domingo, octubre 21, 2007

Patriotismos y espejismos





















Un niño sostiene en alto un cartel del PIS durante al reciente campaña electoral en Polonia. El nacionalismo polaco ultra de raíz católica, es heredero del que alumbró Solidaridad en los años 80 y fue fervorosamente aplaudido y sostenido desde Occidente


A continuación, artículo enviado a "El País" el pasado 29 de agosto y rechazado formalmente el pasado 11 de octubre. Justificación oficial ofrecida: con el advenimiento del nuevo formato del periódico (ya saben, recuerden ese anuncio tan relamido de la tele en el que aparece una especie de Roncagliolo paseándose por ciudades del mundo y haciendo rimas alocadas y supuestamente trascendentes en plan: "La perra, Camberra, discursos de Guerra, Alfonso, ¡qué sonso!, un chiste de Moncho... Borrajo, carajo, currele a destajo: ¡la sopa de ajo!" ) el periódico ha decidido "vaciar nevera" y hacer tabla rasa. ¿Ustedes se lo creerían? Bueno, aceptemos pulpo como animal de compañía, tal como se decía en aquel popular anuncio televisivo. Dentro de unas horas, si nos recuperamos de la conmoción nacional que supondrá el nuevo formato del rotatico ya con el acento en el título, podremos entrever lo sucesido. Quizá. Como reza la impresentable sintaxis a base de dos infinitivos que ha ideado su publicitario: "Querer saber". Ok, Tarzán.



[Adenda a 25 de octubre: Convenientemente reducido a 5.700 caracteres, con algunas actualizaciones y un título diferente, la pieza fue publicada por el nuevo cotidiano "Público" a día de hoy, espacio: "Dominio público", en edición de esa misma fecha, pag. 12]


















Jaroslaw Kaczynski en un mitin ante el logo de su partido, el PIS, que incluye el águila heráldica de Polonia con la corona



Patriotismos y espejismos: de Polonia a Kosovo


A mediados de los 80, los brotes de nacionalismo en Europa oriental tenían ya unos cuantos años. Se puede decir que todo comenzó de forma muy clara con el nacionalismo de raíz católica reactivado en torno al sindicato Solidaridad en Polonia desde 1980. Procesiones con popes o el dramático periplo de los restos del príncipe Lazar que se vivieron en Serbia en la segunda mitad de esa misma época, tuvieron de hecho su precedente y equivalente en las emotivas misas y confesiones públicas celebradas en los astilleros de Gdansk o las peregrinaciones al santuario de Częstochowa. Los medios de comunicación occidentales se extasiaron ante la resurrección de la catolicidad anticomunista, símbolo eterno del nacionalismo polaco, y se mofaron de la ortodoxia balcánica convertida en bandera del nuevo nacionalismo serbio. Pero en realidad formaban parte de un mismo discurso político, de la misma generación, de un área geográfica similar y de unas circunstancias históricas muy parecidas.


De ese ambiente surgió un agresivo nacionalismo y de él son hijos los gemelos Kaczynski, que tantos quebraderos de cabeza vienen dando a Bruselas desde hace meses. Por fin en crisis, es deseable que esa especie de extraña experiencia onírico-política desaparezca; pero posiblemente el nacionalismo polaco seguirá presionando en un futuro. Ahí estaba ya, hace tres años, en los duros momentos finales de la negociación con Bruselas para el acceso de Polonia a la Unión Europea, bajo la presidencia de Aleksander Kwasnieski y el gobierno del socialdemócrata Miller. Es natural que sea así, porque una parte considerable de los polacos están desconcertados. La Polonia surgida de la Segunda Guerra Mundial, renació con unas nuevas fronteras que le supusieron destacados beneficios: una costa con puertos para desarrollar el comercio marítimo y el negocio de los astilleros. Antiguas regiones alemanas, que aportaron infraestructuras, minas y materias primas; incluso una porción importante de Prusia Oriental, corazón de lo más germánico del derrotado vecino. ¿Quién garantizaba esas fronteras? La Unión Soviética. Cuando esa potencia desapareció, todo descansó en la buena voluntad alemana de no volver a abrir viejas heridas. Pero ¿cuánto perdurará tal actitud?¿Dependerá de que Polonia juegue un papel subordinado en el seno de la Unión Europea?















El primer ministro socialdemócrata Leszek Miller en un momento de cordialidad con el entonces canciller alemán Gerhard Schröder. A pesar de la aparente distensión, el gobierno polaco demostró ser un duro negociador ante Bruselas. Y desde luego, sobre las relaciones germano-polacas continúan planeando las nubes negras del pasado


Este tipo de temores son muy delicadas y en la mitad occidental del continente las rehuimos. Pero no son ajenas a la cultura nacionalista de países como Polonia. Y por si faltara algo, el país debe depender más si cabe de Alemania y la UE ante una Rusia que parece estar recuperando su estatus de potencia amenazadora. Por lo tanto, a Polonia han regresado las viejas pesadillas de comienzos del siglo pasado, la vetusta idea de que el país tiene el trágico destino histórico de estar situado entre rusos y alemanes. No es de extrañar que se vuelvan desesperadamente hacia los Estados Unidos, dispuestos a acoger cualquier proyecto estrafalario de un presidente Bush en caída libre, pero que no renuncia a agitar las aguas de la “Vieja Europa” haciendo lo único que sabe: inventarse peligros de destrucción masiva.

Dentro de la misma lógica dominante basada en espejismos y veteranos fantasmas, también es comprensible que tanto serbios como albaneses estén desconcertados y crean que no es tiempo de olvidarse de las histerias nacionalistas. Hace algunos años, Ralf Dahrendorf dio unas declaraciones a este mismo periódico en las que, refiriéndose a los Balcanes, dijo que los occidentales “no sabemos lo que queremos”. Llevaba razón: en nombre del oportunismo, del desconcierto ante el chantaje, del doble rasero y del manejo temerario de ideas trasnochadas sobre supuestos derechos nacionales, propugnamos la desmembración de Yugoslavia porque los diversos pueblos “no podían convivir entre sí”. Eso fue en 1991; en cambio, durante los cuatro años siguientes, las potencias occidentales involucradas en la guerra de Bosnia se esforzaron por mantener unidos en dicha república a serbios, bosníacos y croatas, y de hecho dieron luz verde a una especie de mini Yugoslavia en 1995. En 1999 intervinieron en Kosovo porque albaneses y serbios no podían coexistir, y apenas intentaban repetir la experiencia federal puesta en marcha en Bosnia. En cambio, sí que impusieron la unidad de Macedonia cuando los albaneses de esa república se sublevaron con un claro programa de autodeterminación, en la guerra de 2001.


















El filósofo Ralf Dahrendorf. "El País" publicó sus interesantes declaraciones sobre los Balcanes el 5 de octubre de 1998, pero sin darles mucho espacio ni relevancia. Nunca volvió a hacerlo


Ahora, la misma ONU ha lanzado un plan para respaldar una “independencia tutelada” de Kosovo, que desde el primer día no gustó ni a los nacionalistas serbios ni a los albaneses. Rusia, que durante la guerra de 1999 experimentó en Kosovo una humillación diplomática busca resarcirse y ha forzado la continuación de unas negociaciones entre serbios y albaneses tuteladas por las grandes potencias. Pero a estas alturas ya casi todo es inútil: ningún bando parece aceptar nada que no sea la imposición en bloque de sus respectivas opciones, basadas más en consideraciones emocionales que prácticas. De nuevo, como desde hace dos siglos, serbios y albaneses intentan conseguir sus objetivos presionando a sus importantes padrinos, sin importarles que a estas alturas la cuestión de Kosovo es un asunto especialmente molesto para casi todas las potencia intervinientes, a excepción de los Estados Unidos.

Y más que nadie, para la misma ONU. Si realmente impone la soberanía de la región añadirá un clavo más a su propio ataúd, después de los fallos garrafales cometidos en las crisis de los noventa, desde la debacle de Somalia al genocidio de Ruanda (1994) y la mala gestión de la guerra en Bosnia o la incapacidad de hacer nada por salvar a Irak. Por eso Bush está tan empeñado en la independencia kosovar: sabe que con el Plan Ahtisaari la ONU crea un precedente insólito al conceder la soberanía a un territorio que anteriormente pertenecía a un estado, contraviniendo su propia resolución 1244 de 1999 en la que no se hablaba de independencia, sino de una autonomía sustancial.















Martty Ahtisaari: su plan sobre Kosovo es una carga de profundidad para la ONU. Debido a ello y a que Rusia vetaría su aplicación en el Consejo de Seguridad, la UE será la encargada de aplicarlo; o eso parece que va a suceder en diciembre



Pero si es la Unión Europea la obligada a alumbrar el parto, se encontrará ante la tesitura de apoyar la independencia de un nuevo estado nación de corte decimonónico, cuando la filosofía del proceso de integración va por el camino opuesto. Por lo tanto, se está dando un enorme rodeo para montar un tinglado que dentro de un tiempo deberá desmontarse de una u otra forma. Primero, porque al día siguiente de su independencia, Kosovo será lo que en términos diplomáticos se denomina un “estado fallido”: una administración deficiente, incapacidad de hacer cumplir las leyes, carencia de un sistema fiscal eficaz, serios problemas para gestionar la economía y muy poco atractivo para la inversión exterior. ¿Qué ocurrirá a continuación? Muy posiblemente, las inversiones las harán los vecinos directamente interesados en controlar al nuevo estado, y quizás en esa operación descuelle Serbia, apoyada financieramente por Rusia. Como contrapartida, y dado que el poder de la UE como generadora de ayudas y subsidios tiende a menguar, Kosovo no se va a poder beneficiar de un apoyo a largo plazo desde ese lado, ni siquiera si termina integrándose de aquí a una década.

Por otra parte, si la soberanía de Kosovo respaldada por la ONU tenderá a vaciar de contenido a esa institución, lo mismo ocurrirá con la UE, en mayor o menor medida. A ojos de algunos países miembros podría sugerirles que formar parte del club no es garantía para verse arrinconados frente a la política de los hechos consumados bajo el pretexto de mantener la “solidaridad comunitaria”, una vez que algunos países ya han montado la operación que deseaban consumar. Y volvemos a Polonia y sus miedos; pero también a los de Rumania, Bulgaria, Hungría y, en general, casi todos los nuevos socios del Este.

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