lunes, noviembre 27, 2006

La balcanización de Próximo Oriente














El mausoleo de la mezquita de al-Askari en Samarra, según postal coloreada. El bombardeo del templo chiita por extremistas suníes en febrero de 2006, precipitó la escalada de la guerra civil en Irak


El que fuera presidente de Montenegro, Momir Bulatović, le relató a la periodista británica Laura Silber la siguient anécdota que transcurrió en los días previos al comienzo de las guerras de Eslovenia y Croacia, inicio de la violenta desintegración de Yugoslavia, que iba a durar una década casi exacta. A finales de aquel mes de junio de 1991, James Baker, que a la sazón era viceperensidente de los Estados Unidos bajo la presidencia de George Bush padre, hizo una gira por las inquietas repúblicas yugoslavas. En su entrevista con el presidente montenegrino éste notó que su interlocutor tenía ciertas dificultades para encauzar la conversación: simplemente no parecía tener muy claro sobre qué temas conversar. Entonces extrajo de su bolsillo una agenda. Intrigado, Bulatović logró escudriñar lo que Baker había apuntado sobre Montenegro. Eran solamente dos líneas: “La república más pequeña de Yugoslavia” y “Un posible quinto voto para Mesić” (candidato a presidente federal por entonces). Eso era todo lo que sabía de Montenegro el enviado especial de los Estados Unidos de América, que había llegado a la zona con la misión de desactivar la tragedia que se avecinaba.

Fotografía oficial de James A. Baker


Quince años más tarde, Baker reaparece como bombero en medio de otro estado pluriétnico que se hunde en la guerra civil. Es cierto que su protagonismo en asuntos árabes le da un mayor grado de experiencia que el desplegado en Yugoslavia en 1991, pero con todo y ello, su presencia en Irak resulta inquietante, incluso para él mismo. Porque Baker fue el artífice de la coalición de las 34 naciones que participaron en la primera Guerra del Golfo, después fue asesor de Bush hijo en la invasión de Irak y ahora, como director de un Grupo de Estudios especilizados parece estar llamado a cerrar la tapa del ataúd con la que concluye su particular carrera diplomática en la zona.

A estas alturas ya no tiene ni medio gramo de originalidad escribir que la intervención en Irak es el primer gran desastre militar y político del siglo XXI. Pero quizá no se ha insistido bastante en la enormidad de la tragedia: no se oculta, pero se pasa por encima del asunto, no se insiste lo suficiente en su enormidad. 600.000 muertos en Irak desde 2003, anunciaba la prestigiosa revista médica británica “The Lancet” a comienzos de octubre pasado. Eso ya es una cifra. Tan abultada que no sería de extrañar que dentro de algunos años los escolares nos pregunten qué hacíamos en 2006, cómo pudimos permitir que se disimulara tamaño genocidio existiendo cámaras de televisión y habiendo jurado solemnemente una y otra vez que “nunca más” se repetirían las atrocidades masivas. Pero así es, y no sólo lo permitimos sino que lo contemplamos imperturbables, noche tras noche en los telediarios, como si tal cosa. Y de esa forma, a buen seguro, no tardaremos en alcanzar el millón de muertos, y más todavía.

Mientras tanto, desde Occidente exigimos a quien nos parece, que se disculpe por su pasado; continuamos utilizando las herramientas del viejo imperialismo. Hacemos muchos pucheros y mohínes por los pecados ajenos cuando nos interesa manipularlos en nuestro beneficio. Y olvidamos las lecciones que debimos haber aprendido nosotros mismos. Finalmente, los occidentales nos engañamos creyendo que sólo con ese proceder –sin la posesiómn de la fuerza económica, tecnológica o militar- podemos ganarnos el respeto o la simpatía de otros pueblos. Y lo peor de todo: nos negamos tozudamente a considerar que esos pueblos dedican cada día horas y más horas ver nuestra televisión, leer las noticias que producimos y estudiar nuestra historia. De esa forma, todo parece indicar que el rumbo de los acontecimientos en Irak es una versión más o menos agudizada de situaciones similares acaecidas ya en otras regiones del espacio ex otomano. Por ejemplo, en Chipre.

El conflicto chipriota, que hoy parece eterno e insuperable, no tiene mucho más de cincuenta años de antigüedad. Comenzó a desarrollarse con rápida virulencia cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, la presión descolonizadora puso a Gran Bretaña ante la tesitura de abandonar el control de la isla, colonia del imperio desde 1878. Lógicamente, Grecia era uno de los países que mayor empeño habían puesto en que los británicos se fueran de Chipre, a lo que cual contribuía su reciente ingreso en la OTAN. Inicialmente, Londres no hizo mucho caso de la presión griega. En septiembre de 1953, el primer ministro Anthony Eden respondió formalmente al gobierno griego que no había nada que discutir en relación a Chipre. Inmediatamente, Atenas hizo pública una declaración demandando libertad de acción para promover una autodeterminación chipriota que concluyera en la enosis, esto es, la unión de la isla con Grecia.

La tensión entre Londres y Atenas subió enteros con rapidez. A pesar de que para entonces ya habían accedido a la independencia de la India y otros territorios coloniales o protectorados, no estaban dispuestos a ceder Chipre con su base aeronaval, sus estaciones de escucha electrónica y sobre todo, su posición clave cercana al canal de Suez y la ruta del petróleo. El año en el que se abrió la caja de Pandora fue 1955. Desde hacía meses, un antiguo oficial del Ejército griego, grecochipriota de nacimiento, había llegado a la isla para organizar la EOKA (Ethniki Organosis Kyprion Agoniston), un grupo paramilitar que en abril inició su actividad con una espectacular campaña de atentados con bomba, siguiendo el modelo empleado previamente contra el dominador británico por irlandeses, judíos, hindúes y egipcios.

El libro de William Mallinson sobre historia contemporánea de Chipe, ofrece interesantes datos sobre la responsabilidad de las autoridades británicas en el inicio de la crisis chipriota, allá por los años cincuenta. Una situación que podría ser la del Irak actual



Ante esa situación, Londres decidió apoyar clandestinamente los intereses turcos; esto implicaba reforzar la posición de esa minoría en la isla, pero también ofrecer a Ankara mayor posibilidad de intervención política. El objetivo último de esos manejos apuntaba al viejo planteamiento de dividir para gobernar, lo que incluía el argumento de que la situación política en Chipre era demasiado inestable como para que Londres condescendiera a otorgarle la independencia. Los británicos recurrieron a todo tipo de triquiñuelas, lo que incluía hacer la vista gorda ante la formación de un grupo paramilitar turcochipriota (Volkan) a crear una fuerza de policía auxiliar compuesta enteramente por agentes de esa minoría y a la convocatoria de una conferencia en Londres, a celebrar en el mes de julio, relacionada de forma genérica con “cuestiones relativas al Mediterráneo Oriental y Chipre”, a la que fueron invitados los gobiernos griego y turco. La intención del acto era que fracasara, a fin de torpedear las relaciones greco-turcas, que habían permanecido estables e incluso razonablemente amistosas desde 1930, cuando Mustafa Kemal y Venizelos terminaron de limar las últimas asperezas saldadas previamente en el Tratado de Lausanne .

Londres implicó a Ankara en sus maniobras para conservar el control de Chipre, pero también porque Turquía poseía un valor estratégico muy superior al de Grecia, algo con lo que los británicos contaban para poner a los norteamericanos de su parte en el conflicto. Cabe recordar que en abril de 1955 Turquía firmó el Pacto de Bagdad con Gran Bretaña, en el que también se incluiría a Irán, Irak y Pakistán, en el contexto de la “pactomanía” norteamericana impulsada por John Foster Dulles.

En esa situación, el 5 de septiembre estalló una bomba en el consulado turco de Salónica y resultó dañada la casa natal de Kemal Atatürk. El incidente, se atribuyó en Turquía a nacionalistas griegos y generó una oleada de xenofobia dirigido contra las minorías que aún continuaban viviendo en el país: armenios y, sobre todo, griegos. Fue un pogrom en toda regla que afectó al corazón de Estambul e İzmir. Grupos de incendiarios y saqueadores destruyeron y pillaron sistemáticamente negocios y domicilios: la colección de fotografías de un profesional de la prensa de entonces (6-7 Eylül olayları. Fotoğraflar – Belgeler Fair Çoker Arşivi, Tarih Vakfi, 2005), revelan a la claras la extrema violencia de los ataques que sólo se detuvieron cuando el ejército sacó los tanques a la calle para restablecer el orden. Hubo también muertos y heridos, y miles de familias griegas abandonaron el país. Muchos años más tarde comenzó a quedar claro que en realidad la bomba de Salónica había sido obra de los servicios de inteligencia británicos, muy en la estrategia de espolear a griegos y turcos entre sí.

En el Irak de nuestros días, una serie de circunstancias muy sospechosas inducen a pensar que las fuerzas ocupantes no están haciendo nada por detener la guerra civil; incluso cabría considerar que la están espoleando. Por ejemplo, el aumento de la violencia entre suníes y chiítas coincide con los meses en los que Washington ha reconocido cada vez más abiertamente que la presencia norteamericana en Irak está yendo francamente mal. La derrota republicana en las legislativas, debida en buena medida a esa situación ha contribuido a que los ataques y represalias hayan crecido en espectacularidad. Claro es que las facciones enfrentadas ya combaten pensando en hacerse con la hegemonía para cuando los norteamericanos se hayan largado del país. Pero lo cierto es que éstos pueden ganar un tiempo precioso conforme aumenta la violencia interna aumenta: los ataques de la insurgencia dejan de lado a sus tropas y se concentran en el rival suní o chíita; y mientras la guerra civil mantenga un perfil bajo, los norteamericanos podrán seguir argumentando que irse de Irak sería condenarlo a la guerra abierta y a una orgía de sangre.

Un guión ya muy manido y que en realidad emerge de las décadas en que las potencias occidentales se aplicaron a desmembrar pieza a pieza el Imperio otomano. En torno al libreto en cuestión, algunas innovaciones actuales: la guerra civil en Irak podría llevar a alguna forma de enfrentamiento ideológico y hasta militar entre el islamismo radical. Por supuesto, entre el chiita y el suní. ¿Puede llegar el día en que Irán se lance a liquidar a Bin Laden?¿Han caído ya activistas de Al Qaeda a manos de insurgentes chiítas? De hecho, ¿qué opina al Sadr de la causa encabezada por el millonario saudí?

A comienzos de marzo de 2003 cualquier oficial de inteligencia occidental medianamente inteligente sabía, sin lugar a dudas, que la dictadura iraquí de Saddam Hussein era un elemento de estabilidad en Oriente Próximo y que precisamente, su erradicación haría de ese solar un verdadero caldo de cultivo del terrorismo islamista. Suponer que en realidad la invasión de Irak buscaba fomentar un terreno de enfrentamiento intermusulmán, que posteriormente podría dirigirse contra Al Qaeda, quizá sería atribuirle una excesiva sutileza a los estrategas norteamericanos. Pero sí es factible considerar que conforme se hacía cada vez más difícil controlar la situación en Irak fue surgiendo la idea, sobre el terreno, de aprovechar lo aprovechable de ese caos que se llevaba todo por delante.

Existen algunas pistas interesantes. Una de ellas es la dificultad existente para obtener información sobre los actores iraquíes sobre el terreno. La actividad de la prensa independiente ha cesado casi por completo. Durante un tiempo, los periodistas que intentaban moverse por su cuenta eran secuestrados, la mayor parte de las veces por grupos desconocidos que no se sabía a ciencia cierta qué buscaban con ello. Quizás el caso más emblemático fue el de la periodista italiana Giuliana Sgrena, de “Il Manifesto”, cuya liberación le costó la vida a Nicola Calipari un oficial de inteligencia, cuando el vehículo en el que la periodista liberada era conducida hacia el aeropuerto, fue tiroterado a conciencia por soldados norteamericanos (marzo de 2005). En Irak, todo el que busca información por su cuenta, termina mal. De la misma forma, algún día quizá salgan a la luz las verdaderas circunstancias, inducciones y motivaciones, de la emboscada tendida a dos automóviles del CNI español, en noviembre de 2003.


El precio de la verdad: la periodista italiana Giuliana Sgrena estuvo a punto de morir tiroteada por soldados americanos tras su liberacíón, en un confuso incidente aún hoy no totalmente aclarado.


El resultado de todo ello es que a día de hoy, un periódico como “El País”, que pretende ser uno de los mejor informados de España, sólo sabe explicarnos que “Al Qaeda es es el grupo [insurgente] más importante y a ésta organización terrorista se le atribuyen la mayor parte de atentados con bomba y decapitaciones” [sic]. Y más adelante concluye: “Además de los nacionalistas suníes, también actúan grupos chiíes. El más conocido es el Ejército de Mahdi, dirigido por el clérigo radical Múqtada al Sáder” (“Los grupos insurgentes armados”, en “El País”, 24 de noviembre, pag. 3). Es decir, que la constelación de grupos insurgentes suníes quedan reducidos a Al Qaeda; lo cual supone que los autores del fracasado asalto contra el Ministerio de Sanidad, el pasado día 23, eran suníes de Al Qaeda. O que los autores del bombardeo de la Mezquita Dorada de Samarra, el pasado 22 de febrero –origen de la actual escalada en Irak- eran también de la célebre organización terrorista. Por lo tanto, si damos crédito a estas informaciones, Al Qaeda abandera una guerra civil en Irak contra los chiitas de al Sadr. En buena lógica, no parece que esté ocurriendo esto, al menos de momento. Más parece que están enfrentándose los takfiriyun o grupos armados dependientes de la administración suní (teóricamente pro americana) con el Ejército del Mahdi y también con grupos armados chiítas dependientes de la administración (también pro americanos). Enfocado así el asunto, resulta muy alarmante.















El ojo de los occidentales: fotografía satélite de la mezquita de al-Askari oferecida por Global Securuty.org


El deterioro de la situación en Irak compite con el que viven Líbano y Afganistán. Ya se suele mencionar en las crónoicas que existe una corriente de conexión entre las guerras que se libran en Irak y Afganistán: los talibanes afganos han aprendido mucho de la forma en que llevan las operaciones de resistencia los radicales iraquíes. Pero además de ello es posible que exista un flujo de instructores, teóricos y mandos entre uno y otro frente. Por otra parte, ese fenómeno también se da entre sus oponentes, los ejércitos de las coaliciones ocupantes. Al fin y al cabo, fue en Afganistán donde primero se intentó aplicar la estrategia de enfrentar gupos étnicos y religiosos musulmanes: recordemos que las fuerzas de la Alianza del Norte estaba compuesta por tayikos, hazaras, uzbekos y hasta pastunes.

Y es que esa es otra constante en la estrategia intervencionista de las potencias vencedoras en la Guerra Fría: desde 1991 las grandes operaciones se han llevado a cabo en estados multiétnicos con problemas estructurales y la mitad de ellas en el espacio ex otomano: Yugoslavia, Somalia, Afganistán e Irak. En todos los casos siempre ha pendido, como una espada de Damocles, el argumento del descuartizamiento como opción final. Aquel discurso desarrollado en Yugoslavia, según el cual la convivencia entre eslovenos, croatas, serbios y bosníacos era “imposible”, planea también sobre Afganistán e Irak, como lo estuvo sobre el conflicto de Palestina en 1948. Y eso es así porque se trata de conflictos propios del espacio ex otomano, y por lo tanto, las potencias intervinientes siempre tienen presto el recurso al enfrentamiento interétnico, sobre todo en base a las definiciones apoyadas en la religión. Y en último término, a la materialización del “divide et impera”: el despiece del estado preexistente en nuevos y más pequeños estados, más dispuestos a la satelización, por unos y otros.

Un trabajo de precisión llevado a cabo por un profesional frío y muy bien entrenado: estado en que quedó el automóvil del ministro Pierre Gemayel.


No es de extrañar si, con el tiempo, las nuevas fuerzas emergentes han aprendido de ese esquema tan vetusto. El pasado 21 de noviembre, el asesinato del ministro de Industria libanés, Pierre Amin Gemayel, dio pie a la crisis más grave en ese pequeño país desde la guerra de Hezbolah con Israel del pasado verano. Un asesino muy profesional y bien preparado, hizo su trabajo de una manera muy precisa y desapareció sin dejar rastro. Los medias occidentales han achacado inmediatamente a Siria la autoría del atentado. Como afirma un autor satírico libanés, “las acusaciones contra Siria fueron más rápidas que las ambulancias”. La frase figura en una de las piezas publicadas por la publicación alternativa “Rebelion” y demuestra que, una vez más, las operaciones de los servicios de inteligencia, grupos terroristas y activistas violentos sin catalogación precisa, se confunden muy a menudo desde el 11-S. Desde luego, como afirma el articulista, existen razones lógicas para que Israel sea el verdadero autor de la acción. Pero también cabría considerar que Siria o Irán e incluso otros actores locales del mismo tejido político libanés, podrían haber tenido interés en el atentado. Por ejemplo, como respuesta a la degradación interesada de Irak. No olvidemos que la guerra civil iraquí alarma y mucho a los países circundantes, y que Irán propuso una cumbre a tres, con Siria e Irak para afrontar los problemas de la región, pero sin la presencia de los Estados Unidos. Por lo tanto, el asesinato de Pierre Gemayel, un ministro que al fin y al cabo no tenía tanta importancia, como afirma Quibla en “Rebelión”, podría haber tenido el valor de un mensaje, un aviso para navegantes: todos podemos jugar a desestabilizar, todos podemos practicar la “politique du pire”, y lo que está sucediendo en Irak podría repetirse en otros lugares. Y eso, en estos momentos, no le interesa a Washington, que bastantes problemas tiene ya en toda la zona como para que salte por los aires otro puzzle.

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lunes, noviembre 20, 2006

La mágica simetría de las efemérides

Evocador fotomontaje publicado en "La Vanguardia" el 24 de octubre de 2006 a partir de sendas fotos de Peter David Josek y AP



Hace más o menos dos años me tocó almorzar en la agradable compañía de dos húngaros, uno académico y ella, diplomática. Fue durante una reunión de trabajo en un grupo de investigación, y como acababa de conocerlos la conversación fue derivando y rebotando de sujeto en sujeto hasta llegar al alzamiento de 1956. Y una vez más pude constatar algo que es de dominio público en aquel país: que la célebre insurrección sigue siendo, aún hoy, motivo de polémica sobre su significado real. Qué duda cabe de que en aquel otoño el stalinismo local, encarnado en Mátyás Rákosi, se había vuelto insoportable para una amplia mayoría de húngaros por su dogmatismo míope, rechazando la posibilidad de acogerse al tren de la liberalización que había abierto el mismo Jruschov durante el XX Congreso del PCUS y que tan ejemplarmente había impuesto a su manera los vecinos polacos con Wladyslaw Gomulka como referente.

Pero la brutal represión soviética y el aprovechamiento propagandístico que hicieron los medios de comunicación del bloque occidental, disimularon bajo la hermosa alfombra de la épica las ambigüedades que acompañaron a la turbulenta y corta insurrección. Por ejemplo, el papel jugado aquellos días como “freedom fignhters” por un número indeterminado de excombatientes que había luchado en el campo del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. O el protagonismo que pudieron haber tenido turbias motivaciones antisemitas: recordemos que Hungría fue el único país del Este donde los cuadros locales del partido comunista había sido purgados en 1949 por un cuarteto de dirigentes moscovitas y judíos: Mátyás Rákosi, Ërnö Gerö, Mihály Farkas y József Révai. Y la purga no se había quedado en el juicio y ahorcamiento de la víctima principal, el “internacionalista y radical” Lásló Rajk, sino que alcanzó a 2.000 cuadros
comunistas, igualmente ejecutados, 150.000 encarcelados y una enorme masa de represaliados y expulsados del partido. A buen seguro que hubo otras motivaciones relacionadas con el resentimiento nacionalista: en 1955 y en virtud del Staatsvertrag firmado con las hasta entonces potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, Austria volvió a ser un estado libre y soberano; las tropas ocupantes se retiraron, incluyendo las soviéticas. Así, a treinta y cinco años del infame Tratado de Trianon, los húngaros volvieron a sentirse injustamente despreciados y castigados: mientras el antiguo socio imperial austriaco era reintegrado a Occidente, Hungría era olvidada en el pozo de la Europa más Oriental.

Célebre fotografía de David Hurn. Un insurgente húngaro, vestido con guerrera del ejército y sosteniéndose sobre una pata de palo, comanda un pequeño grupo de civiles armados en el otoño de 1956. ¿Se trata de un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial?



Hubo otras muchas cuestiones sin aclarar u oportunamente silenciadas: las brutalidades cometidas por algunos grupos de insurgentes o la dudosa coloración política de los protagonistas, a diferencia de aquellos que protagonizaron la “primavera de Praga”, doce años más tarde. Recordemos lo que explicaba el mismo historiador François Fejtö en su clásica Historia de las democracias populares: entre los intelectuales del Círculo Petöfi, que tan señalado protagonismo tuvieron en el desencadenamiento de la insurrección, existía un cargo de conciencia importante por haber aplaudido las purgas stalinistas pocos años antes. ¿Marcó ese deseo de redención un radicalismo que pudo haberse canalizado hacia una transición menos rupturista como había ocurrido pocos meses antes en Polonia?

La implacable industria de las efemérides: el recién aparecido libro de Henri-Christian Giraud sobre la insurrección húngara de 1956, recientemente aparecido. De todas formas, no abundan las obras sobre el acontecimiento, sean obras renovadoras o simples pastiches oportunistas.



Y en octubre de 2006 llegó por fin la perfecta efemérides del medio siglo, con su algarabía de fastos, discursos y loas, mientras los interrogantes e hipótesis historiográficas siguen bien escondidas bajo la alfombra. Las celebraciones han cobrado el satinado aspecto multicolor de los comics, lo estaban pidiendo a gritos, y hasta hay quien se atrevióen hacerlo literal realidad diseñando un comic-juego interactivo, FF´56. Incluso algunos libros escritos a toda prisa y reeditados para la ocasión (la industria de la efemérides es cada vez más exigente) han cobrado ritmo descriptivo de comic o serial cinematográfico, como el grueso volúmen de Henri-Christian Giraud, Le Printemps en octubre (Éds du Rocher, 2006). Lo malo era que en la misma Hungría las cosas no estaban para tanto festejo, y las glorias pasadas se mezclaron con las miserias presentes en una hilarante trama de dobles mensajes y equívocos, con reenactments para todos los gustos. Hubo reconstrucciones históricas para la televisión y el cine, pero también protestas contra el gobierno socialista liderado por el multimillonario Ferenc Gyurcsány que se le escaparon de las manos a las fuerzas de seguridad y el 23 de octubre de 2006 terminaron derivando en una reactualización de las protestas de 1956, con tanque incluido, sacado del museo para la ocasión.

Agentes de la policía política húngara, la AVO, en el momento de ser ejecutados en plena calle tras rendirse. Célebre fotografía de John Sadowy, octubre de 1956.


Un delicioso momento que ilustra a la perfección ese fenómeno que podría denominarse la “mágica simetría de las efemérides”. Desde luego que el monumental escándalo protagonizado por el mismo Ferenc Gyurcsány en septiembre tuvo sobrados méritos propios para explicar la virulencia de las protestas en la calle. Pero no cabe duda de que el 50º aniversario de la revuelta húngara las cargó con un significado muy especial y amargo. El hecho de que una marcha de marcado signo derechista se mezclara con un acto de veteranos insurgentes de 1956 en la plaza de Corvin y el cocktail funcionara, resulta muy significativo. El día anterior, durante la entrega de condecoraciones, el primer ministro pasó un mal trago cuando ocho ancianos insurgentes se negaron a estrecharle la mano. Y es que ese mismo primer ministro, socialista y millonario, había sido jefe de las juventudes comunistas en los años ochenta, cuando dirigía el partido comunista húngaro János Kádar, el hombre que habían puesto en el poder los soviéticos, tras reprimir la revuelta de 1956. Cuando el pasado 23 de octubre, un veterano de ese suceso arengó a los jóvenes manifestantes para que movieran un par de históricos cañones expuestos en la vía pública, a fin de transformarlos en barricadas contra “esos fascistas” –el gobierno actual- quedó más patente que nunca que la simetría de las efemérides había ejercido su particular influjo sobre los acontecimientos.


















Explícita caricatura publicada por "Le Monde" en 1948, a poco de consumarse el "golpe de Praga". Stalin estrangula la libertad checoslovaca ayudado por el comunista Gottwald, ante la sombra de un Hitler que hizo lo mismo una década antes, con el auxilio de Henlein



No es el único caso, desde luego. Sólo en el marco de la Europa oriental, se pueden identificar de una primera ojeada, dos ejemplos más. Uno de ellos, el denominado “golpe de Praga”, en febrero de 1948, que la prensa occidental trató como si se hubiera producido un bache temporal y Checoslovaqia hubiera regresado a 1938. Diez años justos, el turbador ingrediente cabalístico que unido a una situación que a los comentaristas de la época se les antojaba similar, parecía pronosticar el retorno “matemático” de la guerra a Europa. En 1938, las democracias occidentales no habían podido evitar que Hitler arrancara a Checoslovaquia el territorio de los Sudetes, lo cual llevó a su vez a la invasión del país en marzo del año siguiente. Pocos meses después, estalaba la Segunda Guerra Mundial. Febrero de 1948: las potencias occidentales no habían sabido impedir que el estado checoslovaco cayera en la órbita soviética. La Tercera Guerra Mundial parecía servida, y la prensa publicó caricaturas en las que Stalin era comparado a Hitler. Occidente se puso en guardia, se lanzaron programas de rearme y se fundó la Unión Europea Occidental como primer paso para organizar una alianza defensiva para frenar la agresión soviética que, sin embargo, nunca llegó.

Milicianos ustachas croatas y soldados alemanes contemplan una pila de civiles serbios ejecutados en Bosanski Brod, 26 de septiembre de 1941


Verano de 1991: los enfrentamientos interétnicos en Croacia están dando paso a una guerra civil. En junio los nacionalistas croatas han logrado proclamar la independencia del país, un paso contemplado con enorme inquietud por la minoría serbia. ¿Regresaba el aciago verano de 1941? Por entonces se cumplían 50 años justos y el impacto de las efemérides simétricas era vivido como una maldición. Durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas alemanas, italianas, húngaras y búlgaras habían invadido Yugoslavia, desmembrando el estado. Croacia, convertido en un estado fascista, marioneta de Berlín y Roma, obtuvo el control de la totalidad de Bosnia; sus fronteras llegaban hasta Zemun, hoy un barrio periférico de Belgrado. En ese territorio, las milicias ustachas organizaron la despiadada liquidación de la población serbia. Muchos niños fueron convertidos al catolicismo y “croatizados”. Se produjeron reasentamientos forzados de población y asesinatos masivos, primero sobre la amrcha y pronto en el complejo del enorme campo de exterminio de Jasenovac. Al estado ustacha le cupo el triste privilegio de ser el único estado fascista que contó con su propio sistema autóctono de exterminio masivo en el que murieron decenas de miles de serbios, gitanos y judíos. En 1991, todos esos recuerdos parecieron hacerse de nuevo realidad: Alemania se había reunificado el año anterior y con su ayuda, Croacia había obtenido el reconocimiento internacional de su soberanía. Los enfrentamientos interétnicos habían dado lugar a las primeras masacres, tanto de croatas como de serbios. Estos habían proclamado su propia república secesionista en la región de la Krajina. Es evidente que tuvieron ayuda desde Belgrado, pero no debe menospreciarse el peso que tuvieron los fantasmas de la propia historia cuando se cumplían, justamente, 50 años justos, una coincidencia fatídica.

Control de milicianos serbios cerca de Knin, Krajina, agosto de 1991. Fotografía de Zeljko Sinobad. El miedo a que se reprodujeran los horrores acaecidos medio siglo antes, ayuda a explicar la insurrección serbia en Croacia, tras la proclamación de su independencia.


En realidad, las efemérides pueden resultar muy inoportunas. Parecen reclamar a gritos un balance de lo acontecido, que sin embargo, ha de ser forzosamente positivo para el régimen entonces en el poder. Pero el hecho es que la efemérides es, pura y simplemente, un acontecimiento sentimental, pero vacío de enseñanzas, como suelen serlo las consignas propagandísticas. Por ello puede tener el efecto de una pesadilla para unos, o ser vivido como una estafa histórica por otros. “¿Ha sido una celebración sin húngaros?”- le preguntaba un hombre a Félix Flores, corresponsal de “La Vanguardia” el pasado 23 de octubre (“Hungría tiñe de violencia su memoria – Los manifestantes se enfrentan a la carga policial con viejos tanques soviéticos”, martes, 24 de octubre, 2006; pag. 39). En realidad, todavía quedan muchas cosas por explicar sobre la insurección de 1956. Eso lo saben muchos húngaros, dolidos también por los engaños del gobierno actual y ello explicaría también la escasa asistencia de académicos húngaros a los pomposos actos de celebración organizados, sin ir más lejos, por algunas de las instituciones culturales barcelonesas, que como en Budapest, han estado más interesadas en quedar bien que en debatir los entresijos de lo ocurrido.

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miércoles, noviembre 15, 2006

Alianza de Civilizaciones: Proyecto I + D
















En mayo de 2005, un grupo de profesores de la Universitat Autònoma de Barcelona nos acogimos al denominado Plan de grupos emergentes de investigación con un proyecto titulado: “Turquía ante la Unión Europea: perspectivas y problemas”. Ese núcleo estaba formado por los profesores: Ferran Izquierdo, Laura Felíu, Eduard Soler, Francesc Espinet, John Etherignton y yo mismo, Francisco Veiga. Un año y medio más tarde, algunos miembros del grupo decidimos presentar una proyecto I + D cuyo título es: La Alianza de Civilizaciones. Un estudio crítico y reconstructivo. El nuevo empeño lo respaldan los siguientes profesores: Ferran Izquierdo, Laura Felíu, Luciano Zaccara, Enrique U. Da-Cal y el que suscribe, Francisco Veiga. Lo que sigue a continuación es el extracto de la presentación de la memoria técnica, en castellano e inglés.



El proyecto pretende evaluar en profundidad las implicaciones de la propuesta denominada Alianza de Civilizaciones, de sus antecedentes históricos así como de su potencial en los escenarios plausibles en un futuro próximo. Tal idea, lanzada por el Presidente del Consejo español, José Luis Rodríguez Zapatero en la 59ª Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2004, cobró forma posteriormente por iniciativa del que fue Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan. A tal efecto se estableció en dicho organismo un grupo de dieciocho personalidades de alto nivel, a fin de presentar un plan de acción, en base al cual la institución está cobrando forma actualmente. La iniciativa del jefe de gobierno español, sin embargo, no era tan original como pudiera parecer a primera vista: su fondo estaba presente en la teoría de lucha antiterrorista y contrainsurgente desde mediados del siglo XX. En esencia se trataba de poner en práctica estrategías de ayuda al desarrollo para así facilitar el diálogo social, tanto entre Estados, como en las respectivas sociedades civiles, reuniendo a países de tradiciones políticas diversas e incluso dispares, así como a sus portavoces no gubernamentales. De esa forma se articularon las grandes propuestas norteamericanas del tiempo de la Guerra Fría, desde los fundamentos ideológicos del Plan Marshall (1947) a la Alianza para el Progreso de J. F. Kennedy (1961), dinámica que, a mediados del siglo pasado, facilitó la culminación de la sociología como intrumento de análisis y de intervención. Que tales líneas de acción no cosecharon apoyos unánimes ni continuados lo prueba el éxito de la teoría sobre el “choque de civilizaciones” desarrollada en los 90 por el politólogo norteamericano Samuel Huntington. Además, a resultas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la necesidad de rápidos éxitos militares que tenía la administración de George W. Bush hicieron olvidar temporalmente la importancia de las medidas políticas y sociales y sobre todo del diálogo en múltiples direcciones. Tras el error estratégico que supuso la invasión de Irak en marzo de 2003 y la ocupación subsiguiente, el factor diálogo se recuperó en la propuesta de Alianza de Civilizaciones, por esquemática que pareciera al ser alumbrada. Así, la propuesta táctica se transformó en proyecto estratégico con el apoyo de la Secretaría General de las Naciones Unidas y de la misma administración Bush (noviembre de 2005). Ya en entredicho la vía de lucha antiterrorista sólo militar, se empezaron a recuperar canales políticos de actuación. Por otra parte, a esas alturas el proyecto Alianza de Civilizaciones se había distanciado mucho de la estricta idea original, como un esquema para desactivar pacíficamente el terrorismo.

En consecuencia, un enfoque de relaciones basado en alguna forma de Alianza de Civilizaciones requiere tanto un análisis crítico de sus fuentes, desde una metodología histórica, como de la coyuntura concreta que ha marcado su formulación, junto con un exámen prospectivo de viabilidad según las opciones y los escenarios que puedan surgir, al menos a medio plazo. En resumen, el proyecto I+D que se expone aquí se centraría en el análisis de su significado, viabilidad y utilidad real. Además aportará un conjunto amplio y variado de observaciones de caso concreto para su mejor contextualización. Incorporará un seguimiento activo de su desarrollo en relación a la evolución de las coyunturas internacionales durante el plazo del estudio.




Abstract



This project intends an in-depth evaluation of the implications of the Alliance of Civilizations proposal, of its historical antecedents as well as its potencial for problem-solving in plausible scenarios in the more or less foreseeable future. The idea itself, launched by Spanish premier José Luis Rodríguez Zapatero in a speech to the the 59th General Assembly of the United Nations, on September 21, 2004, thereafter took shape as an initiative of the then UN Secretary-General, Kofi Annan. In this sense, within the UN, a special group of outstanding world figures was charged with presenting a plan of action, which is currently taking shape. The initative set in motion by Spain¹s prime minster, however, was not as original as might seem at first glance: the substance was already present in anti-terrorist and counter-insurgency theory since the middle of the Twentieth Century. In essence, it was a matter of putting into practice strategies that might aid economic development, and so bring about social dialogue, as much between States as within their respective civil societies, thereby bringing together countries of very diverse -even frankly disparate- political traditions, as well as their leading non-govbernmental spokespersons and opinion-makers. With this perspective in mind, the most important US proposals, from the ideological foundations of the Marshall Plan (1947) to Kennedy¹s Alliance for Progress (1961), created a dynamic, which, at mid-Twentieth Century, facilitated the culmination of sociology as an instrument both of analysis and for social intervention. The fact that such trends did not establish unanimity of criteria, nor continued consensus, can be clearly perceived by the success of the theory regarding the upcoming ³clash of civilizations² that was developed by the American political scientist Samuel P. Huntington between 1993 and 1996. Furthermore, as a result of the 9/11 attacks, the Bush administration¹s need for quick military successes made it forget for a time the importance of poltical and social measures, and especially of formats that might increase multidirecccional dialogue. After the strategic error of the 2003 Irak invasion, and the ineffectively planned occupation, the dialogue factor was necessarily recovered, however schematic it might have seemed at its firstformulation. In this manner, a tactical proposal became a strategic project with the support of the UN General Secretariat and even the Bush administration (November 2005). By then, the exclusively military response to terrorism was on the wane, and channels of political activity were increasingly called for. In addition, the Alliance of Civilizations concept had gone far beyond the original idea, which was largely a framework for pacifically deactivating terrorism.

As a consequence of such maturation, a focus of relations based on some kind of Alliance of Civilizations format requires a critical analysis of its remoter origins and sources, viewed from a historical methodology, as well as of the specific circumstances that have brought about its public formulation and circulation. together with an examination of the prospects of viability depending on the options and scenarios on the medium-term. In sumation, the R&D project which is presented here will center of the evaluation of the significance, vaiability and real usefulness of the Alliance of Civilizations. This will be realized through a method of case-study contrasts, for a better contextualization. And of course the overall investigation will incorporate a detailed follow-up of ongoing events that might take place while the project is being carried out.

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domingo, noviembre 12, 2006

El turco



El pasado sábado día 11 de noviembre comenzó a distribuirse en las librerías españolas la obra: El turco. Diez siglos a las puertas de Europa (Editorial Debate, 2006) de la cual es autor quien redacta este mismo post. El recurso a escribir “el turco” con minúscula no es casual y desde luego no posee ninguna connotación agresiva o despectiva: no es un libro sobre el Imperio otomano, lo que justificaría referirse al Turco o el Gran Turco; se trata de una historia general de ese pueblo desde sus orígenes. En realidad, la obra está centrada en el periodo que abarca desde la conquista de Anatolia por los selyúcidas y turcomanos (1071) hasta la admisión oficial de Turquía como candidato a la Unión Europea, en octubre de 2005.

El libro pretende ser un manual de historia, estructurado en base a la sucesión cronológica de los diversos periodos. Y como de hecho se trata un enorme lapso de más de once siglos de extensión, el lógico resultado final ha sido un volúmen de 574 páginas, 41 capítulos y más de 800 notas que incorporan referencias a obras clásicas y sobre todo, a las últimas innovaciones bibliográficas sobre historia de los selyúcidas, el Imperio otomano y la República turca. El abanico de temáticas que se estudian es enorme y abarca desde los orígenes del sufismo turco hasta la desconocida historia de los misiles Júpiter en Turquia (1961); estudia las claves del sistema timar en los años de auge y decadencia del imperio y la importancia de la Teoría Solar del lenguaje impulsada por Mustafa Kemal; se explican los problemas que comportaban la utilización de galeras o el significado de la “burguesía verde” en la Turquía actual; se debaten las claves del denominado genocidio armenio pero también los mitos del alzamiento árabe durante la Gran Guerra. Se describe con detalle el decisivo papel de Turgut Özal y se realzan episodios olvidados, como la buscada alianza entre islam y protestantismo en tiempos de Lutero y Solimán el Magnífico; se le dedica un espacio a la justificación teológica del sultanato, ya en el siglo XI o la de la democracia en el Coran, por el Joven Otomano Namık Kemal, durante la segunda mitad del XIX. No se olvidan cuestiones como la influencia de la francmasonería en el esfuerzo reformista de los otomanos durante ese mismo siglo o el decisivo papel de los turcos durante las cruzadas. Esto no es sino un sucinto muestrario de las numerosas e interesantes sujetos que se exploran a lo largo del libro. Pero si hubiera que trazar un guión esencial sobre el contenido de El turco sería el que sigue a continuación, extraído del epílogo del libro.



Derviches sufis en trance. El sufismo ha tenido desde siempre y hasta nuestros días un peso muy destacado en la cultura religiosa turca.




El primer estado otomano creció durante un siglo como una entidad geográfica que abarcaba Anatolia occidental y los Balcanes, esto es, con una factura netamente europeísta que se completaba con el establecimiento de la primera capital en la ciudad de Edirne, la antigua Adrianápolis. Esa tendencia llegó a su culminación con la captura de Constantinopla y su entronización como capital del nuevo Imperio otomano, cuyas fronteras, a finales el siglo XV se podían superponer a las del Imperio bizantino. De hecho, Mehmed II consideró devenir un nuevo César, mientras que el filósofo Jorge de Trebizonda soñaba con convertirlo al cristianismo. Su sucesor, Bayezid II continuó hasta cierto punto con esta tendencia al impulsar el compendio de la denominada “ley otomana” o Código de 1499, que no era sino un completo sistema legal que, sin dejar de poseer una fundamentación religiosa teórica, de hecho había sido impulsada por el propio sultán con el fin de resolver una larga serie de problemas prácticos derivados de la creciente extensión del imperio y de los complejos problemas que ello generaba.

Esta temprana tendencia a la creación de un imperio otomano “europeísta” o “renacentista” se truncó a comienzos del siglo XVI debido a la amenaza que supuso la aparición al Este del movimiento chií de los safávidas, en Irán. La amenaza de contagio a través de Anatolia obligó a los otomanos a reaccionar volviendo sus ojos hacia Oriente, lo que desencadenó una serie de acontecimientos que llevaron a Selim I a ampliar las fronteras del Imperio incluyendo Egipto y los Santos Lugares de Arabia. Eso implicó la “arabización” del Imperio otomano y su crecimiento territorial y poblacional hasta unos extremos tales que se impuso la homogeneización ideológica, legal y administrativa de todo el conjunto. Esa obra la llevó a cabo Süleyman Kanuni, el “Legislador”, como se conoce en Turquía a Solimán el Magnífico, y se basó en la ortodoxia suní pero dictando él la ley como sultán, no como califa que no era. Además, una vez conquistadas Medina y La Meca y aplastado el rival mameluco, poco quedaba por hacer en Oriente; y por consiguiente y también bajo Solimán el Magnífico, retornó la vocación expansionista por Europa y de nuevo la tentación cesárea: recordémoslo luciendo una corona copiada de la que poseía Carlos V ante las murallas de la Viena, sitiada en 1529.

Es interesante recordar estos datos cuando algunos periodistas o politólogos escasamente avezados argumentan que el estado laico actual es obra de Mustafa Kemal Atatürk por imposición dictatorial y bajo la vigilancia constante de las fuerzas armadas. Eso es olvidar que ni Selim I, ni Solimán el Magnífico, ni sus sucesores, reivindicaron el título de califa, lo que cuestiona frontalmente la definición del estado otomano como “teocrático”. Califato y sultanado se unieron finalmente en el sultán Aldülhamid I a partir de 1774, pero con un objetivo estratégico bien concreto: responder a las nuevas potencias imperialistas occidentales en sus mismos términos. Si se erigían en protectores de las minorías cristianas en el Imperio otomano, el sultán-califa podría hacer lo mismo con los musulmanes de los imperios rivales; esa amenaza fue explotada a fondo por Abdülhamid II un siglo más tarde y ciertamente causó preocupación en San Petersburgo, Paris o Londres.


Solimán el Magnífico tocado con un atributo muy poco islámico: la corona que pretendía competir con la de Carlos V. El gran sultán otomano se planteó asumir el rol de emperador una vez tomada Viena (1529 ó 1532), una tentación que también tuvo su predecesor, Mehmed II, tras conquistar Constantinopla.


Mientras tanto, uno de los logros de las Tanzimat fue la creación del Mecelle, el código civil compilado por el jurista Ahmed Cevdet Paşa en el que se conjugaban eficazmente la Şeriat o ley islámica con la inspiración en la muy laica jurisprudencia francesa. Por lo demás, las Tanzimat, con todos sus tiempos muertos e indecisiones, lograron occidentalizar por primera vez un estado musulmán e implantar un sistema educativo laico notablemente abierto a influencias europeas. Al otro lado, en las filas de la oposición más activa, la que consideraba que las Tanzimat era sólo unas mascarada para contentar a las grandes potencias, los Jóvenes Otomanos, intelectuales y conspiradores, muchos de ellos fervientes positivistas, lograron justificar teológicamente la implantación de un régimen parlamentario en el contexto de un estado islámico a partir de la meşveret. Finalmente, la revolución de los Jóvenes Turcos trajo consigo en 1908 un régimen que si bien devino impopular y hasta antipático por sus excesos y por haber hundido al Imperio durante la Gran Guerra, adelantó medidas que impondría definitivamente Mustafá Kemal a partir de 1923. Por lo tanto, el islam turco fue, durante once siglos, un verdadero laboratorio; eso es algo que se suele olvidar, de forma muy interesada, un siglo y pico más tarde, porque justamente continúa desempeñando esa misma función.

A comienzos del XXI, el miedo a que la Turquía surgida de las elecciones de 2002 termine convirtiéndose en una república fundamentalista islámica es otro de los prejuicios habituales entre los denostadores de su candidatura a la UE o incluso aquellos que no terminan de verla clara. Contempladas las cosas en negro sobre blanco, el Partido de la Justicia y el Desarrollo es percibido como islamista. Sin embargo, también es factible considerar que la victoria electoral de esta formación y sus logros en la denominada “Turkestroika” –el proceso de adaptación legal, económico e institucional al acervo comunitario- no son sino fruto de una evolución histórica natural que tiene fundamentos perceptibles en el pasado remoto, y forma parte de una línea política muy viva que arranca de 1950. Porque en realidad, el partido de Erdoğan es un conglomerado social e ideológico que conjuga al islamismo moderado con el conservadurismo político de derechas y el neoliberalismo; es decir, está más emparentado con las ideas de Menderes, Demirel y Özal que con las de Erbakan.

Por otra parte, la situación política en Turquía en noviembre de 2002 era reflejo de una estructura social compleja articulada en torno a una clase media bicéfala. De un lado, la burguesía funcionarial, nacionalista y laica, un grupo muy extenso y relacionada con el servicio al estado, del otro, la nueva clase media de musulmanes practicantes y políticamente conservadores, que gira en torno al mundo de los negocios y que surgió con gran fuerza en Anatolia central durante la era Özal.


Una desaparecida variedad de tulipán, por las que pujaban las mayores fortunas del Imperio otomano en tiempos de la Lale Devri. La lámina, pintada por un artista de palacio, se remonta a 1725



La gran sorpresa del otoño de 2005 fue constatar que un número creciente de turcos expresaba sus reservas hacia la posibilidad de que su país ingresara en la UE; pronto llegaron al 37%, incluso más. Pero poseía su lógica social: la burguesía de cultura laica que vive mayoritariamente del servicio al estado, sabe que el ingreso en el club europeo significa privatización y recorte de gastos y empleos en el sector público. Las clases medias de militancia islamista temen que una vez dentro de la UE sus negocios se vean afectados negativamente de formas diversas: competencia de los socios comunitarios, barreras con los clientes habituales del Próximo Oriente, una más estricta supervisión de las condiciones laborales, encarecimiento de la producción y muchas otras más. En todo caso, la clave social posee una particular relevancia a la hora de entender aspectos centrales de la historia moderan y contemporánea, otomana y turca.

En el siglo XVII, cuando ya comenzaba a quedar claro que el impulso expansivo del Imperio se había detenido, los escasos hombres de estado con espíritu y energía reformadora sólo aspiraban a que las estructuras clásicas otomanas, políticas, militares, administrativas y económicas, volvieran a funcionar, y eso sólo con los oportunos parcheados. Pero llegados a ese punto, las diversas y a veces antitéticas fuerzas autónomas que habían contribuido a expandir el Imperio desde el siglo XIV, sólo deseaban ser piezas inamovibles del estado, con derecho a renta perpetua: desde los jenízaros a los marinos piratas, los sipahis o los kapıkulları que ya formaban una casta deseosa de autoperpetuarse mezclándose con los restos de la oligarquía otomana tradicional. O bien se convirtieron en elementos sospechosos: los griegos, armenios, judíos, las cofradías sufis, todos aquellos sectores sociales francamente heterogéneos que en su momento tanto habían contribuido a la expansión. El Imperio otomano devino un tinglado burocrático, ideológicamente ortodoxo y rígido, centrado en sobrevivir en un entorno cada vez más difícil, en el que ya no era posible tomar la iniciativa y aniquilar a los enemigos uno a uno; y eso lo paralizó hasta convertirlo en el Hombre Enfermo. En cierta manera, el talón de Aquiles del Imperio otomano podría ser el de la Turquía actual: la incapacidad para conjuntar intereses diversos sólo llevaría a conflictos insalvables a medio plazo. El estado o la economía no pueden ser patrimonio exclusivo de una clase o un grupo social determinado, aunque sea mayoritario.

A lo largo del siglo XIX, el fracaso en la articulación de una clase media multiétnica estuvo muy relacionado con el debilitamiento y posterior destrucción del Imperio. La socióloga Fatma Müge Göçek analizó con precisión los sucesivos abortos de las clases medias griega y armenia y apuntó el peligro inherente a que termine ocurriendo lo mismo con la kurda. Las Tanzimat habían tenido un enorme protagonismo en el surgimiento de una importante clase media centrada en el servicio al estado. Turcos y musulmanes en su gran mayoría, nunca favorecieron el acceso de griegos o armenios, pero esa situación tampoco facilitó la aparición de una burguesía comercial o financiera turca. Y de otra parte, la fragmentación étnica evitó el desarrollo de un mercado global y una acumulación de capital que sí se dio, aunque fuera a escala reducida en otros grandes imperios de estructura social similar, como el austro-húngaro o el ruso.

El debate sobre las causas que impidieron una revolución industrial en el Imperio otomano no está muy trabajado por los historiadores especializados y por lo tanto no se ha llegado a conclusiones claras. En cambio, si ha tenido éxito la vinculación del fallido proceso con un supuesto fracaso histórico a gran escala del proceso de modernización social, tecnológico y económico en los estados musulmanes. La obra de Bernard Lewis: ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Medio, obra comentada en el cuerpo del libro, personifica una forma de plantear el problema muy de moda a comienzos del siglo XXI, y que incluso ha inspirado la tesis del “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington, o ha servido para justificar la intervención norteamericana en la zona. Sin embargo, este tipo de planteamientos olvida interesadamente el éxito final de países como la musulmana Indonesia o la misma Turquía. También olvida, interesadamente, que la decadencia del Imperio otomano tuvo muy poco que ver con los asuntos religiosos. La parálisis y el fracaso fueron las de una gran potencia en la que falló el delicado equilibrio entre una expansión excesiva y los medios para mantenerla. Es decir: las causas fueron geoestratégicas, mezcla de factores económicos y capacidades militares.

Enver Bey, en cuadro alusivo a la Revolución de los Jóvenes Turcos (1908) y la contrarrevolución aplastada al año siguiente. Obra del pintor italiano de palacio, Fausto Zonaro.



Además, evita considerar la enorme importancia que tuvo la presión exterior de los imperios rivales en el fracaso del proceso de modernización otomano y la frustrada integración de las diversas clases medias. El fenómeno es de tal calibre que en la actualidad, las crisis políticas más serias o irresolubles, desde los Balcanes occidentales a Irak, Líbano o Palestina, concuerdan con el “espacio ex otomano”, es decir, son aquellas surgidas de la desintegración traumática del Imperio. Este planteamiento no agrada a los neoliberales o conservadores europeos, que plantean el problema a la inversa para desactivarlo o a los antiguos partidarios de la fracasada “ingerencia humanitaria”, que desean desvincular cuidadosamente las intervenciones en los Balcanes de los años noventa, con la de Irak en 2003. Por otra parte, también interesa evitar la asunción de culpas derivadas de la práctica del imperialismo a gran escala a finales del siglo XIX, con planteamientos similares a comienzos del XXI. Pero lo cierto es que en muchos casos el tono argumental en la prensa occidental, incluso la más liberal, recuerda la de hace un siglo y eso no sólo es válido para justificar el “choque de civilizaciones”, sino también para conjurar la posible integración de Turquía en la UE. Las potencias occidentales utilizaron el concepto de nacionalismo para armar ideológicamente identidades religiosas y utilizarlas para dislocar y sojuzgar al Imperio otomano. Un siglo más tarde se presiona a Ankara, a veces con tonos de un populismo histriónico, para que se disculpe por el genocidio de la población Armenia acaecido en 1915, sin mencionar para nada los pecados propios cometidos antes de esa fecha en pleno proceso de expansión imperialista: el exterminio de población civil boer cometido por las autoridades británicas en África del Sur en 1901, el genocidio del pueblo herero en África del Sudoeste (Namibia) llevado a cabo por los alemanes tres años más tarde.

Durante muchos años, Francia bloqueó el acceso de Gran Bretaña a la CEE. Si De Gaulle hubiera recriminado a los ingleses que su gobierno no se disculpara formalmente por lo ocurrido en la guerra de los boers, la respuesta británica hubiera sido, quizás, que Paris debería hacerlo antes por las masacres que arrancaron de Sétif, en 1945 y continuaron después a lo largo de toda la guerra de Argelia. Durante las negociaciones para el ingreso en la UE tampoco a los españoles se les echó en cara que durante el desembarco de Alhucemas en 1925 se hubiera utilizado gas tóxico –remanente alemán de la Primera Guerra Mundial- contra los rifeños. Y suma y sigue: la lista de las muy europeas masacres es apabullante y viene asociada a una época en que casi todos las potencias gobernaban sus propios imperios basándose en las teorías al uso de superioridad racial. Aún en nuestros días quedan restos apreciables de esa forma de pensar: en el tercer aniversario de la invasión de Irak por fuerzas norteamericanas y de sus aliados, se sabe que han muerto entre 2.300 y 2.500 soldados de esa potencia; pero no se ha publicado un cómputo ni siquiera aproximado de las víctimas civiles iraquíes, que mueren cotidianamente en cantidades apreciables.


La nueva Ankara kemalista, capital de la república. Grandes avenidas, arquitectura de las últimas tendencias y la estatua de Mustafa Kemal presidiéndolo todo. Una imagen intencionadamente opuesta a la de Estambul, la vieja capital "bizantina".

Por lo tanto, el Imperio otomano fue conejillo de Indias de las primeras experiencias imperialistas europeas, a contar desde el desembarco de Napoleón en Egipto, en 1798. A partir de ahí, el intervencionismo fue continuo, abarcando desde agresiones directas y rapiña de regiones enteras, a ingerencias políticas y económicas. En conjunto, la dinámica de ingerencia osciló entre el deseo de destrucción total del Imperio otomano (como fue el caso de Rusia) a la defensa interesada de su integridad (Gran Bretaña) o una voladura controlada (Austria-Hungría y Francia). Al final, los pequeños aprendices de brujo terminaron uniéndose a la rebatiña: Italia en 1911, y las jóvenes potencias balcánicas al año siguiente. En el proceso, los pueblos del Imperio fueron manipulados, avasallados o masacrados, pero sobre todo, adquirieron la costumbre de contar con las grandes potencias para resolver sus problemas, ante la Sublime Puerta o entre ellos mismos. El mecanismo de la “trampa balcánica” tuvo su origen en las formas específicas de intervencionismo imperialista de las grandes potencias sobre el Imperio otomano a lo largo de todo el siglo XIX.

Resulta evidente que si tal intervención fue pionera del imperialismo que más tarde se practicaría a gran escala en África, Asia o el Pacífico, tuvo mucho que ver con la proximidad geográfica entre el Hombre Enfermo y Europa. Pero su tempo lento y precavido se debió a dos razones: primero, el hecho de que el imperio otomano era percibido, de alguna forma, como parte de Europa; o al menos, como un una entidad histórica que al ser agredida podía generar pasiones muy peligrosas entre los mismos actores intervinientes: de tipo nacionalistas, histórico, cultural, recelos varios que no siempre se asentaban en consideraciones prácticas. El tono populista de los debates sobre Turquía a comienzos del siglo XXI, arrastraba todavía lastres del XIX y más antiguos incluso. No deja de ser paradójico que los otomanos llegaron a Rumelia guerreando a sueldo de los bizantinos y seis siglos después la supervivencia de su imperio siguiera dependiendo de un equilibrio de fuerzas entre las potencias dominantes en Europa. Nada similar se vivió en África, Asia u Oceanía.


















Durante un tiempo, en los años sesenta, Turquía fue casi una potencia nuclear, cuando los norteamericanos trasladaron a su territorio misiles tácticos Jupiter. La foto está hecha por George Simth, uno de los miembros del equipo de mantenimiento de entonces, y se puede encontrar en: http://www.hlswilliwaw.com/Turkey/html/JupiterMissiles-Pg1.htm


Además, y reforzando todo ello, estaba el hecho de que el Imperio otomano poseía una gran importancia estratégica. Ese factor ha continuado plenamente vivo en la República turca y explica su entrada en la OTAN en 1952, el que durante un tiempo fuera potencia nuclear albergando misiles Júpiter norteamericanos, a comienzos de los sesenta, o se convirtiera en vigilante del Irán revolucionario en los ochenta, o del nuclearizado a partir de 2005. Los ejemplos son en realidad mucho más numerosos, pero en todo caso, ponen de relieve que Turquía es considerada europea, asiática o “un continente aparte” según las circunstancias. Es decir: Turquía es lo que es por su propia definición de estado y nación, pero también –en mayor medida que otros países- por la interacción con sus vecinos, europeos o no. Y esto es un fenómeno que reúne a los turcos de las estepas del Asia Central a comienzos de su historia y a los de Anatolia, en pleno siglo XXI, desde Selçuk a Erdoğan: en sus orígenes se empaparon de las culturas de sus vecinos y fueron budistas, mazdeístas, musulmanes, cristianos nestorianos, judíos incluso. Hoy todo indica que tarde o temprano devendrán europeos de pleno derecho aunque no dejarán de poseer relaciones privilegiadas con árabes, israelíes, pakistaníes, iraníes o armenios. Ellos son así y esa es su riqueza acumulada a través de once siglos de historia.



ÍNDICE

Prólogo. El laboratorio turco

PRIMERA PARTE
La fuerza - Šawka - Şevket

Capítulo 1: Lobos, caballos y halcones. Desde el origen de los pueblos turcos hasta la decadencia abbasí en el siglo X
Capítulo2: Orinando fuego sobre el mundo. La llegada de los selyúcidas al Próximo Oriente musulmán, 950-1055
Capítulo 3: El sultanado de Rūm.. Penetración turca en Anatolia, 1054-1073
Capítulo 4: El músculo del islam. Contención turca de los cruzados y asentamiento de los selyúcidas de Asia Menor, 1085-1240
Capítulo 5: El azote del dios Tängri. Caída de Constantinopla y de Bagdad: La cuarta cruzada y las invasiones mongolas, 1199-1258
Capítulo 6: El final del camino. Contención de los mongoles por los turcos y establecimiento de la dinastía de los mamelucos, 1259-1261



SEGUNDA PARTE
El estado - Devlet



Capítulo 7: La fuerza de una rosa. Transformaciones culturales y religiosas en Anatolia bajo los mongoles, 1243-1290
Capítulo 8: Señor del horizonte. Desintegración final del sultanato de Rum y auge del beylik de Osmán, 1291-1330
Capítulo 9: El Campo de los Mirlos. La conquista de los Balcanes y la creación del imperio bajo Orhan y Murat I, 1346-1389
Capítulo 10: Fetret. Quiebra del imperio y restauración, 1390-1420
Capítulo 11: Carros y cañones. El sultán Murat II y las guerras contra Hungría, 1421-1451
Capítulo 12: La Roja Manzana. La caída de Constantinopla.
Capítulo 13: Refundación. La era de Mehmet II Fâhti.
Capítulo 14: Retorno al califato. La conquista del mundo árabe, 1481-1518
Capítulo 15: Amenazando el corazón de Europa. El Imperio otomano como gran potencia continental, 1521-1533
Capítulo 16: Galeras. La lucha por la supremacía naval, 1533-1556
Capítulo 17: Lepanto. El final de la era de Süleyman I, 1556-1571



TERCERA PARTE
La tragedia- Haile


Cap. 18: Tierras para gatos y perros. Primer tramo de la decadencia otomana, 1571-1606
Cap. 19: El pescado se pudre por la cabeza. Sultanas y jenízaros, 1606-1622
Cap. 20: El canto del cisne. El corazón de un siglo turbulento, 1622-1683
Cap. 21: Horcas claudinas: de Karlowitz a Pasarowitz. La quiebra definitiva del poder otomano en Europa central, 1683-1718
Cap. 22: El sueño de los tulipanes. El fracaso de la primera oportunidad reformista, 1718-1774
Cap. 23: Hoja al viento. El imperio otomano durante la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, 1789-1806
Cap. 24: El Benéfico Evento. Mahmud II y el decisivo viraje reformista, 1807-1827


CUARTA PARTE
Los burócratas - Memurīn


Cap. 25: El perfume de la Estancia Rosa. Las primeras Tanzimat y sus precedentes, 1828-1856
Cap. 26: El triunfo de los cien mil burócratas. El definitivo viraje modernizador y sus límites, 1856-1873
Cap. 27: El año de los tres sultanes. De la gran revuelta balcánica al Congreso de Berlín, 1875-1878
Cap. 28: Estado de excepción ilustrado. Autocracia, progreso y oposición en tiempos de Abdülhamid II, 1879-1902
Cap. 29: El poder toma el poder. Revolución y régimen de los Jóvenes Turcos, 1904-1912
Cap. 30: Últimos meses de paz. El comienzo del fin del Imperio otomano, 1912-1915
Cap. 31: Contrainsurgencia y genocidio. La liquidación de la minoría armenia y sus antecedentes, 1915
Cap. 32: Los planes del gran expolio. Revuelta árabe, reparto del Próximo Oriente y hundimiento del Imperio, 1916-1918


QUINTA PARTE
La República - Cumhuriyet


Cap. 33: El tronco sin ramas. Ocupación y reparto de Anatolia, noviembre de 1918-agosto de 1920
Cap. 34: Fuerza, poder y violencia. El nacimiento de la Turquía contemporánea, 1920-1923
Cap. 35: El Yo Nación. El estado kemalista, 1923-1927
Cap. 36: Devrim. La revolución social y sus límites, 1926-1938
Cap. 37: Koreli. Los inicios del postkemalismo, 1939-1960
Cap. 38: Un lujo para Turquía. Tutela militar y cambio político, 1960-1973
Cap. 39: Años de hierro y plomo. Golpismo, terrorismo y enfrentamiento social, 1973-1983
Cap. 40: Los límites de un milagro. La era Özal y la nueva situación internacional, 1983-1991
Cap. 41: Bruselas. El final de un camino histórico, 1993-2002


Epílogo. Compás de espera




El autor en la actualidad, a poco de concluir el libro

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domingo, noviembre 05, 2006

Cruzadas a 1 euro


Como es bien sabido, en torno a la conferencia de Lahti ha cuajado una verdadera histeria antirrusa en diversos países occidentales, y sobre todo en sus medios de comunicación. En parte ha sido el desahogo a un largo verano en el que a Rusia todo parecía salirle bien, mientras que a los occidentales, encabezadas malgré eux por los Estados Unidos, no hacían sino perder pie por aquí y por allá, y sobre todo en el Medio Oriente. Ya en otoño, y durante la presidencia finlandesa de la UE, el intento de fijar una política común para garantizar los suministros de gas, ha terminado de poner a los europeos más que nerviosos ante la constatación de que en ese capítulo Rusia tiene la sartén por el mango: como si no se supiera desde hace décadas. Como mínimo desde los remotos tiempos de la Östpolitik de Willy Brandt. Lo que ocurre ahora es que en menos de seis años Putin ha tenido un claro éxito en la reconstrucción de aquel estado que en la era de Yeltsin daba pura risa, y tanta eficacia ha disparado todas las alarmas. De esa formka, deprisa y corriendo, en la cocktelera mediática se han mezclado y agitado antiguos fantasmas desaparecidos (la Unión Soviética) con nuevas y alarmantes coyunturas: las potencias emergentes, de China a la India, pasando por Brasil y algunas más; el fracaso en domesticar al "enemigo inventado": el mundo musulmán en el Medio Oriente y Asia Central; el fenómeno de la implosión social interna que están viviendo las mayoría de los países occidentales. Y el resultado es una imagen cada vez más bochornosa de todas las Europas –la vieja y la nueva- y del amigo americano.

Una simple anécdota: hace una semana el grupo emergente de investigación en el que colaboro mantuvo una reunión de trabajo con un profesor turco de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Fatih Tayfur de la METU de Ankara. Uno de los invitados lanzó una pregunta de tono periodístico: “¿Si fracasan las negociaciones para su acceso a la Unión Europea, se decantará la política exterior de Turquía hacia el mundo árabe-islámico?”. Respuesta que dejó patidifusa a una parte de la concurrencia: “¿Por qué con los países árabes? Lo más probable es que los turcos nos vayamos con Rusia”. Una solución muy lógica si tenemos en cuenta que Mustafa Kemal ganó la guerra de independencia contra las potencias de la Entente gracias al apoyo de la Rusia bolchevique, y que en los años treinta sacó adelante su industrialización en base a planes quinquenales diseñados en Moscú, todo ello sin que el viejo zorro de Atatürk se comprometiera políticamente con la Unión Soviética.

Todas las modélicas revistas de actualidad anglosajonas de la semana hacen referencia al nuevo temor ante Rusia. Pero una de ellas refleja con gran precisión los encontrados sentimientos que se viven en torno al fenómeno. "The Bussines - London First Global Bussines Magazine" titula en su primera plana: "Russia´s threat is no longer Marxism and missiles. It´s energy. THE NEW COLD WAR". El titular está flanqueado por un enorme retrato inexpresivo de Putin. La cover story se desarrolla entre las páginas 28 y 30 bajo el título: "Putin´s superpower play". Se trata de un reportaje con ambiciones de globalidad, firmado por Richard Orange en London y James Forsyth en Washington. Pues bien, pocas páginas antes, en la 20, podemos leer otra crónica titulada: "BT knows it´s good to talk in Russia", firmada por Tony Glover. En la pieza, el presidente de British Telecom International se hace lenguas sobre las maravillas de operar en el mercado ruso con clientes como Aeroflot o... Gazprom. ¿Podemos ianmginar una situación ni remotanmente similar en ls años sesenta o setenta del siglo pasado, en tiempos de la URSS de Breznev?¿Acaso General Electric montando las piezas de los misiles soviéticos?

Por lo tanto, mucho retorno de la guerra fría y mucho miedo al superdictador Putin pero, por favor, bussines as usual, sobre todo ahora, que van mejor que nunca en la cada vez más estable Rusia. Este es el asunto que se mueve tras el ruido y las nueces de las cancillerías occidentales y los grandes grupos de comunicación que cotizan en bolsa. Cuando las manadas de lobos del occidente capitalista no pueden esquilmar tan fácilmente rebaños antaño desprotegidos y se encuentran con otras manadas tan fuertes como ellos, lo que tiene lugar a continuación es un interminable concierto de ladridos y aullidos y luego intensos meneos de rabos.

En medio de todo ello, España se ha llevado algunos mordiscos adicionales dentro de su propia manada. El jaleo de la OPA de E.ON sobre Endesa ha enfrentado al gobierno con Alemania. Como en diplomacia estas cosas no pueden ventilarse a la cara y de cualquier manera, el diario "El País" lleva semanas lanzando puñaladas traperas desde sus páginas contra los "intereses egoístas" de Berlín: "La alianza entre Moscú y Berlín bloquea una política energética común en la UE" -proclamaba el ariete catalán Andreu Missé desde Bruselas en la edición del 18 de octubre, página 2 (llevarlo a la primera plana hubiera supuesto una confrontacióin demasiado atrevida). Claro, es que además, la alemana E.ON Ruhrgas es una de las empresas alemanas que ha sacado tajada de los acuerdos con Moscú. Por supuesto, la zapateta de Borrell en Lahti tenía que ver con esas cuestiones, lo cual debe haber granjeado comentarios poco caritativos en Paris, Berlín y países del Este que, como este año se queden sin gas se van a acordar de Pepe y su parentela.

Como Paris anda metido en el ajo y Sarkozy le cantó las cuarenta a ZP este verano tirándole a la cara la regularización masiva de inmigrantes –lo que también hicieron Berlín y Viena a continuación- el pobre "El País" anda por ahí hecho un lío, en la consideración de las cruzadas a las que se sube y de las que se apea. El pinchazo en el debate sobre el proceso de pacificación del País Vasco llevado a cabo en el Parlamento Europeo el pasado 25 de octubre, ha terminado de desbaratar la situación y hoy por hoy, el gobierno de ZP, como Don Quijote, y el rotativo de Prisa, como Sancho Panza, atraviesan alicaídos por el yermo del mayor enrarecimiento internacional de la historia de España desde, pongamos, 1974.


















Fotografía que acompañaba el artículo de Hermann Tertsch citado en este post. Comparar con la publicada el 22 de octubre en la crónica: "Putin critica la corrupción de los alcaldes españoles"

En medio de este fenomenal quilombo, el periodista Hermann Tertsch de "El País" se apuntó alegremente a la cruzada, ondenado su habitual pendón amarillo, con un patético artículo titulado: "El reloj del zar" (24 de octubre). Como dice el refrán serbio: “Éramos pocos, y el pope a caballo”. En realidad, la pieza no aporta nada nuevo a la ya muy conocida trayectoria de este publicista, uno de los muy escasos en la plantilla de un periódico teóricamente de izquierda moderada, con numerosos seguidores en la derecha más casposa. Alguno de los cuales, incluso, no ha dudado en calificarlo admirativamente como "azote de progres". Así, su quinta columnita de los martes se ha convertido en legación de la prensa con estatus de inmunidad diplomática de la desde la que ha venido defendiendo causas acomo la invasión de Irak en 2003, el papa Wojtyla, azote de comunistas, cualquiera de los excesos de las fuerzas de seguridad israelíes y en palabras de Justo Serna, un agudo profesor valenciano, incluso al mismísimo Dios.

En esta ocasión, Tertsch que gusta dárselas de historiador, se sacó de la manga una cita de František Palacký uno de los ideólogos del austroeslavismo a mediados del siglo XIX para decirnos, como Serrano Súñer en 1941, que Rusia es culpable (de todo) y por supuesto de fomentar la destrucción del Imperio Austro-Húngaro para extender su hegemonía en Europa. Tertsch no tuvo que rascarse mucho el cacúmen para encontrarla: la pilló al vuelo de uno de los libros que promociona "El País" con fruición, no exactamente por su calidad intrínseca, sino por haber sido editado en Taurus. La obra de Tony Judt, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945 (Taurus, 2006), es un libro de historia actual, de factura más bien conservadora, que no añade nuevas interpretaciones ni información a lo que otros títulos similares han venido aportando en los últimos diez años. Es un manual que pone en fila india una cierta cantidad de información y deja numerosos “peros” en al aire, y cuya originalidad más útil es la de abarcar hasta el año 2005.


El joven František Palacký (1798-1876) primer gran historiador de la nación checa y uno de los teóricos de lo que se denominó el "austroeslavismo": según él, el tiempo de los pequeños estados había terminado y la humanidad caminaba hacia grandes conjuntos económicos y políticos. Así, un pueblo pequeño como el checo no podría sobrevivir si no era dentro del Imperio Habsburgo, que debería convertirse en estado federal.


En esa línea, encabezan cada capítulo una serie de entradillas un tanto deslabazadas entre sí, y que en muchos casos resultan puramente anacrónicas. Tal es el caso de la que Tertsch utiliza para los fines de su artículo, pero echando mano de la gastada trampa del periodista que juega a ser historiador: escaqueando lo que no le interesa y abusando de sus incautos lectores. Porque lo que silencia interesadamente es que Tomaš Masaryk, discípulo de Palacký en último término, fue el artífice real de la destrucción del Imperio Austro-Húngaro, con la consiguiente aparición de esa "multitud de repúblicas grandes y pequeñas" que según Palacký serían una "estupenda base para una monarquía rusa univeresal" y que en 2006 son una colección de miembros de la OTAN o recién integrados socios de la UE, con una actitud notablemernte antirrusa. Masaryk llevó a cabo su labor disgregadora durante la Gran Guerra, tras una concienzuda campaña en la que fue ayudado por Italia, Francia y los Estados Unidos, mientras Rusia se debatía por entonces en la guerra civil, a partir de 1918. Y en cuanto a Palacký, su cita iba dirigida a los húngaros, que en 1848 intentaron separarse del imperio y fueron aplastados por los eslavos (croatas y serbios) manipulados desde Viena y por tropas rusas. Como buen austroeslavista, Palacký trata de vender las bondades de permanecer unidos en el Imperio Habsburgo, algo que de forma más contundente solía hacer el mismo emperador Francisco-José.

















Masaryk rodeado de voluntarios destinados a las legiones checas, 1918, en el campo de reclutamiento de Stamford, Connecticut (EEUU). La desintegración del Imperio Austro-Húngaro fue obra de un demócrata a carta cabal como Masaryk, con activo apoyo de los aliados occidentales. El protagonismo ruso fue nulo. La idea que supo vender Masaryk fue la de que polacos, checos y yugoslavos serían un bastión eficaz contra el imperialismo alemán en Europa central


En realidad, el Hermann Tertsch historiador aficionado al que nadie ha puesto proa en estos últimos años, no hace sino chupar una y otra vez del bote de las viejas concepciones de la escuela historicista y nacionalista alemana, comenzando por Heinrich von Treitschke y terminando por Friedrich von Bernhardi. De ahí le viene ese odio sin disimulos contra cualquier pueblo eslavo que no sea católico, y que deja ver perfectamente claro en su artículo: a Hermann "Treitschke" Tertsch no le gusta ningún gobernante ruso desde Pedro el Grande hasta la actualidad: “Los zares Pedro y Catalina ya se resignaron ante la certeza de que importar el concepto de ciudadanía era ridículo, caro y peligroso”

Pero en realidad, resulta dudoso que Tertsch se haya leido realmente a los historiadores alemanes clásicos. Parece manejarse de oido, una idea de aquí, otra de allá, lo que le contaron y lo que encontró por casa de pequeñito. Por ejemplo, la idea de que la destrucción del Imperio Austro-Húngaro abonó el terreno para la llegada del comunismo no es cosa del Palacký de 1848 (lógicamente) sino teoría más reciente. Si desean, la pueden encontrar expresada en grandes titulares en la revista española "Mundo", Año IX, nº 413 del 4 de abril de 1948. A nueve años del final de la guerra civil y en puertas de la guerra fría podemos leer que "La desintegración europea en el Este, por obra soviética, tiene una razón determinante: haber destruido Austria-Hungría". Y añade el articulista: "La existencia de esa masa -decía Talleyrand- es necesaria para la salud futura de las naciones civilizadas". Por lo que, en realidad la cita que le hubiera venido bien a Tertsch hubiera sido la del maquiavélico y poco recomendable Talleyrand, y no la de Pallacký.

Titulares de la revista española "Mundo", correspondiente a su edición del 4 de abril de 1948. El reportaje era consecuencia de la instauración del régimen comunista en Checoslovaquia, acaecido apenas dos meses antes.


Para mayor inri, columna con columna, en la misma página 6 de esa edición de "El País", alguien en la redacción había encajado una crónica de Cecilia Fleta desde Berlín, titulada: "Las memorias de Schröder levantan ampollas". Allí se podían leer algunas de las opiniones que le merecían al ex canciller personalidades como George Bush, Ángela Merkel y el primer ministro bávaro, Edmund Stoiber. Pero ni media palabra sobre Putin, al que Schröder considera uno de los estadistas más accesibles y tratables de lo que se puede encontrar en el retablo del poder mundial.

La cruzada de Tertsch iba acompañada por la habitual foto burlona de Putin -ya es marca de fábrica de "El País" la manipulación interesada del material gráfico. En fin: todo un lamentable contraste con la cobertura mucho más profesional y centrada llevada a cabo por otros periódicos más serios, tal como "La Vanguardia", que cinco días más tarde publicó dos artículos. Ambos análisis, sin renunciar a la crítica del fenómeno Putin, lo hacían desde una posición infinitamente más realista: "Putin el Grande" por ese fino y veterano analista que es Xavier Batalla (pag. 8) y "Europa y la Rusia de Putin", por Carlos Nadal (pag. 9).

La pequeña cruzada de "El País", con aires de comic de
“Roberto Alcázar y Pedrín” ("¡Toma del frasco, carrasco!") no hubiera resultado ni la mitad de grotesca de no haber sido porque ese mismo día, 24 de octubre, "El Mundo" publicó una crónica (referencia desde primera plana) sobre el oso que Su Majestad cazó en una montería amañada, organizada en Rusia y que al parecer estaba borracho. No era la primera vez que ese diario sacaba a relucir incidentes similares. Pero en esta ocasión, amontonado los datos lamentables, resultaba que la pacífica pieza era un oso amaestrado llamado Mitrofan, un "animal bondadoso y alegre", según explicó el funcionario local encargado de la Protección y el Fomento de los Recursos Cinegéticos en la región de Vólogda a 400 kilómetros al norte de Moscú. Por supuesto, el ruso no acusaba al rey, que al parecer no estuvo al tanto del escándalo, acaecido en agosto. Pero lo cierto es que previamente el monarca había sido invitado por el matrimonio Putin, no se sabe todavía si de forma oficial o extraoficial. La Casa Real intentó sacarse de encima el asunto de forma bastante desábrida, pero lo cierto es que el parlamentario de Esquerra Republicana, Joan Tardà, hizo una interpelación en el Congreso que fue rechazada alegando que “la actividad privada del Rey no forma parte del ámbito de competencias del Gobierno y que, conforme a la Constitución, la figura del Monarca no está sujeta a control parlamentario”. El affaire se extendió por Cataluña y algún que otro medio de comunicación lo caricaturizó con una considerable dosis de sorna, haciendo referencia a la forma en que el rey relata a sus nietos el cuento de los tres ositos.


La viga en el ojo propio: Anuncio de la pantomima del actor Toni Albà, especializado en parodiar al Rey Juan Carlos. El espectáculo, emitido regularmente en los programas "Set de nit" y "Polònia" de TV3 ha dado lugar a numerosas quejas y polémicas.

No es de extrañar que "El País" pasara por alto olímpicamente este asunto mientras daba vía libre a su personal versión de la cruzada contra el mandatario ruso, llevada a su extremo por un periodista de la casa que más parece un embajador privilegiado de otas épocas y de abecedarios razonables. Sintiéndolo mucho por la Mesa del Congreso, el hecho es que los responsables de que el monarca terminara implicado en una "aborrecible escenificación" o una "payasada sangrienta", como define el funcionario ruso la cacería, son toda una serie de organismos del estado y el gobierno cuya función consiste precisamente estar informados del riesgo político que puede correr el jefe del estado en una excursión de estas características y evitarlo en la medida de lo posible. Porque si hubiera fotos de por medio y resultaban manipuladas por algún diario ruso, a lo peor dejaban en un nivel de aficionados los festivos fotomontajes de "El País". Y menos mal que a Putin no se le ocurrió sacarlo a relucir en sus duras respuestas a Borrell. Será que, al fin y al cabo, la relevancia y respeto que conceden los eslavos al invitado, ha tenido su peso en esta ocasión.

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