jueves, septiembre 13, 2007

I Wanna Be Like Osama (2)
















Efectos del primer atentado de Al Qaeda, que tuvo lugar el 26 de febrero 1993, cuando un coche bomba fue explosionado por un terrorista en el parking del World Trade Center. Un hecho generalmente olvidado por nuestra prensa, que suele datar el primer atentado de esta organización en 1996. Un buen ejemplo de las inexactitudes que suelen acompañar la cobertura informativa de las acciones de Al Qaeda, supuestas o reales


Hace algo más de un mes se hacía en este mismo blog un comentario sobre el musical “Yihad”, presentado en el “Edinbugh Fringe Festival” este mismo verano. Este post continúa con considerando algunas cuestiones de imagen y política informativa en torno al fenómeno Al Qaeda. La fecha no es casual: al autor de estas líneas las efemérides le resultan fastidiosas. Más en este caso: posiblemente deberíamos negarnos a “festejar” informativamente el 11-S, a concederle una importancia especial, reverencial, a esa fecha y hacerle así el juego a los que se cometieron el atentado. Cada septiembre, cada 11-S, esperamos atentados espectaculares y sangrientos, y cada año, grupos de islamistas radicales, que saben de nuestra expectación y del vértigo que desatan las efemérides en los medios de comunicación, intentan conmemorar a su manera la fecha. Por lo tanto, una propuesta inicial: hablemos del 11-S al día siguiente; o al otro, el 13-S. O un mes después. Es mejor dejar de publicar caricaturas estúpidas sobre Mahoma y no sacralizar de ninguna manera la violencia que nos imponen los demás. No le hagamos el juego, desde los medios de comunicación, a los terroristas de ningún signo, porque para eso cuentan ellos con los medias. De esto trata este post.
















Septiembre-octubre de 2001: tras los atentados del 11-S, se desencadenó una verdadera histeria en torno a unos supuestos atentados con antrax, un asunto que se atribuyó a Al Qaeda pero nunca llegó a aclararse


El atentado contra un grupo de turistas españoles en Yemen (2 de julio) puso de relieve –no por primera vez, pero sí de forma clara- que de vez en cuando afloran las dudas. Es cierto que las autoridades de ese país dijeron haber terminado con la vida de los autores del asesinato y que pertenecían a una rama local de Al Qaeda. Lo cual no es en absoluto descabellado si tenemos en cuenta que Yemen es una continuación geográfica y cultural de Arabia. Sin embargo, en su momento, el atentado dejó una sombra de duda en el aire, que tardó en disiparse. Es como si el gobierno yemení se hubiera apresurado a resolver el caso, solventar la papeleta y a pasar página, cuando aún quedaba temporada turística por delante. En realidad y a efectos de este post, es irrelevante quién haya firmado la desdichada acción. Lo importante es esa, hasta cierto punto, novedosa incertidumbre, hablando desde un punto de vista de políticas informativas.

¿Alguna fuente oficial de Al Qaeda reivindicó el atentado? Aunque es posible que me equivoque, no tengo noticia. Pero les diré algo: aunque hubiera sido así, ¿tendríamos que creernos a pies juntillas que el ataque contra los turistas españoles formó parte de la estrategia de Al Qaeda? La verdad es que todas las posibilidades están abiertas y el tratamiento de la noticia parece que, por fin, comienza a asentar las dudas sobre la costumbre periodística de aceptar que cualquier atentado cometido por musulmanes tiene que ver con Al Qaeda. Una actitud que, hasta ahora, le ha hecho el juego a Al Qaeda porque –entre otras razones- le ha ido permitiendo cubrir flancos débiles en su “estrategia de la franquicia”. Y además, ha contribuido a la creciente islamofobia que vivimos y sufrimos en Occidente, que también va a favor de los radicales: hacer que los extremistas de cada bando hostiguen a los moderados es un viejo truco de terroristas y grupos belicosos.


















Bomberos con uniformes de protección químico-bacterológica se desinfectan tras investigar una carta con polvo blanco recibida en el Ministerio de Salud de Grecia. La alarma había cruzado el Atlántico en pocas horas

¿Es siempre Al Qaeda quien comete los atentados atribuidos a esta organización? Aunque no disponemos de datos para dudar de ello, parece que está extendiéndose una nube de escepticismo. Vayamos por partes. Y comencemos por reconsiderar la validez de la “estrategia de la franquicia” practicada por los ideólogos y líderes Al Qaeda. ¿Es tan eficaz, es tan imaginativa y exitosa? Posiblemente fue válida en una primera fase de la campaña de atentados, cuando la organización de acciones por parte de grupos autónomos de seguidores pero con alguna forma de coordinación y hasta diseño a partir de un Jalid Sheij Mohamed (detenido en su Pakistán natal en marzo de 2003) pudo dar la impresión de que Al Qaeda era una gigantesca organización, un ejército en la sombra de ámbito planetario. En cierta manera era la versión “verde” de la peor pesadilla de la Guerra Fría e incluso antes: la “conspiración roja” manejada desde Moscú. No cabe dudar de que este recuerdo le ha conferido una envergadura a Al Qaeda que, posiblemente, en nuestros días, está lejos de poseer.














Los empleados de correos de Brasil, fueron provistos con una protección más que dudosa ante la posibilidad de que cartas con antrax pasaran por sus manos. Este tipo de pánicos han hecho más por Al Qaeda que muchos atentados reales


Hasta ahora, los medios de comunicación occidentales han trabajado a favor de la campaña de Al Qaeda, atribuyéndole, sin cuestionarla demasiado, la supuesta autoría cualquier atentado o acción que pareciera llevar su sello: ataques suicidas, matanzas masivas de población inocente, formato espectacular o, simplemente, novedoso. Ahora las cosas parecen estar cambiando, la duda aparece. Pero es que, en realidad, la “estrategia de la franquicia” es susceptible de generar numerosos problemas críticos en la misma organización que la pone en práctica.

En primer lugar porque, siguiendo el manual del terrorismo moderno, Al Qaeda necesita de la prensa y sobre todo, la televisión occidentales; los medios de comunicación son un arma más, al servicio de la acción directa. Como cualquier otro grupo violento de esas características, el de Bin Laden cuenta con que los medias contribuyan a actuar como pregoneros y altavoces de sus ideas, magnifiquen el impacto de sus acciones, ayuden a generar confusión. Pero claro está: si un grupo terrorista no vinculado ideológicamente a Al Qaeda lleva a cabo una acción y reivindica el hecho en beneficio propio (por numerosas circunstancias oportunistas) los medios de comunicación no dudarán ni un instante en aceptar esa versión de los hechos; sobre todo, si el grupo terrorista ha tomado la precaución de recurrir a un modus operandi supuestamente similar al de los hombres de Bin Laden. A partir de ese momento, si Al Qaeda niega la autoría, pone en cuestión su “estrategia de la franquicia”; y si calla y otorga, casi peor todavía, porque estará contribuyendo a pudrir su plan estratégico de actuación, incluso a medio plazo. Y ese detalle, paradójicamente, es el uno de los talones de Aquiles operativos de Al Qaeda, que quizá no ha sido convenientemente explotado.

















Jalid Sheij Mohammed poco después de su captuta. Hasta 2003 fue, al parecer, el principal planificador y coordinador de los atentados de Al Qaeda



Se podrá objetar que pocos grupos terroristas estarían dispuestos a obrar de ese modo; bien por temor a las represalias de Al Qaeda, o porque pondría tras de sí a los potentes servicios de seguridad occidentales. Pero en la ya larga historia de los grupos terroristas existen numerosos ejemplos de acciones de provocación, grupúsculos descontrolados, líderes audaces dispuestos a jugarse el todo por el todo, oportunistas mil, simples perturbados y, cómo no, servicios de inteligencia (o secciones concretas dentro de ellos), gente muy profesional, en suma, sacando partido del río revuelto.

Por otra parte, la “estrategia de la franquicia” posibilita que las fuerzas de seguridad occidentales o de sus aliados se apunten, de vez en cuando, algunos tantos falsos pero que le vienen bien en sus campañas contrainsurgentes. Imaginemos –es un suponer- que un supuesto terrorista es abatido por la policía del país Y tras el atentado X, atribuyéndole una imaginaria militancia en Al Qaeda. En ese caso, la policía local del país Y estaría sacando un fácil provecho de una vulnerabilidad de Al Qaeda. Algo similar ocurrió a finales de los años cincuenta del siglo pasado en Sierra Maestra, Cuba, cuando las tropas del dictador Batista ejecutaban campesinos y ante la prensa los hacían pasar como guerrilleros del Movimiento 28 de Julio. Fue justamente por esa razón que Castro lanzó la consigna de que sus hombres se dejasen crecer la barba, a lo que dio amplia publicidad: era algo que las fuerzas de seguridad no podían improvisar y por lo tanto los castristas previnieron eficazmente un flanco débil en su campaña de insurgencia: el mediático. Parece difícil que Al Qaeda logre tapar esa brecha si continúa organizando sus campañas en torno a la “estrategia de la franquicia”; y, de otro lado, ahora es ya tarde para hacer tabla rasa y comenzar con otra nueva.












Estremecedora imagen de algunas mujeres comando muertas en el asalto de las fuerzas especiales rusas al Teatro Dubrovka en Moscú, octubre de 2002. El local había sido tomado por radicales chechenos. A pesar de que eran conocidas las relaciones de algunos grupos islamistas y nacionalistas chechenos con al Qaeda, la prensa occidental nunca los consideró parte de la estrategia de la franquicia. Sin embargo, los yihadistas sí los presentaban de esa forma. Las conveniencias políticas han influido mucho en la catalogación de lo que son o no atentados de Al Qaeda por la prensa occidental.


En realidad, con su “estrategia de la franquicia”, Al Qaeda inauguró un enorme bazar del terrorismo, donde cualquier profesional del ramo, tendencias ideológicas o motivaciones reales al margen, puede llevar a cabo la acción que le interese, reivindicarlo (más o menos explícitamente) en nombre de Al Qaeda y aprovechar como mejor le parezca el impacto que tiene esa trade mark. Por ello, más que nunca, es necesario que para evaluar a quién corresponde la autoría de un atentado, debamos preguntarnos, antes que nada: Qui prodest?. ¿A quién beneficia? Y a continuación, las fuerzas de seguridad han de ponerse a buscar, sobre todo, al responsable operativo de la acción.

Etiquetas: , , , ,