sábado, julio 21, 2007

Comics y guerras de secesión yugoslavas (2)





Periodistas norteamericanos buscando una exclusiva sonora en Pale, según Joe Sacco, que se autorretrata en el asiento trasero.










Para entender buena parte de los argumentos e incluso iconografías desplegas en los comics referidos a las guerras de secesión yugoslavas, es importante considerar cómo evolucionó la cobertura mediática de los principales conflictos y crisis políticas acaecidas antes, durante y tras la caída del Muro en 1989. El presente post y el que lo continuará están extraidos de la obra de Francisco Veiga, La trampa balcánica, Ed. Grijalbo, Barcelona, 2002 (2ª edición), pags. 419-433



2a - 1989-1995: evolución de la imágenes e iconografía bélicas en los medias. Primera parte

En 1968, la guerra del Vietnam dió un vuelco desfavorable para los norteamericanos cuando las tropas comunistas lanzaron la llamada ofensiva del Têt. Ante el ataque de las fuerzas del Vietcong contra la Embajada norteamericana en Saigón, Walter Cronkite, el respetado y distinguido reportero de la CBS News exclamó ante las cámaras: "¿Qué diablos está pasando? Pensaba que estábamos ganando la guerra?" Hoy se sabe que efectivamente, los norteamericanos estaban venciendo, que lograron rechazar con éxito las tropas comunistas y que desde el punto de vista estratégico la ofensiva del Têt fue un error del alto mando norvietnamita. Pero el impacto de la apreciación negativa que ofrecieron los medios de comunicación norteamericanos, en especial la televisión, hicieron bajar drásticamente la moral de los norteamericanos y prepararon la retirada de sus tropas del escenario bélico. Las célebres imágenes de la ejecución sumaria de un sospechoso llevada a cabo personalmente por el Jefe de la Policía sudvietnamita, tomadas por Eddie Adams en 1968, se convirtieron en bandera de los que consideraban un error la implicación norteamericana en aquella guerra en asociación con las autoridades de Vietnam del Sur, capaces de cometer aquellas atrocidades.


La célebre y trágica fotografía de Eddie Adams sobre la ejecución de un prisionero durante la Ofensiva del Tet, Saigón, 1968


La guerra del Vietnam fue la primera contienda televisada en directo, a lo que ayudaron los nuevos equipos de televisión portátiles que por entonces ya utilizaban los reporteros. Cualquier historiador que intente analizar ese conflicto deberá considerar el papel que tuvieron en él los medios de comunicación audiovisuales. El análisis de las crisis balcánicas de fines del siglo XX requiere el mismo esfuerzo o, como mínimo, no desdeñar el factor televisivo que desde comienzos de los años noventa estaba viviendo un enorme salto adelante tecnológico

La primera señal fueron los acontecimientos de Pekín, en la primavera de 1989. Después de un mes de ocupación multitudinaria de la Plaza de Tiananmen, el Ejército terminó brutalmente con la protesta el 4 de junio, causando numerosas víctimas. Sin embargo, a pesar de los cambios en la cúpula del Partido Comunista y de la represión ejercida por las autoridades, la televisión occidental siguió transmitiendo imágenes. El gobierno chino no podía impedirlo, porque bastaba con un pequeño equipo situado en una terraza para emitir sin necesidad de autorización política ni tan siquiera electricidad. Con sus nuevas capacidades tecnológicas la televisión había adquirido una autonomía total para transmitir en directo y al instante, con eso se convirtió en el medio dominante, tomó el poder.















Potente icono mediático: un estudiante chino detiene una columna de tanques en Pekin, durante los incidentes que rodearon el aplastamiento de la protesta en la Plaza Tiananmen, junio de 1989. Hubiera sido difícil distribuir una escena así desde un país comunsita si no hubiera existido el equipo portátil de transmisión vía satélite.

En pocos meses las cosas fueron rápidamente más allá. En diciembre cayó el Muro de Berlín y empezó la vertiginosa descomposición del bloque comunista. En ese acontecimiento trascendental, la televisión tuvo un papel determinante. A las 18,57 horas del 9 de noviembre de 1989 Günter Schabowski, miembro del buró político del Partido Comunista de la República Democrática Alemana (SED), y jefe del distrito de Berlín, mantenía una conferencia de prensa retransmitida en directo por televisión. Como por casualidad, informalmente, comentó que se habían dado órdenes a las autoridades para la concesión de visados de salida hacia la República Federal de Alemania. Esa especie de despreocupada confidencia ante las cámaras lanzó a la masa contra el Muro, y terminó desbordando a la policía fronteriza.

A continuación, la televisión fue protagonista de primera fila en la caída del Muro de Berlín. También tuvo un papel muy relevante en la "revolución de terciopelo" en Praga, y en la preparación del cambio de régimen en Bulgaria, a finales de octubre. El trepidante otoño del 1989 hizo concebir a los comunicólogos excitantes esperanzas sobre el nuevo papel de los "medias". La televisión vibraba de júbilo con su nuevo poder tecnológico aplicado a acontecimientos de enorme trascendencia. Ya no estaba al servicio de la aburrida guerra de trincheras ideológicas entre los dos bloques, con sus secuelas de acontecimientos previsibles. La guerra fría se estaba descongelando y allí estaban los periodistas con sus nuevas y espectaculares capacidades tecnologías bajo el brazo, no sólo para informar, sino incluso para intervenir en base a la ecuación: "Cámaras que circulan libremente igual a democracia total
".

















El Muro de Berlín, a la mañana siguiente de su caída, 10 de noviembe de 1989. Fue el momento álgido en la creencia de que los medios de comunicación podían liderar la "oleada democratizadora"


En diciembre, cayó Ceauşescu y los Balcanes entraron en escena. Circunstancias diversas hicieron que fuera la primera revolución rodada en directo, y con los estudios de televisión como objetivo central de la lucha. Las imprevisiones de la televisión dictatorial rumana, unidas a la decisiva participación de revolucionarios provistos de cámaras de vídeo domésticas dispuestos a filmarlo todo, acumularon horas de grabaciones. Luego llegaron los equipos de la televisión occidental, y por si faltaba algo, las nuevas autoridades incluso registraron el juicio contra el tirano. Todo aquello fue muy impactante, pero cuando terminaron los disparos, nadie había entendido nada. Los televidentes pudieron comprobar algo que sabe cualquier participante en una revolución: el testimonio en directo, por si mismo, no aclara nada. Dicho en términos de teoría de la comunicación, asistir como telespectador a lo que ocurre no implica necesariamente informarse. Algunos periodistas se tomaron muy mal la experiencia. Michel Castex, director del equipo de periodistas de la Agencia France-Presse encargados de cubrir la revolución rumana, escribió una obra titulada: Una mentira grande como el siglo. Tratando con vitriolo a los rumanos y su revolución, Castex redactó un centenar de páginas destinadas a exorcizar su propia frustración. Lo cierto es que durante mucho tiempo, la prensa francesa se refería al fenómeno rumano como "le dérápage des médias". La expresión era afortunada: la máquina informativa había ido demasiado deprisa y al tomar la curva de la revolución rumana, había derrapado.

Las crisis políticas que siguieron no aclararon nada sobre la nueva lógica del país. Tampoco las noticias que llegaban sobre los disturbios del Cáucaso aportaban mucho alivio. La lucha por la independencia de los nacionalismos bálticos era todavía bastante incierta, y demasiado progresiva. Pero en agosto comenzó la crisis de Kuwait, y un nuevo horizonte se abrió ante las cadenas informativas. Guerra en el desierto, la sombra de un choque petrolífero, el equilibrio ecológico del mundo en peligro, las armas químico-bacteriológicas, la amenaza de un nuevo Vietnam para los norteamericanos. Y todo en directo, con la mejor tecnología informativa disponible. Eso era muy prometedor, pero más todavía las posibilidades maniqueas que presentaba el tema: buenos contra malos; el tirano Saddam contra Occidente, cristianismo contra Islam, sofisticado armamento occidental contra soviético.















Restos de un carro de combate iraquí ante pozos de petróleo ardiendo, Kuwait, febrero de 1991. Esta escena fue reiteradamente fotografiada desde diversas perspectivas. La Guerra del Golfo fue un conflicto que defraudó en su rentabilidad mediática


Todas las esperanzas se hundieron a partir del 17 de enero de 1991, cuando comenzó la Operación Tormenta del Desierto. La censura militar hizo imposible volver a obtener los "directos" de Vietnam. Más de un informador, seco de imágenes, recurrió al truco. Eso se había hecho en todas las guerras desde que existen medios gráficos, y se siguió haciendo en Yugoslavia. Pero en 1991 esas prácticas eran un desdoro intolerable en un contexto informativo que se jactaba de poder transmitir cualquier acontecimiento al segundo, sin trampa ni cartón. Además, no toda la culpa era de la censura militar. En clave de espectáculo las características de la contienda no daban mucho de sí ¿Cómo puede un reportero filmar un arma inteligente en acción? La única posibilidad era aceptar lo que ofrecían los mismos militares, pero pronto esto resultó bien monótono. Y la guerra en el desierto tampoco tenía un buen formato televisivo: enormes espacios en los que se dispersaban hombres y material. Ni siquiera lo que se permitía grabar era demasiado vistoso: un cañón aquí, un tanque allá, una lejana explosión. Nada que diera una justa imagen del gigantismo de la acción. Muchas filmaciones de la Primera Guerra Mundial, en rancio blanco y negro, superaban en espectacularidad a lo recogido en la Guerra del Golfo.

Algún que otro corresponsal radiofónico y televisivo logró transmitir emociones en directo, presentando sus experiencias personales. Lo mismo ocurrió con unos pocos reporteros de prensa escrita quienes, añadiendo a veces una cierta imaginación, intentaron llenar los huecos del fallido espectáculo. Pero en líneas generales, la información "colgó" de unas cámaras televisivas que fueron relegadas del centro de la acción. La frustración que produjo esta contienda entre los medios informativos, aún se palpa de vez en cuando en los espacios de opinión de los periódicos y en interminables análisis que han intentado poner de relieve la existencia de una conspiración mediática supuestamente orquestada por los norteamericanos. Incluso un comentarista filosófico como Baudrillard intentó una sarcástica teorización argumentando que "la Guerra del Golfo no tuvo lugar". Tales obsesiones de los medios de comunicación se pusieron en evidencia de manera esperpéntica en la masiva cobertura audiovisual del desembarco militar norteamericanas en Somalia, en diciembre de 1992.













SEALs norteamericanos desembarcan en Somalia, diciembre de 1992 (Operación "Restore Hope"). Los medios de comunicación occidentales se adelantaron a los soldados y los esperaron tranquilamente en las playas, filmando en directo la operación con focos y flashes

Con todo, la guerra del Golfo contribuyó decisivamente a hacer triunfar un argumento peligroso por lo que tenía de falaz. La idea era la siguiente: el final de la guerra fría había supuesto el triunfo del Bien absoluto sobre el Mal absoluto. Por tanto, de ahora en adelante habría de reinar un nuevo orden internacional que sería expresión de esa victoria. Antes de la Guerra del Golfo muchos intelectuales y pacifistas protestaron contra el recurso a la violencia para solucionar la crisis de Kuwait. La guerra, con sus fulgurantes resultados, acalló todas las protestas. Había triunfado el Bien, lo cual era la demostración aplastante de la bondad inherente al nuevo sistema. En realidad, esa manera de enfocar las cosas provenía de los mecanismos maniqueos que imponen los medios de comunicación audiovisuales. Las noticias deben ser breves, los acontecimientos tienen que ser fáciles de explicar, todo ha de estar meridianamente claro. Luego, cualquier conflicto es una lucha de buenos contra malos. Pronto se vería qué impresionante proporción de intelectuales contestatarios occidentales fueron convertidos a esa lógica por la fuerza de los medios de comunicación. La realidad era, sin embargo, muy otra. En los EEUU, la victoria en el Golfo había sido demasiado fulgurante para terminar con los fantasmas de Vietnam.

Sin embargo, una nueva contienda llegó sin esperar. En junio de ese mismo 1991, estallaron las hostilidades en Yugoslavia, y durante unos meses, imágenes cada vez más estremecedoras fueron llenando las pantallas de los televisores, a la vez que ocupaban columnas de emocionados artículos en los periódicos. Era una guerra de gran impacto. Transcurría en Europa, en un escenario de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, era posible presentarla como una batalla no terminada de ese conflicto: los viejos odios habían renacido como si tal cosa. Por otra parte, calmaba un poco el "morbo" de una Tercera Guerra Mundial que no se había producido, pero que muchos habían pronosticado que podía comenzar justamente ahí, en Yugoslavia. Hasta que comenzaron las hostilidades en Bosnia la guerra se presentó en muchas ocasiones como una lucha entre "serbios comunistas" y "croatas demócratas". Incluso mucho después, Plantu, el popular caricaturista del diario "Le Monde", siguió representando a los milicianos serbios con una estrella roja en la gorra.



















Viñeta de Plantu, publicada en "Le Monde" el 6 de febrero de 1994. Como se puede observar, representa a unos soldados del Ejército de la República Srpska uniformados con un gorro similar al del Ejército Federal yugoslavo (la denominada "Titovska kapa") y la pertinente estrella roja. En realidad, la uniformidad del Ejército serbosonio huía de tales símbolos comunistas como de la peste, utilizando el escudo nacional serbio.


La guerra poseía además un excelente formato televisivo: escenarios naturales abarcables por una cámara, viejas ciudades europeas arrasadas, grupos pequeños de combatientes con uniformes abigarrados, potencialidad bélica limitada, atrocidades en directo, notable libertad informativa. Nada de ello coartaba la perpetuación a gran escala del reportaje "naturalista" ya utilizado en la Guerra del Golfo, plagado de anécdotas, descripciones de ambiente y aventuras gloriosas de los reporteros, que no aclaraban gran cosa sobre el marco general.

Así fue como semana tras semana, se emitió desde los medios de comunicación un interminable parte de guerra en el que se excluían otras noticias de interés para entender los motivos de la lucha. Hubo muy poco análisis de la vida cotidiana en la retaguardia, de las relaciones entre Croacia y Eslovenia, de las opiniones esgrimidas por los partidos políticos, de la marcha de la economía, del punto de vista de los intelectuales, de la vida en retaguardia. La tendencia a la simplificación se acentuó aún más por la abierta elección de un bando que hizo la prensa occidental. El maniqueísmo de la Guerra del Golfo se trasladó a Yugoslavia, y en este caso, croatas y eslovenos fueron los beneficiarios. Fue una elección fácil, muy ayudada por el hecho de que los serbios demostraron una actitud despechada. Como contraste, Zagreb organizó un exquisito sistema de facilidades informativas y relaciones públicas: automóviles con guías y escolta, terminales informáticos o resúmenes de prensa eran puestos a la disposición de los periodistas extranjeros. Incluso manufacturaron cigarrillos marca "Reporter" como regalo para los informadores extranjeros.
















Una mariposa se posa sobre la ceja de un pintoresco soldado serbio de Bosnia, que también exhibe un piercing y corte de pelo a la moda. Konjić, agosto de 1992; fotografía de Kamenko Pajić. Las guerras de secesión yugoslava poseían un formato mediático muy rico, que fue exprimido concienzudamente por los periodistas, generando una extensa iconografía, con gran impacto entre el público


De hecho, la propaganda serbia denunció escandalizada que los croatas habían contratado una agencia de relaciones públicas norteamericana, Ruder Finn Global Public Affairs, de Washington, para modificar la imagen del conflicto, dato que las obras anti-serbias no mencionan; los proserbios, por contra, callaban que Belgrado había recurrido a la agencia británica Saatchi & Saatchi, sin obtener resultados positivos. En realidad, no era la primera contienda en que un bando recurría a tales operaciones de imagen. Durante la guerra civil de Nigeria, entre 1967 y 1970, el bando biafreño recurrió a la agencia Markpress de Ginebra para que les organizase las campañas de propaganda. Al principio se jugó la carta religiosa: los biafreños eran cristianos víctimas de los musulmanes. Pero el hecho de que entre esos atacantes hubiera también muchos cristianos, obligó a cambiar de táctica, y Markpress se centró en la imagen del "genocidio por inanición", lo que provocó una importante respuesta humanitaria a favor de los biafreños. Años después, durante la Guerra del Golfo, los kuwaitíes en el exilio contrataron a la agencia Hill and Knowlton. En este caso, la utilización de una adolescente kuwaití de quince años para comparecer ante el Congreso norteamericano como testigo de las brutalidades iraquíes terminó mal cuando se descubrió que en realidad era la hija del embajador de Kuwait ante la ONU, y que no había estado en su país desde hacía varios años. Este tipo de ejemplos terminaron por devenir clásicos en las facultades de periodismo. En la guerra de Croacia, la labor de Ruder Finn se centró en difundir informaciones exclusivas a favor de sus clientes y en organizar algunas campañas de imagen. La eficacia de esta labor se completó con el hecho de que buena parte de la información recibida en Occidente pasó a través de Viena y Budapest, capitales abiertamente favorables a los croatas. Los errores políticos de los serbios y la brutalidad de las milicias y el Ejército federal hicieron lo demás. Los bombardeos de Dubrovnik y Vukovar eran acciones de una fuerza desmesurada que hablaban por sí mismos, convenientemente reforzados por propaganda croata, que los explotó todo lo que pudo en un sentido victimista.

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