lunes, octubre 23, 2006

Una mala cena la tiene cualquiera



Característico fotomontaje de "El País": se escogió la enorme foto de un bilioso Vladimir Putin "durante la rueda de prensa en Lahti" para contrastar, enfrentada, con los alegres semblantes de Chirac, Merkel y Zapatero, procedentes de otros eventos. Al parecer, no hubo manera de encontrar una instantánea más risueña de Romano Prodi. El conjunto gráfico ilustra la crónica de Carbajosa y Missé: "Putin critica la corrupción de los alcaldes españoles", en: "El País", domingo, 22 de octubre, pag. 9. La foto de Putin es de Associated Pres; las demás no incluyen créditos.



Una de las definiciones más concretas y descriptivas que conozco de un acontecimiento histórico, la formuló el historiador A.J.P. Taylor en referencia a los líderes de las revoluciones europeas de 1848 y sus motivaciones: "Los primeros movimientos nacionales fueron creados y dirigidos por escritores, principalmente por poetas e historiadores, y su política era la de la literatura más que la de la vida. los líderes nacionales hablaban como si tuvieran el apoyo de un pueblo consciente y organizado; sin embargo, sabían que la nación estaba todavía sólo en sus libros (...) En el mundo cerrado de su imaginación, estos líderes de la primera época volvieron a combatir en las históricas batallas que, siglos antes, se habían decidido. No sabían cuándo negociar y cuándo resistir y, sobre todo, no sabían con qué resistir. No entendían que la política es un conflicto de fuerzas, creían que se trataba de un conflicto de argumentos".

Parece que esa especie de ingenuidad ha cambiado poco, al menos a la vista de la forma en que descarriló la conversación diplomática mantenida en la cena por algunos dirigentes de la Unión Europea y el presidente ruso Vladimir Putin. Puede que la falta de imaginación haya contribuido a añadir una cierta dosis de estupidez; incluso sería justificable que el simple miedo, el temor de sentirse a merced de los rusos esté contribuyendo a la contumaz torpeza diplomática de algunos dirigentes euorpeos. O la peor opción posible: que al cabo de los años esos mismos individuos hayan terminado por creerse su propio discurso de madera, como les ocurría a los ministros soviéticos en tiempos de Breznev, cuando ni siquiera poseían -ni deseaban conocer- la información sobre el estado real del país.

Como se sabe, los líderes y a la vez representantes de la UE se habían reunido con Putin en Lahti (Finlandia) para llegar a un acuerdo con Moscú a fin de garantizar el necesario suministro de energía para el Viejo Continente. Actualmente, según últimas informaciones, Rusia suministra a los países de la UE hasta el 25% de sus necesidades energéticas. Las conversaciones se llevaban con guante de seda. La consigna era evitar asuntos incómodos referidos a la política interior rusa. Durante la cena, las diversas intervenciones, incluyendo la de Putin, fueron encajando según el guión previsto. Habló el dirigente ruso, reconocienmdo la necesidad y voluntad de cooperar con la UE en materia energética, reabriendo la puerta a la posibilidad de formar joint ventures europeas con las empresas rusas dedicadas a la extracción de gas y petróleo. Le respondió en términos cautos el presidente de la Comisión Europea, el portugués Durão Barroso. Luego hablaron con tono parecido aquellos dirigentes con los que Putin tiene más confianza, es decir, los más poderosos: "Jacques" (Chirac), "Tony" (Blair), "Ángela" (Merkel).

La crónica de "El País" precisa que todo se torció cuando "los países bálticos tomaron la palabra", sacando a colación los temas más polémicos posibles: la tensión entre Rusia y Georgia y la situación de los derechos humanos en la gran potencia, al hilo del asesinato de la periodista Anna Politkovskaya -no los del banquero Alexandr Plojin (10 de octubre) ni el del gerente de la Agencia Itar-Tass, Anatoli Voronin (15 de octubre). Al parecer, se trataba de una de esas actitudes gamberras que están adoptando los nuevos socios orientales de la UE en los últimos tiempos: el desprecio por los derechos de las minorías, los homosexuales o los extranjeros en Letonia y Polonia, el olímpico desdén a las recomendaciones comunitarias sobre estrategia económica en Hungría o la petulancia intransigente y obstruccionista en Chipre. En todos los casos suelen ser países pequeños -con exclusión de Polonia- que mezclan el euroescepticismo con sus pequeñas revanchas históricas y el deseo de mostrrar en Bruselas que "ellos saben" cómo tratar a Rusia, a Turquía a sus vecinos y hasta a la misma Bruselas. Al fin y al cabo, se supone que Bruselas les protege con el manto azul de la Virgen, en el cual está inspirada la bandera de las estrellas.

Pepe Borrell en tiempos de mejores digestiones

A pesar de todo, y como en Moscú también son expertos en egoísmos nacionales, Putin aguantó. Los bálticos hubieran quedado en evidencia ellos solos, de no haber sido por Josep Borrell, cadáver político en España desde hace ya años y a la sazón presidente del Parlamento Europeo. Según explican Ana Carbajosa y Andreu Missé en la crónica de "El País", Borrell protagonizó una intervención muy subida de tono. Comenzó "con palabras cargadas de sarcasmo" [sic]: "Hemos de agradecer al señor Putin que cerrara temporalmente el grifo a Ucrania, el pasado enero, porque gracias a esto estamos aquí discutiendo de política energética común". Y ya puesto, Borrell expresó "la preocupación de los ciudadanos europeos por la devaluación de los derechos humanos en Rusia" [sic, según la crónica citada], le recordó a Putin que el Parlamento Europeo dedicó un minuto de silencio por el asesinato de la Politovskaya y de propina se refirió a un tema que debió parecerle muy novedoso y apropiado para ser resuelto de un plumazo durante la cena: las dificultades que padece la oposición y las ONG en Rusia.

Ya sólo esta traca de petardos levantinos hubiera bastado para mover de sus casillas al mísmisimo ZP. Pero según parece, Borrell remató: "Sacamos petróleo de países peores que el suyo, pero nuestra preocupación es que con ustedes queremos asociarnos y ello exige compartir unos valores". Ante un párrafo de tamaño calibre insolente, cabe preguntarse si la pronunció literalmente Josep Borrell o es una transcripción aproximada artribuible a la grosería con la que Ana Carbajosa suele retratar a los personajes que no le caen bien (Putin, en este caso); o quizás es la conocida tendencia, propia de muchos periodistas, a mostrarse más papista que el Papa. Aunque quizá no sea justo mostrarse tan duro con el periódico o con la Carbajosa por lo que es un mero reflejo de incredulidad ante la más que evidente chapuza política de Borrell, que no hace sino reflejar años de dialéctica marrullera en nuestra propia política. Al fin y al cabo, Fernando García, enviado especial de "La Vanguardia" apunta que Borrell dijo también algo así como: "No cambiaremos energía por derechos humanos", frase que de ser cierta, no mencionan Carbajosa y Missé, conscientes que de que Borrell, con toda esa vena populista y demagógica, es al fin y al cabo afín a la ideología-bandera de la empresa de su periódico.

Por supuesto que la situación de los derechos humanos debe mejorar en Rusia y los mafiosos y asesinos han de terminar en la cárcel. Pero aquí lo que se pone en solfa es la necesidad de organizar una zapatiesta como la que protagonizó Borrell como el camino más indicado y eficaz para hacer algo útil y no terminar abochornado: él y el país que representa. Porque se supone que estamos hablando de profesionales de la alta diplomacia, no de líderes rockeros con ambiciones de trascendencia o alterados jóvenes alternativos. Posiblemente Borrell es realmente alguien que, como explicaba Taylor con referencia a los líderes de 1848, no sabe cuándo negociar, ni cuándo resistir y no entiende que la política (y más la internacional) no es un conflicto de argumentos, sino de fuerzas e incluso de astucia. En cualquier caso, ni Ana Carbajosa ni Andreu Missé nos explican por qué a nuestro Pepe le dio ese inoportuno y sobre todo, innecesario, arrebato polémico-justiciero. Quizá una mala cena y los gases de los que se hablaba en la reunión de Lahti, se fueron por la tubería no deseada.

Putin respondió como cabría esperar cuando alguien se siente muñeco de pim pam pún de feria: echando en cara los europeos su alegre tendencia al dobre rasero. Por supuesto que le recordó a los españoles los escándalos de corrupción inmobiliaria, que se tiran a la cara mutuamente el partido del gobierno y la oposición. Por estos pagos parecemos ser tan inconscientes como ajenos al hecho científicamente demostrado de que nuestras fronteras no son opacas y que las continuas broncas políticas se están cargando la escasa imagen exterior que le queda a España. Y menos mal que Putin se quedó ahí, porque lo más posible es que, como antiguo profesional del tema, posea datos más sensibles referidos a la corrupción española en ámbitos más diversificados que pueden ir desde el mundo bursátil a la gestión del flujo inmigratorio o el turismo, pasando por determinadas campañas de prensa o connivencia nacional con mafias extranjeras: todo ese mundillo en el que están incluidos personajes de aquí y allá, de todo el espectro político español, y que se veía reflejado en una tabla sobre corrupción a escala mundial que se citó en este mismo blog, hace pocos meses. Vaya usted a saber si Putin incluso está informado del escándalo de fraude fiscal que le costó a Pepe Borrell su carrera en el PSOE, allá por 1998 (asunto Aguiar-Huguet).

El mandatario ruso también recordó que el término Mafia se inventó en Italia; y lo hizo mirando a Romano Prodi, que se llevó un cachete colateral. Pudo hacerlo impunemente, dejándolo bien mudo, porque ahora ya no gobierna Berlusconi, del cual debe conocer también un buen número de secretos. Por lo demás, se abstuvo de mencionar el auge de la extrema derecha que se observa en el continente, y no digamos en el futuro socio comunitario búlgaro. No tuvo necesidad de disparar contra Blair ni menos aún contra Chirac. Al fin y al cabo, Paris lleva años intentando resucitar la viejísima y por lo tanto, tradicional política de alianza franco-rusa. Menos aún contra Ángela, pues con Berlín existen también años de Ostpolitik. Y quizá por ello se intoxicó Borrell de buenismo justiciero, recordando aquello tiempos en que se le conocía como el “Inquisidor”: el diario "El País" lleva un par de días denunciando de forma contundente el
egoísmo alemán, que se permite negocios bilaterales con el ruso para obtener el necesario gas a espaldas de la política europea comunitaria. No le falta razón al rotativo, pero cabe dudar si no late detrás la rabieta del expediente decidido por la Comisión Europea contra España por el caso E.ON. De tales croquetas, tamañas indigestiones.

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