sábado, julio 25, 2009

CK Way (3): de Doğubeyazıt a Van y Ahlat





Tres guerreros. La simplicidad de las lápidas del cementerio selyúcida de Ahlat tiene algo de la elegancia zen













A partir de Doğubeyazıt, el recorrido traza la otra mitad simétrica del arco de la "C". El camino abunda en paisajes naturales de gran belleza, sobre todo a lo largo de la costa del Lago de Van. Tienen razón quienes dicen que parece un mar interior: desde casi cualquier rincón, el horizonte es la línea azul del agua, aunque como es habitual en los lagos, la superficie es plana, tranquila. Van es un lugar para pasarse horas contemplando las diversas especies de pájaros, desde la orilla o desde alguna de las pequeñas islas.

Los tramos de soledad son amplios. Como dice una amiga nacida en la zona, es la nada, luego un poco de algo, y a continuación, más nada. Por el camino apenas hay bares o estaciones de servicio donde refrescarse. No abundan las aldeas. Sólo es habitual la presencia militar y de la gendarmería, así como las inscripciones patrióticas en las laderas de las montañas y colinas.

La ciudad de Van contrasta con todo eso. Es una población de nueva planta; recuerda a la misma Ankara, con su ajetreo y desorden. Una de las vías principales está de obras, y el caos automovilístico es total, con aparatosos embotellamientos, claxonazos a diestro y siniestro, y autobuses que circulan en dirección contraria, saltándose las señales habituales y las añadidas. De vez en cuando se escucha el altavoz de algún coche patrulla de la policía, dando instrucciones o llamando la atencióna a algún conductor. Primero suena una señal acústica y luego se oye la voz eléctrica y gutural, en tono apremiante.













Estampa habitual en las orillas del lago de Van. Una pequeña aldea se refleja en las aguas tranquilas



Van es interesante para el viajero que conozca bien la zona o para quien busque elaborar un estudio sociológico de la vida urbana en Turquía. Pero como destino turístico es desdeñable. Antes de la Gran Guerra había sido una ciudad de importante presencia armenia (un tercio del total, según censo de 1914). Pero toda la zona del lago y muy especialemtne la ciudad, fueron teatro de fuertes combates entre las troaps otomanas, de una parte, y los insurgentes armenios apoyados por el Ejército ruso, de la otra. Van fue tomada por unos y recuperada por los otros en varias ocasiones. El forcejeo continuó durante la Guerra de la Indepedencia turca. El resultado final fue la destrucción total de la vieja ciudad de Van. Hoy pueden contemplarse algunos restos de la antigua población, de una horizontalidad que recuerda las fotos de Hiroshima tras el lanzamiento de la bomba atómica. Numerosos restos de la civilización armenia en la zona, como el monasterio de Narekavank, fueron también destruidos hasta la última piedra. Pero tampoco quedan muchos vestigios de la pretérita cultura musulmana. La soledad de los paisajes en torno al lago de Van, es un bello sudario para los recuerdos del horror.

La joya de la ciudad de Van es la masiva fortaleza que presidía el antiguo casco urbano, rodeado a su vez de murallas hoy desaparecidas. La urbe era uno más de los puntos fortificados de la zona, siempre en los límites fronterizos de uno u otro estadode. Para los interesados en la Historia Antigua, Van fue la capital del
reino de Urartu: la fortaleza es testimonio de ello. Los restos arqueológicos se pueden contemplar en el pequeño museo local. Algunas guías hacen referencia a paneles sobre las matanzas de la Gran Guerra, pero culpando al otro, a los armenios. Sin embargo, a la altura de julio de 2009 habían desaparecido, quizá debido a la mejora de relaciones entre Ankara y Yerevan.
















Vista de la antigua ciudad de Van en 1893, presidida por el castillo

Otros atractivos de Van son más inocentes. Uno de ellos es el queso, que incluye yerbas aromáticas en su elaboración (otlu peynir) En general, los desayunos de Van, a base de olivas, tomate y queso de la región, tienen fama de abundantes y sabrosos.

Y además: los
gatos de Van, célebres por tener un ojo de cada color y no demostrar rechazo alguno al agua. Al parecer, quedan ya muy pocos. Pero a la salida de la ciudad, en el centro de una rotonda, un enorme monumento, entrañablemente kitsh, recuerda al viajero la importancia sentimental de esos habitantes de la ciudad.























Un característico gato de Van, con un ojo de cada color. Además de ese extraño rasgo, la raza se distingue por dar unos animales excepcionalmente inteligentes y amigables (se ha llegado a decir que son algo así como "gatos perrunos") y amantes del agua (verdaderos "gatos nadadores"). Por su faltara algo, se dice que son gatos hipoalergénicos, a prueba de amos con problemas de esa índole. Debido al clima extremo de su región de origen, cambian completamente de pelaje entre verano e invierno. En Occidente se les ha confundido, durante siglos, con los gatos de Angora (Ankara, en la actualidad). Sin embargo, el gato de Van sólo comenzó a criarse en Gran Bretaña en 1955


En general, Van no es una ciudad pobre ni subdesarrollada, adjetivos corrientemente dedicados por la prensa occidental al conjunto de la Turquía oriental. Tiene ese característico punto desordenado y bullicioso, pero no faltan modernos hospitales, los transportes públicos son abundantes y rápidos, las tiendas están llenas de género y clientes, que tampoco están ausentes de los restaurantes; y sobre todo, muchas casas muestran en sus tejados grandes placas solares, lo que hace pensar por qué en España, con este sol despiadado, estamos tan a merced de las subidas desmesuradas en la tarifa eléctrica.

El viajero que no desee pasar todo un día o una tarde en Van, puede limitarse a visitar o fotografiar la fortaleza, pero desde el ángulo Oeste, desde la costa del lago; o subir hasta las mismas ruinas. Más al sur, le espera la iglesia armenia de Akdamar.

El templo es pequeño y es la única construcción en medio de una diminuta isla, a unos veinte minutos de navegación desde la costa. Hay un pequeño embarcadero, justo enfrente, desde donde se pueden tomar los transbordadores. El problema reside en que los transportistas no sólo atienden al beneficio en dinero, sino también en tiempo. La ecuación viene a ser: cuántos más pasajeros y menor tiempo de espera, mejor (lo cual no quiere decir que eso revierta en más pasajeros por día). El resultado es que los tipos de las embarcaciones sólo conceden media hora de visita, lo cual apenas deja tiempo para echar un vistazo y algunas fotos a la iglesia de Santa Cruz y sus bajorrelieves exteriores. Toca olvidarse de tomas más espectaculares desde el promontorio. Dado que hay un chiringuito en las cercanías del templo, cabe la posibildiad de almorzar (o lo que sería mejor: cenar) y disponer de más tiempo para admirar los paisajes, pero la información es un bien escaso en la CK Way.












Contrapicado del cimborrio de la iglesia de Santa Cruz, en la isla de Akdamar. Las palomas y sus sombras se entremezclan con la fauna de los bajorrelieves exteriores: son los animales que Noé llevó en su Arca.


Aunque el recorrido hasta Tatvan está cada vez más explotado turísticamente, sigue siendo una constante la presencia de las fuerzas del orden, vigilando las riberas del lago. De todas formas, queda mucho por hacer hasta llegar a los niveles occidentales. El disfrute masivo de la costa parece reñido con la cultura popular musulmana. El litoral del lago de Van ofrece rincones muy hermosos para una zambullida o un rato de sol. Sin embargo, es algo que el viajero deberá organizarse por su cuenta. Ni pueblos ni ciudades suelen ofrecer facilidades. Nada de embarcaderos, chiringuitos, terrazas o playas acondicionadas. En Tatvan, un desolado paseo discurre a lo largo de unos rompientes de piedra que aprovechan los pescadores. Hay bancos públicos desde los que sentarse y observar el paisaje; pero las patatas fritas y la bebida refrescante (no alcohólica) la pones tú. En conjunto, "bajar a la costa" en la ciudad supone el mismo grado de comodidad que tomar el sol en un polígiono industrial.






















Taysim, orgulloso de haber llegado con su taxi al cráter lacustre del Nemrut Daǧı

Sin embargo, como en otras ciudades de la zona, el viajero podrá encontrar en Tatvan un centro comercial moderno, las últimas pelis en cartelera, restaurantes de calidad a un precio muy asequible y hoteles con wi-fi en las habitaciones, cajeros automáticos en cualquier esquina e internet cafés a cada paso. Barrios tradicionales donde miran al turista con curiosidad, pero también calles de clase media donde el extranjero pasa completamente desapercibido. Esto es Turquía, desde el Egeo al Cáucaso.

Tatvan no merece mayor atención en sí misma; pero es la base desde la cual el viajero puede acceder al reputado Nemrud Daǧı. Ojo: no confundir el Nemrud Daǧı de Tatvan con el de Kahta, es decir el parque nacional del Nemrud Daǧı, con sus estatuas y enormes cabezas de piedra de los tiempos del rey Antíoco. El monte al que se hace mención aquí es puro paisaje natural: se trata de un antiguo volcán extinto que en su cráter contiene un lago. En las laderas, el viajero se puede topar con pobladores nómadas; y con un poco de suerte, las fotos pueden ser dignas del "National Geographic". La vista panorámica del Lago de Van es espectacular: garantizado.

El problema es, una vez más, el transporte. Lo mejor es alquilar un taxi en Tatvan o intentar integrarse en una excursión organizada. Pero los que no se manejen en turco o kurdo van a tener problemas de comunicación. Si se llega en automóvil de alquiler, atención a la resistencia del vehículo, porque los caminos y subidas no son aptos para todos los amortiguadores y neumáticos.

De regreso a la carretera comarcal 965 el viajero no debería perderse una excursión al pueblo de Ahlat. Es muy poco conocido que justamente aquí, a comienzos del siglo XI, se inició la turcificación de Anatolia, por entonces parte del Imperio bizantino. Aunque la batalla decisiva que derrotó a las huestes del emperador bizantino Romano IV Diógenes se libró más al norte, cerca de la actual población de Malazgirt (
26 de agosto de 1071) el sultán selyúcida Alp Arslan estableció su base en la por entonces fortificada ciudad de Ahlat.








Usta Şaǧırt Kümbeti: elegancia arquitectónica que ha sobrevivido ocho siglos











Quedan algunos restos de aquella gloria y el tormentoso pasado de pugnas que vivió Ahlat. El viajero puede encontrar fácilmente el mausoleo (Kümbet) del Usta Şaǧırt, una fina construcción funeraria del siglo XIII. Es la mayor de su género en toda la región y totalmente selyúcida ("kümbet" es, precisamente, un término turco selyúcida). En el verano de 2009, la cancela de hierro estaba abierta y el visitante podía acceder a las mismas tumbas, en el misterioso sótano del kümbet.

Pero el plato fuerte de la visita a Ahlat es el cementerio selyúcida, en las afueras del pueblo. Si en toda la zona el turismo es escaso, aquí es inexistente. El monumento consiste en un romántico campo tachonado por decenas de estelas funeraria en toba volcánica, negra o rojiza. Se trata de las tumbas de la
dinastía de los Ahlahshahs, descendientes de Sökmen el Kutbî, es decir, Sökmen el Esclavo, uno de los generales del ejército de Alp Arslan (en el islam, y sobre entre las tribus turcas, un esclavo podía llegar a general sin perder esa condición). Según la guía Lonely Planet dedicada a Turquía, "casi todas las tumbas están vigiladas por un cuervo, y entre las ruinas también se pasean tortugas". El viajero no observó mayor presencia de cuervos bajo las inmensas nubes, ni tortugas entre los juegos de luz que adornaban las altas hierbas. Pero las autoridades locales están haciendo esfuerzos para que el cementerio sea incluido en la World Heritage List (Patrimonio Mundial) de la UNESCO; lo cual, por cierto, estaría plenamente justificado.





Cementerio selyúcida en Ahlat. Los guerreros y notables de la dinastía Ahlahshahs-Sökmenli, descansan bajo el inmenso cielo protector

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martes, julio 07, 2009

CK Way (2): de Kars a Doğubeyazıt


















La mezquita cercana al İshak Paşa Sarayı era, de hecho, el templo del antiguo pueblo de Beyazıt, hoy destruido y convertido en Doğubeyazıt, unos 5 kilómetros más al este ("doğu" significa, en turco, "oriental"). Hoy es un templo abandonado al culto, pero posee un perfil ascético y agreste, acorde con la personalidad de su fundador: el sultán Selim I, que extendió el Imperio otomano por Oriente. Tras la mezquita, lo que parecen son restos de una muralla de origen hurrita.


Lógicamente, en el espíritu de la CK Way no se trata ir desde Kars a Doğubeyazıt vía Horasan, dando un enorme rodeo. La carretera que contornea la frontera armenia es más corta pero más difícil, y por tanto, es la ruta adecuada. A veces se pasa a pocos metros de la línea divisoria o de los no man´s land minados y estrechamente vigilados por las tropas de guardafronteras. Aquí ya se comienza a notar de forma casi continuada la presencia militar. Se suceden las bases, los apostaderos guardados incluso por vehículos blindados más o menos camuflados, los observatorios, los ocasionales controles de carretera. No en vano, y a pesar de que han mejorado mucho las relaciones, la frontera turco-armenia está cerrada desde 1993.

Pero lo más sorprendente es el cambio de paisaje que se opera en unos pocos kilómetros, unos cuantos más al este de la aldea de Digor y hasta Tuzluca la cual, vista desde arriba, bajando por la empinada carretera, parece un oasis. El viajero desciende desde los paisajes verdes y ondulados de la meseta, a los perfiles terrosos y abruptos. Es como iniciar la bajada desde el Cáucaso hacia Mesopotamia por un primer y empinado escalón. La falla es tan brusca que se puede apreciar en un mapa de relieve mínimamente detallado, o en las fotos satélite que ofrece Google Maps.

Sin embargo, termina por recuperarse la horizontalidad, y hacia el frente comienza a dibujarse la silueta del monte Ararat, que el viajero contornea por el oeste y el sur, y que será punto de referencia constante hasta salir de Doğubeyazıt. Pero es a la vez un gigante esquivo; se puede ver incluso de noche, a la luz de la luna; y, con todo, resulta difícil incluso fotografiarlo de día. Su cumbre nevada está casi permanentemente oculta por densos penachos de nubes.


















El Monte Ararat, en su nombre armenio, es en realidad un volcán extinto de 5.165 metros. Por su altura, es el segundo pico de Europa, tras el Elbrus, en el Cáucaso ruso (5.642). Una vez más, como de costumbre, sestea en el horizonte tras la cortina de nubes

En el cruce de la carretera que desde Iğdir lleva directamente al paso fronterizo de Markara, nuevo control, en este caso de la gendarmería, que corta completamente la carretera en ambos sentidos. Y luego, unos pocos kilómetros más adelante, Doğubeyazıt

Es una ciudad pequeña, decididamente más kurda que Kars, y denota una actividad que parece muy relacionada con negocios de todo tipo vinculados a la cercana frontera iraní, incluido el contrabando. En cualquier caso, abundan las tiendas de móviles y los acuartelamientos; es también célebre en la región un almacén situado en tierra de nadie del paso fronterizo de Bāzargān, entre Turquía e Irán, del que se dice que vende electrónica a precios imbatibles. Pero esos días, la frontera está medio cerrada, hay preocupación por lo que pueda ocurrir en Irán por causa de las manifestaciones a favor de Musaví, y una larga fila de camiones turcos hace cola ante la verja que se abre y se cierra de forma inesperada. Ante ella, todo un abigarrado mundo de transportistas y comerciantes, como hace centenares de años. La carretera, se dice, formaba parte esencial de la Ruta de la Seda: más allá de la frontera está Tabriz, y después, Asia Central.

Doğubeyazıt es pequeña, pero tiene un punto cosmopolita; los visitantes extranjeros no llaman la atención por las calles, como en Kars, a pesar de que no se ve ni un guiri occidental. No es de extrañar ese carácter desenvuelto, dado que además de la frontera iraní, está muy cerca la armenia, y detrás de ella, a pocos kilómetros, Yerevan. Al margen de las relaciones de tapadillo que se mantienen desde hace tiempo con la aislada república, es de esperar que no tarde en reabrirse la frontera, dados los recientes contacos entre los gobiernos de ambos países. Pero es que además, retomando esa misma carretera hacia Iğdir y Markara y tirando por un desvío hacia el este, por la carretera vecinal D080, el viajero llega a una de las fronteras más extrañas de la zona: los 9 kilómetros que separan a Turquía de la República Autónoma de
Najicheván, que en realidad es un enclave azerí separado del resto del país por Armenia.

















Tras un jalón levantado con simples piedras apiladas (muy característico en los prados de la zona), se puede ver el perfil de lo que se presenta como el Arca de Noé, en el yacimiento Durupınar. Como mínimo, una leyenda exótica.

El Monte Kapydzhik, el punto más alto de Najicheván, es a la vez parte central de la iconografía nacional, pues tiene una llamativa hendidura que, según la leyenda, le produjo la quilla del Arca de Noé cuando navegaba hacia el Monte Ararat, mientras descendía el nivel de la inundación causada por el diluvio universal. La leyenda de Noé y su Arca tienen mucho predicamento en toda la zona: desde comienzos del siglo XX se han organizado numerosas expediciones en torno al Monte Ararat, en busca de los restos del Arca.

Cerca de Doğubeyazıt, en las montañas Tendürer que caen sobre la carretera que lleva a Irán, el viajero puede visitar una curiosa formación geológica, con cierto parecido a lo que podría ser la base del casco de una ancha embarcación, y que se anuncia como resto verídico de la célebre Arca de Noé. La historia del descubrimiento se remonta a 1960, cuando el capitán Ilhan Durupınar, de las FFAA turcas, publicó fotos aéreas de lo que parecía ser el perfil de una nave. Inicialmente, el asunto pasó desapercibido, pero unos años más tarde, se sucedieron las expediciones de los arqueólogos creacionistas norteamericanos, que tras mediciones y análisis con sofisticados instrumentos de la época (como un radar de exploración subterránea) certificaron la autenticidad de lo que se decía, eran los restos fósiles del Arca de Noé, incluyendo un ancla. Posteriormente, en 1987, el gobierno turco secundó esa certificación y convirtió la zona en parque nacional, con el nombre de “yacimiento Durupınar”. En la actualidad, el viajero puede visitar un pequeño museo con artículos de prensa y restos de las excavaciones, y hasta es posible que sea agasajado con una serie interminable de tés por el afable conservador, cuya tetera parece tener una capacidad ilimitada.























Detalle del gran salón del Palacio de Ishak Pasha, con su característica simbiosis de estilos decorativos: tradicionales, neoclásicos y vegetales



Doğubeyazıt tiene algo de lugar encantado, con cierta propensión a los fenómenos paranormales, quizá por estar en el cruce de símbolos tan poderosos ligados a los orígenes de la Humanidad. Justo a dos kilómetros de la frontera iraní se puede visitar un enorme cráter, producido por la caída de un meteorito, en 1892. Para llegar hasta el lugar hay que pasar un control militar de los guarda fronteras turcos; el suboficial advierte que sólo se puede acceder para fotografiar el boquete, lo demás es de “interés militar”. El impacto debió ser formidable, porque el agujero mide nada menos que ¡35 metros de diámetro y 60 de profundidad! Asombra la forma, como si el meteorito hubiera sido un obús compacto de metal macizo. Para evitar caídas, alguien tendió una alambrada en torno al perímetro, que mide un centenar de metros. Dentro, anidan y vuelan siniestros pájaros oscuros, algunos de ellos, cuervos. Frente al cráter, un banco para que el viajero descanse; pero el lugar siempre está vacío y muy silencioso; el conjunto es surrealista e intimidante a la vez.














İshak Paşa Sarayı: la biblioteca, y acceso a la mezquita interior



Con todo, la estrella de todo viaje a Doğubeyazıt es el İshak Paşa Sarayı; en kurdo, el Koşka Îshaq Paşa. Se trata de una construcción espectacular, tanto por su concepción arquitectónica como por su localización escenográfica, dominando el vacío del valle con solitaria autoridad. Se considera el complejo administrativo más extenso del Imperio otomano tras el mismo Topkapı, puesto que en realidad, tanto Colak Abdi Paşa, quien inició las obras en 1695, como su nieto İshak Paşa, que las concluyó en 1784, fueron gobernadores de la provincia de Beyazıt. El palacio, por lo tanto, es de los años de decadencia del Imperio otomano, pero de una época deliciosamente crepuscular: el Lale Devri, o “periodo de los tulipanes”, en que los poderosos del imperio rivalizaban por ostentar sus riquezas, mientras comenzaban a abrirse a las influencias estéticas de occidente. De ahí la mezcla entre la delicada ornamentación vegetal, de inspiración georgiana, pero quizá también rococó, y la rudeza del perfil fortificado, marcado por la estética de los caravanserrallos selyúcidas. Hombres de origen kurdo que vigilaban la frontera persa para el sultán, los gobernadores de Beyazıt fueron personajes adelantados a su tiempo, que instalaron en aquel rincón del imperio innovaciones como agua corriente por el palacio, un lujo futurista para la época.

No es fácil encontrar información biográfica sobre Colak Abdi Paşa o İshak Paşa y el teólogo y poeta kurdo Ahmed-i Hani, cuyos restos reposan cerca del palacio, en una türbe. Nacido en 1651, la fecha de su muerte no se conoce con precisión (1707?) pero se sabe que fue consejero de Colak Abdi Paşa. Los kurdos se quejan de que siendo una autoridad en el islam, los turcos no le hayan concedido la importancia históricaque merece. En su poesía épica, recogida en la obra Mem u Zin, no faltan, por cierto, referencias al orgullo de ser kurdo:

Mira, desde los árabes a los georgianos,
los kurdos se yergen como torres,
turcos y persas son rodeados por ellos.
Los kurdos están en las cuatro esquinas
ambos lados han hecho de los kurdos
blanco de las flechas del destino.
Dicen que son las llaves de las fronteras
formando cada tribu formidable baluarte.
Siempre que el Mar Otomano y el Mar Tayiko se encrespan
crecen las aguas y se agitan,
los kurdos quedan empapados en sangre
al separarlos como un itsmo








İshak Paşa Sarayı: la gran vista del conjunto, uno de los tópicos principales de la oferta turca de turismo, por suerte aún poco visitado debido a su remoto emplazamiento

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lunes, julio 06, 2009

CK Way (1): desde Trabzon a Kars













La mezquita está en una vaguada en el camino hacia Kars. Sólo sobresale el minarete

Se me ocurrió bautizarla como “ruta CK”, sin asomo de ironía, dado que no hace referencia a ninguna marca de colonia . Simplemente, el camino trazaba una “C” invertida que recorría Turquía oriental; y de hecho la zona estaba poblada mayoritariamente por kurdos: de ahí la “K”. En conjunto es un largo trecho de más de 1.600 kilómetros, ignorado para las agencias turísticas de Europa occidental. En la misma Turquía hay algunos operadores que prácticamente a título individual han organizado tours desde Kars hasta Diyarbakır, pero no resulta fácil dar con ellos; y además, eso denota que se trata de una zona en la que el turismo turco recién comienza a acudir tras los años del conflicto armado con las guerrillas del PKK. Pero no es todavía una zona de turismo internacional, lo cual resulta bastante extraordinario en pleno 2009.

El arco se puede iniciar desde el norte o desde el sur, lo cual resulta indiferente para el resultado final del viaje. Si se escoge la primera opción, se aconseja comprar un billete de avión Estambul-Trabzon. Cabe la posibilidad de llegar a la zona de forma más directa mediante la ruta aérea Estambul-Ankara-Kars (que tiene un minúsculo aeropuerto) pero eso supone saltarse la espectacular carretera que, procedente de Trabzon, recorre las estribaciones del Cáucaso. En todo caso, es una alternativa para aquellos viajeros más apresurados, o los que no hayan encontrado otra combinación terrestre que la de Trabzon-Kars por Erzurum, la más habitual. Por fin, el regreso se puede hacer desde el aeropuerto de Diyarbakır. Pero atención: en Turquía los vuelos interiores pueden sufrir retrasos, por lo que se aconseja no calcular enlaces ajustados para el vuelo de regreso a casa desde Estambul. Tomarse las cosas con calma y dedicar una horas a la escala en la antigua capital del Imperio otomano, es lo más realista.


Ruinas de Ani. En el CK Way abundan los paisajes de una belleza desolada. Historia en bruto

Cuando el avión se dispone a aterrizar, una breve mirada a las escarpadas montañas del entorno para recordar que fue allí donde se estrelló el Yak 42 con 62 militares españoles y 15 tripulantes ucranianos en 2003. Por lo demás, Trabzon es una ciudad con historia: durante unos pocos años fue la última capital del Imperio bizantino, tras caer Constantinopla en manos de los turcos otomanos, en 1453. Pero quedan muy escasas trazas de aquel esplendor. Hoy una ciudad comercial, ajetreada y con escasa personalidad para el turista. Eso sí: tiene fama de rumbosa en el contexto de Turquía oriental. Conforme se adentre en el corazón del CK Way, el viajero entenderá esa fama y hasta llegará a echarla de menos en algunos momentos.













La fortaleza de Kars, eterno objtivo estratégico en las inumerables guerras por los pasos del Cáucaso

Trabzon es también la capital de los lazis, objeto de numerosas bromas ente los turcos, similares a las que se hacen en España con los leperos. los franceses con los belgas, los estadonunidenses con los suecos, los argentinos con los gashegos, suma y sigue. Los lazis son un grupo étnico que habita en la costa turca del Mar Negro, con lengua propia relacionado con el megrelio, georgiano y svan. Originariamente cristianos ortodoxos, se convirtieron al islam en tiempos del Imperio otomano, en torno al siglo XVI y en su propio sanjak destacaron como agricultores especializados en te y maíz y también como pescadores, con la anchoa como parte central de su dieta.

Relativamente cerca de la ciudad (unos 50 kilómetros) se encuentra el monasterio greco ortodoxo de
Sümela, fundado en el siglo IV y abandonado (e incendiado) en la década de los años 20 del siglo pasado, en tiempos del brutal intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia. Vale la pena la excursión, porque es uno de los principales monumentos reseñables en toda la costa turca del mar Negro: viene a ser un pequeño Monte Athos abandonado en plena Anatolia. Pero deben hacerse dos puntualizaciones. La primera: si el viajero es aficionado a la fotografía, vdebería llevarse un buen teleobjetivo. Hay dos vistas exteriores del impresionante monasterio incrustado en la ladera de una arbolada montaña. La primera, desde la carretera de acceso, en contrapicado, donde no se detienen los microbuses. La segunda es la que se obtiene desde una terraza panorámica, donde casi concluye el viaje; y aunque desde ahí se contempla todo el escarpado valle, la fachada del monasterio queda lejana y algo escondida. Segunda observación: ojo con la picaresca asociada a los transportes en Turquía; el interior del monasterio se puede ver en una media hora pero el microbús puede tardar hasta dos horas en regresar y recoger a los turistas; o no volver; o esperar a pie de la montaña, en un hotel y restaurante, al que se llega tras una buena caminata de casi media hora (y eso cuesta abajo).














Paisaje de montaña. Pueden pasar muchos kilómetros sin encontrar presencia humana

El recorrido Trabzon-Kars es el primer desafío importante del CK Way. El camino más pintoresco es el más largo y tortuoso, porque transcurre pegado a la frontera georgiana, por carretra de montaña. Pero los medios de transporte regulares brillan por su ausencia, e ir confiando en los microbuses que unen pueblos muy distantes puede suponer la pérdida de mucho tiempo en largas esperas a mitad de camino hacia la nada. La mejor solución consiste en contratar taxis para trayectos largos (una práctica nada extraña y no muy cara en Turquía y en el mundo balcánico y caucásico) o alquilar un coche.

De esa forma, camino de la lejana Kars, el viajero pasa de una soleada costa de aspecto mediterráneo (desolada y nada explotada turísticamente) a un paisaje alpino intensamente verde. Pero son más de 400 kilómetros de carretera llena de curvas y cuestas. La primera parte discurre por valles estrechos en los que se pueden ver, de tanto en tanto, arroyos de alta montaña y desvencijadas cabañas de madera, típicas del Cáucaso. Sin embargo, el último tramo antes de llegar a Kars son prados altos, intensamente verdes y desolados. En todos los paisajes están presentes los minaretes de las mezquitas: entre los abetos o surgiendo del horizonte de las praderas.



La antigua catedral armenia, tesoro arquitectónico en el desolado centro histórico de Kars













Kars forma parte de ese entorno geográfico, se percibe al primer golpe de vista. Pero hay algo más: tiene fama de ser una ciudad lúgubre, fría y apartada. La célebre novela tostón de Pamuk que transcurre en esa ciudad (“kar” significa “nieve”, en turco) terminó de remachar esa imagen. Ante tal imagen, lo único que se puede decir es que Kars posee un ambiente que tiene sus adeptos. El conjunto urbano está dominado por una poderosa y negra fortaleza aupada sobre un picacho. Allí pudo haber transcurrido el argumento del Desierto de los Tártaros de Dino Buzzati, pero dado que la ciudad perteneció a Rusia durante muchos años, también trae a la memoria el viaje de Tolstoi al Cáucaso y su estancia en el fuerte de Stari Yurt durante la Guerra de Crimea contra el Imperio otomano. En definitiva, Kars es ciudad fronteriza por antonomasia, campo de batalla en guerras eternas entre rusos, turcos, armenios y persas, punto de tratados internacionales y pieza de intercambio entre unos y otros. A lo pies de la oscura fortaleza, todavía en uso, la ciudad parece desordenada, inacabada: la abandonada y compacta catedral armenia, contribuye a esa impresión. Los viejos edificios administrativos rusos pasan desapercibidos por descuidados. Algunos bares y tiendas son el colmo de la decrepitud y la melancolía. Todo va en tonos de piedra oscura, a menudo bajo un cielo encapotado.

Más allá del barrio histórico, desolado y sucio, la arteria principal de Kars, conserva ese mismo ambiente, aunque esté llena de vida. Eso sí: aunque ajena a su abigarrado y violento pasado histórico, el ambiente anodino del centro conserva un punto de Far West. Abundan cafés internet, algo que el viajero encontrará en las ciudades de todo el CK Way, pero el visitante es toda una rareza y las miradas de los habitantes o los saludos de los niños se lo hacen saber a cada paso.



San Gregorio, Ani








Ir a Kars significa acercarse a contemplar las ruinas de Ani, la que fue esplendorosa capital del reino armenio medieval, a la que se apoda “ciudad de las mil y una iglesias”. Cae un sol de justicia y pasear por la enorme extensión de Ani respirando nubes de insectos es una experiencia poderosamente irreal. El silencio lo puede todo –son escasos grupos de turistas y se pierden enseguida en la inmensidad del paisaje. El cielo aplasta los escasos restos de edificaciones, aquí y allá, surgiendo de la vegetación agostada y salvaje. Apenas se han hecho excavaciones y el horizonte es el de un cementerio abandonado. Es muy difícil imaginarse que hubo vida allí; más parece como si un genio de la escenografía hubiera construido aquellos restos a propósito, para empequeñecer al viajero.

En algunas tomas es imposible evitar que quede constancia del paso de gruesos insectos voladores antes el objetivo; de la misma forma, a veces aparecen, a lo lejos, las torres de vigilancia de los guardias turcos de fronteras. Los costados de la extinta ciudad de Ani pasan junto a gargantas por la que fluyen los ríos Ajurian y Tsalkotsajour, que marcan la frontera entre las actuales Turquía y Armenia, por lo que la fabulosa ciudad de Ani, por la que vivieron y pelearon armenios, georgianos, kurdos, turcos selyúcidas y hasta mogoles, sigue sin poder descansar en paz; continúa siendo símbolo de símbolos disputados, aunque ya nadie viva en sus desaparecidas calles.



Torre de la Iglesia de San Salvador, partida por un rayo; al fondo, la Catedral. Ruinas de Ani


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