viernes, julio 21, 2006

Perro come perro

Cena en casa de unos amigos: blue collars liberales, con destacado poder adquisitivo. En un momento dado aparece en la la charla el tema de las profesiones. Poco antes y por casualidad, mientras conducía de camino hacia el domicilio donde me habían invitado, pude escuchar en la radio del coche un informativo según el cual, en una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) las profesiones más valoradas por los españoles son las de médico, enfermero y profesor. En el otro extremo, las peor consideradas resultan ser las de militar, abogado y periodista.

El asunto de la encuesta sale a relucir en la mesa y uno de los comensales argumenta: “Supongo que los malos resultados que se han llevado los periodistas son debidos a su incapacidad para ser imparciales”. En realidad hay una pregunta implícita y la recojo, dado que he trabajado como periodista free lance y he impartido clases en una facultad de Ciencias de la Comunicación durante dos décadas. Intento explicarle al amigo qué es eso que en la CIA denominaban el “síndrome de Bahía de Cochinos”: cómo el informante (sea espía o periodista) termina viéndose compelido a escoger el material informativo que le interesa a sus jefes o a la línea editorial de su medio de comunicación y no lo que realmente ocurre o es de más interés. Es evidente que al periodista o informante le puede ir el empleo en ello y al final incluso acaba por aplicarse una autocensura automática. El nombre de ese fenómeno, tal como se dice que lo utilizó la inteligencia norteamericana, hace referencia a la fracasada invasión de Cuba en 1961. Durante meses, los agentes norteamericanos en la isla estuvieron enviado falsos informes sobre el sentimiento anticastrista de la población, presionados por sus mandos en Langley, que simplemente, no querían leer información contraria a lo que deseaban creer. También le explico a mi interlocutor que la información noticiable es un puro producto sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, y por ello tiene un valor de compra y venta. Este tipo de digresiones suele poner muy nerviosos a los estudiantes de Periodismo, pero Carlos, que es un hombre de mediana edad, montador de sistemas de aire acondicionado industriales, lo entiende perfectamente.

Al regresar a casa recuerdo que el libro de
Jorge M. Reverte, Perro come perro. Guía para leer los periódicos (Barcelona, 2002) comienza de forma muy parecida a cómo planteó Carlos su pregunta sobre los periodistas. El autor va en un taxi y el conductor le espeta: “Hay que ver cómo mienten los periódicos”. Tomo el libro y casualmente se abre por las páginas adecuadas, desde las que Reverte le podría haber explicado a Carlos con total precisión lo que yo hice dando muchas vueltas. Aunque este blog no está dedicado a reproducir textos ya editados –vale la pena que el lector se compre el libro, no tiene desperdicio- siempre hay algunas excepciones, y ésta es una de ellas:

Amor a la verdad (extracto de Perro come perro, de Jorge M. Reverte, pags. 16-17)

“Conviene aquí hacer un pequeño entretenimiento: ¿Los periodistas tienen que ser unos santos guiados sólo por el amor a la verdad? Si se pregunta a los estudiantes de Periodismo ninguno de ellos dirá, como le pasaría a uno de Empresariales, que su aspiración mayor sea la de hacerse rico en el desempeño de sus funciones. El noventa por ciento dirán que quieren ser corresponsales de guerra, tentación que se quita con los años, pero todos defenderán el amor a la verdad y la capacidad de influencia en la opinión pública como dos de sus principales motivaciones.

¿Qué sucede para que tantos de esos ardorosos apóstoles de la verdad puedan llegar a convertirse en perezosos practicantes de la información rutinaria, no contrastada o domesticada? Las malas condiciones de trabajo, la escasa implantación sindical en los medios, la fortaleza de los intereses corporativos, el miedo a enfrentarse con los poderes internos de las empresas o con los externos (la violencia terrorista o el gangsterismo económico, por ejemplo)… hay muchas posibles razones. Pero posiblemente la más devastadora de todas es una que está ligada a la concepción empresarial de los medios en que trabajan: la buena marcha de un periódico se centra cada vez más en la demanda, es decir, en la capacidad para interpretar los deseos del público como elemento que desplaza al impulso de contar bien la realidad y proporcionar los elementos necesarios para su análisis. Este desplazamiento del interés de los medios hacia la demanda altera de una manera profunda el oficio del periodista. Los mandos de los periódicos comienzan a ver parte de su retribución convertida en bonus cuya magnitud depende de parámetros como, por ejemplo, los recortes de gastos ¿Dónde queda el impulso de fabricar información de calidad cuando se aplica a la prensa el mismo sistema de incentivos que a una empresa de producción de bolsas de plástico?”

Colofón: esta mañana compré un par de diarios: “La Vanguardia” y “El País”. Sintiéndolo mucho, necesitaba el tercer euro para otros menesteres. En cambio, me hice con el gratuito “Metro”. Compruebo que los plumillas se han tomado a mal los resultados del Barómetro del CIS. “La Vanguardia” hace referencia a los datos de la encuesta en un pequeño recuadro en página 27, primera de Sociedad, en el cuerpo de una extensa crónica dedicada a explicar que “Medicina ya es la carrera más solicitada”, un estudio sobre las preferencias actuales de los estudiantes preinscritos.

En “El País” llevan el asunto a la contra y Andrea Rizzi se encarga de escaquear en la medida de lo posible los malos resultados que obtiene la figura periodística. En la jerga de la profesión, a esta práctica se le denomina “vestir” la pieza. Comienza con un alegre y desenfadado titular. “¡Hazte médico, hijo!”. Luego se centra en explicar los resultados referidos a militares, escritores y médicos. Cuando ya no queda más remedio, “en la cola de la lista de los más valorados, los militares están acompañados de los periodistas” -escribe. Entonces entrevista a Fernando González Urbaneja, presidente de la Federación Española de Asociaciones de Prensa y éste echa un cable: “Es evidente que la profesión ha perdido unos grados [sic] de credibilidad y prestigio durante los últimos diez años. Eso se debe al rechazo de la opinión pública, a la falta de sentido crítico y al excesivo alineamiento político de muchos periodistas” así como “al rechazo a cierto periodismo ligero en televisión. Que se vea mucho no significa que se aprecie”. Finalmente, según la periodista, el entrevistado subraya que “las facultades de periodismo están entre las más requeridas”.

Para concluir, Andrea Rizzi hace una referencia a los resultados “entre cabeza y cola” de la encuesta, donde “se valora más la profesión de albañil que la de juez; los fontaneros adelantan a los abogados, y los informáticos ganan sobre los empresarios. Los enfermeros se quedan con la plaza de honor justo detrás de los médicos”. Ahí queda eso. Ya se sabe: la opinión pública no existe o no es fiable si no la capta el periodista con sus finas antenas particulares. Y por si acaso, Rizzi no dice ni media sobre los profesores, que comparten el top hit de la lista con médicos y enfermeros. No sea que la encuesta vaya a tener coherencia y todo.

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