domingo, julio 23, 2006

El espacio ex otomano, origen de crisis actuales (2)


A la izquierda, enseña de los barcos mercantes griegos en el Imperio otomano. A finales del siglo XVIII, era normal que utilizaran la bandera naval rusa, con la cruz de San Andrés (a la derecha). Fuente: Flags of the World


Las concesiones que Rusia logró arrancar del sultán a favor de los súbditos cristianos tuvieron tres consecuencias de gran alcance para los destinos del Imperio otomano. En primer lugar, el acelerado enriquecimiento de la comunidad griega en el imperio otomano. Después, la degradación del sistema millet; a partir de ahí, la aparición de un nacionalismo fruto de la influencia ideológica europea pero lastrado por un ingrediente especial, característico del espacio ex otomano.

El siglo XVIII resultó trascendental para la población griega en el imperio. Aunque la mayor parte estaba constituida por campesinos, con el tiempo había ido surgiendo una clase acomodada de comerciantes y navieros. Gracias a los tratados de Küçük Kajnardia e Iaşi los súbditos griegos del sultán pudieron comerciar bajo la protección del pabellón ruso e incluso descubrieron bien pronto el enorme mercado que suponía el sur de Rusia. Así, pronto florecieron las colonias griegas en las costas del Mar Negro. Pero sobre todo, fueron las guerras anglo-francesas y las que acompañaron la Revolución Francesa y las contiendas napoleónicas las que impulsaron decisivamente el comercio griego, que rompió el Bloqueo Continental y desde las costas penetró hasta el corazón de Europa. En 1813, la flota mercante griega totalizaba 615 barcos, equipados con 5.878 cañones y tripulada por 37.526 marinos, cifras astronómicas para la época

Está claro que durante la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, los griegos no sólo habían entrado en activos contactos comerciales con Europa occidental: también habían sido intensamente bombardeados por las nuevas ideas revolucionarias que incluían la viva demostración de la energía que podía desarrollar una nación en armas: lo habían podido ver con sus propios ojos en Rusia, en España en la misma Francia. Además, los griegos tenían ya sus ideólogos nacionalistas, intelectuales que habían vivido en estrecho contacto con las ideas políticas occidentales, como Adamantios Korais o Rigas Feraios: el primero fue el constructor del moderno idioma griego, vehículo de una renovada identidad nacional; el segundo planteaba la posibilidad de una reconstrucción del Imperio bizantino, una vez que el Imperio otomano fuera destruido desde dentro por una rebelión conjunta de los pueblos cristianos.

Pero sobre todo, el resultado del peso económico y político que cobraron los griegos dentro del Imperio otomano contribuyó al rápido deterioro del millet, una de las instituciones administrativas más características del Imperio otomano. Como comunidades confesionales que eran, los millets poseían una destacada autonomía administrativa, fiscal y hasta jurídica pero siempre referida estrictictamente a los asuntos de la comunidad religiosa. Con el tiempo, se constituyeron tres millets que se correspondían con los tres grandes grupos religiosos musulmanes del Imperio: los judíos o Yahudi; los cristianos orientales, conocidos como Ermeni o armenios; y los cristianos ortodoxos o Rum. Sin embargo, de los tres, el de los greco-ortodoxos había conservado una preeminencia destacada gracias al hecho de que había sido el primero en fundarse –lo hizo el sultán Mehmed II en 1454- y debido a la posición detentada por una minoría altamente influyente, social y económicamente muy bien situada, conocida como los fanariotas, por el barrio de Estambul en el que residían: Fanar, en la esquina noroccidental de Estambul. A ella se añadían como parte de esta elite los prelados de la iglesia greco-ortodoxa; sin embargo, y aunque algunos Patriarcas intentaron resistir la influencia ejercida en la jerarquía eclesiástica por la aristocracia fanariota, ésta, por su riqueza e influencia política tendió a dominarla, y de hecho los orígenes de su poder estaban ligados a una temprana asociación con el Patriarcado.

La autonomía administrativa de que gozaban los millets hizo que las respectivas autoridades religiosas tuvieran campo para abusar de los fieles, sin que la Sublime Puerta actuara como juez o árbitro para impedirlo. Estimulados por la protección que Rusia brindaba y los beneficios obtenidos de ello, y al socaire de las ideas nacionalistas que llegaban desde Occidente, las autoridades de los millets pronto descubrieron la rentabilidad de desviar las quejas de la feligresía –debidas a la simonía o la corrupción- hacia la reivindicación nacionalista o la denuncia contra la supuesta opresión de las autoridades otomanas. Y por supuesto, los millets se convirtieron también en puertas traseras por las que se colaban las disolventes influencia occidentales. No sólo eran perfectas plataformas de penetración donde las grandes potencias volcaban su dinero, agentes y conspiraciones.

Algunas de las comunidades confesionales supieron aprovechar muy activamente las oportunidades políticas que ofrecían los millets. Así, en 1850 los armenios consiguieron de la Sublime Puerta el derecho a constituir un “millet protestante” a partir de 15.000 sujetos que misioneros americanos y británicos había convertido al protestantismo en el conjunto de todo el imperio. La novedad consistía en que el obispo que debía ejercer la autoridad debería estar asesorado por un comité religioso y otro laico, encargado éste de dirigir las "cuestiones seculares" del millet. Esto era abrir una puerta para la obtención de privilegios administrativos internos que iban más allá de la esencia de aquello que era el millet como institución: una comunidad meramente confesional.

Judíos y ortodoxos griegos no intentaron politizar sus respectivos millets de esta forma tan activa, pero la naciente burguesía nacional búlgara inició una verdadera campaña sistemática y bien organizada para obtener su propia iglesia autocéfala. En 1860 se produjo una seria ruptura interna entre la Iglesia búlgara de Estambul y el Patriarcado, a lo que siguió, una década más tarde, el reconocimiento oficial por la Sublime Puerta de un flamante Exarcado búlgaro independiente.

La Sublime Puerta aprovechó esta pugna para debilitar a los todopoderosos griegos del imperio, necesarios para la buena marcha del mismo pero que tantos quebraderos de cabeza políticos venían dando desde 1821 con el respaldo ruso. De hecho, la prolongada disputa greco-búlgara puso en apuros a San Petersburgo, que sentía simpatías hacia la causa búlgara, la cual además, era la de los eslavos, pero intentaba evitar alienarse al Patriarcado de Constantinopla. Ansiosos por sacar tajada y contrarrestar la influencia rusa, austriacos y franceses apoyaron a los búlgaros, lo que a su vez revirtió en la creación de una Iglesia uniate búlgara (1861) que reconocía la supremacía del Papa pero retenía el ritual y el dogma ortodoxos.

De esa forma, a lo largo y ancho del Imperio otomano, fue surgiendo una peligrosa confusión entre sentimiento nacional e identidad religiosa que con el tiempo devendría crónica y ayuda a entender ese carácter de fatalismo, fanatismo y extrema emocionalidad que son característicos de las crisis en el espacio ex otomano y que en Europa sólo y únicamente han tenido un equivalente en el conflicto entre católicos irlandeses y protestantes británicos: una excepción que confirma la regla. Por otra parte, durante estos días casi podemos seguir en directo los efectos e implicaciones que genera internacionalmente una crisis en el espacio ex otomano: el conflicto de Gaza y el sur del Líbano. En sus derivaciones exteriores, esa guerra ha generado en ccidente, pero también en España unas reacciones apasionadas muy similares a las ya vistas durante las crisis balcánicas, que incluso han prendido en la política interior.

(Continuará)

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