domingo, noviembre 08, 2009

Una guerra olvidada [A forgotten war]






















A pesar de la ayuda mediática, voluntariosa pero ineficaz, el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia volvió a demostrar su desgaste como institución que pertenece ya a un New World Order periclitado. A la espera de que se reanude el juicio contra Radovan Karadzic y que se resuelva algún día la misteriosa desaparición del general Ratko Mladic, podemos ir refrescando la memoria sobre aspectos voluntariamente olvidados de la guerra de Bosnia, que, como una muñeca rusa, contuvo otros conflictos en su seno.

Para ello se recomienda la lectura del libro de Charles R. Shrader: The Muslim-Croat Civil War in Central Bosnia. A Military History, 1992-1994 (Texas A & M University Press, 2003). Se trata de una obra con datos muy detallados sobre la particular guerra que mantuvieron musulmanes y croatas dentro del marco de la guerra de Bosnia. El autor describe con precisión las unidades militares participantes en ese conflicto, las batallas y efectos sobre la población civil. La conclusión es clara:

"Los únicos combatientes extranjeros introducidos en Bosnia central eran los muyahidines radicales de varios países invitados por el gobierno musulmán Alija Izetbegovic.

De hecho, las pruebas disponibles, en su conjunto, muestran claramente que la fuerza del gobierno dirigido por musulmanes de Bosnia-Herzegovina fueron los agresores en la guerra civil musulmana-croata de noviembre de 1992 a marzo de 1994 (...) Por su fracaso para controlar, los elementos radicales, o incluso condenarlos públicamente, los líderes musulmanes políticos y militares de la República de Bosnia y Herzegovina tienen una gran culpa que, con pocas excepciones, todavía están llamados a expiar ante la comunidad internacional de naciones "(pp. 161-162)


Despite the media assistance, willful but ineffective, the International Criminal Tribunal for the former Yugoslavia once again demonstrated its wear as an institution that already belongs to an outdated New World Order. Pending the resumption of the trial of Radovan Karadzic and while hope to solve the mysterious disappearance of Gen. Ratko Mladic, should be useful to recall voluntarily forgotten aspects of the Bosnian war, which, like a Russian doll, contained other conflicts within it.

You should read the book written by Charles R. Shrader: The Muslim-Croat Civil War in Central Bosnia. A Military History, 1992-1994 (Texas A & M University Press, 2003). This is a work with very detailed data on the particular war that kept Muslims and Croats within the framework of the Bosnian war. The author accurately describes the military units involved in this conflict and the battles and effects on the civilian population. The conclusion is clear:

“The only foreign combatants introduced into central Bosnia were the radical mujahideen from various Muslim countries invited by Alija Izetbegovic´s government.

Indeed, the available evidence, taken as a whole, clearly shows that the force of the Muslim-led government of Bosnia-Herzegovina were the aggressors in the Muslim-Croat civil war of November, 1992-March, 1994 (…) By their failure to control, those radical elements, or even to condemn them publicly, the Muslim political and military leaders of the Republic of Bosnia-Herzegovina bear a heavy guilt that, with only a few exceptions, they have yet to be called upon to expiate before the international community of nations” (pp. 161-162)

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viernes, agosto 28, 2009

"Vals con Bashir" (Gemayel): ¿pólvora mojada?






















Cartelera del film "Vals con Bashir", ya en cualquier videoclub de barrio

Hace ya meses que en este blog estaba pendiente una reseña crítica del film de Ari Folman: Vals con Bashir, estrenado hace casi un año. Leen bien: el estreno de la polémica película israelí no fue en febrero de 2009, sino mucho antes, en junio de 2008. Lo que ocurre es que, al menos en España, pasó amplia y voluntariamente desapercibida; si me apuran, creo recordar que en septiembre se exhibió brevemente en algún oscuro cine barcelonés de arte y ensayo, antes de ser retirado en una semana. Mientras tanto, en You Tube se acumulaban los vídeos con escenas del film que se estaba proyectando en diversos países. Sólo cuando empezó a acumular premios internacionales y, sobre todo, cuando fue nominada para el Óscar, los críticos de por aquí se vieron obligados a decir algo del desconcertante film.

Y precisamente entonces, no era un buen momento para papanatismos. El ataque del Ejército israelí a Gaza había concluido pocas semanas antes, y en España, el común de los medios de comunicación y la prensa comercial, suelen tomar con pinzas las demostraciones de fuerza de los gobiernos de ese país, incluso cuando son del color de la extrema derecha. Limitarse a comentar el acontecimiento histórico que centraba Vals con Bashir, era quedarse cortos. Ampliar la crítica hasta incluir el régimen de opresión sobre la población palestina, resultaba algo más delicado, incluso peligroso. ¿Qué hacer?

Respuesta: utilizar los ingredientes que servía en bandeja el mismo director. Deseoso de no perder la oportunidad de demostrar su autoatribuido talante cool, el diario "El País" dió un paso al frente. La separata "Babelia" del 14 de febrero le dedicó una espectacular portada y dos largos artículos al fim de Folman. El resultado fue un magistral ejemplo de la idea apuntada más arriba, subrayada por un eficaz "hinchamiento de perro". José Miguel Muñoz redactó su pieza añadiendo los comentarios del director israelí como si formaran parte de una entrevista, y de ahí salía eso de que Vals con Bashir había sido creada como animación, porque le daba a Folman la libertad de incorporar imágenes oníricas y mucho subsconciente. A partir de ese momento, fue la catarata de reseñas y comentarios, modelados de forma similar con la misma pasta. Pero por efecto del esquema "boca a oido", incluso fueron incorporándose calificativos cada vez más vacíos de contenido.

Uno muy interesante: "Vals con Bashir es un film de animación documental", lo cual, visto y no visto, lo convirtió en "la primera película de animación documental que se ha hecho en la historia del cine". Pueden ecomprobarlo, como un ejemplo más, en la presentación que hizo (ya en abril) un simpático "gafapastero", el
periodista de la "Voz de Almería", Evaristo Martínez, que si no repite una docena de veces eso de que es una película de animación documental, no lo dice ninguna. Incluso la califica de "revolucionaria", término que sigue excitando enormemente al común de los lectores y espectadores, a pesar de lo mucho que ha dado de sí la palabra, a fuerza de ser usada, masticada y estirada, como un chicle.


















Chaqueta metálica, de Kubrick: una escena en Saigón. ¿Podría ser Beirut?


En realidad, Vals con Bashir no es ni de lejos el primer film de animación documental, género que cumplía 90 años justos cuando se estrenó la obra del director israelí. Pero es que, además, el film de Ari Folman no es ningún documental; precisamente, ese es un error que no cometió Juan Miguel Muñoz en su pieza de "Babelia". Si así fuera, Chaqueta metálica de Kubrick también lo sería; o Platoon de Stone; incluso Apocalypse Now, de Coppola. Vals con Bashir relata una experiencia muy subjetiva del propio Folman, contada en clave autobiográfica. Tanto, que recurre a personajes reales, amigos y compañeros, que intervienen de forma directa en la película, incluyendo sus particulares obsesiones, sentimientos y percepciones que asimilan lo imaginario a lo real. Eso no es lo propio de un reportaje ni un documental; y es, precisamente, una de las trampas centrales del film. Vayamos por partes.

En primer lugar, el argumento de Vals con Bashir y buena parte de su puesta en escena toman muchos recursos del cine y la literatura antimilitarista clásicos. Pero sobre todo, la idea de que la guerra no es en absoluto coherente con el relato al uso de la épica nacional, algo que queda subrayado en el momento central del relato, cuando el protagonista regresa de permiso y se encuentra con que en la retaguardia no entienden ni saben lo que está ocurriendo en el frente. Esa es una circunstancia clave, porque si bien la guerra es surrealista, a ojos del combatiente la retaguardia (incluyendo la familia, los amigos, el entorno social de procedencia) también se convierte en algo incomprensible. Desde ese momento, el soldado queda "capturado" por la guerra, sin una referencia redentora que le ayude a salir del atolladero. De ahí el conocido síndrome del excombatiente incomprendido y aislado, que sólo encuentra alivio en el contacto más o menos habitual con los ex camaradas de armas, tan inadaptados a la vida civil como él mismo.

Este argumento, presente ya en Sin novedad en el frente de Remarque, pero que se extiende a infinidad de obras literarias y filmes (muy bien relatado en El Desierto de los Tártaros de Buzzati) fue serializado en una buena parte de las películas sobre la guerra del Vietnam, incluyendo el subgénero de los "veteranos del Vietnam", de enorme éxito comercial desde Rambo: Acorralado, estrenada precisamente el mismo año en el que el joven Folman andaba pegando tiros por el Líbano.

Precisamente, Vals con Bashir evidencia una cierta indigestión de films sobre Vietnam, incluyendo el delicado asunto de las masacres de civiles (los americanos protagonizaron la de
My Lai); el clásico retrato de los caracteres de la escuadra de combate (el pusilánime, el héroe violento, el calculador...); los propios mandos: embrutecidos, puteros e ineficaces; el uso ciego y desproporcionado de la fuerza; el enemigo siempre emboscado (sea un charlie del Viet Cong o un fedayin de Al Fatah); la muerte a mansalva de los camaradas ("también nosotros tuvimos bajas, y muchas"); los aliados: más bestias y corruptos que el propio ejército (y culpable real de las crueldades); el papel de los medios de comunicación; y, sobre todo, la reacción de la propia sociedad de origen, incapaz de asumir lo que ha ocurrido en una guerra supuestamente ajena y lejana, en la distancia pero, sobre todo, en el tiempo, forzando todos los parámetros reales.



Fotomontaje de John Wood sobre la matanza de My Lai, 1969












Precisamente esa inspiración "vietnamita" explica la curiosa vía de escape política que obtuvo Ari Folman para su "Vals" en el mismo Israel. No deja de ser llamativo que un film antibelicista, que saca a colación el bochorno de las matanzas de Sabra y Chatila, haya contado con el entusiasta apoyo del gobierno de Ehud Olmert (tras el fiasco militar de la Segunda Guerra de Líbano), hasta el punto, según explica el mismo Folman, de haberlo enviado a "promocionar la película por todo el mundo". Pero en realidad, eso no es tan extraño. Los censores o supervisores, que casi siempre existen, por activa o por pasiva, saben que con las películas sobre la guerra del Vietnam, los norteamericanos dieron con el filón cinematografico para presentar como aceptable y hasta épica una contienda que, de hecho, y hasta ese momento, había sido el mayor fiasco militar de la historia de los Estados Unidos. La fórmula funcionó hasta tal punto que, es de temer, se perpetúe con nuevos títulos sobre las guerras de Irak y Afganistán, tal como están dando a entender toda una serie de films serie B sobre esos conflictos y series televisivas tales como Over There o Generation Kill.

Al fin y al cabo, Vals con Bashir juega al límite, pero no llega hasta el fondo. Es un film exculpatorio. Ni el protagonista, ni el periodista Ron Ben-Yishai, explican en Vals con Bashir quién tomó la decisión de dejar que los falangistas cristiano-libaneses entraran en los campos, a sabiendas de que se iban a vengar tras el asesinato de su líder, Bashir Gemayel. Los mandos militares y soldados que entrevistan en el film tanto el cineasta como el periodista, ven lo que ocurre o tienen noticias de ello, pero son combatientes de primera línea; y en un ejército como el israelí, con sus servicios de inteligencia a todos los niveles, parece evidente que la masacre no fue un hecho fortuito. De hecho, se sabe que tanto el ministro de Defensa, Ariel Sharon, como el entonces Jefe del Estado Mayor israelí, Raful Eitan, mantuvieron reuniones con los jefes de las micilias cristianas para coordinar la operación. Las masacres duraron tres días y durante sus noches, los soldados israelíes lanzaban bengalas para iluminar los campos y facilitar la tarea a los falangistas.

El ahora cineasta Ari Folman era por entonces uno de los soldados que lanzaba bengalas, de ahí sus remordimientos. Pero su amigo, el sicólogo Ori, juega un papel central como gran exculpador, todo a lo largo del film. En la primera entrevista, le sugiere que pudo no haber estado en la masacre de los campos, una simple jugada de la memoria. Al final del relato, cuando queda claro que así había estado, Ori le saca todo el hierro que puede al asunto: el sentimiento de culpa de Folman está relacionado con el paralelismo que inconscientemente (y parece que, erróneamente) hace con las matanzas en los campos de exterminio nazis. Ori, insiste: Ari Folman sólo lanzaba bengalas, no estaba llevando a cabo las masacres.













Ari Folman se representa a sí mismo como un joven soldado que lanza bengalas para iluminar los campos de refugiados palestinos, mientras los falangistas cristianos libaneses, cumplen su macabra tarea

Por lo demás, el cineasta dibuja una estampa más que equívoca de la sociedad israelí y su papel en la evolución política (y en las campañas militares) del país. Los soldados son unos pobres chicos que no se enteran de nada; la guerra no tiene glamour y parece que se hace "a pesar de". Los israelíes no encuentran interes ni motivación en las contiendas en que se han visto envueltos en el último cuatro de siglo. Nadie diría que los militares cuentan con apoyos políticos, no se explica por qué el mismo Ariel Sharon, tan implicado hasta el cuello en lo de Chabra y Satila, tan ultraderechista él, fue elegido como primer ministro en 2001, tras la célebre provocación de la Explanada de las Mezquitas, organizada también por él. Y de ese cargo, ganado con el voto de los ciudadanos israelíes, sólo le apartó un derrame cerebral en 2006. Nadie diría que existe una cultura militarista en Israel, muy extendida, que bebe de la épica de las guerras y los héroes, desde 1948 hasta ahora, precisamente hasta ahora. En Vals con Bashir no se recurre a la constante y obsesiva justificación de la lucha por la supervivencia, ante las reales o imaginadas amenazas de exterminio que se usan generosamente en cada campaña, en cada asesinato político. Ari Folman usa tan insistentemente del tópico norteamericano, que de hecho hace un film sobre Vietnam-en-Líbano; pero las diferencias entre ambas sociedades, la americana y la israelí, son demasiado obvias.


El director israelí retrata una amnesia colectiva que resulta forzada y totalmente increíble. Tanto, que el espectador se teme que no es sino una táctica que le permite eludir un guión realista que, forzasamente, hubiera sido más embarazoso y comprometedor. El 26 de septiembre de 1982, pocos días despues de las masacres, el movimiento pacifista Shalom Ahshav y grupos de la izquierda israelíes, organizaron en Tel Aviv una de las mayores manifestaciones de protesta de la historia de Israel, con unos 400.000 participantes. El despiste colectivo que vive el Ari Folman-personaje en su propio film resulta, más que extraño, inquietante. ¿Seguro que no hubo autocesura, que no tuvieron lugar negociaciones con "los de arriba"?¿El hecho de que el film sea una animación se explica porque así se incorporan elementos oníricos, que en nuestros días hubieran sido muy sencillos de poner en escena con la amplia panoplia de efectos especiales?¿No será que cuando Folman lanzó el proyecto no hubiera sido posible filmar una obra de esas características en Israel, y que aún así hubo que ajustar el mensaje del film de animación para poder proyectarlo en las salas de cine?

Vals con Bashir es un film interesante, con una estetica sobrecogedora y una realización técnica brillante. Pero plantea muchas dudas. Afortunadamente, el mismo Folman acierta al opinar que Israel todavía posee un sistema político lo suficientemente democrático y abierto. Pero lo hace en contra suya. Sugiero al lector que lea el artículo que se reproduce a continuación, escrito por el periodista israelí
Gideon Levy, del diario "Haaretz": se trata de un hombre honesto y comprometido con una información imparcial sobre el conflicto israelo-palestino. Para él, según el título de su crónica, "el film 'antibelicista' de Folman, Vals con Bashir, no es sino una farsa".















El periodista de "Haaretz", Gideon Levy: sin pelos en la lengua


'Antiwar' film Waltz with Bashir is nothing but charade



By Gideon Levy, Haaretz Correspondent


Everyone now has his fingers crossed for Ari Folman and all the creative artists behind "Waltz with Bashir" to win the Oscar on Sunday. A first Israeli Oscar? Why not?

However, it must also be noted that the film is infuriating, disturbing, outrageous and deceptive. It deserves an Oscar for the illustrations and animation - but a badge of shame for its message. It was not by accident that when he won the Golden Globe, Folman didn't even mention the war in Gaza, which was raging as he accepted the prestigious award. The images coming out of Gaza that day looked remarkably like those in Folman's film. But he was silent. So before we sing Folman's praises, which will of course be praise for us all, we would do well to remember that this is not an antiwar film, nor even a critical work about Israel as militarist and occupier. It is an act of fraud and deceit, intended to allow us to pat ourselves on the back, to tell us and the world how lovely we are.

Hollywood will be enraptured, Europe will cheer and the Israeli Foreign Ministry will send the movie and its makers around the world to show off the country's good side. But the truth is that it is propaganda. Stylish, sophisticated, gifted and tasteful - but propaganda. A new ambassador of culture will now join Amos Oz and A.B. Yehoshua, and he too will be considered fabulously enlightened - so different from the bloodthirsty soldiers at the checkpoints, the pilots who bomb residential neighborhoods, the artillerymen who shell women and children, and the combat engineers who rip up streets. Here, instead, is the opposite picture. Animated, too. Of enlightened, beautiful Israel, anguished and self-righteous, dancing a waltz, with and without Bashir. Why do we need propagandists, officers, commentators and spokespersons who will convey "information"? We have this waltz.

The waltz rests on two ideological foundations. One is the "we shot and we cried" syndrome: Oh, how we wept, yet our hands did not spill this blood. Add to this a pinch of Holocaust memories, without which there is no proper Israeli self-preoccupation. And a dash of victimization - another absolutely essential ingredient in public discourse here - and voila! You have the deceptive portrait of Israel 2008, in words and pictures.

Folman took part in the Lebanon war of 1982, and two dozen years later remembered to make a movie about it. He is tormented. He goes back to his comrades-in-arms, gulps down shots of whiskey at a bar with one, smokes joints in Holland with another, wakes his therapist pal at first light and goes for another session to his shrink - all to free himself at long last from the nightmare that haunts him. And the nightmare is always ours, ours alone

It is very convenient to make a film about the first, and now remote, Lebanon war: We already sent one of those, "Beaufort," to the Oscar competition. And it's even more convenient to focus specifically on Sabra and Chatila, the Beirut refugee camps.

Even way back, after the huge protest against the massacre perpetrated in those camps, there was always the declaration that, despite everything - including the green light given to our lackey, the Phalange, to execute the slaughter, and the fact that it all took place in Israeli-occupied territory - the cruel and brutal hands that shed blood are not our hands. Let us lift our voices in protest against all the savage Bashir-types we have known. And yes, a little against ourselves, too, for shutting our eyes, perhaps even showing encouragement. But no: That blood, that's not us. It's them, not us.

We have not yet made a movie about the other blood, which we have spilled and continue to allow to flow, from Jenin to Rafah - certainly not a movie that will get to the Oscars. And not by chance.

In "Waltz with Bashir" the soldiers of the world's most moral army sing out something like: "Lebanon, good morning. May you know no more grief. Let your dreams come true, your nightmares evaporate, your whole life be a blessing."

Nice, right? What other army has a song like this, and in the middle of a war, yet? Afterward they go on to sing that Lebanon is the "love of my life, the short life." And then the tank, from inside of which this lofty and enlightened singing emanates, crushes a car for starters, turning it into a smashed tin can, then pounds a residential building, threatening to topple it. That's how we are. Singing and wrecking. Where else will you find sensitive soldiers like these? It would really be preferable for them to shout with hoarse voices: Death to the Arabs!

I saw the "Waltz" twice. The first time was in a movie theater, and I was bowled over by the artistry. What style, what talent. The illustrations are perfect, the voices are authentic, the music adds so much. Even Ron Ben Yishai's half-missing finger is accurate. No detail is missed, no nuance blurred. All the heroes are heroes, superbly stylish, like Folman himself: articulate, trendy, up-to-date, left-wingers - so sensitive and intelligent.

Then I watched it again, at home, a few weeks later. This time I listened to the dialogue and grasped the message that emerges from behind the talent. I became more outraged from one minute to the next. This is an extraordinarily infuriating film precisely because it is done with so much talent. Art has been recruited here for an operation of deceit. The war has been painted with soft, caressing colors - as in comic books, you know. Even the blood is amazingly aesthetic, and suffering is not really suffering when it is drawn in lines. The soundtrack plays in the background, behind the drinks and the joints and the bars. The war's fomenters were mobilized for active service of self-astonishment and self-torment.

Boaz is devastated at having shot 26 stray dogs, and he remembers each of them. Now he is looking for "a therapist, a shrink, shiatsu, something." Poor Boaz. And poor Folman, too: He is devilishly unable to remember what happened during the massacre. "Movies are also psychotherapy" - that's the bit of free advice he gets. Sabra and Chatila? "To tell you the truth? It's not in my system." All in such up-to-the-minute Hebrew you could cry. After the actual encounter with Boaz in 2006, 24 years later, the "flash" arrives, the great flash that engendered the great movie.

One fellow comes to the war on the Love Boat, another flees it by swimming away. One sprinkles patchouli on himself, another eats a Spam omelet. The filmmaker-hero of "Waltz" remembers that summer with great sadness: It was exactly then that Yaeli dumped him. Between one thing and the other, they killed and destroyed indiscriminately. The commander watches porn videos in a Beirut villa, and even Ben Yishai has a place in Ba'abda, where one evening he downs half a glass of whiskey and phones Arik Sharon at the ranch and tells him about the massacre. And no one asks who these looted and plundered apartments belong to, damn it, or where their owners are and what our forces are doing in them in the first place. That is not part of the nightmare.

What's left is hallucination, a sea of fears, the hero confesses on the way to his therapist, who is quick to calm him and explains that the hero's interest in the massacre at the camps derives from a different massacre: from the camps from which his parents came. Bingo! How could we have missed it? It's not us at all, it's the Nazis, may their name and memory be obliterated. It's because of them that we are the way we are. "You have been cast in the role of the Nazi against your will," a different therapist says reassuringly, as though evoking Golda Meir's remark that we will never forgive the Arabs for making us what we are. What we are? The therapist says that we shone the lights, but "did not perpetrate the massacre." What a relief. Our clean hands are not part of the dirty work, no way.

And besides that, it wasn't us at all: How pleasant to see the cruelty of the other. The amputated limbs that the Phalange, may their name be obliterated, stuff into the formaldehyde bottles; the executions they perpetrate; the symbols they slash into the bodies of their victims. Look at them and look at us: We never do things like that.

When Ben Yishai enters the Beirut camps, he recalls scenes of the Warsaw ghetto. Suddenly he sees through the rubble a small hand and a curly-haired head, just like that of his daughter. "Stop the shooting, everybody go home," the commander, Amos, calls out through a megaphone in English. The massacre comes to an abrupt end. Cut.

Then, suddenly, the illustrations give way to the real shots of the horror of the women keening amid the ruins and the bodies. For the first time in the movie, we not only see real footage, but also the real victims. Not the ones who need a shrink and a drink to get over their experience, but those who remain bereaved for all time, homeless, limbless and crippled. No drink and no shrink can help them. And that is the first (and last) moment of truth and pain in "Waltz with Bashir."

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viernes, mayo 23, 2008

El Festival del Eurocontrol (3)


Cartelera de "Živi i mrtvi” (“Vivos y Muertos”) de Kristijan Milić (2007): un film de reciente estreno, que revela una vez más los fantasmas del pasado que laten en la sociedad croata. La historia describe un paralelismo generacional perfecto sobre un fondo de crímenes de guerra cometidos contra musulmanes bosnios en 1943 y 1993: late ahí la "magia de las efemérides simétricas"








Hace más de un mes, la sección cartas a director publicó una protesta del Embajador de Croacia, Filip Vučak, en protesta por un artículo, casi un breve, del enviado especial de “El País”, Ricardo M. de Rituerto sobre la Cumbre de la OTAN en Bucarest (publicado el 3 de abril) titulado: “Croacia, una buena imagen basada en la amnesia de los crímenes de guerra”. Por principio estoy en contra de este tipo cartas firmadas por diplomáticos que muchos periódicos se creen obligados a publicar (o que a veces bloquean, según les convenga) y que, de entrada, suelen ser un ejercicio más bien decepcionante y de escaso provecho incluso para la imagen del país que representa el diplomático.

¿Se imaginan a todo un Embajador de los Estados Unidos de América enviando cada dos por tres sentidas misivas de protesta a las secciones de cartas al director de los diversos rotativos de la prensa española? No suele ser norma; tampoco es habitual que lo hagan los representantes de potencias como Alemania, Gran Bretaña, Francia, incluso Italia. Casi siempre suele tratarse de embajadores de pequeños países europeos (los de países africanos o asiáticos no suelen tener mucho éxito con nuestra prensa) con diplomacias aquejadas de marcados síndromes nacionalistas y aparatosos problemas con su pasado histórico, que se ven compelidas a enviar cartas expresando sus más rotundo rechazo al titular de un artículo que a casi todo el mundo se le pasó desapercibido; a la intervención de tal o cual marrullero tertuliano, de harto conocidas posiciones parciales en política internacional; a las afirmaciones de cuatro opinadores aficionados en un perdido chat; o a no sé qué mapa que puede ser interpretado así o asá.

Por lo tanto, el diplomático de turno actúa para matar a cañonazos a la molesta hormiga; y avalando su firma con la expresa mención de su cargo y rango, nos endilga una purita pieza de propaganda política al servicio de su gobierno. La calidad de la pieza suele ser más que deficiente, entre otras cosas, porque la extensión que los periódicos conceden a las cartas al director es forzosamente limitado; pero además el diplomático todavía se autolimita más al ocupar con vehemencia y simples tautologías ese exiguo espacio que, en principio, debería ir destinado a datos.

Veamos un ejemplo práctico en la carta que remitió en su día el Embajador Vučak

“Quisiera recordarle que en 1991 Croacia sufrió una agresión que fue reconocida por las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Durante la mencionada agresión contra Croacia, más de 15.000 ciudadanos perdieron la vida. Un tercio del territorio croata estuvo ocupado durante cuatro años, territorio que fue liberado por nuestras propias fuerzas, con muchas víctimas y sacrificios y a pesar de la desaprobación de la comunidad internacional. Después de finalizar la guerra, hemos reconstruido muy pronto nuestro país destruido, invirtiendo enormes esfuerzos. Hemos construido una democracia sólida y hemos creado las precondiciones políticas y económicas que nos posibilitarán la pronta adhesión a la Unión Europea. (....”





Una seguidora del cantante Marko Perkovic Thompson, convenientemente ataviada con la parafernalia neo ustacha habitual entre el público del afamado cantante croata. La fotografía corresponde a un concierto celebrado en el verano de 2007. Las poses neofascistas vuelven a estar de moda en una parte de Europa, lo cual aporta un marco adecuado a las afirmaciones negacionistas de todo tipo










Acierta Ricardo M. de Rituerto con el argumento de su breve pieza, porque la carta de respuesta es un verdadero condensado de olvidos voluntarios.

Quisiera recordarle que en 1991 Croacia sufrió una agresión que fue reconocida por las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU”.

Un componente esencial de esa supuesta agresión fue la revuelta de una parte de la ciudadanía de la República de Croacia que, en 1991, no deseaba formar parte de esa entidad recién autoproclamada, mecanismo que, por cierto, había legimitado simultáneamente la secesión de los nacionalistas croatas con respecto a Yugoslavia. Tras los primeros enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad croatas y los alzados, las Naciones Unidas crearon las UNPA´S (United Nation Protection Areas) o zonas de seguridad e interposición, que cuatro años más tarde fueron arrasadas por las tropas croatas en la Operación Tormenta. La memoria periodística con respecto a lo ocurrido en Bosnia con las Safe Areas de la ONU y la pusilanimidad de los “cascos azules” holandeses en Srebrenica, desaparece como por ensalmo cuando se trata de recordar que en 1995, las fuerzas croatas tomaron prisioneras a fuerzas de las Naciones Unidas destacadas en las UNPA´s, e incluso algunos fueron prácticamente ejecutados (especialmente los del contingente danés).

Durante la mencionada agresión contra Croacia, más de 15.000 ciudadanos perdieron la vida.”

a) ¿Qué proporción de los 15.000 ciudadanos eran croatas de Croacia y cuántos de ellos eran ciudadanos serbios de Croacia?

b) ¿Desde cuánto las pérdidas en una guerra se pueden utilizar para justificar la justicia de la propia causa?¿Es cierto o no lo es que morir por una idea no la hace más justa? Por este camino, las pérdidas sufridas por la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, justificarían la causa del Tercer Reich

“Un tercio del territorio croata estuvo ocupado durante cuatro años, territorio que fue liberado por nuestras propias fuerzas, con muchas víctimas y sacrificios y a pesar de la desaprobación de la comunidad internacional”

Territorio “ocupado” quizá no sea la expresión más adecuada para referirse a una parte de la República de Croacia en el cual una proporción de la ciudadanía, perteneciente a una minoría nacional, decidió optar por la secesión. La Ofensiva Tormenta del Ejército croata logró “liberar” ese territorio en agosto de 1995, es decir, expulsar a más de 200.000 ciudadanos de la minoría serbia de Croacia en menos de 48 horas. Fue la limpieza étnica más completa, brutal y contundente de todas las guerras de la ex Yugoslavia. Reivindicar tal acción como una “liberación” equivaldría a que el Embajador serbio en Madrid se lamentara en la prensa de que las fuerzas serbias no hubiera podido llevar a cabo la expulsión de la población albanesa de Kosovo en 1999. ¿Quién hubiera osado publicar una carta así? Que las grandes potencias nos hagan tragar sus dobles raseros es una cosa; que los protagonistas, metidos hasta el cuello en el asunto, hagan lo propio, ya resulta más cargante.

Debe recordarse también que la “autoliberación” de Croacia se llevó a cabo gracias a los intensivos planes de instrucción y rearme de las fuerzas croatas, operados por norteamericanos y alemanes a lo largo de 1994-1995, junto con la generosa cesión de datos sensibles sobre las posiciones del adversario.
















El general Ante Gotovina con altos mandos y consejeros norteamericanos en Fort Irwin, uno de los centros de entrenamiento más afamados del Ejército norteamericano. Eran los días en que los mandos croatas recibían instrucción activa para lanzar la Operación Tormenta

Por lo tanto, un parte de la comunidad internacional “aprobó” el esfuerzo militar croata y sus consecuencias humanas, vaya que si lo hizo. Otra porción no pasó por ahí, lo cual no es de extrañar, ante los excesos cometidos por las tropas coatas contra la población civil serbia de su mismo país. Pero, qué casualidad: el mismo día (10 de agosto de 1995) en que el Consejo de Seguridad de la ONU lanzaba la primera condena contra los abusos croatas en la Krajina, la emisaria del presidente Clinton ante las Naciones Unidas, Madeleine Albright, contraatacaba en ese mismo foro denunciando por primera vez las matanzas cometidos por los serbios en Srebrenica en base a las fotografías de supuestas fosas comunes tomadas por aviones espía norteamericanos. El tímido debate sobre los pecados croatas se desvió a una vía muerta.

“Después de finalizar la guerra, hemos reconstruido muy pronto nuestro país destruido, invirtiendo enormes esfuerzos. Hemos construido una democracia sólida y hemos creado las precondiciones políticas y económicas que nos posibilitarán la pronta adhesión a la Unión Europea. (....”

Nuevamente, parece que las pérdidas y destrozos justifican los errores y abusos cometidos. Pero ni una mención al juicio de Ante Gotovina en La Haya y las reacciones que concita en Croacia. Eso es un síntoma, pero también lo es la carta del embajador, y por eso se ha traido a este blog. Etendámonos: el embajador Vučak se ha limitado a hacer su trabajo, y en todo caso lo que se cuestiona aquí es esa estrategia de enviar cartas a la prensa, que marcan el estilo de determinadas diplomacias. Lo que se resalta en este post es que hasta hace no mucho tiempo, ningún periódico de centro se hubiera atrevido a publicar una carta como la del embajador Vučak. Pero estamos en 2008, y las cosas están cambiando. Quizás en Occidente y en la misma Croacia (sobre todo allí) muchos piensan que tras el impulso dado a la candidatura croata laten entusiasmos y simpatías mitteleuropeas, un reconocimiento “natural” de la valía especial de la nación croata. Quizás eso fue así años atrás y ese sentimiento incluso se perpetuó hasta el año 2005, cuando Croacia fue admitida como candidata oficial, junto con Turquía, a través de las presiones austriacas. Pero ahora, el empujón que se le está dando a la candidatura croata a la UE está en sintonía más con la Realpolitik comunitaria, que con simpatías concretas y particulares, y está en relación directa con la diplomacia soft power comunitaria, y con determinados objetivos a los que se hacía alusión en el
último post dedicado a este asunto del Festival del Eurocontrol (17 de marzo, 2008).















La carretera de Eslavonia por la que escaparon decenas de miles de refugiados serbios de Croacia en agosto de 2005, completándose la "liberación" del país. Nada queda de aquello, nada ha sucedido.

El primero de los objetivos del espaldarazo dado a Croacia en estos últimos meses (con momento culminante durante la cumbre de la OTAN en Bucarest) ha sido, paradójicamente, ayudar a recomponer el puzzle balcánico tras el reconocimiento, por diversos países de la UE, de la autoproclamada independencia de Kosovo. Más precisamente, se ha buscado apaciguar las iras serbias haciendo ver a Belgrado, palpablemente, que Bruselas tiene palabra; que muchas cosas todavía son posibles si así lo quieren quienes mandan en la Unión Europea. Ahí tienen el “milagro croata”: entrando con vaselina en la comunidad europea, mientras en La Haya está teniendo lugar el juicio contra Ante Gotovina, un suceso que según y cómo lo trataran los medios de comunicación occidentales hubiera podido ser un escándalo de tomo y lomo. Pero no sucede nada de eso. Ante Gotovina saldrá como un torero, por la puerta grande, ya lo verán; nada será desvelado, los secretos inconfesables seguirán bajo la alfombra; Croacia dará esa imagen que desea transmitir el embajador Vučak en su carta-consigna.

¿De verdad que los serbios no tienen ni un poquito de envidia, ni unos celitos de los croatas? Alter ego unos de los otros, responsables ambos, juntos o enfrentados, de la gobernabilidad y coherencia de la desaparecida Yugoslavia (los demás, con perdón, siempre fueron piezas accesorias en la arquitectura del estado sudeslavo), toquen los serbios euroescépticos las llagas con sus propias manos ¿Creen ahora que los contenciosos contra Karadžić u Mladić no pueden pasar a un seguro, tercer o cuarto plano, si así lo desean los occidentales?¿Se dan cuenta de cómo los croatas pueden mantener su orgullo nacional a pesar de sus pecados, una vez que estos dejan de existir y por lo tanto nunca tuvieron lugar? La llave de lo que importa o no, reside hoy en Bruselas, donde se construye una nueva Europa en la cual los viejos mitos nacionales pueden darse vuelta, como un guante, en virtud de una calculada política de comunicación. “Ceci n´est pas une pipe: les crimes yougoslaves n´ont pas eu lieu". Kosovo no tiene importancia, Gotovina es un héroe, nadie recuerda quién fue Mladić, la Serbia europea es otra dimensión posible.

El resultado, a la vista está. Una vez más, desde Europa, hemos logrado adaptar la realidad a los titulares de la prensa. Las elecciones serbias de este mismo mes han sido un nuevo reférendum sobre una cuestión tan absolutamente artificiosa como la europeidad o no de Serbia. Y una vez más, muchos serbios han pasado por el aro. No todos, pero sí los suficientes como para que la opción que encabeza Tadić (que no es tan “ultraeuropeísta” como nos explican los titulares al uso) no se haya hundido después de lo ocurrido con Kosovo. En realidad, se ha logrado mantener la normalidad en Serbia, lo de siempre: el Partido Democrático en primera posición, con una mayoría relativa; los radicales en su eterno segundo lugar, anclados a su estrato habitual de votos, que ni la escandalera en torno a Kosovo ha logrado hinchar lo suficiente –entre otras razones, porque no son ya el ogro antieuropeísta que nos explica nuestra robotizada prensa. Y luego, detrás, el tocado partido de Kostunica; y los socialistas, que se van erigiendo en partido bisagra, algo que Bruselas está dispuesta a apoyar. Ya se habla de abrirles las puertas de la Internacional Socialista.















Boris Tadić de visita en un acuartealmiento del Ejército serbio. Aunque las credenciales democráticas del estadista no pueden ser puestas en duda, el estereotipo de su imagen puesto en circulación por Occidente, olvida voluntariamente que Tadić no ha renunciado a revisar el contencioso de Kosovo

Claro que no ha cambiado nada, claro que todo está como siempre. Como debe estar. El mensaje ha sido muy claro: vote usted "por Europa" y todo seguirá igual. De hecho, gracias a ese sufragio contribuirá usted a que sigan ahí los radicales, y Kostunica, y tutti quanti. Porque de eso se trata en realidad, de asegurar el sillón a todos los que figuran en la foto del poder desde hace ocho años.

Triunfa el Festival del Eurocontrol. Todo está atado y bien atado, ¿o qué se creían? Por lo tanto, este sábado relájense y disfruten. España no tiene por qué hacer un ridículo excesivo con su “Chiki Chiki”, estamos todos en otra dimensión. Tomarse en serio Eurovisión es un anacronismo, pero por otra parte, se puede establecer un cierto paralelismo entre Eurovisión y lo que puede parecer la imagen popular de la política exterior comunitaria. En realidad es un potente modelo “soft power”; aunque parezca edulcorada cual tonadilla europop, aunque suene como “Abba”. Al fin y al cabo los suecos aquellos fueron incluso demasiado rentables para su propio país; y el “Chiki Chiki” va por los quince millones de euros de beneficios. Europa está tomando las riendas, el Eurocontrol existe: hay cosas buenas, otras no tanto, pero en conjunto el espectáculo abigarrado y sorprendente está garantizado. Y si le apetece, no se corte: vote usted (si puede) por el "Chiki Chiki": es la mejor garantía de que Eurovisión seguirá viva; el año pasado, en este país, nadie daba un céntimo por el festival. "
Perrea, perrea..."

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