lunes, septiembre 10, 2007

Las tribulaciones de Bernard K




Cubierta del libro de Michel Floquet y Bertrand Coq, rareza bibliográfica recuperada del recuerdo por la actualidad política en Francia













"Esta guerra concluirá con una paz
”. Así terminó Bernard Kouchner, actual ministro de Asuntos Exteriores de Francia, una entrevista concedida a los periodistas Michel Floquet y Bertrand Coq en plena guerra de Croacia, en el patio del Hospital de Osijek, finales de otoño, 1991. Sospechando que la entrevista podría dejar demasiado claro que el personaje era más simple de lo que parecía o quizá porque Kouchner lo logró decir absolutamente nada de interés, sus interlocutores decidieron no publicar la entrevista, realizada por causalidad en el marco de un reportaje sobre la situación militar en la región de Eslavonia. Sin embargo, Floquet y Coq terminaron por publicar un libro entero dedicado a las aventuras y desventuras del personaje durante los conflictos de Croacia y Bosnia: Les tribulations de Bernard K. en Yougoslavie, Eds. Albin Michel, Paris, 1993

Eran 223 páginas corrosivas, puro ácido sulfúrico sobre la imagen de Bernard Kouchner: médico de formación, cofundador de Médicos Sin Fronteras (1971) y Médicos del Mundo (1979) –como respuesta a su abandono intempestivo de la primera ONG-, ministro de Sanidad y Acción Humanitaria (una de esas innovaciones tan francesas) en 1992-1993, y administrador de Kosovo como Alto Representante de la ONU entre julio de 1999 y enero de 2001. Un hombre dedicado a la “alta acción humanitaria”, gran impulsor del concepto “derecho de injerencia” y… ambicioso trepador en el mundo de la política francesa: desde su militancia en el Partido Comunista Francés, al Partido Socialista, al Partido Radical de Izquierda, para volver con los socialistas y
terminar en el equipo de Sarkozy. Por lo tanto, cuando tanto se debate en estos tiempos sobre los fichajes socialistas del nuevo y controvertido presidente (Bernard K fue el primero), no cabe más remedio que recordar y reseñar, siquiera brevemente, el libro de Floquet y Coq.



Un caquéxico Bernard Kouchner es "nacionalizado" por Sarko, según caricatura del autor bretón Fañch Ar Ruz















La obra es muy de su época (en plena guerra de Bosnia) y por ello es útil como caja de resonancia de las obsesiones mediáticas de entonces. Pero también se adelanta al cuestionar la mojigatería de los “bien pensantes” de entonces, cuya única solución para cualquier conflicto internacional pasaba por el “derecho de injerencia”: el último capítulo y conclusión se titula, muy significativamente: “De regreso de la cuestión de Oriente, al nuevo sueño colonial”. Y faltaba toda una década para la invasión de Irak. También nos ilumina sobre la guerra de las ONG´s, otro asunto estrella de aquellos ya lejanos años. El combate singular entre Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo, ambas ligadas en sus orígenes a Bernard K., se superpone a las guerras de secesión yugoslavas. Allí, MSF escoge Vukovar en el otoño de 1991; pero pierde varios miembros atrapados en los combates y decide replegarse a fin de consagrarse a los refugiados. De esa forma, pierde protagonismo frente a su rival, MDM, al menos en el muy mediático escenario yugoslavo. Es el turno de ésta ONG, dirigida entonces por el astuto Míster K., que se decide por Dubrovnik. Es una excelente apuesta: la bella ciudad, patrimonio de la UNESCO e icono turístico por antonomasia (todo el mundo la conoce, no como a Vukovar) es una apuesta segura. Ahora bien: ¿necesita ayuda humanitaria la ciudad de Dubrovnik? Rony Brauman, presidente de la rival MSF lo tiene claro: “Esta ciudad no tenía ninguna necesidad estricta. Se creó una necesidad humanitaria, pieza a pieza, y después se respondió a ella. La respuesta, como la necesidad, son virtuales” (Floquet et Coq, 1993: 55)

La idea de crear un “corredor humanitario” hacia Dubrovnik tuvo momentos de opereta que ya en aquella misma época fueron celebrados con lejía por periodistas y testigos de todo tipo. El convoy marítimo de ayuda que intentó llegar hasta el puerto rompiendo el bloqueo marítimo que mantenían las unidades de la Marina Federal yugoslava, fue una aventura en la que Kouchmner compartió protagonismo con el histriónico Stipe Mesic. Laura Silber en su célebre obra de referencia The Death of Yugoslavia (Penguin Books, 1995) relata cómo Mesic, al mando de la flotilla de yates, barquitos y barquichuelas de recreo de todo tipo, junto con el prier minsitro, al esposa del Minsitro de Asuntos Exteriores y Tereza Kesovija (la Nana Muskuri croata) intentó abrirse paso gritándole por radio al almirante serbio que él era el “comandante supremo” del Ejército yugoslavo. Lo cierto es que ya no lo era desde el 3 de octubre (y el 13 de septiembre Croacia había abandonado el gobierno federal) y quizá por eso o por las horas que llevaban en el bar del Slavija I, las celebridades a bordo festejaron la ocurrencia con sonoros aplausos, pitos y carcajadas.



Dubrovnik asediado por las baterías montenegrinas, octubre de 1991








El convoy no pasó. Si llegó, semanas más tarde, el barco hospital italiano San Marco (18 de noviembre), que desembarcó medicamentos y evacuó refugiados. Pero aprovechando que las tropas croatas tuvieron que retirar tropas del frente para controlar la operación en el puerto, las tropas serbo-montenegrinas tomaron el barrio de Mokosica. Los intentos de Kouchner para erigirse en negociador con los militares federales fueron un fracaso. No sólo se mofaban abiertamente de él, sino que cada vez que el notable francés abandonaba la ciudad, ésta era duramente bombardeada. No es de extrañar que las autoridades locales terminaran algo cansadas y comenzaran a reprochar a Bernard K. que alentara a los habitantes de la ciudad a evacuarla, puesto que eso se lo pondría más fácil a los asediadores. De hecho, desde finales de octubre las autoridades croatas habían puesto en marcha la operación “Retorno a Dubrovnik”.

Mientras tanto, Kouchner desplegaba una concentrada ofensiva mediática auto inventándose como protagonista. “Dubrovnik también le proporcionó a Bernard Kouchner la ocasión de dar la medida de su talento con la pluma. Kouchner, uno de cuyos tormentos es el fracaso de pasar por intelectual, cree que la inteligencia es contagiosa. Alentado por sus amigos (que una cierta prudencia retiene de cantar las gestas del ministro) se convierte en bardo de sus propios éxitos” (Floquet et Coq, 1993: 87) A lo largo del otoño de 1991 escribe rimbombantes artículos en al prensa francesa. ¿Y lo resultados concretos? Según él mismo, se transportaron más de 10.000 toneladas de alimentos a la ciudad. “3.500 toneladas de papeo” –corrige el doctor Michel Bonnot, fundador de Ayuda Médica Internacional, citado en el libro que nos ocupa. Según los autores, de esa ayuda debe restarse la entregada a los sitiadores. “Bernard usa las cifras como los medias: sin moderación”, concluyen. Y de paso califican la obra del biografiado. Según Kouchner la ayuda humanitaria consiste en “pequeños gestos constantes, en pequeños lugares para un pequeño grupos de personas”: es decir, la “ayuda bonsái” (Floquet et Coq, 1993: 93)


















Portada de uno de los libros de Bernard K. él mismo, pensativo y preocupado, en la portada


Lo que añadía una dura nota trágica a todo esto era que mientras tanto, la ciudad croata de Vukovar estaba siendo machada por la artillería del Ejército federal y asaltada por los chetniks, pero Kouchner no hizo nada por ella, a pesar de que el 17 de noviembre recibió un llamamiento personal desde el hospital de la asediada ciudad, a punto de caer en manos del enemigo, para que evacuaran algunas decenas de heridos graves. “Pero Bernard Kouchner no escucha. Está a punto de escribir: ‘Dubrovnik ciudad de la Paz’ un artículo que publica “Le Monde” dos días más tarde” (Floquet et Coq, 1993: 84). La última iniciativa del ministro consistió en imaginar un “Concierto para la Paz”, en el que deberían cantar juntos una soprano serbia y un bajo croata. Ante la negativa de Zagreb de que entrara en la ciudad ni un solo serbio, hubo que conformarse con la Orquesta Nacional de Cámara de Toulouse. A ese concierto de Nochevieja acudieron, como no, Bernard K, Simone Veil y Michel Piccoli. La población local le dedicó una gélida indiferencia.

Los años que siguieron estuvieron marcados por el protagonismo de Bernard K. en la guerra de Bosnia, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que era un abogado histórico de lo que por entonces se llegó a convertir en sacrosanto “derecho de injerencia”. Pero también de gestos a veces espectaculares, pero de eficacia real bastante dudosa. ¿El convoy del 5 de abril de 1992, que nunca llegó a entrar en Sarajevo sirvió realmente de algo, aparte de resaltar la imagen de Bernard K.? El “beau geste” del 28 de junio, protagonizado por el presidente Mitterrand para que se abriera el aeropuerto de la asediada ciudad (al parecer inspirado por Kouchner) desunió más a los europeos, evitó una temprana intervención militar occidental contra los serbios? Eso sí: siempre con la prensa por testigo, siempre cámaras e imagen. Todo un precedente el estilo Sarko de nuestros días: enormes tasas de popularidad, hiperactividad, ubicuidad, “efecto anuncio” y “charla por los codos”, como parte del
retrato que hacía Lluis Bassets hace pocos días.




















Bernard K, 2007, implicado en los manejos de Sarkozy con el dictador libio Gaddafi


El libro de Floquet y Coq, hoy difícil ya de encontrar, incluso de segunda mano, dejó a Bernard K. en Bosnia. Pero su carrera continuó, siempre con el mismo o similar estilo, siempre dejando en el aire la pregunta: ¿Es Bernard Kouchner un simple caradura, un tipo realmente listo, un ambicioso sin límites, un simple “con”, como lo califican algunos franceses en los foros? “Le Point” le coronó “Hombre del año” en la Francia de 1991, y sólo unos meses más tarde era el político más popular. Personaje altamente estimado por sus compatriotas en aquello lejanos años, lo cierto es que nunca logrará ser elegido como parlamentario, ni en Moselle en 1994 ni en Gardanne en 1996. Una cosa es la popularidad mediática y otra confiar el destino de una parcela del propio país en manos de Bernard K. Eso es lo que, al menos, pensaban los franceses por aquel entonces.

















Bernard K, junio de 1999, recién concluida la campaña militar de la OTAN contra Serbia. En la fotografía, con dos líderes del UÇK (Thaci y Ceku), el general de la KFOR, Jackson, y el comandante de la OTAN, general Clark



Pasaron los años. En 1999, después de que la última bomba humanitaria de la OTAN cayera sobre lo que restaba de Yugoslavia, Bernard K fue nombrado administrador de las Naciones Unidas para Kosovo. Ocasión más que propicia para acuñar otra de sus frases características: “Europa, la que amamos, ha nacido en Kosovo”. En la arrasada provincia, Kouchner debe ocuparse de la asistencia humanitaria, la administración civil, la economía y la elaboración de instituciones democráticas. Es una ocasión perfecta para desarrollar sus teorías. Así, durante su mandato (julio de 1999-enero de 2001), regresaron los refugiados albaneses, pero fueron expulsados casi un cuarto de millón de serbios y otras minorías étnicas de Kovoso. Hasta la fecha, la limpieza étnica, consumada, más voluminosa de la las guerras de secesión yugoslavas. El Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK) es desarmado y reconvertido en el Cuerpo de Protección de Kosovo, pero se cree, con fundamento, que puede recuperar su capacidad ofensiva con facilidad; de hecho, algunos mandos son sospechosos de estar tras acciones hostiles. No se logrará que funcione el Consejo de Transición de Kosovo, por desavenencias internas entre las dos principales fuerzas políticas de los albaneses, los representantes del UÇK y los de la Liga Democrática de Kosovo. La gestión gestual de Kouchner, en entredicho, dejando tras de sí polémica.



Bernard K pasea por Pristina con la controvertida Secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright














El año 2003 comenzó a marcar los límites de la desintegración de la doctrina del “derecho de injerencia”. En un célebre artículo publicado en “Le Monde” (4 de febrero), Bernard K. intenta salirse por la tangente ante la inminente invasión de Irak. Adopta una postura tan facilona como demagógica: “Ni la guerra ni Saddam”. No duda que existen armas de destrucción masiva escondidas, tampoco debe consentirse que Saddam siga en el poder. Intervencionismo, derecho de injerencia, si, pero sin guerra. ¿Cómo? “Qu’en ce début de XXIe siècle, on invente d’autres formes de politique et d’interventions internationales". Efectivamente : que inventen otros para sostener lo que yo afirmo. Bernard K sólo sugiere fórmulas nebulosas, que para derribar a Saddam del poder e “instaurar la democracia” en Irak, no funcionan. Pura y santa buena intención. pero claro, o injerencia a la manera clásica, o nada. Y como nada no puede ser…

Mientras tanto, ha fundado una consultoría: BK Conseil. Y con ella se mezcla en un resbaladizo negocio (
septiembre 2003): lograr que la petrolera francesa Total obtenga de la dictadura militar que gobierna Birmania (Myanmar) la opción de construir y gestionar un oleoducto a cambio de que la empresa se implique en la subvención de mejoras de infraestructura humanitaria en el país. Pero el asunto se complica y desemboca en un escándalo cuando, dos años y medio más tarde, un grupo de ONG´s radicadas en Gran Bretaña lanza una campaña contra las actividades de Total en Myanmar, el trabajo forzado que se está utilizando en el oleoducto (incluyendo mano de obra infantil) y al represión que ha estado practicando “horrorosos abusos en la región del oleoducto”












El invento casi no da más de si: Bernard K. en 2003, después de la invasión de Irak


Floquet y Coq supieron a quien tenían delante en aquel lejano otoño de 1991, cuando lo entrevistaron en Croacia y decidieron dedicarle un libro. Trece años más tarde, Jordi Raich, un curtido veterano de la ayuda humanitaria, a la que sin embargo critica y fustiga en su polémico libro: El espejismo humanitario. La especie solidaria al descubierto (Debate, Madrid, 2004) hace de él éste completo retrato (pags. 162-163):

“Lo suyo era el espectáculo solidario y para ponerlo en escena recorrió incansable los escenarios más exóticos de la miseria humana. Visitó campos de refugiados, prisiones, trincheras, hospitales y fosas comunes en Croacia, Kosovo, Kurdistán y Pakistán. El doctor estaba en todas las fotos: con su mujer, con el secretario general de la ONU, sonriendo a Lady Di, entre la multitud de desgraciados y junto a los señores de la guerra. Kouchner convirtió sus cargos en un formidable instrumento de propaganda al servicio del presidente de la república y de sí mismo. Y, en el camino, hizo añicos al humanitarismo independiente basado en las necesidades de las víctimas, que fue tan valioso en sus orígenes.


Bernard K en los buenos tiempos, pero ya con una inseparable cámara detrás: Somalia, 1992




En diciembre de 1992 le vi llegar a Mogadiscio para presidir el atraque de “su” barco cargado con la cosecha de “su” operación Saco de Arroz: cada niño francés debía aportar un kilo de arroz para un niño somalí. Llegó al puerto en convoy, acompañado de un séquito de periodistas y cámaras de televisión. Hizo pomposa entrega de la carga a no se sabe quién, se echó un costal a la espalda y aguantó con sonrisa dentrífica hasta que los fotógrafos estuvieron satisfechos. Por cierto, la mayoría de ONG rechazó distribuir el arroz por su baja calidad, mezcla de variedades diferentes del cereal y nefasto empaquetado. Treinta camiones con una parte de la donación fueron robados y desaparecieron en la nada. Una partida acabó en manos de comerciantes privados que lo vendieron durante meses a precio de ganga reventado así la frágil economía local”.

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