miércoles, junio 17, 2009

El desequilibrio como orden: una reseña























Una seguidora de Musaví muestra algunos de los símbolos de la protesta. ¿Un adelanto de la rebelión de las clases medias que quizá tenga lugar también en otros países? Las consecuencias del periodo 1990-2008 nos alcanzan todavía de lleno



Hace unos pocos días, "Rebelión" publicó la primera reseña extensa y digna de tal nombre sobre El desequilibrio como orden. En conjunto, la pieza está bien y a pesar de que es un poco severa (se trata de “Rebelión”…) el libro sale bien parado. En lo tocante al contenido, estoy ampliamente de acuerdo; y en cuanto al tono (algo que tiene su importancia en las reseñas) es correcto y hasta afable, algo que se agradece. También aprecio que recomiende este mismo blog y la wiki que ya lleva algunas semanas en funcionamiento y arrojando los primeros resultados. Pero vayamos ahora a la "contracrítica", género que el desarrollo de internet contribuirá sin duda a impulsar en el futuro próximo.

Como autor reseñado, lo más satisfactorio ha sido leer eso de que “el libro está escrito con agilidad”, lo cual “hace que se lea del tirón, a veces casi como si fuera una buena novela”. Dado que ese era, precisamente, uno de los objetivos principales cuando lo escribí, resulta un alivio constatarlo; y a la vez anula incertidumbres y críticas, alguna de ellas emitida en la misma reseña. Por ejemplo la alusión a “la extraña organización de algunos capítulos”, comentario simpático porque se lee en una publicación en teoría tan poco convencional como “Rebelión”. Cabe pensar, más bien, que si la obra logra mantener la tensión en algunos momentos es debido, al menos en parte, a esa “cosa rara” de los capítulos; lo cual, a la postre, quiere decir que la idea dio resultado. En consecuencia, si hay una segunda edición será cuestión de eliminar párrafos repetidos (aunque de momento sólo detecté un caso) y errores tipográficos (¿hay muchos? de momento sólo existe constancia de un par). Pero la estructura “desenfocada” de los capítulos forma parte de la personalidad de la obra, para mal o, por lo que parece, para bien.

Los primeros cuatro párrafos de la reseña resumen con bastante precisión una parte del argumento central de la obra. Pero se quedan a medias porque el autor quizá aborda la interpretación de El desequilibrio como orden de una manera un poco convencional. Falta una alusión a la idea de que, uno de los aciertos de la globalización fue, precisamente, la expectativa implícita de impulsar la creación de clases medias a escala planetaria. Clases medias, entiéndase, de modelo norteamericano. Todo el debate en torno a la sociedad “low cost” va por ahí, precisamente. Y también la curiosa desmovilización social que ha traído la crisis de 2008, que quizá puede ser entendida, precisamente, como la espera paciente de todos aquellos –y son centenares de millones de personas en todo el mundo- que creyeron en la promesa de promoción social. En estos días, la oleada de protestas en Irán está siendo impulsada por las clases medias partidarias de Musaví, lo cual resulta significativo a ese respecto.

Por lo tanto, sí que se habla de cuestiones sociales en el libro. El capítulo dedicado a las migraciones lo es. Hay también largos párrafos dedicados a la evolución de la situación socio-política en Rusia y China. Se explica la problemática y trasfondo histórico del enfrentamiento entre hutus y tutsis en Ruanda o el debate sobre el neoliberalismo como redentor de África, especialmente tras el impulso dado por la presencia china. Y por supuesto, el desarrollo autónomo del nuevo islamismo en los países árabes. Lo que ocurre es que las cuestiones sociales se suelen enfocar a escala global, porque ese es el ámbito lógico de un ensayo que explica el desarrollo inicial de la globalización. Y posiblemente, los protagonismos cambiarán en los próximos años; pero en la Posguerra Fría, quien luchó a brazo partido por mantenerlo fueron las grandes potencias occidentales, justamente porque se consideraban vencedoras y destinadas a extender su modelo hegemónico.

Por otra parte, es evidente que hubiera sido muy interesante descender hasta el análisis socio-político de cambios a escala local, desde la evolución del Méjico posterior a la hegemonía del PRI, a lo que parece el fin del legado político del kemalismo en Turquía, con el auge de la nueva clase media musulmana, el tejido social de las repúblicas del Asia Central ex soviética o la evolución interior de Nigeria o Sudáfrica. Son sólo unos ejemplos entre otros muchos, que hubieran convertido al libro en un mamotreto de mil páginas. Y eso si que lo hubiera hecho inmanejable y pesado de leer. Aún así, El desequilibrio como orden, no lo olvidemos, pasa de las 500 páginas.

Algo parecido ocurre con la problemática ecológica, que en efecto, no tuvo cabida en un capítulo entero, aunque algunos aspectos polémicos se diseminaron entre otros. Por ejemplo, hay alusiones claras a la percepción de las catástrofes ecológicas en el dedicado a la cultura del miedo, o al debate en torno a los biocombustibles cuando se habla del Brasil de Lula. Debo decir, de todas formas, que desde el punto de vista del movimiento ecologista, tampoco percibí el periodo de la Posguerra Fría como demasiado innovador en relación a la década de los setenta y, sobre todo, los ochenta del siglo XX. Aunque puede que esté en un error, desde luego. Y si hay segunda edición, intentaré integrar en las conclusiones finales lo que Cerrillo denomina en la reseña “los cada vez más visibles límites al crecimiento desbocado de la sociedad industrial-capitalista”.

El desequilibrio como orden es un libro esforzado e incluso audaz, pero no pretende engañar al lector. Por eso está asumido que los capítulos dedicados a Latinomárica no son lo mejor del libro. Pura y simplemente, quedan muy lejos de mi especialización, tal como apunta Cerrillo, y eso se nota. Debo confesar que a lo largo de mi vida profesional, la Historia contemporánea de Latinoamérica tampoco me ha atraído como tema de estudio. Es una cuestión de gustos. Y lo digo siendo consciente de que en muchos aspectos, las sociedades latinoamericanas han sobrepasado en modernidad a España, en diversos periodos a lo largo del siglo XX. Pero quizá lo que se percibe en el libro es falta de aplomo por parte del autor, más que evaluaciones erróneas. Por ejemplo, y lo siento, no percibo la Venezuela de Chávez como un fenómeno histórico concluido y susceptible de ser analizado como un éxito… o un fracaso. Simplemente, hay muchas incógnitas todavía. Y creo que ese punto de vista está muy extendido. A los pocos días de la aparición del libro, tuve dos conferencias en el prestigioso Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, institución nada sospechosa de antichavismo. Expuse delicadamente esas dudas ante el alumnado cubano y de otros países (entre ellos algunos jóvenes diplomáticos venezolanos) y puedo asegurar que no hubo debate sobre los “procesos políticos latinoamericanos desencadenados por la Revolución Bolivariana en Venezuela” –a que alude Cerrillo quizá de forma un tanto entusiasta.

Deseo añadir dos cosas más en relación a Latinoamérica en la Posguerra Fría. La primera, que durante una buena parte de esos casi veinte años que van de 1990 a 2008, no tuvo el protagonismo central que alcanzó a otras regiones del mundo. El cambio comenzó a producirse a finales de los noventa y en muchos aspectos, no ha concluido el ciclo. En realidad, más parece que esté comenzando realmente ahora, y que será sujeto central de los libros que arranquen de 2008. En segundo lugar, debe subrayarse la carencia de una bibliografía digna de mención sobre la reciente historia de Latinoamérica, a escala continental o nacional. Algunos de los libros recientemente publicados sobre la Venezuela bolivariana, Evo Morales o Lula da Silva, son trabajos de escasa seriedad, pensados para aprovechar la moda. Sobre Colombia, Argentina, Chile, Ecuador a América Central, no hay ni siquiera eso en las librerías.

Para ir concluyendo, desearía subrayar una vez más que el libro es un ensayo, no una obra divulgadora o pedagógica. La universidad española tuvo buenos ensayistas hace años, pero me temo que esa tradición anda de capa caída. Como profesor, he procurado promover el ensayo en mis clases –con resultados desiguales, debo admitirlo. Un ensayo, en definición del DRAE es un “escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito”. Y eso es lo que ha pretendido ser El desequilibrio como orden; por lo tanto, lo que me interesó desde el primer momento fue organizar una construcción argumental sólida, no una colección de ensayos encadenados, una cronología o una enciclopedia
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