sábado, diciembre 09, 2006

Borat: choque de una civilización contra sí misma



Borat en una versión un punto estilizada tal como fue fotografiado para la revista "Rolling Stones", diciembre de 2006, pag. 58


Hace unas pocas semanas (edición del 13 de noviembre, pag.39), el corresponsal de “La Vanguardia” Andy Robinson, publicó una reseña sobre el film: “Borat. Enseñanzas culturales de América en beneficio de Gloriosa Nación de Kazajistán”. La pieza estaba adornada con toques de jerga técnica: que si es una comedia guerrilla a base de entrevistas-secuestro, aunque quizá también pueda ser catalogada como mockumentary con aspectos de cringe comedy… En realidad la fórmula base sobre la que se ha construido “Borat” tiene casi tres siglos de antigüedad. En 1721, Charles-Louis de Secondat, más conocido como barón de Montesquieu, publicó las Cartas persas, obra en la que, utilizando el género epistolar, un viajero procedente de un país remoto comentaba y criticaba caústicamente aspectos que para él eran chocantes de la sociedad francesa. Ese vehículo le permitió a Montesquieu atacar los privilegios y libertades de las clases altas. Años más tarde, en plena decadencia del Imperio español, Ángel Ganivet volvió a repetir la jugada con sus Cartas finlandesas (1898). En pleno 2006, las cartas han sido sustituidas por el relato filmográfico con toques del Cándido de Voltaire, del Simplicissimus de Grimmelshausen o de cualquier obra de la picaresca española del Siglo de Oro: Borat es un reportero de la República de Kazajastán que viaja a los Estados Unidos enviado por la televisión estatal de su país. Allí deberá rodar un gran reportaje sobre usos y costumbres del gran país de referencia a fin de extraer lecciones para modernizar los del estado del Asia Central, cuyas pasiones son, según el film, “beber orines de caballo y violar mujeres”. Pero una vez en los Estados Unidos, Borat se enamora de Pamela Anderson y decide atravesar el país de costa a costa para proponerle matrimonio. El viaje, claro está, da ocasión narrativa a la crítica mordaz.

Cartel del film: "Borat´s Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazajkhstan"




Explicado así, se supondría que el objeto de la película es la burla de determinadas instituciones sociales norteamericanas. El historiador Niall Ferguson comentaba ese mismo 13 de noviembre, también en “La Vanguardia”, que la artillería de Borat se centraba en estamentos y figuras del más rancio abolengo republicano (“Perros azules, Borat y Bush”), y posiblemente no le falta razón; además explicaría en parte el enorme éxito del film en ese país, en paralelo con la decadencia de la era Bush. Pero en realidad, “Borat” posee varias lecturas y la de Ferguson no es sino una de ellas.

El film juega con una apuesta segura: el humor zafio. Trasladado a estándares españoles, "Borat" contiene aquellos vetustos ingredientes del humor regional, luego autonómico. También recuerda ocurrencias de aquel olvidado Emilio el Moro y Arévalo, mucho humor verde y marrón de Arévalo. Al travestirlo con vestimentas anglosajonas, es evidente que no hablamos de humor británico, ni tan siquiera en esa versión con sal gruesa que crearon los gloriosos Monty Python. El film "Borat" es humor judío paleto, con mucho potz, mucho pirgue y mucha caca (recordemos que el supuesto idioma kazako que hablan los protagonistas entre sí es, en realidad, puro yiddish). En efecto: si en el extremo del abanico tenemos el humor judío neoyorkino de Woody Allen, en el opuesto figura el de Sacha Baron Cohen, como surgido de las profundidades de cualquier aldea de la Galitzia, quizá de la vieja Ucrania, de Moldavia o la Bucovina, una de esa regiones de la Europa oriental de los que, a no dudar, proceden los ancestros de Sacha. Y esa es precisamente una de las claves del éxito de la parodia: el actor realmente se metió realmente, día y noche, en la piel de un zafio prototipo de patán "del Este". Porque es cierto que Borat podría ser kazako; pero también rumano, ruso, rumano, ucraniano, polaco o "de por ahí". Ya saben: la supuesta aldea kazaka de la que supuestamente procede Borat es un pueblecito rumano cuyo delito es ser pobre y atrasado; la b.s.o. es pura música gitana de los Balcanes, mezcla de la
Fanfara Ciocarlia y la banda de Goran Bregović. No debe extrañar que la desdeñosa actitud de Sacha Baron Cohen hacia los viejos vecinos goyim de su familia de "por ahí" haya provocado heridas en Rusia o Rumania. En la aldea de Glod –toponímico rumano que en castellano se traduce por “lodo”, un detalle que hace mucha gracia a los medias occidentales-, están furiosos. Alegan que Sacha Baron Cohen los estafó, no les informó sobre el argumento real del film ni qué papel les reservaba a ellos y a su aldea, todo ello comprado a peso de saldo, a tres libras esterlinas por cabeza.


Portadilla de la crónica publicada por "Rolling Stone" sobre Borat y su film, diciembre 2006



La cosa podría quedar en que "Borat" es una peli para pueblerinos que se ríen de las respuestas pueblerinas de paletos de toda índole, pertenecientes incluso a supuestas elites sociales. Pero resulta casi inevitable sospechar que Sacha Baron Cohen ha introducido cierto trasfondo de venganza calculada. Porque las animaladas que Borat utiliza para puntear su presunta identidad cultural kazaka, no son sino las viejas acusaciones que los antisemitas de las clases más bajas utilizaban ya en los siglos XIX y XX, en esas regiones orientales de "por ahí" para referirse a los vecinos judíos: el viejo mito de la concupiscencia hebrea que podía degenerar en violación, el asesinato ritual de niños cristianos raptados para utilizar su sangre en los rituales de la Pascua, los brebajes, la suciedad y miseria de las remotas aldeas. Pero lo más sorprendente es comprobar qué bien funcionan todavía –sin apenas remozarlas- las arcanas alusiones en pleno siglo XXI. La conclusión de estos comentarios no es la de que debemos evitar "Borat", que ciertamente se ha convertido en una comedia de gran éxito a mayor gloria de la MTV. Pero también se supone que no está de más saber por qué y de qué nos reimos a mandíbula batiente. A partir de ahí, posiblemente tendría mayor éxito una segunda parte de “Borat” en que el afamado reportero kazako se dedicara a tantear y ridiculizar las profundidades del racismo interjudío en Israel: los desprecios a los ciudadanos de origen ruso o los negros falashas africanos, el tono despectivo de las viejas familias sionistas y laboristas dedicado los "sefardíes" (en sentido abusivamente extenso) y, en fin, todos los defectillos que emigraron desde aquellas zonas de la Europa de "por ahí" a la vieja tierra de Sión.



El inválido rumano Nicu Tudorache, de la aldea de Glod, en Rumania, se considera especialmente perjudicado por Sacha Baron Cohen. Vid. entrevista publicada por el "Daily Mail" el pasado 11 de noviembre. En los últimas semanas han llovido las denuncias sobre la productora del film.



Más allá de eso, recordemos que Kazajstán es realmente una gran nación -como reza el himno inventado para el film- y no precisamente por ser un gran exportador de potasio. A comienzos de este mismo mes de diciembre, la Unión Europea firmó un acuerdo con ese enorme país de Asia Central (cinco veces la superficie de España: es el noveno país del mundo en extensión) para reducir la dependencia energética hacia Rusia. Kazajstán posee grandes reservas de petróleo, gas, uranio y todo tipo de minerales. Ocupa el décimo lugar en la lsita de países con reservas de crudo, y el decimoquinto en las de gas. Dado que en el 2025 la UE dependerá hasta en un 70% de las importaciones de energía, oiremos hablar bastante de Kazajstán, y no precisamente por sus reporteros ficticios de televisión. Por ejemplo, el país aspira a ocupar la presidencia de la OSCE en 2009. Como los kazakos y los europeos buscan salidas al petróleo y gas que no pasen por territorio ruso, sólo restan un par de países puente hacia el oeste: Azerbaiyán y Turquía, o bien otro aliado de ambos: Georgia. Detalle que trae a colación otro dato interesante: el kazako, hablado por el 64,4% de la población, es una lengua turca de la familia altaica.

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