sábado, agosto 18, 2007

Un pulso a la turca (y 2)


Por fin, en agosto, Erdoğan logró atraer a Al Maliki a Ankara, aunque la falta de entusiasmo del árabe es patente en casi todas las fotos de su viaje a Turquía






Y comienzan a pasar cosas en Turquía. Y nadie comenta nada. Claro, es el mes de agosto, y todos aquellos que no paran con Turquía, arriba y abajo, parece que se han tomado un respiro. Pues se están perdiendo la procesión, que va por dentro, o es que no lo ven nada claro.

El primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, tras visitar por fin Ankara,
accedió a firmar un acuerdo con el gobierno turco para luchar conjuntamente contra el PKK. Era un secreto a voces que los norteamericanos andaban por detrás, que planificaron con los turcos la forma de atacar las bases del PKK y, con toda seguridad, presionaron a Al Maliki para que, oreja gacha, acudiera a Ankara en un momento en el que –supuestamente- la cuestión del PKK es el menor de sus problemas. A continuación, el primer ministro iraquí fue a reunirse con los iraníes, incluyendo al presidente Ahmadineyad, lo que provocó serios recelos y advertencias de los norteamericanos y la fractura política interna, en el mismo Irak, con los suníes. Y para rematar la turbia historia, el Ejército turco y el iraní están bombardeando supuestas bases kurdas en el norte iraquí: los turcos apuntaron sus cañones contra territorio del PKK, y los iraníes largaron sus obuses sobre posiciones de la guerrilla kurda que opera en su territorio, brazo armado del Partido de la vida en Libertad del Kurdistan (Pejak). Mientras tanto, en otro frente, diplomáticos turcos se han estado reuniendo con sus homólogos israelíes y sirios, mediando entre ambos para rebajar las tensiones entre ambos países.

Por lo tanto, algo parece indicar que Ankara no ha perdido ni un ápice de su capacidad de maniobra en el Próximo Oriente y está trabajando contra reloj para sacar el mayor provecho posible de la situación. Eso quiere decir que, muy posiblemente, Erdoğan está moviéndose en varias direcciones a la vez: acercándose a Irán, con quien le unen cada vez mayores y más provechosos proyectos petrolíferos, actuando como actor con recursos y objetivos propios en Oriente Medio, desactivando la presión del PKK y “haciendo algo” con el Ejército turco. Pero ¿qué exactamente? La respuesta, ahora mismo, parece estar en Ankara, y no en la frontera con Irak.








Köksal Toptan, elegido presidente de la Gran Asamblea Nacional. A su espalda, aplaudiendo, Erdoğan









El pasado día 9, gobierno y oposición consensuaron la elección de un presidente para la Gran Asamblea Nacional, el moderado Köksal Toptan, militante del AKP: obtuvo los votos de 450 parlamentarios, de un total de 535 asistentes. Aquel día, el parlamento turco pareció vivir la fiesta de la democracia: todos felicitaban a Toptan, todo era concordia y buen ambiente. Se rumoreaba que Erdoğan retiraría la candidatura de Gül a la presidencia, asunto que había contribuido a desencadenar la crisis de abril y se pactaría la selección de un nuevo candidato con los principales partidos de la oposición. Al fin y al cabo, algo así había prometido durante la campaña electoral e incluso después, en las declaraciones de la victoria.

Sin embargo, tan sólo cinco días más tarde, el ministro de Asuntos Exteriores turco, Abdullah Gül, volvió a presentar su candidatura respaldado por su partido en el gobierno, el AKP. Fue un suceso bastante curioso, porque nada más comenzar el periodo de nominación de candidatos a la presidencia (10 de agosto) el diario islamista “Yeni Şafak” publicó un artículo en el que se instaba a Gül a que depusiera su intención de volverse a presentar; y la pieza iba firmada por Yalçın Akdoğan, consejero de Erdoğan. En cualquier caso, el CHP reaccionó como era de esperar, como en abril: anunció su intención de boicotear la elección del nuevo presidente el próximo lunes día, 20. Algunos periódicos continuaron con la misma matraca de entonces, englobando en el CHP a “los laicos”. Pero esta vez las cosas parece que van a cambiar de forma radical, porque tanto los nacionalistas kurdos del Partido de la Sociedad Democrática como los ultraderechistas del MHP o Partido de Acción Nacionalista, anunciaron su intención de personarse el lunes en la elección, aunque no con el ánimo de votar por el candidato Gül. Da lo mismo: sumando esos 90 diputados a los 341 del AKP, en la Gran Asamblea Nacional habría quórum de sobra para completar el que en abril fue polémico mínimo de 367 diputados presentes para sacar adelante la elección.




Este personaje, con una expresión beatífica curiosamente similar a la del ministro español Jesús Caldera, es en realidad Yalçın Akdoğan, consejero de Erdoğan y protagonista de una lucha de poder interna en el AKP en torno a la candidatura de Gül.





Por lo tanto, el lunes Turquía podría tener nuevo presidente y ese sería Gül, si de alguna forma lograra obtener el voto afirmativo de los 367 diputados. Caso de que no lo consiguiera, que es lo más probable, el día 28 se celebraría la tercera vuelta y en esta sólo sería necesario el respaldo de la mayoría absoluta (276 diputados).

Así que, en las últimas horas, la tensión política ha subido apreciablemente en Turquía. Para redondearla, el presidente Ahmet Necdet Sezer, se está terminando de perfilar como un personaje movido más por el resentimiento que la capacidad política real. Ni siquiera se dignó echar un vistazo a la lista del nuevo gobierno que Erdoğan le presentó el pasado jueves. Se limitó a comunicarle que sería mejor que el nuevo gobierno lo aprobara el nuevo presidente. Eso fue un golpe bajo que sólo denota rencor, un sentimiento personal impuesto a las necesidades del país, que atraviesa un momento delicado, política y económicamente, pues la bolsa turca cayó fuertemente, arrastrada por la crisis de las “subprime” que asoló los mercados internacionales la pasada semana. Turquía necesita estabilidad y capacidad de decisión, pero continuará a flote con un gobierno provisional hasta que no disponga de un nuevo presidente. Aún así, con gesto de gran señor, Erdoğan salvó la situación ante la prensa con una jugada maestra de la retórica, al afirmar que la decisión de Sezer era muy positiva porque denotaba la confianza y la buena voluntad del presidente saliente hacia el entrante.
















Y reaparece, intacto, el candidato Gül, a mediados de agosto, con la expresión habitual y rodeado de preocupados guardaespaldas


¿Cómo se atan todos estos cabos sueltos? Pongamos en marcha una hipótesis que, por supuesto, será total o parcialmente errónea, pero puede servir como herramienta de trabajo. En primer lugar debemos considerar cuál es el principal problema que tiene enfrente el gobierno de Erdoğan: no es el pobre Sezer, ni tan sólo en CHP con un tocado Baykal al frente, que ni siquiera ha intentado sacar los manifestantes a la calle, como hiciera en abril. Pura y simplemente, no puede: se quedó sin margen de maniobra para hacerlo, tras la arrasadora victoria electoral del AKP. Los manifestantes podrían gritar lo que quisieran el domingo, antes o después de ir al fútbol, pero la mayoría de los turcos ha dicho lo contrario y lo ha firmado con su voto. Erdoğan actuó con una total confianza en sí mismo, en el partido y en los votantes, y ha ganado esa batalla.

Ahora tiene otra más difícil delante y se llama Ejército turco. Una parte del problema parece haberse resuelto entre bastidores. Los americanos atendieron las reclamaciones turcas y echaron una mano contra el PKK; Al-Maliki viajó a Ankara, poniendo mucho más difícil una intervención del Ejército turco en el Norte de Irak. Agosto entra en su último tercio y comienza a ser tarde para lanzarse a una operación militar en fuerza en las complicadas montañas de Kandil; encontrarse metido allí en octubre o noviembre puede ser problemático.





Guerra virtual: interface de un proyecto informático comercial para elaborar un juego sobre el Ejército turco. Todo un símbolo de la "ofensiva congelada" o "posmoderna" en la frontera kurda de Irak



Pero hay otro frente y éste consiste en poner las cosas en claro, públicamente, con las fuerzas armadas, el Alto Estado Mayor y el Consejo de Seguridad Nacional. Entendámonos: tras el “e-golpe” del pasado 27 de abril, el Ejército no ganó el pulso; pero tampoco hubo depuración de responsabilidades en sus filas. Nadie pagó los platos rotos, no se se produjeron dimisiones ni destituciones. Llegaron las elecciones del 22 de julio, ganó el AKP, y desde el Estado Mayor volvieron a escucharse refunfuños y gruñidos. El pasado día 4, hasta un total de veintitrés militares fueron expulsados del Ejército turco por “actividades islamistas”, sin que se explicara en qué consistieron éstas ni otros detalles de procedimiento. No es ningún secreto que al Ejército no le hizo ninguna gracia la victoria electoral del AKP y además, tuvo lugar una repetición de la advertencia lanzada el 27 de abril. Pero, una vez más, nadie respondió públicamente por el gesto. Por si faltara algo, últimamente se han producido cruces de declaraciones entre el primer ministro y el general Büyükanıt, con bastante sorna y retranca por parte del uniformado, que llegó a decir que sólo dimitiría "para que subiera la Bolsa". Este tipo de actitudes tienden a poner de relieve que en Turquía existen dos poderes que compiten entre sí, lo cual es, a todos luces, impropio de un estado de derecho.

Por lo tanto, parece evidente que si el gobierno del AKP no deja bien claro quién manda realmente en el país, no podrá pasar a la siguiente fase, la que le interesa realmente: la carrera contra reloj para recuperar el tiempo perdido y reiniciar las reformas que relancen las negociaciones para la candidatura en la Unión Europea. Así, por ejemplo, si el ejército sigue practicando una política obstruccionista, será imposible desbloquear la situación en Chipre, dado que el Alto Mando no querrá dar el brazo a torcer ni un milímetro, como ya pasó en el pasado mes de diciembre. Y llegará el momento de hablar con Bruselas de OYAK, el holding económico de los militares, y estos tampoco se mostrarán flexibles. Además, hay que buscar una salida honrosa a la “ofensiva congelada” en la frontera iraquí, y siempre será más fácil hacerlo si queda claro que quien da las órdenes es el ejecutivo, civil, y las fuerzas armadas obedecen, como en cualquier régimen democrático que se precie.

















Distinto del MIT, o servicio de inteligencia turco. La efigie de Atatürk tiene todo el protagonismo en la chapa, pero queda por ver qué papel está jugando el servicio en el elaborado pulso político que mantiene el gobierno del AKP con el Ejército




Pero sobre todo, lo que no puede hacer un gobierno es ceder a las presiones y chantajes, porque si lo hace, no podrá desempeñar su labor, que es gobernar; y menos aún en las actuales circunstancias, en las que ese mismo gobierno está pasando un meticuloso examen, con reválida incluida, ante la Unión Europea. Por lo tanto, Erdoğan tiene que meterse a los militares en el bolsillo, pero sin humillarlos: como se quiera, pero una versión suave del españolísimo trágala. E imponiendo a Gül en la presidencia, el mensaje es claro: la voz de las urnas ha hablado y si una amplia mayoría del electorado ha votado por el AKP, y no por el MHP o el CHP, eso quiere decir que hubieran votado en la misma proporción por el candidato presidencial del AKP; y ante eso no valen rezongues, ni sorna, ni artimañas legales ni movilizaciones demagógicas.

Con todo, quedan por aclarar algunos puntos. Uno, muy interesante, que tardaremos mucho en conocer, es el papel del MIT, es decir, los servicios de inteligencia del estado turco. Como se sabe, en todas las instituciones dedicadas a gestionar la información sensible del estado, sea cual sea el país, siempre suele existir un grupito de mandos que ve venir las nuevas situaciones. Y echa una mano para que la transición se produzca de la forma más adecuada; lo que quiere decir que ellos mismos y una parte significativa de las estructuras del servicio quedan a salvo, listas para servir al nuevo patrón. No sabemos qué forma toma esto en Turquía, pero sería muy extraño que algunos mandos del MIT no estuvieran a favor de evitar que la situación del nuevo gobierno del AKP se deteriorara. Eso al margen de las antipatías que esté concitando el polémico general Büyükanıt al frente del Estado Mayor, que las rivalidades corporativas no perdonan.


Devlet Bahçeli, ante la bandera de su partido. No insulta a nadie: ejecuta con los dedos el signo del lobo, animal ligado a los orígenes míticos del pueblo turco y símbolo de la ultraderecha nacionalista




También queda por dilucidar, y esto parece más sencillo, esa curiosa actitud dialogante y hasta conciliadora del ultranacionalista MHP, que incluso podría contribuir a la elección de Gül el próximo lunes. ¿De qué va la cosa? De momento, no parece existir una respuesta clara. Posiblemente revela que Devlet Bahçeli (Devlet, nombre de pila muy apropiado en este caso, porque en turco significa “Estado”) por el hecho de ser el líder de la ultraderecha no ha de ser necesariamente tonto; o al menos no tanto como Deniz Baykal, cabeza visible del CHP. Sabe que empeñarse en estrategias como la de abril ya no lleva a ningún sitio, sólo al descrédito político. Ahora hay que pasar página, y lo cierto es que la filosofía de oponerse a un presidente y un gobierno con cara y ojos puede ser más rentable que jugar al “cuanto mejor, peor” que viene practicando Baykal y su CHP, apoyados por determinadas personalidades de la alta clase media laica y funcionarial de Turquía, que detentan posiciones de poder en la alta judicatura o las fuerzas armadas del país. Eso, al margen de que Erdoğan no haya estado ofreciendo alguna forma discreta y limitada de reparto del pastel lo que, bien mirado y dadas las circunstancias, sería una jugada astuta.

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