martes, diciembre 22, 2009

Timisoara, diciembre 1989 - Osservatorio Balcani e Caucaso

















Tanques del Ejército rumano toman posiciones en el centro de Timisoara, diciembre de 1989

Romanian Army tanks take up positions in the center of Timisoara, December 1989

Tengo en el mayor aprecio a los colegas italianos y su capacidad para analizar y entender el mundo balcánico. Una buena muestra de esa calidad es la web: Osservatorio Balcani e Caucaso. Desde Trento, sus autores, sin prisa pero sin pausa, van haciendo su trabajo y aportando material para la reflexión.

Una de sus últimas contribuciones ha sido un vídeo de algo más de diez minutos de duración sobre los
orígenes de la revuelta de Timisoara, en diciembre de 1989, que fue la mecha de la revolución rumana la cual llevó a la caída de Ceausescu. Un pequeño y valioso homenaje sobre unos sucesos que suelen ser injustamente olvidados.


I have the highest regards for my Italian colleagues and their ability to analyze and understand the Balkan world. A good example of that quality is the website: Osservatorio Balcani e Caucaso. From Trento, its authors keeps working through steadily without a break, and providing material for reflection.

One of their last contributions was a video of just over ten minutes long on
the origins of the revolt in Timisoara, in December 1989, which was the match of the Romanian revolution that led to the fall of Ceausescu. A small but valuable tribute on some events that are often unfairly forgotten.

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viernes, noviembre 06, 2009

Victimismo rumano [Romanian victimhood]

















Bucarest, 23 de diciembre, 1989. La multitud se escuda tras un vehículo blindado del Ejército, mientras los reclutas disparan hacia alguna ventana donde, supuestamente, se esconde un francotirador de la Securitate. Sin embargo, nunca se enjuició a ninguna de las personas detenidas aquellos días. De hecho, tampoco se capturó a ningún francotirador real. Si que tuvieron lugar muchas y lamentables confusiones, con numerosos muertos inocentes.



Tras un interesante artículo sobre la ruinosa situación de Rumania, el periodista añade y da por buenas las impresiones de la gente en la calle. Queda bastante claro que los rumanos llevan veinte años echando las culpas de sus desgracias a fantasmas inexistentes. Siempre las mismas explicaciones sobre “redes comunistas secretas”, misteriosos “grupos de presión” y el “trauma de la dictadura”. Sin embargo, cuando el centro-derecha ganó por primera vez las elecciones en 1996, Andrei Pleşu, una de las cabezas más inteligentes del país dijo: “Ahora ya no podremos seguir echando la culpa de todo al comunismo. La responsabilidad de lo que nos suceda será nuestra”. A día de hoy, la Unión Europea piensa lo mismo.
Y por cierto: la cifra oficial de muertos en la Revolución rumana de 1989 fue de 1.104 muertos, no de 10.000. Y buena parte de ellos a causa del Ejército, no de la Securitate.


After an interesting article about the situation of failure in Romania, the author, a Spanish journalist, adds the result of interviews to people on the street. Is quite clear that the Romanians have been blaming, during twenty years, to the same old ghosts for all their misfortunes . Again and again, the usual explanations about the "secret Communist networks," the mysterious "pressure groups" and the "trauma of dictatorship": always the same exaggerations and legends. However, when the Center-Right won the elections for the first time in 1996, Andrei Pleşu (philosopher, essayist, journalist, literary and art critic, and politician), one of the country's most sparkling personalities, said: “From now on, we should no longer put the blame for everything on Communism. The responsibility for what would happens to us, will be ours”. Today, the European Union agrees with it.
By the way: the official death toll in the Romanian Revolution of 1989 was 1,104 deaths, not 10,000. And many of them
because the Army, not the Securitate.

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jueves, septiembre 20, 2007

¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (y 2)















Los vencedores. Un carro de combate T-55 del Ejército rumano pasa ante la sede del gobierno y un grupo de civiles, una vez terminados los combates. Sin los militares de su lado, los contestatarios posiblemente no hubieran logrado derribar al régimen. Fotografía del autor © Francisco Veiga






1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]
Segunda parte y final


Se envió urgentemente [a Timişoara] a un selecto grupo de altos mandos militares, y estos organizaron la represión, con los tanques en la calle, como si estuvieran ante una contingencia bélica. El resultado fue una carnicería (unos setenta muertos en dos días), cuya autoría hay que atribuir en buena medida a los militares, y no tanto a las fuerzas de la Securitate. Pero esta vez, la indignación fue superior al terror: la población civil nunca llegó a pensar que el Ejército disparase contra ellos, y como consecuencia los obreros de todas las fábricas se declararon en huelga general.

Ante esa reacción, era difícil seguir arguyendo que aquello era un ataque exterior. Además, la revuelta del proletariado echaba por tierra toda la legitimación del poder de las autoridades. El Ejército se mantuvo a la expectativa, y la situación quedó en suspenso. Ceauşescu aún no había perdido la partida, y decidió cambiar de registro. Contra un desafío ideológico había que oponer una respuesta ideológica. Tomó la resolución de continuar con la represión enviando a Timişoara unidades de Guardias Patrióticos compuestas por obreros. Paralelamente demostraría su ascendiente sobre las masas proletarias organizando una gran acto de solidaridad. Ese fue el motivo de la manifestación organizada en pleno centro de Bucarest la mañana del día 21 de diciembre. Fue un acto temerario, pero no un error inducido por misteriosas fuerzas conspirativas. En la cabeza de Ceauşescu, donde el tiempo se había detenido, aquello tenía su lógica. Estaba actuando como lo había hecho en 1968, en el mismo escenario y en circunstancias que a él se le antojaban similares. Era un anciano mentalmente esclerotizado que salía de un mundo irreal y pensaba que los recursos de veinte años atrás seguían siendo válidos por sí solos, como una receta mágica.




















El último discurso. Nicolae Ceauşescu se dirige a una multitud de seguidores en la mañana del 21 de diciembre. Contrariamente a lo que pregonó la prensa occidental en aquellos días, la maniobra estuvo muy a punto de salirle bien. La multitud no se sublevó, el fallo consistió en interrumpir el discurso y cortar brevemente la emisión del acto

A pesar de todo, estuvo cerca de conjurar el peligro. Los trabajadores que acudieron a vitorearle ante la sede del Comité Central habían sido escogidos en la fábricas de la ciudad por los sindicatos, según un patrón establecido. Nunca interrumpieron el discurso de Ceauşescu silbándole e insultándole, como afirmaron la inmensa mayoría de los periodistas que escribieron libros o artículos con posterioridad repitiendo miméticamente unos lo que habían dicho los otros[1]. Como revela sin lugar a dudas la grabación videográfica del acto, la multitud gritó de miedo y desconcierto porque un muy reducido grupo de alborotadores se había infiltrado en el acto. Estos sí increparon al dictador, mientras otro, aislado, lanzaba un petardo navideño, provocando el pánico general. Parte de los asistentes huyó, pero con los que se quedaron Ceauşescu continuó su discurso hasta el final. Posteriormente, las televisiones occidentales emitieron la grabación alterada, dando la impresión de que Ceausescu había abandonado el escenario obligado por el disturbio. En realidad, el Conducător pudo haber salido triunfante de la prueba si no hubiera existido la televisión. Porque fueron los tres minutos de interrupción del programa, mientras se restablecía el orden en la plaza, los que hicieron salir a la gente a la calle, ansiosa por comprobar qué había ocurrido.

Con una multitud enorme deambulando por Bucarest, las fuerzas del orden público todavía quedaron más desconcertadas que en Timişoara. Intentaron disuadir a base de exhibir en las calles fuertes contingentes de efectivos. Pero sólo al caer la noche se decidieron a actuar. Se repitió el esquema de Timişoara: el Ejército disparando contra la multitud -entre ella muchos jóvenes y estudiantes- y al día siguiente, cuando la situación parecía controlada, huelga general de los obreros. Esta vez Ceauşescu había perdido la partida definitivamente. El ministro de Defensa, completamente abatido, se suicidó. Ese hecho y la torpeza de Ceauşescu al calificarlo de traidor en un comunicado oficial, sirvieron de excelente pretexto al Ejército para cambiar de bando. Con la sede del Comité Central rodeada por los manifestantes victoriosos, Ceauşescu escapó en helicóptero, sin saber hacia dónde, en un patético y desesperado intento por organizar la resistencia contra lo que él pensaba era un golpe de Estado.
















Fotografía histórica. Bulevar Bălcescu: la revolución triunfará en pocos segundos. Es la mañana del 22 de diciembre y una multitud de manifestantes se dirige contra el cordón de las fuerzas del orden. La policía antidisturbios huye, sólo los vehículos blindados permanecen, pero serán desbordados, sin disparar un solo tiro




El vacío de poder subsiguiente duró varias horas. En el edificio del Comité Central se intentaron formar varios comités de gobierno. El más exitoso estaba formado por algunos antiguos políticos del entorno de Ceauşescu, además de militares y manifestantes, esto es, trabajadores y estudiantes. Las interminables discusiones en aquel caos se prolongaron durante horas. De tanto en tanto, algunos personajes se asomaban al exterior, esperando obtener el apoyo de la enorme y amorfa multitud convocada bajo el balcón del edificio, que les silbaba o vitoreaba. Frente a esta alternativa revolucionaria "clásica", los que tuvieron la idea más "moderna" de ir a la televisión, obtuvieron el triunfo[2]. Primero acudieron un grupo de artistas, entre ellos un famoso poeta y un dramaturgo, ambos con un lógico sentido de la escenografía. Pero los militares no estaban muy dispuestos a aceptar un gobierno de "bohemios". De hecho, un campesino de la provincia de Dîmboviţa (cercana a Bucarest) que encendió casualmente la televisión creyó que se estaba representando una obra de teatro experimental[3].

Por fin, acudió a la televisión Ion Iliescu, una antigua personalidad del régimen, hijo de un viejo militante comunista y de formación científica, que había ido cayendo en desgracia durante los últimos años de Ceauşescu. En 1989 poseía fama de ser un hombre bastante íntegro y aperturista
[4]. Además, su decidida aparición en las pantallas de televisión contrastaba muy favorablemente con el caos amorfo de los revolucionarios que se agolpaban en los pequeños estudios televisivos. Junto a él se agruparon un antiguo general pro-soviético ya retirado (Nicolae Militaru), que podía lavar el honor del Ejército al haberse mantenido al margen de la represión. También formó en el nuevo poder Silviu Brucan, el politólogo impulsor del "Manifiesto de los Seis", así como un diplomático disidente que se había hecho famoso denunciando ante la ONU la situación de los derechos humanos en Rumania. Figuraba asimismo en el grupo un tal Petre Roman, joven ingeniero físico y profesor universitario. Era hijo de Valter Roman, un aguerrido comunista que había combatido en la guerra civil española y que posteriormente llegó a ser una personalidad en el régimen, ostentando diversos cargos ministeriales. De hecho, cuando en 1970 se creó la Academia de Ciencias Sociales y Políticas de la República Socialista de Rumania, destinada a ser una especie de universidad ideológica del régimen ceausista en su proceso de transformación, Valter Roman fue nombrado presidente de la Sección de Ciencias Políticas; también había dirigido la Editorial Política[5].



Otro momento decisivo: el helicóptero personal de Ceauşescu logra realizar un dificilísimo despegue desde la terraza del CC del PCR, llevándose al dictador y a su esposa. Al pie, los manifestantes contemplan la huida. Es el mediodía del 22 de diciembre












En torno a este núcleo, del cual saldría el Frente de Salvación Nacional (FSN) se aglomeraron militares, aventureros, oportunistas y extravagantes. Pero el grupo original constituyó una alternativa bastante lógica de poder civil. Provenía de la antigua elite política o intelectual, marginada por Ceauşescu, pero no ausente de los márgenes del poder. Habían permanecido dentro del ámbito de la "aristocracia del Partido", muy reducida, y de una manera u otra se conocían todos entre sí. Demostraban además claras tendencias tecnocráticas, quizá cultivadas a raíz de los debates internos que desde 1949, y sobre todo a comienzos de los años sesenta, tuvieron lugar en el seno del Partido Comunista Francés en torno a la relación entre ciencia y política. En conjunto poseían características que los hacían aptos para ser aceptados por todos los sectores sociales. Por entonces, los políticos exiliados de la oposición histórica aún no habían tenido tiempo de llegar a Bucarest, y hubiera sido imposible reunir en unas horas a un grupo de líderes anónimos extraídos de la multitud que ofrecieran algunas garantías de eficacia en la gestión política.














Comienzan los tiroteos, en la noche del 22 de diciembre. Nadie sabe muy bien qué ocurre ni contra quién se dispara. Las balas trazadoras pulverizan, de forma casi rutinaria, las ventanas del antiguo Palacio Real. Obsérvese la actitud despreocupada de los civiles y del soldado junto al tanque. Ningún carro de combate llegó a disparar su cañón contra un supuesto enemigo que no contaba con armas pesadas.






El recurso del método

Ese mismo 22 de diciembre por la noche una serie de confusos combates estallaron en Bucarest. La oposición al nuevo régimen tiende a explicar que formaron parte de una farsa organizada o consentida por los nuevos dirigentes para cimentar su poder sobre una victoria obtenida contra los fanáticos partidarios de Ceausescu. Ese tipo de explicaciones enraizó en Occidente y muchos de los que siguieron los acontecimientos aquellos días han conservado la firme convicción de que los hechos de 1989 fueron una especie de complot o autogolpe, a pesar de que las argumentaciones a favor que se ensayaron solían pasar de los pequeños detalles a la macroteorías dejando de lado cuestiones de bulto.

Una de ellas es que los combates no comenzaron en Bucarest, sino en la ciudad de Sibiu, en Transilvania, ya por la mañana del 22 de diciembre, para desconcierto de los revolucionarios bucurestinos que ocupaban la sede del Comité Central, tal como muestran las filmaciones en vídeo
[6]. Pero además, porque una vez tomado el poder, una puesta en escena a tiro limpio resultaba demasiado arriesgada: podía dar lugar a facciones armadas de la oposición. Además, las decenas de muertos y heridos que dejó tras de sí la revolución impidieron la transformación progresiva del régimen sin riesgos inútiles. Si se acepta que los nuevos dirigentes rumanos eran neocomunistas, hay que tener en cuenta que la hipoteca sangrienta de la revolución obligó a terminar con el Partido y a erigir un nuevo y tambaleante régimen en pocos días. No hubo posibilidad de transformar el PCR metamorfoseándolo con otras siglas, como ocurrió en Albania, Bulgaria, Serbia o Eslovenia. En realidad, el nuevo poder no tenía necesidad de la mini-guerra que siguió: la mayoría de los rumanos estaban hartos de Ceausescu, pero le veían ventajas al sistema social y político en el que vivían[7]. Según ellos, podía seguir funcionando si era remendado convenientemente. Eso quedó bien demostrado en la victoria de Iliescu a la presidencia y del FSN al gobierno en las elecciones de mayo de 1990, y octubre de 1992[8].














Cercanías de la sede del CC-PCR, por Calea Victoriei. La prensa occidental publicó esta foto explicando que el caído era un combatiente de la Securitate liquidado por las fuerzas revolucionarias. En realidad se trataba de un policía antidisturbios, seguramente muerto por error en los primeros momentos de la revolución: el escudo yace cerca de él. Hacía más de un día que la policía figuraba en el bando de los revolucionarios


Por otra parte, los francotiradores de la Securitate difícilmente hubieran podido recuperar el poder para Ceauşescu, tal como se explicó en un principio. De hecho, parece fuera de lugar que los presuntos securistas, o incluso mercenarios profesionales, calificados en su momento de verdaderos superhombres dotados de armamento altamente sofisticado[9] no utilizaran ni una sola vez algún tipo de arma contracarro, lanzacohetes portátil o incluso simples granadas para atacar a los tanques del Ejército, la mayor parte del tiempo inmóviles en los puntos neurálgicos de la capital[10]. En realidad, el origen de los combates parece haber respondido, en origen, a un intento de golpe militar impulsado por un grupo de oficiales del Ejército, incluso con el apoyo de parte de la Securitate. Quizá fue una reacción de desconfianza y no se fiaron de Iliescu para tapar las culpas de los militares en la reciente represión. O sencillamente, veían débil al nuevo núcleo de poder. Desde el punto de vista táctico, la forma en que se realizaron los hostigamientos (en una ocasión al menos desde un helicóptero del Ejército, en la zona de los estudios de la televisión) parecía responder al deseo de asustar a la multitud y limpiar las calles de manifestantes, sin provocar bajas indiscriminadamente. Una vez conseguido esto se podía lograr un cambio de líderes rápidamenter y sin presiones o interferencias populares. Pero el objetivo de separar a los manifestantes de los nuevos dirigentes no pudo realizarse. Y entonces, recurriendo a una interpretación totalmente opuesta a la que se ofreció por entonces, los tiroteos se convirtieron en una forma de presión sobre los sectores más moderados para forzar la ejecución del matrimonio Ceauşescu, un testigo demasiado incomódo como para hacerle un proceso regular[11]. De manera bien significativa, una vez liquidado el Conducător y su esposa cesaron rápidamente los combates[12].
















Un edificio literalmente acribillado y consumido por las llamas, muy cerca de la sede de la televisión. Al parecer, nadie estaba seguro de que alguien hubiera disparado realmente desde aquí. Tiene aspecto de fortaleza, pero en realidad es una de las muchas muestras de arquitectura racionalista años 30 que alberga Bucarest. Fotografía del autor © Francisco Veiga





En el proceso, registrado también en una cinta de video, actuaron como jueces un politólogo que había trabajado con la Securitate y que después sería nuevo jefe de los servicios de inteligencia rumanos (Virgil Măgurenau); un personaje extravagante, geólogo y adepto a las ciencias ocultas (Gelu Voican Voiculescu); y el general Stănculescu, futuro ministro de Defensa y hasta entonces jefe del complejo militar industrial. Él mismo había facilitado a Ceauşescu la huida de Bucarest en helicóptero intentando dirigirlo a algún lugar controlado por el ejército. Posiblemente para hacerlo prisionero y una vez a buen recaudo, negociar su destino con otros protagonista o grupos de presión. Sin menospreciar el protagonismo de militares y políticos en su ejecución, algunos recién llegados a la escena política demostraron un fanatismo que a veces resultó decisivo. El ya citado Gelu Voican Voiculescu, surgido literalmente de la calle para terminar convirtiéndose en ministro de Asuntos Exteriores, fue uno de los que más insistieron en ejecutar a Ceauşescu inmediatamente, en virtud de la "justicia revolucionaria". Tanto acudió a argumentos extraídos de la obra de Descartes referidos a la razón de estado, que la palabra clave para el proyecto de liquidación fue "Recurrid al método"[13].




Los civiles armados contribuyerona crear una enorme confusión en los desconcertantes tiroteos que tuvieron lugar en Bucarest. Algunos pertenecían a la milicia Apararea Patriotica (Defensa Patriótica) pero la mayoría fueron civiles que consiguieron armas con rapidez











Pero existe otra interpretación para los violentos enfrentamientos ocurridos en Bucarest entre el 22 y el 25 de diciembre, mucho menos alambicada que la expuesta. La clave estaría en la actitud despechada de los militares, que buscaron en todo momento borrar las trazas de su protagonismo en la represión de las multitudes de Timişoara y Bucarest entre el 17 y el 21 de diciembre. Exasperados por el hecho de que incluso la Securitate, o al menos el grueso de sus unidades se puso desde el mismo día 22 al lado de los sublevados, fueron los militares quienes inventaron un enemigo que no existía. Abonaría esa teoría la liquidación de unidades de la Securitate fieles a la revolución en Sibiu y Bucarest sin darles opción a defenderse o explicarse, hechos que posteriormente fueron presentados como errores trágicos. En cierta manera, Ceauşescu no fue el único ejecutado de aquellas Navidades para que no abriera la boca.




















Una fotografía simbólica del nuevo poder encarnaado en el Frente de Salvación Nacional: Ion Iliescu, veterano del Partido (izquierda) y un aventurero del que todavía se sabe poco: Gelu Voican Voiculescu, con su distintiva barba blanca






NOTAS

[1]La pretensión del periodistas Manuel Leguineche de que las multitudes gritaban "¡Draculescu!" es una invención pura y simple. Vid.: Manuel Leguineche, La primavera del Este. 1917- 1990: la caída del comunismo en la otra Europa, Plaza y Janés/Cambio 16, Barcelona 1990; vid. pags. 204-205. Este libro es un buen compendio de los disparates que propagó la prensa occidental en esa época.
[2] La transcripción de los confusos discursos emitidos por los revolucionarios desde la televisión constituye un documento excepcional. Vid.: Televiziunea Româna, Revoluţia româna în direct, Bucureşti, 1990. Sólo se ha editado el volúmen 1.
[3] Vid.: "Ţăranul român postdecembrist", por Petru Ionescu, en: "Dilema", anul I, nr. 2, 21-27.01.1993, pag. 5. Se trata de una entrevista con dos campesinos. El de la anécodta era el jefe de una pequeña granja colectiva.
[4] Ion Iliescu, nacido en 1930 es hijo de padre comunista "histórico", muerto en 1945. Activista desde los 14 años en las Juventudes Comunistas, terminó sus estudios en la URSS (Instituto Molotov de Moscú). Gran parte de su carrera política tendrá que ver con las juventudes del PCR: en 1957-60 preside la Asociación de Estudiantes Comunistas, y es nombrado ministro de la Juventud en 1967. Después pasará a ser Secretario del Comité Central para asuntos de Propaganda, cargo clave que aseguraba el interregno tras la muerte eventual del Primer Secretario. Enfrentado con Ceauşescu a lo largo de los años setenta, será enviado a la ciudad de Iaşi, capital de Moldavia, como primer secretario del Partido (1971-79). Luego ocupará los cargos reseñados en el texto. Esta biografía procede de fuentes diversas, pero de manera orientativa es interesante la publicada en "Le Monde", ("Un vieux routier du parti"), 28 février, 1990, pag. 4, que acompaña a una extensa entrevista al mandatario rumano. Para sus raíces políticas familiares, vid. la biografía oficial de su padre, Alexandru Iliescu, en: "Anale de Istorie", XVII, nr. 5/1971, pag. 164-168, art. de Titu Georgescu.
[5] Vid.: "Herald Tribune", 29.XII.1989, pag. 3: "Roman, a Party Aristocrat", por David Blinder. Este artículo es particularmente interesante: a pesar de estar escrito a los pocos días de la llegada de Petre Roman al poder, lo retrata, tanto en su faceta humana como política, de forma apenas superada en apreciaciones posteriores. También aporta una clave básica para entender la procedencia real del núcleo original del FSN y de su primer aparato de poder. Como complemento: Francisco Veiga, "Los Roman en sus épocas", en: "El País", 28 de abril de 1990.
[6] El libro de Ion Târlea Moartea pândeşte sub epoleţi. Sibiu '89 (Blassco 2000 & Mustang, Bucarest, 1993) es una de las poquísimas obras existentes sobre los poco conocido hechos de Sibiu. Desgraciadamente su estilo coloquial le resta autenticidad.
[7] A modo de paralelismo histórico, sin otro motivo que el de la reflexión, conviene recordar lo siguiente: durante la Segunda Guerra Mundial, tras la liberación de Paris por las tropas franco-americanas, la multitud jubilosa que desfilaba por las calles el 25 de agosto de 1944 fue tiroteada desde algunas azoteas y tejados. Se creó una situación de pánico y la reacción inmediata de las fuerzas de la Resistencia francesa fue disparar durante horas sobre los tejados de la capital. Apenas existen documentos sobre este incidente con datos sobre víctimas, detenidos o motivaciones (la mayoría de los francotiradores eran soldados alemanes rezagados). Pero es interesante destacar que Charles De Gaulle creyó por un tiempo que el incidente había sido creado o aprovechado por los comunistas para justificar el mantenimiento de un poder revolucionario y un estado de excepción. Posteriormente terminó asumiendo que la multitud armada y descontrolada había tenido la culpa de todo aquel desorden. Vid.: Pierre Bourget, "Ombres et légendes d'une semaine glorieuse", en: "Le Monde", dossier "Paris libéré", 25.08.1994, pags. VIII y IX.
[8] En los comicios de 1992, el FSN-pro Iliescu se transmutó en Frente Democrático de Salvación Nacional (FDSN), aunque más adelante pasaría a denominarse Partido Demócrata Social Rumano (PDSR) mientras el FSN de Roman (consumada la ruptura entre ambos líderes), se metamorfoseó en el Partido Demócrata.
[9] Durante un tiempo algunos periodistas occidentales siguieron manteniendo exageraciones tales como que los fantasmagóricos combatientes de la Securitate, eran unos verdaderos atletas robotizados, actuaban drogados, atacaban a con rifles dotados de rayos infrarrojos o armas más fantásticas y que cuando se quedaban sin munición recurrían a los golpes de kárate. Se dijo que existía una unidad formada con huérfanos supervivientes del terremoto de 1977, que habían sido educados como jenízaros en la obediencia más absoluta. Vid. Manuel Leguineche, op. cit., pags. 204-205.
[10] En la dotación de un batallón de tropas regulares de la Securitate entraban, además de las armas ligeras, 27 morteros de 82 y 120 mm., y 6 cañones sin retroceso de 82 mm., además de 15 transportes blindados tipo BTR-60 y BMP popularmente conocidos en Rumania como TAB. Vid.: Nicolas Peucelle, art. cit., pag. 15.
[11] Poco a poco, en Rumania van apareciendo documentos y testimonios sobre la ejecución de los Ceauşescu. Por ejemplo: Dorian Marcu, Moartea Ceauşestilor, Ed. Excelsior, Bucureşti, 1991 (con entrevistas a los dos personajes más importantes del tribunal: Gelu Voican Voiculescu y el general Victor Atanasie Stănculescu). Existe también la transcripción íntegra del juicio: Procesul Ceauşestilor, Ed. Excelsior, Bucuresti, 1991. Un compendio muy interesante de las últimas informaciones sobre la ejecución de los Ceauşescu fue ofrecido en el programa en lengua rumana de Radio Free Europe el 26 de diciembre de 1994.
[12] Vid. un intento de recopilar los sucesos más oscuros de la revolución en: Aurel Perva y Carol Roman, Misterele revoluţiei române, Rascruci de milenii ed., (1991).
[13] Ion Petcu, op. cit., pag. 352. Posteriormente, Voican Voiculescu no tuvo empacho en admitir repetidamente, incluso por televisión, que él había insistido ya desde el 22 de diciembre en la liquidación sumaria de Ceauşescu.




Todo ha terminado. Ceauşescu ha sido ejecutado. Los tiroteos han cesado. Un soldado se entretiene en alimentar a las palomas.

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lunes, septiembre 17, 2007

¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (1)





Cubierta del libro de Peter Siani-Davies reseñado en este post















Este mismo año ha sido publicado en edición rústica el libro de Peter Siani-Davies: The Romanian Revolution of December 1989, publicado en 2005, en edición tapa dura por la Cornell University Press. Es, sin lugar a dudas, uno de los libros de referencia básica para el lector no rumano, porque el autor pone sobre la mesa todo el material publicado sobre el tal acontecimiento, y como en un puzzle, reconstruye pieza a pieza cada uno de los avatares que configuraron aquella revolución que comenzó el 16 de diciembre de 1989 en Timişoara y concluyó, en una primera fase, con la ejecución de Nicolae Ceauşescu, el 25 de ese mismo mes. Siani-Davies no se queda en esos nueve días vertiginosos, sino que analiza las causas lejanas de la revolución de 1989 y describe sus consecuencias hasta el mes de febrero de 1990, cuando los vencedores lograron articular el Consejo Provisional de Unidad Nacional, un protoparlamento que alcanzó a reunir a las principales y recién nacidas fuerzas políticas del país.

La obra se lee con soltura, maneja una respetable cantidad de protagonistas de varios niveles y pretende responder a algunas de las incógnitas que ya por entonces y en año sucesivos, hicieron correr ríos de tinta: ¿Qué papel jugó exactamente la Securitate (policía política rumana) en los enfrentamientos armados que tuvieron lugar a partir del día 22?¿Qué protagonismo tuvo la Unión Soviética en el proceso revolucionario rumano?¿Estuvieron implicados combatientes árabes en los tiroteos que tuvieron lugar y que, supuestamente, eran parte de una contraofensiva para devolver a Ceauşescu al poder?¿Cuál fue la entidad del complot anterior a los sucesos revolucionarios, si es que existió realmente?¿Existió el Frente de Salvación Nacional con anterioridad a los sucesos de diciembre?
















En enero de 1990, recién concluidos los combates, Bucarest parecía una ciudad con los claroscuros de cualquier otra de Europa... en 1945. Fotografía del autor © Francisco Veiga




Siani-Davies pone todas las fichas sobre la mesa, y las ordena, una a una. Ofrece al lector el despliegue más completo que existe hasta ahora. Además, aporta el desapasionado distanciamiento que ese espera de un académico anglosajón y que hasta ahora no ha logrado exhibir ningún rumano. En The Romanian Revolution of December 1989 no hay trampa ni cartón: es un libro honesto.

Dicho lo cual, conviene pasar revista a los puntos débiles, algo necesario no tanto para evitar que el libro se venda, todo lo contrario: cualquier persona interesada en saber cómo y por qué Ceauşescu fue derribado del poder debería comprarse el libro de Siani-Davies. Pero es importante criticar algunos extremos para contribuir a que sucesivas generaciones de historiadores e investigadores no crean que todo está hecho. La obra que nos ocupa no pasa página, al contrario: da una base sólida para continuar.


















Pavel Câmpeanu, polémico líder inicial del Partido Liberal, posa para la cámara del autor en enero de 1990. Siempre fue un personaje muy accesible. Pero como la mayor parte de los líderes de los nuevos partidos políticos, no estuvo en el centro de los acontecimientos durante la revolución. Otros,llegaron directamente del exilio cuando todo había concluido © Francisco Veiga


En primer lugar, debe resaltarse que Peter Siani-Davies utiliza exclusivamente fuentes secundarias, es decir, material ya publicado. O casi: en la introducción nos dice que entrevistó a una serie de testimonios y analistas. Sin embargo, entre ellos no hay casi ninguno de los verdaderos protagonistas de aquellos días, personas que tienen las claves –todavía hoy- de algunos enigmas que el auor no logra resolver. No figura en la lista que hayan sido entrevistados Ion Iliescu o Petre Roman; no hay en ella ningún militar de los que todavía siguen vivos (de los generales que jugaron un papel central, Militaru murió en 1996 y Gusă en 1994). Eso por no hablar de personajes tan enigmáticos pero centrales como Gelu Voican Voiculescu, que el intelectual Andrei Pleşu –otro personaje con protagonismo en aquellos días- me dijo era un simple “prost” (tonto). Puede ser, pero Voican, que formó parte del tribunal que juzgó a Ceauşescu y que al parecer tuvo una gran responsabilidad en su ejecución, terminó dirigiendo los servicios de inteligencia del nuevo estado. Y nadie sabe de dónde salió el avispado personaje que, al parecer, era amigo de Petre Roman antes de la revolución.


Por lo tanto, los testimonios de Siani-Davies son, en algunos casos importantes, personajes que durante años han insistido en hacer oir su voz, en parte por el placer de explicar sus batallitas, pero también para ponerse medallas que a estas alturas de siglo ya no tienen mucho sentido, porque todo está partido y repartido desde hace casi dos décadas. Es el caso, por ejemplo, de Silviu Brucan el viejo “Tache” de sus tiempos de joven militancia, que desde hace mucho tiempo ha luchado por explicar a quien le quisiera escuchar, que había organizado una red conspirativa contra el régimen.

















Silviu Brucan [personaje de oscuro, en el centro] da una rueda de prensa en el Hotel Intercontinental, Bucarest, enero de 1990, cuando intentaba hacerse con un papel central en el Consejo Provisional de Unidad Nacional. Fotografía del autor © Francisco Veiga

Algo parecido ocurre con las fuentes, todas bibliográficas. No hay documentos oficiales, no se ve trabajo de archivo. Se entiende que no es fácil acceder a ese material, que en algunos casos está bajo siete llaves. Pero no así en Moscú, por ejemplo; y no parece que Siani-Davies haya hecho ese viaje para echar un vistazo a archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético o de la KGB de entonces, ahora consultables. En su momento se habló, por ejemplo, de que Iliescu había sido un agente de la KGB; el autor nos da la información, nos cita algunas fuentes de la época en las que se habla del asunto (de la BBC, sobre todo). Pero no resuelve el asunto. Claro, es imposible hacerlo con fuentes coetáneas. Por último, no consta que el autor haya consultado series completas de periódicos. Y lo cierto es que, aparte de los cuatro o cinco principales, hubo decenas de cabeceras que aparecieron y desaparecieron por entonces, con una enorme cantidad de detalles sobre la revolución de 1989.

Por lo tanto, los grandes enigmas de la revolución rumana de 1989, siguen ahí: ¿Contra quién se libraron los combates en Bucarest, entre el 22 y el 25 de diciembre? Siani-Davies no da una respuesta concluyente, sigue siendo un misterio. ¿Participaron de alguna forma Hungría y la Unión Soviética en los acontecimientos? Tampoco hay una respuesta clara; algunos datos, como los problemas que tuvieron algunas bases aéreas rumanas con sus radares, ni siquiera se mencionan. En cambio, sí se puede encontrar en el libro una interesante descripción de los sucesos acaecidos en Sibiu el 21 y 22 de diciembre, un momento y lugar que fueron claves pero que la literatura sobre este fenómeno histórico suele olvidar. Sin embargo, la tendencia de Siani-Davies es a quedarse en una narración factual. El autor no analiza a fondo el papel político del Ejército, no aclara qué ocurrió con la Securitate, falta una lectura social de la revolución, no se percibe una articulación convincente entre los grandes actores de aquellos días. Pero no como individuos –el relato habitual que suelen hacer los rumanos- sino como fuerzas operantes.















Una de las fotografías más "panchovillesca" de la revolución rumana de 1989. Dos suboficiales, al parecer del cuerpo sanitario, ocupan una estancia de lo que parece ser el Comité Central del PCR. Obsérvense los anticuados uniformes (el modelo de casco es el holandés de la Segunda Guerra Mundial) y la expresión de fatiga. El verdadero papel del Ejército rumano en la revolución aún está por clarificar

Siani-Davies no es un Joseph Rotschild, un Peter Sugar, un Mark Mazower o un François Fejtö. Es decir: no demuestra la capacidad de proyectarse un poco más allá del fenómeno histórico estudiado a fin de entenderlo mejor recurriendo a la comparación con sucesos similares en el tiempo o en el espacio. Por lo tanto, falta ese acercamiento del historiador veterano que hubiera explicado qué significó la revolución rumana en el contexto de las fichas de dominó que caían, una tras otra, en aquel otoño e invierno de 1989 en el Este de Europa. Pero sobre todo, el historiador británico no da respuesta a una pregunta clave: ¿Por qué la caída de los regímenes comunistas en los Balcanes (Rumania, si, pero también Albania y sobre todo, Yugoslavia) fueron tan violentos, por contraste con la revolución de terciopelo checa, la unanimindad nacional que imperó en Hungría o la transición “a la española” de Polonia en torno a la célebre “mesa redonda”?

En fin: como complemento a la lectura del libro de Peter Siani-Davies, se ofrece a continuación una interpretación propia de la revolución rumana de 1989 extraída de La trampa balcánica, edición de 2002, páginas 240 a 248. Por razones de extensión, se editará en dos pequeños capítulos.

















Un BTR-60 toma posición en plena Calea Victoriei. Las ventanas del edificio de enfrente ya han sido profusamente tiroteadas por los soldados y civiles armados en días anteriores. Fotografía del autor © Francisco Veiga






1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]


La tormenta que conmocionó a Rumania durante las Navidades de 1989 sigue siendo un fenómeno escasamente aclarado a pesar de que, paradójicamente, fue la primera revolución televisada en directo de la historia. Quizá por eso resultó tan desconcertante
[1]. Durante un cierto tiempo se mantuvo que se había tratado de un complot o un golpe de Estado, una explicación que convenía a los adversarios políticos de las nuevas autoridades y a los medios de comunicación -occidentales y rumanos-, que buscaban explicaciones rápidas para un fenómeno muy complejo. Fue, en definitiva, un reflejo característico, posterior a muchas revoluciones y bruscos cambios históricos, comenzando por la Revolución francesa, y terminando por la bolchevique. En realidad, un vistazo panorámico a la revolución rumana introduce serias dudas sobre la posibilidad de un complot. Los golpes de palacio y las conspiraciones (como ocurrió en Bulgaria) suelen ser procesos rápidos, dirigidos contra el centro neurálgico del poder, calculados para mover el menor número de piezas posible y sobre todo, para evitar la implicación popular.

En Rumania ocurrió lo contrario: los sucesos comenzaron con una revuelta popular en Timişoara, una ciudad de provincias. La represión se prolongó durante seis días sin que nadie se moviera en la capital. Por fin, casi "in extremis", los bucurestinos salieron a la calle y lograron provocar la huída de Ceauşescu. Sin embargo, lo que siguió fue un confuso combate en la capital que se prolongó durante cinco días más. Todo ello con miles de civiles armados, soldados locos de miedo y enemigos que en buena medida fueron imaginarios. Como remate, una parodia de juicio contra Ceauşescu, filmada y distribuida en el extranjero para vergüenza de sus autores. Si todo ello ha de entenderse como un complot de principio a fin, lo más piadoso que se puede decir de él es que dió un gran rodeo sin necesidad.

En realidad, la campaña orquestada por los húngaros en defensa de los supuestos abusos contra la minoría étnica magiar en Transilvania había logrado galvanizar al régimen rumano, más que debilitarlo. En parte porque las acusaciones de enormes campañas de resituación no eran ciertas, como demostró con toda autoridad el prestigioso Südosteuropäische Institut de Munich y publicó "Newsweek" en el último reportaje realizado sobre Ceauşescu antes de su caída
[2].

















Un soldado, aterido, se abriga con una manta en lo alto de la torreta de un tanque, Timisoara. El Ejército reprimió a la población civil duramente en esta ciudad, en la primera fase de la revolución

Las tensiones con Hungria crearon un ambiente de peligro inminente que Ceauşescu tuvo buen cuidado de alimentar. El Ejército, en especial, estaba muy sensibilizado ante la posibilidad de un ataque húngaro o soviético. El gran fantasma era la "invasión pendiente" de 1968. Los sucesivos desmoronamientos de regímenes comunistas a lo largo del otoño de 1989 terminaron por ponerle los nervios a flor de piel a los jerarcas rumanos. Sólo Ceauşescu parecía creer en la eficacia de una defensa numantina.

Hubo un intento de manifestación en la ciudad moldava de Iaşi, detenido "in extremis" por las fuerzas de seguridad. Pero en Timişoara, las unidades de la Securitate y la policía no tuvieron tiempo de utilizar su táctica: la disuasión. En realidad, los disturbios del 16 de diciembre habrían fracasado si las fuerzas de orden público hubieran estado preparadas para reducir a grupos de manifestantes decididos. Pero estaban deficientemente entrenadas y pobremente armadas, y sobre todo, nunca se habían tenido que enfrentar a tal contingencia. En Braşov, dos años antes, la multitud se había desmoralizado; en Timişoara fue la policía la que se derrumbó.

Ante las dificultades para controlar el orden público en Timişoara, ciudad a pocos kilómetros de la frontera húngara, cundió la alarma en Bucarest. Sencillamente, las autoridades creyeron que aquello eran los prolegómenos de una invasión, una provocación maquiavélica organizada por agentes secretos húngaros y soviéticos. Paradójicamente, la mitificación de la Securitate y el ambiente paranoico que existía en la Rumania de Ceauşescu habían llevado a una exagerada sobrevaloración de lo que unos servicios de información o grupos de agitadores podían llegar a hacer.


(Continuará)



















Aquí empezó todo: La Iglesia Reformada donde oficiaba el pastor László Tökés, en la str. Timotei Cipariu nr. 1 de Timsoara. En la pared, una placa recuerda el evento y la fecha: 15 de diciembre de 1989. Fotografía del autor © Francisco Veiga





NOTAS

(No actualizadas)

[1] Los libros más célebres sobre la revolución rumana son los siguientes: Michel Castex, Un mensonge gros comme le siècle. Roumanie, histoire d'une manipulation, Albin Michel, Paris, 1990; Radu Portocala, Autopsie du coup d'État Roumain. Au pays du mensonge triomphant, Calmann-Lévy, 1880; Nestor Ratesh, Romania: The Entangled Revolution, Praeger, New York, 1991; Martyn Rady, Romania in Turmoil, IB Tauris, London-New York, 1992. La obra de Edward Behr ya cit., suministra algunos datos sobre la revolución, aunque contiene errores. De todos los libros citados, los únicos fiables y honrados son los de Ratesh y Rady.
La interpretación ofrecida aquí sobre la revolución rumana de 1989 proviene en parte de un estudio realizado por el autor de estas líneas, basado en documentación y testimonios originales, prensa rumana y estudio de filmaciones en vídeo. También se incorporan elementos del análisis ofrecido por la televisión rumana en la serie "Revoluţia româna în direct", emitida mensualmente a lo largo de 1991, con quince capítulos de una hora de duración cada uno. Por ello se evitará el recurso a notas sobre bibliografía o documentos muy poco accesibles para el lector español. En todo caso, una primera interpretación fue publicada en la obra de Mariló Ruiz de Elvira y Carlo Pelanda (eds.), Europa se reencuentra. La difícil transición del Este al Oeste, El País-Aguilar, Madrid, 1991. Vid.: Francisco Veiga, "Rumanía o el desafío de las mil piezas que no encajan", pags. 243-262.
[2] Vid.: "Realm of the Last Stalinist", por Michael Meyer, en: "Newsweek", August 21, 1989; pags. 8-14. Sobre el mito de las demoliciones masivas de aldeas, vid., en especial, pags. 12 y 13. En el invierno de 1988, un equipó de la televisión catalana viajó a Corund, típico pueblo húngaro en el corazón, de Transilvania, que según la prensa magiar había sido ya demolido. "Romania: l'obsessió per un pla", en "30 minuts", reportaje cit.

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