domingo, enero 21, 2007

La pistola amarilla












Escenario para un escándalo: restos del accidente de Susurluk. Entre los servicios de inteligencia de algunos países de la Europa oriental existe una cierta tradición de liquidar adversarios mediante accidentes de tráfico en los que se utilizan camiones, aunque nunca se encontraron pruebas de que lo sucedido en Susurluk no fuera meramente casual


El 3 de noviembre de 1996, hace ahora poco más de diez años, un Mercedes negro chocó contra un camión cerca del remoto pueblo de Susurluk, en Anatolia occidental, resultando muertos casi todos sus ocupantes. Estos eran un mafioso y antiguo activista de los Lobos Grises, es decir, el brazo armado de la extrema derecha neofascista turca; un alto mando de las fuerzas de seguridad que había sido jefe de la policía en Estambul, así como un parlamentario del Partido la Recta Vía, que era un jefe tribal kurdo, el cual había creado su propia milicia, colaboracionista. En el automóvil apareció además abundante droga, armas sofisticadas y alguna documentación comprometedora. Se sospechaba que el ministro del Interior, del partido de la entonces primera ministro Tansu Çiller, había estado presente poco antes en una reunión con esa muestra de la connivencia entre la política, las fuerzas de seguridad, la mafia y la extrema derecha. La investigación que llevó a cabo una comisión parlamentaria no hizo sino confirmar las peores sospechas, lo que incluía la financiación de la guerra sucia con tráfico de armas y drogas, todo ello impulsado a raíz del golpe militar de 1980. Casi todos los partidos políticos que habían pasado por el poder estaban implicados de una forma u otra. El islamista Refah era una excepción, pero Erbakan, ansioso por mantener viva la coalición gubernamental que mantenía su partido con el de la Recta Vía se alineó con Tansu Çiller –ella misma implicada en la utilización de fondos ilegales- e hizo lo que pudo para defenderla.

Viejo colgante de los Lobos Grises. Colección particular del autor




A imagen y semejanza de las manifestaciones populares que por
aquellas mismas fechas estaban teniendo lugar en Belgrado contra el régimen de Slobodan Milošević, el 1º de febrero de 1997 se convocó espontáneamente en Turquía una “Jornada de luz contra la oscuridad (Sürekli Aydınlık İçin 1 Dakika Karanlık) en la que decenas de miles de ciudadanos protestaron encendiendo y apagando las luces o haciendo sonar bocinas y cacerolas. El impacto de la protesta sobre los entonces todopoderosos militares turcos fue de gran envergadura. Incluso pudiera ser que el denominado "golpe posmoderno" (o "golpe virtual") de ese mismo mes de febrero tuviera como objetivo cercenar ese tipo de manifestaciones tanto o más que el declarado intento de hacer caer el gobierno islamista surgido de la coalición Erbakan-Çiller, lo cual acaeció meses más tarde, el 6 de junio de ese mismo año. Posiblemente, los militares también temieron que islamismo y contestación cívica confluyeran a partir de las protestas contra Susurluk.

La "Jornada de la luz contra la oscuridad" fue un evento espectacular muy poco mencionado por la prensa occidental de la época y que hoy en día está casi completamente olvidado. Y sin embargo, tuvo un profundo significado que iba mucho más allá del hartazgo de la ciudadanía con los militares y la interminable guerra del Kurdistán con sus vergonzosos abusos. La protesta de aquel mes de febrero probaba que existía una sociedad civil turca con sobrada consciencia de su propia fuerza y con sólidas credenciales democráticos. El amarillismo con el que se tiñe buena parte de la prensa occidental cuando encuentra ocasión de denunciar la candidatura turca ante la Unión Europea, tiene gran interés en difuminar su existencia o en olvidar que Susurluk dio lugar a la espectacular jornada de protesta: véase, por ejemplo la crónica de Ricardo Ginés en "La Vanguardia", edición del 21 de enero, pag. 9


Ogün Samast, asesino confeso del periodista Hrant Dink, captado por una cámara de seguridad momentos después del atentado.



El reciente asesinato del periodista Hrant Dink ha reabierto la archimanida caja de los petardos con los estampidos habituales. Por supuesto, los encabeza Robert Fisk con uno de sus carácterísticas piezas "fiskeables" en las que condensa sus bombásticos "descubrimientos" particulares de historiador aficionado sobre los sucesos de 1915, que ya se analizaron en otro post dentro de este mismo blog. Pero la pieza del pasado 20 de enero incluye dos apreciaciones interesantes: de un lado adelanta un dato que se abrió paso durante las primeras horas: que el asesino de Dink fuera él mismo un armenio, basándose en que el periodista acusaba a sus congéneres armenios "de manifestar animadversión y hostilidad contra los turcos por el genocidio". Y a la vez, Fisk calificaba al autor del atentado de "asesino profesional" dando a entender... ¿qué exactamente? ¿Qué el adolescente Ogün Samast cobraba de algún gobierno, de alguna institución capaz de abonar sus servicios profesionales? Difícil de creer que alguna organización activista mínimamente eficaz contrate a un chaval de 17 años de edad que difícilmente va a aguantar un interrogatorio policial. Incapaz de resistir a la tentación del sensacionalismo periodístico Fisk exhuda satisfacción al titular su pieza: "La víctima 1.500.001 del genodicio". ¿No podría ser la 300.001? No: a pesar de que se supone que está a favor del diálogo turco-armenio para la dilucidación de la verdad histórica sobre el denominado genocidio de 1915, Fisk se pone sin rubor del lado del nacionalismo armenio duro: 1.500.000 y no se hable más.

Pero Fisk es un "periodista flagelo" y ya sabemos que en base a ello, trabaja principalmente por su propia causa. Sólo una breve alusión al asunto de fondo: "No se trata únicamente de un golpe horroroso asestado a un miembro de comunidad armenia superviviente del genocidio, sino de un desbaratamiento de las esperanzas turcas de entrar en la Unión Europea, aspiración si se quiere visionaria que de hecho ya se hallaba en peligro por la ruptura de relaciones con Chipre y su negativa a reconocer el genocidio". ¿Seguro? ¿Quién ha hablado en Bruselas del "desbaratamiento" de las esperanzas turcas desde el asesinato de Dink? ¿Por qué son "visionarias" tales esperanzas? ¿Porque lo digan Fisk, Sarkozy e Identidad, Tradición y Soberanía, es decir el nuevo grupo ultraderechista en el Parlamento Europeo? ¿A qué se refiere con "ruptura de relaciones con Chipre"? ¿Acaso fue eso lo que ocurrió el pasado mes de diciembre? Fisk no es precisamente un cronista preciso; tira de incontinencia. Como muchas de las crónicas en que interviene de cerca o de lejos Juan Carlos Sanz, de "El País": "La muertre a tiros en Estambul del periodista Hrant Dink torpedea el acercamiento de Ankara a la UE": ¡Bang, bang! Así rezaba, nada menos que el subtítulo de la crónica de ese periódico dedicada al atentado en su edición del pasado 20 de enero, página 2. Es cierto, el mismo primer ministro Erdoğan dijo aquello de que "han disparado contra la democracia y la libertad de expresión", a poco de conocerse la noticia. Pero ¿de dónde sale que el luctuoso suceso "torpedea el acercamiento de Ankara a la UE"?

Esquina donde fue asesinado Olof Palme en Estocolmo, en febrero de 1986. Fotografía procedente de su biografía en Wikipedia. El atentado continúa sin haberse resuelto, aunque o bien se admite que fue obra de Christer Pettersson en solitario, o que algún servicio de inteligencia occidental estuvo detrás. Lo cual probaría que no sólo en Turquía existe "Derin Devlet".




Quizá Ricardo Ginés tiene la respuesta y nos la ofrece desde "La Vanguardia": la culpa la tienen el gobierno y los medios de comunicación turcos. El primero, por no ofrecer protección a la víctima (al parecer sí lo hizo, y ésta la rechazó). Como dicen los italianos: "¿Piove?¡Governo ladro!":
Ya se sabe, el gobierno siempre tiene la culpa de todo, y en primera instancia además. Después le toca reparto de responsabilidad a los colegas de los medios de comunicación, así en general: "Los medios turcos [¿todos?] son en gran parte culpables, sobre todo por cómo han tratado el contencioso armenio. Ignorando el pasado, editores y presentadores de televisión parecían estar llevando a cabo campañas de odio contra personas como Dink, señalándolas como traidores. Esto condujo a amenazas de muerte masivas por parte de un público ignorante y emocional". Claro, sólo que esto no lo dice Ginés por sí mismo, sino un periodista, "amigo de la víctima". Y para redondear la investigación, añade en su crónica... ¡declaraciones a "La Vanguardia" del correponsal de "The Economist" en Turquía! Sorprende bastante que el periódico barcelonés acepte torpezas de ese calibre, las cuales dejan malparada la autoridad (o capacidad) informativa de un periódico, abandonada en manos de las opiniones de la competencia.

Pero da igual: para Fisk, Sanz y toda la tropilla, lo importante es que el gobierno, los medios de comunicación y una inmensa mayoría de los turcos son, de una forma u otra, culpables de la muerte de Dink. Todos apretaron el gatillo y por lo tanto, queda claro que Turquía no es europea, es un país poblado por asiáticos ignorantes. Y dejemos para otro día el hecho de que son musulmanes e islamistas fanáticos en potencia. Nunca existió la "Jornada de luz por la oscuridad" en 1997, nadie protestó en Turquía por la muerte de Dink (ni siquiera sabemos quiénes eran los contestatarios), las declaraciones de Erdoğan no son suficientes para el "El País", según reza en el editorial del 20 de enero ("Tragedia en Estambul"): "Erdoğan aún no cumple del todo con suficiente honestidad ante la historia y el futuro". Bien, ¿y que se espera exactamente del primer ministro turco?

La incontinencia periodística suele basarse sobre inestables juegos malabares con la lógica. Imaginemos que el estado turco hubiera "reconocido" como genocidio los sucesos de 1915. ¿Habría eso evitado la muerte de Dink a manos de un adolescente obnubilado? ¿O quizás hubiera provocado muchos más problemas de los que debería solucionar? Según este tipo de argumentación, por ejemplo (hay muchos otros) la muerte de Olof Palme en la supercivilizada, tolerante y democrática Suecia, sin aparentes deudas no reconocidas con el pasado, nunca debió haber sucedido.

La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio: José Amedo, jefe operativo de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL): no apartaron a España de la Comunidad Europea


Y ya que estamos en esta línea, echemos mano de la pedagogía comparativa. ¿Podemos imaginar que algún periódico occidental o turco le hubiera dado el mismo trato informativo a la reciente tragedia de la T4 en Barajas? ¿Qué tal si algún cronista extranjero hubiera achacado la culpa del atentado y las dos muertes al gobierno y una supuesta mala fe negociadora apoyándose en las declaraciones de algún colega "amigo" de los responsables del acto? ¿Y si un Robert Fisk insinuara que la causa de lo ocurrido el pasado diciembre estuviera en el bombardeo de Gernika? Pero sobre todo, y esto va dirigido a los periodistas de mala memoria o los jóvenes que no tienen en cuenta la historia cercana, hemos de recordar que los asesinatos de los GAL, vergonzoso terrorismo de estado convicto y confeso, no evitó que España ingresara en la Comunidad Europea, allá por 1986 (y recordemos que los Grupos Antiterroristas de Liberación actuaron entre 1983 y 1987, siendo responsables de 23 asesinatos). Por lo tanto, y teniendo en cuenta el precedente español en materia de crímenes de estado, el asesinato de Hrant Dink, por lamentable que resulte en sí mismo, deja aún mucho, pero lo que se dice mucho, margen de esperanza para las aspiraciones de Turquía en relación a la UE.

La sociedad civil turca en acción: más de 100.000 personas despiden el féretro de Hrant Dink en un monumental manifestación por el centro de Estambul, 23 de enero, 2007. Fotografía publicada por laverdad.es


Por lo tanto, seamos honestos y no hagamos exactamente lo mismo que denunciamos. Si, qué duda cabe: el ultranacionalismo turco organizó linchamientos mediáticos contra intelectuales liberales: eso no es nuevo en absoluto, llevan así más de cuarenta años. Pero eso no quiere decir que los culpables de lo sucedido a Dink sean el gobierno, los medios de comunicación de aquel país o la población en general. No linchemos a todo un país desde la impunidad occidental. Y sobre todo, hagamos un poco de examen de conciencia: Dink no tenía que haber muerto bajo ningún concepto; pero menos que nada, por una polémica absolutamente innecesaria atizada también desde Occidente, en parte por una derecha (y una ultraderecha) tan cavernícola como la turca, por las conveniencias de los políticos oportunistas de turno y por el afán de notoriedad de unos cuantos intelectuales y periodistas vanidosos.

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