lunes, marzo 05, 2007

Srebrenica: la manipulación de una tragedia (y 2)

"Bosnian Girl", fotomontaje por Selma Kameric, sobre uno de los grafittis encontrados por el fotógrafo bosniaco Tarik Samarah en los acuartelamientos de los cascos azules holandeses en Potocari, 1995. La explotación política de Srebrenica ha devenido obsesiva y se nutre de todo tipo de detalles, algunos con un considerable grado de sordidez










"Hoy gobernar significa dar signos aceptables de credibilidad. Es como la publicidad y consigue el mismo efecto, el compromiso con un escenario."

Jean Baudrillard (1929-2007), in memoriam


Por supuesto que Belgrado sabía que Srebrenica iba a caer en manos de las tropas serbobosnias, tiene razón el CIJ. Suponiendo que el tribunal posea una idea clara sobre lo que entiende por “Belgrado”. Por lo que hoy se conoce, Milošević no parecía tener una idea precisa sobre lo que iba a ocurrir; es decir, la masacre. Posiblemente, ni siquiera lo sospechaba. Por una razón bastante sencilla; por la misma por la cual nadie ha podido o sabido explicar hasta ahora, ante el Tribunal Penal Internacional, por qué tuvo lugar la matanza, cuáles fueron las motivaciones reales de los verdugos para obrar así. Parece increíble, pero es la pura verdad: nadie, hasta ahora, (y menos que nadie, nuestra gloriosa prensa) ha dado una explicación pública sobre las razones de la masacre. ¿No les resulta mínimamente sospechoso o cuanto menos, intrigante? Y téngase en cuenta que en La Haya ya han sido juzgados algunos responsables de la misma. Por ejemplo, el general serbobosnio Radoslav Krstić, condenado ya en agosto de 2001. O bien Momir Nikolić, Vladoje Blagojević, Dragan Obrenović o Dragan Jokić. Precisamente, durante el juicio contra Krstić, el consejero para asuntos militares de la fiscalía, Richard Butler, llegó a decir que la masacre desafiaba la explicación racional, dado que los victoriosos serbobosnios hubieran podido intercambiarlos prisioneros musulmanes u obtener concesiones políticas con sólo mantenerlos prisioneros bajo supervisión de la Cruz Roja.

De momento, la mejor explicación sobre las circunstancias que condujeron a la masacre se pueden leer en el largo y prolijo
informe elaborado y situado en la red por el Instituto para la Documentación sobre la Guerra (NIOD), trabajo encargado en noviembre de 1996 por el gobierno holandés (Parte IV, Capítulo 2, apartado 3). De su lectura se deduce que, muy posiblemente, la decisión de ejecutar a los prisioneros se tomó sobre la marcha (“there was no proof that the mass murder of the men may have formed part of the plans for the capture of Srebrenica before the operation itself”) y no antes del mediodía del 12 de julio. Si esto fue así, casi ni los mismos protagonistas directos de las ejecuciones tuvieron muy claro lo que iba a suceder cuando entraron en el enclave. Significativamente, eso liberaba a Slobodan Milošević del protagonismo en la masacre (lo cual resultaba lógico de antemano, porque no le aportaba ningún beneficio político). Con lo cual, como se vio claramente ya el año pasado antes de su muerte, resultaba muy difícil acusarlo de “genocidio”. Quizás eso ayude a explicar su oportuno fallecimiento.



Dragan Obrenović, uno de los militares serbobosnios ya juzgados por el TPIY en relación a la masacre de Srebrenica. Tampoco él explicó por qué tuvo lugar.






Pero en lo tocante al ataque contra Srebrenica, es evidente que se sabía por adelantado que tendría lugar. Posiblemente, desde finales de esa misma primavera. Desde luego, en Belgrado, aunque quizá más en los pasillos del Estado Mayor del Ejército que en los del gobierno o incluso la presidencia. Pero también en Londres y en Washington. Y desde luego, y sobre todo, en Sarajevo. A comienzos de aquel verano, la inminente ofensiva contra Srebrenica era un secreto a voces. O algo más que un secreto: existen acusaciones de que para algunos, y no precisamente serbios, era un deseo. Se han producido acusaciones cruzadas. Por ejemplo, contra el presidente Izetbegović, que según algunos testigos, buscaba a cualquier precio una intervención militar internacional, y no retrocedía ante la posibilidad de que una matanza en cualquier punto de Bosnia sirviera de catalizador.

Ya se ha podido leer en el post anterior de esta serie: Ibran Mustafić un diputado del SDA, fundador de ese partido en Srebrenica y superviviente de su caída en manos serbias, concedió en julio de 1996 una muy dura entrevista a “Slobodna Bosna” en la que, sin dar nombre, acusaba a la directiva política bosniaca de utilizar al enclave y sus víctimas como la “víctima propiciatoria sobre la que fundar el nuevo estado [bosnio]”. Algo debe tener de verdad la acusación, cuando el jefe militar de la defensa de Srebrenica, Naser Orić, fue retirado de allí con sus jefes de estado mayor, con mucha antelación al ataque serbio. El 21 de marzo de 1995 recibieron la orden de trasladarse a una montaña cercana conocida como Orlov Kamen, donde fueron recogidos por un helicóptero, casi dos semanas más tarde. Sarajevo buscaba asegurarse que no quedara en el enclave nadie que pudiera dar información sensible a los atacantes. Y Orić podía explicar muchas cosas sobre su comportamiento y el de sus hombres entre 1993 y 1995. Por ejemplo, por qué y para qué convirtieron una “zona segura”, bajo protección de la ONU, y por lo tanto desmilitarizada, en una base militar bosniaca desde la cual, la División 28 de la Armija lanzaba ataques contra las aldeas y caseríos serbios de la vecindad.

















Naser Orić, con algunos de sus hombres, cuando actuaba como comandante de la 28ª División de la Armija en la "zona desmilitarizada" de Srebrenica, 1993-1995




En la cercada Srebrenica se llegó a rumorear que la retirada de Orić obedecía a un plan por el cual el presidente Izetbegović habría negociado con el líder de los serbobosnios, Radovan Karadžić, en orden a intercambiar los tres enclaves de Bosnia oriental (Srebrenica, Žepa y Gorazde) por los barrios serbios de Sarajevo. Pero ésta era la versión más sencilla de una compleja realidad diplomática. Otra variante de más altos vuelos, por ejemplo, implica al embajador Robert C. Frasure, enviado especial de Bill Clinton a Belgrado, en mayo de 1995, para negociar el reconocimiento oficial de Bosnia-Hercegovina como un estado soberano por las autoridades serbias, con Slobodan Milošević al frente. A cambio, las Naciones Unidas suspenderían las sanciones contra Serbia. Pero para que el nuevo estado pudiera mantenerse, era necesario simplificar el complejo mapa que habían creado las líneas del frente. Y por ello eran previsibles los ajustes e intercambios de poblaciones. Ahí entraban los tres enclaves de Bosnia oriental, que el gobierno de Sarajevo no podría mantener convenientemente conectados y abastecidos. Este asunto, que incluía el mencionado intercambio de los enclaves por los barrios serbios de Sarajevo, ya había sido planteado durante el verano de 1993, y aceptado por el entonces primer ministro bosniaco Haris Silajdžić –el mismo que estos días ha rechazado el fallo del CIJ, por cierto. Los serbios accedieron al intercambio en la primavera de 1994. En enero de 1995, el mismo Izetbegović le explicó el plan a Richard Holbrooke. El problema era que, llegado el momento, nadie estaba preparado para respaldar públicamente ese tipo de cambalaches. Al menos en aquella época.



El embajador Robert C. Frasure, enviado especial norteamericano a Bosnia y protagonista de acuerdos con las autoridades de la Republika Srpska. Murió en un accidente de automóvil cerca de Sarajevo, agosto de 1995










Por lo tanto, parece que la idea del intercambio experimentó notables vaivenes en el grado de apoyo que le concedieron los grandes protagonistas occidentales sobre el terreno. Pero da la sensación de que todos ellos estaban preparados para admitir los hechos consumados como paso previo a un rediseño de las fronteras entre serbios y musulmanes en Bosnia que debía preparar las cosas para discutir el plan de paz. El resultado es que en la primavera de 1995 los altos mandos de las fuerzas internacionales en Bosnia (Rupert Smith, jefe de las fuerzas ONU en Sarajevo, y Bernard Janvier, comandante de todas las presentes en la ex Yugoslavia) sabían que Mladić atacaría Srebrenica aquel mismo verano. Y también, que la aviación de la OTAN no sería utilizada para prevenirlo. Según parece, incluso existía un acuerdo verbal entre Janvier y Mladić surgido de la reunión que mantuvieron el 9 de junio de 1995. Al parecer, la explicación semioficial ofrecida –con sordina- era que las fuerzas de la ONU no podían asumir políticamente la toma de más cascos azules rehenes, como los que habían hecho las tropas serbobosnias a partir del 26 de mayo (más de 324 soldados).

Muchos responsables políticos y militares occidentales sabían perfectamente que Mladić atacaría Srebrenica. Y no hicieron nada por impedirlo; y no han sido mencionados en absoluto en la sentencia del CIJ. En los principales libros y artículos sobre la caída de Srebrenica o la guerra de Bosnia, aparecen de una forma u otra, alusiones al hecho de que Washington tenía conocimiento de lo que se preparaba y accedieron (quizás incluso dieron una discreta luz verde a los serbios). Ahí está el soberbio libro de
Laura Silber sobre las guerras de Yugoslavia, en el que Sandy Vershbow, uno de los asesores de Clinton, reconoce que sí, que ya les venía bien la desaparición de los enclaves musulmanes en Bosnia oriental para lanzar un plan de paz exitoso en el que las partes estuvieran militar y territorialmente a la par. Ahí está también el grueso libro de David Rhode, considerado uno de los más completos sobre la caída de Srebrenica, el cual entrevistó a oficiales de la inteligencia americana. Y desde luego, el célebre periodista británico Tim Judah, también asume que los norteamericanos lo sabían y dejaron hacer. Un poderoso y denso resumen de todo ello puede leerse todavía en la red, publicado en su día por la prestigiosa “The New York Review of Books”: se trata de “Bosnia, The Great Betrayal”, firmado por Mark Danner: no queda títere con cabeza. Dos párrafos resumen lo dicho:






Sandy Vershbow en una foto reciente, como embajador en Corea del Sur














“En cuanto a los americanos, habiendo fracasado en llegar a un acuerdo con Milošević, empezaron a poner en circulación una nueva aproximación diplomática –los funcionarios del Pentágono eran los grandes protagonistas, ellos que siempre se habían opuesto a cualquier política que temían pudiera llevar a la intervención- la cual, de acuerdo con un colaborador de la Casa Blanca, “enfatizaba la necesidad de que el territorio federal fuera defendible. Debía ser compacto, coherente y defendible”. Una prioridad que no fomentaría el que los funcionarios americanos revisaran las interceptaciones de inteligencia buscando amenazas para Srebrenica o, en esta cuestión, que lamentaran la completa desaparición –en un sentido u otro- del “problema de los enclaves orientales".

Así que, cuando los oficiales de inteligencia norteamericanos escucharon a los generales Mladić y Perišić planear su siguiente movimiento, los diplomáticos norteamericanos decidieron. Según Sandy Vershbow, encargado de la política bosnia en el Consejo de Seguridad Nacional, “el futuro de Srebrenica parecía bastante oscuro. Por entonces ya estábamos considerando que sería juicioso tener en cuenta algún tipo de intercambio por otros territorios [con los serbios], al menos por el más pequeño de los enclaves orientales”. De hecho –continúa Mark Danner- los americanos habían ido más allá, tal como apunta Tim Judah en , The Serbs (Yale University Press, 1997) y “estaban sugiriendo discretamente que [Srebrenica] debería ser cambiada por algún territorio en otro lugar”, lo cual transmitió a los protagonistas implicados que en el gobierno americano “lejos de revocar la limpieza étnica se tomó una decisión que implicaba la necesidad de añadir todavía más”. Fin de la cita.

Pero sobre todo, una vez acaecidas las inesperadas matanzas, ¿quién admitiría la responsabilidad en el respaldo de un plan apenas pergeñado, pensado para ser aplicado de forma fantasmagórica y que resultó ser un fiasco sangriento? En vez de eso, Madeleine Albright demostró una gran rapidez de reflejos aprovechando la información disponible sobre las represalias serbias en Srebrenica. Según apunta Diana Johnstone, muy agudamente, Srebrenica comenzó a ser utilizada como palanca para obtener toda una serie de beneficios políticos sobre el terreno. Beneficios obtenidos por la diplomacia norteamericana tras informar al mundo de que se había producido una matanza en el enclave:



Diana Johnstone en una foto de hace años, ya como célebre activista contra la guerra de Vietnam








a.- La ya explicada en el primer blog de esta serie: desviar la atención de los diplomáticos y medios de comunicación mundiales sobre los excesos que estaban cometiendo las tropas croatas en la Krajina, precisamente en ese momento: agosto de 1995.

b.- Implicar a los serbobosnio en un “genocidio”, en orden a descalificarlos en futuras negociaciones sobre el futuro de Bosnia-Hercegovina. Y así fue, en efecto: en la conferencia de Dayton fue Milošević quien actuó en nombre de los serbobosnios, cuyos representantes quedaron claramente marginados. De esa forma, el dirigente serbio estuvo en condiciones de hacer concesiones que Karadžić y los suyos hubieran rechazado (como ocurrió en 1993). Hoy en día, como se ha visto en la sentencia del CIJ, se sigue recurriendo a esta palanca.

Y una vez firmados los acuerdos de Paris y finalizada la Guerra de Bosnia:

c.- Al culpar al contingente de cascos azules holandeses de la caída de Srebrenica, se atacó en profundidad al prestigio de las Naciones Unidas, por lo cual, ya durante la crisis de Kosovo (1999), la OTAN emergió como la única organización internacional capaz de llevar a cabo una “intervención humanitaria”. En la actualidad, ese sigue siendo un tópico manido con recurrente fruición. Véase, a título de mero ejemplo de última hora, la crónica publicada ayer mismo en “El País”, firmada por Georgina Higueras y encabezada por un título artificioso:
“¿A quién le importa Srebrenica?”

d.- Al identificar a Milošević con los serbobosnios, y al explotar a la vez la teoría de que las matanzas de Srebrenica formaban parte de un plan serbio de “genocidio” llevado a cabo en base a planteamientos racistas o nacionalistas, Madeleine Albright pudo argumentar en 1999 que lanzar a la OTAN contra Yugoslavia era necesario para “prevenir” (noción básica) una “nueva Srebrenica” en Kosovo.

e.- Posteriormente (y todavía ahora, en buena medida), Srebrenica fue utilizada como un instrumento para presionar en la cúpula política de la Serbia post-Milošević. Pero para que eso funcionara adecuadamente, era necesario que la masacre fuera lo más grave posible. No bastaba con tipificar lo acaecido como “crimen de guerra” –como los cometidos por las fuerzas norteamericanas en Vietnam, Panamá ó Irak. Por eso, durante el juicio en el TPIY contra Milošević se cambió la definición previa sobre el marco conceptual del término “genocidio”, estableciéndose el límite de vidas humanas en 7.000, a fin de que Srebrenica encajara en la definición, rematadando la jugada con frases estereotipadas que calificaban al hecho como “la peor atrocidad cometida en Europa desde el Holocausto”. Esto hacía que las ejecuciones en Srebrenica aparecieran como un plan diseñado en las más altas instancias del poder serbio, no la obra de unos paramilitares o policías rabiosos y fuera de control.


Ibran Mustafić, fundador y lider local del SDA en Srebrenica, quien denunció que el trágico destino del enclave se debió en buena medida a la traición del gobierno de Sarajevo en 1995.










Resulta exagerado afirmar que este tipo de argumentos alimentaron el desarrollo de un fanatismo islamista que desembocó en la actual “guerra global contra el terrorismo” o incluso el “choque de civilizaciones” (hay quien explica incluso que existieron contactos concretos entre Izetbegović y Osama Bin Laden). Pero Bosnia en general y Srebrenica en particular sí que contribuyeron a la puesta a punto de la estrategia norteamericana del ataque preventivo a fin de “evitar que vuelva a suceder”. Y la guerra preventiva tendiente a evitar el genocidio (mediante armas de destrucción masiva, por ejemplo) deja de lado las negociaciones diplomáticas que, de haber sido llevadas de forma coehrente y paciente hubieran evitado, por cierto, las guerras en la ex Yugoslavia, la de Bosnia y, en definitiva, la tragedia de Srebrenica.

“Hoy es un dogma incuestionable –continúa Diana Johnstone- que recordar las atrocidades es un “deber de la memoria” hacia las víctimas, algo que debe ser repetido sin fin, por temor a olvidarlo. Pero ¿es eso tan obvio? La insistencia en las pasadas atrocidades puede servir, simplemente, para preparar la próxima oleada, que es lo que realmente ha sucedido en los Balcanes, y más de una vez. Porque en realidad, las víctimas muertas no pueden aprovecharse de esos recuerdos. Pero la memoria de la comunidad de las víctimas es un capital moral y político de gran valor para sus herederos y especialmente para sus autoproclamados campeones. Y en el caso de Bosnia, promete aportar unos beneficios financieros considerables. Si Milošević , como anterior presidente de Serbia, puede ser convicto de genocidio, entonces los bosnio musulmanes esperaran obtener millones de dólares en reparaciones que mantendrán a Serbia de rodillas para el previsible futuro”.

Nueva cita, esta vez procedente del artículo de Georgina Higueras, mencionado más arriba: “Basándose en este informe el del NIOD [citado también en este mismo post] un grupo de Madres de Srebrenica demandó al Gobierno holandés y pretende compensaciones millonarias por los seres queridos”. Qué situación: la única baja mortal entre los cascos azules holandeses en Srebrenica se produjo por una granada de mano que le lanzó uno de los combatientes musulmanes presentes en el enclave. Pueden también echar un vistazo a los párrafos iniciales del artículo de Mark Damer para entender cuál era la verdadera relación entre las tropas holandesas en el enclave “desmilitarizado” y los combatientes de Naser Orić.

Tiene razón Diana Johnstone, las reparaciones al final de una cadena que ha convertido a Srebrenica en trade mark, en un producto político y mediático construido sobre lo que ha sido redefinido oportunamente como un genocidio, a partir de la muerte de 7.000 personas. Muchas de ellas simples civiles pero también soldados de la Armija. Una buena parte de ellos, brutalmente ejecutados; pero también muertos en combate en las emboscadas al norte del enclave. Un porcentaje mayoritario de ellos prisioneros de guerra, desde luego; pero asimismo, computadas como tales un número indeterminado de bajas producidas en los combates anteriores al mes de julio de 1995 en torno a Srebrenica.

Si: Srebrenica fue el comienzo de caminos que con el tiempo llegarían a destinos cuestionables. El fracaso de la ONU dio paso a un protagonismo de la OTAN que terminaría llevando la Organización Atlántica al lejano atolladero de Afganistán. Las acusaciones nunca probadas contra Milošević a raíz del supuesto genocidio, recuerdan mucho a las que llevaron al ignominioso ahorcamiento de Sadam Hussein. Tal como afirma Diana Johnstone, Srebrenica dio un excelente argumento a lo que poco después se convertiría en “guerra preventiva”. Pero Srebrenica también señaló el principio de graves y persistentes amnesias de los occidentales. Un fenómeno muy caracterísrtico de la posguerra fría. Lo explica muy bien el que por entonces era Secretario General de las Naciones Unidas, el egipcio Boutros Boutros-Ghali:

“Un año después del genocidio en Ruanda, viajé a África una vez más. El conflicto en Bosnia estaba llegando a su climax; Srebrenica y Žepa habían caído, y los serbios estaban a punto de derrotar el esfuerzo internacional en la antigua Yugoslavia. ¿Cómo podría justificar mi ausencia de Bosnia o de la sede central de las Naciones Unidas en Nueva York durante este periodo crítico? Los periodistas me presionaron para obtener de mí una respuesta, una y otra vez. “Porque –dije- si cancelo este viaje, que programé desde hace tiempo, los africanos dirán que mientras se está produciendo un genocidio en África –un millón de personas habían muerto en Ruanda- el Secretario General sólo le presta atención a Srebrenica, un pueblo en Europa” (Boutros Boutros-Ghali, Unvanquished. A U.S.-U.N. Saga, I.B. Tauris Publish., 1999; pag. 175)

Pero lo peor estaba aún por llegar, decenas de miles más mortífero que Srebrenica, y millones de veces más olvidado por su falta de utilidad política. Bastan unas breves líneas procedentes de la socorrida Wikipedia, entrada:
Segunda Guerra del Congo:

“La Segunda Guerra del Congo fue un conflicto armado que tuvo lugar en gran parte del territorio de la República Democrática del Congo (el antiguo Zaire), con posterioridad a la Primera Guerra del Congo. Este conflicto se inició en 1998 y terminó formalmente en 2003, cuando asumió el poder un gobierno de transición bajo los términos del Acuerdo de Pretoria. Los combatientes provenían de nueve naciones (además de existir dentro del país veinte facciones armadas distintas), lo que lo convierte en el conflicto continental africano más grande del que se tenga noticia.

Conocida también como Guerra Mundial Africana, Gran Guerra de África o la Guerra del coltán, provocó la muerte de aproximadamente 3,8 millones de personas, la mayoría de ellas por hambre y enfermedades prevenibles y curables. Dentro de estos graves hechos, se considera a este episodio el más álgido dentro del llamado "genocidio congoleño”. Esta trágica cifra convirtió a esta guerra en el conflicto más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial, y eso sin contar los millones de desplazados y refugiados en los países vecinos”.

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