jueves, mayo 24, 2007

Los turcos en el cine (3): "Contra la pared"







Cartel original del film, en alemán, organizado en torno a la inquietante mirada de Sibel











De madrugada, se encienden las luces del local, es el momento más deprimente en cualquier discoteca o sala de conciertos. Aparece Cahit y se pone a recoger los cascos de las botellas y los restos de la juerga. Ese es su trabajo. Viene a la cabeza aquel brutal reportaje de Günter Wallraff, titulado Cabeza de turco (Abajo del todo) y que tanto éxito tuvo en los años ochenta. El periodista de entonces, caracterizado de turco, se parece bastante al Cahit de nuestros días, con esa mirada de perro apaleado y acorralado. El hombre tiene una mala noche. Sale del trabajo de madrugada, ya borracho, y se pelea en otro bar. Al final, pone su auto en marcha y recorre la ciudad. Trepida en la radio I Feel You de Dépêche Mode, la mejor canción posible cuando uno pretende suicidarse con premeditación y va directo al grano. La cámara enfoca un primer plano de Cahit y de fondo, tras los vidrios velados, luces que bailan. Se percibe perfectamente el olor a sudor y alcohol. El chirrido de los neumáticos sobre el pavimento es continuo, suena como una guadaña afilándose contra la pared y soltando chispas. Cahit sólo pretende suicidarse para estar vivo, porque desde que lo hemos visto aparecer en pantalla, es un cadáver. Gira a la izquierda, enfila hacia la pared, toma distancia con los ojos entrecerrados, acelera a conciencia.

Es un intento de suicidio muy bien filmado, brutal pero nada aparatoso; a Fatih Akın no se le ocurre jugar a los efectos especiales. Es una escena de cine europeo, alemán. Pero Cahit no muere, sólo sufre un latigazo cervical, y quizá se rompe una pierna. Lo internan en un siquiátrico, una institución también muy alemana. Sigue siendo un ambiente gélido y Cahit vuelve a ser un muerto en vida, atrapado esta vez en un collarín. Lo recibe en la consulta un médico alemán, un personaje que, con todo, posee un punto mágico. La escena y los consejos del doctor tienen algo de iniciático; en realidad, éste le sugiere enigmáticamente a su paciente lo que va a hacer pocas horas más tarde. A la salida, una joven turca, Sibel, aborda a Cahit y le propone en matrimonio.

Cahit y Sibel: ¿Una pareja imposible? Una de las claves del film es la muy convincente química que se establece entre ambos protagonistas: contra todo y todos, a pesar de todo


La historia está en marcha, funciona a chorro hasta el final, y el espectador ya no se la podrá sacar de la cabeza durante varios días. Quizá considere que es el mejor film que ha visto en mucho tiempo. Como la mayoría de las grandes obras, no se basa en un argumento complicado. Es una historia de amor de final casi predecible. No hay grandes decorados, ni gastos en fotografía de diseño. Pero el duelo interpretativo entre Cahit (Birol Ünel) y Sibel (Sibel Kekilli), entre la mirada de uno y la sonrisa de la otra, es de una envergadura tal, que el espectador, como si estuviera ante una historia real de la vida cotidiana, siente en cada minuto que puede pasar cualquier cosa.

No voy a desvelar los entresijos y mucho menos el final de la trama, porque además aquí se trata de entresacar la forma en que los turcos se ven a sí mismos, o son percibidos por los extranjeros a partir de una serie de films. En ese aspecto, Contra la pared expresa una curiosa paradoja: comienza como una película alemana pero termina siendo turca. La locura, el amor y la muerte, según relata el mismo director en los extras del DVD, presiden el argumento del film: asuntos, así combinados, muy germánicos. También los protagonistas lo son: Cahit se maneja en un buen alemán y un mal turco. “Se me rompió” –le responde a su futuro cuñado cuando éste le reprocha el mal uso que hace que de la lengua turca. Sibel, con su rostro de Anatolia central, también quiere ser muy alemana, alternativa, libre: una chica moderna, europea. Entre ella y Cahit hablarán en alemán en sus momentos más íntimos, hasta el final del film.














Siguiendo la fórmula narrativa de las tragedias clásicas, las partes del film están separadas por canciones tradicionales turcas interpretadas contra el fondo de la Süleymaniye


Pero todos terminan viajando de retorno a Estambul: Sibel, la primera; Cahit detrás de ella; incluso el mismo director de la película, Fatih Akın se traslada a la ciudad en cuerpo y alma. Fíjense que se trata de Estambul, no de Turquía. La protagonista nació en Hamburgo, pero su familia procede de Zonguldak, ciudad minera de carbón, en la costa del Mar Negro; su compañero de relato es de Mersin, una capital de provincia del sur anatolio, justo en el otro extremo. Acaban yendo a Estambul, la ciudad donde se detiene el tiempo y es posible recomenzar toda una nueva vida. El mito parece funcionar también para los turcos, o al menos para esos mestizos culturales, medio alemanes, que no saben muy bien lo que son ni lo que desean acabar siendo.

Por el camino, Akın muestra toda una galería de personajes turcos, inmersos en su particular salsa social. El colega y amigo de Cahit, un tipo rechoncho y bigotudo lleno de sabiduría popular, un verdadero Sancho Panza, que se porta muy bien con todos. La familia de Sibel: el viejo padre (con un cierto parecido a nuestro Chanquete) que es el severo patriarca tradicional. Le ayuda en la tarea su hijo, hermano de la protagonista: el turco nunca integrado, rodeado de amigotes y obsesionado por el honor de la familia. La madre: una mujer que aguanta como puede la presión de tanta tradición mal entendida, pero que fuma y va teñida de rubio, no lleva pañoleta. La prima de Sibel o la imagen de la ambición, la mujer ejecutiva, triunfadora y moderna, que ya acaricia la posibilidad de dirigir su propio hotel en Estambul. Todo un pequeño catálogo con sus contradicciones y matices a cuestas, nada de maniqueísmo. Cuando la familia expulsa a Sibel no vemos la tragedia mortal que nos explican los diarios occidentales, sino una serie de actos torpes y patéticos. En ese sentido, el film posee un importante componente desmitificador de ciertos estereotipos sobre turcos y alemanes.


El director turco-germano Fatih Akın


















Sin embargo y al final, como ocurre, con los personajes principales, todos son inequívocamente turcos. El director procura mantener la ambivalencia hasta el final, con Cahit y Sibel sosteniendo su diálogo de amor en alemán, en el centro de Estambul. O en esa divertida escena en la cual un taxista, cien por cien turco pero antiguo gästarbeiter, afirma que “es de Munich”, respondiendo a Cahit, que dice ser “de Hamburgo”: y acto seguido ambos cambian del turco al alemán. ¿Mestizaje real o raíces turcas predominantes? La respuesta de Fatih Akın parece honrada: al final siempre termina imponiéndose la fascinación por lo propio, cuando la integración no es tan real como parecía. A ambos protagonistas les fallan sus respectivos amantes alemanes y terminan convirtiéndose en un matrimonio turco. Eso tampoco funciona; pero lo que no rueda en este caso es que ambos lo habían organizado como lo que ellos creían que podía ser un improbable matrimonio alemán.

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