domingo, noviembre 05, 2006

Cruzadas a 1 euro


Como es bien sabido, en torno a la conferencia de Lahti ha cuajado una verdadera histeria antirrusa en diversos países occidentales, y sobre todo en sus medios de comunicación. En parte ha sido el desahogo a un largo verano en el que a Rusia todo parecía salirle bien, mientras que a los occidentales, encabezadas malgré eux por los Estados Unidos, no hacían sino perder pie por aquí y por allá, y sobre todo en el Medio Oriente. Ya en otoño, y durante la presidencia finlandesa de la UE, el intento de fijar una política común para garantizar los suministros de gas, ha terminado de poner a los europeos más que nerviosos ante la constatación de que en ese capítulo Rusia tiene la sartén por el mango: como si no se supiera desde hace décadas. Como mínimo desde los remotos tiempos de la Östpolitik de Willy Brandt. Lo que ocurre ahora es que en menos de seis años Putin ha tenido un claro éxito en la reconstrucción de aquel estado que en la era de Yeltsin daba pura risa, y tanta eficacia ha disparado todas las alarmas. De esa formka, deprisa y corriendo, en la cocktelera mediática se han mezclado y agitado antiguos fantasmas desaparecidos (la Unión Soviética) con nuevas y alarmantes coyunturas: las potencias emergentes, de China a la India, pasando por Brasil y algunas más; el fracaso en domesticar al "enemigo inventado": el mundo musulmán en el Medio Oriente y Asia Central; el fenómeno de la implosión social interna que están viviendo las mayoría de los países occidentales. Y el resultado es una imagen cada vez más bochornosa de todas las Europas –la vieja y la nueva- y del amigo americano.

Una simple anécdota: hace una semana el grupo emergente de investigación en el que colaboro mantuvo una reunión de trabajo con un profesor turco de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Fatih Tayfur de la METU de Ankara. Uno de los invitados lanzó una pregunta de tono periodístico: “¿Si fracasan las negociaciones para su acceso a la Unión Europea, se decantará la política exterior de Turquía hacia el mundo árabe-islámico?”. Respuesta que dejó patidifusa a una parte de la concurrencia: “¿Por qué con los países árabes? Lo más probable es que los turcos nos vayamos con Rusia”. Una solución muy lógica si tenemos en cuenta que Mustafa Kemal ganó la guerra de independencia contra las potencias de la Entente gracias al apoyo de la Rusia bolchevique, y que en los años treinta sacó adelante su industrialización en base a planes quinquenales diseñados en Moscú, todo ello sin que el viejo zorro de Atatürk se comprometiera políticamente con la Unión Soviética.

Todas las modélicas revistas de actualidad anglosajonas de la semana hacen referencia al nuevo temor ante Rusia. Pero una de ellas refleja con gran precisión los encontrados sentimientos que se viven en torno al fenómeno. "The Bussines - London First Global Bussines Magazine" titula en su primera plana: "Russia´s threat is no longer Marxism and missiles. It´s energy. THE NEW COLD WAR". El titular está flanqueado por un enorme retrato inexpresivo de Putin. La cover story se desarrolla entre las páginas 28 y 30 bajo el título: "Putin´s superpower play". Se trata de un reportaje con ambiciones de globalidad, firmado por Richard Orange en London y James Forsyth en Washington. Pues bien, pocas páginas antes, en la 20, podemos leer otra crónica titulada: "BT knows it´s good to talk in Russia", firmada por Tony Glover. En la pieza, el presidente de British Telecom International se hace lenguas sobre las maravillas de operar en el mercado ruso con clientes como Aeroflot o... Gazprom. ¿Podemos ianmginar una situación ni remotanmente similar en ls años sesenta o setenta del siglo pasado, en tiempos de la URSS de Breznev?¿Acaso General Electric montando las piezas de los misiles soviéticos?

Por lo tanto, mucho retorno de la guerra fría y mucho miedo al superdictador Putin pero, por favor, bussines as usual, sobre todo ahora, que van mejor que nunca en la cada vez más estable Rusia. Este es el asunto que se mueve tras el ruido y las nueces de las cancillerías occidentales y los grandes grupos de comunicación que cotizan en bolsa. Cuando las manadas de lobos del occidente capitalista no pueden esquilmar tan fácilmente rebaños antaño desprotegidos y se encuentran con otras manadas tan fuertes como ellos, lo que tiene lugar a continuación es un interminable concierto de ladridos y aullidos y luego intensos meneos de rabos.

En medio de todo ello, España se ha llevado algunos mordiscos adicionales dentro de su propia manada. El jaleo de la OPA de E.ON sobre Endesa ha enfrentado al gobierno con Alemania. Como en diplomacia estas cosas no pueden ventilarse a la cara y de cualquier manera, el diario "El País" lleva semanas lanzando puñaladas traperas desde sus páginas contra los "intereses egoístas" de Berlín: "La alianza entre Moscú y Berlín bloquea una política energética común en la UE" -proclamaba el ariete catalán Andreu Missé desde Bruselas en la edición del 18 de octubre, página 2 (llevarlo a la primera plana hubiera supuesto una confrontacióin demasiado atrevida). Claro, es que además, la alemana E.ON Ruhrgas es una de las empresas alemanas que ha sacado tajada de los acuerdos con Moscú. Por supuesto, la zapateta de Borrell en Lahti tenía que ver con esas cuestiones, lo cual debe haber granjeado comentarios poco caritativos en Paris, Berlín y países del Este que, como este año se queden sin gas se van a acordar de Pepe y su parentela.

Como Paris anda metido en el ajo y Sarkozy le cantó las cuarenta a ZP este verano tirándole a la cara la regularización masiva de inmigrantes –lo que también hicieron Berlín y Viena a continuación- el pobre "El País" anda por ahí hecho un lío, en la consideración de las cruzadas a las que se sube y de las que se apea. El pinchazo en el debate sobre el proceso de pacificación del País Vasco llevado a cabo en el Parlamento Europeo el pasado 25 de octubre, ha terminado de desbaratar la situación y hoy por hoy, el gobierno de ZP, como Don Quijote, y el rotativo de Prisa, como Sancho Panza, atraviesan alicaídos por el yermo del mayor enrarecimiento internacional de la historia de España desde, pongamos, 1974.


















Fotografía que acompañaba el artículo de Hermann Tertsch citado en este post. Comparar con la publicada el 22 de octubre en la crónica: "Putin critica la corrupción de los alcaldes españoles"

En medio de este fenomenal quilombo, el periodista Hermann Tertsch de "El País" se apuntó alegremente a la cruzada, ondenado su habitual pendón amarillo, con un patético artículo titulado: "El reloj del zar" (24 de octubre). Como dice el refrán serbio: “Éramos pocos, y el pope a caballo”. En realidad, la pieza no aporta nada nuevo a la ya muy conocida trayectoria de este publicista, uno de los muy escasos en la plantilla de un periódico teóricamente de izquierda moderada, con numerosos seguidores en la derecha más casposa. Alguno de los cuales, incluso, no ha dudado en calificarlo admirativamente como "azote de progres". Así, su quinta columnita de los martes se ha convertido en legación de la prensa con estatus de inmunidad diplomática de la desde la que ha venido defendiendo causas acomo la invasión de Irak en 2003, el papa Wojtyla, azote de comunistas, cualquiera de los excesos de las fuerzas de seguridad israelíes y en palabras de Justo Serna, un agudo profesor valenciano, incluso al mismísimo Dios.

En esta ocasión, Tertsch que gusta dárselas de historiador, se sacó de la manga una cita de František Palacký uno de los ideólogos del austroeslavismo a mediados del siglo XIX para decirnos, como Serrano Súñer en 1941, que Rusia es culpable (de todo) y por supuesto de fomentar la destrucción del Imperio Austro-Húngaro para extender su hegemonía en Europa. Tertsch no tuvo que rascarse mucho el cacúmen para encontrarla: la pilló al vuelo de uno de los libros que promociona "El País" con fruición, no exactamente por su calidad intrínseca, sino por haber sido editado en Taurus. La obra de Tony Judt, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945 (Taurus, 2006), es un libro de historia actual, de factura más bien conservadora, que no añade nuevas interpretaciones ni información a lo que otros títulos similares han venido aportando en los últimos diez años. Es un manual que pone en fila india una cierta cantidad de información y deja numerosos “peros” en al aire, y cuya originalidad más útil es la de abarcar hasta el año 2005.


El joven František Palacký (1798-1876) primer gran historiador de la nación checa y uno de los teóricos de lo que se denominó el "austroeslavismo": según él, el tiempo de los pequeños estados había terminado y la humanidad caminaba hacia grandes conjuntos económicos y políticos. Así, un pueblo pequeño como el checo no podría sobrevivir si no era dentro del Imperio Habsburgo, que debería convertirse en estado federal.


En esa línea, encabezan cada capítulo una serie de entradillas un tanto deslabazadas entre sí, y que en muchos casos resultan puramente anacrónicas. Tal es el caso de la que Tertsch utiliza para los fines de su artículo, pero echando mano de la gastada trampa del periodista que juega a ser historiador: escaqueando lo que no le interesa y abusando de sus incautos lectores. Porque lo que silencia interesadamente es que Tomaš Masaryk, discípulo de Palacký en último término, fue el artífice real de la destrucción del Imperio Austro-Húngaro, con la consiguiente aparición de esa "multitud de repúblicas grandes y pequeñas" que según Palacký serían una "estupenda base para una monarquía rusa univeresal" y que en 2006 son una colección de miembros de la OTAN o recién integrados socios de la UE, con una actitud notablemernte antirrusa. Masaryk llevó a cabo su labor disgregadora durante la Gran Guerra, tras una concienzuda campaña en la que fue ayudado por Italia, Francia y los Estados Unidos, mientras Rusia se debatía por entonces en la guerra civil, a partir de 1918. Y en cuanto a Palacký, su cita iba dirigida a los húngaros, que en 1848 intentaron separarse del imperio y fueron aplastados por los eslavos (croatas y serbios) manipulados desde Viena y por tropas rusas. Como buen austroeslavista, Palacký trata de vender las bondades de permanecer unidos en el Imperio Habsburgo, algo que de forma más contundente solía hacer el mismo emperador Francisco-José.

















Masaryk rodeado de voluntarios destinados a las legiones checas, 1918, en el campo de reclutamiento de Stamford, Connecticut (EEUU). La desintegración del Imperio Austro-Húngaro fue obra de un demócrata a carta cabal como Masaryk, con activo apoyo de los aliados occidentales. El protagonismo ruso fue nulo. La idea que supo vender Masaryk fue la de que polacos, checos y yugoslavos serían un bastión eficaz contra el imperialismo alemán en Europa central


En realidad, el Hermann Tertsch historiador aficionado al que nadie ha puesto proa en estos últimos años, no hace sino chupar una y otra vez del bote de las viejas concepciones de la escuela historicista y nacionalista alemana, comenzando por Heinrich von Treitschke y terminando por Friedrich von Bernhardi. De ahí le viene ese odio sin disimulos contra cualquier pueblo eslavo que no sea católico, y que deja ver perfectamente claro en su artículo: a Hermann "Treitschke" Tertsch no le gusta ningún gobernante ruso desde Pedro el Grande hasta la actualidad: “Los zares Pedro y Catalina ya se resignaron ante la certeza de que importar el concepto de ciudadanía era ridículo, caro y peligroso”

Pero en realidad, resulta dudoso que Tertsch se haya leido realmente a los historiadores alemanes clásicos. Parece manejarse de oido, una idea de aquí, otra de allá, lo que le contaron y lo que encontró por casa de pequeñito. Por ejemplo, la idea de que la destrucción del Imperio Austro-Húngaro abonó el terreno para la llegada del comunismo no es cosa del Palacký de 1848 (lógicamente) sino teoría más reciente. Si desean, la pueden encontrar expresada en grandes titulares en la revista española "Mundo", Año IX, nº 413 del 4 de abril de 1948. A nueve años del final de la guerra civil y en puertas de la guerra fría podemos leer que "La desintegración europea en el Este, por obra soviética, tiene una razón determinante: haber destruido Austria-Hungría". Y añade el articulista: "La existencia de esa masa -decía Talleyrand- es necesaria para la salud futura de las naciones civilizadas". Por lo que, en realidad la cita que le hubiera venido bien a Tertsch hubiera sido la del maquiavélico y poco recomendable Talleyrand, y no la de Pallacký.

Titulares de la revista española "Mundo", correspondiente a su edición del 4 de abril de 1948. El reportaje era consecuencia de la instauración del régimen comunista en Checoslovaquia, acaecido apenas dos meses antes.


Para mayor inri, columna con columna, en la misma página 6 de esa edición de "El País", alguien en la redacción había encajado una crónica de Cecilia Fleta desde Berlín, titulada: "Las memorias de Schröder levantan ampollas". Allí se podían leer algunas de las opiniones que le merecían al ex canciller personalidades como George Bush, Ángela Merkel y el primer ministro bávaro, Edmund Stoiber. Pero ni media palabra sobre Putin, al que Schröder considera uno de los estadistas más accesibles y tratables de lo que se puede encontrar en el retablo del poder mundial.

La cruzada de Tertsch iba acompañada por la habitual foto burlona de Putin -ya es marca de fábrica de "El País" la manipulación interesada del material gráfico. En fin: todo un lamentable contraste con la cobertura mucho más profesional y centrada llevada a cabo por otros periódicos más serios, tal como "La Vanguardia", que cinco días más tarde publicó dos artículos. Ambos análisis, sin renunciar a la crítica del fenómeno Putin, lo hacían desde una posición infinitamente más realista: "Putin el Grande" por ese fino y veterano analista que es Xavier Batalla (pag. 8) y "Europa y la Rusia de Putin", por Carlos Nadal (pag. 9).

La pequeña cruzada de "El País", con aires de comic de
“Roberto Alcázar y Pedrín” ("¡Toma del frasco, carrasco!") no hubiera resultado ni la mitad de grotesca de no haber sido porque ese mismo día, 24 de octubre, "El Mundo" publicó una crónica (referencia desde primera plana) sobre el oso que Su Majestad cazó en una montería amañada, organizada en Rusia y que al parecer estaba borracho. No era la primera vez que ese diario sacaba a relucir incidentes similares. Pero en esta ocasión, amontonado los datos lamentables, resultaba que la pacífica pieza era un oso amaestrado llamado Mitrofan, un "animal bondadoso y alegre", según explicó el funcionario local encargado de la Protección y el Fomento de los Recursos Cinegéticos en la región de Vólogda a 400 kilómetros al norte de Moscú. Por supuesto, el ruso no acusaba al rey, que al parecer no estuvo al tanto del escándalo, acaecido en agosto. Pero lo cierto es que previamente el monarca había sido invitado por el matrimonio Putin, no se sabe todavía si de forma oficial o extraoficial. La Casa Real intentó sacarse de encima el asunto de forma bastante desábrida, pero lo cierto es que el parlamentario de Esquerra Republicana, Joan Tardà, hizo una interpelación en el Congreso que fue rechazada alegando que “la actividad privada del Rey no forma parte del ámbito de competencias del Gobierno y que, conforme a la Constitución, la figura del Monarca no está sujeta a control parlamentario”. El affaire se extendió por Cataluña y algún que otro medio de comunicación lo caricaturizó con una considerable dosis de sorna, haciendo referencia a la forma en que el rey relata a sus nietos el cuento de los tres ositos.


La viga en el ojo propio: Anuncio de la pantomima del actor Toni Albà, especializado en parodiar al Rey Juan Carlos. El espectáculo, emitido regularmente en los programas "Set de nit" y "Polònia" de TV3 ha dado lugar a numerosas quejas y polémicas.

No es de extrañar que "El País" pasara por alto olímpicamente este asunto mientras daba vía libre a su personal versión de la cruzada contra el mandatario ruso, llevada a su extremo por un periodista de la casa que más parece un embajador privilegiado de otas épocas y de abecedarios razonables. Sintiéndolo mucho por la Mesa del Congreso, el hecho es que los responsables de que el monarca terminara implicado en una "aborrecible escenificación" o una "payasada sangrienta", como define el funcionario ruso la cacería, son toda una serie de organismos del estado y el gobierno cuya función consiste precisamente estar informados del riesgo político que puede correr el jefe del estado en una excursión de estas características y evitarlo en la medida de lo posible. Porque si hubiera fotos de por medio y resultaban manipuladas por algún diario ruso, a lo peor dejaban en un nivel de aficionados los festivos fotomontajes de "El País". Y menos mal que a Putin no se le ocurrió sacarlo a relucir en sus duras respuestas a Borrell. Será que, al fin y al cabo, la relevancia y respeto que conceden los eslavos al invitado, ha tenido su peso en esta ocasión.

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