lunes, noviembre 20, 2006

La mágica simetría de las efemérides

Evocador fotomontaje publicado en "La Vanguardia" el 24 de octubre de 2006 a partir de sendas fotos de Peter David Josek y AP



Hace más o menos dos años me tocó almorzar en la agradable compañía de dos húngaros, uno académico y ella, diplomática. Fue durante una reunión de trabajo en un grupo de investigación, y como acababa de conocerlos la conversación fue derivando y rebotando de sujeto en sujeto hasta llegar al alzamiento de 1956. Y una vez más pude constatar algo que es de dominio público en aquel país: que la célebre insurrección sigue siendo, aún hoy, motivo de polémica sobre su significado real. Qué duda cabe de que en aquel otoño el stalinismo local, encarnado en Mátyás Rákosi, se había vuelto insoportable para una amplia mayoría de húngaros por su dogmatismo míope, rechazando la posibilidad de acogerse al tren de la liberalización que había abierto el mismo Jruschov durante el XX Congreso del PCUS y que tan ejemplarmente había impuesto a su manera los vecinos polacos con Wladyslaw Gomulka como referente.

Pero la brutal represión soviética y el aprovechamiento propagandístico que hicieron los medios de comunicación del bloque occidental, disimularon bajo la hermosa alfombra de la épica las ambigüedades que acompañaron a la turbulenta y corta insurrección. Por ejemplo, el papel jugado aquellos días como “freedom fignhters” por un número indeterminado de excombatientes que había luchado en el campo del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. O el protagonismo que pudieron haber tenido turbias motivaciones antisemitas: recordemos que Hungría fue el único país del Este donde los cuadros locales del partido comunista había sido purgados en 1949 por un cuarteto de dirigentes moscovitas y judíos: Mátyás Rákosi, Ërnö Gerö, Mihály Farkas y József Révai. Y la purga no se había quedado en el juicio y ahorcamiento de la víctima principal, el “internacionalista y radical” Lásló Rajk, sino que alcanzó a 2.000 cuadros
comunistas, igualmente ejecutados, 150.000 encarcelados y una enorme masa de represaliados y expulsados del partido. A buen seguro que hubo otras motivaciones relacionadas con el resentimiento nacionalista: en 1955 y en virtud del Staatsvertrag firmado con las hasta entonces potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, Austria volvió a ser un estado libre y soberano; las tropas ocupantes se retiraron, incluyendo las soviéticas. Así, a treinta y cinco años del infame Tratado de Trianon, los húngaros volvieron a sentirse injustamente despreciados y castigados: mientras el antiguo socio imperial austriaco era reintegrado a Occidente, Hungría era olvidada en el pozo de la Europa más Oriental.

Célebre fotografía de David Hurn. Un insurgente húngaro, vestido con guerrera del ejército y sosteniéndose sobre una pata de palo, comanda un pequeño grupo de civiles armados en el otoño de 1956. ¿Se trata de un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial?



Hubo otras muchas cuestiones sin aclarar u oportunamente silenciadas: las brutalidades cometidas por algunos grupos de insurgentes o la dudosa coloración política de los protagonistas, a diferencia de aquellos que protagonizaron la “primavera de Praga”, doce años más tarde. Recordemos lo que explicaba el mismo historiador François Fejtö en su clásica Historia de las democracias populares: entre los intelectuales del Círculo Petöfi, que tan señalado protagonismo tuvieron en el desencadenamiento de la insurrección, existía un cargo de conciencia importante por haber aplaudido las purgas stalinistas pocos años antes. ¿Marcó ese deseo de redención un radicalismo que pudo haberse canalizado hacia una transición menos rupturista como había ocurrido pocos meses antes en Polonia?

La implacable industria de las efemérides: el recién aparecido libro de Henri-Christian Giraud sobre la insurrección húngara de 1956, recientemente aparecido. De todas formas, no abundan las obras sobre el acontecimiento, sean obras renovadoras o simples pastiches oportunistas.



Y en octubre de 2006 llegó por fin la perfecta efemérides del medio siglo, con su algarabía de fastos, discursos y loas, mientras los interrogantes e hipótesis historiográficas siguen bien escondidas bajo la alfombra. Las celebraciones han cobrado el satinado aspecto multicolor de los comics, lo estaban pidiendo a gritos, y hasta hay quien se atrevióen hacerlo literal realidad diseñando un comic-juego interactivo, FF´56. Incluso algunos libros escritos a toda prisa y reeditados para la ocasión (la industria de la efemérides es cada vez más exigente) han cobrado ritmo descriptivo de comic o serial cinematográfico, como el grueso volúmen de Henri-Christian Giraud, Le Printemps en octubre (Éds du Rocher, 2006). Lo malo era que en la misma Hungría las cosas no estaban para tanto festejo, y las glorias pasadas se mezclaron con las miserias presentes en una hilarante trama de dobles mensajes y equívocos, con reenactments para todos los gustos. Hubo reconstrucciones históricas para la televisión y el cine, pero también protestas contra el gobierno socialista liderado por el multimillonario Ferenc Gyurcsány que se le escaparon de las manos a las fuerzas de seguridad y el 23 de octubre de 2006 terminaron derivando en una reactualización de las protestas de 1956, con tanque incluido, sacado del museo para la ocasión.

Agentes de la policía política húngara, la AVO, en el momento de ser ejecutados en plena calle tras rendirse. Célebre fotografía de John Sadowy, octubre de 1956.


Un delicioso momento que ilustra a la perfección ese fenómeno que podría denominarse la “mágica simetría de las efemérides”. Desde luego que el monumental escándalo protagonizado por el mismo Ferenc Gyurcsány en septiembre tuvo sobrados méritos propios para explicar la virulencia de las protestas en la calle. Pero no cabe duda de que el 50º aniversario de la revuelta húngara las cargó con un significado muy especial y amargo. El hecho de que una marcha de marcado signo derechista se mezclara con un acto de veteranos insurgentes de 1956 en la plaza de Corvin y el cocktail funcionara, resulta muy significativo. El día anterior, durante la entrega de condecoraciones, el primer ministro pasó un mal trago cuando ocho ancianos insurgentes se negaron a estrecharle la mano. Y es que ese mismo primer ministro, socialista y millonario, había sido jefe de las juventudes comunistas en los años ochenta, cuando dirigía el partido comunista húngaro János Kádar, el hombre que habían puesto en el poder los soviéticos, tras reprimir la revuelta de 1956. Cuando el pasado 23 de octubre, un veterano de ese suceso arengó a los jóvenes manifestantes para que movieran un par de históricos cañones expuestos en la vía pública, a fin de transformarlos en barricadas contra “esos fascistas” –el gobierno actual- quedó más patente que nunca que la simetría de las efemérides había ejercido su particular influjo sobre los acontecimientos.


















Explícita caricatura publicada por "Le Monde" en 1948, a poco de consumarse el "golpe de Praga". Stalin estrangula la libertad checoslovaca ayudado por el comunista Gottwald, ante la sombra de un Hitler que hizo lo mismo una década antes, con el auxilio de Henlein



No es el único caso, desde luego. Sólo en el marco de la Europa oriental, se pueden identificar de una primera ojeada, dos ejemplos más. Uno de ellos, el denominado “golpe de Praga”, en febrero de 1948, que la prensa occidental trató como si se hubiera producido un bache temporal y Checoslovaqia hubiera regresado a 1938. Diez años justos, el turbador ingrediente cabalístico que unido a una situación que a los comentaristas de la época se les antojaba similar, parecía pronosticar el retorno “matemático” de la guerra a Europa. En 1938, las democracias occidentales no habían podido evitar que Hitler arrancara a Checoslovaquia el territorio de los Sudetes, lo cual llevó a su vez a la invasión del país en marzo del año siguiente. Pocos meses después, estalaba la Segunda Guerra Mundial. Febrero de 1948: las potencias occidentales no habían sabido impedir que el estado checoslovaco cayera en la órbita soviética. La Tercera Guerra Mundial parecía servida, y la prensa publicó caricaturas en las que Stalin era comparado a Hitler. Occidente se puso en guardia, se lanzaron programas de rearme y se fundó la Unión Europea Occidental como primer paso para organizar una alianza defensiva para frenar la agresión soviética que, sin embargo, nunca llegó.

Milicianos ustachas croatas y soldados alemanes contemplan una pila de civiles serbios ejecutados en Bosanski Brod, 26 de septiembre de 1941


Verano de 1991: los enfrentamientos interétnicos en Croacia están dando paso a una guerra civil. En junio los nacionalistas croatas han logrado proclamar la independencia del país, un paso contemplado con enorme inquietud por la minoría serbia. ¿Regresaba el aciago verano de 1941? Por entonces se cumplían 50 años justos y el impacto de las efemérides simétricas era vivido como una maldición. Durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas alemanas, italianas, húngaras y búlgaras habían invadido Yugoslavia, desmembrando el estado. Croacia, convertido en un estado fascista, marioneta de Berlín y Roma, obtuvo el control de la totalidad de Bosnia; sus fronteras llegaban hasta Zemun, hoy un barrio periférico de Belgrado. En ese territorio, las milicias ustachas organizaron la despiadada liquidación de la población serbia. Muchos niños fueron convertidos al catolicismo y “croatizados”. Se produjeron reasentamientos forzados de población y asesinatos masivos, primero sobre la amrcha y pronto en el complejo del enorme campo de exterminio de Jasenovac. Al estado ustacha le cupo el triste privilegio de ser el único estado fascista que contó con su propio sistema autóctono de exterminio masivo en el que murieron decenas de miles de serbios, gitanos y judíos. En 1991, todos esos recuerdos parecieron hacerse de nuevo realidad: Alemania se había reunificado el año anterior y con su ayuda, Croacia había obtenido el reconocimiento internacional de su soberanía. Los enfrentamientos interétnicos habían dado lugar a las primeras masacres, tanto de croatas como de serbios. Estos habían proclamado su propia república secesionista en la región de la Krajina. Es evidente que tuvieron ayuda desde Belgrado, pero no debe menospreciarse el peso que tuvieron los fantasmas de la propia historia cuando se cumplían, justamente, 50 años justos, una coincidencia fatídica.

Control de milicianos serbios cerca de Knin, Krajina, agosto de 1991. Fotografía de Zeljko Sinobad. El miedo a que se reprodujeran los horrores acaecidos medio siglo antes, ayuda a explicar la insurrección serbia en Croacia, tras la proclamación de su independencia.


En realidad, las efemérides pueden resultar muy inoportunas. Parecen reclamar a gritos un balance de lo acontecido, que sin embargo, ha de ser forzosamente positivo para el régimen entonces en el poder. Pero el hecho es que la efemérides es, pura y simplemente, un acontecimiento sentimental, pero vacío de enseñanzas, como suelen serlo las consignas propagandísticas. Por ello puede tener el efecto de una pesadilla para unos, o ser vivido como una estafa histórica por otros. “¿Ha sido una celebración sin húngaros?”- le preguntaba un hombre a Félix Flores, corresponsal de “La Vanguardia” el pasado 23 de octubre (“Hungría tiñe de violencia su memoria – Los manifestantes se enfrentan a la carga policial con viejos tanques soviéticos”, martes, 24 de octubre, 2006; pag. 39). En realidad, todavía quedan muchas cosas por explicar sobre la insurección de 1956. Eso lo saben muchos húngaros, dolidos también por los engaños del gobierno actual y ello explicaría también la escasa asistencia de académicos húngaros a los pomposos actos de celebración organizados, sin ir más lejos, por algunas de las instituciones culturales barcelonesas, que como en Budapest, han estado más interesadas en quedar bien que en debatir los entresijos de lo ocurrido.

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