domingo, marzo 11, 2007

11-Milošević















Slobodan Milosevic llega a la prisión de Scheveningen en la noche del 28 de junio, 2001


Una superstición serbia dice que el día 28 de junio, día de San Vito (Vidovdan) suelen acaecer sucesos sorprendentes y muchas veces, infaustos. Esa fecha corresponde al día en que tuvo lugar la batalla de Kosovo Polje, en 1389, cuando los ejércitos serbios sufrieron la decisiva derrota ante las fuerzas otomanas conquistadoras de Murad I. Quizás el 11 de marzo empieza a competir con el 28 de junio, a la vista de la coincidencia entre un atentado terrorista de alcance internacional y la muerte de Slobodan Milošević, persoanlidad central en los conflictos del occidente balcánico a fines del siglo XX. Ha pasado ya un año desde ese suceso y nada nuevo parece haberse añadido a las sombrías sospechas sobre el suceso o al impacto que tuvo sobre el intento de construir una legalidad internacional centrada en Europa. A continuación se reproducen tres artículos firmados por el autor de este blog: dos de ellos publicados, el tercero sale ahora a la luz tras ser rechazado por "El País".



Muerte anunciada e inoportuna, "El Periódico", 12.03.2006

La muerte de Slobodan Milošević en su celda de La Haya fue una pesadilla anunciada para los cada vez más escasos profesionales de la jurisprudencia y la política que seguían su juicio con una mínima asiduidad. En efecto, el proceso contra el mandatario serbio era la joya de la corona de una nueva justicia internacional que ya quedó un tanto tocada cuando se permitió que Saddam Hussein fuera juzgado en Irak y no en La Haya. Además, muchos otros estadistas susceptibles de ser encausados, nunca fueron ni siquiera molestados. En el juicio de Milošević las pruebas no solían ser muy concluyentes y algunas acusaciones, como la de genocidio, resultaban indemostrables. Y sobre todo, la duración: el juicio estaba resultando larguísimo, interminable. Eso era restarle contundencia y sobre todo, propiciar que ocurriera lo que al final sucedió: la muerte del acusado.


El general Ratko Mladic. Cabe la posibilidad de que este personaje tuviera que ver en alguna medida con los sucesos que confluyeron en la muerte de Milosevic. E incluso en la de Babic


Por si todo ello no fuera suficiente, el suceso acaece a los pocos días de que Milan Babić fuera encontrado muerto en su celda, tras haber cometido suicidio. Éste reo había sido presidente de la fantasmagórica República Serbia de la Krajina, una entidad que había surgida en Croacia en los comienzos de la guerra, allá por el verano de 1991. No se entiende muy bien qué pudo inducir a Babić a suicidarse, porque de hecho terminó siendo una víctima de Milošević y estaba en La Haya para testificar en su contra. Pero el suceso recibió una muy escasa cobertura mediática: buena muestra del desinterés que genera la justicia internacional en la sociedad. Y quizá también entre los mismos responsables del juicio. ¿Cómo puede ser que logre suicidarse un prisionero en una celda de alta seguridad?¿Cómo no se controló más estrictamente la salud de Milošević, cuyos problemas cardiacos eran bien conocidos?

La dejadez, el hastío, revelan hasta qué punto el proceso contra el estadista serbio poseía un componente de espectáculo que falló desde el comienzo, cuando el mismo acusado demostró ser capaz de defenderse a sí mismo con inesperada eficacia. Y a partir de ahí, la suerte del resto de los reos serbios en el TPIY pasó a depender de complejas negociaciones sobre lo que debían o podían testificar en función de las conveniencias de la acusación contra Milošević. Muy posiblemente, la odisea de Radovan Karadžić y Ratko Mladić tuvo que ver con esto: resulta realmente muy extraño que no hayan sido capturados desde 1995 escondidos como están en países tan pequeños como Bosnia, Montenegro o Serbia, y estrechamente vigilados por los servicios de inteligencia occidentales. Precisamente, la muerte de Milošević acaece después de unos meses de tira y afloja sobre la posibilidad de que el general Mladić se entregara a la corte internacional; el último rumor desmentido, hace pocas semanas. El quid de la cuestión podría residir en que el testimonio del militar serbio, de triste memoria, no habría implicado a Milošević en la matanza de Srebrenica y otros crímenes de guerra similares. Otro gol para la acusación y un triunfo para la defensa del ex mandatario serbio, que se vería reflejado al final en una sentencia mucho más suave de la esperada.



Heather Cottin, miembro del comité norteamericano de apoyo a Milosevic, en una manifestación de apoyo al estadista ante el tribunal de La Haya. Las asociaciones internacionales que lo apoyaban solían estar integradas por militantes de la izquierda comunista radical










Explicado así, parece que la muerte de Slobodan Milošević haya sido bien oportuna. Sin que el juicio llegue a su culminación, pervivirá internacionalmente la imagen que se tenía de él en 2001, cuando fue detenido. Ciertamente que en Serbia no tardará en surgir un culto a su figura como mártir de la “injusticia internacional”. Pero eso también iba a suceder una vez fuera leída la sentencia. Y al fin y al cabo, bien poco peso internacional tiene la opinión pública serbia: que digan lo que quieran aquellos que lo llorarán, que ya son bien pocos. Pero quien piense así caerá en aquello del “pan para hoy y hambre para mañana”. Los juicios y suicidios de jerarcas nazis en Nuremberg, tras la Segunda Guerra Mundial, no son un precedente comparable, porque Alemania había quedado destruida y ocupada, y no contaba ya nada en la política internacional, ante unos vencedores unidos en el interés por erradicar el nazismo. No es el caso de los juicios contra los criminales de guerra en la ex Yugoslavia. Los procesos a estadistas han de ser preparados con una perfección técnica superior a la requerida por los reos de derecho común, porque normalmente, un ex presidente tiene recursos para defenderse que son superiores a los de un ratero o incluso un estafador. Entre otros, la posibilidad de desvelar datos muy delicados que pueden salpicar a estadistas de las grandes potencias.















Un momento de relajación en pleno juicio ante el TPIY. Milosevic fue un político con una extrema confianza en sí mismo. No lo hizo mal como abogado, cuando actuó en su propia defensa.





Slobo: un epitafio político, "La Vanguardia", 12.03.2006

Los relatos que describen a Slobodan Milošević como una persona dotada de una enorme frialdad o una inteligencia diabólica son sólo un reflejo del sensacionalismo de ciertos medios. “Slobo” era un hombre notablemente común y corriente, parecido a los que podemos encontrar cerca de nosotros mismos, en nuestro trabajo, entre el vecindario, en el grupo de conocidos que frecuentamos habitualmente.

¿Qué fue entonces lo excepcional de Milošević, qué le proyectó de forma imparable hacia el poder? En primer lugar, una acentuada confianza en sí mismo, muy superior a la que cualquier persona tiene en sus capacidades. Eso terminaría siendo también su perdición, pues hasta el último momento creyó que lograría jugar contra el resto del mundo. Después, una desconcertante capacidad para ir combinando, según le convenía, las diferentes facetas de su personalidad. Una parte de ese componente provenía de su pasado como cargo importante en la Liga de los Comunistas de Yugoslavia: Slobo era un comunista y lo fue hasta el final. Pero a la vez, era un admirador de cierta imagen de eficacia occidental que se resumía a la perfección en los Estados Unidos. Milošević admiraba ese país, sobre todo a raíz de los viajes que hizo cuando estaba al cargo de un importante banco yugoslavo. Y eso se notó claramente durante las conversaciones de Dayton, en 1995. Por último, Slobo era además un serbio procedente de una oscura ciudad de provincias y en ocasiones también extrajo recursos de ahí, especialmente cara a los que le votaban o apoyaban en su país. La combinación de esos tres elementos de su personalidad hacían de él un político muy impredecible en su época, tanto para los extranjeros como para los mismos serbios.


















Firma del Tratado de Paris, que concluyó la guerra de Bosnia, 1995. Fue uno de los momentos de mayor gloria de Milosevic, coronado como estadista internacional y personaje clave en las conversaciones de Dayton. A la derecha de Milosevic, Felipe González


Esos recursos le sirvieron para gobernar de forma autoritaria sin llegar a imponer un régimen totalitario. En efecto, Slobo no gobernó como un dictador; pura y simplemente no podía hacerlo, porque nunca dispuso de los medios para instaurar una dictadura. Entre el Ejército federal y él no existía la mutua confianza necesaria para dar un golpe conjunto o para que las fuerzas armadas colaboraran. Posiblemente se hubiera desencadenado una guerra civil entre serbios, y a eso no quería llegar nadie.

En consecuencia, Slobo hubo de echar mano de sus recursos, capacidades y un estilo propio que en parte recordaba su pasado de político formado en las conspiraciones de la Liga, pero también de su formación jurídica. En efecto, a veces gobernó como un abogado tramposo, logrando la proclamación de leyes que le convenían para forzar después su interpretación; o haciendo juegos malabares con los votos y los porcentajes. La derivación nefasta de todo ello fue su tendencia a métodos gangsteriles, como el recurso a "hombres para todo" capaces de organizar palizas o armar grupos paramilitares como los que actuaron en Bosnia. Pero nunca fue un hombre de uniformes fantasiosos, como el nacionalista Tudjman: Slobo era de traje y corbata, un líder de despacho al que no le hacía ninguna gracia visitar hospitales o provincias irredentas. Jugó a ser caudillo carismático, pero en cuanto pudo representó ese papel desde la televisión; las grandes tribunas al aire libre fueron una temprana excepción. En tal sentido, su forma de gobernar siempre estuvo hecha a base de reuniones cortas, preparadas de antemano y en las que no se discutía. Si alguien expresaba alguna disensión era convocado más tarde, a solas. El poder que ejercía Slobo no se ayudaba con ruidosas oficinas, activos grupos de trabajo y equipos de consejeros.













Corbata y americana bajo el calor: el célebre discurso de Milosevic en Gazimestan, Kosovo, 28 de junio de 1989


En realidad, nada de esto era tan específico de Milošević; tampoco estaba enraizado en la forma serbia de concebir la política, si es que existe tal cosa. En toda Europa del Este, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se sucedieron regímenes políticos similares al de Slobo, que algunos historiadores denominan "de democracia vigilada" o "congelación de la democracia". El parlamento continuaba funcionando, pero los partidos representaban cada vez menos a los ciudadanos, éstos veían sus derechos restringidos; la prensa seguía siendo independiente pero recibía duros golpes, el presidente o proto-dictador se imponía mediante subterfugios legales y políticos y, ocasionalmente, la fuerza bruta. Tal ocurrió en la Hungría o la Polonia del periodo de entreguerras.



Colección de sellos conmemorativos relativos al sindicato polaco Solidaridad. Los motivos religiosos hicieron causa común con las reivinidcaciones obreras y todo ello articuló la recuperación de un nacionalismo agresivamente anticomunista del que surgieron los actuales gemelos Kaczynski







Más cercanas en el tiempo, son las comparaciones entre el lenguaje político utilizado o instrumentalizado por Milosevic y el de su misma época. A mediados de los 80, los brotes de nacionalismo en Europa oriental -con toda la carga de "peligrosidad" que se le daba desde Occidente- tenían ya unos cuantos años. Se puede decir que todo comenzó de forma muy clara y explosiva con el nacionalismo de raíz católica reactivado en torno al sindicato Solidaridad en Polonia desde 1980. Procesiones con popes o el dramático periplo de los restos del príncipe Lazar que se vivieron en Serbia en la segunda mitad de esa misma época, tuvieron de hecho su precedente y equivalente en las emotivas misas y confesiones públicas celebradas en los astilleros de Gdansk, las peregrinaciones al santuario de Częstochowa o el delirio colectivo provocado por la visita del Papa Karol Wojtyla en junio de 1979. Los medios de comunicación occidentales se extasiaron ante la resurrección de la catolicidad anticomunista, símbolo eterno del nacionalismo polaco, y se mofaron de la ortodoxia balcánica convertida en bandera del nuevo nacionalismo serbio (y rumano o búlgaro). Pero en realidad formaban parte de un mismo discurso político.

Cuando en la primavera de 1987 Slobo dio su célebre discurso en Kosovo, las cosas habían evolucionado mucho en todo el Este. Por aquella época, recién comenzada la "perestroika" en la Unión Soviética, el desencanto con los regímenes comunistas estaba ampliamente extendido en toda la mitad oriental de Europa, entremezclado con las crisis económicas que se vivían en varios de ellos. En consecuencia, algunos líderes comunistas recurrieron a resucitar antiguas o nuevas consignas nacionalistas buscando movilizar a la ciudadanía o, al menos, un respaldo popular a las necesarias reformas que solían tener mucho de impopular. Desde occidente ese renacimiento del nacionalismo en el Este fue calificado de forma positiva o negativa según las circunstancias o las conveniencias, como había ocurrido con el nacionalismo de base católica a comienzos de los ochenta.


El dirigente comunista húngaro Imre Pozsgay recurrió al nacionalismo para reactivar el entusiasmo popular por el partido comunista, más o menos por la misma época en que Milosevic hacía lo mismo. Pozsgay agitó la situación de la minoría magiar en Transilvania y Milosevic la de los serbios en Kosovo.




En definitiva, Slobo no era un hombre tan alejado de su época ni de su contexto cultural; tampoco era ajeno al ambiente social en el que vivió y creció durante los primeros años de su carrera. Parece ser que incluso se sentía cómodo en el arrabal de bloques que era Novi Beograd, donde vivió nada más llegar a la capital.

Por lo tanto, el epitafio político y personal de Slobodan Milošević podría ser el siguiente: gobernó a la última Yugoslavia como si fuera una gran potencia internacional. Con la audacia, arrogancia y brutalidad con que los grandes estadistas manejan sus grandes estados todopoderosos. Pero resultó algo así como conducir un pequeño SEAT (o Zastava) 600 en los grandes circuitos de carreras, con aspiraciones a que hiciera el papel de un fórmula 1. Aún así, obtuvo resultados más allá de lo que cabría esperar. Pero fue perdiendo piezas por el camino y el desastre final, para Serbia, y para sí mismo, fue de considerables proporciones.

Una de las fotos más originales de Milosevic y en cierta manera, también una de las más representativas





La última pirueta del supervillano, rechazado por "El País"


El fallecimiento de Slobodan Milošević en su celda de la prisión de Scheveningen y el abrupto final del juicio que se seguía contra él en el Tribunal penal internacional de La Haya, han sido casi unánimemente calificados en la prensa europea como de serio inconveniente para lo que debería haber sido una nueva justicia internacional erigida sobre las ruinas del mundo bipolar de la Guerra Fría. Al margen de que el juicio estuviera mal o bien planteado, es innegable que las cosas en la prisión de Scheveningen no funcionaban como es debido. No resulta fácil justificar lo que parece flagrante negligencia que llevó al suicidio de dos detenidos: primero el de Slavko Dokmanović, y ahora, el de Milan Babić , pocos días antes de que falleciera Milošević, detalle revelador que se ha metido bajo la alfombra en una buena parte de los periódicos occidentales. Lo llamativo del caso Babić es que no se entienda la lógica que subyace al suceso, dado que terminó siendo una víctima de Milošević y como tal iba a declarar en contra de su antiguo protector. Pero la ingesta de medicinas no controladas por el ex presidente serbo-yugoslavo no puede disimularse fácilmente como rocambolesco complot por parte del fallecido: el asunto central es que, al parecer, nadie detectó la entrada de tales medicamentos en una prisión de alta seguridad, ni su ingesta reiterada por parte del reo más importante.


Milan Babic: los periódicos españoles, y entre ells "El País", pasaron de largo sobre su suicidio en la prisión de Scheveningen. Posiblemente, consideraron que no resultaba significativo el hecho de que tuviera lugar pocos días antes de la muerte de Milosevic. O quizá pensaron lo contrario.








Por lo tanto, intentar justificar moralmente que de una forma u otra, Milošević es el culpable de lo ocurrido, antes de saber lo que realmente ocurrió, viene a ser postura de beata colocando moralinas, lo cual, como mínimo, resulta poco útil para analizar lo sucedido y sus consecuencias reales. Aplaudir la pena de muerte por intercesión divina no es sino una forma de añorar su aplicación terrenal, sin tener el valor de pedirla. O sea: es ponerse a la altura de Milošević o de algunos de sus adversarios en las repúblicas vecinas, que sí la aplicaron. El tiempo dirá si el mandatario serbio estaba en situación física de planear rocambolescas fugas en la mejor tradición cinematográfica del género, lo cual tampoco disculparía en absoluto la relajada seguridad de la cárcel holandesa. Pero lo cierto es que su fallecimiento, incluso por las causas más naturales que imaginarse puedan, es una mala noticia para Europa, y así lo ha comentado la gran mayoría de la prensa del continente. Porque el Tribunal Internacional de La Haya es una institución de factura básicamente europea, y el varapalo que ha recibido no deja de ser un golpe más al prestigio de las instituciones continentales, en una época en la que éstas vienen siendo muy cuestionadas. El efecto negativo de lo ocurrido en Scheveningen se amplifica, si cabe, por el hecho de que desde Europa se ha criticado –y con razón- la formaen que más allá de nuestras costas se hace justicia en la lucha contra el terrorismo internacional. Por estos pagos, no podemos caer en tales errores; y mucho menos, intentar disimularlos con disculpas que a veces rondan la frivolidad o que traen ecos de un tipo de “complot balcánico” al que Milošević y los suyos eran tan aficionados.


















Los expertos en jurisprudencia fueron muy críticos con Carla del Ponte y su estrategia en el proceso a Milosevic. Puede que su larga duración tuviera una influencia decisiva en el fallecimiento del reo, físicamente debilitado. Pero desde luego, la fiscal no supo prever que esa posibilidad pudiera tener lugar, lo que constituyó un golpe demoledor al intento de poner en marcha una justicia internacional. Y aún así, no dimitió: sigue siendo una de las escasas figuras del grupo inicial de juristas que continúa actuando en los procesos del TPIY



En cuanto a éste, ya ni siquiera es tema para juristas: ha pasado definitivamente al dominio de la historiografía. Y desde ese punto de vista es posible analizar la responsabilidad del sensacionalismo mediático y político en la agudización de un problema político. Podría denominársele la “teoría del supervillano”: al exagerar tanto la maldad de un determinado estadista, al marcar las tintas sobrepasando incluso las líneas editoriales y convertirlo en esperpento, la figura del supervillano se hace increíble para una parte importante del público consumidor. Ese efecto paradójico marcó casi toda la vida política de Milošević, e incluso las circunstancias de su muerte. Pero también parece haber tenido una gran responsabilidad en lo mal llevado que fue el juicio, con una fiscalía que se obcecó en probar infructuosamente la acusación por genocidio y en generar un monumental precedente histórico que se prolongó durante cuatro años. Milošević tuvo la habilidad de utilizar a su favor la desmesura del juicio, hasta el punto de que el pasado mes de diciembre él mismo rechazó la separación del proceso sobre Kosovo que hubiera supuesto una rápida sentencia en firme sobre una parte del total. El resultado es que, como señalan los expertos internacionales cercanos al TPI, el reo ha muerto sin poder probar su culpabilidad. Algo, que lógicamente, ha sentado muy mal a sus víctimas.




Una viñeta francesa, ciertamente grosera, pero muy descriptiva de lo que supuso la muerte de Milosevic para el TPIY







Por lo tanto y ahora que los únicos jueces de Milošević serán los historiadores, se impone desechar las consignas y recuperar cierto rigor en el análisis. Hace días, y tras equivocarse reiteradamente en la fecha en la cual Milošević viajó a Kosovo por primera vez, iniciando así su estrategia de apoyarse en el emergente nacionalismo serbio, un académico escribió en esta misma sección que era una “candorosa superstición” suponer que “desde 1986” –en realidad 1987- Milošević buscaba preservar el estado yugoslavo. ¿Todavía nos manejamos con artículos de fe? Han pasado casi veinte años: el dato se tiene o no se tiene, no es una cuestión de creencias o supersticiones. En definitiva, está fuera de lugar que sigamos luchando en guerras del pasado para justificar las torpezas del presente. Ya no podremos utilizar a Milošević para tapar el desastre que ha sido la justicia internacional; ni tampoco para echarle las culpas sobre la parálisis política, institucional y económica de Bosnia y Kosovo. Occidente ha de asumir su importante cuota de culpa en lo sucedido, sobre todo para enmendar los errores y construir un futuro viable para los afectados.

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