lunes, diciembre 04, 2006

Die Nervensäge Papst

Día 13 de noviembre: acudo a un debate sobre las negociaciones para el acceso de Turquía a la Unión Europea. Tiene lugar en el Centro de Estudios Europeos de la Universidad San Pablo, en Madrid. Como es natural, la discusión se centró en torno al invitado de honor, el profesor Bahri Yılmaz de la Sabancı de Estambul. Pero el denominado Grupo de Reflexión contaba con interesantes invitados: muchos diplomáticos, expertos del mundo empresarial, algunos profesore,s y todo ello presidido por Marcelino Oreja Aguirre, presidente del Instituto Universitario de Estudios Europeos y José María Beneyto, director del mismo centro.

A primera vista, era de esperar un debate más bien caldeado, dado que un porcentaje de los asistentes se inscribían políticamente en el campo de una derecha conservadora y católica que, en teoría, no ve con buenos ojos la entrada de Turquía en la UE, lo que dejaría definitivamente fuera de juego la definición de Europa como un continente cristiano. Además, estaba presente la señora Rea Yordalis, Embajadora de Chipre, y había sido invitado el Primer Consejero de la legación francesa. Y sin embargo, como estábamos entre técnicos y expertos, el ambiente fue cordial y con un considerable respecto hacia la postura turca, defendida por el invitado de honor.


3 de octubre, 2006: comienza a alimentarse la histeria en la prensa occidental: según se dice, los secuestradores de un avión de línea turco "protestaban contra la visita del Papa a Turquía". La realidad sería más prosaica. De hecho se trataba de un solo secuestrador que "buscaba asilo político en Italia"


Recordé ese tono agradable y eficaz cuando pocos días más tarde, los periódicos publicaron titulares que eran síntoma de histeria en caída libre: “Marcha islamista en Turquía contra la llegada del Papa” –proclamaba en grandes titulares “La Vanguardia” del 27 de noviembre. Quizás el rotativo buscaba hacer un paralelismo implícito con la “Marcha Verde” de los marroquíes en 1975, pero en absoluto quedaba claro el significado de la frase. Había que ir a la página 6 para que, desde Estambul, Ricardo Ginés aclarase que “los islamistas reúnen a 20.000 personas, muy por debajo de lo esperado. La cifra es irrisoria si se compara con la que vaticinaban los medios islamistas turcos, que anticipaban hasta un millón de participantes”. En realidad, parece que el Partido de la Felicidad (Saadet) de Erbakan fue el único que intentó sacar provecho de todo ese ruido.


Manifestaciones en los días previos a la visita del Papa. La importancia numérica de estos actos, que demostraron una vez más la disciplina imperante en el Partido de la Felicidad, no se correspondieron en modo alguno con el nivel de incomodidad que generó entre los turcos la visita del Pontífice.


El Papa llegó en plena periodo electoral, y de una manera u otra, en mayor o menor grado, incomodó a todos. A los musulmanes practicantes e islamistas, dado que no entienden –y llevan buena parte de razón- por qué han de sentir algo especial por el líder religioso de una fe que no es la suya. Eso sin contar con todos aquellos que se sienten heridos por las declaraciones del Papa en Ratisbona y antes, en 2004, en contra de la entrada de Turquía en la Unión Europea. Y los turcos del sector laico, que continua siendo muy importante e incluso mayoritario en la sociedad de ese país, porque la visita de Benedicto pone en evidencia ante el resto de Europa, y además de forma reiterada, machacona, que Turquía es musulmana. Y “sólo” por ello, se supone que el viaje conllevaba un alto grado de riesgo, como remacharon una y otra vez los periodistas de la derecha europea. Esa actitud, como de adentrarse resignada y valientemente en tierra de martirio, resultaba ofensiva tanto para los musulmanes turcos, como para los laicos, a los que repugna esa falsa imagen de su país como peligroso nido de fundamentalistas, dispuestos a comerse crudo al Papa.

En realidad, junto con las provocaciones por pasiva, se han sucedido, por parte de Benedicto, una serie de gestos desafortunados. La respuesta, notablemente desábrida del Papa al ministro de Asuntos Exteriores Gül cuando éste le convidó a una cena privada (“El Pontífice no participa en actos mundanos”) conllevaba una penosa contradicción. Sólo el pasado domingo se informó oficialmente sobre el objetivo real del viaje –lo cual contiene también su dosis de altanería- que era de carácter pastoral y por tanto, religioso. Paradójicamente, la prensa turca –por ejemplo, el diario moderado islamista “Zaman”- informaron antes y más precisamente del asunto que la occidental. Se trataba de organizar una reunión con el patriarca greco ortodoxo Bartolomeo el día de la festividad de San Andrés, con la asistencia al servicio religioso de miembros de la muy exigüa comunidad católica de Turquía (30.000 almas). Una reunión que quizá pretendía evocar pálidamente el concilio de 1439, cuando el Papa Eugenio IV logró reunir en Florencia y Ferrara a delegados de las iglesias de Egipto, Siria, Georgia y Rusia para superar el Gran Cisma de 1054.


El Papa Benedicto XVI saluda al patriarca Bartolomeo I. Las intenciones del viaje papal, tal como fueron justificadas desde el Vaticano, eran puramente pastorales


Esta escenificación tan forzada, junto con el contenido del polémico discurso de Ratisbona, dan idea de que este Papa parede obsesionado con Bizancio. Hasta hace poco, daba la sensación de que, frente a Juan Pablo II, su objetivo era el de recristianizar Europa. Ahora quizás añade el de reunificar de alguna forma el cristianismo, especialmente a las iglesias de Oriente, con el catolicismo, frente a lo que podría antojársele el avance del islam. Pero en todo caso, y a la vista del objetivo pastoral de Benedicto, ¿por qué los líderes políticos turcos tenían que dedicar largas horas de su tiempo a reunirse con Benedicto? Porque lo cierto es que apoyar públicamente la candidatura turca a la UE es una declaración francamente política.

En realidad, ni siquiera ahora que el viaje del Pontífice terminó, ha quedado muy claro cuál era el objeto real del mismo. En su editorial del 2 de diciembre, “El País” aventuraba que el Papa desea crear un frente común contra el laicismo, en el cual el islam puede ser un valioso aliado. Esa debe ser, según la interpretación del rotativo español, la verdadera frontera de la Europa unida. Algo tenían que escribir, claro. Pero no me digan que todo esto no tiene aspecto de ser un tremendo lío, incluso en la mitrada cabeza teológica del germánico Pontífice. Similar al descomunal parálisis del tráfico que generó en Estambul la masiva operación policial que tuvo como objetivo aislar barrios enteros y cortar las principales arterias del centro de la capital. “Resultaba impresionante ver a filas de centenares de personas caminando en silencio hasta diez kilómetros para tomar un medio de transporte hasta sus hogares” –relataba el pasado 30 de noviembre Andrés Mourenza, joven periodista
cuyo blog se ha convertido en referencia obligada para entender la actualidad turca.



El Papa abandona Turquía. Sólo él parece saber si realmente cumplió con los objetivos que se había autoasignado en su viaje, o si estos fueron cambiando sobre la marcha,


Se suele decir que bien está lo que bien acaba. Al final, por ejemplo, el “Corriere de la Sera”, en su edición del 1º de diciembre reproducía en fotografía las primeras planas de la prensa turca. “Vatan”: "Sorpresa del Papa… gestos recíprocos”; “Sabah”: "Peregrinaje sin cruz”; “Milliyet”: “Llamada del Papa al diálogo”; “Bugün”: gran foto del Papa con la bandera turca; “Hürriyet”: “Türkleri seviyorum”: “Amo a la turcos” – Cita de Juan XXIII. Todo ha quedado teñido con ese desdibujado tono, tan característico de la diplomacia vaticana. Los consumidores más piadosos de prensa pudieron llegar a temer que el Papa realmente saltara en pedazos o resultara devorado por las hordas musulmanas. Otros, más escépticos, quizá opinaron que al fin y al cabo, no es cosa del Sumo Pontífice embarcarse en viajes de arriesgado alto voltaje o mezclarse en asuntos políticos, como esas declaraciones a favor de la entrada de Turquía en la Unión Europea. Pero en fin, no le vendrá mal a Ankara en pequeño balón de oxígeno en estos días en los que el doble lenguaje histérico de la prensa occidental ya discurre por las costas de Chipre. En todo caso, los hostigamientos políticos dirigidos contra el candidato turco están siendo desactivados, desinflados, uno tras otro. Algunos lo han hecho por sí solos. Si seguimos así, valga la paradoja, podría resultar que al final Turquía acabara accediendo al club europeo más en virtud de argumentos políticos que técnicos y económicos. Eso es lo que pasó con Polonia, los bálticos y lo grecochipriotas, y así le luce el pelo a Bruselas.

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