¿Una crisis de 1962 resuelta a la inversa?
Batería de S-400 en estado de revista. Aparte de la eficiacia de los proyectiles en sí, los sistemas de radar y guiado descollan por su precisión
Aunque resulta cada vez más evidente que la calidad de "El País" deriva en proporción inversa a las subidas de precios del periódico, todavía se pueden leer buenos reportajes, como los de Ángeles Espinosa sobre la crisis en Asia Central; u opiniones razonables sobre los conflictos en esa zona, como las de Miguel Ángel Aguilar o Lluís Bassets; a ello se añaden las magistrales opiniones de "El Roto" hechas caricatura.
Otra cosa son las ocasionales piezas de Carlos Mendo, que parecen obedecer a esa extraña filosofía del periódico madrileño según la cual siempre ha de estar presente en sus páginas la pluma de algún reaccionario. Sin embargo, el problema de Mendo no es que el lector habitual sospeche que su presencia sería más adecuada en un periódico francamente de derechas; al fin y al cabo, sin llegar a los extremos de Hermann Tertsch en su incomprensible larga carrera en "El País", no está mal que podamos leer las opiniones de lo que a veces parece un partidario tardío de McCain. La cosa es que el veterano periodista y ex responsable de Internacional del rotativo de PRISA, parece suponer que los lectores somos un poco tontos.
Por ejemplo: es de esos que cada cierto tiempo opinan que "Occidente se juega mucho" aquí y allá. Hace unos pocos años, Occidente se jugaba mucho en Kosovo. Ahora la pasa lo mismo en Afganistán, lo cual induce a sospechar que Mendo es de los que confunden Occidente con la OTAN y los jaleos en los que se mete esa organización en los últimos años, para dejar fuera de juego a la ONU. En realidad, el hecho de que Mendo fuera en su día un firme partidario de la intervención en Irak, alcara bastante sobre algunas de sus opiniones actuales.
Veamos los argumentos que utiliza. El 18 de septiembre de este mismo año escribía que la retirada de Afganistán no es una opción:
"Las opiniones públicas suelen tener la memoria flaca cuando se trata de apoyar conflictos letales en países lejanos, que causan bajas propias, sobre todo cuando sus Gobiernos no explican con la suficiente claridad las razones de esos conflictos. Pero, los atentados de Kenia y Tanzania, Nueva York, Madrid, Londres y Bali, por citar sólo los más atroces, deberían constituir en sí mismos un recordatorio trágico del peligro que correrían nuestras ciudades si Al Qaeda volviera a contar con una base de operaciones permanente en Afganistán al amparo de un nuevo Gobierno talibán"
Caricatura de El Roto publicada en "El País", 22 de septiembre, 2009
Carlos Mendo se refiere a las "memorias flacas" de aquellos que propugnan cualquier cosa que se aprezca a una retirada de Afganistán, pero el que anda mal de memoria es él, precisamente. Porque los atentados de Madrid, Londes y Bali tuvieron lugar cuando Afganistán ya había sido invadido, el gobierno talibán destruido y el estado mayor de Al Qaeda expulsado del remoto país centro asiático. Vuelvo a preguntarlo de manera más específica: ¿Evitó la presencia internacional (y española) en Afganistán, desde hacía ya casi tres años, el atentado del 11-M en Madrid, 2004?¿La respuesta a esa pregunta es todavbía más contundente en el caso de los aentados de Londres en 2005, teniendo en cuenta que Gran Bretaña ers y es un páis militarmente muy comprometido en Afganistán.
Ya ha pasado el tiempo de argumentos tan manidos, tautologías y mantras. Vayamos a asuntos más actuales.
Hace pocos días, Carlos Mendo volvía a la carga con otro párrafo memorable: "[Obama] Ha humillado a Europa del Este con la retirada con nocturnidad del escudo antimisiles en la República Checa y Polonia para que su secretaria de Estado, Hillary Clinton, escuchase el martes de su colega ruso, Sergei Lavrov, que las sanciones a Irán serían "contraproducentes".
En una sola, aunque larga frase, encontramos bien retratada la contradicción básica de todo ese asunto: Polonia y Chequia están muy enfadas porque Obama les ha retirado un escudo antimisiles que debía defenderles de un ataque procedente desde Irán. ¿Pero hay alguien que se crea esta bobada? Si Varsovia y Praga están encabronadas es porque sabían que el dichoso escudo iba dirigido contra los rusos; ergo, estos tenían razón en sentirse molestos. Y por si faltara algo, para Mendo los rusos tienen la clave de la tensión con Irán. O sea que muerto el perro, se acabó la rabia. Si pudiéramos doblegar a Rusia, se terminaría el problema de los iraníes.
Pues bien: vamos a darle la vuelta al tema. incoporamos a Turquía, reecuperamos una reciente historia de venta de misiles rusos, comparamos tablas cronológicas, y sale el análisis posteado acontinuación, publicado el día 6 de este mismo mes en "El Periódico".
"El Periódico", 6/10/2009
JUGADA DIPLOMÁTICA DE GRAN CALADO EN EL CÁUCASO Y ASIA CENTRAL
FRANCISCO Veiga*
Desde los años centrales del siglo XIX se desarrolló en Asia Central el denominado Gran Juego entre rusos y británicos, cuando sus mutuos impulsos imperialistas chocaron en torno a Afganistán. Menos de dos siglos más tarde, Afganistán y Asia Central siguen trayendo de cabeza a rusos y occidentales.
De nuevo, la lucha es muy enconada en la zona y se ha complicado por la concurrencia de protagonistas que a lo largo del siglo XIX no tenía la fuerza de nuestros días: potencias islamistas, como Irán o Arabia Saudí; potencias nucleares, como Pakistán o India; grandes superpotencias, como China.
En cualquier caso, no todo es guerra, también se producen audaces jugadas diplomáticas en toda esa zona, desde Turquía a los confines de Asia Central, pasando por el Cáucaso. Precisamente, estos días hemos asistido a una, y de gran calado, sin que la prensa occidental haya reaccionado ante lo sucedido.
El capítulo visible de la historia ha sido la reciente decisión del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de renunciar al escudo antimisiles a instalar en Polonia y la República Checa. Ese proyecto había sido impulsado por el presidente George Bush con la idea de proteger a Europa y los propios Estados Unidos de un presunto ataque balístico de los países del eje del mal, esto es, Irán y Corea del Norte. La idea recordaba mucho a la guerra de las galaxias impulsada en los años 80 por el también republicano presidente Ronald Reagan. Aquello había sido un bluff, hoy admitido por los historiadores. Y el escudo antimisiles de Europa oriental volvía a tener mucho de eso, dado que hubiera requerido enormes inversiones para poner a punto un dispositivo susceptible de ser burlado con relativa facilidad por el enemigo. De otra parte, el entusiasmo de los polacos y checos por el proyecto dejaba muy en evidencia que, de hecho, estaba más enfocado hacia Rusia que contra unos coreanos e iranís que a Varsovia o Praga dejaban indiferentes. Dicho de otra manera: el escudo antimisiles estaba más pensado para tensar las relaciones con Rusia y enfrentar a esa potencia con Europa, en una suerte de nueva guerra fría impulsada por la presidencia de Bush, que para un objetivo militar concreto y real.
Ahora, Obama ofrece un sistema alternativo de defensa ante la supuesta amenaza iraní basado en el una nueva generación de misiles antimisiles (ABM) a desplegar en el mar y en países cercanos a Irán. Entre ellos está Turquía.
Precisamente ahora, el Gobierno turco acaba de convocar una licitación para renovar su sistema de defensa antiaérea que los norteamericanos esperan ganar, de una vez por todas, con sus misiles Patriot de última generación.
Lo que no se cuenta es que ese concurso ya se planteó hace un par de años por estas fechas, en plena ofensiva diplomática de Bush, cuando arrancaba el proyecto del escudo de misiles en Europa oriental. Por entones, los rusos desbancaron a los competidores norteamericanos al ofrecer lo mejor de su arsenal: los misiles antiaéreos S-400 Tryumph, considerados por entonces los más eficaces del mundo.
La iniciativa tomó por sorpresa a los observadores occidentales y la misma plana mayor del Ejército turco acabó muy dividida ante la jugosa oferta rusa. Washington protestó recordando que, al ser Turquía un miembro de la OTAN, no debería utilizar sistemas de armas estratégicas rusas (olvidando el caso de Grecia, por cierto).
La maniobra rusa ante Turquía hablaba muy a las claras. Si los norteamericanos colocaban sistemas defensivos ante sus puertas, en países exaliados, ellos podrían hacer lo mismo con Turquía, país que hubiera sido la opción más lógica para detener una arremetida iraní.
Podemos imaginar las presiones que Washington ejerció por entonces sobre Turquía. Pero también parece evidente que ese país sacó beneficios de su actitud.
Posiblemente, la presencia de Obama en Estambul el pasado mes de abril, abogando por la candidatura turca a la UE, tuvo que ver con el deseo de conjurar las tentaciones rusas. Estas, mientras tanto, se habían materializado, de nuevo, en la venta de helicópteros de ataque MI-28 para combatir al PKK en Irak, en detrimento de los Cobra norteamericanos, cuya venta retrasaba Washington so pretexto de problemas legales debidos al traspaso de tecnología punta a los turcos.
En conjunto, en el periodo de pocos meses hemos asistido a un nuevo capítulo de lo que parece una entente ruso-turca, sobre la cual apenas informa la prensa occidental.
Ese acercamiento está provocando unas ondas subterráneas de gran alcance, que además traen recuerdos del pasado. En 1962, durante la crisis entre la Unión Soviética y Estados Unidos, Nikita Jruschov renunció a suspender el envío de misiles nucleares a Cuba a cambio de que los norteamericanos retiraran los suyos estacionados en Turquía. Si la oferta de los S-400 a Turquía influyó en la decisión de Obama con respecto al escudo antimisiles en la Europa oriental, ¿hemos vivido una reedición de ese acontecimiento, sólo que a la inversa?
*Profesor de Historia Contemporánea (UAB) y autor de El desequilibrio como orden (2009)
Etiquetas: Bush, Cáucaso, Cuba, escudo antimisiles, geoestrategia, misiles, Obama, Rusia, Turquía
La reconciliación turco-armenia (y 3): El gran círculo caucasiano
El jefe de Exteriores armenio Nalbandian (izquierda) y el turco Davutoglu, tras la frma del histórico acuerdo. Foto: EFE / CHRISTIAN HARTMANN
El domingo pasado, la sección de Internacional de "El Periódico" me encargó la elaboración de una pieza sobre el histórico acuerdo armeno-turco, que se publicó el martes siguiente y figura más abajo, reproducido en este mismo post. En él, el lector habitual de este blog encontrará ideas ya expresadas anteriormente, relacionadas con la necesidad de buscar interpretaciones globales sobre lo acaecido en un contexto tan geográficamente reducido e interconectado entre sí como es el Cáucaso meridional: tres pequeños países flanqueados por dos potencias.
La novedad se encuentra al final del artículo, con la inclusión del problema kurdo en el puzzle. En efecto, si hemos de considerar que la evolución política de Georgia, Armenia y Azerbaiyán debe analizarse conjuntamente, también ha de incluirse ahí la cuestión kurda, al menos en lo referido a la parte que corresponde al Estado turco. Parece evidente que la "descongelación" política de toda esa zona, del "gran círculo caucasiano", generará una fluidez en los conflictos presentes, hasta ahora silenciados o considerados latentes. Uno de ellos es el existente entre kurdos y armenios, instrumentalizado hasta convertirlo en alianza táctica anti-turca durante la Guerra Fría. Sin embargo, esa situación no tiene por qué seguir así, y el tratamiento de esa cuestión desde Occidetne exigirá menos posicionamientos pasionales y más disposición racional a que todas las partes salgan beneficiadas de las soluciones o acuerdos que se pacten.
Por último, la pieza publicada recupera la línea de interpretación, avanzada hace algo más de un año, a raíz de la guerra ruso-georgiana, y publicada en "El País". 13/10/2009 ANÁLISIS DEL ACUERDO ENTRE TURCOS Y ARMENIOS
• La acción conjunta de Rusia y Turquía en relación al Cáucaso parece estar detrás del deshielo con Armenia
• La Unión Europea no ha sido la fuerza catalizadora del proceso
La normalización de relaciones entre las repúblicas de Armenia y Turquía ha sido saludada desde diversos medios enfatizando las dificultades de última hora, que eran las de esperar. La diáspora armenia ve cómo se le dobla esa palanca de poder que podía utilizar en los países de acogida: el recuerdo del genocidio de 1915. Pero el Gobierno de Erevan también sabe que no puede desairar así como así a una diáspora que cuenta con más miembros que ciudadanos tiene la República, y una fuerza económica y política nada desdeñable.
En cuanto a Turquía, la derecha y ultraderecha nacionalistas se echan las manos a la cabeza ante la «traición» del Gobierno islamista. Harían cualquier cosa para hundir a Erdogan, y es de esperar que intenten sabotear la solución al nudo gordiano chipriota, el último gran problema internacional que le queda a Ankara para cumplir con las condiciones de Bruselas. Sin embargo, el Gobierno islamista moderado no ha parado de afianzarse, batiendo a la oposición en su propio terreno. Y cumpliendo de paso con las condiciones impuestas por la UE en política exterior: una de ellas, la regularización de las relaciones con Armenia y la apertura de la frontera.
Pero lo importante aquí es la visión de conjunto. Hace solo dos años, por estas mismas fechas, en Europa se consideraba utópica la reanudación de las relaciones turco-armenias. Hoy no solo se han restablecido, sino que parece que de paso se está cerca de resolver el contencioso del Alto Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, un asunto aún más espinoso, que parte de una guerra entre ambos países entre 1991 y 1994.
Ahí ha sucedido algo: demasiados cambios en muy poco tiempo. Por el camino, un rosario de contactos secretos entre turcos, armenios y azerís y una extraña guerra, la de Georgia contra Rusia, cuyas causas no están ni mucho menos claras.
¿Dónde ha estado el hilo conductor de esta historia? A pesar de la solemne presencia de Solana en el acto de apretón de manos final entre los ministros de Exteriores Davutoglu y Nalbandian, la Unión Europea no ha sido la fuerza catalizadora del proceso. Ni siquiera a través de la Asociación Oriental, puesta en marcha el pasado mes de mayo en Praga e impulsada por Angela Merkel. Eso está en sus comienzos, y en el Cáucaso todo va mucho más rápido.
La respuesta parece estar en la acción conjunta de Turquía y Rusia, que de una manera u otra se han puesto de acuerdo en relación al Cáucaso, área de influencia común. Punto central ha sido la ruptura del aislamiento de Armenia, hasta ahora satélite ruso. A su vez, y gracias a las presiones de Moscú, Erevan cederá en Nagorno-Karabaj, con lo cual Azerbaiyán mantendrá un trato más relajado con Rusia. Todo ello ha sido posible a partir de que Georgia, vencida en la guerra del 2008, ha quedado estratégicamente fuera de juego. Deberemos esperar novedades en toda la zona. Armenia entrará en el recorrido de los gasoductos y oleoductos, y también de ejes de comunicación. Con ello se evitará un camino más largo y complicado por Georgia. Así, el negocio de los hidrocarburos y su transporte quedará más concentrado en manos de rusos, azerís y turcos, con la posible incorporación de iranís.
Reordenamiento general
En todo ese juego, Turquía se está erigiendo como árbitro frente a las pretensiones europeas en la zona. Y así gana bazas en su camino hacia la UE. Pero hay algo que queda por ajustar en el puzle: la cuestión kurda. La solución, a gusto de Ankara, está en camino: la normalización de relaciones con Armenia posiblemente llevará a las pertinentes reclamaciones de propiedades de los expulsados en 1915 de Anatolia oriental. Hoy, todo eso pertenece a la población local, mayoritariamente kurda. De ahí que la solución del problema que busca Erdogan pase por la defensa del status quo a cambio de una renovada fidelidad política kurda. A no dudar, en el Cáucaso sur se está operando un verdadero reordenamiento general, y todos buscan matar sus respectivos pájaros de un solo tiro.
Profesor de Historia Contemporánea (UAB) y autor de El desequilibrio como orden (2009).
Etiquetas: Armenia, Azerbayán, Cáucaso, Georgia, Kurdistán
La reconciliación turco-armenia (2): Bruselas tiene un problema
En Los Ángeles, una furgoneta de la comunidad armenia denuncia el acuerdo turco-armenio sobre los rostros de los presidentes de ambos países
El miércoles de esta misma semana concluyeron las jornadas a puerta cerrada, en el CIDOB, tituladas: “A European South Caucasus? EU soft power and challenges to democracy, peace and development in the South Caucasus”. La organización corrió a cargo de la mencionada fundación junto con la Friedrich Ebert Stiftung y la European Stability Initiative (ESI). En la convocatoria se nos indicaba que deberíamos atenernos a las reglas de Chatham House, lo cual tiene un punto pretencioso: ¿por qué no se elaboran unas reglas CIDOB más adecuadas al formato y entidad de las jornadas como las organizadas? En cualquier caso, me ceñiré en la medida de lo posible a las condiciones, como si estuviéramos en Reino Unido, aunque no sea así: pueden encontrar el programa del evento en la página de la fundación.
La plantilla de invitados resultó muy correcta, lo cual suele ser habitual en las jornadas de CIDOB-ESI. Por lo demás, se notó una vez más la veteranía de la fundación barcelonesa, asociada al punto germánico que aporta ESI. La asistencia de invitados quedó bastante recortada con respecto a lo prometido en el programa, aunque es seguro que los organizadores no fueron responsables de ese fallo. En cambio, sí que se notó la ausencia de representación rusa, que corrió a cargo de un único ponente. La presencia turca fue igualmente anémica –algo menos comprensible. Y, desde luego, no se invitó a ningún iraní; y lo cierto es que Teherán siempre ha tenido mucho que decir en el Cáucaso. Personalmente, hubiera añadido algún invitado kurdo; y, aunque más difícil de conseguir, alguien que representara al Cáucaso Norte.
Segunda carencia, y ésta de mayor calado: faltó una visión de conjunto. En su lugar, se cayó en aquella práctica que resultaba habitual durante las crisis balcánicas: la parcelación. Los georgianos explicaron su guerra; los armenios de la república, su reconciliación con los turcos; los azeríes, y otra vez los armenios, la negociación sobre Nagorno-Karabaj. Previamente, tres intervenciones dedicadas a los actores mayores: una por Rusia, otra por Turquía, y la tercera por la UE. Y ni media palabra dedicada a los padres de la criatura: gaseoductos y oleoductos.
Por lo tanto, el Cáucaso apareció ante los asistentes como un rompecabezas tan artificialmente fragmentado como es habitual, con la pertinente explicación de base étnica, las declaraciones oficiales no demasiado retocadas, y mucho circunloquio. No se llegó a aquellos seminarios maratónicos de antaño, a base de jeremiadas balcánicas, con la obligada catarsis del público; pero la conclusión final de las jornadas quedó a cargo de los asistentes. Y la verdad es que vistas las cosas con una mínima perspectiva temporal, pedían una explicación a gritos.
Vean si no: hace dos años justos, la situación en el Cáucaso meridional parecía totalmente congelada. En Occidente no despertaba la menor atención. Ankara ya estaba manteniendo contactos bajo cuerda con unos y con otros, y especialmente con Yerevan, pero muy poco se sabía de eso. Los tejemenejes bajo cuerda salieron a la luz en febrero de 2008, así como la muy clara la disposición del nuevo presidente armenio a a establecer relaciones con la vecina Turquía 'sin condiciones previas'. En agosto, la guerra ruso-georgiana. En octubre, los presidentes Gül y Sarkisian se reunían en la capital armenia con motivo del partido que enfrentó a sus selecciones nacionales para el Mundial de Fútbol 2010. Y desde entonces, las cosas avanzaron a gran velocidad. A día de hoy, todo va sobre ruedas: la apertura de la frontera turco-armenia es inminente, el conflicto de Nagorno-Karabaj entre armenios y azeríes (hasta hace poco aun asunto intocable para aquellos) parece en vías de solución; y hasta el el debate sobre el genocidio armenio ha periodo dramatismo en Turquía. Buen rollito por doquier, donde antes sólo imperaba el desencuentro; y todo ello en un tiempo récord.
¿Todos estos acontecimientos no tienen un hilo conductor, no están relacionados entre sí? Cuesta mucho de creer. Piense el lector que hablamos de conflictos de esos que políticos, periodistas e historiadores nos pintan como aparente y eternamente irresolubles, tan “característicos” de zonas como los Balcanes y el Cáucaso. Pues caramba con los conflictos eternos. ¿Quién descolgó el teléfono y marcó el número?¿Quien se puso al otro lado de la línea?¿Cuánto costó ésto y lo otro?
Mientras tanto, no hay manera de que nuestra prensa le dedique una línea a la pinza ruso-turca. Moscú y Ankara están repartiéndose el Cáucaso meridional en áreas de influencia, eso ya es muy evidente a estas alturas. Sin tal acuerdo, nunca se hubiera podido solucionar el contencioso armenio-azerí, que en su día costó tanta sangre. ¿Y qué decir de la guerra entre rusos y georgianos, que todo el mundo se veía venir, a excepción de la nube de asesores occidentales que le bailaban el agua al presidente Mijeil Saakhasvili? (por cierto: en “El País” siguen llamándole “Mijail”, a la rusa).
Seguramente, Washington anda detrás de Ankara, pero no así Bruselas. De hecho, en las jornadas del CIDOB-ESI llegaron claramente los ecos del despiste comunitario. La pregunta retórica de la convocatoria habla por sí misma. De momento, la única baza política de la UE, al menos en relación a su consistencia, es la denominada Asociación Oriental (en el programa del CIDOB le denominan “Partenariado”, pero ese término no figura en el DRAE). El proyecto se puso en marcha durante el pasado mes de mayo, en la cumbre de Praga, y estaba destinado a estrechar lazos entre la Unión Europea y una serie de repúblicas ex soviéticas: las muy cercanas Bielorrusia, Ucrania y Moldavia, junto con las tres del Cáucaso meridional: Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Ángela Merkel puso especial empeño en la iniciativa, ante el desinterés de Sarkozy, Berlusconi y Zapatero, centrados en llevar a cabo un proyecto similar, más difuso, en el Mediterráneo. Pero la Asociación Oriental dejaba entender que ahí existía una cierta promesa implícita de integración, aunque fuera a largo plazo. Lo ideal sería que el proyecto restara protagonismo a las tendencias expansionistas de la OTAN en esa zona, lo que debería contribuir a unas relaciones más estables entre Rusia y la UE.
Sin embargo, la situación en la zona evoluciona con rapidez y el "soft power" de la UE poco tendría que hacer frente a una Turquía y una Rusia hostiles a cualquier promesa de integración al Cáucaso. O sea, que si seguimos así, pronto habrá que pedir permiso a Turquía y Rusia para seguir adelante con la Asociación Oriental. Mal asunto, por tanto, para los proyectos de tendido de ductos desde Asia Central.
Pero hay de por medio una última cuestión que tampoco salió a relucir durante las jornadas CIDOB-ESI. Cuando hablamos de política exterior europea se deben entender dos cosas diferentes. De un lado, las iniciativas consensuadas por la UE; del otro, la política exterior propia de cada uno de los países miembros, que a veces coincide con lo consensuado en Bruselas; o no. En ocasiones puede ir incluso a contracorriente de la política exterior comunitaria.
Mucho hemos de temer que en Cáucaso estén actuando una y otra. Mejor dicho: que quienes andan haciendo de las suyas sean algunos países europeos, cada uno por su lado. Por las trazas, la Italia de Berlusconi se ha colado en el eje ruso-turco y puede llegar a sacar buenos beneficios del asunto. Pero ¿cuál está siendo la actuación inglesa, francesa o alemana en la zona? El día que sepamos la respuesta exacta, no carecerá de interés.
Por supuesto, la motivación principal de esos y otros países para actuar en el Cáucaso tiene que ver más con el negocio de los hidrocarburos que con cualquier otro factor. O sea que debe existir ahí una cierta dosis de actividades inconfesables. Eso explicaría que, en base a al corrección política, en el seminario CIDOB-ESI no se haya tratado la problemática del Cáucaso actual bajo esta perspectiva.
Para finalizar, la conclusión de este post suaviza las críticas vertidas en el anterior en relación a las inhibiciones españolas en el escenario del Cáucaso, cómo no. Pero sólo en parte, dado que si bien Bruselas tiende en muchos casos a actuar como un avestruz en política exterior, eso no excluye que Madrid pueda liderar iniciativas en el seno de la comunidad (como se ha hecho en varias ocasiones, por cierto) o actuar siguiendo los propios intereses, incluso, en ocasiones, a título defensivo. Al fin y al cabo, nuestra dependencia del suministro argelino de gas es, como mínimo, temeraria. Etiquetas: Armenia, Asociación Oriental, Azerbayán, Cáucaso, Erdoğan, Georgia, Rusia, Sarkisian, Turquía, UE
La reconciliación turco-armenia (1): "Ir de avestruz será tu cruz"
10 de octubre de 2009: "La roja" acaba de ganar a la selección armenia por 1-2. Al parecer, sólo futbolísticamente España tiene empuje en el Cáucaso
La normalización de relaciones entre Turquía y Armenia es inminente, algo que se puede detectar no sólo por las declaraciones oficiales de ambos gobiernos, sino también por los gritos de desesperación de los ultras de ambos países, para los cuales el otro es el que sale ganando enormes ventajas, y el propio gobierno es el que ha sido estafado. En esta tesitura se sitúa el vasto campo de la diáspora armenia, con todos sus contactos políticos, lobbies e intereses económicos, que ven cómo pueden llegar a perder la bicoca del genocidio de 1915, utilizada durante decenios como palanca política (el lector curioso no tiene sino que hacer un simple exploración en Twitter para constatar la amplitud de la campaña).
Por parte turca, los nacionalistas “laicos” y los ultras ven como el gobierno Erdogan ha vuelto a consolidar su posición internacional: esta vez ante la Unión Europea, y también ante Rusia. Ahora sólo les queda la esperanza de que el proceso de negociación con Bruselas descarrile en Chipre; y es de suponer que harán todo lo posible para que así sea.
Ahora que la reconciliación entre Ankara y Yerevan parece a punto de consumarse por completo, es tiempo de comentar y replantear algunas cuestiones y lugares comunes al respecto.
La primera, referida a la gran baza diplomática que perdió el gobierno de Madrid para mediar ventajosamente en el conflicto. Y eso, al menos, desde el otoño de 2007. Por entonces, créanme, no parecía existir nadie en el Ministerio de Asuntos Exteriores (ni corrillos afines) que creyera en esa posibilidad; les parecía remotísima y azarosa. Debe decirse, en descargo de nuestra diplomacia, que el escepticismo estaba muy extendido. A comienzos de 2008, recuerdo haber hablado del asunto con el profesor Alexander Murinson, experto en el complejo laberinto de las relaciones entre Israel y Azerbaiyán, y casi me dejó con la palabra en la boca cuando surgió el asunto de la normalización de relaciones entre Turquía y Armenia.
La diferencia, quizá, estaba en que nuestro Ministerio tenía los datos de que se estaban produciendo contactos y tanteos muy activos entre Ankara y Yerevan; aunque seguramente se quedaron en algún cajón. El asunto resultó particularmente patético teniendo en cuenta que el presidente del gobierno y su entorno político apadrinan e impulsan desde hace ya unos cuantos años una conocida iniciativa denominada “Alianza de Civilizaciones”, en abierta colaboración con el gobierno turco encabezado por Recep Tayyip Erdogan. La iniciativa atraviesa en estos momentos horas muy bajas. Pero pudo haber salido adelante apostando en escenarios como el Cáucaso meridional, donde precisamente hay margen para entrar con el discurso de las civilizaciones dispuestas a aliarse o a chocar.
Bien, es evidente que en el Ministerio de Asuntos Exteriores nunca gozó de mucha popularidad eso de la “Alianza de Civilizaciones” que, al fin y al cabo, nació como una cobertura política para la retirada de las tropas españolas de Irak, allá por el año 2004. De buen apuro le sacó Erdogan a Zapatero, secundando la idea cuando nadie más dio un paso adelante y, ni franceses ni alemanes se la jugaron dándole una palmadita en la espalda, para no enfrentarse abiertamente a George Bush. No es de extrañar que, a cambio, el gobierno socialista se volcara en el apoyo a las pretensiones de Ankara de acceder a la Unión Europea.
Demasiadas consideraciones políticas para el común de una diplomacia profesional, según estándares ya un tanto obsoletos a estas alturas de siglo. Y quizá demasiado politizada; lo cual ha resultado una consecuencia inevitable de la crispación que arrastramos, y que lleva empeorando la situación general del país en todos los ámbitos, comenzando por el económico. La politización hace que una parte del funcionariado se permita llevar a su manera las directivas del gobierno –y no sólo aquella afín a las posiciones de la oposición- y ante el surgimiento de tensiones y zancadillas, unos y otros se refugien en el estricto cumplimiento de las prácticas profesionales “habituales”. Dicho de otra forma: la tendencia al escaqueo es general y nadie se compromete a nada, si sospecha que le puede perjudicar personalmente, sea en ese mismo momento o en un futuro incierto, que pueden ser las próximas elecciones, o la inminente remodelación ministerial. La consigna última es el españolísimo: “no complicarse la vida”.
Hay que decir que existen brillantes y hasta decisivas excepciones, como lo fue Luis Felipe de la Peña, ex embajador en Ankara. Pero en Madrid hubo una cierta tendencia a apostar por lo seguro, y en ese sentido, el gobierno islamista moderado del AKP no les parecía tal, quía. Durante muchos meses, demasiados, los verdaderos interlocutores fueron los amiguetes turcos de toda la vida, aquellos chicos de entonces, los del corro de Demirel o Ecevit, incluso algunos de los que ahora le estaban haciendo la pirula a su propio gobierno. No importaba si algunos eran de opiniones un tanto extremas; en realidad, en España siempre hubo sectores afines dispuestos a echar una mano, sobre todo en las filas de la derecha, mejor cuanto más dura. En fin: tampoco se trata de recordar, una y otra vez, que la intentona golpista del 23-F se inspiró de forma directa y por vía igualmente directa en el golpe militar turco de 1980. Pero ayuda a entender por qué el gobierno Aznar simpatizaba con Turquía y su candidatura a la UE; y después de las elecciones de marzo de 2004, y debido al apoyo político turco a la retirada de nuestras tropas de Irak, resultó que el gobierno Zapatero conservó esa amistad; fue uno de los muy escasos legados de la política exterior del PP continuados por el PSOE. Hay que ver las paradojas de la historia. Lo malo es que el nuevo gobierno asumió la herencia en su integridad, y eso fue un mal comienzo.
En cualquier caso, so capa de no incomodar a los amigos turcos, y en espera paralela para ver qué ocurría con el gobierno Erdogan, si era derribado o caía por sí solo (y ahí se llegó a extremos de temeraria pasividad) Madrid no se preocupó mucho de hacer verdadera política exterior con Ankara, al margen de las negociaciones para detener la ofensiva israelí sobre Gaza. La carta del Cáucaso, que pudo haberse jugado, incluso de común acuerdo con Bruselas (o imponiendo criterios propios en Bruselas, para variar) y con un coste político cero, ni tan siquiera llegó a plantearse.
Hay una refrán que reza: “lo barato, sale caro”. Pues bien: seguramente existe otro similar relacionado con la muy errónea idea de que si uno pretende “no complicarse la vida” a cualquier precio, muchas veces termina metiéndose en verdaderos berenjenales en los cuales la pereza mental, la pusilanimidad y la desidia se convierten en el capirote, el sambenito y la túnica de arpillera. ¿Quizás algo así como: "Ir de avestruz será tu cruz"?
Etiquetas: Alianza de Civilizaciones, Armenia, Cáucaso, España