domingo, mayo 27, 2007

Un año y un día















"El lector de periódicos", caricatura del artista iraní Mohammad Amin Aghaey, reproducido en Blogs Diario Vasco.com Una prensa libre y eficaz es patrimonio de los países más avanzados socialmente. Pero justamente por ello, ha de estar abierta a las críticas de sus lectores y atenta a ser eficaz, no un mero negocio de compra y venta de noticias y reducto de profesionales rutinarios e inmovilistas



Ayer se cumplió el primer aniversario de esta publicación en red (que ha producido hasta ahora 101 post), y en la cultura de la blogosfera existe la tradición no escrita de que la ocasión se merece algunas líneas. Si tiene lugar, el acto es un poco de perogrullo, porque si se ha llegado hasta aquí es debido a que el invento funciona. Y si es así, a quien le interesa en especial es a su autor. Los lectores ya hacen bastante entrando y leyendo como para tener que compartir satisfacciones vanidosas. Pero quizá vale la pena comentar algunas observaciones, dado que una parte del interés de este blog está centrado en la investigación y la experimentación, el contenido no es casual y las conclusiones son parte consustancial del mismo.


Primero: es una satisfacción comprobar que las premisas iniciales sobre las que se montó el blog siguen incólumes, al menos en líneas generales. Así, en su tratamiento de la actualidad interenacional, la prensa española informa de manera deficiente, el nivel de calidad de las secciones de opinión es bajo, el grado de manipulación informativo resulta excesivo. Evidentemente, estas afirmaciones parten del análisis de un determinado escenario informativo (Balcanes, Turquía, espacio ex otomano) durante doce meses y utilizando como referencia constante dos periódicos españoles: “La Vanguardia” y “El País”. La razón de haber escogido estos dos rotativos es porque, de entre todos los de la prensa española, son los que habitualmente ofrecen una información más continuada y de mayor calado sobre las zonas mencionadas. Es evidente que “El Mundo”, “El Periódico”, “ABC” o cualquier otro, aportan de vez en cuando su granito de arena informativo o algún enfoque original en el análisis de la noticia. Pero, en general, no poseen secciones de información internacional de calidad o capaces de abarcar escenarios remotos por sus propios medios, esto es, sin recurrir a las agencias de prensa. En consecuencia, tienden a ofrecer información muy trillada, errónea o excesivamente sesgada.



De todas formas, el seguimiento de los medios escogidos se ha contrastado con el material informativo y analítico ofrecido por otros medios, incluso extranjeros y, sobre todo, los de aquellos países en los que se focalizaba la noticia: prensa turca, serbia, rumana, bosnia, croata o búlgara, foros y publicaciones en red especializadas en Balcanes, Oriente Medio y Turquía. Y también, ocasionalmente, intercambios de opinión con académicos, periodistas, diplomáticos, analistas y amigos en varios de esos países.

Matizando la aseveración inicial, hay que insistir en que las carencias de “El País” y “La Vanguardia” no son mayores que las de otros reputados medios internacionales. Y las causas de ello también son parecidas. Los problemas parecen deberse a lo siguiente: A) Desorden, descontrol en los respectivos departamentos de información internacional y opinión; B) Mantenimiento de viejos esquemas interpretativos en la redacción; C) Carencia de firmas especializadas; D) Tratamiento informativo sometido a objetivos no siempre lógicos en relación a la línea editorial; E) Falta de corresponsales fijos o tratamiento inadecuado de su labor informativa; F) Dificultades para asumir que en la era de internet no es conveniente mantener los viejos planteamientos informativos e interpretativos.


La primera de las explicaciones o justificaciones es la que se utiliza más a menudo para justificar pifias o fallos en el material informativo cuando éste es evidente. Que es un recurso de emergencia se demuestra por sí mismo, dado que un periódico de relevancia no puede argumentar como si tal cosa que existe tal o cual problema “porque hay mucho desorden en la redacción”. Si no hay orden, hay que imponerlo; y más todavía si el caos es la causa de la mala información. Caso contrario, el lector terminará por no creerse tampoco las trompeteadas estadísticas de ventas en alza y hegemonía absoluta o relativa del periódico que nos las ofrece. Si el desorden es la coartada para los fallos, también se ponen en cuestión los aciertos, que entonces, se supone, serán debidos a la pura chiripa o a la peor calidad (todavía más) de la competencia.

El segundo déficit está relacionado con la inercia mental, y por lo tanto tiene que ver con lo anterior (el desbarajuste, la dejadez) pero también con el resto de los que vienen a continuación. No se trata de dar nombres para perjudicar a personas concretas, pero no es de recibo que en ambientes periodísticos de Turquía sea tradicional el comentario de que veteranos enviados especiales españoles, no hayan cambiando sus criterios ni renovado sus información o sus fuentes en los últimos diez o quince años de viajes regulares a Estambul o Ankara. Eso es serio porque denota laxitud y rutina en las redacciones, tozudez centenaria en los prejuicios y, en conjunto, desinterés por mejorar y ser competitivos. La burocratización informativa es el cáncer de los medios de comunicación y lleva a la parálisis, como tuvimos el privilegio de comprobar en relación a los medios de comunicación del bloque oriental.



Que la información periodística es un producto que se compra y se vende es algo sabido y asumido por todo el mundo, más allá de los dos primeros cursos en las facultades de Ciencias de la Comunicación. Y justamente por ello, seguir ofreciéndole al público el mismo producto durante quinquenios no es garantía de éxito; más bien al contrario. Tampoco resulta muy útil escudarse en que tal o cual país no poseen actualmente importancia informativa. En el actual panorama informativo globalizado, en el cual cada día se manifiestan interacciones hasta ahora no evidentes o en pocas horas una crisis inesperada salta desde el rincón más oscuro del planeta a la primera páginas de todos los periódicos, son esenciales los reflejos para cubrir la noticia y opinar sobre ella. Ahí, y no en el sostenella y no enmendalla es donde se demuestra si un periódico es competitivo o no. Desde luego, enviar “al de siempre” con el reportaje ya escrito en la misma redacción, no es una solución. Y lo que es peor: hasta el lector más zote se percata enseguida de que aquel buen señor no está explicando nada de lo que realmente ocurre.



Oh, la idolatría: es la soberbia o pecado por antonomasia de periódicos enteros. Como muchos otros de los que enumera la Historia Sagrada, está ya algo anticuado. En tiempos lejanos, el periodista sabelotodo, capaz de opinar sobre lo divino y lo humano en cualquier esquina del orbe, era el rey de las redacciones. Hoy sólo lo siguen manteniendo como mascarón de proa algunos periódicos que aspiran a poseer la respetabilidad y prebendas de un ministerio. Algunos articulistas, de notable cultura y ánimo templado, son capaces de responder al reto en pleno siglo XXI; pero son tan pocos que en realidad constituyen la excepción que confirma la regla.

El periodista sabelotodo sufre de una serie de hándicaps acumulativos. Normalmente es un profesional de edad respetable -es el tiempo el que aporta la veteranía- por lo cual, suele acumular puntos de vista ya obsoletos, que él cree todavía le sirven para interpretar la realidad. También tiene tendencia a considerar que el simple peso de la respetabilidad que posee su firma le exculpa de pifias y errores. Y el colofón de todo ello es que no tiene tendencia cambiar, a estudiar, a ponerse las pilas y readaptarse a los nuevos tiempos. Si él no ha cambiado ¿por qué habrá de hacerlo el mundo?




El opinador universal, con sus afirmaciones contundentes, reservorio de la verdad última de todas las cosas a escala del mundo mundial, es el peor adversario del joven corresponsal. Debe subrayarse la calidad de ”joven”, porque muchos corresponsales han terminado por convertirse en viejos sabelotodo. Pero en cualquier caso, un buen corresponsal es una excelente inversión (con excepción de la divertida anécdota del “corresponsal en Australia” que tuvo “La Vanguardia” durante años). En cambio, un enviado especial es un falso ahorro. Lejos de la zona a cubrir, durante temporadas más o menos largas, el enviado especial alimenta con la distancia sus prejuicios o se alimenta de los que profesan sus jefes en la redacción o en la directiva del medio de prensa. Contribuye a esa tendencia el hecho de que mientras tanto se dedica a otras tareas, que no siempre están relacionadas con el o los países de los que es especialista. No hace esfuerzos para aprender lenguas extranjeras, no renueva sus fuentes de información, se pierde los detalles y los datos y detalles que preceden a los sucesos de trascendencia y que tan útiles suelen ser para interpretarlos. Como no está inmerso en la cultura del país, le resulta difícil prever o evaluar y en más de una ocasión termina convirtiéndose en una figura del “periodismo de hotel”. Y créanme que resulta lamentable ver a alguna que otra gran figura bajar de su habitación al mediodía, cambiar algunas impresiones con alguna “fuente de cafetería”, salir un rato al cyber más cercano, almorzar y subir de nuevo a la habitación a enviar la crónica.


En pleno 2007 y con la existencia de internet, sale mucho más rentable ahorrarse el dinero del viaje y consultar algunos periódicos extranjeros en la red desde Madrid o Barcelona, con la ayuda de un traductor. Pero eso supondría que el avestruz sacara la cabeza del agujero; y aunque no se lo crean, los medios de comunicación son muy inertes, muy reacios a los cambios. No en vano creen poseer el monopolio de la información, lo que significa que si ellos dicen “A”, lo ocurrido es “A” y no otra cosa. Eso era así hasta hace poco, pero ya no lo es tanto. Internet ha convertido en regla de oro aquello que decía Ignacio Ramonet: “Informarse es trabajar”. Y trabajar es comparar y contrastar, algo a lo que temen muchos reporteros. Porque comparar y contrastar es arriesgarse a leer críticas directas e indirectas y los vates de la profesión no aceptan eso.

“Perro no come perro”, rezaba una vieja contraseña periodística. Una mentalidad característica de colectivos profesionales con síndrome de inseguridad colectiva ante su propio público. Las críticas quedan reducidas, en todo caso, a los chismorreos clásicos sobre la deontología profesional: “¿Sabías que fulano se inventó una entrevista de cabo a rabo?”.



Por lo tanto, un año y un día de leer la información de prensa escrita sobre lo sucedido en una zona determinada del mundo, que no sea la propia, resulta una experiencia impagable. Pero las conclusiones, por duras que sean, no han de ser contempladas por los medios de prensa como ataques destructivos. La prensa necesita de la crítica real; no valen esas cartas al director o la “moderna innovación” de los comentarios vía internet a pie de noticia en edición electrónica, cuidadosamente manipulados ambos por la censura interna de los periódicos. Los medios de comunicación necesitan palo y control del público, porque el público los necesita a ellos. Una prensa libre y eficaz es un tesoro que debemos cuidar porque Turquía, los Balcanes y Oriente Medio ya no quedan tan lejos en el siglo XXI: son nuestros vecinos, lugares a los que viajamos, en los que trabajamos o donde hacemos negocios, y por lo tanto necesitamos información sobre ellos: no las opiniones autosuficientes de cuatro gurús iluminados, los boletines de las grandes agencias de prensa apenas retocados y repetidos ad infinitum o los prejuicios empresariales del periódico-empresa o el periódico-partido. Si la prensa controla para la libertad de expresión y la democracia, hemos de controlar al controlador. Si la prensa es el cuarto poder, ha de ser nuestro poder: idolatrarla sólo la convertirá en un poder tiránico por el que pagamos un simbólico euro cada día; porque como sabrán, la parte del león de ingresos de la prensa están en la publicidad, desde hace muchos años.

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