jueves, septiembre 20, 2007

¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (y 2)















Los vencedores. Un carro de combate T-55 del Ejército rumano pasa ante la sede del gobierno y un grupo de civiles, una vez terminados los combates. Sin los militares de su lado, los contestatarios posiblemente no hubieran logrado derribar al régimen. Fotografía del autor © Francisco Veiga






1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]
Segunda parte y final


Se envió urgentemente [a Timişoara] a un selecto grupo de altos mandos militares, y estos organizaron la represión, con los tanques en la calle, como si estuvieran ante una contingencia bélica. El resultado fue una carnicería (unos setenta muertos en dos días), cuya autoría hay que atribuir en buena medida a los militares, y no tanto a las fuerzas de la Securitate. Pero esta vez, la indignación fue superior al terror: la población civil nunca llegó a pensar que el Ejército disparase contra ellos, y como consecuencia los obreros de todas las fábricas se declararon en huelga general.

Ante esa reacción, era difícil seguir arguyendo que aquello era un ataque exterior. Además, la revuelta del proletariado echaba por tierra toda la legitimación del poder de las autoridades. El Ejército se mantuvo a la expectativa, y la situación quedó en suspenso. Ceauşescu aún no había perdido la partida, y decidió cambiar de registro. Contra un desafío ideológico había que oponer una respuesta ideológica. Tomó la resolución de continuar con la represión enviando a Timişoara unidades de Guardias Patrióticos compuestas por obreros. Paralelamente demostraría su ascendiente sobre las masas proletarias organizando una gran acto de solidaridad. Ese fue el motivo de la manifestación organizada en pleno centro de Bucarest la mañana del día 21 de diciembre. Fue un acto temerario, pero no un error inducido por misteriosas fuerzas conspirativas. En la cabeza de Ceauşescu, donde el tiempo se había detenido, aquello tenía su lógica. Estaba actuando como lo había hecho en 1968, en el mismo escenario y en circunstancias que a él se le antojaban similares. Era un anciano mentalmente esclerotizado que salía de un mundo irreal y pensaba que los recursos de veinte años atrás seguían siendo válidos por sí solos, como una receta mágica.




















El último discurso. Nicolae Ceauşescu se dirige a una multitud de seguidores en la mañana del 21 de diciembre. Contrariamente a lo que pregonó la prensa occidental en aquellos días, la maniobra estuvo muy a punto de salirle bien. La multitud no se sublevó, el fallo consistió en interrumpir el discurso y cortar brevemente la emisión del acto

A pesar de todo, estuvo cerca de conjurar el peligro. Los trabajadores que acudieron a vitorearle ante la sede del Comité Central habían sido escogidos en la fábricas de la ciudad por los sindicatos, según un patrón establecido. Nunca interrumpieron el discurso de Ceauşescu silbándole e insultándole, como afirmaron la inmensa mayoría de los periodistas que escribieron libros o artículos con posterioridad repitiendo miméticamente unos lo que habían dicho los otros[1]. Como revela sin lugar a dudas la grabación videográfica del acto, la multitud gritó de miedo y desconcierto porque un muy reducido grupo de alborotadores se había infiltrado en el acto. Estos sí increparon al dictador, mientras otro, aislado, lanzaba un petardo navideño, provocando el pánico general. Parte de los asistentes huyó, pero con los que se quedaron Ceauşescu continuó su discurso hasta el final. Posteriormente, las televisiones occidentales emitieron la grabación alterada, dando la impresión de que Ceausescu había abandonado el escenario obligado por el disturbio. En realidad, el Conducător pudo haber salido triunfante de la prueba si no hubiera existido la televisión. Porque fueron los tres minutos de interrupción del programa, mientras se restablecía el orden en la plaza, los que hicieron salir a la gente a la calle, ansiosa por comprobar qué había ocurrido.

Con una multitud enorme deambulando por Bucarest, las fuerzas del orden público todavía quedaron más desconcertadas que en Timişoara. Intentaron disuadir a base de exhibir en las calles fuertes contingentes de efectivos. Pero sólo al caer la noche se decidieron a actuar. Se repitió el esquema de Timişoara: el Ejército disparando contra la multitud -entre ella muchos jóvenes y estudiantes- y al día siguiente, cuando la situación parecía controlada, huelga general de los obreros. Esta vez Ceauşescu había perdido la partida definitivamente. El ministro de Defensa, completamente abatido, se suicidó. Ese hecho y la torpeza de Ceauşescu al calificarlo de traidor en un comunicado oficial, sirvieron de excelente pretexto al Ejército para cambiar de bando. Con la sede del Comité Central rodeada por los manifestantes victoriosos, Ceauşescu escapó en helicóptero, sin saber hacia dónde, en un patético y desesperado intento por organizar la resistencia contra lo que él pensaba era un golpe de Estado.
















Fotografía histórica. Bulevar Bălcescu: la revolución triunfará en pocos segundos. Es la mañana del 22 de diciembre y una multitud de manifestantes se dirige contra el cordón de las fuerzas del orden. La policía antidisturbios huye, sólo los vehículos blindados permanecen, pero serán desbordados, sin disparar un solo tiro




El vacío de poder subsiguiente duró varias horas. En el edificio del Comité Central se intentaron formar varios comités de gobierno. El más exitoso estaba formado por algunos antiguos políticos del entorno de Ceauşescu, además de militares y manifestantes, esto es, trabajadores y estudiantes. Las interminables discusiones en aquel caos se prolongaron durante horas. De tanto en tanto, algunos personajes se asomaban al exterior, esperando obtener el apoyo de la enorme y amorfa multitud convocada bajo el balcón del edificio, que les silbaba o vitoreaba. Frente a esta alternativa revolucionaria "clásica", los que tuvieron la idea más "moderna" de ir a la televisión, obtuvieron el triunfo[2]. Primero acudieron un grupo de artistas, entre ellos un famoso poeta y un dramaturgo, ambos con un lógico sentido de la escenografía. Pero los militares no estaban muy dispuestos a aceptar un gobierno de "bohemios". De hecho, un campesino de la provincia de Dîmboviţa (cercana a Bucarest) que encendió casualmente la televisión creyó que se estaba representando una obra de teatro experimental[3].

Por fin, acudió a la televisión Ion Iliescu, una antigua personalidad del régimen, hijo de un viejo militante comunista y de formación científica, que había ido cayendo en desgracia durante los últimos años de Ceauşescu. En 1989 poseía fama de ser un hombre bastante íntegro y aperturista
[4]. Además, su decidida aparición en las pantallas de televisión contrastaba muy favorablemente con el caos amorfo de los revolucionarios que se agolpaban en los pequeños estudios televisivos. Junto a él se agruparon un antiguo general pro-soviético ya retirado (Nicolae Militaru), que podía lavar el honor del Ejército al haberse mantenido al margen de la represión. También formó en el nuevo poder Silviu Brucan, el politólogo impulsor del "Manifiesto de los Seis", así como un diplomático disidente que se había hecho famoso denunciando ante la ONU la situación de los derechos humanos en Rumania. Figuraba asimismo en el grupo un tal Petre Roman, joven ingeniero físico y profesor universitario. Era hijo de Valter Roman, un aguerrido comunista que había combatido en la guerra civil española y que posteriormente llegó a ser una personalidad en el régimen, ostentando diversos cargos ministeriales. De hecho, cuando en 1970 se creó la Academia de Ciencias Sociales y Políticas de la República Socialista de Rumania, destinada a ser una especie de universidad ideológica del régimen ceausista en su proceso de transformación, Valter Roman fue nombrado presidente de la Sección de Ciencias Políticas; también había dirigido la Editorial Política[5].



Otro momento decisivo: el helicóptero personal de Ceauşescu logra realizar un dificilísimo despegue desde la terraza del CC del PCR, llevándose al dictador y a su esposa. Al pie, los manifestantes contemplan la huida. Es el mediodía del 22 de diciembre












En torno a este núcleo, del cual saldría el Frente de Salvación Nacional (FSN) se aglomeraron militares, aventureros, oportunistas y extravagantes. Pero el grupo original constituyó una alternativa bastante lógica de poder civil. Provenía de la antigua elite política o intelectual, marginada por Ceauşescu, pero no ausente de los márgenes del poder. Habían permanecido dentro del ámbito de la "aristocracia del Partido", muy reducida, y de una manera u otra se conocían todos entre sí. Demostraban además claras tendencias tecnocráticas, quizá cultivadas a raíz de los debates internos que desde 1949, y sobre todo a comienzos de los años sesenta, tuvieron lugar en el seno del Partido Comunista Francés en torno a la relación entre ciencia y política. En conjunto poseían características que los hacían aptos para ser aceptados por todos los sectores sociales. Por entonces, los políticos exiliados de la oposición histórica aún no habían tenido tiempo de llegar a Bucarest, y hubiera sido imposible reunir en unas horas a un grupo de líderes anónimos extraídos de la multitud que ofrecieran algunas garantías de eficacia en la gestión política.














Comienzan los tiroteos, en la noche del 22 de diciembre. Nadie sabe muy bien qué ocurre ni contra quién se dispara. Las balas trazadoras pulverizan, de forma casi rutinaria, las ventanas del antiguo Palacio Real. Obsérvese la actitud despreocupada de los civiles y del soldado junto al tanque. Ningún carro de combate llegó a disparar su cañón contra un supuesto enemigo que no contaba con armas pesadas.






El recurso del método

Ese mismo 22 de diciembre por la noche una serie de confusos combates estallaron en Bucarest. La oposición al nuevo régimen tiende a explicar que formaron parte de una farsa organizada o consentida por los nuevos dirigentes para cimentar su poder sobre una victoria obtenida contra los fanáticos partidarios de Ceausescu. Ese tipo de explicaciones enraizó en Occidente y muchos de los que siguieron los acontecimientos aquellos días han conservado la firme convicción de que los hechos de 1989 fueron una especie de complot o autogolpe, a pesar de que las argumentaciones a favor que se ensayaron solían pasar de los pequeños detalles a la macroteorías dejando de lado cuestiones de bulto.

Una de ellas es que los combates no comenzaron en Bucarest, sino en la ciudad de Sibiu, en Transilvania, ya por la mañana del 22 de diciembre, para desconcierto de los revolucionarios bucurestinos que ocupaban la sede del Comité Central, tal como muestran las filmaciones en vídeo
[6]. Pero además, porque una vez tomado el poder, una puesta en escena a tiro limpio resultaba demasiado arriesgada: podía dar lugar a facciones armadas de la oposición. Además, las decenas de muertos y heridos que dejó tras de sí la revolución impidieron la transformación progresiva del régimen sin riesgos inútiles. Si se acepta que los nuevos dirigentes rumanos eran neocomunistas, hay que tener en cuenta que la hipoteca sangrienta de la revolución obligó a terminar con el Partido y a erigir un nuevo y tambaleante régimen en pocos días. No hubo posibilidad de transformar el PCR metamorfoseándolo con otras siglas, como ocurrió en Albania, Bulgaria, Serbia o Eslovenia. En realidad, el nuevo poder no tenía necesidad de la mini-guerra que siguió: la mayoría de los rumanos estaban hartos de Ceausescu, pero le veían ventajas al sistema social y político en el que vivían[7]. Según ellos, podía seguir funcionando si era remendado convenientemente. Eso quedó bien demostrado en la victoria de Iliescu a la presidencia y del FSN al gobierno en las elecciones de mayo de 1990, y octubre de 1992[8].














Cercanías de la sede del CC-PCR, por Calea Victoriei. La prensa occidental publicó esta foto explicando que el caído era un combatiente de la Securitate liquidado por las fuerzas revolucionarias. En realidad se trataba de un policía antidisturbios, seguramente muerto por error en los primeros momentos de la revolución: el escudo yace cerca de él. Hacía más de un día que la policía figuraba en el bando de los revolucionarios


Por otra parte, los francotiradores de la Securitate difícilmente hubieran podido recuperar el poder para Ceauşescu, tal como se explicó en un principio. De hecho, parece fuera de lugar que los presuntos securistas, o incluso mercenarios profesionales, calificados en su momento de verdaderos superhombres dotados de armamento altamente sofisticado[9] no utilizaran ni una sola vez algún tipo de arma contracarro, lanzacohetes portátil o incluso simples granadas para atacar a los tanques del Ejército, la mayor parte del tiempo inmóviles en los puntos neurálgicos de la capital[10]. En realidad, el origen de los combates parece haber respondido, en origen, a un intento de golpe militar impulsado por un grupo de oficiales del Ejército, incluso con el apoyo de parte de la Securitate. Quizá fue una reacción de desconfianza y no se fiaron de Iliescu para tapar las culpas de los militares en la reciente represión. O sencillamente, veían débil al nuevo núcleo de poder. Desde el punto de vista táctico, la forma en que se realizaron los hostigamientos (en una ocasión al menos desde un helicóptero del Ejército, en la zona de los estudios de la televisión) parecía responder al deseo de asustar a la multitud y limpiar las calles de manifestantes, sin provocar bajas indiscriminadamente. Una vez conseguido esto se podía lograr un cambio de líderes rápidamenter y sin presiones o interferencias populares. Pero el objetivo de separar a los manifestantes de los nuevos dirigentes no pudo realizarse. Y entonces, recurriendo a una interpretación totalmente opuesta a la que se ofreció por entonces, los tiroteos se convirtieron en una forma de presión sobre los sectores más moderados para forzar la ejecución del matrimonio Ceauşescu, un testigo demasiado incomódo como para hacerle un proceso regular[11]. De manera bien significativa, una vez liquidado el Conducător y su esposa cesaron rápidamente los combates[12].
















Un edificio literalmente acribillado y consumido por las llamas, muy cerca de la sede de la televisión. Al parecer, nadie estaba seguro de que alguien hubiera disparado realmente desde aquí. Tiene aspecto de fortaleza, pero en realidad es una de las muchas muestras de arquitectura racionalista años 30 que alberga Bucarest. Fotografía del autor © Francisco Veiga





En el proceso, registrado también en una cinta de video, actuaron como jueces un politólogo que había trabajado con la Securitate y que después sería nuevo jefe de los servicios de inteligencia rumanos (Virgil Măgurenau); un personaje extravagante, geólogo y adepto a las ciencias ocultas (Gelu Voican Voiculescu); y el general Stănculescu, futuro ministro de Defensa y hasta entonces jefe del complejo militar industrial. Él mismo había facilitado a Ceauşescu la huida de Bucarest en helicóptero intentando dirigirlo a algún lugar controlado por el ejército. Posiblemente para hacerlo prisionero y una vez a buen recaudo, negociar su destino con otros protagonista o grupos de presión. Sin menospreciar el protagonismo de militares y políticos en su ejecución, algunos recién llegados a la escena política demostraron un fanatismo que a veces resultó decisivo. El ya citado Gelu Voican Voiculescu, surgido literalmente de la calle para terminar convirtiéndose en ministro de Asuntos Exteriores, fue uno de los que más insistieron en ejecutar a Ceauşescu inmediatamente, en virtud de la "justicia revolucionaria". Tanto acudió a argumentos extraídos de la obra de Descartes referidos a la razón de estado, que la palabra clave para el proyecto de liquidación fue "Recurrid al método"[13].




Los civiles armados contribuyerona crear una enorme confusión en los desconcertantes tiroteos que tuvieron lugar en Bucarest. Algunos pertenecían a la milicia Apararea Patriotica (Defensa Patriótica) pero la mayoría fueron civiles que consiguieron armas con rapidez











Pero existe otra interpretación para los violentos enfrentamientos ocurridos en Bucarest entre el 22 y el 25 de diciembre, mucho menos alambicada que la expuesta. La clave estaría en la actitud despechada de los militares, que buscaron en todo momento borrar las trazas de su protagonismo en la represión de las multitudes de Timişoara y Bucarest entre el 17 y el 21 de diciembre. Exasperados por el hecho de que incluso la Securitate, o al menos el grueso de sus unidades se puso desde el mismo día 22 al lado de los sublevados, fueron los militares quienes inventaron un enemigo que no existía. Abonaría esa teoría la liquidación de unidades de la Securitate fieles a la revolución en Sibiu y Bucarest sin darles opción a defenderse o explicarse, hechos que posteriormente fueron presentados como errores trágicos. En cierta manera, Ceauşescu no fue el único ejecutado de aquellas Navidades para que no abriera la boca.




















Una fotografía simbólica del nuevo poder encarnaado en el Frente de Salvación Nacional: Ion Iliescu, veterano del Partido (izquierda) y un aventurero del que todavía se sabe poco: Gelu Voican Voiculescu, con su distintiva barba blanca






NOTAS

[1]La pretensión del periodistas Manuel Leguineche de que las multitudes gritaban "¡Draculescu!" es una invención pura y simple. Vid.: Manuel Leguineche, La primavera del Este. 1917- 1990: la caída del comunismo en la otra Europa, Plaza y Janés/Cambio 16, Barcelona 1990; vid. pags. 204-205. Este libro es un buen compendio de los disparates que propagó la prensa occidental en esa época.
[2] La transcripción de los confusos discursos emitidos por los revolucionarios desde la televisión constituye un documento excepcional. Vid.: Televiziunea Româna, Revoluţia româna în direct, Bucureşti, 1990. Sólo se ha editado el volúmen 1.
[3] Vid.: "Ţăranul român postdecembrist", por Petru Ionescu, en: "Dilema", anul I, nr. 2, 21-27.01.1993, pag. 5. Se trata de una entrevista con dos campesinos. El de la anécodta era el jefe de una pequeña granja colectiva.
[4] Ion Iliescu, nacido en 1930 es hijo de padre comunista "histórico", muerto en 1945. Activista desde los 14 años en las Juventudes Comunistas, terminó sus estudios en la URSS (Instituto Molotov de Moscú). Gran parte de su carrera política tendrá que ver con las juventudes del PCR: en 1957-60 preside la Asociación de Estudiantes Comunistas, y es nombrado ministro de la Juventud en 1967. Después pasará a ser Secretario del Comité Central para asuntos de Propaganda, cargo clave que aseguraba el interregno tras la muerte eventual del Primer Secretario. Enfrentado con Ceauşescu a lo largo de los años setenta, será enviado a la ciudad de Iaşi, capital de Moldavia, como primer secretario del Partido (1971-79). Luego ocupará los cargos reseñados en el texto. Esta biografía procede de fuentes diversas, pero de manera orientativa es interesante la publicada en "Le Monde", ("Un vieux routier du parti"), 28 février, 1990, pag. 4, que acompaña a una extensa entrevista al mandatario rumano. Para sus raíces políticas familiares, vid. la biografía oficial de su padre, Alexandru Iliescu, en: "Anale de Istorie", XVII, nr. 5/1971, pag. 164-168, art. de Titu Georgescu.
[5] Vid.: "Herald Tribune", 29.XII.1989, pag. 3: "Roman, a Party Aristocrat", por David Blinder. Este artículo es particularmente interesante: a pesar de estar escrito a los pocos días de la llegada de Petre Roman al poder, lo retrata, tanto en su faceta humana como política, de forma apenas superada en apreciaciones posteriores. También aporta una clave básica para entender la procedencia real del núcleo original del FSN y de su primer aparato de poder. Como complemento: Francisco Veiga, "Los Roman en sus épocas", en: "El País", 28 de abril de 1990.
[6] El libro de Ion Târlea Moartea pândeşte sub epoleţi. Sibiu '89 (Blassco 2000 & Mustang, Bucarest, 1993) es una de las poquísimas obras existentes sobre los poco conocido hechos de Sibiu. Desgraciadamente su estilo coloquial le resta autenticidad.
[7] A modo de paralelismo histórico, sin otro motivo que el de la reflexión, conviene recordar lo siguiente: durante la Segunda Guerra Mundial, tras la liberación de Paris por las tropas franco-americanas, la multitud jubilosa que desfilaba por las calles el 25 de agosto de 1944 fue tiroteada desde algunas azoteas y tejados. Se creó una situación de pánico y la reacción inmediata de las fuerzas de la Resistencia francesa fue disparar durante horas sobre los tejados de la capital. Apenas existen documentos sobre este incidente con datos sobre víctimas, detenidos o motivaciones (la mayoría de los francotiradores eran soldados alemanes rezagados). Pero es interesante destacar que Charles De Gaulle creyó por un tiempo que el incidente había sido creado o aprovechado por los comunistas para justificar el mantenimiento de un poder revolucionario y un estado de excepción. Posteriormente terminó asumiendo que la multitud armada y descontrolada había tenido la culpa de todo aquel desorden. Vid.: Pierre Bourget, "Ombres et légendes d'une semaine glorieuse", en: "Le Monde", dossier "Paris libéré", 25.08.1994, pags. VIII y IX.
[8] En los comicios de 1992, el FSN-pro Iliescu se transmutó en Frente Democrático de Salvación Nacional (FDSN), aunque más adelante pasaría a denominarse Partido Demócrata Social Rumano (PDSR) mientras el FSN de Roman (consumada la ruptura entre ambos líderes), se metamorfoseó en el Partido Demócrata.
[9] Durante un tiempo algunos periodistas occidentales siguieron manteniendo exageraciones tales como que los fantasmagóricos combatientes de la Securitate, eran unos verdaderos atletas robotizados, actuaban drogados, atacaban a con rifles dotados de rayos infrarrojos o armas más fantásticas y que cuando se quedaban sin munición recurrían a los golpes de kárate. Se dijo que existía una unidad formada con huérfanos supervivientes del terremoto de 1977, que habían sido educados como jenízaros en la obediencia más absoluta. Vid. Manuel Leguineche, op. cit., pags. 204-205.
[10] En la dotación de un batallón de tropas regulares de la Securitate entraban, además de las armas ligeras, 27 morteros de 82 y 120 mm., y 6 cañones sin retroceso de 82 mm., además de 15 transportes blindados tipo BTR-60 y BMP popularmente conocidos en Rumania como TAB. Vid.: Nicolas Peucelle, art. cit., pag. 15.
[11] Poco a poco, en Rumania van apareciendo documentos y testimonios sobre la ejecución de los Ceauşescu. Por ejemplo: Dorian Marcu, Moartea Ceauşestilor, Ed. Excelsior, Bucureşti, 1991 (con entrevistas a los dos personajes más importantes del tribunal: Gelu Voican Voiculescu y el general Victor Atanasie Stănculescu). Existe también la transcripción íntegra del juicio: Procesul Ceauşestilor, Ed. Excelsior, Bucuresti, 1991. Un compendio muy interesante de las últimas informaciones sobre la ejecución de los Ceauşescu fue ofrecido en el programa en lengua rumana de Radio Free Europe el 26 de diciembre de 1994.
[12] Vid. un intento de recopilar los sucesos más oscuros de la revolución en: Aurel Perva y Carol Roman, Misterele revoluţiei române, Rascruci de milenii ed., (1991).
[13] Ion Petcu, op. cit., pag. 352. Posteriormente, Voican Voiculescu no tuvo empacho en admitir repetidamente, incluso por televisión, que él había insistido ya desde el 22 de diciembre en la liquidación sumaria de Ceauşescu.




Todo ha terminado. Ceauşescu ha sido ejecutado. Los tiroteos han cesado. Un soldado se entretiene en alimentar a las palomas.

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miércoles, enero 03, 2007

Se vende polonio 210 (1)

Insignia del MVR búlgaro en tiempos de la Guerra Fría



El mundo del espionaje (una suerte de periodismo de estado) del periodismo (al fin y al cabo, espionaje público, a un euro por cuadernillo de informes) y de la política (que tarde o temprano recurre o tiene muy en cuenta a las categorías profesionales mencionadas), es muy dado a aceptar la irrupción ocasional de todo tipo de charlatanes de feria. La explicación del fenómeno resultaría ardua, pero en su aspecto esencial quizá sirvacomo aproximación al asunto la vieja pulsión sicológica de que aquellas personas que tienen por norma engañar, suelen aceptar con cierta facilidad que les mientan. No se intenta decir con esto algo tan grosero como que espías, periodistas y políticos –tomados en su conjunto como profesiones o corporaciones- se pasen el día mintiendo. Pero al fin y al cabo la venta de información -en el caso de los políticos, de “imagen”, que es una forma de decir “confianza”- es la esencia de su negocio; y ya se sabe que muchas veces ese concepto no existe en estado puro. El oportuno “resumen”, la “vestimenta” de la noticia, el “ángulo” bajo el que puede contemplarse la realidad, las identidades "protegidas" (y silenciadas) de las fuentes: todo ello son prácticas profesionales que de forma muy sencilla pueden deslizarse hacia la tergiversación, y en determinados momentos de presión, un poco más allá todavía. “No dejemos que la realidad arruine una buena noticia” es una frase que se aplica burlonamente a los chicos de la prensa, pero que fácilmente podría encajar en muchos informes de inteligencia y, desde luego, en algún que otro discurso político.

La reflexión viene a cuento, por ejemplo, de personajes como Rocco Martino aquel ex carabinero y espía mercenario de tercera fila que se inventó un falso informe sobre la
importación de uranio de Níger por parte de Irak, en el año 2000. Enric González lo relató con mucho nervio informativo en una crónica publicada por “El País” en noviembre de 2005 y realmente impresionaba que existieran tipos como Martino, capaces de generar burdas intoxicaciones que se venden al mejor postor, si es que lo hay, para pagarse unos días de vacaciones. Como se sabe, el asunto tuvo una formidable trascendencia cuando esas mentirijillas fueron transformadas en informes dignos de todo crédito en base a los intereses puntuales de una serie de estadistas y políticos en Washington y Londres, hasta convertirse en una de las justificaciones documentales para la invasión de Irak en marzo de 2003.

Periodistas y espías se sienten muy atraídos por las teorías conspirativas. Permiten explicar fenómenos complejos de forma sencilla; y además, se puede forzar el encaje de todas las piezas del puzzle, por muy incongruentes que parezcan a simple vista. Las teorías conspirativas también permiten saltar de lo micro a lo macro: los pequeños detalles pueden cobrar una enorme importancia para explicar grandes sucesos, mientras que éstos se pueden deshinchar para ponerlos a la altura de las nimiedades presuntamente significativas. Las teorías conspirativas se convierten en un divertido juguete a prueba de tontos y por eso han tenido un gran protagonismo para explicar, durante los primeros años después de que acaecieran, fenómenos históricos apartentemente "desordenados" como son las revoluciones, en especial la francesa y la rusa. Por lo tanto, las teorías conspirativas se venden muy bien, son fácilmente digeribles por el gran público. Pero también, en muchos casos, por los apurados superiores jerárquicos, que deben dar explicaciones satisfactorias a los jefes y políticos.

Una vez lanzada, la teoría conspirativa posee mucha resistencia al desgaste. Por ejemplo, tuvieron que pasar casi diez años para que se desmontaran los rumores sobre maquinaciones de interés político en torno a la muerte de Lady Di. Pero en otros muchos casos, la teoría conspirativa nunca ha logrado ser desmontada, a pesar de que existan evidencias de su inutilidad. Otro ejemplo: el asesinato de J.F. Kennedy. Todavía se manejan turbias motivaciones políticas que lo presentan a la luz del crimen de estado, cuando hace ya años que el libro de John H. Davis, Mafia Kingfish.
Carlos Marcello and the Assassination of John F. Kennedy (New York, 1989) lo explicó de una forma muy coherente y convincente, sin necesidad de recurrir a turbios complots en las altas esferas de poder.

El mafioso Carlos Marcello, posible autor real del asesinato del JFK y su hermano Robert



En ocasiones aparecen en el teatro de la conspiración armas extrañas, de fuerte arraigo simbólico, capaces de impactar profundamente sobre la memoría histórica subsconsciente del gran público (y también sobre periodistas, espías y políticos) y entonces es el acabose. Hoy ya se ha olvidado el éxito mediático que tuvieron los, en su día, celebérrimos atentados con "carta-ántrax" en el otoño de 2001, a poco del 11-S. El suceso tuvo lugar en los Estados Unidos donde (al parecer) siete cartas con esporas de la bacteria de ántrax provocaron cinco muertes y afectaron en total a 22 personas. Esa, al menos, fue la explicación que se ofreció, que desde un punto de vista médico no fue tan diáfana. La histeria fue total, pero el asunto fue tan extravagante que no hubo manera de dar con el o los autores y, lo más grotesco, tampoco con las motivaciones. No está de más recordar este asunto en estos días en los que el obsesivo caso del plutonio 210 ha tocado el techo de las contradicciones y el absurdo.

El desproporcionado impacto mediático que ha tenido la muerte de Litvinenko se explica en parte porque contiene en sí mismo rasgos de diversas historias heredadas de la más pura y dramática Guerra Fría, combinadas con ya viejos temores folletinescos y fuertes dosis de teoría conspirativa. Por ejemplo, la historia de Alexander Litvinenko, agente secreto del FSB que recibió la orden de matar al oligarca Boris Berezovski, pero se arrepintió y en lugar de hacerlo le confesó a la víctima sus intenciones. Algo así ya sucedió en 1954, cuando el agente de la KGB Nicolai Jojlov fue enviado a Frankfurt para liquidar al agitador antisoviético Georgi Okolovich. Antes de partir para su misión, Jojlov se había convertido a la fe cristiana a través de su pía esposa. Ya en Frankfurt, el despiadado ejecutor cayó del caballo, arrepentido, y advirtió a Okolovich del plan para asesinarle. Lógicamente, Jojlov desertó y se llevó con él la cajetilla con un primitivo aerosol venenoso con el que sus superiores le habían provisto. Hoy, esa primitiva arma se ha convertido en el remoto antepasado de los modernos sprays de autodefensa que se pueden adquirir por pocos euros en las "tiendas del espía" que han aparecido hace algunos años en Madrid o Barcelona.


Víctima y verdugo: el ex agente Nicolai Jojlov saluda a Georgi Okolovich tras haber desertado. La historia de Litvinenko con respecto a Berezovski no es nueva



Y el "toque venenoso": en 1957, el oficial de la KGB Bogdan Stashinsky asesinó en Munich al disidente nacionalista ucraniano Lev Rebet utilizando una pequeña pistola de gas venenoso (18 cms. de longitud) escondida en un periódico enrollado. El ataque fue tan bien ejecutado que la muerte de Rebet se atribuyó a un ataque cardiaco. Dos años más tarde, el mismo Stashinsky se ocupó de liquidar al célebre nacionalista ucraniano Stefan Bandera, utilizando el mismo método. Esta vez, sin embargo, se descubrió cuál había sido la causa del fallecimiento. Bogdan Stashinsky desertó a Occidente y en pago de sus informaciones fue sentenciado a una corta pena por los dos asesinatos.

En 1978 se sumó a estas truculentas historias el siempre terrorífico "factor balcánico" con el conocido caso de los denominados "paraguas búlgaros". Georgi Markov, un disidente búlgaro que había escapado a Londres y trabajaba allí para los programas internacionales de propaganda de la BBC, fue asesinado con un punzón que le inyectó un veneno mortal en un muslo. El asesinato tuvo lugar en la vía pública, en pleno Puente de Waterloo, pues el
agente búlgaro (de hecho, un danés de origen italiano) llevaba el sistema inyector disimulado en la estructura de un paraguas. Markov esperaba el autobus, y todo lo que sintió fue un breve pinchazo; una diminuta bola de ricina terminó en tres días con su vida sin que los médicos británicos se apercibieran de lo ocurrido. Sólo tras la posterior exhumación del cuerpo se entendió lo sucedido.

Georgi Markov, el disidente búlgaro asesinado en 1978 con un sofisticado paraguas


En los años ochenta se produjo una nueva vuelta de tuerca hacia la configuración del "asesinato radiactivo" cuando se extendió el rumor de que en Rumania habían sido irradiados como represalia grupos de obreros que habían participado en las protestas de Braşov, en diciembre de 1987. El oficial de inteligencia rumano Ion Mihail Pacepa que ya por entonces había escapado a Occidente, le explicó con detalle a sus interrogadores de la CIA (o al menos eso contaba en su libro: Red Horizons, Washington, 1987) que Ceauşescu había desarrollado un sistema para liquidar disidentes en prisión por medio de elementos radiactivos, lo que en clave denominaba "aplicar Radu" y que ejecutaba un denominado Servicio K de la Securitate. Por entonces, la prensa occidental estaba muy predispuesta a creerse a pies juntillas cualquier fantástica perversidad del "tirano de los Cárpatos" y su Securitate, como quedó sobradamente demostrado durante las revueltas de 1989, por lo que la historia de Radu pasó a formar parte de la "memoria subconsciente" de los medias, que también existe.

Desaparecido Ceauşescu y hundida la Unión Soviética, los miedos apocalípticos relacionados con gases mortales y radiaciones letales anduvieron algo errantes. En marzo de 1995, la Verdad Suprema, que era una delirante secta japonesa, organizó un atentado social en el metro de Tokio utilizando gas sarín, que se saldó con el resultado de 12 muertos reales y miles de intoxicados imaginarios, tal fue el pánico que se desató. Lógicamente, el 11-S también aportó importantes dosis de paranoia colectiva, pues era de temer que tarde o temprano Al Qaeda intentaría algún ataque con armas de tipo químico bacteriológico o radiactivo, más sofisticadas y aterradoras aún que el puro explosivo, a la altura de su perversidad.


Ion Mihai Pacepa cuando todavía era un joven oficial de los servicios de la inteligencia exterior rumana. Actualmente ha reaparecido en varios foros acusando a Putin del asesinato de Litvinenko. El caso ha dado alas a todos aquellos que convirtieron su deserción a Occidente en un medio de vida


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Pero la vieja cantinela pronto volvió a los tradicionales cauces: las deliciosas historias de espías rusos, herederas a su vez de las conspiraciones venecianas y bizantinas: siempre el Este, siempre el Oriente pérfido. En un artículo firmado en "El País" por Cecilia Jan ("Nuevas (y viejas) formas de matar", domingo 3 de diciembre, 2006) se detallan los últimas proezas (reales, ficticias, imaginarias) de los maquiavélicos agentes rusos:

1995: el banquero ruso Ivan Kivelidi y su secretaria mueren, supuestamente, por efecto de un veneno colocado en el auricular de su teléfono. Posible veneno utilizado: cadmio.

2000: fuerzas especiales rusas asaltan el Teatro Dubrovka, en Moscú, para liberar a 800 rehenes tomados por un nutrido comando cecheno de 42 terroristas. En el ataque se utilizó, al parecer, un derivado del fentanilo, un gas anestésico potenciado.

2002: el guerrillero jordano e islamista al-Jattab, uno de los jefes de la insurgencia chechena, fallece tras recibir una carta envenenada (?)



El pintoresco guerrillero jordano ibn al-Jattab, luchador en Chechenia


2004
: el candidato a la presidencia ucraniana Viktor Yushenko, alega haber sido envenenado por dioxina por agentes del servicio secreto de su país partidarios de sus adversarios políticos.

Resultaría absurdo negar que durante la Guerra Fría y en años posteriores algunos servicios de inteligencia han recurrido al envenenamiento en sus variadas formas. Asimismo sería falso negar la evidencia de que el KGB, al menos inicialmente, experimentó y desarrolló formas imaginativas de asesinato basadas en venenos y sustancias químicas. Sus adversarios de entonces no tardaron en hacer lo mismo, y en nuestros días ya es un lugar común que con el arsenal existente se pueden generar enfermedes galopantes, paros cardiacos e incluso ataques de locura. Es un recurso para sacar de en medio de forma discreta -no lo olvidemos- a personajes comprometedores y no parece lógico utilizarla con enemigos de medio pelo. Puerstos en el caso, Berezovski hubiera sido un objetivo susceptible de justificar un asesinato rocambolesco pero "limpio" con supuestos venenos ultrasofisticados, pero no un individuo con una importancia tan cuestionable como Litvinenko.

Por ello cuando una acción ejecutiva resulta inútilmente compleja o desproporcionada en sus medios, si no queda claro el "qui prodest", si al final de todo ello el individuo eliminado no resulta un objetivo importante, si la coyuntura política de los países implicados no justifica lo ocurrido, entonces hay que empezar a considerar que alguna pieza no casa. Y si es así, la realidad resulta demasiado tozuda como para encajarla a martillazos, al menos durante demasiado tiempo. Llegados al punto en que el contradictorio montaje se descompone, surge la pregunta: ¿Valió la pena montar el engañoso tinglado? Se dice que los medios de comunicación poseen una memoria similar a la de un niño de cinco años. En realidad, periodistas y políticos son quienes generan y modulan la amnesia social. Por lo tanto, su respuesta a la pregunta anterior sería un rotundo y triunfante: "¡Si!"

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