sábado, enero 06, 2007

Se vende polonio 210 (y 2)

Una pose teatral de Mario Scaramella que resume por sí misma el carácter del personaje y también el conjunto de todo el affaire Litvinenko. Publicada por "El País"

El objetivo de este post no es revelar información comprometedora, ni ventilar hipótesis imaginativas, sino tan sólo proponer el ejercicio de contemplar el "affaire Litvinenko" desde una distancia panorámica. Al fin y al cabo, es perfectamente posible que las cosas hayan sucedido como cierto tipo de prensa europea ha estado aireando. Pero es igualmente factible, y hasta probable, que nos hayan estado contando un cuento chino sobre rusos.

De entrada, ha resultado muy osado atribuir el asesinato de Litvinenko al estado ruso e incluso, directamente, a Putin. Es evidente que sus enemigos políticos dentro y fuera del país pueden creerlo así, pero no existen pruebas, ni siquiera indicios, tan sólo son especulaciones basadas más en deseos que en realidades. Y por supuesto, una supuesta carta de Litvinenko en la que acusaba al estadista ruso de su muerte. Por lo tanto, pudo haber sido cosa de Putin; o no. Es más una toma de posición que el resultado de una pista real.

Dado que los periodistas no tardaron en darse cuenta de que con un posible infundio gratuito de tal calibre no se iba muy lejos en el mantenimiento del interés informativo, comenzó a barajarse también la teoría de que una sección especial de "vengadores del FSB" había llegado desde Moscú para liquidar al desertor Litvinenko. Esto sí era cinematográfico, y además dejaba mucho campo libre para encajar pistas que no llevaban a ninguna parte. Por lo visto, cuando actúan por propia iniciativa, los agentes del FSB dejan de ser perfectas máquinas profesionales y se convierten en unos chapuceros de marca mayor que van exhudando rastros de polonio 210 por todas partes.


Fotografía habitualmente publicada en los medios sobre el ex teniente coronel del FSB Alexander Litvinenko.



A comienzos de diciembre, la histeria mediática estaba en máximos ebullentes. Haciendo gala de un toque de amarillismo del que la dirección parece estar orgullosa, porque seguramente supone que le da un estilo cosmopolita y europeo al periódico, el 3 de diciembre, "El País" decidió acelerar a fondo. Publicó un especial en la separata dominical titulada: "Los últimos días de Alexander Litvinenko", que agrupaba cinco reportajes, con un total de siete páginas, completadas con un apocalíptico editorial: "El polonio y nosotros". La pìeza de Pilar Bonet era, desde luego, la mejor, como buena conocedora del ambiente social e institucional de Rusia que es esta periodista. Procuró estar a la altura del encargo, pero entre líneas daba la sensación de querer sacarse el muerto de encima. Las dos páginas que abren el reportaje las cubrió Walter Oppenheimer desde Londres. Junto con Pilar Bonet, éste antiguo compañero de aula en COU es otro de los valores clásicos del periódico.

Walty gustaba de echarle vena literaria a las redacciones de clase, pero conociéndolo un poco, es de suponer que le dio cierta vergüenza recoger las pistas contradictorias pescadas aquí y allá en el intrincado ambiente de la diáspora política rusa en Londres. Veamos: Litvinenko se cita con Mario Scaramella en el restaurante japonés de Picadilly Road. Después, se separan, Litvinenko se reune con dos rusos en el Hotel Millennium y se supone que allí es envenenado al tomar té. Y sin embargo, en la botella de agua que tomó Scaramella se detectan restos de polonio 210. Según Alex Goldfarb "pudo haber sido envenenado en la segunda reunión, pero como seguro que lo seguían, pudieron luego desperdigar el polonio en el lugar de la primera". ¿Para qué?¿Para despistar? Lo más lógico es pensar que que si Litvinenko fue realmente asesinado y sus verdugos eligieron un veneno tan extraño como el polonio 210 fue para que no se pudiera demostrar el homicidio -como ocurría en los "asesinatos químicos" del KGB durante la Guerra Fría- y no para organizar un escenario del crimen tan retorcido. ¿Ya suponían desde el principio que se iba a descubrir todo el montaje y por eso se molestaron en "manchar" la botella de la que bebió Scaramella con un chorrito de carísimo polonio 210? Con ese tipo de manejos folletinescos pudieron haber liado la cosa bastante más, incriminando a otras muchas personas. En realidad, el tinglado se complica definitivamente porque Mario Scaramella sí resultó contaminado, y también se encontraron rastros de polonio en el coche de Zakaiev, el amigo y vecino, activista checheno, que llevó a Litvinenko a sus citas en Londres el 1º de noviembre.

El ex agente de la KGB Alex Gordiervsky, autor de un grueso volúmen sobre la historia de la institución en la que trabajó, tampoco sabe responder al agudo Walter Oppenheimer: "Pero ¿por qué utilizar un veneno tan lento, que le dio tiempo [a Litvinenko] a hacer una gran campaña contra Putin antes de morir?" La respuesta de Gordievsky es la siguiente: "Porque es un veneno muy, muy fiable. No tiene vuelta atrás. Es como una bomba nuclear. Tiene garantía absoluta y produce una terrible agonía. Lo que ellos no esperaban es que hubiera tanta publicidad. Esperaban que muriera en silencio, en cualquier sitio".

Veamos: o Litvinenko era un objetivo por el que merecía la pena tomarse tantas molestias o no lo era. Si nos ponemos en el primer caso, parece estúpido calcular que se iba a morir "en silencio, en cualquier sitio". Gordievsky "sabe" que han sido agentes rusos, pero no tiene mucha idea de por qué han recurrido a un veneno tan lento cuya utilización, a la postre, ha dado lugar a un escándalo internacional. ¿Fiable el polonio 210? Cerrando el reportaje de Javier Sampedro podemos leer que para los expertos de la firma
United Nuclear, "hay docenas de materiales más tóxicos, como Riocin y Abrin, que se pueden hacer fácilmente y no dejan rastro. Aunque es obvio que funciona, el polonio 210 es una mala elección como veneno".


Un personaje central en la trama del escándalo: el oligarca ruso y judío Boris Berezovsky, residente en Londres. Su trayectoria biográfica es azarosa.




El reportaje está trufado con declaraciones de exiliados, a cuál más cogida por los pelos. Parecen producto del cargado ambiente paranoico o irreal que se suele vivir en los exilios políticos, obsesionados con los espías, los dobles juegos y las provocaciones. Pocos días después de que "El País" lanzara su bombástico reportaje, "La Vanguardia" publicó otra interpretación de los hechos en su "Magazine" del 31 de diciembre, entre otras crónicas dedicados al repaso de 2006.

El trabajo, firmado por Rafael Ramos, no era cosa del otro mundo. De hecho, ya desde el melodramático título, comenzaba como una más de las crónicas habituales durante esos días: "Polonio o la Rusia de las tininieblas". Pero el autor no tardaba mucho en dudar de la consistencia de algunas piezas de la historia. Así, explica que Berezovsky, el protector de Litvinenko en Londres, era apodado "el padrino" y le había facilitado al ex espía un "modesto piso de ochocientos mil euros en el norte de Londres (donde nada se regala)" y le pasaba una especie de pensión "a cambio de trabajillos". Después, añade algunos datos sobre los movimientos de Litvinenko durante el crítico 1º de noviembre que Oppenheimer no citó en su crónica: fue desde su casa en Muswell Hill a la cita con Scaramella en el coche de un amigo, el activista checheno Ajmed Zakaiev, y después, antes de dirigirse al Hotel Millenium se pasó por las oficinas de Berezowsky y luego se dirigió a la empresa de seguridad Erinys [?] para la que colaboraba. De los rusos con los que se entrevista, Lugovoi, que era un ex agente del FSB como él, resulta ser otro de los hombres de Berezowsky y dueño de una compañía llamada Pershin [?] "valorada en cien millones de dólares".

Hacia el útimo cuarto de su crónica, Rafael Ramos lanza su cuarto a espadas y afirma que "Litvinenko se movía en un mundo sórdido de dinero fácil y sucio" Y añade el testimonio de Julia Svetlichnaja, académica de la Universidad de Westminster, que conoció al finado y estuvo en contacto con él en los meses anteriores a su muerte. Según esta profesora, "el espía aseguraba disponer de información explosiva relacionada con la privatización de la antigua empresa estatal Yukos (que dirigía Berezovsky), proporcionada por otro ex agente del KGB que vive en Estados Unidos Yuri Shavets o Shvets. Su plan era hacer "chantajes por valor de quince mil euros por barba, dinero que le serviría para montar su propia empresa". Para completar este cuadro, Ramos termina con una hipótesis que según él gana "mayor número de adeptos conforme avanza la investigación". Al parecer, Litvinenko hacía "análisis de riesgo para empresas británicas interesadas en invertir en Rusia", y en uno de tales informes salió malparado "un personaje de alto standing vinculado al mismo tiempo al gobierno y a las `mafiyas´". Por lo tanto, el tal personaje, y no Putin o la cuadrilla vengadora del FSB, habría sido el autor del asesinato de Litvinenko. Pero sigue en pie el por qué de un veneno tan absurdo como el polonio 210. "El mensaje para todos los traidores empeñados en meter cizaña desde Londres a cambio de unas libras esterlinas quedaba meridianamente claro". Sigue siendo una hipótesis insuficiente para explicar un supuesto y rocambolesco atentado, con gran despliegue de medios, dirigido contra un hombre que soñaba con hacer chantajes de "quince mil euros por barba". ¿Cuántos tenía que haber perpetrado para fundar una empresa en Gran Bretaña?

En cualquier caso, el reportaje de Rafael Ramos incidía en la descripción de ese ambiente turbio y bastante miserable que parece rodear el mundo del "exilio de negocios" en torno al cual gira la oposición anti-Putin en Londres. Y lo cierto es que el retrato de un grupo de cuentistas y fabuladores, ex agentes arrepentidos por sus malas obras y supuestos expertos en servicios de inteligencia y seguridad, se había completado pocos días antes con la detención de Scaramella nada más regresar a Italia. El día de Nochebuena la prensa informaba que había sido arrestado en Nápoles el supuesto profesor Mario Scaramella, “testigo clave en el caso Litvinenko”. De la información publicada por ”El País” el día de Navidad, se desprende que el hombre era un mangante de cuidado. Según escribe Enric González (la versión en papel de la crónica no se corresponde con la
colgada en internet): “La carrera profesional de Scaramella, de 46 años, cuenta con abundantes episodios oscuros. Nadie ha podido comprobar que sea, como afirma, licenciado en Derecho. Tampoco se tiene certeza de que sea, como sostiene, un experto en espionaje internacional”. Y aclara el cronista: “El presunto tráfico de armas por el que fue detenido el pasado domingo constituye un episodio revelador sobre sus actividades: según las fiscalías de Roma y Bolonia, Scaramella organizó una operación e contrabando de materiales radiactivos y la denunció después, atribuyéndola a otros, ante la policía italiana, con el fin de acreditarse como especialista en constraespionaje y como experto en grupos terroristas”.

Otra pose de Mario Scaramella, esta vez en contrapicado. Se rumorea que podría tener contactos con la mafia italiana. Fotografía publicada por "El País"



A lo largo de su crónica, Enric González no ahorra detalles sangrientos que tipifican al rechoncho Scaramella como un oportunista sin escrúpulos, bordeando la estafa pura y dura. Afirmaba haber vivido en Moscú y poseer buenas relaciones allí con el KGB. En torno al año 2000 aseguró algo tan increíble como que en plena Guerra Fría un submarino soviético había depositado minas nucleares en el golfo de Nápoles. Y le hicieron caso, comenzó a fecuentar los medios de comunicación y en 2002 se integró en la Comisión Mitrojin, como se denominó a la comisión organizada en base a la mayoría parlamentaria obtenida por el partido de Berlusconi. El objetivo principal de ese tinglado era el de demostrar que Romano Prodi había sido el "hombre de Moscú" en Italia y en tal sentido, tanto el presidente de la comisión, Paolo Guzzanti, como el mismo Berlusconi quedaron bien satisfechos de Scaramella y sus esfuerzos por incriminar al actual presidente italiano. Y concluye Enric González: "Todas las acusaciones surgidas de la citada comisión se demostraron falsas, en la mayoría de los casos, o incomprobables. Una conversación telefónica privada entre Guzzanti y Scaramella, grabada por orden judicial, confirmó que entre ambos existía un acuerdo para implicar a Prodi, como fuera, en operaciones ilegales".

Sin embargo, el desenmascaramiento de Scaramella aportado por Enric González llegó tarde para la credibilidad informativa de "El País". Porque poco más de veinte días antes, en el citado reportaje dominical del 3 de diciembre, se le había dedicado una página entera a una
entrevista con Paolo Guzzanti, llevada a cabo por una italiana, Laura Lucchini. En ella, el senador de Forza Italia (ex socialista), aprovecha para atacar a Romano Prodi por sus supuestos contactos con el KGB. Pero sobre todo, explica que uno de los principales asesores de Scaramella en la Comisión Mitrojin fue Litvinenko y que éste, a su vez, solía pasarle información a Ana Politkovskaia. A la vista de quién está resultando ser Mario Scaramella, la importancia de la entrevista se hunde en un charco que además salpica al mismo Litvinenko y de refilón, tristemente, a la Politkovskaia.


Paolo Guzzanti, foto de Cristiano Laruffa. Para acceder a su blog, pinchar aquí



En realidad, ya el 17 de diciembre se avanzaba en una crónica de Andrea Rizzi ("Todavía queda polonio para rato") que Scaramella era un personaje bien turbio. Pero en cualquier caso, no es de extrañar que tras el resbalón, perpetrado en un corto espacio de tiempo, "El País" haya ido haciendo mutis por el foro. El 29 de diciembre, como quien no quiere la cosa, aún publicó una columna sobre las acusaciones de la fiscalía rusa contra el empresario multimillonario Leonid Nevzlin, también exiliado, y asimismo un ex alto cargo (vicepresidente) de la compañía Yukos. Hace tiempo que Moscú va detrás de altos cargos de esa empresa, y precisamente, Litvinenko decía tener documentación comprometedora sobre Yukos. El 6 de enero, el periódico volvió a publicar una difusa crónica sobre un nuevo lugar de Londres donde se han detectado rastros de polonio 210, el Restaurante Pescatori, con amplia clientela rusa. Y por cierto, que al final de la pieza se recoge, entre corchetes y con un importante retraso con respecto a "La Vanguardia", que Julia Svetlichnaja, en entrevista a la CBS afirmó saber que Litvinenko "había planeado chantajear a un millonario ruso exiliado en Reino Unido, pero que no era Boris Berezovsky". Posiblemente, aunque la crónica no lo menciona, se trata de Alexei Golubovich, alto cargo de Yukos entre 1992 y 2000, actualmente en arresto domiciliario en Italia a petición de la fiscalía rusa.

En realidad, y desde las primeras hipótesis facilonas que apuntaban directamente a Putin, el entramado de pistas no tiende a confluir en un grueso hilo conductor, sino que se desparrama en todo un abanico de direcciones divergentes. Y eso por no jugar con otras muchas posibilidades. Por ejemplo, la de que Litvinenko fuera un agente colocado por Moscú en el entorno de Berezovski y los antiguos hombres de Yukos. Descubierto, alguien decidió deshacerse de él, y de paso utilizar su asesinato para montar una aparatosa campaña contra el Kremlin en un momento propicio: la tensión entre algunos países de la UE y Moscú por la negociación en torno al abastecimiento de petróleo y, sobre todo, gas. Condensando en el asesinato restos de casuísticas diversas procedentes de la Guerra Fría y el KGB, el éxito en manipular a la prensa occidental estaba garantizado.

Sin embargo, no hace falta siquiera investir a Litvinenko como agente doble. Bastaba con que fuera lo que aparentaba ser: un ex oficial del FSB convertido en resto de serie, un cuentista o un aprovechado que sobrevivía en ese caldo tan peculiar de veteranos del espionaje venidos a menos, simples charlatanes, oportunistas de medio pelo y de todo tipo. Y entonces, los mismos que liquidaron a Ana Politkovskaia decidieron rentabilizar su muerte. Eligieron un veneno lento y espectacular para que la víctima tuviera tiempo de reaccionar, denunciara a Putin como verdugo (¿quién dudaría de las últimas palabras de un moribundo?) y se organizara un jaleo bien turbio. Por supuesto, se trataría de algún operativo montado por enemigos importantes de Putin. Hay diversas posibilidades sobre la posible autoría de tal hipótesis. Por ejemplo, alguna problemática potencia menor en la periferia de Rusia; o ultrarradicales chechenos. A saber si los asesinos estaban apoyados o consentidos por alguna potencia occidental. Recordemos que este mismo verano, mientras americanos, británicos e israelíes se hundían en el fango de Irak o Líbano, Rusia triunfaba en Chechenia (liquidando a Shamil Basayev, el particular Bin Laden de los rusos) se acercaba a China y apoyaba a Irán.


Samil Basayev, fotografía proveniente del Kavkazcenter.com



Lo cierto es que la sofisticación de elegir polonio 210 para manejarlo tan chapuceramente después, da cierta idea de que no estamos ante profesionales del ramo. O bien, se trata de agentes de algún país con un deficiente entrenamiento o escasos medios. En realidad, y teniendo en cuenta que el polonio 210 es carísimo y que no se justifica su utilización para liquidar a un personaje tan de tercera o cuarta fila como Litvinenko, ¿por qué hablar de asesinato? Reordenando las piezas del caso sobran sospechas para pensar que en realidad estamos ante una trama de contrabando de polonio 210. Al fin y al cabo, Mario Scaramella fue detenido el pasado 24 de diciembre acusado de contrabando de materiales radiactivos. Según las fiscalías de Roma y Bolonia, el mitómano profesor sin alumnos organizó la operación y posteriormente la denunció atribuyéndola a otros. Por lo tanto, vaya usted a saber si esta vez la cosa no iba en serio hasta que se produjo un accidente y Litvinenko quedó afectado. Quizá Scaramella acudió a Londres para recoger la mercancía procedente de Rusia. Sólo esa hipótesis ya explicaría una buena parte de la densa "ruta de la contaminación", repleta de reuniones entre los diversos socios, y esta vez sin contradicciones ni forzamientos. Todo ello dejando de lado que el polonio no fuera destinado a los chechenos; por cierto, un dato curioso: Litvineko se había hecho musulmán poco antes de su envenenamiento.

Fotografía inicialmente difundida por los medios de comunicación en febrero de 2005, sobre un supuesto soldado americano secuestrado en Irak. Se trata de un muñeco articulado de juguete



En definitiva: bienvenidos los entusiastas a una estupenda historia que, bien relatada nos permite echar una instructiva y aleccionadora mirada a ese mundo situado en los márgenes de los servicios de información del estado, la política y la prensa en la Europa de 2007. Pero si de verdad les atraen las rocambolescas historias de capa y veneno, no se queden en escenarios tan trillados como el del polonio 210. Por ejemplo: ¿Han mirado con atención las supuestas fotos de Saddam Hussein pendiendo de la horca?¿Les parecen reales? Revisen la hemeroteca, por favor. El 3 de febrero de 2005, la prensa publicó una historia a medio camino entre la comedia y la tragedia. Dos días antes, la cadena Al Yazira y varias agencias informativas difundieron las fotografías de un soldado americano secuestrado en Irak por un grupo terrorista integrista islámico denominado Brigada de los Muyahidin. Pero el Ejército norteamericano no lograba dar con la identidad y referencias del supuesto desaparecido. Por fin, la empresa Dragon Models USA identificó al rehén: se trataba de uno de sus muñecos, modelo Cody, vestido con el apropiado uniforme tropical de las furzas norteamericanas en Irak por aquellas fechas. Y ahora, por favor, vuelvan a escrutar la foto de Saddam Hussein.

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