sábado, octubre 10, 2009

La reconciliación turco-armenia (2): Bruselas tiene un problema




















En Los Ángeles, una furgoneta de la comunidad armenia denuncia el acuerdo turco-armenio sobre los rostros de los presidentes de ambos países



El miércoles de esta misma semana concluyeron las jornadas a puerta cerrada, en el CIDOB, tituladas: “A European South Caucasus? EU soft power and challenges to democracy, peace and development in the South Caucasus”. La organización corrió a cargo de la mencionada fundación junto con la Friedrich Ebert Stiftung y la European Stability Initiative (ESI). En la convocatoria se nos indicaba que deberíamos atenernos a las reglas de Chatham House, lo cual tiene un punto pretencioso: ¿por qué no se elaboran unas reglas CIDOB más adecuadas al formato y entidad de las jornadas como las organizadas? En cualquier caso, me ceñiré en la medida de lo posible a las condiciones, como si estuviéramos en Reino Unido, aunque no sea así: pueden encontrar el programa del evento en la página de la fundación.

La plantilla de invitados resultó muy correcta, lo cual suele ser habitual en las jornadas de CIDOB-ESI. Por lo demás, se notó una vez más la veteranía de la fundación barcelonesa, asociada al punto germánico que aporta ESI. La asistencia de invitados quedó bastante recortada con respecto a lo prometido en el programa, aunque es seguro que los organizadores no fueron responsables de ese fallo. En cambio, sí que se notó la ausencia de representación rusa, que corrió a cargo de un único ponente. La presencia turca fue igualmente anémica –algo menos comprensible. Y, desde luego, no se invitó a ningún iraní; y lo cierto es que Teherán siempre ha tenido mucho que decir en el Cáucaso. Personalmente, hubiera añadido algún invitado kurdo; y, aunque más difícil de conseguir, alguien que representara al Cáucaso Norte.

Segunda carencia, y ésta de mayor calado: faltó una visión de conjunto. En su lugar, se cayó en aquella práctica que resultaba habitual durante las crisis balcánicas: la parcelación. Los georgianos explicaron su guerra; los armenios de la república, su reconciliación con los turcos; los azeríes, y otra vez los armenios, la negociación sobre Nagorno-Karabaj. Previamente, tres intervenciones dedicadas a los actores mayores: una por Rusia, otra por Turquía, y la tercera por la UE. Y ni media palabra dedicada a los padres de la criatura: gaseoductos y oleoductos.

Por lo tanto, el Cáucaso apareció ante los asistentes como un rompecabezas tan artificialmente fragmentado como es habitual, con la pertinente explicación de base étnica, las declaraciones oficiales no demasiado retocadas, y mucho circunloquio. No se llegó a aquellos seminarios maratónicos de antaño, a base de jeremiadas balcánicas, con la obligada catarsis del público; pero la conclusión final de las jornadas quedó a cargo de los asistentes. Y la verdad es que vistas las cosas con una mínima perspectiva temporal, pedían una explicación a gritos.

Vean si no: hace dos años justos, la situación en el Cáucaso meridional parecía totalmente congelada. En Occidente no despertaba la menor atención. Ankara ya estaba manteniendo contactos bajo cuerda con unos y con otros, y especialmente con Yerevan, pero muy poco se sabía de eso. Los tejemenejes bajo cuerda salieron a la luz en febrero de 2008, así como la muy clara la disposición del nuevo presidente armenio a a
establecer relaciones con la vecina Turquía 'sin condiciones previas'. En agosto, la guerra ruso-georgiana. En octubre, los presidentes Gül y Sarkisian se reunían en la capital armenia con motivo del partido que enfrentó a sus selecciones nacionales para el Mundial de Fútbol 2010. Y desde entonces, las cosas avanzaron a gran velocidad. A día de hoy, todo va sobre ruedas: la apertura de la frontera turco-armenia es inminente, el conflicto de Nagorno-Karabaj entre armenios y azeríes (hasta hace poco aun asunto intocable para aquellos) parece en vías de solución; y hasta el el debate sobre el genocidio armenio ha periodo dramatismo en Turquía. Buen rollito por doquier, donde antes sólo imperaba el desencuentro; y todo ello en un tiempo récord.

¿Todos estos acontecimientos no tienen un hilo conductor, no están relacionados entre sí? Cuesta mucho de creer. Piense el lector que hablamos de conflictos de esos que políticos, periodistas e historiadores nos pintan como aparente y eternamente irresolubles, tan “característicos” de zonas como los Balcanes y el Cáucaso. Pues caramba con los conflictos eternos. ¿Quién descolgó el teléfono y marcó el número?¿Quien se puso al otro lado de la línea?¿Cuánto costó ésto y lo otro?

Mientras tanto, no hay manera de que nuestra prensa le dedique una línea a la pinza ruso-turca. Moscú y Ankara están repartiéndose el Cáucaso meridional en áreas de influencia, eso ya es muy evidente a estas alturas. Sin tal acuerdo, nunca se hubiera podido solucionar el contencioso armenio-azerí, que en su día costó tanta sangre. ¿Y qué decir de la guerra entre rusos y georgianos, que todo el mundo se veía venir, a excepción de la nube de asesores occidentales que le bailaban el agua al presidente Mijeil Saakhasvili? (por cierto: en “El País” siguen llamándole “Mijail”, a la rusa).

Seguramente, Washington anda detrás de Ankara, pero no así Bruselas. De hecho, en las jornadas del CIDOB-ESI llegaron claramente los ecos del despiste comunitario. La pregunta retórica de la convocatoria habla por sí misma. De momento, la única baza política de la UE, al menos en relación a su consistencia, es la denominada Asociación Oriental (en el programa del CIDOB le denominan “Partenariado”, pero ese término no figura en el DRAE). El proyecto se puso en marcha durante el pasado mes de mayo, en la cumbre de Praga, y estaba destinado a estrechar lazos entre la Unión Europea y una serie de repúblicas ex soviéticas: las muy cercanas Bielorrusia, Ucrania y Moldavia, junto con las tres del Cáucaso meridional: Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Ángela Merkel puso especial empeño en la iniciativa, ante el desinterés de Sarkozy, Berlusconi y Zapatero, centrados en llevar a cabo un proyecto similar, más difuso, en el Mediterráneo. Pero la Asociación Oriental dejaba entender que ahí existía una cierta promesa implícita de integración, aunque fuera a largo plazo. Lo ideal sería que el proyecto restara protagonismo a las tendencias expansionistas de la OTAN en esa zona, lo que debería contribuir a unas relaciones más estables entre Rusia y la UE.

Sin embargo, la situación en la zona evoluciona con rapidez y el "soft power" de la UE poco tendría que hacer frente a una Turquía y una Rusia hostiles a cualquier promesa de integración al Cáucaso. O sea, que si seguimos así, pronto habrá que pedir permiso a Turquía y Rusia para seguir adelante con la Asociación Oriental. Mal asunto, por tanto, para los proyectos de tendido de ductos desde Asia Central.

Pero hay de por medio una última cuestión que tampoco salió a relucir durante las jornadas CIDOB-ESI. Cuando hablamos de política exterior europea se deben entender dos cosas diferentes. De un lado, las iniciativas consensuadas por la UE; del otro, la política exterior propia de cada uno de los países miembros, que a veces coincide con lo consensuado en Bruselas; o no. En ocasiones puede ir incluso a contracorriente de la política exterior comunitaria.

Mucho hemos de temer que en Cáucaso estén actuando una y otra. Mejor dicho: que quienes andan haciendo de las suyas sean algunos países europeos, cada uno por su lado. Por las trazas, la Italia de Berlusconi se ha colado en el eje ruso-turco y puede llegar a sacar buenos beneficios del asunto. Pero ¿cuál está siendo la actuación inglesa, francesa o alemana en la zona? El día que sepamos la respuesta exacta, no carecerá de interés.

Por supuesto, la motivación principal de esos y otros países para actuar en el Cáucaso tiene que ver más con el negocio de los hidrocarburos que con cualquier otro factor. O sea que debe existir ahí una cierta dosis de actividades inconfesables. Eso explicaría que, en base a al corrección política, en el seminario CIDOB-ESI no se haya tratado la problemática del Cáucaso actual bajo esta perspectiva.

Para finalizar, la conclusión de este post suaviza las críticas vertidas en el anterior en relación a las inhibiciones españolas en el escenario del Cáucaso, cómo no. Pero sólo en parte, dado que si bien Bruselas tiende en muchos casos a actuar como un avestruz en política exterior, eso no excluye que Madrid pueda liderar iniciativas en el seno de la comunidad (como se ha hecho en varias ocasiones, por cierto) o actuar siguiendo los propios intereses, incluso, en ocasiones, a título defensivo. Al fin y al cabo, nuestra dependencia del suministro argelino de gas es, como mínimo, temeraria.

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