lunes, diciembre 25, 2006

Un cuento navideño con gnomos europeos





Una de las estatuas más imponentes del Turkmenbaşı en Aşgabad, erigida sobre el Arco de la Neutralidad. Las fotografías de la capital turkmena proceden de la web de viajes del matrimonio Leon Peute-Mírjam Stark (BamJam)


¿Qué sabe usted de Turkmenistan? No se acongoje: posiblemente posea más nociones del país que muchos periodistas. Algunos acaban de descubrir, hace tan sólo unos pocos días que estaba gobernado por un extravagante tirano: Saparmurat Niyazov, que se hacía llamar Turkmenbaşı, señor de los turkmenos. Una proporción significativa de las crónicas se dedicó a detallar las extravagancias de Niyazov: que si había prohibido el ballet, las radios en los automóviles, los dientes de oro y las clínicas regionales. Que si declaró ilegales toda una serie de enfermedades infecciosas. Y no olvidemos que ordenó rebautizar los meses del año con los nombres de sus familiares; o construir un zoológico con instalaciones para pingüinos y pistas de patinajes en el tórrido desierto de Kara Kum. A los periodistas les pirran estos detalles, porque automáticamente declaran "loco" al estadista y todo queda explicado. No hace falta buscar coherencia en la política del país en cuestión, no es necesario saber más. Era un lugar lejano y extraño gobernado por un chalado; por lo tanto, no existió nunca o no hacía falta conocer nada de él y sus habitantes. Hoy mismo, día de Navidad, los periódicos españoles le dedican un breve espacio con fotografía al sepelio del “déspota”.

El Ruhnama o libro de pensamientos, ideas y consejos morales del Turkmenbaşı. La imagen corresponde a una reproducción en cemento de la obra, convertida en monumento y expuesta en la vía pública en la capital (foto procedente del blog de BamJam). A la muerte del estadista estaba a punto de publicarse el volúmen II, confeccionado con las cartas de los turkmenos.


Turkmenistan es un país construido en torno a un desierto, el de Kara Kum. "Construir" es un verbo que le cuadra. En los años veinte, Moscú reorganizó a propia conveniencia las que deberán ser nuevas repúblicas socialistas federativas soviéticas en Asia Central. Lo importante era evitar cualquier proyecto autóctono de reagrupamiento. En 1921 fue creada la región autónoma de Turkmen y al año siguiente la de Kirguizia. Y en 1924 dejaron de existir Jiva y Bujara como estados nacionales herederos de los antiguos janatos. Ese mismo año, en octubre, el Comité Ejecutivo Central de la URSS votó por la fundación de las repúblicas socialistas de Turkmenistan y Uzbekistan. Desde 1991 esas repúblicas han devenido independientes, algunas de ellas bajo regímenes políticos peculiares, legitimando su existencia en teorías históricas notablemente forzadas y sobre todo, a partir de notables recursos naturales. En el caso de Turkmenistan es el gas. Algunos periodistas han confundido las exageraciones de Niyazov con la importancia real de los yacimientos. Claro que la república no tiene unas reservas de 12 billones de metros cúbicos, como trompeteaba triunfalmente el Turkmenbası; pero las actualmente existentes de 2,86 billones de metros cúbicos, ya la definen como el undécimo productor mundial de gas. Hoy la prensa española afima, con amplia posibilidad de error, que es el quinto, lo cual situaría a esa república a la altura de Rusia, Irán, Qatar, Arabia Saudí, Estados Unidos o Argelia; pero en cualquier caso, no son cifras en absoluto desdeñables. Y por si fuera poco, Turkmenistan posee otros recursos naturales nada despreciables: petróleo, oro, platino y uranio.


Esos datos ya son suficientes para entender la importancia real del país centroasiático y la política exterior rigurosamente neutralista seguida por Niyazov, ésta si, completamente coherente. La república procuraba tener buenas relaciones con sus vecinos peligrosos, especialmente con Irán. Con Rusia, las cosas eran todavía más difíciles, pero en líneas generales el dictador tendía a evitar las tensiones. Y sin embargo, el sueño del régimen perjudicaba potencialmente a iraníes y rusos, por cuanto consistía en tender un gaseoducto que a través de Afganistán llegara a Pakistán y al Índico (o la India, posible gran cliente futuro de Turkmenistan). Para hacer realidad el proyecto, Niyazov mantuvo cordiales relaciones con los talibanes; y también con las fuerzas de la Alianza del Norte. Más adelante, tras la invasión de 2001, la cordialidad se trasladó a los norteamericanos. Pero Turkmenistán no se llegó a embarcar en alianzas estrechas con Washington. En la guerra contra el terrorismo, Niyazov tampoco se comprometió; apenas hizo concesiones: permiso de sobrevuelo con fines básicamente humanitarios, pero nada de bases militares. Washington se temió que el país terminara sirviendo de refugio a los talibanes, pero los turkmenos cumplieron bien.



Fotografía de Saparmurat Niyazov. Para leer su biografía oficial pinchar aquí.



En la actualidad, el soñado proyecto del gaseoducto transafgano parece que va para largo. Los combates se recrudecen en la zona, los talibanes están recuperando su perdida fuerza, la OTAN no sabe cómo salir del atolladero y no se cumplen las mínimas condiciones de paz y estabilidad para tender un gaseoducto hacia Pakistan. Y justamente ahora, cuando proliferan misteriosamente las guerras civiles potenciales o reales en países árabes como Irak, Líbano y territorios palestinos (vaya coincidencia), cuando prosperan las sanciones de la ONU y de los norteamericanos contra Irán, siendo éste activamente apoyado por los rusos, fallece de un ataque al corazón (qué casualidad) el tirano Saparmurat Niyazov, conocido como Turkmenbaşı. Sobre todo, los rusos fueron quienes dieron la voz de alarma. Académicos, expertos, políticos y diplomáticos se han lanzado a opinar sobre un país que conocen bien. Unos cuantos de entre ellos pronostican tensiones e incluso crisis internas entre los diversos clanes por el control del poder. Fueron precisamente los rusos quienes han explicado que la sucesión en torno al viceprimer ministro y ministro de Sanidad, Gurbanguly Berdymuhammedow, se debe a que es hijo natural del desaparecido dictador.

Y es que Turkmenistán está en el centro de un juego de fuerzas de difícil equilibrio. De un lado vende gas a Rusia, que a su vez es máximo exportador mundial. Esto es así, porque el enorme país eslavo oferta tal cantidad de gas que al final siempre se queda corto en las previsiones para el consumo interno, y las ventas turkmenas ayudan a paliar esa carencia a un precio razonable. Pero Rusia es la parte fuerte y el ajuste de los precios no suele ser favorable a Turkmenistan. A partir de 1999 las cosas se complicaron con el descubrimiento del yacimiento de gas Şah-Deniz en el Caspio, cuya explotación puso en conflicto a Azerbayan con Turkmenistan, y no sólo por la cuestión del reparto del mar y sus explotaciones, sino también en lo referente de las ventas a Turquía, cuya demanda de gas está creciendo de forma apreciable: en 2010 se calcula que necesitará 55,2 billones de metros cúbicos, cifra que en 2020 ascenderá a 87,2. Durante un tiempo se consideró la posibilidad de tender un gaseoducto a través de Irán, otro cliente y vecino peligroso de Turkmenistan. Pero no resultaba convincente entregar a los iraníes el control de una salida tan importante como esa; durante el último año, las presiones de los países europeos y los Estados Unidos, que han catalizado en un paquete de sanciones votadas en la ONU, la posibilidad de contar con Irán como socio comercial se han vuelto demasiado problemáticas. Y tal como se ha dicho, la salida hacia la India está completamente cerrada a través Afganistán. Y los vecinos Uzbekistan y Kazajstan tienen su propio gas.



Por lo tanto, Turkmenistan resulta ser un país estratégicamente aislado, y no queda tan claro si esa circunstancia fue la base para la política de Niyazov o resultó más bien al revés. Casi cabe decir que a pesar de la cautelosa política exterior del difunto tirano el país había quedado rodeado por una cadena de coyunturas internacionales insalvables. Eso ayuda a entender que Ucrania se hubiera convertido en uno de los clientes más importantes del gas turkmeno, lo cual generaba curiosos efectos colaterales. Por ejemplo, ese "balón de gas" evitaba una mayor dependencia de Kiev hacia Moscú. Además, diversos prestamistas occidentales hicieron su agosto transfiriendo divisas a Kiev para que pagara sus crecidas importaciones de gas turkmeno. Pero aún así, los ucranianos tendían a saldar sus cuentas tarde y mal. Por ello, Aşgabad necesita tender gaseoductos hacia clientes fiables, solventes y capaces de absorber su potencial exportador. Pero también son necesarios socios inversores.















Una de las mezquitas principales de Aşgabad, edificada con aportaciones turcas. Fotografía procedente de la web de BamJam

Turquía es el primer paso; y a partir de ella, Europa. En este sentido, la muerte de Niyazov puede dar lugar a escenarios fatídicos o prometedores; todas las expectativas permanecen ahora dramáticamente abiertas. En pocos meses Turkmenistan podría devenir un anulado satélite ruso-iranio. O bien resolver sus diferencias con los primos azeríes y acercarse a Turquía. Al fin y al cabo no es sólo es una cuestión comercial. Los turkmenos son turcos de origen oğuz, ancestros de los actuales turcos de Anatolia y azeríes. A este respecto, la prensa turca ha recogido con atención la participación de la importante delegación de Ankara que acudió al sepelio de Saparmurat Niyazov en Aşgabad.


Perfil de la ciudad de Aşgabad en el horizonte. Fotografía procedente de la web de BamJam





Rusos y turcos siguen con atención los acontecimientos en la capital turkmena. Europa parece ajena al asunto. Mientras Francia, Alemania, Holanda, Italia y otros países miembros de la UE han preferido negociar bilateralmente con Moscú los suministros de gas, y España los obtiene de Argelia, la "vía turca" hacia el gas y el petróleo de Asia Central se antoja algo remoto. Cuando aún resuenan los pueriles suspiros de aquellos que consideran que los últimos obstáculos inventados para ralentizar la candidatura turca a la UE alejan las fronteras europeas de los países árabes de Oriente Próximo y sus conflictos, en realidad las apartan de las riberas del Caspio y de las fuentes de energía que podrían hacer del viejo continente el gigante del siglo XXI. El mismo periódico que hace pocos días apenas podía disimular su satisfación por el hecho de que Turquía
haya sido “castigada”, se lleva ahora las manos a la cabeza ante el hecho de que Europa será cada vez más dependiente de la energía rusa, sin acertar a ver la importancia de la jugada turca que estamos tirando por el fregadero a cambio de nada. Por desgracia parece que seguiremos viviendo como enanitos bajo las setas de las leyendas franco-centroeuropeas. Slitzweitz!

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