

CK Way (1): desde Trabzon a Kars













La mezquita está en una vaguada en el camino hacia Kars. Sólo sobresale el minarete

Se me ocurrió bautizarla como “ruta CK”, sin asomo de ironía, dado que no hace referencia a ninguna marca de colonia . Simplemente, el camino trazaba una “C” invertida que recorría Turquía oriental; y de hecho la zona estaba poblada mayoritariamente por kurdos: de ahí la “K”. En conjunto es un largo trecho de más de 1.600 kilómetros, ignorado para las agencias turísticas de Europa occidental. En la misma Turquía hay algunos operadores que prácticamente a título individual han organizado tours desde Kars hasta Diyarbakır, pero no resulta fácil dar con ellos; y además, eso denota que se trata de una zona en la que el turismo turco recién comienza a acudir tras los años del conflicto armado con las guerrillas del PKK. Pero no es todavía una zona de turismo internacional, lo cual resulta bastante extraordinario en pleno 2009.

El arco se puede iniciar desde el norte o desde el sur, lo cual resulta indiferente para el resultado final del viaje. Si se escoge la primera opción, se aconseja comprar un billete de avión Estambul-Trabzon. Cabe la posibilidad de llegar a la zona de forma más directa mediante la ruta aérea Estambul-Ankara-Kars (que tiene un minúsculo aeropuerto) pero eso supone saltarse la espectacular carretera que, procedente de Trabzon, recorre las estribaciones del Cáucaso. En todo caso, es una alternativa para aquellos viajeros más apresurados, o los que no hayan encontrado otra combinación terrestre que la de Trabzon-Kars por Erzurum, la más habitual. Por fin, el regreso se puede hacer desde el aeropuerto de Diyarbakır. Pero atención: en Turquía los vuelos interiores pueden sufrir retrasos, por lo que se aconseja no calcular enlaces ajustados para el vuelo de regreso a casa desde Estambul. Tomarse las cosas con calma y dedicar una horas a la escala en la antigua capital del Imperio otomano, es lo más realista.


Ruinas de Ani. En el CK Way abundan los paisajes de una belleza desolada. Historia en bruto

Cuando el avión se dispone a aterrizar, una breve mirada a las escarpadas montañas del entorno para recordar que fue allí donde se estrelló el Yak 42 con 62 militares españoles y 15 tripulantes ucranianos en 2003. Por lo demás, Trabzon es una ciudad con historia: durante unos pocos años fue la última capital del Imperio bizantino, tras caer Constantinopla en manos de los turcos otomanos, en 1453. Pero quedan muy escasas trazas de aquel esplendor. Hoy una ciudad comercial, ajetreada y con escasa personalidad para el turista. Eso sí: tiene fama de rumbosa en el contexto de Turquía oriental. Conforme se adentre en el corazón del CK Way, el viajero entenderá esa fama y hasta llegará a echarla de menos en algunos momentos.













La fortaleza de Kars, eterno objtivo estratégico en las inumerables guerras por los pasos del Cáucaso

Trabzon es también la capital de los lazis, objeto de numerosas bromas ente los turcos, similares a las que se hacen en España con los leperos. los franceses con los belgas, los estadonunidenses con los suecos, los argentinos con los gashegos, suma y sigue. Los lazis son un grupo étnico que habita en la costa turca del Mar Negro, con lengua propia relacionado con el megrelio, georgiano y svan. Originariamente cristianos ortodoxos, se convirtieron al islam en tiempos del Imperio otomano, en torno al siglo XVI y en su propio sanjak destacaron como agricultores especializados en te y maíz y también como pescadores, con la anchoa como parte central de su dieta.

Relativamente cerca de la ciudad (unos 50 kilómetros) se encuentra el monasterio greco ortodoxo de
Sümela, fundado en el siglo IV y abandonado (e incendiado) en la década de los años 20 del siglo pasado, en tiempos del brutal intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia. Vale la pena la excursión, porque es uno de los principales monumentos reseñables en toda la costa turca del mar Negro: viene a ser un pequeño Monte Athos abandonado en plena Anatolia. Pero deben hacerse dos puntualizaciones. La primera: si el viajero es aficionado a la fotografía, vdebería llevarse un buen teleobjetivo. Hay dos vistas exteriores del impresionante monasterio incrustado en la ladera de una arbolada montaña. La primera, desde la carretera de acceso, en contrapicado, donde no se detienen los microbuses. La segunda es la que se obtiene desde una terraza panorámica, donde casi concluye el viaje; y aunque desde ahí se contempla todo el escarpado valle, la fachada del monasterio queda lejana y algo escondida. Segunda observación: ojo con la picaresca asociada a los transportes en Turquía; el interior del monasterio se puede ver en una media hora pero el microbús puede tardar hasta dos horas en regresar y recoger a los turistas; o no volver; o esperar a pie de la montaña, en un hotel y restaurante, al que se llega tras una buena caminata de casi media hora (y eso cuesta abajo).














Paisaje de montaña. Pueden pasar muchos kilómetros sin encontrar presencia humana

El recorrido Trabzon-Kars es el primer desafío importante del CK Way. El camino más pintoresco es el más largo y tortuoso, porque transcurre pegado a la frontera georgiana, por carretra de montaña. Pero los medios de transporte regulares brillan por su ausencia, e ir confiando en los microbuses que unen pueblos muy distantes puede suponer la pérdida de mucho tiempo en largas esperas a mitad de camino hacia la nada. La mejor solución consiste en contratar taxis para trayectos largos (una práctica nada extraña y no muy cara en Turquía y en el mundo balcánico y caucásico) o alquilar un coche.

De esa forma, camino de la lejana Kars, el viajero pasa de una soleada costa de aspecto mediterráneo (desolada y nada explotada turísticamente) a un paisaje alpino intensamente verde. Pero son más de 400 kilómetros de carretera llena de curvas y cuestas. La primera parte discurre por valles estrechos en los que se pueden ver, de tanto en tanto, arroyos de alta montaña y desvencijadas cabañas de madera, típicas del Cáucaso. Sin embargo, el último tramo antes de llegar a Kars son prados altos, intensamente verdes y desolados. En todos los paisajes están presentes los minaretes de las mezquitas: entre los abetos o surgiendo del horizonte de las praderas.



La antigua catedral armenia, tesoro arquitectónico en el desolado centro histórico de Kars













Kars forma parte de ese entorno geográfico, se percibe al primer golpe de vista. Pero hay algo más: tiene fama de ser una ciudad lúgubre, fría y apartada. La célebre novela tostón de Pamuk que transcurre en esa ciudad (“kar” significa “nieve”, en turco) terminó de remachar esa imagen. Ante tal imagen, lo único que se puede decir es que Kars posee un ambiente que tiene sus adeptos. El conjunto urbano está dominado por una poderosa y negra fortaleza aupada sobre un picacho. Allí pudo haber transcurrido el argumento del Desierto de los Tártaros de Dino Buzzati, pero dado que la ciudad perteneció a Rusia durante muchos años, también trae a la memoria el viaje de Tolstoi al Cáucaso y su estancia en el fuerte de Stari Yurt durante la Guerra de Crimea contra el Imperio otomano. En definitiva, Kars es ciudad fronteriza por antonomasia, campo de batalla en guerras eternas entre rusos, turcos, armenios y persas, punto de tratados internacionales y pieza de intercambio entre unos y otros. A lo pies de la oscura fortaleza, todavía en uso, la ciudad parece desordenada, inacabada: la abandonada y compacta catedral armenia, contribuye a esa impresión. Los viejos edificios administrativos rusos pasan desapercibidos por descuidados. Algunos bares y tiendas son el colmo de la decrepitud y la melancolía. Todo va en tonos de piedra oscura, a menudo bajo un cielo encapotado.

Más allá del barrio histórico, desolado y sucio, la arteria principal de Kars, conserva ese mismo ambiente, aunque esté llena de vida. Eso sí: aunque ajena a su abigarrado y violento pasado histórico, el ambiente anodino del centro conserva un punto de Far West. Abundan cafés internet, algo que el viajero encontrará en las ciudades de todo el CK Way, pero el visitante es toda una rareza y las miradas de los habitantes o los saludos de los niños se lo hacen saber a cada paso.



San Gregorio, Ani








Ir a Kars significa acercarse a contemplar las ruinas de Ani, la que fue esplendorosa capital del reino armenio medieval, a la que se apoda “ciudad de las mil y una iglesias”. Cae un sol de justicia y pasear por la enorme extensión de Ani respirando nubes de insectos es una experiencia poderosamente irreal. El silencio lo puede todo –son escasos grupos de turistas y se pierden enseguida en la inmensidad del paisaje. El cielo aplasta los escasos restos de edificaciones, aquí y allá, surgiendo de la vegetación agostada y salvaje. Apenas se han hecho excavaciones y el horizonte es el de un cementerio abandonado. Es muy difícil imaginarse que hubo vida allí; más parece como si un genio de la escenografía hubiera construido aquellos restos a propósito, para empequeñecer al viajero.

En algunas tomas es imposible evitar que quede constancia del paso de gruesos insectos voladores antes el objetivo; de la misma forma, a veces aparecen, a lo lejos, las torres de vigilancia de los guardias turcos de fronteras. Los costados de la extinta ciudad de Ani pasan junto a gargantas por la que fluyen los ríos Ajurian y Tsalkotsajour, que marcan la frontera entre las actuales Turquía y Armenia, por lo que la fabulosa ciudad de Ani, por la que vivieron y pelearon armenios, georgianos, kurdos, turcos selyúcidas y hasta mogoles, sigue sin poder descansar en paz; continúa siendo símbolo de símbolos disputados, aunque ya nadie viva en sus desaparecidas calles.



Torre de la Iglesia de San Salvador, partida por un rayo; al fondo, la Catedral. Ruinas de Ani


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