El espacio ex otomano, origen de las crisis actuales (5)
Grabado de trazos grandilocuentes pero evocadores sobre la proclamación de la primera serie de reformas del Imperio otomano en el Gülhane del Topkapı, 3 de noviembre de 1839.
Los esfuerzos por preservar la integridad del Imperio otomano no se circunscribieron a las presiones diplomáticas y amago de intervenciones militares por parte de las potencias europeas occidentales. El 3 de noviembre de 1839, en el denominado Pabellón de las Rosas (Gülhane) en presencia de las más altas autoridades del estado, ulemas y personalidades religiosas y ante una multitud que apenas se protegía de la fría lluvia, el sultán Abdülmecid I leyó solemnemente el Hatt-ı Hümayun o decreto imperial que inauguraba formalmente el Tanzimat-ı Hayriye o Benéficas Disposiciones. El decreto leído en Gülhane contenía promesas de gran calado social e institucional. Aparte de disponer el establecimiento de un aparato fiscal regular, el desarrollo de un sistema de recluta y entrenamiento modernos para las fuerzas armadas, garantizaba que los sujetos que constituían la población del Imperio serían iguales entre sí, sin distinción de religión ni nacionalidad, algo que estaba intrínsecamente en contradicción con la ley musulmana básica y que contradecía de plano los fundamentos sociales del estado desde su fundación. En consecuencia, éste garantizaba ahora la vida, seguridad, honor y propiedades de la población. Por ello y a pesar de que no se puede considerar que fuera una constitución –el sultán podía abrogar las reformas que él mismo había ordenado aprobar- el decreto de 1839 constituía el acta de nacimiento de la ciudadanía otomana, aboliendo el estatuto de siervo y poniendo legalmente en entredicho el de súbdito, aunque las nuevas leyes que debían hacer a todos los ciudadanos iguales no estaban aún redactadas ni aprobadas.
Cartel alusivo a las reformas de 1856: todas las religiones y nacionalidades del imperio se unen bajo los derechos comunes a toda la ciudadanía
De esa forma comenzó el denominado periodo de las Tanzimat o reformas destinadas a modernizar el Imperio otomano. Éstas se prolongaron hasta poco antes de la denominada Revolución de los Jóvenes Turcos, en 1908, con un punto de inflexión en 1856, cuando se lanzó una segunda oleada de reformas tras la Guerra de Crimea. En conjunto se centraron en la construcción de todo un entramado jurídico e institucional que, si bien dio lugar a un moderno estado otomano, no sirvió para poner las bases de una revolución industrial y hacer del imperio un serio competidor de las grandes potencias de la época. En realidad, esto no fue debido a la torpeza sistemática de los gobernantes otomanos o a cualquier otra explicación basada en la supuesta incapacidad de una sociedad islámica para evolucionar en el modelo occidental de modernidad. Los embajadores de las grandes potencias europeas interesadas en impulsar las Tanzimat estuvieron presentes aquel 3 de noviembre de 1839 en la Gülhane, junto al sultán; y también enviaron duras notas de presión, a comienzos de 1856, para que el sultán volviera a impulsar las reformas, cuyo resultado fue la proclamación de un nuevo Hatt-ı Hümayun o decreto, el 18 de febrero de 1856. De la misma forma, tres años más tarde la preocupación volvió a irrumpir entre la comunidad diplomática de las grandes potencias, a la cual las reformas se les antojaban lentas hasta la exasperación; y en octubre, presentaron un memorándum de queja al gran visir. En 1861, en medio de una manifiesta crisis financiera, falleció de tuberculosis el sultán Abdülmecid, siendo sustituido por su hermano, Abdülaziz. Esto no contribuía a despejar el panorama, bien al contrario. Si bien el primero había sido un hombre de constitución enclenque, carácter pusilánime y temperamento reservado que había gastado una fortuna en concubinas y palacios, al menos había demostrado ser una persona sensible, de refinados gustos occidentales, que incluso había compuesto algunas piezas de música de cámara. Por supuesto, había ayudado a impulsar las Tanzimat; todo ello a pesar de su desconfianza en los visires y de la influencia de su madre, la sultan valide Bezmialen, amante del líder del partido de los conservadores. Pero el contraste con su hermano y sucesor, Abdülaziz, no podía ser mayor. Hombre de perfil netamente rústico, de gran envergadura y fortaleza, su pasión era la lucha, uno de los deportes nacionales turcos; sus súbditos, muy al corriente de esta afición, pronto le conocieron como Güreşçi, el “Luchador”. También le gustaban los combates de camellos y carneros –una afición de los pastores, incluso hoy en día- y las peleas de gallos. Se había pasado los primeros 31 años de su vida recluido en palacio y no poseía una educación mínimamente refinada. Con una persona así al frente del imperio, los embajadores occidentales se temían lo peor en relación con la continuidad de las reformas.
A ojos de las cancillerías occidentales, la subida al poder de un sultán como Abdülaziz no presagiaba un rumbo favorable a las reformas
En febrero de 1867, el gobierno francés, respaldado por el británico y el austriaco presentaron ante la Sublime Puerta una nota urgiendo una política de reformas más activa, añadiendo algunas sugerencias bastante detalladas. Pocos meses más tarde, Napoleón III echó una mano adicional invitando a Abdülaziz a visitar la Exposición Universal de Paris. Así que, por primera vez en la historia del Imperio otomano, un sultán realizaba una gira por las capitales de la Europa occidental. Abdülaziz regresó a Estambul muy impresionado y se lanzó a promover la modernización del imperio con un entusiasmo temerario. Se encargaron las locomotoras más modernas a Gran Bretaña para los escasos kilómetros de vía férrea tendidos hasta entonces y se compraron nuevas y modernas fragatas blindadas para la flota. Todo ello quedó rematado en 1869 con la inauguración del canal de Suez, iniciado diez años antes. Se reorganizó el motor jurídico de las reformas, desdoblándose el Consejo de Ordenanzas en un Consejo de Estado, inspirado en el Conseil d´État francés, como corte suprema de apelación, con responsabilidades consultivas y cuasi legislativas.
El sultán Abdülaziz es recibido en Viena por el emperador Francisco José durante su gira europea. La imagen cordial que trataban de ofrecer las cancillerías europeas hacia el Imperio otomano...
En definitiva, más reformas en la misma línea habitual: facilitar los intercambios comerciales, favorecer la intromisión política, utilizar el territorio otomano en beneficio propio, impulsar las ventas e inversiones y evitar la promulgación de leyes o tarifas proteccionistas por el estado otomano. No por casualidad, las escasas fábricas que existían hacia el final del sultanado de Abdülhamid II sólo elaboraban productos tales como ladrillos de construcción, vidrio o papel. Constituían una cierta excepción las factorías asociadas al impulso de la agricultura industrial impulsada por esos años: básicamente el algodón y la seda, o aquellas relacionadas con algunos aspectos del armamento y equipo militar, pero que nada tenían que ver con la industria pesada. Por lo tanto y durante demasiados siglos, el Imperio otomano fue un estado “sin puertas”, en el cual, por ejemplo, circularon sin restricciones todo tipo de monedas extranjeras durante décadas. O donde el servicio de correos estuvo gestionado desde la primera mitad el siglo XVIII por las delegaciones diplomáticas extranjeros. Cuando en 1874, (establecido ya desde hacía años un servicio estatal de correos otomano) el gobierno intentó terminar con la extensa red postal alternativa, las potencias que lo gestionaban se opusieron rotundamente. Lo cual resultaba claramente abusivo, pues la resistencia de las potencias a la nacionalización de los servicios de correo otomanos violaba un derecho al monopolio postal que ellos defendían y aplicaban a rajatabla en sus propios países.
...se contraponía a la visión mucho más racista que exhibían las caricaturas de la prensa en aquella época, de forma muy similar a lo que ocurre en nuestro días. Las potencias occidentales obligan al indolente sultán a actuar a punta de pistola; en este caso se trata de Abdülhamid II
Pero el esfuerzo de las grandes potencias por mantener la integridad del Imperio otomano en beneficio propio tuvo también una doble cosecha de consecuencias de gran alcance relacionadas con la estructura social. Resulta evidente que las Tanzimat no contribuyeron a crear una sólida burguesía comercial que hubiera servido para impulsar una revolución industrial, una modernización social extensa y una plataforma política estabilizadora. La construcción de una compleja maquinaria estatal dio lugar a la aparición de una extensa burguesía funcionarial que mayoritariamente era de procedencia turca y musulmana. En cambio, a lo largo del siglo XIX, la burguesía comercial y financiera fue armenia, griega y judía, mayoritariamente. Esa dicotomía no sólo evitó que catalizara una clase media de negocios interétnica que hubiera dado un importante impulso al desarrollo del Imperio otomano: de hecho sirvió para perpetuar una hostilidad mutua que derivó en dos grandes tragedias a comienzos del siglo XX: el genocidio armenio de 1915 y el masivo intercambio de poblaciones entre Grecia y la República turca pactado en Lausanne, en 1923. Pero a su vez, ese catastrófico resultado final fue la suma de años y décadas de presiones e ingerencias de las grandes potencias, comenzado por Rusia y Austria, y terminando por todos los demás.
Etiquetas: "espacio ex otomano", Abdülaziz, Gülhane, Napoleón III, Tanzimat
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