¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (1)
Cubierta del libro de Peter Siani-Davies reseñado en este post
Este mismo año ha sido publicado en edición rústica el libro de Peter Siani-Davies: The Romanian Revolution of December 1989, publicado en 2005, en edición tapa dura por la Cornell University Press. Es, sin lugar a dudas, uno de los libros de referencia básica para el lector no rumano, porque el autor pone sobre la mesa todo el material publicado sobre el tal acontecimiento, y como en un puzzle, reconstruye pieza a pieza cada uno de los avatares que configuraron aquella revolución que comenzó el 16 de diciembre de 1989 en Timişoara y concluyó, en una primera fase, con la ejecución de Nicolae Ceauşescu, el 25 de ese mismo mes. Siani-Davies no se queda en esos nueve días vertiginosos, sino que analiza las causas lejanas de la revolución de 1989 y describe sus consecuencias hasta el mes de febrero de 1990, cuando los vencedores lograron articular el Consejo Provisional de Unidad Nacional, un protoparlamento que alcanzó a reunir a las principales y recién nacidas fuerzas políticas del país.
La obra se lee con soltura, maneja una respetable cantidad de protagonistas de varios niveles y pretende responder a algunas de las incógnitas que ya por entonces y en año sucesivos, hicieron correr ríos de tinta: ¿Qué papel jugó exactamente la Securitate (policía política rumana) en los enfrentamientos armados que tuvieron lugar a partir del día 22?¿Qué protagonismo tuvo la Unión Soviética en el proceso revolucionario rumano?¿Estuvieron implicados combatientes árabes en los tiroteos que tuvieron lugar y que, supuestamente, eran parte de una contraofensiva para devolver a Ceauşescu al poder?¿Cuál fue la entidad del complot anterior a los sucesos revolucionarios, si es que existió realmente?¿Existió el Frente de Salvación Nacional con anterioridad a los sucesos de diciembre?
En enero de 1990, recién concluidos los combates, Bucarest parecía una ciudad con los claroscuros de cualquier otra de Europa... en 1945. Fotografía del autor © Francisco Veiga
Siani-Davies pone todas las fichas sobre la mesa, y las ordena, una a una. Ofrece al lector el despliegue más completo que existe hasta ahora. Además, aporta el desapasionado distanciamiento que ese espera de un académico anglosajón y que hasta ahora no ha logrado exhibir ningún rumano. En The Romanian Revolution of December 1989 no hay trampa ni cartón: es un libro honesto.
Dicho lo cual, conviene pasar revista a los puntos débiles, algo necesario no tanto para evitar que el libro se venda, todo lo contrario: cualquier persona interesada en saber cómo y por qué Ceauşescu fue derribado del poder debería comprarse el libro de Siani-Davies. Pero es importante criticar algunos extremos para contribuir a que sucesivas generaciones de historiadores e investigadores no crean que todo está hecho. La obra que nos ocupa no pasa página, al contrario: da una base sólida para continuar.
Dicho lo cual, conviene pasar revista a los puntos débiles, algo necesario no tanto para evitar que el libro se venda, todo lo contrario: cualquier persona interesada en saber cómo y por qué Ceauşescu fue derribado del poder debería comprarse el libro de Siani-Davies. Pero es importante criticar algunos extremos para contribuir a que sucesivas generaciones de historiadores e investigadores no crean que todo está hecho. La obra que nos ocupa no pasa página, al contrario: da una base sólida para continuar.
Pavel Câmpeanu, polémico líder inicial del Partido Liberal, posa para la cámara del autor en enero de 1990. Siempre fue un personaje muy accesible. Pero como la mayor parte de los líderes de los nuevos partidos políticos, no estuvo en el centro de los acontecimientos durante la revolución. Otros,llegaron directamente del exilio cuando todo había concluido © Francisco Veiga
En primer lugar, debe resaltarse que Peter Siani-Davies utiliza exclusivamente fuentes secundarias, es decir, material ya publicado. O casi: en la introducción nos dice que entrevistó a una serie de testimonios y analistas. Sin embargo, entre ellos no hay casi ninguno de los verdaderos protagonistas de aquellos días, personas que tienen las claves –todavía hoy- de algunos enigmas que el auor no logra resolver. No figura en la lista que hayan sido entrevistados Ion Iliescu o Petre Roman; no hay en ella ningún militar de los que todavía siguen vivos (de los generales que jugaron un papel central, Militaru murió en 1996 y Gusă en 1994). Eso por no hablar de personajes tan enigmáticos pero centrales como Gelu Voican Voiculescu, que el intelectual Andrei Pleşu –otro personaje con protagonismo en aquellos días- me dijo era un simple “prost” (tonto). Puede ser, pero Voican, que formó parte del tribunal que juzgó a Ceauşescu y que al parecer tuvo una gran responsabilidad en su ejecución, terminó dirigiendo los servicios de inteligencia del nuevo estado. Y nadie sabe de dónde salió el avispado personaje que, al parecer, era amigo de Petre Roman antes de la revolución.
Por lo tanto, los testimonios de Siani-Davies son, en algunos casos importantes, personajes que durante años han insistido en hacer oir su voz, en parte por el placer de explicar sus batallitas, pero también para ponerse medallas que a estas alturas de siglo ya no tienen mucho sentido, porque todo está partido y repartido desde hace casi dos décadas. Es el caso, por ejemplo, de Silviu Brucan el viejo “Tache” de sus tiempos de joven militancia, que desde hace mucho tiempo ha luchado por explicar a quien le quisiera escuchar, que había organizado una red conspirativa contra el régimen.
Silviu Brucan [personaje de oscuro, en el centro] da una rueda de prensa en el Hotel Intercontinental, Bucarest, enero de 1990, cuando intentaba hacerse con un papel central en el Consejo Provisional de Unidad Nacional. Fotografía del autor © Francisco Veiga
Algo parecido ocurre con las fuentes, todas bibliográficas. No hay documentos oficiales, no se ve trabajo de archivo. Se entiende que no es fácil acceder a ese material, que en algunos casos está bajo siete llaves. Pero no así en Moscú, por ejemplo; y no parece que Siani-Davies haya hecho ese viaje para echar un vistazo a archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético o de la KGB de entonces, ahora consultables. En su momento se habló, por ejemplo, de que Iliescu había sido un agente de la KGB; el autor nos da la información, nos cita algunas fuentes de la época en las que se habla del asunto (de la BBC, sobre todo). Pero no resuelve el asunto. Claro, es imposible hacerlo con fuentes coetáneas. Por último, no consta que el autor haya consultado series completas de periódicos. Y lo cierto es que, aparte de los cuatro o cinco principales, hubo decenas de cabeceras que aparecieron y desaparecieron por entonces, con una enorme cantidad de detalles sobre la revolución de 1989.
Por lo tanto, los grandes enigmas de la revolución rumana de 1989, siguen ahí: ¿Contra quién se libraron los combates en Bucarest, entre el 22 y el 25 de diciembre? Siani-Davies no da una respuesta concluyente, sigue siendo un misterio. ¿Participaron de alguna forma Hungría y la Unión Soviética en los acontecimientos? Tampoco hay una respuesta clara; algunos datos, como los problemas que tuvieron algunas bases aéreas rumanas con sus radares, ni siquiera se mencionan. En cambio, sí se puede encontrar en el libro una interesante descripción de los sucesos acaecidos en Sibiu el 21 y 22 de diciembre, un momento y lugar que fueron claves pero que la literatura sobre este fenómeno histórico suele olvidar. Sin embargo, la tendencia de Siani-Davies es a quedarse en una narración factual. El autor no analiza a fondo el papel político del Ejército, no aclara qué ocurrió con la Securitate, falta una lectura social de la revolución, no se percibe una articulación convincente entre los grandes actores de aquellos días. Pero no como individuos –el relato habitual que suelen hacer los rumanos- sino como fuerzas operantes.
Una de las fotografías más "panchovillesca" de la revolución rumana de 1989. Dos suboficiales, al parecer del cuerpo sanitario, ocupan una estancia de lo que parece ser el Comité Central del PCR. Obsérvense los anticuados uniformes (el modelo de casco es el holandés de la Segunda Guerra Mundial) y la expresión de fatiga. El verdadero papel del Ejército rumano en la revolución aún está por clarificar
Siani-Davies no es un Joseph Rotschild, un Peter Sugar, un Mark Mazower o un François Fejtö. Es decir: no demuestra la capacidad de proyectarse un poco más allá del fenómeno histórico estudiado a fin de entenderlo mejor recurriendo a la comparación con sucesos similares en el tiempo o en el espacio. Por lo tanto, falta ese acercamiento del historiador veterano que hubiera explicado qué significó la revolución rumana en el contexto de las fichas de dominó que caían, una tras otra, en aquel otoño e invierno de 1989 en el Este de Europa. Pero sobre todo, el historiador británico no da respuesta a una pregunta clave: ¿Por qué la caída de los regímenes comunistas en los Balcanes (Rumania, si, pero también Albania y sobre todo, Yugoslavia) fueron tan violentos, por contraste con la revolución de terciopelo checa, la unanimindad nacional que imperó en Hungría o la transición “a la española” de Polonia en torno a la célebre “mesa redonda”?
En fin: como complemento a la lectura del libro de Peter Siani-Davies, se ofrece a continuación una interpretación propia de la revolución rumana de 1989 extraída de La trampa balcánica, edición de 2002, páginas 240 a 248. Por razones de extensión, se editará en dos pequeños capítulos.
Un BTR-60 toma posición en plena Calea Victoriei. Las ventanas del edificio de enfrente ya han sido profusamente tiroteadas por los soldados y civiles armados en días anteriores. Fotografía del autor © Francisco Veiga
1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]
La tormenta que conmocionó a Rumania durante las Navidades de 1989 sigue siendo un fenómeno escasamente aclarado a pesar de que, paradójicamente, fue la primera revolución televisada en directo de la historia. Quizá por eso resultó tan desconcertante[1]. Durante un cierto tiempo se mantuvo que se había tratado de un complot o un golpe de Estado, una explicación que convenía a los adversarios políticos de las nuevas autoridades y a los medios de comunicación -occidentales y rumanos-, que buscaban explicaciones rápidas para un fenómeno muy complejo. Fue, en definitiva, un reflejo característico, posterior a muchas revoluciones y bruscos cambios históricos, comenzando por la Revolución francesa, y terminando por la bolchevique. En realidad, un vistazo panorámico a la revolución rumana introduce serias dudas sobre la posibilidad de un complot. Los golpes de palacio y las conspiraciones (como ocurrió en Bulgaria) suelen ser procesos rápidos, dirigidos contra el centro neurálgico del poder, calculados para mover el menor número de piezas posible y sobre todo, para evitar la implicación popular.
En Rumania ocurrió lo contrario: los sucesos comenzaron con una revuelta popular en Timişoara, una ciudad de provincias. La represión se prolongó durante seis días sin que nadie se moviera en la capital. Por fin, casi "in extremis", los bucurestinos salieron a la calle y lograron provocar la huída de Ceauşescu. Sin embargo, lo que siguió fue un confuso combate en la capital que se prolongó durante cinco días más. Todo ello con miles de civiles armados, soldados locos de miedo y enemigos que en buena medida fueron imaginarios. Como remate, una parodia de juicio contra Ceauşescu, filmada y distribuida en el extranjero para vergüenza de sus autores. Si todo ello ha de entenderse como un complot de principio a fin, lo más piadoso que se puede decir de él es que dió un gran rodeo sin necesidad.
En realidad, la campaña orquestada por los húngaros en defensa de los supuestos abusos contra la minoría étnica magiar en Transilvania había logrado galvanizar al régimen rumano, más que debilitarlo. En parte porque las acusaciones de enormes campañas de resituación no eran ciertas, como demostró con toda autoridad el prestigioso Südosteuropäische Institut de Munich y publicó "Newsweek" en el último reportaje realizado sobre Ceauşescu antes de su caída[2].
Un soldado, aterido, se abriga con una manta en lo alto de la torreta de un tanque, Timisoara. El Ejército reprimió a la población civil duramente en esta ciudad, en la primera fase de la revolución
Las tensiones con Hungria crearon un ambiente de peligro inminente que Ceauşescu tuvo buen cuidado de alimentar. El Ejército, en especial, estaba muy sensibilizado ante la posibilidad de un ataque húngaro o soviético. El gran fantasma era la "invasión pendiente" de 1968. Los sucesivos desmoronamientos de regímenes comunistas a lo largo del otoño de 1989 terminaron por ponerle los nervios a flor de piel a los jerarcas rumanos. Sólo Ceauşescu parecía creer en la eficacia de una defensa numantina.
Hubo un intento de manifestación en la ciudad moldava de Iaşi, detenido "in extremis" por las fuerzas de seguridad. Pero en Timişoara, las unidades de la Securitate y la policía no tuvieron tiempo de utilizar su táctica: la disuasión. En realidad, los disturbios del 16 de diciembre habrían fracasado si las fuerzas de orden público hubieran estado preparadas para reducir a grupos de manifestantes decididos. Pero estaban deficientemente entrenadas y pobremente armadas, y sobre todo, nunca se habían tenido que enfrentar a tal contingencia. En Braşov, dos años antes, la multitud se había desmoralizado; en Timişoara fue la policía la que se derrumbó.
Ante las dificultades para controlar el orden público en Timişoara, ciudad a pocos kilómetros de la frontera húngara, cundió la alarma en Bucarest. Sencillamente, las autoridades creyeron que aquello eran los prolegómenos de una invasión, una provocación maquiavélica organizada por agentes secretos húngaros y soviéticos. Paradójicamente, la mitificación de la Securitate y el ambiente paranoico que existía en la Rumania de Ceauşescu habían llevado a una exagerada sobrevaloración de lo que unos servicios de información o grupos de agitadores podían llegar a hacer.
(Continuará)
Silviu Brucan [personaje de oscuro, en el centro] da una rueda de prensa en el Hotel Intercontinental, Bucarest, enero de 1990, cuando intentaba hacerse con un papel central en el Consejo Provisional de Unidad Nacional. Fotografía del autor © Francisco Veiga
Algo parecido ocurre con las fuentes, todas bibliográficas. No hay documentos oficiales, no se ve trabajo de archivo. Se entiende que no es fácil acceder a ese material, que en algunos casos está bajo siete llaves. Pero no así en Moscú, por ejemplo; y no parece que Siani-Davies haya hecho ese viaje para echar un vistazo a archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético o de la KGB de entonces, ahora consultables. En su momento se habló, por ejemplo, de que Iliescu había sido un agente de la KGB; el autor nos da la información, nos cita algunas fuentes de la época en las que se habla del asunto (de la BBC, sobre todo). Pero no resuelve el asunto. Claro, es imposible hacerlo con fuentes coetáneas. Por último, no consta que el autor haya consultado series completas de periódicos. Y lo cierto es que, aparte de los cuatro o cinco principales, hubo decenas de cabeceras que aparecieron y desaparecieron por entonces, con una enorme cantidad de detalles sobre la revolución de 1989.
Por lo tanto, los grandes enigmas de la revolución rumana de 1989, siguen ahí: ¿Contra quién se libraron los combates en Bucarest, entre el 22 y el 25 de diciembre? Siani-Davies no da una respuesta concluyente, sigue siendo un misterio. ¿Participaron de alguna forma Hungría y la Unión Soviética en los acontecimientos? Tampoco hay una respuesta clara; algunos datos, como los problemas que tuvieron algunas bases aéreas rumanas con sus radares, ni siquiera se mencionan. En cambio, sí se puede encontrar en el libro una interesante descripción de los sucesos acaecidos en Sibiu el 21 y 22 de diciembre, un momento y lugar que fueron claves pero que la literatura sobre este fenómeno histórico suele olvidar. Sin embargo, la tendencia de Siani-Davies es a quedarse en una narración factual. El autor no analiza a fondo el papel político del Ejército, no aclara qué ocurrió con la Securitate, falta una lectura social de la revolución, no se percibe una articulación convincente entre los grandes actores de aquellos días. Pero no como individuos –el relato habitual que suelen hacer los rumanos- sino como fuerzas operantes.
Una de las fotografías más "panchovillesca" de la revolución rumana de 1989. Dos suboficiales, al parecer del cuerpo sanitario, ocupan una estancia de lo que parece ser el Comité Central del PCR. Obsérvense los anticuados uniformes (el modelo de casco es el holandés de la Segunda Guerra Mundial) y la expresión de fatiga. El verdadero papel del Ejército rumano en la revolución aún está por clarificar
Siani-Davies no es un Joseph Rotschild, un Peter Sugar, un Mark Mazower o un François Fejtö. Es decir: no demuestra la capacidad de proyectarse un poco más allá del fenómeno histórico estudiado a fin de entenderlo mejor recurriendo a la comparación con sucesos similares en el tiempo o en el espacio. Por lo tanto, falta ese acercamiento del historiador veterano que hubiera explicado qué significó la revolución rumana en el contexto de las fichas de dominó que caían, una tras otra, en aquel otoño e invierno de 1989 en el Este de Europa. Pero sobre todo, el historiador británico no da respuesta a una pregunta clave: ¿Por qué la caída de los regímenes comunistas en los Balcanes (Rumania, si, pero también Albania y sobre todo, Yugoslavia) fueron tan violentos, por contraste con la revolución de terciopelo checa, la unanimindad nacional que imperó en Hungría o la transición “a la española” de Polonia en torno a la célebre “mesa redonda”?
En fin: como complemento a la lectura del libro de Peter Siani-Davies, se ofrece a continuación una interpretación propia de la revolución rumana de 1989 extraída de La trampa balcánica, edición de 2002, páginas 240 a 248. Por razones de extensión, se editará en dos pequeños capítulos.
Un BTR-60 toma posición en plena Calea Victoriei. Las ventanas del edificio de enfrente ya han sido profusamente tiroteadas por los soldados y civiles armados en días anteriores. Fotografía del autor © Francisco Veiga
1989: revolución en Rumania
[interpretación de Francisco Veiga]
La tormenta que conmocionó a Rumania durante las Navidades de 1989 sigue siendo un fenómeno escasamente aclarado a pesar de que, paradójicamente, fue la primera revolución televisada en directo de la historia. Quizá por eso resultó tan desconcertante[1]. Durante un cierto tiempo se mantuvo que se había tratado de un complot o un golpe de Estado, una explicación que convenía a los adversarios políticos de las nuevas autoridades y a los medios de comunicación -occidentales y rumanos-, que buscaban explicaciones rápidas para un fenómeno muy complejo. Fue, en definitiva, un reflejo característico, posterior a muchas revoluciones y bruscos cambios históricos, comenzando por la Revolución francesa, y terminando por la bolchevique. En realidad, un vistazo panorámico a la revolución rumana introduce serias dudas sobre la posibilidad de un complot. Los golpes de palacio y las conspiraciones (como ocurrió en Bulgaria) suelen ser procesos rápidos, dirigidos contra el centro neurálgico del poder, calculados para mover el menor número de piezas posible y sobre todo, para evitar la implicación popular.
En Rumania ocurrió lo contrario: los sucesos comenzaron con una revuelta popular en Timişoara, una ciudad de provincias. La represión se prolongó durante seis días sin que nadie se moviera en la capital. Por fin, casi "in extremis", los bucurestinos salieron a la calle y lograron provocar la huída de Ceauşescu. Sin embargo, lo que siguió fue un confuso combate en la capital que se prolongó durante cinco días más. Todo ello con miles de civiles armados, soldados locos de miedo y enemigos que en buena medida fueron imaginarios. Como remate, una parodia de juicio contra Ceauşescu, filmada y distribuida en el extranjero para vergüenza de sus autores. Si todo ello ha de entenderse como un complot de principio a fin, lo más piadoso que se puede decir de él es que dió un gran rodeo sin necesidad.
En realidad, la campaña orquestada por los húngaros en defensa de los supuestos abusos contra la minoría étnica magiar en Transilvania había logrado galvanizar al régimen rumano, más que debilitarlo. En parte porque las acusaciones de enormes campañas de resituación no eran ciertas, como demostró con toda autoridad el prestigioso Südosteuropäische Institut de Munich y publicó "Newsweek" en el último reportaje realizado sobre Ceauşescu antes de su caída[2].
Un soldado, aterido, se abriga con una manta en lo alto de la torreta de un tanque, Timisoara. El Ejército reprimió a la población civil duramente en esta ciudad, en la primera fase de la revolución
Las tensiones con Hungria crearon un ambiente de peligro inminente que Ceauşescu tuvo buen cuidado de alimentar. El Ejército, en especial, estaba muy sensibilizado ante la posibilidad de un ataque húngaro o soviético. El gran fantasma era la "invasión pendiente" de 1968. Los sucesivos desmoronamientos de regímenes comunistas a lo largo del otoño de 1989 terminaron por ponerle los nervios a flor de piel a los jerarcas rumanos. Sólo Ceauşescu parecía creer en la eficacia de una defensa numantina.
Hubo un intento de manifestación en la ciudad moldava de Iaşi, detenido "in extremis" por las fuerzas de seguridad. Pero en Timişoara, las unidades de la Securitate y la policía no tuvieron tiempo de utilizar su táctica: la disuasión. En realidad, los disturbios del 16 de diciembre habrían fracasado si las fuerzas de orden público hubieran estado preparadas para reducir a grupos de manifestantes decididos. Pero estaban deficientemente entrenadas y pobremente armadas, y sobre todo, nunca se habían tenido que enfrentar a tal contingencia. En Braşov, dos años antes, la multitud se había desmoralizado; en Timişoara fue la policía la que se derrumbó.
Ante las dificultades para controlar el orden público en Timişoara, ciudad a pocos kilómetros de la frontera húngara, cundió la alarma en Bucarest. Sencillamente, las autoridades creyeron que aquello eran los prolegómenos de una invasión, una provocación maquiavélica organizada por agentes secretos húngaros y soviéticos. Paradójicamente, la mitificación de la Securitate y el ambiente paranoico que existía en la Rumania de Ceauşescu habían llevado a una exagerada sobrevaloración de lo que unos servicios de información o grupos de agitadores podían llegar a hacer.
(Continuará)
Aquí empezó todo: La Iglesia Reformada donde oficiaba el pastor László Tökés, en la str. Timotei Cipariu nr. 1 de Timsoara. En la pared, una placa recuerda el evento y la fecha: 15 de diciembre de 1989. Fotografía del autor © Francisco Veiga
NOTAS
(No actualizadas)
[1] Los libros más célebres sobre la revolución rumana son los siguientes: Michel Castex, Un mensonge gros comme le siècle. Roumanie, histoire d'une manipulation, Albin Michel, Paris, 1990; Radu Portocala, Autopsie du coup d'État Roumain. Au pays du mensonge triomphant, Calmann-Lévy, 1880; Nestor Ratesh, Romania: The Entangled Revolution, Praeger, New York, 1991; Martyn Rady, Romania in Turmoil, IB Tauris, London-New York, 1992. La obra de Edward Behr ya cit., suministra algunos datos sobre la revolución, aunque contiene errores. De todos los libros citados, los únicos fiables y honrados son los de Ratesh y Rady.
La interpretación ofrecida aquí sobre la revolución rumana de 1989 proviene en parte de un estudio realizado por el autor de estas líneas, basado en documentación y testimonios originales, prensa rumana y estudio de filmaciones en vídeo. También se incorporan elementos del análisis ofrecido por la televisión rumana en la serie "Revoluţia româna în direct", emitida mensualmente a lo largo de 1991, con quince capítulos de una hora de duración cada uno. Por ello se evitará el recurso a notas sobre bibliografía o documentos muy poco accesibles para el lector español. En todo caso, una primera interpretación fue publicada en la obra de Mariló Ruiz de Elvira y Carlo Pelanda (eds.), Europa se reencuentra. La difícil transición del Este al Oeste, El País-Aguilar, Madrid, 1991. Vid.: Francisco Veiga, "Rumanía o el desafío de las mil piezas que no encajan", pags. 243-262.
[2] Vid.: "Realm of the Last Stalinist", por Michael Meyer, en: "Newsweek", August 21, 1989; pags. 8-14. Sobre el mito de las demoliciones masivas de aldeas, vid., en especial, pags. 12 y 13. En el invierno de 1988, un equipó de la televisión catalana viajó a Corund, típico pueblo húngaro en el corazón, de Transilvania, que según la prensa magiar había sido ya demolido. "Romania: l'obsessió per un pla", en "30 minuts", reportaje cit.
[1] Los libros más célebres sobre la revolución rumana son los siguientes: Michel Castex, Un mensonge gros comme le siècle. Roumanie, histoire d'une manipulation, Albin Michel, Paris, 1990; Radu Portocala, Autopsie du coup d'État Roumain. Au pays du mensonge triomphant, Calmann-Lévy, 1880; Nestor Ratesh, Romania: The Entangled Revolution, Praeger, New York, 1991; Martyn Rady, Romania in Turmoil, IB Tauris, London-New York, 1992. La obra de Edward Behr ya cit., suministra algunos datos sobre la revolución, aunque contiene errores. De todos los libros citados, los únicos fiables y honrados son los de Ratesh y Rady.
La interpretación ofrecida aquí sobre la revolución rumana de 1989 proviene en parte de un estudio realizado por el autor de estas líneas, basado en documentación y testimonios originales, prensa rumana y estudio de filmaciones en vídeo. También se incorporan elementos del análisis ofrecido por la televisión rumana en la serie "Revoluţia româna în direct", emitida mensualmente a lo largo de 1991, con quince capítulos de una hora de duración cada uno. Por ello se evitará el recurso a notas sobre bibliografía o documentos muy poco accesibles para el lector español. En todo caso, una primera interpretación fue publicada en la obra de Mariló Ruiz de Elvira y Carlo Pelanda (eds.), Europa se reencuentra. La difícil transición del Este al Oeste, El País-Aguilar, Madrid, 1991. Vid.: Francisco Veiga, "Rumanía o el desafío de las mil piezas que no encajan", pags. 243-262.
[2] Vid.: "Realm of the Last Stalinist", por Michael Meyer, en: "Newsweek", August 21, 1989; pags. 8-14. Sobre el mito de las demoliciones masivas de aldeas, vid., en especial, pags. 12 y 13. En el invierno de 1988, un equipó de la televisión catalana viajó a Corund, típico pueblo húngaro en el corazón, de Transilvania, que según la prensa magiar había sido ya demolido. "Romania: l'obsessió per un pla", en "30 minuts", reportaje cit.
Etiquetas: Ceauşescu, Revolución rumana de 1989, Siani-Davies, Tökés
<< Home