jueves, octubre 11, 2007

Kosovo: caminar pisándose los cordones de los zapatos

















"No a la negociación: ¡Autodeterminación". Esgrafiado del movimiento Vetëvendosje! en Pristina


Queda cada vez menos tiempo para resolver la situación en Kosovo, pero a pesar de ello, nadie ha dado todavía con la piedra de toque, la solución mágica, la idea genial. Posiblemente, porque a estas alturas ya no existe. Y a falta de ella, las noticias que gotean por aquí y por allá, indican que las dos partes en litigio, serbios y albaneses, siguen cada uno en sus trece. Estos, en realidad, saben que no tienen nada que perder si se mantienen en esa postura, y que incluso sería estúpido que le regalaran a los serbios ni siquiera una pequeña concesión. ¿Por qué habrían de hacerlo? Desde 1999 tienen la sartén por el mango en esa cuestión. Por activa y por pasiva, las potencias intervencionistas le fueron prometiendo que un día u otro tendrían su ansiada independencia. La única discusión era cuándo se produciría. Ahora mismo, funcionarios de Estados Unidos y la Unión Europea se encuentran en Kosovo, enfrascados en los preparativos para la proclamación unilateral de la independencia de esa provincia. La información la publicó el diario “The New York Times” el día 2 de este mes y estaba firmada por su enviado especial Nicholas Word.

Al parecer, la idea consiste en que la Unión Europea respalde por su cuenta el Plan Ahtisaari que no alcanzó el necesario consenso en al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La maniobra está tan avanzada, relata Word, que “los funcionarios estadounidenses y europeos que se encuentran en Prístina preparando la proclamación unilateral de la independencia de Kosovo, ya alquilaron locales y el personal necesario para ese fin”.

Todo está repartido y bendecido, como suele decirse, y los serbios y rusos pueden cantar misa. Hace unos días, Belgrado sugirió que había dado con la idea que podría salvar la situación. Y ayer, “El País” se encargaba de explicarla a través de un artículo de opinión firmado por Antonio Cassese, primer presidente del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia y actualmente, profesor de Derecho en la Universidad de Florencia. La pieza fue publicada originalmente en “La Repubblica” y se titula: “
Confederación para Kosovo”.



El profesor Antonio Cassese: más cerca de la pizarra que de Kosovo







El artículo empieza mal. Su autor regresa a los tonos tremendistas de hace una década y nos asegura que Belgrado incluso estaría dispuesto a emplear la fuerza para conservar la soberanía de Kosovo. Y si el gobierno tiene dudas, los ultras podrían empujarlo a dar ese paso. Este es el tipo de enunciados conocidos vulgarmente como “estrategia de sofá”, es decir, muy poco profesionales y alejados de la realidad, porque se basan en la alusión a actores genéricos y fuerzas teóricas. El Ejército serbio de 2007 no es el de 1999 y menos aún el de 1991. Parece difícil que su estado mayor haya pensado en alguna operación concreta para tomar posesión de Kosovo en pocas horas; pero más extraño parece que hayan resuelto qué hacer con la población albanesa. Ya existe el desastroso precedente de 1999, y es sabido que sólo en 1995 el Ejército croata logró llevar a cabo una completa limpieza étnica (expulsando a los serbios de la Krajina) en apenas 72 horas. Malas lenguas llegaron a decir que lo lograron gracias a la instrucción facilitada por asesores militares norteamericanos y alemanes. Pero sobre todo, el Ejército serbio de nuestros días está vinculado a la Alianza para la Paz (Partnership for Peace), es decir, colabora con la OTAN y por ello y otras razones, está totalmente controlado, filtrado y tutelado desde el exterior y si existiera algún plan de acción violenta, lo sabría quien tuviera que saberlo en Occidente. Por otra parte, la alta oficialidad no está nada deseosa de tener otro encontronazo militar con las potencias occidentales y, menos aún, de que salgan a la luz determinadas cuestiones embarazosas vinculadas, por ejemplo, lcon a guerra de Bosnia, que se han guardado bajo siete llaves. Por su parte, los ultranacionalistas, a los que se hace referencia Cassese como una fuerza compacta, ya no están organizados militarmente, como hace diecisiete años, y carecen de jefes dinámicos y carismáticos para encauzarlos. Tampoco existe ya una “vojna linja” como la que en su día montó Milosevic para abastecerlos y estructurarlos.

A continuación, Casesse afirma que “la población serbia no aceptaría la independencia [de Kosovo] porque hace tiempo que está viendo con desolación cómo se desintegra la Gran Serbia, en un proceso cuya etapa más reciente fue la secesión de Montenegro”. Primera noticia de que la “población serbia” (de nuevo los conceptos genéricos) siga pensado en la Gran Serbia, si es que alguna vez lo hizo; y una verdadera première eso de que Montenegro formaba parte de ese concepto y no de la última versión de la República Federal de Yugoslavia.






















Soldados de las fuerzas especiales del Ejército serbio en unas maniobras. Armados y equipados con material occidental, desplegando doctrina militar de esa misma procedencia y colaborando activamente con la OTAN, resulta difícil de creer que las tropas serbias vayan a protagonizar alguna "operación de reconquista" de Kosovo



De todas formas, la razón de esta fallida pirotecnia inicial es comprensible: Cassese nos intenta vender la solución que propone Belgrado, pero no quiere dar la errónea impresión de que es un mero portavoz; y por otra parte, recurriendo al viejo recurso retórico, infla lo que puede el peligro que representa Serbia y la entidad de su frustración real ante el problema. Y el producto que nos ofrece el “professore” no es otro que la vieja confederación de toda la vida. Dentro de este esquema, “Kosovo podría disponer de ciertos símbolos del Estado. Sin embargo, habría un órgano decisorio, formado por delegados de Kosovo, Serbia y la Unión Europea, que tendría plena autoridad en los asuntos de política exterior (…) defensa, fronteras (…) y el trato a la minoría serbia de la provincia. Es decir, Kosovo y Serbia serían dos sujetos internacionales independientes, pero unidos en una confederación que dependería de un órgano decisorio común”.

No vale la pena seguir citando párrafos del artículo de Cassese: es muy claro lo que nos está vendiendo como idea nueva e ingeniosa: un recurso que ya intentaron aplicar las potencias occidentales en 1859 para crear una artificiosa federación entre Moldavia y Valaquia, lo cual salió mal y terminó dando como resultado la aparición del estado rumano. Desde entonces, la solución federal sólo logró ser aplicada con éxito en una única ocasión: la formación de la República Socialista Federativa de Yugoslavia, tras la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, Cassese debería saber que a los albaneses de Kosovo les produce urticaria cualquier solución que incluya el término “federación” o “confederación” y les recuerde el precedente yugoslavo. Por eso la Bosnia surgida de los acuerdos de Dayton, en 1995, lo fue porque no se mencionó para nada su condición de federal. Y también por esa misma razón tampoco tuvo éxito la idea de construir una “
Balkania”, confederación propuesta ya en 1997 por el disidente albanés Adem Demaçi y que incluiría a Serbia, Montenegro y Kosovo. En su momento, Demaçi gozó de una gran popularidad en los medias occidentales que lo saludaban como el “Mandela balcánico”. ¿Ya se ha olvidado todo esto?



Hace ya más de diez años que el líder político albanés Adem Demaçi propuso, con escaso éxito, la federación de Serbia, Kosovo y Montenegro en un nuevo estado que debería denominarse Balkania












Recuerdo que en un congreso de investigadores de la WEU en Paris, en enero de 2000, el analista macedonio Sasso Ordanovsky se me rió en la cara cuando propuse soluciones federales para los Balcanes occidentales. En aquel momento me sentó mal, pero no tardé mucho tiempo en darle la razón. En el futuro y cuando esas repúblicas formen parte de la Unión Europea, no quedará más remedio que reconstruir la federación yugoslava in extenso. Pero de momento, pensar en constituir federaciones sobre el papel, como quien encaja puzzles, es pura teoría y especulación en frío. Es más: lo que banaliza definitivamente la propuesta de Antonio Cassese es que va en contradirección flagrante con el entusiasmo que generó en Occidente, hace poco más de un año, el plebiscito de separación de Montenegro, celebrado el 21 de mayo de 2006, que lo llevó a ingresar como 192º miembro de ONU el 28 de junio, precisamente en el temido Vidovdan o Día de San Vito de la mitología nacionalista serbia. Tiene su gracia que Cassese nos presente la defección de Montenegro como acto de destrucción de la Gran Serbia, cuando desde hacía tiempo la pequeña república formaba parte, como estado soberano de hecho, de la última Federación yugoslava. Pero lo que resulta típico de ésta clásica muestra de aproximación occidental a los galimatías balcánicos (respaldada por los criterios editoriales de “La Repubblica” y “El País”, todo hay que decirlo) es que Cassese nos presente como genial solución la propuesta de una confederación serbo-kosovar, cuando hace un año se aplaudió la destrucción de una federación serbo-montenegrina.

Por lo tanto, tenemos una contradicción más que se suma a la grotesca colección de contradicciones que, año tras año, chorreando cinismo, se presentaron desde Occidente como varitas mágicas para resolver los conflictos balcánicos desde comienzos de los años noventa:

Guerra de 1991: serbios y croatas deben separarse porque “no pueden convivir entre sí”

Guerra de 1992-1995: serbios, croatas y musulmanes “deben convivir en Bosnia” por el bien de la multietnicidad. Se crea la República [federal] de Bosnia-Hercegovina en 1995

Guerra de 1999: albaneses y serbios “no pueden coexistir” en Kosovo. No se plantea la posibilidad de crear una experiencia federal en esa provincia.

Guerra de 2001: albaneses y macedonios "deben coexistir" en Macedonia, para lo cual se refuerza el carácter federal de esa república.

Si eso no es caminar pisándose continuamente los cordones de los zapatos, venga dios y lo vea. Y lo escribo intencionadamente con minúsculas, porque es de suponer que el verdadero Dios tiene cosas mejores que hacer que reordenar las tonterías que los occidentales hemos fomentado en los Balcanes desde hace décadas.

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