martes, junio 12, 2007

George Bush, gran defensor de Europa contra sí misma














Comienza la cabalgata: Bush en Praga, con el presidente Vláclav Klaus



Estuvimos hablando unos minutos sobre la reciente cumbre del G-8 en Heiligendamm, donde el viernes pasado destacaba la noticia de que los tan manidos nubarrones de guerra fría entre Moscú y Washington se habían disipado en 45 minutos, tras el tête à tête entre Putin y Bush y la propuesta del ruso para instalar un sistema de control antimisiles avanzado en Azerbayán en las veteranas instalaciones de Gabala.

Desde hace unos meses, los periodistas parecen obsesionados por el posible retorno de la Guerra Fría entre Rusia y Occidente. Entra en el divertido concepto de la paleopolítica, acuñádo por Manuel Rivas en "El País", hace un par de días. Pero a la hora de la verdad, cuando parece que están entrando en punto de ebullición, las cosas no van a más: asuntos que hace pocos meses preocupaban enormemente, aparecen y desaparecen como el Guadiana, y finalmente se esfuman (¿por dónde vamos en el novelón sobre el polonio?). Quebraderos de cabeza aparentemente muy graves, se solucionan en la sombra o quién sabe (¿siguen existiendo problemas con el suministro de crudo a través de Bielorrusia?).

Mi teoría es que el retorno a la Guerra Fría como la vivida durante la segunda mitad del siglo XX es muy difícil, porque entonces la división bipolar del mundo era casi total, basada en el enfrentamiento entre dos modelos políticos y socioeconómicos diametralmente opuestos y enfrentados entre sí. Hoy, el nivel de inversiones occidental en Rusia y China es enorme, así como los negocios de todo tipo que se hacen en estos países. Una crisis política o militar seria entre Rusia y la UE o América, supondría una quiebra financiera y económica de primer orden para la economía y la sociedad occidentales: recemos porque no sea así, en vez de explotar informativamente cualquier rumor o incidente para tirar del “filón” guerra fría, sacar adelante la crónica del día y embolsarnos unos euritos.



















Se esperaba un duelo Jruschov-Eisenhower, y al final hubo un abrazo afectuoso...


La respuesta de Ramon Company, mi amigo e interlocutor en COM Ràdio cada viernes, no carecía de peso lógico: ¿Si no hay una situación de guerra fría entre Rusia y Occidente, qué pintan ahí los sistemas de alerta temprana y antimisiles que los americanos proyectan instalar en Polonia y Chequia? Y en efecto, esa es la pregunta del millón: ¿Hacia dónde apunta realmente el escudo antimisiles que proyectan los norteamericanos? Irán no es una amenaza nuclear real para Europa y blancos más lejanos aún, como América. Corea del Norte lo es menos todavía. Puede que lo sean dentro de algunos años, pero aún así, y para entonces, Bush no estará ya en la Casa Blanca y a esas supuestas amenazas pueden añadirse otras, ahora imprevisibles. Por lo tanto, ¿a qué viene tanta prisa, por qué arriesgarse a fricciones con Rusia?

En efecto, puede ocurrir que para los estrategas norteamericanos que respaldan la idea, el peligro sea Rusia. Pero en ese caso, parece dudoso que un escudo defensivo centrado en Polonia-Chequia sea suficiente para la capacidad nuclear que aún conserva esa potencia y que puede ampliar en el futuro. Y si fuera así, no tiene mucho sentido andar mareando la perdiz con Putin, invitándole a que participe en el programa y aceptando su propuesta sobre la base de Gabala. Por último, si realmente el escudo antimisiles estuviera enfocado hacia Rusia, Putin tendría toda la razón del mundo en mostrarse molesto e incluso airado. A los norteamericanos no les haría ninguna gracia que Rusia instalara un sistema parecido en Corea del Norte, por ejemplo. O en Turquía, si a este país le diera por abandonar la OTAN, tal como aseguran algunos rumores alarmistas en los últimos tiempos.


...y muchas sonrisas, parabienes e invitaciones, como en otros encuentros Putin-Bush. Estos dos se entienden mejor de lo que parece













Si el escudo antimisiles apunta a Rusia, quien está jugando sucio es Bush, y no Putin. Pero por estos pagos, nadie cuestiona que el americano es “de los nuestros” y actúa animado por excelentes intenciones, mientras que el ruso es un tipo siniestro del que uno no se puede fiar. No deja de tener su gracia que esto se plantee así casi al mismo tiempo que el investigador especial del Consejo de Europa, Dick Marty, revelara hace muy pocos días que existió un acuerdo secreto entre varios países europeos, la OTAN y la CIA para capturar y trasladar de forma clandestina a supuestos “combatientes enemigos” de los Estados Unidos. Algunos de los países implicados lo han negado con pasión el mismo viernes, 8 de junio. Pero el muy serio trabajo de Marty viene avalado por 19 meses de investigaciones, el testimonio de 30 oficiales de inteligencia europeos y un sofisticado análisis por computadora del sistema de planificación de vuelos internacionales.

No es menos irónico que nuestra prensa, tan necesitada de una nueva Guerra Fría, no dude en volver a asumir razonamientos propios de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, sobre todo después de constatar diariamente la increíble capacidad de Bush y los suyos por meter la pata cada vez más a fondo, por ejemplo en Irak. Pueden echar un vistazo a la última y genial idea :
armas a milicias suníes en Irak para que se enfrenten a Al Qaeda, uno de esos operativos para fomentar la guerra civil que, al parecer, ya se está experimentando en Líbano. Incluso en su propio país se están dando cuenta de que George Bush es un desastre ambulante y eso le costó a los republicanos, ya hace bastante meses, perder la mayoría en el Congreso. Y el último proyecto legislativo del presidente, la ley de inmigración, acaba de ser tumbada por el Senado: ese es el panorama que el espera a su regreso del triunfal viaje por Europa.






Y continíua el periplo: en Varsovia, incluso Bush no puede evitar un gesto de desconcierto. Mandatarios gemelos, "Teletubbies" homosexuales... ¿Seguro que los misiles deben estar situados aquí?








No falta quien opine (y no desde periódicos de la más rancia derecha, precisamente) que Putin está utilizando el asunto del escudo antimisiles para dividir a los europeos. Eso podría tener su lógica si fuera Putin quien anda dando la brasa por aquí y por allá para instalar el tinglado en Polonia y Chequia. Pero es que resulta ser George Bush quien ha impulsado esta copia encogida de la gloriosa “Guerra de las Galaxias”, aquel enorme y exitoso engaño imaginado por su antecesor Ronald Reagan. No harto con armar un trágico e innecesario lío en Irak y Medio Oriente, pretende complicarnos la vida para disimular lo mal que se le da la política exterior y relativizar los éxitos de los demás. Por lo tanto, nos ponen el carro delante de los caballos y aplaudimos. El amigo americano nos da una patada en el culo y nosotros damos las gracias, parafraseando a Tristan Tzara, el poeta y fundador del dadaísmo.

No sabemos si el dichoso escudo antimisiles llegará a ser instalado algún día; pero de momento, apunta a Europa, no lo duden. Ni hacia Irán, ni hacia Rusia, y menos aún Corea del Norte: somos nosotros sus objetivos. Porque una de sus funciones principales es desunir estratégicamente a los europeos impidiéndoles múltiples y provechosas formas de acercamiento a Rusia, que forma parte del mismo continente. Y eso le interesa a los Estados Unidos de América. El día en que Europa logre algún acuerdo sólido y a largo plazo con Rusia (no necesariamente el ingreso en la UE, algo que de momento resulta impensable), tendrá muy pocos rivales económicos a escala mundial. En realidad, puede ser la forma de consolidar definitivamente la integración, incluso a escala política y convertir a la Unión Europea en una superpotencia con política exterior propia y coherente a la vanguardia de las conquistas sociales y las formulaciones políticas más progresistas e innovadoras. Y por supuesto, ese será el momento en que Europa pueda influir más provechosamente en Rusia, conjurando con éxito cualquier asomo de tentaciones autocráticas y contribuyendo a la modernización social del país-continente. Pero nada de eso será posible mientras Bruselas no logre meter en cintura a miembros como Polonia, Estonia o Lituania, que fuerzan por su cuenta y en beneficio exclusivamente propio, fricciones y crisis con las potencias de la periferia europea, y se convierten motu propio en excelentes peones de Washington.


















Más sonrisas a medias del americano, esta vez en Tirana. No es de extrañar, ante la mueca casi feroz del turbulento Sali Berisha. Se cumplen diez años de las estafas piramidales en Albania, 1997. Por entonces, el actual primer ministro era presidente



La UE está desunida a priori, y Bush fuerza sus contradicciones. Y si cabe alguna duda, vean los destinos de su periplo una vez concluida la reunión del G-8. En Italia anunció el objetivo de la ronda: presionar por la independencia de Kosovo, anunciar a diestro y siniestro que Washington va a secundar activamente el Plan Ahtisaari si este se impone, o reconocer la soberanía de la provincia si ésta es proclamada unilateralmente por los albaneses. Sabedor de los problemas que eso puede generar en el entorno cercano de Kosovo, visita Italia, Albania y, cómo no, Bulgaria. Estos dos últimos son países en los que se admira sin límites a los americanos, tanto que, como dice irónicamente un diplomático español, buen conocedor de la zona, podrían optar por pedir el ingreso en los Estados Unidos de América “y así nos dejarían en paz a los europeos”. No sería mala idea, porque tanta devoción filoamericana no les ha reportado precisamente grandes beneficios a los primos del Este: normalmente, quien paga las facturas de los créditos estructurales, quién contribuye a estabilizar sus economías, o quien les tapa sus pecadillos debajo de la alfombra es la mitad rica de Europa. Es cierto que también se buscan allí beneficios, pero si esos países tuvieran que despertar el interés de los inversores norteamericanos por su cuenta y riesgo, necesitarían hacer un esfuerzo más imaginativo que el de las rendidas pancartas de bienvenida a Bush.

Como se apuntaba más arriba, el trapicheo del presidente norteamericano con el asunto de Kosovo es un verdadero abuso que, una vez más, no parece estar generando apenas reacciones de la prensa europea. Bush ha ido a tranquilizar a los italianos (y a proclamar allí mismo la idea de lo que quiere) a reconfortar a los albaneses y a prevenir a los búlgaros, pues sabe perfectamente que un Kosovo independiente puede terminar rebajándole una buena tajada a Macedonia, y es un país que sus vecinos orientales consideran una mera provincia propia que habla un dialecto del búlgaro. El presidente norteamericano ha hecho todo esto para tocarle las narices a Rusia: no funcionó del todo bien el asunto del escudo de misiles (Putin le sorprendió visiblemente con su propuesta sobre la base de Gabala, en Azerbayán) pero Bush ya ha proclamado a los cuatro vientos que de nada le servirá a los Moscú oponerse a la proclamación de la independencia de Kosovo en el Consejo de Seguridad.
















Final del rodeo: el presidente Parvanov no es de los más entusiasmados con el apretón de manos. Sabe la que se le viene encima con la indepedencia de Kosovo


Visto lo cual tampoco sería una mala solución en relación a las consecuencias legales, políticas y diplomáticas que tendría el reconocimiento por la ONU de la soberanía de una provincia desgajada de un estado soberano. Si va a ser uno de los presidentes más nefastos que han tenido los Estados Unidos el que se encargue de la explosiva tarea, mejor que mejor. Tendría su gracia que algunos de los más célebres luchadores del soberanismo a destiempo en el viejo continente se vieran obligados a ir a Washington a fin de pedir respaldo para sus proyectos al amigo americano. Aunque, vistos los enjuagues y líos que se traen los americanos por Oriente Medio y Líbano, haciendo juegos de trileros con los nuevos enemigos, las viejas amenazas y las armas de destrucción masiva inexistentes, se admite cualquier apuesta: hagan juego.

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