miércoles, septiembre 05, 2007

Is this trip necessary? (y 3)








¿Quién es el mendigo, quién el turista? Barcelona, mediados de agosto, 2007











Aunque desde un punto de vista meteorológico el verano continúa sobre nosotros, ayer día 3 de septiembre marcó el retorno de vacaciones para la mayor parte de la población laboral. Al menos en Barcelona concluye un verano algo extraño, en el que se produjeron importantes cortes de energía eléctrica durante el mes de julio –algo que no ocurre ya ni en ciudades hasta hace poco tildadas como “tercermundistas”- y colapsos excesivos en las autopsitas, estaciones ferroviarias –con numerosas averías- y en el aeropuerto de la ciudad, El Prat.

Tras esta oleada de desdichas, el pasado 21 de agosto, la prensa (sobre todo el localísimo y municipalista “El Periódico de Catalunya”) sacaba a los quioscos trompetas y timbales para proclamar, un año más, el triunfo del negocio turístico. Grandes, enormes titulares con un tono que parecía salido de la mejor prensa franquista de los sesenta: “La ocupación hotelera supera en agosto el 95%”. Y con blindaje para los pesimistas de toda la vida: “Septiembre mejorará las cifras del 2006 y lleva camino de desbancar a julio como segundo mes turístico”. A pesar de todo, y en contra de los agoreros. “La lluvia aumenta el número de visitantes que llegan a Barcelona – El ayuntamiento desmiente la imagen del turista ‘barato’ en la ciudad”.




Masas compactas recorren diariamente las salas del Museo Vaticano, con poco ánimo y menos tiempo para contenplar los tesoros artísticos. ¿Es esto "turismo de calidad"? Roma, 2 de diciembre, 2007. Fotografía del autor












En un arrebato triunfalista, el director de Turisme de Barcelona, Pere Duran, concluyó diciendo que los ciudadanos de Barcelona “están mayoritariamente encantados con el modelo turístico de la ciudad y son conscientes de la riqueza que deja el turismo”. Pues menos mal que somos tan conscientes (o inconscientes) del dato, expresado así, en términos crasos: riqueza. Y como remate, el medallón: en un color casi dorado, un destacado en el que brilla un porcentaje sobre las negrillas encogidas al rango de letras diminutas: “33% es el porcentaje en que aumentó el gasto en tarjeta de crédito entre los turistas que visitaron Barcelona en el mes de julio, respecto al mismo mes del año pasado, según Turisme de BCN”·

Mientras “El Periódico” exudaba triunfalismo, cual guiri transpirando cerveza en lo alto de un bus turístico, la revista “Foreign Policy”, edición en castellano, preparaba su última edición con un enorme titular en portada: “Turismo insostenible”. Y en lo alto del artículo introductorio, firmado por Leo Hickman: “
El turista contaminante”. Por supuesto, el nivel del debate resulta muy superior al que parece querer asumir el señor Duran. El autor se centra en el turismo insostenible entendido como problema asociado a la economía global, y todo ese debate de fondo sobre la emergente sociedad de bajo coste, que describen y analizan Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi en su libro El fin de la clase media (Madrid, 2006)




Detalle de la misma compacta humanidad, desplazándose por un corredor del Museo Vaticano. 2 de diciembre, 2007













Para Hickman, el problema es que el viaje turístico se ha convertido en una más de las modalidades de gran consumo y mero trasiego de personas: podemos calcular lo que han representado en 2006 los 840 millones de “llegadas de turistas internacionales”. El autor tiene razón al preguntarse qué supone eso hoy, cuando ya en 1971, la Iglesia ortodoxa griega compuso una oración para pedir protección frente al fenómeno turístico, que decía así: “Señor Jesucristo (...), ten piedad de las ciudades, las islas y los pueblos de nuestra patria ortodoxa, así como de los santos monasterios, azotados por la oleada turística. Concédenos la gracia de una solución a este dramático problema y protege a nuestros hermanos, (...) tentados por el espíritu modernista de estos invasores occidentales contemporáneos”. Por entonces se calculaba que el movimiento internacional de turistas era de sólo 170 millones de llegadas. La oración, por lo visto, no se reveló muy eficaz.

Tampoco para el resto del mundo. En el artículo se insiste, por ejemplo, en el impacto negativo del turismo en la biodiversidad, asunto que ya se trató en un post anterior del año pasado, sobre este mismo tema. Pero también se ha elaborado una lista de lugares turísticos seriamente amenazados por las hordas, desde Venecia a la residencia del Dalai Lama (2,5 millones de turistas en los 10 primeros meses de 2006), el valle de Katmandú (qué lejos quedan los hippies) o las islas Galápagos. Claro, aparentemente eso no afecta a Barcelona; ya lo dijo algún que otro responsable del Ayuntamiento el año pasado: aún caben más. Turistas. Más.

Por todo ello, quizá sea ahora el momento oportuno para cerrar una pequeña serie de post sobre este asunto, iniciada el verano pasado, 2006. El título genérico era: “Is this trip necessary?” (“¿Es necesaria esta excursión?”) Durante la Segunda Guerra Mundial, los pilotos americanos comentaban jocosamente la asignación de sus misiones de combate con ella. Pero el origen real de la expresión se refería a la necesidad de ahorrar combustible en vistas al esfuerzo de guerra. Trasladado a nuestros días: ¿Es realmente tan necesario el turismo? Relájense y piénsenlo bien. Si: deja dinero en el país de destino, supongo. ¿Mucho, suficiente y para quién? De nuevo Leo Hickman nos ilumina de forma contundente: “Mis viajes por algunos de los principales destinos de vacaciones del mundo no me han convencido de que esta industria entienda de verdad cómo el turismo puede ser tan a menudo una fuerza negativa. Sigue aferrándose al conveniente mito de que el maravilloso barco del turismo trae la recompensa económica a todos aquellos que naveguen en él. Y sigue lanzando algunas otras afirmaciones extraordinarias, como que fomenta la paz mundial, el amor y la comprensión. Al contrario, lo que parece bastante obvio es que la recompensa se la reparte un pequeño grupo extremadamente selecto, a menudo en un país distinto al de destino, y que demasiados trabajadores del sector –en especial en los países en desarrollo – no son más que esclavos a sueldo luchando con uñas y dientes para salir de una penosa existencia.





Un cartel norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, alusivo a la campaña para ahorrar recursos













Por lo tanto, la “riqueza” que llena la boca del señor Durán, ¿para quién es realmente?¿Para empresas turísticas que son multinacionales?¿Para hoteles de cadenas internacionales? Y más allá, es de temer que, desde luego, no beneficia tanto a la mayoría suficiente. Pero por otra parte y desde un punto de vista esencial, el intercambio cultural que genera el turismo es muy escaso y el beneficio que obtiene el viajero es discutible.

Digámoslo claramente: la industria turística, al menos en España y más especialmente en Cataluña, no puede seguir sosteniendo el estilo casi neuróticamente codicioso que es marca de la casa. La cuestión de las molestias sociales que puede generar, resulta incluso secundario a estas alturas. Pero otra cosa es que la sobrecarga poblacional que produce en momentos y lugares puntuales está llegando a ser, posiblemente, crítico. La prensa local barcelonesa ha insistido en que todavía a comienzos de septiembre no existe una explicación oficial y medianamente prolija sobre la causa de los espectaculares cortes de luz de julio. Por supuesto que variadas pueden ser las versiones posibles; pero cabe poca duda de que la avalancha turística pudo ser una de ellas, al causar una sobrecarga del consumo en unos momentos en que plantilla de la compañía eléctrica responsable posiblemente no estaba al completo en esas fechas.

O sea: pretendemos que nos visiten millones de personas (se habla de 60 anuales para toda España), pero mientras tanto, nosotros mismos también nos vamos de vacaciones, como es lógico. Resulta evidente que eso ocurre en muchas ciudades del mundo, pero lo cierto es que al parecer, en Barcelona falló el precario equilibrio porque era natural que así fuera. El turismo ha de ser sostenible, caso contrario se convierte en una avalancha de despistados que regresan a sus países, decepcionados, y que a la vez dejan detrás el lógico desorden que provoca su mero peso numérico. Pero no se preocupen, que el asunto no se debatirá en estos términos: el más que pasado bistec turístico se simplemente se cubrirá con las correspondientes salsas pesadas de debate político, como se hace desde años atrás, cada temporada igual, cada temporada de la misma forma, lo mismo, igual, de nuevo, lo mismo. Ningún político se atreverá a tocar el tabú turístico, los expertos más o menos críticos no lograrán hacerse oír, y al final, todos sacarán leña de donde puedan, sobre la marcha, algo que barrer para casa de todo esto; pero los problemas de fondo seguirán ahí, intactos.

Incluso hay datos más preocupantes que se exhiben como si nada, como si tal cosa. El turista pasa cada vez menos días en su destino español pero gasta más por día, nos dicen los triunfalistas, escondiendo las cifras del gasto medio bajo la alfombra. De todas formas: ¿gasta más diariamente, o consiguen sacarle cada vez más dinero en periodos de veinticuatro horas? Si es así, no es de extrañar que el visitante acorte sus días de estancia aquí y/o se vaya a otro lugar. No hace tantos años, el barcelonés que viajaba a Roma, Munich y otras capitales europeas, se extrañaba de lo caro que le resultaba cualquier gasto. Ahora es mucho más difícil percibir las diferencias. Sólo superan a Barcelona ciudades como Estocolmo, por ejemplo; incluso Paris. Pero las diferencias se están acortando. Y no es sólo que los servicios sean caros: es que son de mala calidad, a veces pésima. Todos sabemos, por ejemplo, de la comida que se la da al “guiri” y el precio al que se le cobra.















Hace tiempo que las autoridades chinas se quejan de la masiva afluencia de visitantes a la Gran Muralla. Fotografía National Geographic


Y ahí está precisamente uno de los mayores problemas que genera el turismo de masas. En algunos lugares, con consecuencias más negativas que el impacto medioambiental o la transmisión de determinadas enfermedades contagiosas. Lo peor de todo, al menos en esta ciudad, es la inflación. El turismo dispara, cada verano, el lógico aumento de los precios en hoteles, servicios y sobre todo, restaurantes, que inevitable y rápidamente, repercute en el resto de los ciudadanos.

Este mismo verano se podía contemplar como en algunos bares y restaurantes del Eixample subían los precios del menú en una semana. Locales abarrotados de turistas, que pagaban resignadamente, como hacemos todos cuando revertimos en esa condición. Total, ellos sólo iban a consumir una vez en ese establecimiento. Pero, ay de los que viven o trabajan cerca: están condenados a quedarse allí cuando el turista desaparece o se cierra la temporada. ¿Es casualidad que algunas de las zonas más turísticas sean las que registran la inflación más elevada de España?¿Lo es que algunas de las ciudades y lugares que ostentan esa condición en el resto de Europa, carguen también con ese problema? Pero la cuestión va más allá porque es muy posible que la inflación rampante tenga que ver con la tendencia de los turistas a gastar menos por día (si, se producen tales contradicciones flagrantes en la evaluación del fenómeno) de estancia tenga que ver con la natural reacción del visitante a resistirse. ¿Resultado? Aprovechando el boom de los vuelos de bajo coste y la decadencia del viaje organizado, ante la mayor flexibilidad que concede internet de combinar línea aérea y hotel, el turista se plantea “incursiones” más que estancias: tres días aquí (porque es demasiado caro), una semana allá: el sistema de partirse las vacaciones. El turista se resiste a ser explotado, siempre lo ha hecho, y ahora, internet le da una gran flexibilidad para hacerlo.


Pugna turística para salir o acceder al casco viejo de Dubrovnik, Croacia. Fotografía del blog de Elia





Es de suponer que los empresarios del sector lo saben. Pero al parecer, tienden a enmascarar algunas de las razones. Ni siquiera “El Periódico” pudo evitar la inclusión de una compungida página con un par de advertencias: “Los hoteles catalanes siguen llenos pero el gasto del turista desciende – El sector celebra la ocupación del 90% aunque advierte de que el viajero se queda menos días”. De momento, la máquina funciona mediante el mero peso de la masa en movimiento: da igual que se queden menos días (el problema parece ser que además gastan menos también) porque cuando se vayan vendrán otros. Banal esperanza: “La llegada de turistas crece un 2%, el menor ritmo desde 2004”, explicaba el 22 de agosto el semanario “Cinco Días”, más técnico y más realista que “El Periódico”. Los ingleses y holandeses empiezan a no venir; alemanes y franceses se mantienen, pero al límite. Y en parte, como explicó el secretario de estado de Comercio y Turismo, Pedro Mejía, ello es debido a que dos mercados turísticos emergentes, como son Croacia y Turquía, están comiéndose parte de la cuota española. En lo que va de año, han crecido un 15% aproximadamente.

Por lo tanto, felicidades a Croacia y Turquía. Además, el dato sitúa la reflexión en la línea de este blog, más centrado en el Mediterráneo Oriental que en la Península Ibérica. En realidad, la intención del post es, precisamente, reflexionar en voz alta sobre un problema que esos países están aún en situación de prevenir, pero que por estos pagos empieza a ser difícil de enderezar (también en Croacia, para ser sinceros). Parece una idea pretenciosa y seguramente lo es; máxime teniendo en cuenta que quien escribe no es experto en el tema y sólo trata el asunto desde el punto de vista de quien ha sufrido en cartera propia la mala gestión del negocio turístico y conoce también a esos países que se están convirtiendo en nuestros afortunados competidores.

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