miércoles, agosto 02, 2006

Líbano 2006: Hipótesis para una masacre

Quizá la cuenta atrás comenzó el pasado 7 de junio, cuando los norteamericanos consiguieron eliminar al al-Zarqaui, el líder de al Qaeda en Irak. Significativamente, cinco días más tarde el presidente Bush se reunió con su equipo de seguridad y defensa para planificar la retirada gradual de tropas hasta mediados de 2008. Nadie se hacía ilusiones de que la muerte del terrorista jordano fuera a cambiar mucho las cosas en el invadido país árabe. Pero al menos propiciaba un buen punto de giro en un momento en el que los aliados europeos estaban ejerciendo una molesta presión sobre la Casa Blanca, poniendo en cuestión activamente la continuidad de la prisión de Guantánamo, mientras el Consejo de Europa destapaba la caja de los truenos de los vuelos clandestinos de la CIA, implicando a catorce países en el operativo clandestino. Y no sólo eso: dentro de los Estados Unidos las encuestas demostraban que la mayor parte de la población veía con buenos ojos la salida de Irak, sobre todo a partir de finales de este mismo año, teniendo en cuenta que Corea del Sur e Italia habían anunciado la retirada de sus contingentes militares, los mayores en número tras el británico y el mismo norteamericano.

7-12 de junio: Ilusiones frustradas

La vía de salida que anunciaba Bush en Irak venía también favorecida por la colaboración del nuevo gobierno iraquí presidido por el chií
Nuri al Maliki, que decía tener un plan para restablecer el control de las armas por parte del Estado y acabar con las milicias y la limpieza étnica. En parte, el plan consistía en acercarse a la comunidad sunní aprovechando la muerte de al Zarqaui, aislar a los voluntarios extranjeros y encuadrar a los grupos armados sunníes en las fuerzas de seguridad regulares del Estado iraquí. Incluso se hablaba con cierta esperanza de una conferencia para la reconciliación con fecha 22 de junio.

El nuevo primer ministro iraquí, Nuri al Maliki: al principio había un plan.



Casi al tiempo que Washington anunciaba tales preparativos, la situación comenzaba a dar un vuelco desagradable. El 10 de junio se suicidaban tres detenidos en Guantánamo. La prensa occidental trompeteó la noticia dos días más tarde y la Casa Blanca encajó mal el escándalo. Aumentó la presión contra los métodos de la administración Bush. Ese mismo día 12, la artillería israelí aniquiló casi al completo una familia palestina que pasaba el día en la playa de Gaza. La fotografía de la niña Huda corriendo y llorando por la playa junto al cadáver de su padre fue otro mal trago. Pero en aquel momento, el gran público no imaginaba que ese horror devendría cotidiano en muy poco tiempo.

Yendo un poco más allá: en Somalia triunfaba la causa del integrismo musulmán. Llegaban noticias de que las milicias de los denominados
Tribunales Islamistas habían logrado controlar buena parte del país, incluyendo la capital, Mogadiscio. Por el momento, las nuevas autoridades se esforzaban por distanciarse de al Qaeda, pero resultaba evidente que estaban edificando una nueva república regida por la Sharia. Al parecer, una buena parte de la población los apoyaba, hartos todos de los desórdenes, abusos y peleas entre los señores de la guerra locales desde 1991. Por lo tanto, más noticias adversas para Washington a mediados de junio: emergía un nuevo “estado de talibanes” y eso en el Cuerno de África, esto es, en pena ruta del petróleo, a la salida del Golfo Pérsico. En un lugar donde las fuerzas de la ONU y especialmente las de los Estados Unidos habían fracasado lamentablemente en la primera mitad de los noventa del siglo pasado.

14 de junio-11 de julio: Crece el descontrol global

Pero las cosas comenzaron a ir rematadamente mal justo en la mitad del mes de junio. Ya el día 14, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad llegó a China para participar en la cumbre de jefes de estado de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCSh), en calidad de jefe de estado de uno de los cuatro países observadores: India, Pakistán, Mongolia e Irán. En Occidente el hecho pasó relativamente desapercibido para el gran público e incluso en los medios recomunicación. Pero la OCSh posee una importancia real: había sido creada el 14 de junio de 2001 en torno a Rusia y China. Arrancaba a su vez del denominado grupo de los Cinco de Shanghai, fundado en 1996 tras la firma del Tratado para la Profundización de la Confianza Militar en las Regiones Limítrofes. Uno de los extremos más relevantes consiste en que la OCSh había nacido, muy especialmente, para para contrarrestar la influencia USA en el continente asiático.





Logo de la OCSh y mapa con los países miembros en azul y los observadores en verde: un bloque asiático homogéneo

La invitación a Ahmadineyad sentó mal en Washington. El programa nuclear iraní es una verdadera espina clavada en la Casa Blanca y su mandatario es la bestia negra de turno, ese fenómeno tan característico de la diplomacia norteamericana que en los últimos veinte años han personificado Jomeini, Gaddafi, Noriega, Milošević o Saldam Hussein. En los últimos meses, Ahmadineyad había venido reiternado que su país no detendrá su programa nuclear y defendió el derecho de poseer tecnología atómica, enfrentándose a las presiones de Washington. Los norteamericanos habín recurrido a todo tipo de amenazas, incluso militares, pero también intentaron presionar a través del Consejo de Seguridad de la ONU. Por lo tanto, cuando el iraní pidió ayuda al grupo de Shanghai para contrarrestar las “amenazas brutales” de EEUU, Donald Rumsfeld protestó airadamente. La respuesta del presidente de turno de la OCSh, el chino Zhang Deguang, respondió al Secretario de Defensa norteamericano. “Si consideráramos que [Ahmadineyad] es un patrocinador de terroristas no lo habríamos invitado”.

Ahmadineyad y Putin en Shanghai: sonrisas que hieren

En el trasfondo del acercamiento entre Teherán y Beijing, late el delicado asunto de la energía. China necesita ingentes cantidades de crudo para respaldar su crecimiento económico e Irán le cubre a la potencia asiática el 13% de su consumo. Por si fuera poco, ambos países negocian un contrato millonario para subvencionar la explotación de un rico yacimiento de gas de Yadavarán, en el Juzestán iraní, que vincula a ambos países por un periodo de 30 años. Mientras tanto, Rusia declaró ya en 2002 que tiene previsto suministrar a Irán cinco reactores nucleares durante la próxima década en virtud de un contrato que se valoraba ya por entonces en 10.000 millones de dólares. Así, no es de extrañar que Ahmadineyad fuera cordialmente recibido por los presidentes de la OCSh, Putin incluido, y que el iraní ofreciera Teherán como sede la próxima cumbre del grupo. Lógicamente, con ese panorama parecía difícil suponer que Rusia y China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, votaran a favor de sanciones contra el programa nuclear impulsado por el régimen iraní. ”En este contexto, ¿es realmente posible evitar la intervención militar estadounidense en Irán?” –se pregunta Sobren Kern, un investigador de la Fundación Elcano en un reciente análisis.


Por si eso no fuera suficiente, la reunión del OCSh parecía estar desmantelando piezas enteras del nuevo tinglado diplomático norteamericano. Washington demuestra una actitud muy desconfiada ante China y su agresiva política comercial para asegurarse con una cuota creciente de suministros de crudo. Y eso ocurre en un mundo en el que los Estados Unidos dependen cada vez más del petróleo. Es por ello por lo que la administración Bush estuvo trabajando para hacer de la india una potencia militar y un nuevo aliado frente a China. Por ello, en julio de 2005 la Casa Blanca aplicó uno de los habituales y aparatosos dobles raseros que gusta de exhibir y se empeñó en respaldar el programa nuclear indio, saltándose la política de no proliferación nuclear que intenta aplicar a Irán. Pero en la reunión de la OCSh la India acudió en plena mejora de relaciones con China, por primera vez desde la guerra fronteriza de 1962. Y dado que Pakistán estaba irritado por los gestos de respaldo nuclear norteamericano a la India, pidió también ser incluido como miembro de pleno derecho en el Grupo de Shanghai.


A las puertas ya de un verano no apto para presidentes norteamericanos cardiacos, se abrió paso a codazos Corea del Norte para anunciar que pensaba realizar pruebas de lanzamiento del nuevo misil intercontinental Taepodong-2 con capacidad nuclear. Por lo tanto, a lo largo de la segunda mitad de junio, la administración Bush realizó serias advertencias a Pyongyang para que desistiera de su particular programa de rearme nuclear. Los norteamericanos evitaron las amenazas de intervención militar, por lo que esa actitud comedida corroboraba la advertencia que en su día hizo Noam Chomsky: Washington nunca plantearía intervenciones militares ni derechos de ingerencia en países dotados de armamento nuclear. Por lo tanto, lo que ocurrió con Corea del Norte no hizo sino redoblar la determinación iraní. Paradójicamente, Pyongyang no pudo hacer toda la presión que deseaba sobre Washington porque la crisis del Líbano llevó a un plano secundario sus maniobras. La
última noticia que se tiene de sus operísticos esfuerzos es que a finales de julio había logrado frustrar la cumbre de países asiáticos (ASEAN) celebrada en Kuala Lumpur (Malasia).

Y cosas del doble rasero norteamericano: el 9 de julio la India probó por su cuenta un misil nuclear intercontinental, con todas las bendiciones de la comunidad internacional, menos la de Pakistán, lógicamente. Casualidad o no, dos días más tarde se perpetraba un espantoso atentado en la red del
ferrocarril de Bombay. El hecho de que la fecha fuera un día 11 enseguida hizo pensar en Nueva York, Madrid y al Qaeda. Pero de momento, la policía india no ha encontrado evidencias claras de que haya una conexión significativa, y si más bien que el escenario tiene más que ver con el conflicto hindú-musulmán. Colofón: hacia finales de julio saltaba la noticia de que Pakistán construía una nueva central de plutonio que hipotéticamente le permitirían fabricar a esa potencia islámica unas 50 bombas nucleares al año.


Tasnim Aslam, portavoz de Asuntos Exteriores del gobierno pakistaní: más plutonio, más bombas

Los primeros días de julio fueron ya los del creciente descontrol: en Irak alcanzaba su climax la campaña de atentados indiscriminados de las milicias chiíes contra la población sunní, con la matanza de “decenas de civiles” sólo el día 9. Pero las salvajadas continuaron: el 24 de julio, por ejemplo, el protagonismo del conflicto en el Líbano no pudo ocultar que dos coches bomba habían matado a 62 personas en Bagdad y Kirkuk. El 19 de julio las agencias de prensa anunciaron que en sólo dos meses habían muerto 6.000 personas en Irak. El 25 de julio, el mismo Bush reconocía la gravedad de la situación y anunciaba el despliegue de más tropas en Bagdad, pero a costa de desguarnecer otras zonas “más controladas”. Dado que estas declaraciones las hizo en compañía del primer ministro iraquí Nuri al Maliki, debe deducirse que su plan para la reconciliación está muerto y enterrado con las 6.000 víctimas del terrorismo indiscriminado.


Bush recibe al primer ministro al Maliki en la Casa Blanca: paso firme, paso débil

Afganistán parecía estar yéndose de las manos a la OTAN. Un mes antes sus tropas habían llevado a cabo una ofensiva en la que al parecer se habían liquidado decenas de guerrilleros talibanes. Pero en poco tiempo estos dieron señales de estar más vivos que muertos. A España la noticia llegó de la mano de una baja mortal en las filas del contingente desplegado en Herat. El último día de julio saltaba la noticia de que la OTAN tomaba el control de la muy conflictiva región sur del país, uno de los bastiones más intocados de los talibanes. Por lo tanto, la presencia militar de la Alianza Atlántica aumentaba hasta los 18.500 soldados sin que por ello se vea un horizonte claro de pacificación o victoria militar.

12-31 de julio: Recuperando la credibilidad como “potencia gamberra”

Pero la gota que colmó el vaso fue, posiblemente, la estrella emergente de Putin. El día 10 de julio, a un mes exacto, Moscú dio la réplica a la liquidación de al Zarqaui por los norteamericanos: los servicios de inteligencia y unidades especiales lograban sacar de en medio a
Shamil Basayev, el “Bin Laden del Cáucaso”. Los americanos no podían deplorar el hecho, porque al fin y al cabo se trataba de un peligroso fundamentalista islámico, aunque sus actividades estuvieran ligadas también a la causa nacionalista chechena. Pero ese golpe antiterrorista resaltaba la figura del mismo Putin, que pocos días después presidiría la cumbre del G-8 postulándose como nuevo líder mundial, pacificador y estabilizador de Rusia, gran potencia proveedora de energía a escala planetaria: gas y petróleo.

Y la guinda: la
“Revolución Naranja” ucraniana terminaba de mustiarse también por esas fechas: víctima de sus errores y escándalos, el gobierno perdía credibilidad y Ucrania viraba de nuevo hacia Rusia, alejándose de los proyectos occidentales. Ya el 7 de junio, la Duma rusa y el ministro de Asuntos Exteriores, Sergue Lavrov, se permitieron criticar duramente a Ucrania por su deseo de entrar en la OTAN. Por entonces, se hablaba de unas maniobras conjuntas Ucrania-EEUU en Crimea. Pero a mediados de julio, el régimen ucraniano naufragaba en nuevos escándalos cuando el presidente se negaba a designar jefe de gobierno al pro ruso Víctor Yanukovich. La coalición pro rusa dominaba el Parlamento de Kiev gracias a la defección del Partido Socialista, que dejó en minoría a la coalición naranja. La obra de la supuesta revolución se desmoronaba tras un año y medio de desastrosa gestión.

Había llegado el momento de poner en marcha un plan para recuperar credulidad internacional, y sobre todo frente a Irán y el Próximo Oriente. De camino hacia San Petersburgo, Bush se reunió con Ángela Merkel en Alemania y entre las carantoñas simpáticas destinadas a los fotógrafos de prensa lanzaron conjuntamente una seria advertencia a Irán para que dejara de lado su programa nuclear y aceptara las ofertas de la “comunidad internacional”. “No estamos de broma”, remató el presidente norteamericano.

Bush y Merkel en Stralsund, Alemania, 12 de julio: poca broma

Cierto. Dos días antes había comenzado el ataque israelí contra las posiciones de la milicia Hezbollah en el sur del Líbano. El casus belli había sido un ataque que había supuesto la muerte de varios soldados del Ejército israelí y la captura de dos de ellos. Inmediatamente, el gobierno israelí anunció represalias masivas que recibió un muy significativo nombre en clave de operación Cambio de Rumbo. Por primera vez desde la retirada de 2000, el Ejército israelí penetraba en fuerza en territorio libanés. La ofensiva implicó bombardeos extensivos y muchas indiscriminados sobre transportes, comunicaciones, infraestructuras y zonas urbanas, incluso de la misma capital libanesa, Beirut, que provocaron numerosas víctimas civiles, amén de la paralización todo el país.


El asalto israelí no tenía nada que ver con una operación militar precisa y selectiva destinada a liberar a los soldados capturados. Los bombardeos de alfombra sobre poblaciones civiles eran más propios de la doctrina militar soviética o serbia que de la tradición innovadora del Tsahal. Por parte israelí está resultando guerra bastante extraña en sus objetivos estratégicos y sobre todo, en sus más que dudosas rentabilidades políticas. El resultado es que Jerusalén ha terminado por jugar a la defensiva en ambos campos, justamente porque es un agresor sin ambiciones. O al menos, sin ambiciones propias. Porque lo cierto es que este conflicto parece una proxy war, una guerra por delegación, al servicio más de los intereses norteamericanos que israelíes. Es cierto que los ataques del Tsahal han destruido una parte de los emplazamientos de misiles de Hezbollah. Pero en realidad se trata de plataformas móviles y todo parece indicar que las milicias chiíes han recibido cantidades considerables y variadas de cohetes. Por otra parte, los expertos coinciden en afirmar que la destrucción de Hezbollah es más que improbable; y en realidad, gracias a su porfiada resistencia han revalorizado su imagen en el tablero de Oriente Próximo y más allá.

La idea de que, al menos en parte, los israelíes lidian esta guerra al servicio de una gran potencia no es nueva. Tal sucedió en 1956, cuando atacaron a las fuerzas egipcias para facilitar la recuperación del Canal de Suez por británicos y franceses: hay una notable cantidad de información sobre la denominada
“invasión del Tripartito” el denominado Protocolo de Sèvres o la Operación Mosquetero (“Todos para uno, uno para todos”, ya se sabe). Pero en ese caso, ¿qué objetivos intenta cubrir Washington con esta guerra en el sur del Líbano?

Primero, recuperar algún tipo de iniciativa en la zona de Próximo Oriente, dando a entender que ellos también pueden jugar duro y que cuentan con aliados fieles, capaces de llegar en su apoyo hasta las últimas consecuencias. Israel depende de los Estados Unidos para su supervivencia y por ello no duda en demostrarlo, como aviso contra las balandronadas del presidente Ahmadineyad, que no pierde ocasión de pronosticar el final del Estado judío.

Rice vigila a Olmert: A Brutal Friendship


Segundo: presionar a la ONU y en ella a Rusia y China como miembros del Consejo de Seguridad para que no eviten condenar a Irán. Durante casi veinte días, los israelíes han demostrado un olímpico desprecio hacia las Naciones Unidas, que incluso ha cobrado la forma de
tiro al pichón contra un puesto de observadores de esa organización (Finul) con el resultado de cuatro cascos azules muertos. Y por supuesto, los Estados Unidos han bloqueado en el Consejo de Seguridad cualquier resolución contra Israel, como pocas semanas antes hacían China y Rusia con respecto a Irán. Pero esta batalla, al menos, la ganó Washington: el 31 de julio se anunciaba que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución que marca de plazo hasta finales de agosto “para que Irán ponga fin a sus actividades nucleares bajo la amenaza de sanciones económicas y políticas”. Eso sí, “a petición de Rusia y China, el texto es más suave que otros proyectos de resolución anteriores, que amenazaban a Irán con sanciones inmediatas. La nueva propuesta pide que el Consejo celebre nuevas reuniones antes de considerar las posibles sanciones. El proyecto ha sido aprobado por 14 votos a uno. Qatar, único país islámico del Consejo, votó en contra.” Esta noticia no fue portada de los diarios occidentales: apareció esquinado en páginas bien interiores. Pero era uno de los objetivos de la coalición americano-israelí. Significativamente, una vez votada la resolución, el 1º de agosto, el primer ministro Ehud Olmert anunció en un discurso que Israel estaba ganando la guerra y que “si acabara ahora, Israel habría conseguido éxitos increíbles que cambian la situación y que tendrán influencia en la región durante años”.

Sin embargo, este optimismo es, cuanto menos, dudoso. El problema está en que Washington no sabe muy bien qué hacer con Irán. La opción militar directa parece muy poco probable, sobre todo cuando aún está por solucionar el desastre que supuso la invasión de Irak. Además, un ataque en fuerza necesitaría posiblemente del recurso a las armas nucleares tácticas y eso emponzoñaría toda la región durante años –incluyendo Arabia Saudita o Turquía, por ejemplo- y por supuesto, generaría un desastre económico a escala planetaria que debilitaría también a los Estados Unidos. Paradójicamente, sólo parece contar con la diplomacia europea y con la ONU, a la que desprecia y, como se ha visto, manipula a su antojo.

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