sábado, junio 16, 2007

Dilemas de hierro















Base del PKK, montes Qandil: La subcomandante Sozdar Serbiliz, con el retrato de "Apo" Abdullah Öcalan

La primavera está a punto de concluir y nos encaminamos hacia un verano complejo para todo el Sudeste europeo, Asia Menor y Oriente Medio. La conquista de la franja de Gaza por Hamas parece la primera ficha de un dominó que puede tener su continuidad en una nueva intervención israelí en el Líbano, guerra civil en ese país, o incluso la extensión del conflicto armado a Siria. En los Balcanes, la crisis política en Rumania, país recién llegado al club de la UE, se toca geográficamente con unas estabilidad serbia que pende de un hilo y que cada vez tiene más que ver con lo que ocurra con Kosovo. La previsible proclamación de la independencia, sea de la mano del Plan Ahtisaari o por efecto de una acción unlietaral respaldada -ahora lo sabemos con total claridad- por George Bush puede tener consecuencias muy diversas, pero todas negativas.

Nadie quiere recordar que eso puede significar el fin del jovencísimo estado macedonio -Bulgaria ya ha comenzado a reaccionar expresando su malestar ante la previsible crisis que le afectará- pero también, por qué no, puede abrir de nuevo viejas puertas hasta ahora sólo entornadas. ¿Por qué Kosovo sí, y no la República Turca del Norte de Chipre? Si la antigua provincia serbia proclama su independencia respaldada por las potencias occidentales, a saber si Rusia se decidirá a reconocer la soberanía de la RTNC o se replantea la cuestión de su estatus, creando una nueva crisis en el seno de la UE.

Otro nuevo frente de problemas se sitúa en el Kurdistán iraquí, donde las tropas turcas amenazan con intervenir para terminar con los santuarios del PKK. La incertidumbre sobre lo que puede suceder es enorme, y a lo largo y lo ancho de la misma Turquía se cruzan apuestas y rumores sobre las posibilidades de que se produzca o no la intervención, cuándo, bajo qué forma y con qué efectos. Muchos turcos se encogen de hombros: al final no ocurrirá nada; otros incluso creen saber con precisión cuándo empezará todo.

Sigue más abajo la contribución de "El País" al debate, bajo la forma de editorial publicado hace pocos días. No estamos ante una de las piezas más brillantes de ese periódico, comenzando por el hecho de que su autor confunde a Massud Barzani con Mustafá Barzani, muerto ya en 1979 y que fue presidente del Partido Democrático del Kurdistan. No está mal el patinazo tratándose de un editorial. Por lo demás, quien se ocupó de redactar la pieza nos dice que una intervención del Ejército turco en el norte de Irak "destruiría las esperanzas que pueden quedarle a Turquía de ingresar en la UE" (¿en cuánto cifra el autor "las esperanzas que puedan quedarle a Turquía"?¿Un 60%, un 20%, quizás?). También nos dice que los EEUU deberían presionar al gobierno del Kurdistán iraquí para que impidiera las acciones del PKK con lo cual el Ejército turco "carecería de excusa" para intervenir.

¿Es realmente una cuestión de excusas? Es ampliamente sabido que una operación militar turca en el interior del territorio iraquí, no lograría liquidar un número significativo de fuerzas del PKK, dado que estas se retirarían hacia el interior del país. Ahora pueden hacerlo sin costes políticos ni militares: tienen de su lado al gobierno de Barzani y ya no existe un Ejército iraquí capaz de crearles problemas. Claro está, como dice el editorial de "El País", que ello le supondría a Ankara un enorme problema de respaldo internacional, dado que Washington (y no digamos Bruselas) rechazan de plano una injerecnioa de tal calibre en uno de los escenarios más explosivos del mundo, que precisamente los norteamericanos intentan estabilizar a toda costa.

La cuestión es que el periódico madrileño (y la gran mayoría de los analistas internacionales) aplican una relación costes-efectos de lógica occidental. Los militares turcos no están utilizando ese baremo, al menos en el planteamiento completo de su órdago, que no va dirigido de forma preferente contra el PKK, sino contra el gobierno del AKP. Desde ese punto de vista, poco le importarán a los generales las "excusas" que puedan quitarle los americanos o Barzani.

Por lo tanto, el editorial de "El País" se convierte en una especie de apelación, más que una pieza de conclusiones o análisis. Como tal, lógicamente, resulta bastante inútil. E ingenuo: si desean leer una pieza con mucha más calidad periodística, pueden dedicarle unos minutos al artículo que sigue, en este mismo post, publicado por "Herald Tribune" y firmado por Thomas Seibert. La idea esencial que subayace es la del dilema de hierro al que el ejército está sometiendo al ejecutivo del AKP: si Erdoğan rechaza intervenir en el Kurdistan será un flojo, su patriotismo quedará en duda y será tachado de amigo de los americanos. Por contra, si acepta y da luz verde a la incursión en fuerza, deberá asumir su parte de responsabilidad en el coste humano de la operación -víctimas civiles, errores colaterales, la posible ineficacia militar del plan y el tremendo desgaste de las relaciones con los Estados Unidos y, lo que es peor, con la UE. Quizá por ello, algunos pronostican que, ateniéndose al puro objetivo militar, el ataque podría ser lanzado en torno al día de las elecciones (22 de julio) porque de una forma u otra en esas fechas se dará un vacío de poder.

Así pues, ¿qué aporta el editorial de "El País"? Un ingrediente original: no descarga todas las responsabilidades en el Ejército turco, como cabría esperar hace poco, sino que pasa cuentas a los Estados Unidos y, atención, al régimen de Massud (que no Mustafá) Barzani. Y no es el único ejemplo de esta nueva forma de ver las cosas: véase también el amplio artículo de Juan Goytisolo, titulado: "Dos Turquías" y publicado también en "El País" el pasado 3 de junio.



La efigie de Massud Barzani contra la bandera del Kurdistan.







El País”, 11.06.2007

EDITORIAL- “Turquía amenaza”


Una de las pocas cosas que podría hacer aún más catastrófica la situación en Irak sería una invasión del ejército turco en el norte del país, el Kurdistán cuasi independiente desde el que los kurdos separatistas del PKK atacan objetivos en Turquía, causando numerosas muertes entre militares y civiles. Desde hace semanas, 150.000 soldados turcos, con artillería y blindados, acampan en la frontera, presionando al Gobierno de Tayyip Erdogan, islamista moderado, para que dé la orden de atacar.

La invasión de Irak abriría una gravísima brecha entre Estados Unidos y Turquía, que ya ha advertido a Ankara que no mueva un dedo; podría obligar a las fuerzas del miniestado kurdo a ayudar a sus hermanos y hasta a que interviniera el régimen de Bagdad, siquiera fuese formalmente, lo que sumaría otra guerra a la que ya libran Washington y el Gobierno iraquí contra la resistencia nacional y el terrorismo islamista en el país; destruiría las esperanzas que puedan quedarle a Turquía de ingresar en la UE y crearía un nuevo y lacerante antagonismo con todo el mundo árabe, recordándole cómo el Imperio Otomano había señoreado hasta 1918 esas tierras.

Pero eso no significa que Ankara no tenga una queja grave y válida contra la nación kurda, sea turco-separatista o gobernante en su zona de Irak. La Casa Blanca no quiere soldados turcos en el área, pero no hace nada para impedir las incursiones del PKK, ante las que también permanece de brazos cruzados el Gobierno kurdo de Mustafá Barzani. Por añadidura, hay poderosos argumentos internos turcos en favor de una acción militar. No sólo la pide el ejército, en la medida que una victoria jugaría en su favor en el forcejeo con Erdogan para defender lo que llaman la laicidad del Estado, que en la práctica es su preeminencia sobre las autoridades civiles, sino que el propio Erdogan, que ha convocado elecciones el 22 de julio como contraataque político, podría considerar saludable envolverse en el manto de la patria para derrotar al enemigo que amenaza la unidad del Estado turco.

Ante este complejo laberinto de pretensiones e intereses parece claro el camino. Estados Unidos y, sobre todo, el Gobierno kurdo deben suprimir, por la fuerza si es preciso, las incursiones terroristas contra Turquía. Y Washington, de paso, aclarar cuál es su política en el Kurdistán, siempre garantizando la unidad territorial iraquí. Así, el ejército turco carecería de excusas, a la espera, el mes próximo, de conocerse si los ciudadanos sostienen o no a un Gobierno de raíz islamista, pero de comportamiento democrático hasta la fecha.


El general Büyükanit contra un comando guerrillero del PKK. Fotomontaje











"The Herald Tribune", 13.06.2007

"The fatal attraction of invasion"


by Thomas Seibert


Scenes of pain and sorrow have returned to everyday public life in cities across Turkey. Flag-draped coffins of soldiers killed in clashes with Kurdish rebels are carried through the streets on their way to their graves.

At least 19 people have died in attacks blamed on rebels of the PKK, the militant Kurdistan Workers Party, since late May. The Turkish army is calling for an incursion into neighboring Iraq to destroy the rebels' camps and supply lines there.

The government has so far resisted public and military pressure for a push over the border. But time is running out.

The war between the PKK and the Turkish state started in 1984; some soldiers killed in the latest attacks were not even born then. More than a quarter of a century and nearly 40,000 deaths after the first shots were fired, the fighting is still going on.

It is not as intense as it was in the 1990s, when victims' funerals first became commonplace in towns all over Turkey. But it is heating up again after a lull following the capture of PKK leader Abdullah Ocalan by Turkish agents in 1999.

Today, the PKK is no longer fighting for an independent Kurdish state in southeastern Turkey. Instead, the rebels demand Ocalan's release and an amnesty covering all their leaders and fighters - something Ankara refuses to contemplate.

Calling on the government and Parliament in Ankara to grant permission to invade northern Iraq, Turkey's generals argue that thousands of PKK fighters hide, train and buy weapons there.

For years, Turkey has been asking Iraqi Kurds, who govern the north of the country, and the United States to do something about the PKK, but not much has happened. According to supporters of a Turkish incursion, military action by Ankara would therefore be an act of self-defense covered by international law.

The call to arms is, however, only partially driven by a genuine feeling of threat. A heavy dose of domestic politics is involved as well. The secularist Turkish army is ideologically opposed to the government of Prime Minister Recep Tayyip Erdogan, whose AK-Party is a champion of a new Muslim middle class.

The generals, who recently warned of a military coup in case one of Erdogan's friends should become president, would not mind seeing the AK-Party's share of votes plummet in elections scheduled for July 22. Pushing Erdogan into a corner over the Iraq issue might be a way of bringing this about.

If the prime minister refuses to give the green light for the incursion, he will be branded soft on national security and an ally of America - a label every Turkish politician wants to avoid these days.

If Erdogan does send the army into Iraq, responsibility for the heavy cost - in casualties, in inevitable problems with Iraq, the United States and Europe, and in a possible economic downturn - would be his, too.

So far, Erdogan has been playing for time, hinting that he is prepared to move into Iraq if need be, but not taking any action to convene parliament for a vote on the issue. But it is doubtful that he can sit on the fence until election day, especially if the PKK's attacks keep coming and Turkish losses keep rising. Meanwhile, the army is massing troops on the border and increasing pressure on Erdogan by continually repeating demands for a parliamentary go-ahead.

Even proponents of an incursion have to admit that the benefits of military action would be few. The PKK has had ample time to prepare for an attack and might even profit from it. There are reports that some rebels have retreated further into Iraq to avoid becoming targets for Turkish guns.

A Turkish move into Iraq could strengthen the PKK by allowing it to cast itself as a victim of Turkish aggression against all Kurds.

Several cross-border interventions by Turkey in the past have not succeeded in destroying the rebel group. Still, domestic pressure for an incursion is growing, and options to avoid it are limited.

One would be for the Iraqi Kurds to put pressure on the PKK to end its attacks in Turkey. Another would be for American or Iraqi forces to capture one or more leaders of the PKK, which is labelled as a terrorist organization by Washington, and hand them over to Ankara.

Steps like these would not end the PKK presence in Iraq, let alone solve the Kurdish question in Turkey. But they could help to prevent a wounded, angry and divided Turkey from throwing the whole region into a new crisis.

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