lunes, agosto 07, 2006

La isla de hierro

Como suele ocurrir de manera natural con la mayor parte de los filmes, “La isla de hierro” contiene varias lecturas derivadas de una principal, aquella sobre la que gira el argumento. La crítica tiende a resaltar sólo una: o bien se conforma con la más evidente o tira por vericuetos interpretativos supuestamente ingeniosos. Pero puede ser muy posible que estén presentes en el film todos ellos y alguno más.

“La isla de hierro” (2005) es la segunda obra del director Mohammad Rasoulof, estrenada hace pocos días en “Verdi Park”, que parece haberse convertido en el destino final de las películas turcas e iraníes que llegan a Barcelona. Narra la vida de una comunidad de familias desplazadas y outsiders de todo tipo que residen en un enorme petrolero en alta mar, en pleno Golfo Pérsico, varado ante las costas iraníes. Toda esa sociedad en miniatura está gobernada, encuadrada, atendida y exprimida por el astuto “capitán” Nemat, cuyo nombre, tratándose de cosa marina y de ínfulas de mando, parece una clara alusión al capitán Nemo de Julio Verne.

El personaje de Nemat [imagen] lo interpreta magistralmente uno de los mejores actores iraníes, Ali Nasirian (definido como el Paco Rabal iraní, por un crítico español apresurado) y es realmente el epicentro de la historia. El capitán ha ideado el sistema de alquiler pagadero en trabajo. Y la actividad económica principal de toda esa masa de gente consiste en desmontar pieza a pieza el propio buque que les sirve de vivienda para venderlo como chatarra. Además, en un momento climático del film, los “inquilinos” logran también extraer los restos del combustible que transportaba el petrolero en sus depósitos, que jóvenes y niños llevarán a nado hasta la costa empujando como pueden los bidones flotantes.

No hay nada enteramente nuevo en el trasfondo de este argumento que en realidad forma parte de un género cinematográfico que se podría denominar “de vecindario”: microcosmos social aislado o acorralado y dirigido por un líder paternalista e ingenioso que salva a la comunidad. El mejor ejemplo reciente es el film colombiano “La estrategia del caracol” (Sergio Cabrera, 1994) pero recuerdo haber visto otro similar en la filmografía española de los cincuenta. En realidad, el trasfondo argumental puede hacerse extensivo a un pueblo aislado y tenemos dos obras de Luís García Berlanga: “Los jueves, milagro” (1957) y “Bienvenido Míster Marshall” (1952) o ese remake bosnio que es la excelente película de Pjer Žalica, “Gori Vatra” (2004).

Pero en “La isla de hierro” también se explora el fenómeno social del liderazgo: por qué unos mandan y otros obedecen. Ese tema no es nuevo en absoluto en la historia del cine (recuerdo con cariño
“Trabajo clandestino” -1982- de Jerzy Skolimowsky, con un Jeremy Irons que bordaba su papel). Pero en este film iraní el asunto posee una gracia especial por dos razones. Primero, porque el director recurre a un estilo casi de reportaje a la hora de rodar “la comunidad”, que en sus propias palabras es el personaje principal del film: “Un enorme grupo limitado, confinado, presa de reglas muy arbitrarias. Por eso rehuí un acercamiento sentimental o psicológico y no quise realzar a un habitante del barco más que a otro. Sobre todo me importaba describir el conjunto, no el destino de cada individuo, más bien de toda la comunidad”. Sin embargo, y curiosamente, Mohammad Rasoulof no hace ningún comentario sobre al figura del capitán Nemat. Las críticas más superficiales nos lo muestran como un aprovechado, un estafador que utiliza a la comunidad en su provecho. Sin embargo, las cosas son más complejas: él mismo vive frugalmente, está inmerso en la comunidad a la que dirige, se interesa por los pequeños problemas cotidianos de unos y otros. Y al final, cuando el espectador cree que va a dejar tirados a todos en el desierto, reaparece y se los lleva detrás, en pos de su proyecto más loco. La cámara enfoca entonces las pertenencias de los desgraciados, abandonadas bajo el sol: el capitán los tiene, literalmente, hipnotizados.

Único contacto con el mundo exterior: un móvil. Contabilidad: ventanilla anexa

Parece evidente que el magnetismo de Nemat sobre la comunidad es lo que de verdad le interesa a Mohammad Rasoulof, aunque no pueda admitirlo abiertamente, porque es un tema perverso y hasta políticamente peligroso para un país como Irán. De ahí la importancia que el film y el mismo director conceden al “niño pez”, que es la imagen de la libertad, el único que no está sometido a la tiranía de Nemat. En realidad tampoco lo está el viejo que pasa las horas oteando el sol, pero él es ya demasiado viejo. El crío, en el otro extremo generacional, es la esperanza, desde luego. Y con su fuga termina el film. Pero en realidad, su escapada es tan incierta y visionaria como la de todos aquellos que también siguen al capitán Nemat en sus proyectos por el desierto iraní.

¿Cabe aquí la parábola política? En el prospecto que se regala a los espectadores en la misma sala, se puede leer un comentario de Marta Barrón, en La Voz de Asturias: “Un dibujo de lo que sucede actualmente en Irán, donde el petrolero sería el país; el capitán, el poder conservador, y el profesor, uno de los personajes contestatarios, los reformistas”. Bueno, siempre estamos a tiempo de enfocar cualquier film bajo esquemas tan cuadriculados y llegar a la conclusión de que alguna película de Cantinflas podría servir de referente simbólico a la situación en México. Pero parece difícil suponer que Mohammad Rasoulof no hubiera tenido problemas en el Irán actual para estrenar un film con un mensaje tan diáfano. En realidad, si nos atenemos al papel jugado por la religión en esta obra –un asunto tan sensible para ese país- podremos entender el planteamiento lógico y real de director y guionista, que son la misma persona en “La isla de hierro”. El capitán Nemat recurre a la religión cotidianamente: utiliza la “piedad social” en su trato con los ocupantes del barco, mantiene las formas morales en todo momento, lleva a los desalojados inquilinos del barco a rezar a un mausoleo. Sería lógico pensar que el director introduce una crítica directa a la religión como opio del pueblo, como un medio más para domesticar a las ingenuos multitudes. Y sin embargo, al final entrevemos que el malparado Ahmad resuelve su cuestión sentimental con su amada gracias a que se encuentra con ella en ese mismo santuario. ¿Recurso para escapar de la censura o recuperación de la verdadera esencia religiosa?¿Encuentro casual, milagroso o preparado por el mismo capitán Nemat? En cualquier caso, el film termina sin ni siquiera una insinuación de conflicto social, como escribe un avezado crítico de
“The New Republic”.
Canibalismo: el desguace del buque y la venta de los restos de petróleo que conserva en sus depósitos son la actividad económica principal de los residentes en la isla de hierro. Los barriles se llevan a nado hasta la costa.

En definitiva: una película recomendable, entretenida y sin esa tendencia a la pedantería del tan ensalzado (y de todas formas genial) compatriota de Mohammad Rasoulof que es Abbas Kiarostami. Un buena fotografía que contrasta la oscuridad del interior del barco con la brillante luz del Golfo Pérsico y el desierto calcáreo. Y para los que estudiamos turco, una divertida ocasión de reconocer aquí y allá palabras sueltas del farsi: düşman, düniya

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