La reconciliación turco-armenia (1): "Ir de avestruz será tu cruz"
10 de octubre de 2009: "La roja" acaba de ganar a la selección armenia por 1-2. Al parecer, sólo futbolísticamente España tiene empuje en el Cáucaso
La normalización de relaciones entre Turquía y Armenia es inminente, algo que se puede detectar no sólo por las declaraciones oficiales de ambos gobiernos, sino también por los gritos de desesperación de los ultras de ambos países, para los cuales el otro es el que sale ganando enormes ventajas, y el propio gobierno es el que ha sido estafado. En esta tesitura se sitúa el vasto campo de la diáspora armenia, con todos sus contactos políticos, lobbies e intereses económicos, que ven cómo pueden llegar a perder la bicoca del genocidio de 1915, utilizada durante decenios como palanca política (el lector curioso no tiene sino que hacer un simple exploración en Twitter para constatar la amplitud de la campaña).
Por parte turca, los nacionalistas “laicos” y los ultras ven como el gobierno Erdogan ha vuelto a consolidar su posición internacional: esta vez ante la Unión Europea, y también ante Rusia. Ahora sólo les queda la esperanza de que el proceso de negociación con Bruselas descarrile en Chipre; y es de suponer que harán todo lo posible para que así sea.
Ahora que la reconciliación entre Ankara y Yerevan parece a punto de consumarse por completo, es tiempo de comentar y replantear algunas cuestiones y lugares comunes al respecto.
La primera, referida a la gran baza diplomática que perdió el gobierno de Madrid para mediar ventajosamente en el conflicto. Y eso, al menos, desde el otoño de 2007. Por entonces, créanme, no parecía existir nadie en el Ministerio de Asuntos Exteriores (ni corrillos afines) que creyera en esa posibilidad; les parecía remotísima y azarosa. Debe decirse, en descargo de nuestra diplomacia, que el escepticismo estaba muy extendido. A comienzos de 2008, recuerdo haber hablado del asunto con el profesor Alexander Murinson, experto en el complejo laberinto de las relaciones entre Israel y Azerbaiyán, y casi me dejó con la palabra en la boca cuando surgió el asunto de la normalización de relaciones entre Turquía y Armenia.
La diferencia, quizá, estaba en que nuestro Ministerio tenía los datos de que se estaban produciendo contactos y tanteos muy activos entre Ankara y Yerevan; aunque seguramente se quedaron en algún cajón. El asunto resultó particularmente patético teniendo en cuenta que el presidente del gobierno y su entorno político apadrinan e impulsan desde hace ya unos cuantos años una conocida iniciativa denominada “Alianza de Civilizaciones”, en abierta colaboración con el gobierno turco encabezado por Recep Tayyip Erdogan. La iniciativa atraviesa en estos momentos horas muy bajas. Pero pudo haber salido adelante apostando en escenarios como el Cáucaso meridional, donde precisamente hay margen para entrar con el discurso de las civilizaciones dispuestas a aliarse o a chocar.
Bien, es evidente que en el Ministerio de Asuntos Exteriores nunca gozó de mucha popularidad eso de la “Alianza de Civilizaciones” que, al fin y al cabo, nació como una cobertura política para la retirada de las tropas españolas de Irak, allá por el año 2004. De buen apuro le sacó Erdogan a Zapatero, secundando la idea cuando nadie más dio un paso adelante y, ni franceses ni alemanes se la jugaron dándole una palmadita en la espalda, para no enfrentarse abiertamente a George Bush. No es de extrañar que, a cambio, el gobierno socialista se volcara en el apoyo a las pretensiones de Ankara de acceder a la Unión Europea.
Demasiadas consideraciones políticas para el común de una diplomacia profesional, según estándares ya un tanto obsoletos a estas alturas de siglo. Y quizá demasiado politizada; lo cual ha resultado una consecuencia inevitable de la crispación que arrastramos, y que lleva empeorando la situación general del país en todos los ámbitos, comenzando por el económico. La politización hace que una parte del funcionariado se permita llevar a su manera las directivas del gobierno –y no sólo aquella afín a las posiciones de la oposición- y ante el surgimiento de tensiones y zancadillas, unos y otros se refugien en el estricto cumplimiento de las prácticas profesionales “habituales”. Dicho de otra forma: la tendencia al escaqueo es general y nadie se compromete a nada, si sospecha que le puede perjudicar personalmente, sea en ese mismo momento o en un futuro incierto, que pueden ser las próximas elecciones, o la inminente remodelación ministerial. La consigna última es el españolísimo: “no complicarse la vida”.
Hay que decir que existen brillantes y hasta decisivas excepciones, como lo fue Luis Felipe de la Peña, ex embajador en Ankara. Pero en Madrid hubo una cierta tendencia a apostar por lo seguro, y en ese sentido, el gobierno islamista moderado del AKP no les parecía tal, quía. Durante muchos meses, demasiados, los verdaderos interlocutores fueron los amiguetes turcos de toda la vida, aquellos chicos de entonces, los del corro de Demirel o Ecevit, incluso algunos de los que ahora le estaban haciendo la pirula a su propio gobierno. No importaba si algunos eran de opiniones un tanto extremas; en realidad, en España siempre hubo sectores afines dispuestos a echar una mano, sobre todo en las filas de la derecha, mejor cuanto más dura. En fin: tampoco se trata de recordar, una y otra vez, que la intentona golpista del 23-F se inspiró de forma directa y por vía igualmente directa en el golpe militar turco de 1980. Pero ayuda a entender por qué el gobierno Aznar simpatizaba con Turquía y su candidatura a la UE; y después de las elecciones de marzo de 2004, y debido al apoyo político turco a la retirada de nuestras tropas de Irak, resultó que el gobierno Zapatero conservó esa amistad; fue uno de los muy escasos legados de la política exterior del PP continuados por el PSOE. Hay que ver las paradojas de la historia. Lo malo es que el nuevo gobierno asumió la herencia en su integridad, y eso fue un mal comienzo.
En cualquier caso, so capa de no incomodar a los amigos turcos, y en espera paralela para ver qué ocurría con el gobierno Erdogan, si era derribado o caía por sí solo (y ahí se llegó a extremos de temeraria pasividad) Madrid no se preocupó mucho de hacer verdadera política exterior con Ankara, al margen de las negociaciones para detener la ofensiva israelí sobre Gaza. La carta del Cáucaso, que pudo haberse jugado, incluso de común acuerdo con Bruselas (o imponiendo criterios propios en Bruselas, para variar) y con un coste político cero, ni tan siquiera llegó a plantearse.
Hay una refrán que reza: “lo barato, sale caro”. Pues bien: seguramente existe otro similar relacionado con la muy errónea idea de que si uno pretende “no complicarse la vida” a cualquier precio, muchas veces termina metiéndose en verdaderos berenjenales en los cuales la pereza mental, la pusilanimidad y la desidia se convierten en el capirote, el sambenito y la túnica de arpillera. ¿Quizás algo así como: "Ir de avestruz será tu cruz"?
Por parte turca, los nacionalistas “laicos” y los ultras ven como el gobierno Erdogan ha vuelto a consolidar su posición internacional: esta vez ante la Unión Europea, y también ante Rusia. Ahora sólo les queda la esperanza de que el proceso de negociación con Bruselas descarrile en Chipre; y es de suponer que harán todo lo posible para que así sea.
Ahora que la reconciliación entre Ankara y Yerevan parece a punto de consumarse por completo, es tiempo de comentar y replantear algunas cuestiones y lugares comunes al respecto.
La primera, referida a la gran baza diplomática que perdió el gobierno de Madrid para mediar ventajosamente en el conflicto. Y eso, al menos, desde el otoño de 2007. Por entonces, créanme, no parecía existir nadie en el Ministerio de Asuntos Exteriores (ni corrillos afines) que creyera en esa posibilidad; les parecía remotísima y azarosa. Debe decirse, en descargo de nuestra diplomacia, que el escepticismo estaba muy extendido. A comienzos de 2008, recuerdo haber hablado del asunto con el profesor Alexander Murinson, experto en el complejo laberinto de las relaciones entre Israel y Azerbaiyán, y casi me dejó con la palabra en la boca cuando surgió el asunto de la normalización de relaciones entre Turquía y Armenia.
La diferencia, quizá, estaba en que nuestro Ministerio tenía los datos de que se estaban produciendo contactos y tanteos muy activos entre Ankara y Yerevan; aunque seguramente se quedaron en algún cajón. El asunto resultó particularmente patético teniendo en cuenta que el presidente del gobierno y su entorno político apadrinan e impulsan desde hace ya unos cuantos años una conocida iniciativa denominada “Alianza de Civilizaciones”, en abierta colaboración con el gobierno turco encabezado por Recep Tayyip Erdogan. La iniciativa atraviesa en estos momentos horas muy bajas. Pero pudo haber salido adelante apostando en escenarios como el Cáucaso meridional, donde precisamente hay margen para entrar con el discurso de las civilizaciones dispuestas a aliarse o a chocar.
Bien, es evidente que en el Ministerio de Asuntos Exteriores nunca gozó de mucha popularidad eso de la “Alianza de Civilizaciones” que, al fin y al cabo, nació como una cobertura política para la retirada de las tropas españolas de Irak, allá por el año 2004. De buen apuro le sacó Erdogan a Zapatero, secundando la idea cuando nadie más dio un paso adelante y, ni franceses ni alemanes se la jugaron dándole una palmadita en la espalda, para no enfrentarse abiertamente a George Bush. No es de extrañar que, a cambio, el gobierno socialista se volcara en el apoyo a las pretensiones de Ankara de acceder a la Unión Europea.
Demasiadas consideraciones políticas para el común de una diplomacia profesional, según estándares ya un tanto obsoletos a estas alturas de siglo. Y quizá demasiado politizada; lo cual ha resultado una consecuencia inevitable de la crispación que arrastramos, y que lleva empeorando la situación general del país en todos los ámbitos, comenzando por el económico. La politización hace que una parte del funcionariado se permita llevar a su manera las directivas del gobierno –y no sólo aquella afín a las posiciones de la oposición- y ante el surgimiento de tensiones y zancadillas, unos y otros se refugien en el estricto cumplimiento de las prácticas profesionales “habituales”. Dicho de otra forma: la tendencia al escaqueo es general y nadie se compromete a nada, si sospecha que le puede perjudicar personalmente, sea en ese mismo momento o en un futuro incierto, que pueden ser las próximas elecciones, o la inminente remodelación ministerial. La consigna última es el españolísimo: “no complicarse la vida”.
Hay que decir que existen brillantes y hasta decisivas excepciones, como lo fue Luis Felipe de la Peña, ex embajador en Ankara. Pero en Madrid hubo una cierta tendencia a apostar por lo seguro, y en ese sentido, el gobierno islamista moderado del AKP no les parecía tal, quía. Durante muchos meses, demasiados, los verdaderos interlocutores fueron los amiguetes turcos de toda la vida, aquellos chicos de entonces, los del corro de Demirel o Ecevit, incluso algunos de los que ahora le estaban haciendo la pirula a su propio gobierno. No importaba si algunos eran de opiniones un tanto extremas; en realidad, en España siempre hubo sectores afines dispuestos a echar una mano, sobre todo en las filas de la derecha, mejor cuanto más dura. En fin: tampoco se trata de recordar, una y otra vez, que la intentona golpista del 23-F se inspiró de forma directa y por vía igualmente directa en el golpe militar turco de 1980. Pero ayuda a entender por qué el gobierno Aznar simpatizaba con Turquía y su candidatura a la UE; y después de las elecciones de marzo de 2004, y debido al apoyo político turco a la retirada de nuestras tropas de Irak, resultó que el gobierno Zapatero conservó esa amistad; fue uno de los muy escasos legados de la política exterior del PP continuados por el PSOE. Hay que ver las paradojas de la historia. Lo malo es que el nuevo gobierno asumió la herencia en su integridad, y eso fue un mal comienzo.
En cualquier caso, so capa de no incomodar a los amigos turcos, y en espera paralela para ver qué ocurría con el gobierno Erdogan, si era derribado o caía por sí solo (y ahí se llegó a extremos de temeraria pasividad) Madrid no se preocupó mucho de hacer verdadera política exterior con Ankara, al margen de las negociaciones para detener la ofensiva israelí sobre Gaza. La carta del Cáucaso, que pudo haberse jugado, incluso de común acuerdo con Bruselas (o imponiendo criterios propios en Bruselas, para variar) y con un coste político cero, ni tan siquiera llegó a plantearse.
Hay una refrán que reza: “lo barato, sale caro”. Pues bien: seguramente existe otro similar relacionado con la muy errónea idea de que si uno pretende “no complicarse la vida” a cualquier precio, muchas veces termina metiéndose en verdaderos berenjenales en los cuales la pereza mental, la pusilanimidad y la desidia se convierten en el capirote, el sambenito y la túnica de arpillera. ¿Quizás algo así como: "Ir de avestruz será tu cruz"?
Etiquetas: Alianza de Civilizaciones, Armenia, Cáucaso, España
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