domingo, enero 14, 2007

¿Es Pamuk el Cela turco?

















Fue hace unos meses. Un tío me gritaba algo desde otro coche; el tráfico era espeso en la autopista y avanzábamos muy lentamente. Resultó ser un antiguo alumno. "¿Escribirás algo sobre Pamuk en el blog?" -preguntaba. La escena era surrealista, y prometí que lo haría. Poco antes le habían concedido el premio Nobel al escritor turco. Pero pasó el tiempo y no le dediqué ni una línea. Quizás ahora es el momento porque comienzo a estar un poco harto. Ayer, en "El País" la separata dedicada a viajes abría con un reportaje titulado: "En Estambul, con el Nobel Orhan Pamuk", firmado por Miguel Aguilar. Pronto lo disfrazarán con modelitos para fografiarlo en la sección de modas o inventarán el sudoku Pamuk. Aunque todos los periódicos se hicieron lenguas del nuevo Nobel, en "El País" lo adoptaron. Han batido el record de entrevistas en las cuales el célebre autor no dice nada demasiado interesante, aparte de soltar sus célebres carcajadas cada dos o tres preguntas, y darle muchas vueltas a notables obviedades. Pero da igual: en el periódico ya se han llevado dos sonoros chascos con escritores mascotas. Primero con Peter Handke, a quien tuvieron que sacrificar; y este mismo verano, con Günter Grass. Pamuk no es germano, pero al menos vino inicialmente recomendado desde Alemania, publica en Alfaguara y por ello es el último grito en adopciones. Además, le va que ni pintado a las tendencias críticas con Turquía que "El País" se empeña en sacar a relucir con asiduidad. Para la línea oficial del periódico, los turcos deberían ser una especie de copia clónica de Pamuk que logró sacar partido de la melancolía nacional por el destino adverso, hasta convertirse en mimado de las editoriales europeas y auparse hasta el Nobel.

No deja de ser curiosa esta forma de ver las cosas porque hace tres o cuatro años, la pesadez narrativa de Pamuk no le hubiera resultada nada occidental ni moderna a muchos críticos. Recuerdo ahora el film turco "Uzak" ("Lejano") dirigido por Nuri Bilge Ceylan y estrenado en España en octubre de 2003. El protagonista es pamukiano: un intelectual estambuliota occidentalizado y de clase media, debatiéndose en dudas existenciales en un Estambul arrasado por la nieve. Por si no quedara claro el referente, es un gran admirador de los films de Tarkovski y el mismo ritmo de la película forma parte del homenaje al director ruso; y sin embargo, todo ello mereció el despectivo epíteto de "cine asiático de contemplación" en una crítica publicada en internet. Así que "Uzak" es oriental, pero El libro negro, sobre el cual incluso muchos admiradores turcos opinan que le sobran ciento y pico páginas, es la obra de un intelectual moderno y occidentalizado.




Cartel de "Uzak" ("Lejanía") que refleja con precisión el tono narrativo del film. La fotografía, que es del mismo director (a la vez guionista y productor) es muy bella y da una imagen inusual de Estambul para el visitante occidental


"En sus últimas obras Pamuk parece que escriba para los turistas"-opinaba el año pasado mi profesora de turco, que es medio kurda y muy crítica con el establishment oficial de su país. Cuando dijo esta frase, el laureado novelista ni siquiera había publicado Estambul. Y sin embargo, es su obra más digerible. Porque Orhan Pamuk no es un autor demasiado leído en España, seamos sinceros. Ahora se les llena la boca a muchos plumillas autóctonos, pero pocos, muy pocos, habrán tenido la paciencia de enfrentarse hasta el final, página a página a El libro negro o Mi nombre es Rojo; no digamos La vida nueva. Mi recomendación -y fue la que le hice a mi alumno en un mail posterior a nuestro encuentro en la autopista- es que comiencen con El astrólogo y el sultán (cuyo título real es El castillo blanco) y si logran digerirlo, pueden pasar a la obra más clásica de Pamuk. Que no es ni Estambul ni Nieve, obras quizá más oportunistas y "comerciales", las que mi profe definía como "escritas para turistas".

Puede dar la sensación de que considero que Pamuk no se merecía el Nobel; pero no es así. Todo lo contrario: me alegró el galardón porque supone que el gran público se acercará con mayor interés a la moderna cultura turca. Pero me hubiera resultado más convincente dentro de algunos años, dado que Pamuk aún no ha madurado como escritor. Algo similar decía Xavier Bru de Sala en una reseña muy valiente publicada en el suplemento "Culturas" de "La Vanguardia" el pasado 8 de noviembre y titulado: "Pamuk sospechoso". El autor opina que a partir de 1997 (con la concesión del premio a Darío Fo) el Nobel de Literatura ha dado un giro hacia la radicalidad, "a veces más ética que estética". Dado que ninguna opción está exenta de peligros, "el principal de la presente etapa es rebajar la exigencia en la calidad de la escritura a cambio de fijar posiciones éticas. Fue el caso del mencionado Fo. ¿Es también el del turco Pamuk?" Bru de Sala admite honestamente no haber leído nada del nuevo laureado. Pero con todo y ello opina que "aún suponiéndole un valor literario de primera magnitud, parece fuera de duda que sin el escándalo suscitado en su país por las declaraciones sobre el genodicio armenio, y la inadmisible persecución posterior a cargo de los tribunales de justicia de su país, Orhan Pamuk hubiera tenido que esperar por lo menos diez, sino veinte años, hasta llegar a las votaciones finales (...) ¿Puede hablarse de oportunismo por parte de ambos, el autor y la Academia Sueca? No quisiera pronunciarme de modo rotundo hasta haberle leído, pero no parecen nada infundamentadas las sospechas. Por si acaso, como todos aprenden de sus errores, mejor será, para cualquier escritor, insistir en la radicalidad estética".

En efecto, el Nobel de Pamuk ha levantado acusaciones de ser demasiado político, sobre todo en la misma Turquía. En una de sus últimas entrevistas publicadas en "El País", el autor denota una clara amargura por el trato que se le ha dado en su propia tierra. Y lo peor es que no se refiere a los sectores de la ultraderecha nacionalista o el establishment más reaccionario. En realidad cita acusadoramente a la prensa en general y a la "opinión pública". Los periódicos occidentales han hecho frente común con Pamuk y eso ha terminado de agravar la situación. Por lo tanto, algo chirría entre el laureado escritor y sus compatriotas: parece que no se comprenden ni se aceptan muy bien el uno a los otros y viceversa.


¿Ha podido usted con él? Portada de la edición española de El libro negro, publicado en turco en 1990



Desde aquí eso no se entiende y se toma como prueba de que el problema no está en Pamuk, sino en Turquía, que no es una sociedad moderna, sino algo parecido a una autocracia militar, una especie de Chile en los setenta donde es fácil ir a la cárcel por un mal chiste o un quítame allá esas pajas. La conclusión -y de ella se abusa con liberalidad- es que Turquía no es un país europeo ni un candidato a entrar en la UE. Pamuk contribuye echando leña al fuego: "Lo que es verdaderamente fatal para Turquía es que no tenga una democracia desarrollada. Eso sí que me importa de verdad. Lo de la UE me importa un pito, en tanto en cuanto en Turquía haya una democracia". Eso decía, por ejemplo, en una reciente entrevista concedida a Rosa Montero y que apareció una semana antes de que fuera publicada Estambul en España. Y en otro momento añadió (entresacado por el periódico): "En Turquía has de tener cuidado con las palabras. No es una sociedad occidental y te castigan por lo que dices". Conclusión final de los redactores de "El País" y derivados: ¿Cómo pueden ser los turcos tan cerriles para no caer de rodillas ante Pamuk? En realidad todos ellos deberían tomarlo como modelo de lo que debe ser un turco moderno en nuestros días. Y no les cabe en la cabeza otro enfoque. Pero sí que existe y precisamente desde aquí deberíamos entenderlo mejor que en otros países europeos.



Primero, en relación al espectáculo que se organizó en torno a las denuncias contra Pamuk. Algún que otro medio español llegó a escribir poco menos que Pamuk había obtenido el Nobel en la cárcel, cuando lo cierto es que las dos denuncias que se interpusieron contra él ni siquiera dieron lugar a juicio. Es verdad que en Turquía una parte de la judicatura tiende a la derecha conservadora, pero eso no es tan original. Precisamente, por estos pagos tenemos cierta experiencia similar con algunos jueces de la Audiencia Nacional, asunto que, por cierto, está de lamentable actualidad. Por otra parte, en ningún país democrático se puede impedir que cualquier ciudadano vaya y presente una denuncia contra otro por la motivación más carca que ocurrírsele pueda. El hecho de que las denuncias contra escritores como Perihan Magden o Eli Safak (entre otros) no hayan prosperado, parece probar que no hay una campaña consistente organizada desde el poder. Por cierto que en el mundo mediático hispano se acumulan las denuncias de los unos contra los otros por ofensas tan reales como irreales y mucho se iba a indignar buena parte de la ciudadanía si eso sirviera para respaldar la candidatura al Nobel de algún impresentable que todos tenemos en mente, por mucho que lo apoyaran desde cualesquiera país europeo o americano.


Ceremonia de concesión del Premio Nobel de Literatura a Camilo José de Cela, 1989




Por otra parte -y esto también ayuda a entender los parámetros del caso Pamuk desde aquí-, en internet aún se conservan los ecos de aquellos panegíricos que levantó la muerte de Camilo José Cela en 2002. En líneas generales, fue un fallecimiento lamentado, a pesar de la avanzada edad del autor y de que había acumulado los premios literarios más importantes de habla hispana y, él también, el Nobel de Literatura, en 1989. Pero hubo muchos que lo denostaron, incluso en el momento de su óbito. La cosa venía de atrás: sus extravagancias no siempre fueron bien entendidas, sobre todo aquellas más relaciondas con el simple afán de notoriedad y dinero. Existía un Cela vanidoso que siempre se consideró un genio e hizo lo que le vino en gana. Con los años, no llevó bien que nuevas generaciones le restaran notoriedad, y asomó cada vez más el viejo cascarrabias. Su obra literaria era realmente excelente, pero sus actitudes personales terminaron por distanciarlo del país. Para muchos era, simplemente, un "facha".

Finalmente, y apenas dos años después de su muerte, un historiador y colega de mi Departamento, el profesor Pere Ysàs, descubrió documentos según los cuales Cela había sido informador del régimen franquista y que en fechas tan avanzadas como los años sesenta, llegó a ofrecer consejos y asesoramiento al Ministerio de Información y Turismo, presidido entonces por Manuel Fraga. Ysàs publicó su hallazgo en el libro: Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia (1960-1975), editado por Crítica en 2004. Pero la noticia tuvo tanto eco que hasta la publicó "The Guardian": "El novelista español y premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, fallecido hace dos años, fue un informante del régimen fascista de Francisco Franco y en los 60 traicionó a los intelectuales cercanos a él"-podemos leer en una crónica publicada en la red por "El Mundo" (25.09.2004). Según rezaba la noticia, en un documento interno del citado ministerio, Cela sugirió los nombres de algunos escritores disidentes que podrían ser "subordinados, domesticados y reconvertidos". Era el año 1963, esos autores habían firmado una carta contra la represión de los mineros asturianos -también lo había hecho el escritor gallego- y Cela comentaba que algunos de los intelectuales eran ''recuperables si se les estimulaba publicando sus obras o mediante sobornos''. Entre ellos figuraba Pedro Laín Entralgo (!) que más tarde devendría director de la Real Academia.



Cela a finales de los años sesenta


Según la crónica, existió intencionalidad explícita en los comentarios del escritor. Cela "aconsejó", "relató al gobierno", "recomendó al régimen franquista", por lo que no parece que las afirmaciones fueran meros exabruptos casuales -muy característicos de ese autor- contra determinados colegas, recogidos sin él saberlo por algún chivato ministerial. Prometo preguntárselo a Pere cuando lo vea por el pasillo pero, de todas formas, el dato preciso posee escasa relevancia para este post. La anécdota, tergiversada o no, contribuyó a darle contundente consistencia al sordo rechazo que alentaba en España contra Cela. Muchos vieron confirmada la sensación epidérmica de que era un facha, un tiranuelo en lo íntimo o una persona tornadiza y poco íntegra en lo ético, convertido al final en el nombre de una fundación o una universidad de pago. Y así fue como la amarga causticidad que asomaba en el Viaje a la Alcarria o La colmena, regresó a sus orígenes en los ásperos torrentes de la mala leche hispana.

El escritor yugoslavo Ivo Andric, premio Nobel en 1961. Fallecido en 1975, su figura fue víctima de las pugnas nacionalistas durante la destrucción de la república: tras los debates sobre si era croata o bosnio, siguió el de su implicación en lo que se quiso ver como un temprano plan de limpieza étnica

Sí, es evidente que tanto en el rechazo de Cela como en el de Pamuk late la envidia, corrosivo pecado mediterráneo que los turcos consideran el peor de todos, y contra el que intentan protegerse con ese amuleto tan castizo consistente en un ojo azul de vidrio. O quizás estamos realmente ante la verdadera maldición de los Nobel. Ahí está Ivo Andrić, al que en 1999 pusieron a la altura del betún en Occidente cuando se aireó que como joven funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores yugoslavo había trabajado en un proyecto para deportar a la población turca de Kosovo, allá por 1938. O las críticas dirigidas a Neruda por sus loas líricas al stalinismo en aquellos tiempos en los que nadie cuestionaba al “Padrecito”. La vida e imagen de los Nobel pueden devenir azarosas; pero quizás ello es debido al empeño de la Academia Sueca por demostrar, ni que sea implícitamente, que el premiado es la esencia de lo mejor que posee un determinado país y sus ciudadanos. Y este espejismo –por lo que tiene de convertir al Nobel en espejo de virtudes- es no sólo cuestionable, sino incluso abusivo. Los turcos tienen hoy todo el derecho a dudar de eso, como en su momento lo ejercieron los españoles que consideraron a Cela un soberbio escritor, pero no necesariamente lo mejor que había dado el país y no había por qué identificarse con él como supuesto modelo intelectual, humano o político y, lo peor y más forzado, ético. Creo que entonces nos asistía el derecho a pensar así, de la misma forma que a una parte de los turcos –no necesariamente militares, nacionalistas o de extrema derecha- pueden hacerlo también ahora.




ADENDA


Carta publicada por "El País" el 14 de septiembre de 2005 y firmada por el autor del post


Vaya por delante mi rechazo a la obtusa postura de las autoridades turcas ante cualquier asomo de debate público sobre la cuestión armenia, que la pasada primavera ocasionó la cancelación de unas conferencias académicas sobre este asunto; y ahora, la denuncia contra el escritor Orhan Pamuk. Pero tampoco es como para rasgarse las vestiduras. En primer lugar, porque las declaraciones de Pamuk son ya del pasado 6 de febrero, y mientras la fiscalía de Sisli es la que ha persistido en la denuncia, la de Estambul la ha retirado al no considerar las declaraciones constitutivas de delito; por lo cual, el asunto parece tener componentes de show mediático a la vista del próximo 3 de octubre [Nota: Fecha en la cual la Unión Europeoa aprobó formalmente la candidatura turca]

En cualquier caso, algunas reacciones de las autoridades turcas no son producto del kemalismo, sino reflejo de aquellos años, no tan lejanos, en que desde altas instancias occidentales se les daban instrucciones concretas para que hicieran el trabajo sucio contra izquierdistas e islamistas. Eso fue precisamente lo que liquidó al kemalismo histórico y lo sustituyó por un militarismo que la OTAN se encargó de controlar y utilizar. Pero es que además, en el corazón de la muy democrática UE perviven distorsiones legalistas mucho más preocupantes que el asunto de Pamuk. Hace muy poco tiempo, el Tribunal Constitucional alemán denegó a España la entrega del presunto terrorista Darkazanli, y lo dejó en libertad, saltándose la aplicación de una euro orden, en base al hecho de que el acusado posee la nacionalidad alemana. Este mismo verano, Serbia accedió a la extradición del presunto terrorista Boucher a las autoridades españolas. ¿Quién hubiera imaginado una situación así hace pocos años?¿Qué hubiera pasado si Ankara o Belgrado se hubieran negado a extraditar acusados de terrorismo en base a los recovecos nacionalistas de sus respectivas legislaciones? Puede que Turquía no acceda nunca a la UE, aunque a lo peor es porque sus mismos fundadores, o la derecha europea, aliada con cierto nacional-progresismo de nuevo cuño, terminan por reventarla desde dentro, distorsionando las leyes que sus mismos gobiernos aprobaron y escondiendo los restos del estropicio bajo la pesada alfombra del doble rasero, de chillones colores populistas.

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