domingo, febrero 11, 2007

Doble rasero + hechos consumados = Kosovo (y 2)

El 20 de marzo de 2004, una turba de adolescentes albaneses asaltó y quemó la Iglesia de San Sava (Kosovska Mitrovica) sin que las tropas francesas de la OTAN en Kosovo (KFOR) hicieran nada por impedirlo. El contingente alemán raccionó de la misma forma pasiva en Prizren. La actitud de la OTAN en Kosovo, asimilada a su cuestionada eficacia militar en Afganistan, no parecen una garantía muy firme para mantener la paz social en misiones de ingerencia





El editorial de “El País” del pasado 8 de febrero venía a decir que esta vez los serbios no podrán eludir el trágala con el plan de Ahtisaari para Kosovo. Incluso Rusia, interpretaba el rotativo, “entiende que no puede haber una solución muy distinta de la actual”. Y continúa remachando, el autor del editorial: “Como debería entenderlo Belgrado. Todo retraso es absurdo, doloroso y muy caro para todos”. El editorial, claro está, no preveía las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Ivanov, dos días más tarde, en Sevilla, durante la última cumbre de la OTAN. Controvertidas afirmaciones, desde luego, pero también con un punto de razón: “No juguemos a ser dioses” – afirmó Putin al día siguiente en Munich, en referencia a la cuestionada forma de presentar el plan para Kosovo, por separado, a cada una de las partes, sin contar con el diálogo directo entre ellas.




Obra destructiva concluida: la Iglesia catedral de San Sava tras los incendios y saqueos




En pocas horas, la situación se ha torcido en Kosovo. Como era de esperar, como pronosticó Jean-Arnault Dérens en su artículo ya citado, los extremistas albaneses del movimiento Vetëvendosje (Autodeterminación), liderados por Albin Kurti, la armaron ayer en Pristina, con un balance de 70 heridos. Según
declaraciones publicadas por “El País”, el activista proclamó antes de la marcha: "Nos dicen que podemos tener una bandera, símbolos nacionales y un himno. Eso lo tienen hasta los equipos de fútbol (…) El plan no crea un Estado independiente y soberano. Divide Kosovo en dos entidades: una de mayoría albanesa, gobernada por la UE, y otra de mayoría serbia, gobernada por Belgrado". Si, se mustian los “optimismos orgánicos” expresados por aquellos medias occidentales que siguen buscando varitas mágicas para los Balcanes basadas en el doble rasero y los hechos consumados.

Por lo tanto, los albaneses ya han comenzado a rechazar el plan. Por su parte, los serbios (los locales y los de Belgrado) también han aprendido mucho desde 1999 (incluso desde 1991), y ahora vienen desplegando una estrategia parecida a la que mantuvieron los albaneses durante décadas. Como ellos, se muestran tozudos e intratables en la persecución de sus objetivos. Bloquean las posibilidades de llegar a acuerdos, no aceptan nada que no coincida con sus planes, se atrincheran y aguantan. Es una carrera de fondo, ellos van a seguir allí cuando los mediadores internacionales y potencias intervinientes se hayan ido. Y estos ya se muestran impacientes por hacerlo, o al menos, por ir desarrollando salidas al final del túnel. De ahí esa frase de aquel ya lejano editorial de “El País” (8 de febrero), referido a lo absurdo, doloroso y “caro” que resulta el “retraso” en aceptar un plan que, guste o no, una de las partes deberá asumir.















Bajas entre los manifestantes ultranacionalistas del movimiento Vëtevendosje, 9 de febrero, 2007. Ellos también rechazan el plan de Ahtisaari en base a la soberanía limitada que otorga a un Kosovo teóricamente independiente. Fotografía publicada por "El País"



He aquí un buen ejemplo de doble rasero. Las dos frases del editorial de “El País” podrían haberse publicado en cualquier diario serbio allá por 1993 ó 1994, referidos al gobierno de Sarajevo o a los musulmanes bosnios. ¿Por qué no aceptan la inevitable derrota ante los serbios? Al fin y al cabo, hubiera razonado “Politika” (por ejemplo) “no podría haber una solución diferente" a la existente en Bosnia en esos duros años. Pero no fue así, y por entonces las mismas potencias que entonces respaldaron a las autoridades de Sarajevo contra esa lógica, se la empaquetan a Belgrado en el plan de Ahtisaari.

¿Significa eso que el proyecto es injusto, mal pensado, mal intencionado? En modo alguno. Pero a estas alturas ya empieza a quedar claro que es un plan en parte ingenuo y también muy autolimitado en sus objetivos. Aparentemente, contempla un exquisito trato democrático hacia las minorías nacionales de Kosovo, entre las que no sólo se encuentran los serbios, sino también los gitanos, los turcos, los
ashkali, egipcios, gorani y hasta 300 croatas de Janjevo. El plan define a Kosovo como una sociedad multicultural, se habla incluso de crear una nueva bandera “a la Bosnia”, con inclusión de los símbolos nacionales de todos (¿también de la microminoría croata y de los gitanos?). Incluso se menciona la descentralización administrativa, inspirada en el ejemplarizante modelo de las islas Åland, que durante mucho tiempo fueron territorio de disputa entre Suecia y Finlandia.

Iglesia de Marihamn, en las Islas Aland. La bucólica estabilidad social de los países nórdicos es un referente casi utópico para un plan de paz aplicable a Kosovo




Pero en ese punto, que es central, el documento de Ahtisaari presenta importantes problemas. De un lado, que la autonomía que se otorgaría a los ayutamientos y enclaves serbios de Kosovo sería más amplia que la que poseen la Republika Srpska en Bosnia. Si es así, resultaría muy difícil creer que los albaneses van a aceptar esta cantonalización tardía, que llega tarde y pudo haber funcionado en 1999 ó 2000. Por otra parte, también resulta difícil de creer que la "comunidad internacional" o la OTAN serán capaces de respaldar o defender una tal autonomía cuando hace tan solo tres años fallaron estrepitosamente en impedir el pogrom antiserbio. Recordemos aquellas escenas sorprendentes: los soldados franceses y alemanes de la KFOR no movieron un dedo para impedir que algunos de los santuarios más sagrados de los serbios fueran incendiados por turbas de adolescentes albaneses. Tampoco en 1999 ni despues, supieron impedir la limpìeza étnica de decenas de miles de serbios. Además, la administración internacional de Kosovo ha ido abandonando los mínimos que ella misma había fijado en 2003 referidos al retorno de esos desplazados y refugiados, así como la libertad de circulación para los ciudadanos de la provincia.
Pero una vez más, el problema central, el que debe de ser solucionado no es el texto, sino las formas, el verdadero y real talante democrático. Eso ha fallado en Kosovo y anterioremente en Bosnia. De momento sólo ha ido bien en Macedonia, porque los negociadores occidentales trataron por un igual a macedonios y albaneses. Lo que debe ser solucionado en Kosovo es un problema de relaciones, no de retórica legal. No se trata de hacer una hermosa boda, con mucho boato, coros infantiles y meloso sermón del cura. La clave está en conseguir que aquellos que fueron cónyuges recobren un mínimo de confianza en sí mismos para sacar adelante a los restos de la familia, por el bien de los hijos. Y hoy, a tres años vista de los graves sucesos de 2004, ¿qué garantía existe de que la tutela internacional pueda recostruir los puentes rotos?


Joven, demócrata y claramente pro occidental, el presidente Boris Tadić está, políticamente y humanamente, en las antípodas de lo que representaba Slobodan Milošević






El problema reside en que Kosovo es el doble rasero hecho nombre, y convertido en reino del hecho consumado. Y cuando en algún rincón del mundo un grupo de potencias aplican la fórmula “doble rasero + hecho consumado” el resultado puede ser, en el peor de los casos, el infierno de Irak. Y en el mejor, la parálisis social institucional y económica perpétua. En medio de todo ello, otra posibilidad negativa: el encogimiento de hombros de las partes y esa espera tan balcánica –unos pocos años, quizás una generación tan sólo- para volver a armarla y que esta vez gane el mejor o el más fuerte.

Kosovo es aún peor que Bosnia. ¿Por qué? Porque en la antigua república ex yugoslava se buscó una solución en la que no hubiera ni vencedores ni vencidos, en la que serbios, musulmanes y croatas pudieran sentarse a negociar en una misma mesa y con las sillas al mismo nivel. En Kosovo no se hizo tal cosa: hubo unos vencedores por KO: los albaneses. Y unos vencidos, los serbios, que fueron perseguidos, expulsados, masacrados y, finalmente, acantonados en algo parecido a las reservas indias. A pesar de estar separados por muy pocos kilómetros y de responder la intervención occidental (en teoría) a un supuesto similar al de Bosnia, la solución arbitrada fue muy diferente. ¿Por qué? Ah, una pregunta incómoda. Cuando se ponía sobre la mesa, nadie parecía saber responderla.

La solución pasaba por entender qué había motivado la intervención internacional en Kosovo. ¿Terminar con los combates entre la guerrilla del UÇK y las fuerzas de seguridad serbias?¿La humanitaria misión de acabar con los sufrimientos de la población civil albanesa? Eso es como relatar una historia comenzando por su mitad. En 1996 e incluso en 1997, las potencias occidentales ignoraban olímpicamente que en Kosovo se estaba cociendo una guerra. No querían saber nada de las acciones terroristas lanzadas por el UÇK contra las fuerzas de seguridad y los organismos administrativos serbios así como los “colaboracionistas” albaneses. Les importaba un pimiento la desastrosa situación social y económica de la provincia, la mano dura de las autoridades serbias, los cambalaches entre mafias locales, serbias y albanesas. Kosovo era un pozo de problemas, sin fondo, y ya habían tenido bastante con solucionar (al menos de momento) la guerra de Bosnia. No: la intervención de 1999 tuvo como objetivo principal destrinar a Milošević, que para entonces parecía haberse convertido en una fuente de problemas. Se calculó que una derrota militar en Kosovo lo hundiría políticamente y de paso pacificaría la zona. Pero no fue así: los bombardeos de la OTAN aglutinaron a los serbios y Milošević sobrevivió más de un año en el poder, haciéndose necesarios nuevos esfuerzos e ingentes gastos (sobre todo norteamericanos) para sacarlo de enmedio.


Fuerzas serbias del Ministerio del Interior se retiran desafiantes de Kosovo, 14 de junio de 1999, haciendo el signo de la victoria. La intervención de la OTAN en la provincia no logró hundir el régimen de Milošević





Debido a que el objetivo de la intervención en Kosovo no fue solucionar el problema político y social de la provincia y no hubo opción a la negociación entre las partes, se optó por imponer cualquier solución, tanto a los vencedores como a los derrotados. De hecho, ni siquiera hoy se permite que negocien las partes entre sí. No se contempló la posibilidad de un acuerdo bilateral negociado entre Pristina y Belgrado a fin de lograr un estatuto final para Kosovo. A cambio de ello, Ahtisaari debe escuchar y negociar separadamente con unos y otros.

En fin: doble rasero y hechos consumados. Fácil es entender que los serbios, todos, adoptaran una posición defensiva y poco abierta al diálogo en la cuestión de Kosovo. Máxime cuando la célebre resolución 1244 de las Naciones Unidas, en base a la cual se firmó la paz en la primavera de 1999, contemplaba que el territorio continuaría siendo una provincia serbia. Pero ni siquiera eso fue respetado y hoy impone el cambio, la abolición de la 1244, y la aprobación de otra nueva que consagre la independencia real o neo de Kosovo: el colmo del “double standard” y la "politique du fait acompli". La guinda final ha sido presentar el plan de Ahtisaari después de las elecciones serbias, cuando aún no se ha formado ningún gobierno: le han complicado la vida sobremanera a los partidos más democráticos y pro occidentales, posiblemente con la mala idea de que al no existir ni siquiera un gobierno fuerte en Belgrado, será más fácil imponer el proyecto.

Por lo tanto, no es de extrañar que tampoco los serbios no vean nada clara la situación, ni el plan ni la actitud de las potencias occidentales, que ahora le susurran a Belgrado golosas promesas de integración en la UE y ¡flop!, final de todos los problemas. Pero claro, las políticas de doble lenguaje siempre terminan por pisarse los cordones de uno u otro zapato. Enseguida hizo su aparición Carla Del Ponte convertida en una hidra, clamando contra cualquier promesa hecha a Belgrado que no contemple antes la captura y entrega al TPIY del general Ratko Mladić."Sería nefasto para el tribunal y la justicia internacional"- largó en uno de sus recientes viajes por aquí y por allá. En realidad hace tiempo que ella misma resulta nefasta para el Tribunal Penal Internacional y su credibilidad, y dado que no ha dimitido tras el fallecimiento de Milošević en marzo del año pasado, que marcó el fracaso total de su estrategia procesal y mediática, no estaría de más que las negociaciones por el plan de Ahtisaari terminaran de desautorizarla. El TPIY tiene todo el aspecto de ser ya un juguete roto y como tal ha quedado en un segundo o tercer plano. Pero de momento, sigue desempeñando el papel de espejo de la bruja para las grandes potencias y sus dobles lenguajes según sople el viento.

En cualquier caso, los serbios, tanto los de Belgrado como los de Kosovo, saben perfectamente que debido a las propias torpezas de las grandes potencias occidentales, guardan algunas cartas en la manga. Una de ellas es que la OTAN necesita algún resultado positivo en alguna de sus misiones internacionales, después de los patinazos que está dando en Afganistán. Por lo tanto, no es de extrañar la firmeza de Boris Tadić ante Ahtisaari, ni que los serbios se hayan enrrocado ante el plan; y menos aún cuando Putin ha expresado públicamente y sin dobleces que piensa vetar la aprobación del plan en el Consejo de Seguridad si no le convence. Y esto si que es una actitud de gran potencia en busca de su propia política exterior.

25 de septiembre, 2006. Un helicóptero retira los restos de un soldado italiano de la OTAN, muerto en un atentado en Afganistán




Por otra parte, la presencia internacional en Kosovo es cara. Supone pagar los gastos de misiones militares civiles, programas de reconstrucción y sueldos muy elevados a funcionarios y expertos desplazados a la zona. Son ya ocho años de desembolsos, que en muchos casos han sido escasamente productivos, hay cansancio y deseos crecientes de ir delegando responsabilidades en los kosovares. De otra parte, la enorme acumulación de contradicciones hace que, cada día que transcurre, crezca la posibilidad de incidentes, de crisis o de errores fatales. La única manera de deshacer muchos de los nudos inextricables que se han liado, consiste en ir pasando página. En ese contexto, los serbios pueden jugar con ventaja a bloquear y detener ese proceso de retirada.

En definitiva, parece que el problema de Kosovo no está tan próximo a la resolución como dan a entender muchos periódicos occidentales por el mero hecho de que está en juego el término "independencia", que era lo que los albaneses querían y los serbios rechazan. Los medios siguen manejando viejos fetiches: no sólo por el hecho de que la independencia -aún total y sin cortapisas- no necesariamente ha de ser por sí misma la panacea a los problemas de Kosovo, que amenaza con seguir siendo la Bangladesh europea. Es que, además, lo que resulta completamente anacrónico es el planteamiento de que Kosovo puede ser un "precedente" o un "modelo" soberanista. Desde hace dieciséis años se ha sucedido un verdadero desfile de modelos; y aquí en España, si el aluvión de 1991 no tentó realmente a vascos o catalanes para convertirse en lituanos, eslovenos o croatas, poco debe esperarse de un “precedente” albanés para llegar al cual fue necesaria una dura guerra. Además, como se explicó en el post anterior, es un error suponer que el Consejo de Seguridad puede conceder legalmente la independencia a un territorio; es que además, en pleno 2007 la cuestión no es si la UE debe convertirse en un gran estado nación decimonónico con sus frontera, su moneda y su ejército; tampoco lo es la permanencia a toda costa de estados nación cada vez más pequeños y vulnerables, cada uno con su pequeño tramo de frontera, su magro ejército y su breve emisión de euroscon la efigie del preboste local. Esa no es en absoluto la cuestión que sugiere Kosovo.

En cambio si lo es la polémica sobre si Europa occidental debería darle cancha política a sus propias minorías étno-religiosas. ¿Habría que pensar que es imposible un Partido de los Magrebíes en Francia?¿De los pakistaníes en Reino Unido?¿De los turcos en Alemania y los marroquíes en España? Desde luego es un triunfo del doble lenguaje que se esté discutiendo sobre si la bandera de un territorio medio soberano del tamaño de la provincia de Valencia debe aceptar los símbolos nacionales de una minoría compuesta por 300 personas, mientras queda en la penumbra el inevitable debate sobre la ciudadanía europea, el derecho de voto de los inmigrantes o los ciudadanos de países miembros sometidos a apartheid, como es el caso de los rusos en Letonia.


El mencionado editorial de "El País" y el artículo de Jean-Arnault Dérens coinciden en un punto: la solución al problema de Kosovo (y de otras regiones problemáticas de los Balcanes) pasa por la integracióin en la UE de todos lo spaíses de la zona. Integrados en grandes líneas de desarrollo económico. Controlados por legislaciones comunitarias y viviendo en un contexto de fornteras más relativas que las defendidas a sagre y feugo hace pocos años, se atenuarían los problemas que hoy se discuten. Pero en ese caso, ¿hacían falta tamañas alforjas para ese viaje? Si no se hubiera descompuesto, Yugoslavia habría accedido a la UE en 2004. Y ahora resulta que deberemos reconstruir la Yugoslavia de 1990 pieza a pieza dentro de esa misma UE, y que las guerras que la asolaron y dislocaron entre 1991 y 2001 no fueron necesarias; o lo fueron sólo para que las oligarquías locales se hicieran con el control de los resortes de poder. La respuesta subyace en un brillante párrafo de Jean-Arnault Dérens: "En su gestión de las guerras yugoslavas de los años 90, la comunidad internacional siguió dos principios igualmente falsos y contraproducentes: separar los problemas unos de los otros, y ganar tiempo retrasando la solución de esos problemas. La solución de Ahtisaari encierra todavía hoy la inspiración en esos dos malos principios"

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